Introducción

Uno de los conceptos que se utilizan en la Ciencia de la Información Documental y que ha sido objeto de análisis de nuestro grupo de investigación sobre epistemología de la Bibliotecología y los Estudios de la Información es el de mediación.1 Ese concepto se encuentra íntimamente ligado a otro que es el de intencionalidad, por lo que resulta evidente que sea nuestro siguiente objeto de reflexión.

La mediación a la que se hace referencia en el campo informativo documental no consiste en un proceso solamente instrumental, mecánico, dirigido por la técnica o la tecnología, sino a una acción humana que está llena de sentidos e intenciones. La intencionalidad soporta y dirige la mediación, le otorga sentido.

La presente obra da cuenta del estudio que nuestro grupo de trabajo llevó a cabo dentro de nuestro seminario de investigación. En primera instancia, se encuentra el capítulo “La intencionalidad en la actividad documentaria”, en el que se afirma que la actividad documentaria, que se define como el conjunto de actividades que se llevan a cabo en documentos (selección, producción de registros, ordenación, preservación, servicios de difusión y exposiciones) para que un público determinado pueda tener acceso a la información que esos documentos contienen, es realizada, en cuanto proceso lingüístico-comunicacional, intencionalmente. Así pues, se explora el carácter intencional de la actividad documentaria como un proceso lingüístico-comunicacional que interviene en la apropiación de la información. El camino que se sigue en el texto consiste en presentar los conceptos de intención en general e intención lingüística en particular, y examinar la lengua como un sistema intrínsecamente humano, social y cultural. Posteriormente, se analiza la actividad documentaria como un proceso lingüístico-comunicacional y el papel que la normatividad ejerce en esa actividad, así como la intencionalidad de la actividad documentaria dirigida a la apropiación de la información, la recepción del público y el concepto de usuario. Una de las conclusiones a las que se llega es que la oposición irreconciliable entre el enfoque empírico-normativo y el de orientación social en la Ciencia de la Información no permite percibir claramente las relaciones existentes entre la emisión y la recepción de información. Finalmente, se deduce que si no se toma en cuenta la intencionalidad de base lingüístico-comunicacional de la actividad documentaria, no es posible definir esa actividad como práctica informacional propiamente dicha.

Como segundo capítulo de esta obra se tiene “La teoria da intencionalidade e a informação: definições e propriedades para o fenómeno” (“La teoría de la intencionalidad y la información: definiciones y propiedades del fenómeno”), en el que se estudia el fenómeno informacional a partir de las definiciones del concepto y la teoría de la intencionalidad, problemáticas que pertenecen a la Fenomenología. Además de esa escuela filosófica, el estudio está sustentado metodológicamente por el método cuadripolar que incluye los aspectos epistemológico, teórico, técnico y morfológico, los cuales se utilizan, respectivamente, en el estudio de la naturaleza del fenómeno información; en las teorías que la fundamentan; en las técnicas empleadas, y en la técnica morfológica a la que se recurre para interpretar el fenómeno de la información. Una tesis interesante del capítulo consiste en que el desarrollo conceptual de la información posibilita integrar los estudios de la conciencia y la memoria a la Ciencia de la Información, con lo cual el estudio de la conciencia puede orientar la estructuración de la información con base en el estudio del contexto de grupos sociales específicos. Al mismo tiempo, se establece la relación entre propiciar condiciones para la intencionalidad de la conciencia y proveer los medios para que el sujeto explore sus estados intencionales, su experiencia, las situaciones que conducen a la identificación de determinados patrones y las condiciones de satisfacción. De esta reflexión se desprende que es necesario armonizar al sujeto y sus repositorios con la finalidad de producir información con significados acordes a su estado intencional; crear condiciones para los estados intencionales en los cuales las percepciones y sentidos de información puedan ser recordados como memorias, y que el sujeto pueda acceder y reutilizarla para abordar nuevas experiencias.

En el capítulo “La intencionalidad como elemento transversal de la triada información, mediaciones y cultura”, se propone para la Ciencia de la Información un marco teórico de referencia formado por la triada información, mediaciones y cultura. Este marco se deriva del tercer modelo o tercer paradigma de la Ciencia de la Información, en el cual se busca, por un lado, superar los modelos fisicalista y cognitivista, al mismo tiempo que se tiene una orientación más intersubjetiva de los fenómenos informacionales; y por otro lado, elaborar una construcción teórica que permita percibir y comprender los vínculos de la Ciencia de la Información con otras disciplinas científicas en general y con la Archivología, la Biblioteconomía y la Museología de manera particular y privilegiada.

