Para mi familia:

humana, felina

y —por supuesto— canina

Para las pequeñas criaturas como nosotros,

la inmensidad es soportable sólo a través del amor.

—CARL SAGAN

Errar es humano; perdonar, canino.

—AUTOR DESCONOCIDO

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Glosario canino

baile de cama: “danza” en círculos que realizan los perros antes de acostarse a dormir, tal vez debido a un comportamiento de anidación primitivo.

bandera de baba: protuberancia visible de la lengua que se exhibe con frecuencia cuando el perro viaja como copiloto en un vehículo o ante la expectativa de probar alimento.

bola de mí: excremento seco que se les lanza a los espectadores (informal, origen: gorila).

coleteo total: la posición más feliz de la cola, en un movimiento circular relajado, que algunas veces incluye contoneos de cadera.

copiloto: perro que viaja en vehículo, a menudo con la cabeza asomada por una ventana abierta (véase también: bandera de baba).

cuerda de tira y afloja: una pieza larga (aunque nunca lo suficiente) de tela o cuero utilizada para indicar el camino a los humanos durante un paseo.

fuuummarola: explosión repentina de energía que por lo general involucra caóticas carreras a través de la casa (informal; véase también: PAAF)

inclinación de cabeza: mirada socarrona empleada para encantar a los humanos incautos.

OVNI: (1) Objeto o Vianda No Identificado, a menudo encontrado debajo de la mesa de la cocina o los cojines del sofá; (2) Objeto de la Vivienda No Identificado, con suerte comestible; (3) Objeto Volador No Identificado, idealmente un palo, un disco o una pelota de tenis cubierta de baba.

PAAF: Periodos Aleatorios de Actividad Frenética (sinónimo: fuuummarola).

pataleta frenética: sueño (a menudo centrado en una ardilla) que resulta en un súbito e incontrolable movimiento de pata.

pelos en alerta: el pelo en el cuello y el lomo de un perro se eriza como una reacción involuntaria a menudo generada por miedo o alguna agresión.

perro loco: exuberante ritual de saludo.

reverencia del juego: posición del cuerpo con los codos apoyados en el piso y el trasero hacia arriba, lo que indica una invitación a pasar un rato divertido.

rima-con-adversario: veterinario, un humano, casi siempre amable, armado con termómetros y agujas.

rotación de cola: (1) persecución que involucra el apéndice flexible unido a la parte trasera de la mayoría de los caninos; (2) (informal) un esfuerzo vergonzoso o quijotesco.

SUÉLTALO: la peor orden del mundo, sobre todo cuando se aplica a la comida.

tazón de agua turbulenta: (1) plato gigante de cerámica; (2) incómoda silla humana que por lo general se encuentra en los baños.

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Portada

Página de título

Confesión

Mira, nadie me ha acusado jamás de ser un buen perro.

Ladro al espacio vacío. Como arena para gatos. Me revuelco en la basura para realzar mi olor.

Acoso a ardillas inocentes. Acaparo el sofá. Me lamo, aunque tenga compañía.

No soy un santo, ¿están de acuerdo?

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Y ya que estamos en esto…

Tal vez me haya comido una pizza de pepperoni con anchoas cuando nadie estaba mirando.

Además, tal vez me haya comido un pastel de cumpleaños de vainilla y coco cuando nadie estaba mirando.

Además, tal vez me haya comido un pavo del Día de Acción de Gracias (excepto por el relleno: demasiado romero) cuando nadie estaba mirando.

Nadie mirando. Ésa parece ser la causa común.

Como dicen en los programas policiacos: motivo y oportunidad.

Robert

Me llamo Bob.

Soy un perro mestizo de ascendencia incierta. Definitivamente un poco de Chihuahua, con una pizca de papillón por parte de padre.

Quizás estés pensando que sólo soy un debilucho perro faldero, de esos que ves asomarse desde el bolso de una anciana como si fueran un llavero peludo. Pero el tamaño no lo es todo.

Es el contoneo. La actitud. Debes saber hacer los movimientos.

