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Lola Pons Rodríguez

            

Lola Pons Rodríguez es profesora titular de la Universidad de Sevilla en el Área de Lengua Española y también ha ejercido como docente de Dialectología e Historia del Español en las universidades de Tubinga y Oxford. Su investigación se centra en la historia del español y el cambio lingüístico, con especial atención a fenómenos de sintaxis. Editó el libro Virtuosas e claras mugeres (1446) de Álvaro de Luna, es autora de La lengua de ayer. Manual práctico de historia del español, ha coordinado las obras Historia de la lengua y crítica textual y Así se van las lenguas variando y ha editado un relevante conjunto de cartas privadas escritas durante la Guerra de la Independencia. También ha investigado sobre sociolingüística urbana y usos del multilingüismo en los espacios públicos (El paisaje lingüístico de Sevilla). Es la fundadora de Historia15, grupo de investigación con el que ha dirigido diversos proyectos de investigación sobre la lengua medieval. Ha colaborado con Televisión Española («La Aventura del Saber»), Canal Sur Radio y El País.

 

© del texto: Lola Pons Rodríguez, 2017

© de esta edición: Arpa & Alfil Editores, S. L.

Primera edición: octubre de 2017

ISBN: 978-84-17623-47-0

Diseño de colección: Enric Jardí

Imagen de cubierta: Miguel Gallardo

Diseño de cubierta: Anna Juvé

Producción del ebook: booqlab.com

Manila, 65

08034 Barcelona

arpaeditores.com

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio sin permiso del editor.

Lola Pons Rodríguez

Una lengua muy muy larga

Más de cien historias curiosas sobre el español

 

Illustration

ÍNDICE

Introducción muy muy emotiva

Presentación

La historia de la lengua de un tiempo perdido

Sonidos y letras

¡La ph de Raphael es un escándalo!

Yo soy ese

Me disfrazo de erre

Un punto yeyé

Be-ben y be-ben y vuelven a be-ber

Una k tako de arkaika

Yo acuso a la w

Reloj, no marques las jotas

Un antepasado de Felipe VI y los sonidos del español

Menú medieval: de primero, pizza

Menú medieval: de segundo, lasaña

Menú medieval: y para terminar, sushi

Entre paréntesis

Los extraños signos de la ortografía

Las abreviaturas y el origen de la ñ

Pon tilde, que es gratis

Letras de cambio

Estar solo y sin tilde

¡Ritmo!

Isidoro de Sevilla e Isidro de Madrid

Con lo mosmo vocol, can la masma vacal

Iba yo por la calle y de repente...

Mi tipo

Yod

¿Bailamos?

A dentelladas

Yernos e infiernos

Las estructuras

Raffaella Carrà te lo explica

Diez cosas sobre mí

Jon Kortajarena no es muy guapo

Crisis, no: ¡clisis!

Palabras con identidad transgénero

A mí no me lo digas

¡Eso ya no se llama así!

Una perla lingüística

24 horas en la vida de un imperfecto

Si tú me dices ven

El maestro Yoda en la historia del español

Por vos muero

Te diré lo que vamos a hacer

Vecina, señora vecina

¿Cómo que no? ¡Claro que òc!

No busques más, que no hay

Si me queréis, idos

La plaza Sintagma

Palabras, palabras, palabras

¡Y un pepino!

Un corazón agrandado

Conchita Wurst en la historia del español

El pequeño Nicolás en la historia del español

Camilo Sesto en la historia del español

Apellidos

¡Tápate las piernas!

En blanco y negro

Los ladrones, tesoro de nuestra lengua

Columpiarse

¿Crees en la reencarnación?

Bigote

¡Qué guay!

Explicando las características de los fantasmas

Los sobres de antes no eran como los de ahora

Políticos que usan chanclas

Hago ¡chás! y te convierto en una palabra

Ikea en la historia de la lengua española

El brexit no me gusta nada

Palabras en Burgos: caciques y flores en Gamonal

Palabras en Sevilla: la escisión lingüística

Palabras en Ucrania: nuevos países, viejas definiciones

Palabras en Argentina: la mamá de Marco

Palabras en Perú: de la época colonial al escribidor

Palabras de Japón y gente de Japón

Los textos

La diosa de las primeras palabras

La historia de la lengua en los límites

No te empeñes

El valor de lo pequeño

Pelea por unos quesos

El viaje de unas glosas

A caballo y hablando por el móvil

Sabio pero burro

Leer con cuchillo y tenedor

La multiplicación de los impresores

Nadie habla tu lengua

Tertulia académica

Lengua en el paisaje

Greguerías lingüísticas

Filología y filólogos

Y no poder conseguirlo

Por qué morder la manzana de la Filología

La tarde en que #Filología agitó Twitter

Por qué no debemos invadir el Reino Unido
(aunque nos sobren razones para ello)