Para ello, se indagan las relaciones y conexiones del concepto de información con los conceptos de cultura y mediaciones sin perder de vista que la idea de intencionalidad atraviesa esos elementos. Asimismo, se considera que esta triada conceptual posibilita una reconstrucción del concepto de información a partir del surgimiento de los fenómenos informativos, los cuales están entrelazados con el acto humano de construir e insertarse en la realidad social, así como con las distintas formas en las que ocurren esas actuaciones e inserciones. Las ideas de Berger y Luckmann, autores que poseen un enfoque fenomenológico y esencialmente sociológico, sirven como soporte teórico para tal comprensión, por lo que encontramos una convergencia entre la intencionalidad y lo social.

En el capítulo “Acción intencional de los procesos de mediación del conocimiento. Perspectiva para la fundamentación epistemológica de las Ciencias de la Información”, se expone y justifica la idea de que la acción intencional en las Ciencias de la Información en sus ámbitos empírico-institucionales como las bibliotecas, los archivos, los centros de información y de documentación, así como museos, tiene que ver con los procesos de mediación del conocimiento que sruge entre quienes producen mensajes y contenidos intelectivos y quienes los necesitan para expandir su conocimiento y participar en la construcción del tejido social. Se proponen tres ámbitos de acción también intencional que esperan ser abordados a partir de la intencionalidad: la organización de la información y el conocimiento para generar meta-información, la estructuración de arquitecturas de información, y la formación para el acceso, la evaluación y el uso crítico de la información. La intencionalidad de estos tres ámbitos se enfoca en el logro de la maximización de los procesos de apropiación crítica de la información y la consecuente construcción de conocimiento. Finalmente, se resalta que los resultados señalan que si se considera la intencionalidad de la mediación, se puede profundizar en la relación entre los contenidos intencionales que orientan tales procesos de mediación, por lo que simultáneamente sirve para la fundamentación epistemológica de las Ciencias de la Información.

El siguiente apartado, “Sobre la gramática de la intencionalidad en los estudios informacionales: Estados maquínicos como objeto de la intención simbólica”, a través de una epistemología histórica y del debate entre la filosofía del lenguaje y la filosofía de la cultura, establece que la construcción epistémica del científico de la información no sólo se enmarca, sino incluso se encasilla dentro de la concepción neoliberal de la intencionalidad. Se realiza una crítica, desde un enfoque sociohistórico a la tesis de que el mentalismo (declarado “cerrado”) y las condiciones de “estados anómalos” son los motores de la realidad. La aceptación a priori de la intencionalidad dentro de la sociedad actual (llamada “de la información” pero que en esencia sigue siendo capitalista) conduce a la comprensión de lo político como un tipo de relación entre “máquina”+“información” dentro de la “polis” (de ahí el término maquínico en el título del capítulo). Como resultado del análisis crítico de propuestas epistémicas que se pueden rastrear en las ideas de Peignot, Otlet, la generación de Melvil Dewey, Budd y Nicolai Rubakin, el foco de atención se traslada del estudio de las relaciones entre lenguaje, pensamiento y realidad, como manifestaciones afectadas por la intencionalidad, a una postura político-cultural. Uno de los resultados que resaltan en este capítulo es que el análisis del concepto de intencionalidad demuestra cómo una “macro-intención” política “desvió” a la Ciencia de la Información de una lucha técnico-social a una técnico-económica y se concluye, principalmente con base en los ideales democratizadores de Rubakin, quien construye una ciencia que investiga la psicología de las masas a partir de la observación de los modos cómo los hombres y los artefactos bibliográficos se relacionan, que la intencionalidad debe pasar a ser el fundamento de una preocupación social en los estudios informacionales, lo que contribuirá a la fundamentación de la Ciencia de la Información.

