Cristina Jolonch
De carne y hueso
Conversaciones sobre la vida y la gastronomía
A Carles, Àlex y Marc. Y a mis padres, que entre muchas otras cosas me enseñaron que antes de meterse en el agua hay que hacer la digestión y que no se habla con la boca llena.
Índice
Prólogo de Toni Massanés
El arte de preguntar
Introducción
Las cuarenta entrevistas
De carne y hueso
Juan Mari Arzak
Jordi Roca
Nandu Jubany
Rafael García Santos
Martín Berasategui
Massimo Bottura
José Gómez
Pau Santamaria
Quique Dacosta
Meritxell Falgueras
Oriol Castro
Ferran Adrià
Jordi Cruz
Carme Ruscalleda
Dabiz Muñoz
José Andrés
Andoni Luis Aduriz
Gastón Acurio
Ángel León
Albert Raurich
Toni Segarra
Joan Roca
Daniela Soto-Innes
Jordi Vilà
Raül Balam Ruscalleda
Quim Vila
Leo Espinosa
Juanjo López
Ricard Camarena
Begoña Rodrigo
Javier de las Muelas
Paco Pérez
Dani García
Fina Puigdevall
Ferran Centelles
Sergi Arola
Josep Roca
Virgilio Martínez
Carles Gaig
Albert Adrià
Índice alfabético
Sobre el autor
Sobre el libro
Créditos
Prólogo
El arte de preguntar
El arte es pelarte de frío al congelarte
Juli Soler
Básicamente, hay dos grandes territorios en los que buscar información relevante. Afuera y adentro. El primero es lo desconocido, ámbito de los exploradores, donde todo está por descubrir para recompensar a los osados que se aventuren más allá de los límites con la mente abierta.
El otro campo, no por cercano es menos difícil. Crear conocimiento de calidad donde parece que todo se ha dicho, donde tantos han investigado, sobre aquello de lo que el mundo entero sabe hasta los pequeños detalles, puede ser una tarea aún más ardua y al alcance de muy pocos. ¿Cómo extraer materiales de un filón que parece agotado? ¿Cómo saber algo más cuando todas las respuestas han sido ya dadas?
–La respuesta es la pregunta.
–¿Perdón?
Jorge Wagensberg siempre nos repetía esto: “Lo importante es la pregunta”.
–¡La pregunta, claro! Si buscas nuevas respuestas, debes cambiar las preguntas.
Hasta aquí la teoría. Desgraciadamente no es tan fácil. ¿Qué preguntar a unos cocineros y cocineras de los que nos sabemos la biografía de memoria, que atienden entrevistas a diario, que hablan cada semana en la tele, sobre los que se han escrito tantos libros, que hasta han protagonizado películas?
Ahí es donde se diferencia el talento periodístico. Moviéndose con extraordinaria habilidad entre la dimensión histórica y humana de los personajes, Cristina Jolonch desvela las claves interpretativas que nos ayudan a entender tanto el carácter íntimo de cada uno como su protagonismo en el panorama reciente de la gastronomía. Sí, mostrar una perspectiva holística del individuo considerándolo a la vez como persona y como actor es seguramente el aliño definitivo para que estas conversaciones fueran tan aclamadas. Ahora, ordenadas en forma de libro, interesarán tanto al curioso como al experto, porque perfilan la cartografía de la actualidad gastronómica, los personajes que la habitan y los acontecimientos que explican por qué hemos llegado hasta aquí.
–Y luego está el cómo…
–¿Cómo?
Para que un diálogo sea realmente fructífero, el entrevistado no puede sentirse encorsetado ni calcular cada declaración temiendo repercusiones. Al contrario, debe encontrarse cómodo para discernir y así elaborar un discurso trufado de ideas clarificadoras. La entrevistadora consigue despojar a los protagonistas de todo disfraz.
–¿Puede usted desnudarse?
–¿Para darme un masaje?
–No, para el reconocimiento (ella viene de un linaje de médicos).
Reconocimiento de cada uno y revisión de la realidad que han contribuido a dibujar. Reconocer y hasta reconocerse, algunos entrevistados se sorprendieron de que en la conversación afloraran pensamientos que ni sabían que sabían ni sospechaban que fueran capaces de discurrir.