6 cosas que aprendí mientras veía manuscritos

Juan de Valdés y Juan Valdez

Estando María Moliner solita en casa una tarde

El escrito menos importante de Rafael Lapesa

Joan Corominas: omite ese étimo

En la muerte de mi maestro Manuel Ariza

Lengua de hoy, lengua de ayer

Felices fiestas

Empieza un año de historias de la lengua

5 de enero: noche de Reyes

14 de febrero, día de san Valentín: un texto del siglo xv

En febrero, entrega de los Premios Goya

8 de marzo: día de la Mujer Trabajadora

Víspera de Semana Santa: Viernes de Dolores

En Semana Santa: las torrijas de mi madre

La Feria de abril de Sevilla como campo de investigación

22 de abril, día de la Tierra

1 de mayo: día del Trabajo

21 de junio: empieza el verano

7 de julio: ¡San Fermín!

1 de agosto: operación salida

El final del verano

Empieza la Liga: un domingo viendo el Betis

12 de octubre: día de la Hispanidad

22 de diciembre: sorteo de El Gordo

28 de diciembre: Día de los Santos Inocentes

Natalia cuenta Navidades

Y una despedida

Introducción muy muy emotiva

La primera edición de Una lengua muy larga apareció en junio de 2016 y planteó una forma distinta de explicar a la sociedad la historia de la lengua que hablaban, conocían o aprendían. En septiembre de 2016 hubo segunda edición y, meses más tarde, una tercera. Ahora, las Cien historias curiosas sobre el español que subtitularon a Una lengua muy larga se convierten en Más de cien historias curiosas sobre el español y hacen a la lengua muy muy larga.

Hubo, y hay, etiquetas #UnaLenguaMuyLarga en redes sociales y fotos de lectores queriendo emular la portada de esas ediciones, con D. Miguel de Cervantes tocado con unas Rayban. Unos sacaban la lengua, otros se pusieron las gafas de sol, otros hicieron ambas cosas a un tiempo. Todos mostraron que creían en la cultura lingüística dicha de otra forma, explicada con el rigor que merece la ciencia, y sin la solemnidad que nos asusta y aparta de algo intocable que se expone como quien enseña un mausoleo respetable pero lleno de polvo por dentro y por fuera.

El éxito de la obra dio lugar al aumento de la presencia de contenido divulgativo sobre la lengua española en los medios de comunicación. Colaboré con varios de ellos, y en todos los encuentros con el público pude confirmar que sí, ¡claro que sí!, el español interesa y raro es quien no se ha hecho alguna vez una pregunta sobre por qué se escribe o se habla de una forma o de otra. El libro ha tenido un amplio recorrido desde su primera edición y yo, como profesora universitaria y divulgadora, quería resolver con nuevas historias algunas de las dudas sobre la historia del español que me habían planteado los lectores en los encuentros que en firmas o charlas he mantenido con ellos. Por eso, un año y medio después de la primera edición aparece esta lengua que es aún más larga que la anterior. Lo es porque en ella se han incorporado nuevas historias, se han corregido algunas erratas y se ha envuelto el resultado en un formato robusto que hace de la obra un libro más completo y duradero, el libro que ahora el lector tiene entre manos.

Creo que el sentimiento humano que más valoro y exijo es la gratitud. Y la mía va dirigida a todos los que han cuidado de Una lengua muy larga desde que se escribió, cuando el libro era aún una criatura de cuyo futuro nada sabíamos, hasta ahora, cuando sale, crecido y airoso, a pasearse como insolente joven que saca una lengua muy muy larga. Cuidadores de este libro han sido la familia Palau, responsable de Arpa Editores; Francisco Rico, que apoyó la publicación de la obra, así como los diversos reseñadores que ha recibido el libro en distintas revistas científicas de especialidad: Andrés Enrique Arias (Revue de Linguistique Romane), Livia García Aguiar (Revista Internacional de Lingüística Iberoamericana), Lorena Núñez Piñeiro (Español Actual), José Ramón Carriazo (Revista de Historia de la Lengua Española) y Florencio del Barrio de la Rosa (Rassegna Iberistica). Beatriz Almeda (de Canal Sur Radio), el equipo de Verne (de El País) y Salvador Gómez Valdés (de La aventura del saber, La 2, Televisión Española) me han dado la oportunidad de hablar de historia de la lengua en los medios y gracias a ellos he vivido experiencias muy interesantes que han hecho crecer mi vocación por enseñar y por seguir aprendiendo de historia de la lengua. A mi lado, mis alumnos, mis amigos y mi familia han hecho suya esa lengua larga que al principio fue solo un sueño mío. Todos merecen el abrazo de estas palabras agradecidas.