El capítulo “A concepção wittgensteiniana de intencionalidade e seus reflexos nos estudos da Informação” (“La concepción wittgensteiniana de la intencionalidad y sus reflejos en los estudios de la información”) parte del problema de cómo explicar el hecho de que comunidades enteras puedan ponerse de acuerdo en la indexación social de contenidos en la red, lo que implica nombrarlos, describirlos y representarlos colectivamente. La respuesta inmediata es que ese acuerdo se logra gracias al encuentro de intencionalidades. No sólo la indexación social, sino todas las acciones que componen el mundo informativo documental (identificar, seleccionar, representar, mediar, describir, indexar, analizar, recuperar, usar la información) están imbuidas de intencionalidad: son acciones producidas a partir de, y productoras de intencionalidades. De ahí la centralidad de ese concepto, pero para que funcione adecuadamente y pueda dar razón de por qué se produce el encuentro de intencionalidades, es necesario concebir la intencionalidad no simplemente como un estado de la conciencia dirigida a algo que presupone que en los fenómenos mentales ya hay una existencia interna de algo, sino que se debe recurrir a otro tipo de intencionalidad de naturaleza externa. En este punto se utiliza la filosofía del lenguaje de Wittgenstein, principalmente en su periodo intermedio y tardío, que respeta las condiciones, los contextos y las relaciones sociales como puntos de partida previos para la construcción de significados. Compartir reglas y formas de vida entre sujetos es lo que determina el modo en que nos comunicamos, nominamos y representamos. La intencionalidad mentalista, que reconoce únicamente los contenidos de conciencia, se encuentra bajo el embrujo de la metafísica y el uso de gramáticas inconsistentes. Es por ello que el análisis de la intencionalidad pasa por el lenguaje, por la necesidad de comprender las formas de vida, los procesos, las reglas establecidas social y dinámicamente que posibilitan y orientan la construcción de las gramáticas que regulan el uso y la significación del lenguaje en juegos de lenguaje y se utilizan para elaborar un pensamiento y expresarlo.

Finalmente, como corolario de la discusión y de las conclusiones obtenidas a lo largo de la obra, se ofrece el capítulo “La intencionalidad: elemento que le proporciona el carácter social y humano a la Ciencia de la Información Documental”. Se reafirma la idea de que en el campo informativo-documental la intencionalidad acompaña a la mediación de la información, y que ésta no es una mediación mecánica, irreflexiva ni autómata que conecte objetos con otros objetos u objetos con sujetos, sino que es una mediación “humana”; es decir, una relación entre sujetos, con lo que aparecen deseos, valores, finalidades, expectativas e intenciones condicionadas por situaciones sociales, culturales, históricas e incluso biográficas. Por consecuencia, la intencionalidad a la que hacemos referencia no coincide con la intencionalidad de la fenomenología clásica (Brentano, Husserl), en donde la conciencia tiende a un objeto predeterminado,2 noción de la que hace uso el enfoque cognitivista en la Ciencia de la Información Documental, por lo que se habla de “estados de conciencia” y “estados anómalos de conocimiento”, pues la información es un objeto de consumo. Nosotros más bien concebimos la intencionalidad desde un punto de vista pragmático, no en el sentido utilitarista, sino en el de que el sujeto situado en su mundo de vida, va construyendo (no creando) no sólo sus intenciones, sino incluso los objetos de sus intenciones dentro de juegos de lenguaje y comunicación, horizontes culturales y contextos específicos. La información deja de ser un objeto terminado al que se tiende y pasa a ser un ente dinámico ligado a la acción humana. La gran conclusión a la que se llega es, como lo indica el título de ese capítulo, que la intencionalidad, entendida de esa forma, le imprime la naturaleza social y humana a la Ciencia de la Información Documental.

Aprovechando el tema sobre el que versa la presente obra, podemos afirmar que su intencionalidad es contribuir a la comprensión y fundamentación, o fundamentación y comprensión de la Ciencia de la Información Documental, no sólo se pretende justificar su carácter científico en general, que a nuestro juicio ya hemos emprendido y del cual tenemos avances significativos, sino también argumentar su especificidad humanística y social. Esperamos que el libro que ponemos a consideración cumpla con las famosas leyes de Ranganathan: que encuentre a sus lectores y los lectores lo encuentren, siempre en una dinámica de convergencia de intencionalidades que a su vez, como resultado de reflexiones, diálogos internos, relaciones con otros contextos informativos, cognitivos, culturales, y personales produzcan y ofrezcan nuevas ideas e informaciones que del mismo modo tienen que ser reproducidas y reinterpretadas. Tal vez en esos procesos se produzca una chispa que alumbre la infinitud de lo que no conocemos.