–¿Y me dolerá?
Quizá un poquito, porque la entrevistadora es una periodista a favor, tremendamente humana y humanista, pero más amiga de la verdad, sin duda comprometida. La pregunta resorte, aquella que ayudará a explicar lo que hasta ahora no se aclaró, va a ser preguntada y repreguntada en cada uno de estos diálogos que al final de tan fluidos se hacen cortos, se leen paladeándolos y se acaban antes de que te des cuenta.
Unos diálogos como mínimo paritarios en los que la entrevistadora se difumina conscientemente para que luzcan los recuerdos, percepciones, opiniones y sentimientos de cada entrevistado como partes de este puzzle que conforma unas vistas privilegiadas sobre el paisaje gastronómico actual.
Toni Massanés
Introducción
Confieso que las entrevistas de De carne y hueso no nacieron con la idea de escribir este libro. Pero tampoco mi primera publicación en Libros de Vanguardia, Guía Secreta. ¿Dónde comen los grandes chefs?, fue pensada como tal, sino como una serie de recomendaciones que iríamos publicando semana tras semana en el Magazine de La Vanguardia y que poco a poco fue a más. Ocurrió algo parecido cuando codirigí el documental Snaks, bocados de una revolución, que arrancó con la idea de filmar breves capítulos hasta que nos dimos cuenta de que el proyecto ganaba peso y podía llegar a ser una película.
Así, como quien entra despacito en el agua fría mojándose primero los pies para sumergirse lentamente, en la primavera del 2018 empecé a entrevistar a una serie de personajes que pensé que podían ayudarnos a entender lo que ha ocurrido en la gastronomía en las últimas dos décadas. Y así, ya inmersos en el agua, avanzamos en charlas que se fueron haciendo más pausadas, para ahondar en sus historias y aclarar dudas que a menudo procedían de la entrevista que habíamos publicado en el espacio Comer de la web de La Vanguardia el domingo anterior. De esta manera, como en un collage, semana tras semana, las respuestas recomponían trocitos de una etapa gastronómica, con personajes de carne y hueso a través de sus experiencias, sus miedos, sus frustraciones o sus logros.
Si un día decidí ser periodista fue por la curiosidad de asomar la nariz en las historias de las personas, para poder contarlas. Pero igual que Obélix cayó en la marmita de la poción mágica, yo acabé inmersa en el puchero de la gastronomía –también en este caso sin querer–. En ese mar sigo. Ha sido un placer preguntar y escuchar. Y sobre todo, un privilegio contar con la complicidad de personajes a los que puse como condición que fueran sinceros de verdad. Creo que lo han sido, y yo se lo agradeceré siempre.
Las cuarenta entrevistas
De carne y hueso
Juan Mari Arzak
“No envidio a nadie y me gusta seguir aprendiendo”
ARZAK
Su restaurante cumplía treinta años con tres estrellas Michelin. Y, aunque hasta entonces se había resistido todo lo posible a los homenajes, el chef donostiarra aceptaba por primera vez un tributo que había organizado en Marbella el cocinero Dani García en el que participaron buena parte de los más reconocidos chefs españoles. Muchos de ellos se reencontraron unos meses después en una segunda cena en su honor durante el congreso San Sebastián Gastronomika. Quien fue uno de los padres de la nueva cocina vasca y el chef que enseñó a amar el oficio a muchos que soñaron en seguir sus pasos, estrenaba las entrevistas que recogeríamos bajo el nombre De carne y hueso antes de pensar que lo convertiríamos en una serie semanal con charlas que irían creciendo en extensión y en intimidad. Juan Mari Arzak repasaba su carrera, su relación con su hija Helena o con los hermanos Adrià, o la importancia del sabor por encima de la creatividad.
Nunca me han gustado porque me hacen sentir viejo pero llevan cinco años persiguiéndome.
Sí, siempre me he sentido querido. Toda la vida he sido un poco líder; en la escuela, en la hostelería y en la calle.
Ya no tanto. Soy profeta en mi tierra, Donostia.