Sacar un libro a la calle es lanzar una botella al mar: no sé cuántos sacarán esta botella de estantes de bibliotecas y librerías, quiénes serán capaces de dar cobijo y calor a un libro náufrago entre novedades o quiénes, al terminarlo, llegarán incluso a devolver un mensaje (¡por favor, no un botellazo!) a la autora. Para quien quiera hacerlo, mis perfiles de Facebook, Twitter (@nosolodeyod) e Instagram (@soylolapons) están a disposición de los lectores, así como mi web (www.lolapons.es), donde tengo alojadas otras de mis publicaciones sobre Historia de la Lengua.

Termino con unos versos del poeta andaluz Felipe Benítez Reyes:

Somos la memoria

del tiempo fugitivo,

ese tiempo que huye y se refugia

—como un niño asustado de lo oscuro—

detrás de unas palabras que no son

más que un simple ejercicio de escritura.

Haciendo la memoria de ese tiempo fugitivo, el tiempo pasado de la historia de la lengua, tratando de que no nos asustemos ante él ni lo veamos oscuro, dejo al lector ante mi ejercicio de escritura.

Presentación

El lector, que está iniciando la lectura de Una lengua muy muy larga por esta línea que lo abre, comparte conmigo su conocimiento de la lengua española. Tal vez la aprendió como lengua materna, es decir, fue la primera lengua que oyó, la de su madre, y fue en su entorno infantil donde le llovió el español hasta que empezó a balbucearlo en sus primeras palabras. Tal vez la aprendió como segunda o tercera lengua en la escuela o al viajar a algún punto de la geografía hispanohablante.

Es posible que este lector haya pensado alguna vez que ese español que él habla y entiende no es el mismo que se habló en otro tiempo, e incluso puede ser que no entienda frases de esta misma lengua de otras centurias pasadas. Claro que el pasado puede sernos tan cercano o lejano como el viaje que emprenda el recuerdo. Nuestra abuela llamaba taleguita a esa bolsa donde nos metía la deliciosa merienda del colegio, hoy preparamos con prisa la mochila a nuestros hijos; nuestra bisabuela tenía en su casa un aguamanil y nosotros tuvimos que buscar en el diccionario para saber que esa palabra de arquitectura ornada era un lavamanos. Esas palabras que no usamos pero sí entendemos son parte de nuestro propio léxico, integran nuestro conocimiento pasivo del idioma, aunque no las pongamos en circulación en nuestro uso activo. Nos resultan arcaicas y más oscuras, en cambio, palabras, frases enteras, letras, que hemos visto al leer en la escuela obras antiguas de la literatura del español. Si entendíamos la nobleza del Cid cuando se dirigía a un injusto destierro mandado equivocadamente por su rey, no alcanzábamos a recuperar su mensaje cuando se ponía en boca de su fiel servidor Martín Antolínez, en el Poema del Cid, la frase En yra del rey Alfonsso yo seré metido / si convusco escapo sano o bivo.

Este lector que piensa que sus palabras no son las de sus padres (como no lo son tampoco las de sus hijos), que se pregunta a veces de dónde vendrá una palabra, que observa el acento distinto de otro hablante de español y acaricia alguna de las palabras diferentes que el otro usa... este lector tiene sensibilidad lingüística y este libro aspira a hacerlo disfrutar aprovechando esa sensibilidad.

Una lengua muy muy larga presenta más de cien relatos sobre el pasado y el presente de nuestra lengua, y escoge los temas de esos relatos a partir de varios temas: los SONIDOS que se escuchaban antes (y puede ser que también hoy) en nuestra lengua, así como las letras con que se plasmaban; las PALABRAS que constituían esos sonidos y las ESTRUCTURAS en que estas palabras se combinaban en otro tiempo. Técnicamente tenemos, pues, los fonemas, el léxico y la morfosintaxis. Todos ellos se reflejan en los TEXTOS que nos ha transmitido la lengua antigua. Para leerlos, contamos con la ayuda de quienes hacen filología (otra sección del libro), que han investigado sobre este asunto dentro de esta ciencia. La última parte de la obra se llama FELICES FIESTAS porque acerca a la Historia del español épocas y efemérides del año, desde la Navidad al Carnaval pasando por el Día de los Enamorados.

Un temprano estudioso del español, Gonzalo Correas, escribió en su Arte de la lengua española castellana en 1625:

Los libros se escriven para todos, chicos i grandes, i no para solos los onbres de letras: i unos i otros más gustan de la llaneza i lisura que de la afetazión, que es cansada.