Miguel Ángel Rendón Rojas

NOTAS

1 Véase Rendón Rojas (coord.). La mediación en el campo informativo documental. México: iibi-unam, 2017.[regresar]

2 O la voluntad tiende a un valor (en el concepto de Scheller).[regresar]

La intencionalidad en la
actividad documentaria1

Cristina Dotta Ortega

Universidade Federal de Minas Gerais, Brasil

Introducción

La actividad documentaria2 consiste en un conjunto articulado de actividades realizadas sobre documentos que están destinados para un público. Estas actividades se llevan a cabo dentro de la perspectiva de acciones de mediación de información, las cuales contemplan la selección de documentos, la producción de registros, la ordenación, la preservación, los servicios de difusión y las exposiciones.

La actividad parte de la identificación de las necesidades de información de un cierto grupo de personas, pasa por la selección de los documentos que contemplan esa información y su representación en sistemas, y llega hasta la elaboración de servicios y otras acciones de sensibilización para un uso calificado de información. No siempre es una sola persona o equipo la que realiza todas esas etapas de construcción de sistemas y oferta de servicios, pero la actividad siempre implica un enfoque sistémico sobre los contenidos producidos, con los cuales algunas necesidades de información pueden ser satisfechas. A su vez, esas necesidades están relacionadas con contenidos potencialmente interesantes para ciertas personas, aunque en un inicio ellas no tengan conocimiento de ello.

La actividad documentaria tiene su origen en la Documentación, creada por Paul Otlet a finales del siglo xix. El desarrollo de esa disciplina condujo a una Lingüística aplicada a la documentación o Lingüística documentaria, como prefieren decir algunos autores. Teniendo en consideración la característica lingüístico-comunicacional de la actividad documentaria, ha sido productivo emplear los estudios del lenguaje para el desarrollo de teorías consistentes y metodologías rigurosas.

La actividad documentaria, como un elemento clave en la caracterización de la Ciencia de la Información, es parte del camino hacia la especificidad de ese campo de conocimiento, por lo que se configura como un objeto de estudio del campo, en forma de un conjunto de acciones de mediación realizado sobre documentos cuyo objetivo es la apropiación de la información por un público específico. La actividad documentaria fortalece la autonomía y la identidad disciplinar que permiten el desarrollo y el reconocimiento social y académico del campo. Esta afirmación exige una mayor profundización sobre la actividad documentaria.

Actualmente existen dos corrientes que contribuyen a mantener el enfoque mecanicista en la Ciencia de la Información (denominación adoptada en Brasil para la ciencia que estudia el campo de conocimiento sobre el que trata este trabajo), a saber: la orientación tradicional empírico-normativa de la organización de la información y la orientación social, que por lo general se toma como un enfoque necesario en los estudios de usuarios, de flujos de información y de otros temas, pero sin articularla con otros temas del campo. La primera corriente, temporalmente más antigua, se desarrolló con base en la creencia de la neutralidad y objetividad de los procesos; posteriormente se señaló la primacía de la subjetividad que intrínsecamente la acompaña, lo que no permite establecer políticas. La segunda corriente, por su parte, al contraponer los aspectos técnicos con los aspectos sociales, no considera la fundamentación teórica y metodológica de la actividad documentaria y su viabilidad pragmática.

Estos pensamientos son predominantes a pesar de los significativos avances epistemológicos y aplicados del campo. Pueden ser identificados cuando se observa la importancia que se le atribuye a la normatividad, el empirismo y el sentido común en la organización de la información, los cuales provocan la distorsión de su concepción, funcionamiento y resultados. Se tiene la idea de que la práctica repetida funciona por sí misma como un modo de conocimiento, sin preocuparse por hacer explícitos los modelos que puedan servir de referencia para la ejecución de los procedimientos.

Específicamente desde el punto de vista de la Bibliotecología,
el énfasis en la normatividad es construido principalmente según el
modelo de procesamiento técnico preconizado por la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, desarrollado a partir de principios del siglo xx por medio de algunos instrumentos que, al ser continuamente actualizados por la institución y ampliamente diseminados por el mundo, fueron elegidos para la enseñanza a nivel de licenciatura (en general, como entrenamiento y desde la ahistoricidad) y aprehendidos como un modelo universal y único de la práctica profesional. Sin embargo, tanto en la corriente de orientación tradicional como en la de orientación social, no se contemplan de manera efectiva los aspectos lingüístico-comunicacionales de la actividad documentaria. En este trabajo, se tiene como objetivo explorar el carácter intencional de la actividad documentaria como un proceso lingüístico-comunicacional que interviene en la apropiación de la información.