Tal vez debería haber sido llamado Gorila o Bam-Bam o Bandido, pero Bob es lo que tengo y Bob me es suficiente.

Julia me dio ese nombre. Hace mucho tiempo. Ella es mi chica. Me llama “Robert” cuando la hago perder la calma.

Eso sucede con bastante frecuencia, para ser honesto.

Número uno

Hay un viejo dicho sobre nosotros, los perros, que dice: No es casualidad que El mejor amigo del hombre no pueda hablar.

Déjame decirte algo. Si pudiéramos hablar, la gente sería reprendida continuamente.

¿Alguna vez escuchaste que el hombre era el mejor amigo del perro?

¿Sipi?

No lo creo.

Como siempre lo he imaginado, al final del día, tú debes ser tu mejor amigo. Sé tu número uno.

Lo aprendí de la manera difícil.

Eso no quiere decir que no tenga un mejor amigo. Lo tengo.

Un gorila, de nombre Iván. El grandote y yo nos conocemos desde hace mucho, muuucho tiempo.

Gorila y perro. Sí, lo sé. No es algo que se vea todos los días. Larga historia.

Me encanta ese enorme mono viejo. Lo mismo que nuestra pequeña amiga elefanta, Ruby.

Son los mejores.

Cómo nos conocimos

La primera vez que me encontré con Iván yo era un cachorro sin hogar. Desesperado, muerto de hambre, completamente solo.

Era de noche y me había colado en el centro comercial donde vivía Iván en una jaula. Caminé un poco sin rumbo fijo, agradecido por la repentina calidez y confundido por la extraña variedad de animales que allí dormían. Revisé cada cesto de basura en busca de algo que pudiera comer.

Había un pequeño agujero en una esquina del cerco de Iván. Él estaba profundamente dormido, acurrucado con un animal de peluche desgastado que parecía un gorila cansado.

Estaba roncando y, caramba, ese tipo roncaba como todo un profesional. En su palma abierta había un trozo de plátano, el cual —todavía siento escalofríos cuando pienso en ello— comí de inmediato, directo de su mano.

El gorila podría haber juntado los dedos y yo habría estallado como un globo de líquido perruno. Pero él siguió durmiendo.

Y luego —espera, siento más escalofríos, porque o estoy desquiciado o soy el perro más valiente del planeta, tal vez un poco de ambos— salté justo sobre su gran barriga peluda y redonda.

Así es. Escalé el Monte Iván.

De locos, lo sé. No tengo idea de lo que estaba pensando. Tal vez estaba tan agotado que perdí un poco la razón. Tal vez fue que tremenda barriga se veía tan cálida y acogedora que supuse valía la pena correr el riesgo.

Hice mi baile de cama. Los perros no nos sentimos bien hasta que hacemos uno de esos bailes rápidos antes de echarnos a dormir.

Una vez que todo estaba en orden, me acosté, formé un pequeño bulto de cachorro y remonté las olas sobre esa barriga como un diminuto y endeble bote en un inmenso océano marrón.

Cuando Iván abrió los ojos, a la mañana siguiente, no pareció sorprenderse de encontrar a un cachorro roncando sobre su vientre. Se rehusó a moverse hasta que yo desperté.

Creo que estaba tan contento como yo de haber encontrado un nuevo amigo.

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La increíble historia del mejor
amigo del hombre

Antes de que pasara mucho tiempo, Iván y yo nos convertimos en los mejores compañeros.

Somos una pareja poco probable, por supuesto. Iván es callado y sereno, un filósofo, un artista. Desearía poder ser más así. Nunca nadie me ha acusado de ser sensato.

¿De ser temperamental? Por supuesto.

Y no puedo hablar bonito, como Iván. Soy un perro callejero, después de todo. Y me siento orgulloso de serlo.

Aun así, nos conectamos de una manera que nunca he conseguido con los humanos.

¿“El mejor amigo del hombre”? De ninguna manera. ¿“El mejor amigo del gorila”? Puedes apostarlo.

Me parece que la primera vez que escuché esa frase —“El mejor amigo del hombre”— fue mientras veía televisión con Iván.