Con ese objetivo de divulgar, de sacar los conocimientos de historia de la lengua a la calle y ofrecerlos al lector interesado nació el blog Nosolodeyod, la bitácora que inicié en 2009 y que ha ido sumando visitas hasta hoy. Vista la acogida que alcanzó ese diario semanal de historia de la lengua, me decidí a escribir una historia de la lengua para todos. El resultado lo tiene el lector entre sus manos: una historia divulgativa de la lengua española, contada a partir de píldoras que juegan con el eje del pasado y el presente. Hay humor, emoción e intención de hacer las cosas fáciles para que entendamos que en nuestras palabras sigue oyéndose el sonido con que se mandó a la guerra en la Castilla medieval, sigue latiendo la palabrería del Barroco y permanecen vivas, en el habla común o en la de nuestros dialectos, los andamios que como edificios sostienen la lengua en forma de oraciones.

Este es el libro cuyo proceso de escritura más he disfrutado y paladeado. Lo dedico a todo aquello que aprendí perdiendo. Y a quienes me acompañaron en ese aprendizaje.

La historia de la lengua de un tiempo perdido

Esta es una colección de historias sobre una lengua que hoy hablan millones de personas en el mundo.

Toda historia empieza en un tiempo y en un lugar. Ese lugar, para el caso del español, es Castilla. El castellano comenzó siendo una más de las varias lenguas romances que nacieron del latín en la Península Ibérica, la lengua de un condado llamado Castilla, hablada por el pequeño número de habitantes de ese lugar que luego se hizo reino. Que ese reino creciera o que se expandiera a costa de asumir otros territorios es una circunstancia histórica que tuvo una inmediata repercusión lingüística. Desde el siglo XI al XVI es posible seguir la historia de crecimiento del castellano; primero, dentro de la propia Península, hacia el sur y los laterales conforme se avanzó en la Reconquista y se fueron uniendo otros reinos a Castilla; después, fuera de ella, con la expansión atlántica y la aventura americana. Lo que empezó siendo el castellano de Castilla fue ya, desde el XVI, el castellano de España, y desde esa época tiene bastante sentido que hablemos de español.

El tiempo de inicio de esta historia es más indefinido, puesto que se trata de fijar cuándo a fuerza de cambios y escisiones respecto al latín, la variedad hablada en esa zona de Castilla comenzó a ser una lengua propia. En realidad, ese problema es el mismo para el resto de lenguas romances. Y por eso convenimos en decir que los siglos IX a XI son la época de nacimiento de estas lenguas hijas del latín.

Ese castellano que nace del latín fue en un principio solo una forma de hablar, en absoluto de escribir. Se seguía escribiendo latín, tratando de hacerlo de la forma más correcta que cada cual sabía. Gradualmente esa forma de hablar fue ganando su espacio en la escritura y en situaciones reservadas hasta entonces al latín. Eso es un proceso muy largo, larguísimo, tanto que algunos lectores han sido testigos de una de las fases finales de él. Me explico: desde la Edad Media vamos a ver, en diferentes etapas, cómo el castellano empieza a escribirse, pero de forma involuntaria, asomándose en los textos de aquellas personas que dominan mal el latín escrito y cometen errores reveladores de una pronunciación castellana. Cuando un escriba distraído escribe no terra sino tierra está redactando castellano, muy a su pesar. Eso sabemos que ya está pasando en los siglos X y XI. Luego vemos que el castellano se escribe de forma voluntaria en textos literarios, obras de derecho, textos de la corte real, traducciones de textos científicos, etc. Esto va ocurriendo de forma gradual, a partir del siglo XIII. Un momento relevante, ya entre el XV y el XVI, es la propagación de la idea de que el castellano es una lengua que se puede explicar mediante reglas gramaticales (por eso es tan importante la obra de Nebrija, autor de la primera gramática sobre el castellano) y que se puede enseñar a extranjeros, coincidiendo con la expansión europea de Castilla en época del emperador Carlos V. Desde la Edad Media a los inicios de la Edad Moderna el castellano irá reemplazando al latín gradualmente; tal vez el lector recuerda, porque lo haya visto o se lo hayan contado, que en los primeros años 60 la misa en España se daba aún en latín. Ahí vemos que ese proceso del que hablamos ha llegado incluso a la Edad Contemporánea, cuando por fin desde el Concilio Vaticano II el español desplazó en la misa a su lengua madre.

Si nuestra historia tiene un tiempo y un lugar, tiene también unos personajes. Y esos personajes somos, claro está, los hablantes. Los hablantes son los dueños de la lengua y quienes la hacen cambiar, crecer o esconderse según su voluntad de usarla o no. Para la historia de este castellano que se hace español, tenemos a unos hablantes que gradualmente hicieron la transición entre la lengua que recibieron, más latina cuanto más antiguo sea el momento al que nos desplacemos, y la lengua que dejaron en herencia, distinta siempre a la heredada.