En la primera parte, se consultan autores de Filosofía (Ferrater Mora 2005) y de Lingüística (Benveniste 2005, Dubois et al. 1998 y Ducrot y Tudorov 2001), que fijan los conceptos de intención e intención lingüística, y de la lengua como un sistema y un elemento intrínsecamente humano, social y cultural. En la segunda parte, se examina la actividad documentaria como proceso lingüístico-comunicacional a partir del Dicionário de Linguística da Enunciação de Flores et al. (2009) y de autores que tratan de la perspectiva lingüística de la actividad documentaria y del papel que la instancia normativa ejerce en esta actividad, como García Gutiérrez (1984, 1990), Félix Sagredo e Izquierdo Arroyo (1983), Tálamo (1997), Lara (2007, 2008 y 2011) y Béguin-Verbrugge (2002).

En la tercera y última parte, se trata la intencionalidad de la actividad documentaria para la apropiación de la información al problematizar el papel de la recepción y el término “usuario”. En esta parte, se observa que existe una asimetría entre el polo de la emisión y el de la recepción al mismo tiempo que hay una influencia del primero sobre el segundo (Meadow 1992, Meneses 1994 y 2002, Marteleto 2007, Lara 2006, 2007 y 2009), pero esas relaciones están desvanecidas, como lo señalan Favier y Martin-Juchat (2002), Kobashi y Tálamo (2003) y Davallon (2007), por la polaridad entre la orientación empírico-normativa y la orientación social.

La intención y la intención lingüística

La intención es una característica del pensamiento y las acciones humanas. En el Diccionario de Filosofía de Ferrater Mora (2005, 1540-1545), se habla de la intención como aquello que expresa la acción o el efecto de tender a algo en el sentido de que un sujeto tiende a un objeto al cual se aspira. En sentido lógico se considera que ningún conocimiento es posible si no hay intención, de tal modo que ésta puede ser definida como el acto del entendimiento dirigido al conocimiento de un objeto.

Así pues, la intención es al mismo tiempo un acto y un concepto del intelecto. Para Husserl, la intencionalidad puede ser entendida como la propiedad de las vivencias de “seres conscientes de algo”, aunque existan vivencias puramente “sensibles” y por eso “ciegas”. Según Brentano, los actos psíquicos poseen, a diferencia de los fenómenos físicos, una intencionalidad; esto es, se refieren a un objeto. Sin embargo, si las acciones humanas son intencionales, no significa que sólo hay intención cuando hay acción, pues también hay intenciones no realizadas.

En el Diccionario de Filosofía, la intencionalidad en el lenguaje es mencionada por Hampshire al afirmar que una de las características de la noción de intención es que “en cualquier uso del lenguaje con vistas a la comunicación oral o escrita, hay una intención tras las palabras efectivamente usadas; es decir, lo que pretendo decir, o que se me entienda qué digo por medio de las palabras empleadas” (Ferrater Mora 2005, 1543).

Para algunos autores del Diccionario, la idea expresada por el término “intención lingüística” (Ferrater Mora 2005, 1545-1546) consiste en que el significado de las palabras y las frases, especialmente las últimas, reside en la intención del hablante que las profiere. Se afirma que la intención lingüística, como sede del significado, trajo a escena el aspecto pragmático del lenguaje, frente al énfasis de los aspectos sintácticos, que contribuyen al olvido de la importancia de las nociones de comunicación y la tentativa de comunicación. De este modo, se recalca que lo más probable es que todas las dimensiones —sintáctica, semántica de varias formas, pragmática y comunicativa— sean fundamentales en el estudio del lenguaje y específicamente de los significados de las palabras y de las frases.