Tenía asma. Mi padre murió cuando yo tenía 9 años y con 10 mi madre me llevó a El Escorial porque en aquellos tiempos no había inhaladores para dilatar las vías respiratorias. Y el médico le había dicho que necesitaba cambiar de clima porque con el esfuerzo podría fallarme el corazón. Pasé allí 8 años. Aunque hacía un frío de Dios tengo buenos recuerdos. Había hijos de terratenientes de Cáceres, Badajoz, Levante, Catalunya… gente de bastante nivel. Gente influyente.
Entré en el segundo trimestre del curso y recuerdo que mi madre se instaló allí cerca durante unos días. Cuando se marchó pasé un mes llorando por las esquinas. Por supuesto que no me hacía ninguna gracia quedarme allí. Pero luego tuve muy buenas relaciones con todos los alumnos y fui feliz. Practicaba deporte; hacía atletismo y con 14 años fui campeón de juveniles de balonmano.
No tenía ningún pensamiento de lo que sería. Ni cuando era pequeño ni tampoco cuando acabé el bachillerato. Mi madre trabajaba en el negocio de la hostelería. Tenía una casa muy popular, en la que se hacían muchos banquetes. Trabajaba sin parar, y a mí aquello no me gustaba.
Tenía un amigo que estudiaba para ser aparejador en Madrid y me animó a matricularme. En realidad lo hice para largarme de aquí. Pero no era lo mío.
Otro amigo estaba en la escuela de hostelería de Madrid, en la Casa de Campo; era la única que había entonces. Y no lo dudé, en realidad para marcharme de aquí. Lo que me gustó es que se estaba bastante tranquilo y que si hacías extras los fines de semana te podías sacar un dinerito. Y lo que no me gustó tanto es que no se podía faltar ni un día a clase. Así fue como me metí en la hostelería, dándole un disgusto a mi madre, que con la vida tan dura que había tenido no quería lo mismo para su único hijo.
En cocina y nada más. Tengo 75 años y no me quiero jubilar; así que está claro que es para lo que sirvo. También es cierto que a mí me tocó la lotería al tener a mi hija Elena en el restaurante y con el magnífico equipo de toda la vida.
Ahora voy más tranquilo. Llego sobre las doce y media, pruebo con mi hija los sabores. Arriba del restaurante trabaja el equipo de investigación, y cada nuevo plato subimos Elena y yo a probarlo. Si no estamos los dos de acuerdo no sale.
Tengo la percepción del gusto de un pueblo: el vasco. Y la cocina vasca es muy universal en gustos.
Como una persona que se ha esforzado en hacerlo bien. Hay que ser humilde y trabajar y trabajar. Y hay que tener la imaginación y las ganas de hacer las cosas de un modo diferente. Hacemos unos cincuenta platos distintos al año que se pasan al menú degustación. Está a punto de cumplir treinta años con tres estrellas. Es el único restaurante en España y uno de los pocos de Europa con ese reconocimiento.
Cuando recibí la primera no me lo creía, cuando llegó la segunda menos aún y con la tercera me preguntaba, ¿y ahora qué? El restaurante no estaba tan bien montado como ahora, y en aquella época los triestrellados –Zalacaín fue el primero en España– eran de lujo, y mi casa no lo era.
Arzak es un restaurante de familia. Y lo que en mi casa todos tenemos claro es que hay que darlo todo para que quien entra por la puerta esté contento y disfrute. En esta casa no hay diferencias sociales; aquí viene gente de todas las edades y de todos los oficios. Muchos ahorran todo el año para venir y comer lo que yo hago.
A Elena siempre le digo que no debemos preocuparnos ni de estrellas ni de listas. Que hay que hacer las cosas lo mejor posible y utilizar el mejor género.
A mí me gusta, a poder ser, de aquí. En un plato hay que distinguir dos cosas: la materia prima, a poder ser de nuestro ADN, y los ingredientes que complementan el plato, las guarniciones, las salsas, que han de gustar a nuestra cultura culinaria.
No se sabe. Pero es cierto que hay épocas, como los tiempos de la nueva cocina vasca, en que subimos un peldaño creativo. Ferran Adrià subió un montón: ha sido el tío más creativo que ha tenido y que tendrá la historia culinaria.