Todas las lenguas, menos las muertas y las inventadas, cambian. Por eso, podemos decir que es connatural (al español y a cualquier otra lengua viva) el cambio lingüístico. Este puede plasmarse en novedades en la manera de pronunciar, en adquisiciones de palabras nuevas mediante el préstamo desde otras lenguas, o mediante la creación de formas a partir de los recursos que tiene el propio idioma; pero la novedad puede ser no solo de sonidos o de vocabulario, puede ser de estructuras, de sintaxis: cambios en la forma de construir la frase y de relacionar las palabras entre sí. Hay también cambios en los textos: se crean tipos de textos que antes no habían sido escritos en español; y puede haber cambios de valoración, que modifiquen la impresión positiva o negativa que tienen los hablantes sobre una determinada forma lingüística.

Siempre hay cambios, pero hay momentos con más cambios que nunca, o más relevantes. Son algo así como los instantes estelares de toda historia. Yo me permito seleccionar tres:

Illustration El primero queda tan lejos como el siglo XIII. Es la época de Alfonso X, el rey que apoyó decididamente la escritura en castellano de textos científicos, legislativos y administrativos. Eso no solo es importante por el gesto en sí, sino porque escribir mucho en castellano puso a la lengua a hacer gimnasia, favoreció que se uniformase bastante la forma de escribir y que se enriquecieran el léxico y la sintaxis. Cuando el lector pase por una calle Alfonso X, un instituto Alfonso X o una estatua a él dedicada, ha de recordar que mucho de nuestra lengua se debe a la valentía intelectual de este rey.

Illustration El segundo momento no tiene protagonista o, mirándolo al revés, tiene miles de protagonistas. Se trata de los siglos XVI y XVII, que se llaman de Oro en literatura por escritores como Garcilaso, Lope de Vega, Quevedo o Cervantes, pero que es también de oro lingüísticamente por muchos factores unidos que no fueron gobernados por nadie. En ese tiempo al español le cambió la cara: desaparecieron sonidos medievales y surgieron sonidos nuevos, se estabilizaron o se resolvieron procesos de cambio vivos siglos atrás... todo eso se hizo sin que nadie dirigiera el proceso, los protagonistas fueron los propios hablantes. Y ocurrió al mismo tiempo que crecía de manera inesperada la extensión de uso del español, a través de América, las Filipinas y la expansión imperial europea.

Illustration Por último, el tercer momento lo podemos cifrar en el siglo XVIII, cuando se funda la Real Academia Española. Es una institución relevante para la lengua, porque será la primera vez que haya un intento desde arriba de establecer normas para el español. Con ella arrancan publicaciones que son muy simbólicas para los usuarios del español, como los famosos diccionarios de la Academia.

En lo que sigue, el lector va a conocer las historias de algunos de esos cambios, contadas a través de los personajes o las palabras que fueron protagonistas del cambio. Pero no puede olvidar que él no está fuera de este libro, sino dentro de él, puesto que, como hablante de español, también está siendo parte de esta película de la historia de la lengua: puede alinearse con otros personajes (otros hablantes), tener sus gustos sobre qué cambios le parecen mejor, quiénes son buenos y malos, pero no deja de ser una parte de un guion que no puede controlar totalmente. Siéntese a leer este libro como quien ve una película, pero no deje de intervenir en ella, por favor.

Sonidos y letras

De la A a la Z, las formas de decir el español de una punta a otra del mundo: saboreamos los sonidos del español y nos fijamos en la forma que tenemos y hemos tenido de escribirlo

¡La ph de Raphael es un escándalo!

Que el libro de Alonso López Pinciano, de 1596, se llamara Philosophía antigua poética es bastante predecible. Hasta el siglo XVIII, en las tradiciones de escritura que se transmitían de generación en generación escolarmente, se enseñaban la f y el conjunto de dos letras (o dígrafo) ph como indicadores de un mismo sonido. El dígrafo se usaba sobre todo para palabras que, como philosophia, habían llegado al latín a través del griego y se escribían en la lengua helénica con la letra phi (o sea, Φ), pero sonaban con /f/.

Pero que el ciudadano Rafael Martos (1943-), conocido como El divo de Linares, cambiase su nombre artístico a Raphael al fichar por la casa discográfica Philips, homenajeándola en esa ph, eso...

¡escándalo, es un escándalo!

Entre los textos que escribían ph en la Antigüedad y los discos del cantante Raphael han pasado muchos años, los suficientes como para que se hayan producido reformas ortográficas varias que han ido postergando la presencia de ph en nuestro idioma.

La primera ortografía de la Academia, de 1741, se tituló Ortographía española, pero la segunda edición, de 1754, se llamaba ya, sin ph, Ortografía de la lengua castellana, y establecía (en su pág. 63):

La Ph que tienen algunas voces tomadas del Hebreo, ó del Griego, se debe omitir en Castellano, sustituyendo en su lugar la F que tiene la misma pronunciacion, y es una de las letras proprias de nuestra Lengua, á excepcion de algunos nombres proprios, ó facultativos, en que hay uso comun y constante de escribirlos con la Ph de su orígen, como Pharaon, Joseph, Pharmacopea.