Asimismo, podemos hablar de la motivación como un concepto adoptado en la Lingüística según dos enfoques. El primero concibe la motivación como el “conjunto de factores conscientes o semiconscientes que llevan a un individuo o un grupo de individuos a tener un comportamiento determinado en el dominio lingüístico” (Dubois et al. 1998, 422). Este enfoque es ejemplificado por la situación en la que un hablante evita sistemáticamente una palabra para reaccionar contra lo que él considera una moda. El segundo enfoque se refiere a la “relación de necesidad que un hablante establece entre una palabra y su significado (contenido) o entre una palabra y otro signo, siendo el signo la relación entre el significado y el significante (la parte material gráfica o sonora)” (Dubois et al. 1998, 422).

Ducrot y Tudorov (2001, 133) explican que aunque Saussure distinguió rigorosamente el referente del signo (conjunto de cosas a las que el signo se refiere) y su significado (el concepto evocado en el espíritu por su significante), también posteriormente fueron puestas en cuestión relaciones entre el significante y el significado, lo que implicó considerar las relaciones dentro del signo. Esos autores observan que la mayoría de los lingüistas sustentan que el significado en una determinada lengua no puede ser pensado de manera independiente de su significante. Los significados son constituidos al mismo tiempo que la lengua y son contemporáneos de la atribución que un determinado significante les otorga. Según ese razonamiento, la relación significante-significado en la lengua es necesaria, pero eso no permite hablar de motivación. El propio Saussure explica que “necesario es aquello que el signo lingüístico impone a los individuos, no siendo posible a ellos pretender que un significante evoque otro significado que no sea aquel ya establecido por su grupo lingüístico” (Dubois et al. 1998, 429).

La relación establecida dentro de un signo no se basa en una semejanza entre el significante y el significado, pues ocurre en el contexto de los procesos típicos de una cultura determinada, en la cual cada objeto es continuamente construido. Contraponiéndose a Saussure, Lopes (2004, 46 y 84) considera que inclusive las onomatopeyas son producidas según la configuración particular de cada lengua. De acuerdo con el autor, la representación es siempre cultural, convencional. De hecho, las onomatopeyas, así como las palabras y sus significados, no son las mismas en una lengua que otra. Es necesario considerar que las palabras no explican las cosas, pues no hay una relación directa entre unas y otras. Un signo
no imita a su objeto; si así fuese, sería explicable por sí mismo y prescindiría de otras unidades lingüísticas para su comprensión (Ducrot y Todorov 2001, 132).

Si el lenguaje es la facultad humana de simbolización que funciona como un medio de comunicación articulado, las lenguas son construcciones locales, posibilitadas por esta facultad y verificables en el contexto de cada cultura. Así, hay leyes generales de funcionamiento del lenguaje, al mismo tiempo en que hay, con base en ellas, normas propias del funcionamiento de cada lengua. Después de la consolidación, a inicios del siglo xx, de los estudios del lenguaje y de las lenguas (la Lingüística), el habla pasó a ser también estudiada, y se constituyó como el “acto en el cual el individuo se coloca y se afirma” (Dubois et al. 1998, 394). Se consideró entonces con mayor efectividad el carácter social de la lengua, confirmado por el desarrollo de la teoría de la enunciación, que recolocó al individuo en su discurso y lo estudió en función de su productor. Esa agregación fortaleció un modelo más dinámico del lenguaje en el cual el habla, con su valor de acto social, es un punto de encuentro y tensión entre el individuo y la sociedad. Se puede decir que la lingüística tiene como finalidad elaborar modelos de producción, comunicación y comprensión de los discursos.

Así, a pesar de la crítica al enfoque sincrónico y formal de la lengua propuesta inicialmente por Saussure, Benveniste (2005, 19-33) desarrolla sus ideas desde la fundamentación de la lengua como estructura hasta su comprensión como un elemento intrínsecamente humano, social y cultural. Benveniste afirma optar por los principios más generales por ser siempre más interesantes que las escuelas, sus conflictos y sus numerosas divergencias. Introdujo la fundamentación lingüística promovida por Saussure al inicio del siglo xx por medio de la pregunta que se colocaba sobre la realidad de la lengua como algo que aunque cambie, permanece siendo lo misma; es decir, la lengua sería aquello que nunca cambia y que necesitaría ser objetivado para su comprensión. Así, Benveniste entiende que los estudios de Saussure fueron desarrollados en busca de saber en qué consiste y cómo funciona una lengua.

Algunos términos fueron fundamentales para esa formalización científica sobre la lengua como producto de una capacidad humana hasta su consideración social y cultural. Benveniste (2005, 19-33) desarrolla esas ideas que a continuación trataremos de presentar.