Fuimos gente inquieta que quería evolucionar la cocina para demostrar que ésta era parte de la cultura de un pueblo.
Que sean humildes. Es muy complicado evolucionar como hemos hecho en las últimas décadas.
Que se equivocan. Claro que la habrá pero no sabemos cuándo ni dónde; nosotros mismos la buscamos y no la encontramos. Pero sí pienso que el hecho de que Adrià cerrara El Bulli y se centrase en el nuevo proyecto de El Bulli Foundation nos ha venido mal. La gastronomía ha sufrido mucho esa retirada. Y lo digo desde la humildad, no envidio a nadie y me gusta seguir aprendiendo.
Íbamos una semana o quince días al año y era una fuente de alimentación. No hay que copiar pero sí te puedes inspirar.
En los tiempos de la nueva cocina vasca si copiabas un plato tenías que decir de quién era, y eso hay que seguir haciéndolo. Pero no hay que volverse loco por el hecho de que haya momentos de mayor y de menor creatividad en la historia. Hoy en día el conocimiento se comparte.
Hay que ser humilde: Yo miro y cojo ideas de cualquier lugar: de un bar, de una ama de casa. Ahora hay puertas abiertas. Cuando yo aprendía en la escuela iba a un restaurante donde el jefe de cuarto frío te mandaba fuera para preparar el paté. La gente no se da cuenta de que si dos cocineros hacen un mismo plato siempre será distinto: por la personalidad de quien cocina. No hay que creerse el mejor. Siempre le digo a Elena que la humildad es lo más importante.
El aprovechamiento es sagrado. No hay que despilfarrar nada. Mi madre me enseñó que si sobraba una barra de pan había que utilizarla. Creo que la gente no compra con cuidado. Habría que ir más al mercado y calcular lo que vamos a comer, no encargar tanto a distancia y de una vez. Me da coraje que se tiren alimentos.
Hay excepciones pero muy buen rollo. Creo que somos un ejemplo; a mí me lo dicen mucho cuando viajo. ¡Qué bien os lleváis los españoles!
Hoy en día con la televisión se está desproporcionando un poco. Corremos el riesgo de olvidarnos del buen hacer. Lo primero es que las cosas salgan ricas y luego ya viene la creatividad. Ves programas con críos que le echan de todo al plato. La cocina está de moda.
Lo mismo que mi madre a mí. Me preocupaba y le recordaba la dureza del oficio. “Ya nos ves a tu madre y a mí”, le decía. Pero ella lo tenía clarísimo. Las dos hermanas estudiaron en el colegio alemán. Queríamos llevarlas al francés pero no conseguimos que entraran. Luego ella fue a estudiar a Suiza y pasó por un montón de cocinas importantes: Troisgros, Ducasse, Guérard... Y cuando regresó a casa me dijo que quería pasar un año como aprendiz, cortando, pelando... y así fue.
Yo no lo diría exactamente así: para mí, de todo el mundo, donde se come mejor es en España. Y de España donde yo como mejor es en Euskadi. Y de Euskadi, en San Sebastián. No digo que sea lo mejor sino lo que más me gusta.
La edad son pequeñas renuncias. Ya no salgo de noche, con lo juerguista que he sido… Habrá habido tan juerguistas como yo, pero no más.
Siempre el último que ha salido de nuestra cocina. Pero el pastel de kabraroka rompió moldes. Alfonso, de Casa Nicolasa, hacía un pastel de merluza. Yo me dije “esto tengo que mejorarlo”. Y lo hice. Hay que darle la vuelta a las cosas. Y la tradición es un buen punto de partida.
Como alguien que tuvo la inmensa suerte de elegir la cocina en la vida.