Si en 1754 la RAE quita la ph salvando solo algunos casos muy tradicionales, en la edición cuarta de su Diccionario (1803) la elimina por completo, explicando que el sonido de la ph...

se expresa igualmente con la f, por cuyo motivo se han colocado en esta última letras las palabras phalange, phalangio, pharmacéutico, pharmacia, phármaco, pharmacopea, pharmacópola, pharmacopólico, phase y philancia.

Así que adiós, adiós, ph.

La decisión que tomó la RAE en el XIX es coherente con otras eliminaciones. Otras grafías dobles, como th (Thamar, Athenas, theatro) y rh (rheuma) fueron eliminadas también a fines del XVIII. El criterio fonético guio estas reformas académicas, en este caso eliminando dígrafos que no tenían una equivalencia fonética distinta de letras como t, r o f. Junto con ese criterio fónico, hubo otro contrapuesto, que también fue operativo en esas decisiones académicas al regular la ortografía: el principio etimológico, que mantuvo alternancias como b /v, ge/je y a letras como la h basándose meramente en la tradición latina previa.

En el siglo XX volvió la ph con Raphael y una, sinceramente, ya no sabe si aphirmar que con él se phunda una renovación arcaizante de nuestra ortographía, tatuarse su photo en el antebrazo o decir que gráphicamente, este tipo es un auténtico phenómeno.

Yo soy ese

Yo soy s.

Ese sonido que pierdes a final de sílaba si eres andaluz.

Lo mismo me escribieron s que ss que s larga (⌠) en la Edad Media.

Soy la que los niños escriben como un 2 porque no manejan bien la lateralidad.

Soy la que asocias al plural en la ilusión de tus certezas, ilusiones y sueños.

Soy la que sin embargo es singular en lo que esperas sea solo una vez en tu vida: crisis (la crisis / las crisis).

Soy el sonido que invade los confines de ce, ci, za, zo, zu y hace pronunciar seresa, servesa a muchos andaluces y a casi todos los hispanoamericanos.

Soy, pues, la llave del seseo.

Amigo y enemigo de la zeta, alterno con ella en palabras donde lo mismo da ponerme que poner la z: biznieto, bisnieto; parduzco, pardusco; mezcolanza, mescolanza.

Soy incapaz de abrir una palabra si me sigue una consonante y si me obligan a ello pido ayuda a una e: hago espaguetis de los spaghetti y me causa estrés decir stress; lo mismo me pasaba con las palabras latinas: en español nunca salí a SCENA sino a escena y jamás me miré a un SPECULUM que no empezase por la e de espejo.

Soy la que suplanta a la x si esta abre la palabra (xilófono, xenofobia), y no doy en cambio excusas (/ekskusas/) para que suene ks en interior de palabra.

Soy la que manda al psicólogo o al psiquiatra a la p, hundida porque la barro cuando se junta conmigo, empeñada en abrir palabra; si ella empieza la escritura yo soy la única que suena.

Soy parte del artículo en catalán balear (es / sa), al que llaman artículo salado.

Soy la que usa una tilde diacrítica en sé quién soy para distinguirse de se sabe.

Soy el umbral de tus condiciones si me usas.

Soy la de la voz de arriero so, que antes fue un posesivo masculino so lugar (= su lugar) y hoy es carne de crucigrama.

Rozando cuatro teclas muy cercanas en el teclado soy seda.

Y seda silbé en algunas sibilantes medievales perdidas: ts, sh (coraçon, dexar), que en el XVI se deslizaron hasta desaparecer convertidas en z y j (corazón, dejar).

Ya lo sabes. Yo soy s.

Me disfrazo de erre

Este año he pasado de los disfraces típicos: ni payaso, ni pirata, ni enfermera. En carnavales he ido de letra erre. No de ere, sino de erre. Antes la erre era la rr y la ere la r, pero con la Ortografía de 2010, la Real Academia decidió denominar erre a la r y erre doble a la rr. Por si el lector se ha liado, es algo así como:

 

R

RR

Antes de 2010

ere

erre

Con la Ortografía de 2010

erre

erre doble

Así que me compré el disfraz de erre, que se compone de un antifaz alveolar y una capa sonora.

—¡Guau! —dirá el lector— Esta me está vacilando con esos palabros que usa.

¡Un momento, que los explico! Alveolar quiere decir que la s se pronuncia haciendo que la lengua toque los alvéolos dentarios, o sea, los huesos en que se alojan los dientes. Que el sonido sea sonoro quiere decir que las cuerdas vocales vibran al pronunciarlo: ponga sus dedos en el cuello mientras dice na o ra, consonantes sonoras, y compárelo con lo que ocurre cuando dice pa o fa, sordas.