Para él, la idea de sistema permite entender la lengua como un arreglo sistémico de partes. La lengua forma un sistema compuesto por elementos formales articulados en combinaciones variables que siguen ciertos principios de estructura que son la estructura del sistema lingüístico. De esta manera, “sistema” y “estructura” son términos que se explican uno a través del otro y ayudan a la comprensión del concepto de lengua. Cada una de las unidades de un sistema se define por el conjunto de relaciones que mantiene con otras unidades y por las oposiciones en las que participa. Las entidades lingüísticas tienen significado únicamente en el interior del sistema que las organiza y las domina, y lo hacen unas en razón de otras. Además de eso, esas partes constitutivas son unidades que se encuentran en un determinado nivel, de modo que cada unidad
de un nivel definido se torna subunidad del nivel superior, por lo que la noción de jerarquía es inherente a la de estructura.

De este modo, para Benveniste, desde el punto de vista de la idea de estructura, la lengua puede ser definida como constituida por unidades y las relaciones establecidas entre ellas. La lengua es un sistema que no significa en sí y por vocación natural, sino significa en función del conjunto. Las nociones de sistema, de distinción y de oposición se relacionan con las nociones de dependencia y de solidaridad. Existe cierta solidaridad entre los miembros de una oposición, de modo que si uno de los opuestos se alcanza, el status del otro se resiente y, en consecuencia, se afecta el equilibrio del sistema, lo que conlleva a buscar el reequilibro y se crea una nueva oposición sobre otro punto.

Benveniste habla de la estructura como una unidad globalizadora que envuelve las partes, las cuales se presentan como una composición formal que sigue principios constantes. Una forma lingüística constituye una estructura definida. En este sentido, lo que le otorga a la forma el carácter de una estructura es el hecho de que las partes constituyentes cumplen una función. La estructura confiere a las partes su función de significación, lo que permite la comunicación indefinida. Podemos decir que los términos “forma” y “función” se relacionan en el sentido de que cada forma lingüística, entendida como una estructura particular, imprime una función específica. Esos términos, entre otros, permitirán la constitución de una teoría de la lengua como sistema de signos y organización de unidades jerarquizadas.

Desde una perspectiva contextual, Benveniste sostiene que el lenguaje reproduce el mundo y lo somete a su propia organización. Afirma que no existe pensamiento sin lenguaje, de tal modo que el conocimiento del mundo es determinado por la expresión que él recibe. El lenguaje es un sistema simbólico especial, cuya estructura inmaterial se caracteriza por la comunicación de significados al sustituir los acontecimientos o las experiencias por su “evocación”. El autor nos hace inferir que debido a lo anterior, el símbolo lingüístico es mediador.

Benveniste desarrolla el papel de la lengua y afirma que la “sociedad no es posible a no ser por la lengua”, y que es en la lengua y por la lengua “que individuo y sociedad se determinan mutuamente” (2005, 27). Todas las formas de actividad humana son dirigidas por un universo de símbolos integrados en una estructura específica que el lenguaje manifiesta y transmite. De este modo, para este autor, en contraparte de las funciones biológicas, todo lo que da forma, sentido y contenido a la vida y a la actividad humana es denominado cultura. La cultura es inherente a la sociedad de los hombres independientemente de su nivel de civilización. Es un fe-
nómeno humano enteramente simbólico que se define como un
conjunto muy complejo de representaciones, organizadas por un có-
digo de relaciones y de valores. Según este autor, “por la lengua, el hombre asimila la cultura, la perpetúa o la transforma” (2005, 32).

Considerar a la lengua desde un modo sistémico y sincrónico, así como su caracterización humana, social y cultural, permite pensar y operar la actividad documentaria en su intencionalidad lingüístico-comunicacional, cuestión que explicaremos a continuación.

La actividad documentaria como proceso lingüístico-comunicacional

Con base en las ideas de Fátima Tálamo (1997, 2-3), podemos decir que, hasta el inicio del siglo xx, los servicios y productos desarrollados por las bibliotecas, así como las bibliografías, contribuían a hacer posible el acceso al contenido de los documentos al someterlos a determinadas operaciones, lo que a su vez ponía de manifiesto

la importancia de las intermediaciones necesarias para la circulación del conocimiento registrado.