Publicada el 18 de marzo del 2018
Jordi Roca
“Con ejercicios de voz espero volver a cantar en los escenarios pronto”
AgustÍ Ensesa / Alvg
Hay días en que, con mucho esfuerzo, de las cuerdas vocales de Jordi Roca sale una voz casi imperceptible que sólo puede escucharse desde muy cerca. Otros días no. Por eso recurre al lenguaje escrito para responder las preguntas de una entrevista que se publica justo antes de que se estrene el capítulo que le dedicó Netflix en Chef’s Table: Pastry. La historia del menor de los hermanos de El Celler de Can Roca y la búsqueda de un hueco en el engranaje perfecto del restaurante de Girona muestra al personaje más desconocido de la familia. Jordi Roca desvela lo duro que le resultó ser alguien al lado de sus hermanos Joan y Josep o cómo afronta una enfermedad neurológica rara, la distonía, que le mantiene casi en silencio y con el cuello rígido. “Hace dos años que la arrastro y me ha dañado las vértebras. Una enfermedad no mortal, pero que te fastidia bastante la vida: mi laringe sube y las cuerdas vocales queden destensadas”.
David Gelb, director de Chef’s Table, quiso centrarse en la parte de mi vida que quizás es menos conocida; en cómo viví mi primera incorporación al proyecto de mis hermanos mayores; lo difícil que resultó para mí encontrar mi lugar entre dos personas que ya entonces eran grandes profesionales. Cómo me apoyaron incondicionalmente para hacerme un hueco en El Celler. Cómo Joan propició que entrara en la partida de postres cuando llegó el pastelero Damian Allsop. Cómo me marcaron mis propias inseguridades personales y cómo después de todo siguen presentes en lo que hago hoy en día pero de un modo mucho más digerido y hasta divertido.
Siempre bromeo sobre mis inicios explicando que elegí la cocina dulce porque los camareros salían más tarde que los cocineros; y en realidad es cierto. Mientras estudiaba me tocaba trabajar en casa para echar una mano a la familia y empecé en sala, que es donde iban más escasos de personal. Pero al ver que de la cocina se salía antes, hice ver que me interesaba ser cocinero cuando en realidad lo hacía para acabar antes y poder ir de fiesta con los amigos; tenía 17 o 18 años. El caso es que ahora en la partida de postres somos los últimos en salir; así que la jugada me salió mal.
Me resultó muy difícil hacerme un hueco. Mis hermanos eran cracks en sus respectivos campos y yo ni siquiera tenía claro si ese trabajo me gustaba; si estaba dispuesto a asumir el sacrificio de dedicarme a un oficio tan entregado. Me costó mucho encontrar mi papel, tanto en la familia como en el trabajo. Hasta que con la llegada del pastelero Damian Allsop a El Celler pude formarme en un oficio nuevo. Fue muy importante que alguien que no fueran mis hermanos me formara, para no vivirlo como algo impuesto.
Empecé a saber cosas que ni Joan ni Josep sabían y eso me permitía empezar a hablar de tú a tú con ellos. ¡Ya no me mandaban, me preguntaban! A partir de entonces empecé a encontrar mi lugar. Pero no me libré del temor del menor de la familia que no sabe si podrá llegar a ser tan brillante como sus hermanos mayores.
Mis dos hermanos dejaron un listón muy alto tanto en los estudios como en el trabajo; de pequeño fui a la escuela en la que ellos estudiaron EGB y después a la misma escuela de hostelería. Y aunque eran 12 y 14 años mayores que yo, muchos profesores me recordaban lo buenos estudiantes que eran; alumnos excelentes.
Yo era un desastre y siempre me comparaban con ellos y me señalaban como la oveja negra de la familia. Era un poco gamberro y ahora puedo decir que empecé el partido perdiendo 0-4. Después, en el trabajo, al empezar en la partida de postres, siempre tuve el apoyo incondicional de ambos. Fue entonces cuando sentí que jugábamos en el mismo equipo. ¡Y ganábamos!
Mucho. Siempre he tenido el apoyo de todos en todos los momentos. Tengo la mejor familia del mundo.
Por supuesto. Nunca he tenido la certeza absoluta de que este sea el mejor trabajo para mí. Recuerdo una temporada en la que me planteé seriamente ser bombero. Me gusta pensar que algún día podría dedicarme a otra cosa. Aunque sólo sea para pensarlo, me relaja.