En algún momento, Iván tuvo un pequeño televisor, y veíamos un montón de cosas juntos. Películas viejas o de vaqueros, caricaturas, lo que se te ocurra. El pobre grandulón se encontraba atrapado en una jaula diminuta y no tenía mucho más que hacer más allá de lanzar sus “bolas de mí” a los boquiabiertos humanos.

Como sea, Iván y yo éramos grandes admiradores de la televisión. Anuncios de comida para gatos. Programas de boliche profesional. Bailando con las estrellas. ¿Qué más se podría pedir?

Una vez vimos un programa especial en el canal de la naturaleza. Se llamaba La increíble historia del mejor amigo del hombre. Todo el programa era sobre perros famosos. Había perros de rescate y perros de terapia y perros de guerra y perros bomberos y perros actores y estos perros y aquellos perros. Y aquí entre nos, la mayoría eran simplemente canes triunfadores.

Luego llegaron a este perro llamado Hach-no-sé-qué. ¿Hach-chico, tal vez? Parece que su dueño murió (sólo para el registro, me opongo a la palabra “dueño”, pero dejemos ese detalle de lado por ahora), y Hach-no-sé-qué se sentó durante más de nueve años en el mismo lugar, en la misma estación de tren, día tras día, esperando a que éste regresara.

La cosa es que el narrador hablaba sin parar sobre este perro, y todo lo que decía eran verdaderas exageraciones: ¡Qué leal! ¡Qué amoroso! ¡Saca los pañuelos! ¡Bla, bla, bla, y más bla, bla, bla! ¡El mejor amigo del hombre!

Y a Hach-no-sé-qué le hicieron su propia estatua. No es broma.

Al perro que se sentó alrededor de nueve años a esperar a un hombre muerto.

En mi opinión

Ese perro era un bobo.

Un zopenco.

Un tonto.

Soy tuyo

Déjame hablarte sobre ser El mejor amigo del hombre.

Ser El mejor amigo del hombre significa un montón de cosas. Compañerismo. Caricias en la barriga. Pelotas de tenis.

Pero también puede significar una autopista oscura e interminable, y una ventana abierta de una camioneta.

Puede significar el olor del viento húmedo cuando unas manos toman la caja en la que te encuentras con tus hermanos y hermanas, y sales volando hacia la cruel noche y aun así, aun así y por más loco que suene, tú estás pensando: Pero soy tuyo, soy tuyo, soy tuyo.

Nadie

Eso es lo que puede darte ser El mejor amigo del hombre.

Una carretera oscura.

Una caja vacía.

Y nadie en el mundo, salvo tú.

Primeros días

No recuerdo mucho de mis primeros días como cachorro. Eso fue hace tres años, pero a veces se siente como si hubiera sido hace trescientos. Sobre todo, recuerdo haber peleado con mis hermanos por el mejor lugar para comer. Muchos retorcimientos y quejidos. Un tumulto suave con olor a leche. Como si fuéramos un solo animal, grandioso y enorme.

Nunca conocí a papá, y mamá no dijo mucho sobre él, excepto que era un problema. Mamá tenía un hermoso abrigo beige. Chihuahua, algo de esto, algo de aquello. Bonita línea de sangre…

Los mestizos gobiernan.

Mamá nos cantaba. Nos narraba historias. Establecía las reglas.

Me pregunto si sabía que no tendría mucho tiempo para prepararnos para el mundo.

Nacimos en un lugar oscuro. Tal vez bajo las escaleras de un porche, sospecho, porque recuerdo el sonido de botas subiendo y bajando, el horrible y penetrante hedor de los pies humanos.

Ellos llamaban Reo a mamá. Y la alimentaban casi a diario, aunque algunas veces ella debía buscar sola su comida.

Nunca mostró miedo ante los hombres, o respeto. Indiferencia, supongo que dirías tú. A menos que ellos intentaran arrebatarle a alguno de nosotros. Entonces, gruñía, esperando dejar claro que nosotros le pertenecíamos a ella y sólo a ella.

Yo fui levantado un par de veces. Las manos humanas me alcanzaron, me sujetaron con fuerza. Eran rudas y despedían un extraño aroma amargo y carnoso.