Sigo con lo de mi disfraz: aposté por este atuendo porque así no necesitaba convencer a los amigos para que fueran como yo, todos vestidos iguales en el grupo. Pude salir con gente disfrazada de vocal e ir en plan vibrante simple diciendo: «Adoro la careta de mi máscara». Luego la noche se hizo propicia y me encontré con alguien más que también se había disfrazado de r, una vibrante como yo, nos dimos la mano (funcionamos juntos, en plan dígrafo, rr) y en un karaoke cantamos «Mi carro me lo robaron».

¡Ole esas vibrantes múltiples!, nos jaleaban. Todos sabían que aunque la letra diga robaron, con erre, sonaba como *rrobaron, con doble erre. Y eso de que la letra r sonase como simple o como múltiple según su posición era parte de la magia carnavalera que durante todo el año está latiendo en el alfabeto, con letras disfrazadas de uno o varios sonidos.

Pero sigo con la crónica de mi noche carnavalera: al doblar una esquina me encontré con alguien disfrazado de /l/, nos dimos un abrazo: ¡amiga ele! Como consonantes líquidas que somos, compartimos una copa y hablamos de cuando intercambiábamos posiciones: ¿Te acuerdas de cuando nos cambiamos el sitio en PARABOLA> parabla> palabra?; ¿y de lo de MIRACULU> miraglo > milagro?

Un filólogo que nos vio bailando dijo: Mira esas dos consonantes, con el baile de la metátesis. Luego vino uno disfrazado de ene para bailar conmigo y me empezó a dar alergia ponerme a su izquierda, siempre nos pasa igual: n y r nos llevamos mal, pero más o menos lo resolvimos...

Illustration bien pidiendo refuerzos a la otra erre que había suelta (HONORA> honra),

Illustration bien intercambiando posiciones: ¡me pongo a tu izquierda, n! (GENERU> gen’ru> yerno),

Illustration o bien diciendo a la /d/, que es tan socorrida, que se pusiera entre nosotras: (INGENERARE> engen’rare> engendrar).

Fue interesante ser por unas horas una erre y sentir que yo era parte de realidades como mar, árbol, redondel, y también quitarme el disfraz y seguir respirando, razonando y relatando historias sobre el español.

Un punto yeyé

La i griega tiene su punto. Y lo digo en el sentido literal. Cuando se utilizaba en los manuscritos medievales una y, se solía escribir encima de ella un punto para que, si la pluma no hacía un trazo grueso de la línea de caída de la y, no se confundiera a esta con una v. Así puede verse en esta frase de un manuscrito del XV que vemos en la imagen, donde dice este rrey (con ese larga y raya sobre la y).

El alfabeto romano introdujo la letra ipsilon (Y) del griego, por eso esta letra se denomina habitualmente en España i griega. Y la otra se llama i, normalmente, en España i o i latina. Esta letra y se usaba antes más que ahora, pero con la fundación de la Academia, aparecieron algunas normas que afectaron a su escritura: en 1815 la RAE fijó que solo se usaría y como vocal a final de palabra en secuencias de diptongo (soy, rey y ya nunca más Ysrael, leydo, etc.).

Los nombres de una i latina y otra i griega eran bonitos representantes dentro de nuestro alfabeto de las dos grandes raíces de la cultura europea. Era algo así como decir por parte de madre tengo una i latina y por parte de padre una i griega.

Pero no son iguales las cosas en la otra parte de la comunidad hispanohablante. En América llaman ye a la y. Y no es la única diferencia. Al otro lado del Atlántico la be es be larga, be grande o be alta, la uve es ve corta, ve pequeña, ve chica o ve baja y la w es ve doble o doble ve.

Apelando a la necesidad de sistematizar nuestra forma de llamar a las letras del alfabeto, la Real Academia Española estableció en 2010 una propuesta bastante salomónica de cambio en el modo de llamar a las letras. Admitiendo el nombre común en Hispanoamérica, dictó que la y sería ye; concediendo lo general en España, prescribió que be y uve serían los nombres de ambas letras, quitando los adjetivos de be corta, larga, doble...

¿Estamos equivocándonos si decimos que yendo se escribe con i griega en vez de decir que se escribe con ye? No es un error, pero lo cierto es que la RAE no lo recomienda, prefiere ye. Somos los usuarios del idioma quienes dispensaremos de éxito o fracaso a estas propuestas.

El caso es que la i griega tiene su punto; y, como ha visto el lector, lo tenía materialmente en la Edad Media. Dejando la cabeza volar un poco, podríamos inventar otro nombre para esta letra. Por esa pátina extranjera que no parece haber perdido, por quienes se llaman Fátima, Loli o Mari y firman Faty, Loly, Mary; por el coche Lancia Ypsilon a quien nadie llamará Lancia Ye ni Lancia Y griega; por esa autopista Y que une tres ciudades asturianas, y, en definitiva, por ese punto que tiene la Y, yo propongo que la llamemos

Y griega yeyé

Búscate una i griega, una i griega yeyé...

Be-ben y be-ben y vuelven a be-ber

Cantando la letra de este popular villancico en español, Los peces en el río, llegamos a su frase más simbólica: Beben y beben y vuelven a beber los peces en el río por ver a Dios nacer. ¡Guau! Esa frase está llena de consonantes labiales por todos lados, las que se escriben con b y las que se escriben con v. El lector puede pronunciarla a solas en la intimidad de su casa y observar que decimos vuelven con el mismo sonido que beben.

La b y la v suenan igual, pero eso ya lo sabíamos todos, o casi todos: están esos cantantes cursis que dicen fifo por ferte exagerando una absurda e injustificada pronunciación diferencial de v como si fuese labiodental. Eran letras con sonidos distintos en latín, y hubo diferencia entre b y v en la Edad Media, pero entonces esas letras se repartían en las palabras de forma distinta a hoy, así que pronunciar actualmente con ese sonido labiodental la v es algo sin fundamento, que algunos hacen quién sabe por qué, tal vez porque copian al francés o al inglés, tal vez porque son unos fetichistas y piensan que cada letra ha de tener su pronunciación distinta, tal vez porque son catalanohablantes y les influye su otra lengua (esa sería la única causa legítima de todas las dichas).

Podemos encontrarnos de manera espontánea esa articulación labiodental tan cercana a la f en el español hablado en Andalucía. Como en la zona sur de la Península se tiende a alterar la pronunciación de la s que está a final de sílaba, las s de atisbo, resbalar, desván pueden perderse y modificar la pronunciación de la consonante siguiente; suenan entonces cosas parecidas a atifo, refalar, defán, no tanto con f sino con la labiodental con que hoy algunos imitan la pronunciación de v. Observe el lector que ese cambio se da con b también (resbalar). ¡Pues claro! ¡Si suenan igual!

La ortografía española que se estableció con las obras de la RAE, a partir del siglo XVIII, mantuvo por tradición gráfica las letras b y v, que en latín se usaban con distinta equivalencia fonética. Se tendió a fijar las grafías de acuerdo con su étimo:

Illustration Se puso v donde la había en latín: veinte con v por venir de VIGINTI, volver por proceder de VOLVERE.

Illustration Se puso b donde había en latín B, BB o una P que ha dado b: beber por venir de BIBERE, abad donde hubo ABBAS latino, cabeza por CAPITIA.

Pero en algunas voces no se respetó el criterio etimológico y, por la extensión que en el uso escrito ya tenían una b o una v antietimológicas o por vacilación en el establecimiento de la etimología concreta, nos encontramos con casos como berza, con b pese a proceder del latín VIRDIA (plural neutro de verde); boda, plural neutro de VOTUM; barrer, desde VERRERE o, en el sentido contrario, maravilla a partir de MIRABILIA. Y, para los que beben (pero no agua, como los peces del río) y ven doble, están palabras como endibia, endivia o bargueño, vargueño donde tanto valen b como v.

Una k tako de arkaika

Qué pesado suena eso de que es que la juventud se cree que... ¡Pero es que es verdad! Viendo a los chicos salir del instituto con sus carpetas con mensajes del tipo...

Te kiero     Si no te eskuchan, no les hables     Karlos te amo

se me viene a la cabeza la frase... ¡Es que los jóvenes se creen que han inventado la K! ¡Pues anda que no es vieja esta letra! Claro que hay palabras muy actuales que tienen asociado su propio significado contestatario, reivindicativo, a una grafía con k. Ya sabemos que okupar no es lo mismo que ocupar y que si te gusta el bakalao no tienes por qué consumir ese pescado. Pero tanto la k, como incluso el uso inconformista que le podamos dar son bastante antiguos.

La k estaba en el alfabeto etrusco (siglo VIII a.C.) y de ahí se traspasó a los primeros alfabetos latinos, aunque el latín clásico la rechazaba porque contaba con la grafía c + vocal, del mismo sonido que /k/: CICERONE sonaba como / kikeróne/ en latín. Por eso, a las lenguas romances llegó un alfabeto que no hacía uso de la k. Aun así, por la tradición de la escritura gótica, los primeros textos romances se escribían con bastantes k (después lo verá el lector en la Nodizia de kesos); a partir del siglo XII la k en castellano se usará muy poco, tan solo para alguna palabra suelta como kalendas al indicar la fecha.