El gruñido de mamá me hacía perder el miedo y me retorcía y chillaba. Las manos humanas me empujaban de regreso al lugar cálido, donde podía dormir, beber y soñar a salvo.

Aun así, entendí, a mi simple manera de cachorro, que los perros pertenecemos a los humanos, y que así es como siempre será.

Jefa

Mamá no era muy buena para los nombres. Había tenido muchas camadas. Supongo que ya se había quedado sin ideas.

Mi hermano “Primero” era, naturalmente, el primogénito. “Benjamín”, mi hermano menor, era el último. “Mancha” tenía un pequeño lunar en el lomo, y “Angus” todo el tiempo se estaba quejando. Yo era “Revoltoso”. Ni qué decir. Y eso deja al final a mi hermana mayor. Todos la llamábamos “Jefa”.

Jefa era pequeña pero ruda, con un distintivo ladrido agudo. Superaba a cualquiera de nosotros en conseguir el mejor lugar para cenar.

Yo admiraba su determinación. Incluso si me ponía de nervios.

Cuando nos hicimos un poco mayores, menos ciegos, más engreídos, peleaba con ella de vez en cuando. Pero Jefa ganaba la mayoría de las veces. Era valiente esa cachorra.

Solo

La camioneta llegó una noche, sin advertencia. Nos arrojaron a una caja y dejaron a mamá detrás. Todavía puedo escuchar sus frenéticos aullidos.

Aterricé en una cuneta llena de fango. Era una noche nublada, casi helada. Incluso la luna me había abandonado.

¡Y los olores! Todo era tan salvaje y desconocido. Animales con grandes fauces y un apetito todavía más grande. Pájaros que se lanzaban en picada a matar. La muerte y la vida, una sola y misma cosa.

Busqué a mis hermanos hasta que la verdad se hizo evidente:

Ya estaba completamente solo.

Coches

A la siguiente mañana comencé mi lento viaje, moviéndome a través de la hierba alta y húmeda, con las extremidades rígidas por el frío.

De tanto en tanto bebía de un charco de fango o mordisqueaba un poco de hierba. Al anochecer, estaba mareado por el hambre y la sed.

Seguí la autopista. Cada vez que una criatura de cuatro ruedas rugía cerca, me paralizaba de miedo. Sin embargo, y esto es lo que me tortura, sabía que en los autos iban humanos y que los humanos significaban, a la vez, una esperanza y una condena.

El búho

La oscuridad había caído cuando llegó de la nada, el búho.

Una sombra en la sombra.

Ellos no hacen sonido alguno, como sabes. Ni uno.

Es bastante impresionante, si lo piensas.

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Suerte

Justo en el momento en que sus garras, esas armas impresionantes, rastrillaron mi pelaje, mi pata derecha delantera quedó atrapada en un pequeño agujero y tropecé.

Si las garras del búho se hubieran aferrado a mi cuerpo, ya no estaría aquí. Pero lo único que pudieron sujetar fue mi cola.

Sólo una vez en la vida me he arrepentido de estos hermosos cuartos traseros.

Estaba en el aire, colgando boca abajo, mareado y aturdido. Y lo suficientemente loco para pensar: Hey, estoy volando, antes de que el terror me golpeara con toda su fuerza.

Me llegó el aroma de otros animales debajo. Más tarde descubrí que eran tuzas —roedores—, pero en ese momento sólo supe que estaba olfateando algo completamente extraño.

El búho debió haber decidido que las tuzas serían una comida más satisfactoria. Liberó su agarre y me precipité al suelo.

Más suerte

Tal vez fue porque yo era un cachorro muy gordo, o porque tenía los huesos muy suaves, o por mi increíble buena suerte.

Pero no morí.

Nada me rompí.

Ya había volado dos veces en mi corta vida, y había vivido para contarlo.

Voluntad

Encontré un pequeño hueco en la base de un árbol caído. Metí la nariz y recibí un manotazo y el siseo de un mapache malhumorado.

Seguí adelante. Caminando, gimiendo.

Luces al frente. Nuevos aromas extraños.

Seguí adelante.

Seguí adelante.

Es sorprendente la manera en que la simple voluntad de no morir puede mantenerte en movimiento.

Salida 8

Finalmente llegué a un pequeño camino en una curva de la autopista principal. Resultó ser la salida 8. Un enorme anuncio espectacular mostraba la imagen de un animal aterrador.

Por supuesto, yo no sabía qué era un anuncio espectacular. No sabía que ese animal aterrador era un gorila ni, mucho menos, que se convertiría en mi amigo más querido.

Pero algo me dijo que siguiera la rampa de salida.

Y entonces terminé en el centro comercial Gran Circo, en la salida 8, con galería de videojuegos, hogar de Iván, el único e incomparable.

Historia

Llegué al centro comercial. Dormí en el heno sucio, junto a unos contenedores de basura. A la noche siguiente encontré un agujero en la jaula de Iván. Robé su plátano. Dormí sobre su barriga. Y el resto, como dicen, es historia.

Durante dos años viví en ese viejo y sórdido lugar que era parte centro comercial, parte circo, y horrible todo completo.

Pero eso no fue nada comparado con Iván. Él pasó veintisiete terribles años allí. Y nuestra querida amiga Stella, una vieja elefanta de circo, también estuvo atrapada allí la mayor parte de su vida.

Cuando Stella murió, eso casi le rompió el corazón a Iván. Traté como loco de ayudarle a lidiar con esos días oscuros. Pero la que en realidad lo salvó, creo, fue Ruby, nuestra amiga elefante bebé.

Antes de que Stella muriera, Iván le prometió que sacaría a Ruby de ese horrible lugar. Y para mi sorpresa, en verdad lo cumplió.

Iván y Ruby y un grupo de nuestros otros amigos terminaron en diferentes lugares: zoológicos y santuarios que sabían cómo cuidarlos. Están con otros de su misma especie. Son amados y están bien atendidos. Hace más de un año que nos mudamos y parecen mucho más felices.

Yo tuve suerte. Mi niña, Julia, cuyo padre había trabajado en el centro comercial, decidió que su familia necesitaba un perro. ¿Quién era yo para discutir? Dos comidas al día, mi propia cama, todas las caricias en la barriga por las que podría suplicar. ¿Qué perro en su sano juicio diría que no a eso?

La mejor parte es que no vivimos lejos de Iván y Ruby. Los veo todo el tiempo.

Me alegra que estén cerca. Y estoy encantado de que se hayan adaptado tan bien. En verdad. Es una buena solución.

Pero no perfecta.

Pelota de tenis

Así es la manera en que entiendo las cosas: vivimos en una solitaria pelota llamada Tierra, y los humanos básicamente la han estado arrojando contra la pared durante tanto tiempo que la pobre pelota vieja se está cayendo a pedazos.

Es como yo con una pelota de tenis, la muerdo hasta que no es más que trozos de caucho babeado que saben, bueno, a caucho babeado.

Y eso significa que no quedan tantos lugares para los animales salvajes.

Parece que hay zoológicos buenos y zoológicos malos, santuarios buenos y santuarios malos, al igual que hay familias perrunas buenas y familias perrunas malas. Los lugares buenos están tratando de mantener a las especies silvestres sanas y seguras. No quieren que los animales en peligro de extinción desaparezcan para siempre.

Tampoco quieren que la Tierra se convierta en una babeada y deteriorada pelota de tenis.

Aunque, honestamente, el caucho babeado no sabe mal.

Deberías probarlo alguna vez.

La cuestión aquí es que daría lo que fuera por ver a mi querido amigo Iván viviendo en lo profundo de las selvas de África, donde nació. O a Ruby corriendo por la sabana con una manada de elefantes, con sus grandes orejas agitándose al viento.

Renunciaría a una pila de un kilómetro de alto de hamburguesas con queso y tocino sólo por ver que eso sucediera. En verdad.

Pero eso no va a pasar. Yo lo entiendo, y ellos también.

Cuando eres un animal, es útil ser realista.

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