Joan es la santa paciencia en persona; tiene el don de no perder nunca los papeles –sólo lo he visto hacerlo una o dos veces en treinta años–. Mantiene la ecuanimidad, y eso hace que convivir con él resulte muy fácil y a la vez sea difícil saber lo que piensa. Es genial, creativo, estudioso, elocuente… pero por encima de todo tiene un corazón enorme.
Josep es un erudito, no sólo en materia de vino; lleva su excepcional capacidad de estudio a muchos otros campos como la ciencia, la sostenibilidad, la poesía, el fútbol... Logra que salgas enriquecido de cualquier conversación con él. Los dos son grandes personas, y es una suerte sentirlos tan cerca.
Nos ocurre algo curioso que descubrimos durante las giras internacionales con BBVA: al pasar tantos días juntos dando charlas, cada uno de nosotros acentuaba su rol. Joan el de serio, ecuánime, elocuente; Josep el de poeta, barroco, didáctico, paciente; yo el de desenfadado, provocador, divertido… Cada uno podía ser más él mismo explotando su faceta. Pero cuando damos charlas por separado hemos de desempeñar un poquito todos los papeles; Joan hace chistes (bueno, lo intenta), Josep hace de sensato y yo trato de ser lo más elocuente posible. Pero juntos cada uno de nosotros es mucho más él mismo. Y eso es maravilloso.
De más joven lo era más. Me preocupaban más las puntuaciones, los rankings… lo vivía como un reto en sí mismo. Con el tiempo he aprendido a disfrutar del placer de hacer lo que hago de la mejor manera posible, sin esperar nada a cambio. Cuando más me he enamorado de mi oficio es cuando más reconocimiento he obtenido.
Por una parte me he de esforzar para mantener vivo el interés después de catorce platos; por otro, si el cliente ha hecho maridaje llega con ilusión de probar cosas más atrevidas. Es el terreno en el que me muevo mejor. Es mi momento.
Hace dos años que arrastro una disfonía mala de tratar. Hay muchos factores que tiene que ver: una distonía cervical que provoca que tenga el cuello tenso casi siempre y que con el tiempo me ha dañado las vértebras. Es una enfermedad que no resulta mortal pero puede fastidiarte bastante la vida: provoca que mi laringe suba y las cuerdas vocales queden destensadas. A pesar de todo ello, estoy empezando a recuperar un poco la voz a base de ejercicios de fonación para reaprender a hacer salir la voz en este nuevo contexto.
Fue duro al principio. Durante casi un año no sabía qué me ocurría, y hubo pruebas interminables, ya que no se detectó ningún pólipo ni afectación de las cuerdas vocales. De algún modo a raíz de esta historia ahora tengo más tiempo para estar en la cocina porque no doy charlas ni participo en congresos y a la vez he ejercitado mi capacidad de escuchar y de observar. Estoy aprendiendo muchas cosas. Finalmente parece que voy en la buena dirección, y a base de ejercicios de voz espero volver a cantar en los escenarios pronto…
Ale es vital; ella ha sido mi apoyo principal en momentos duros como estos. Incluso ha aprendido a leerme los labios y ahora empieza a leerme la mente. Nunca le estaré suficientemente agradecido. Es mi amor y mi compañera de aventuras. Tras seis años de consolidación con cuatro tiendas que funcionan muy bien, ampliamos el obrador y la intención es hacer crecer Rocambolesc tanto como podamos.
Publicada el 8 de abril del 2018
Nandu Jubany
“Sólo conozco cuatro cocineros creativos; los demás copiamos”
CAN JUBANY
Había transcurrido un tiempo desde que el chef de Can Jubany (Calldetenes) cumplió su sueño de participar en el Dakar sobre una moto. El suficiente para reflexionar con calma sobre aquella experiencia a través de la que quiso explorar sus propios límites físicos y mentales. Nandu Jubany habló de lo importante que fue para él tener horas y horas para pensar en su vida y en las personas que la habían marcado. Durante la entrevista, en uno de los pabellones de Alimentaria, en los que se exponía la moto con que había corrido el Dakar, también repasaba sus nuevos retos, como la apertura de su restaurante Pur en Barcelona o lamentaba el exceso de tontería que a veces rodea al mundo gastronómico: “Hay elaboraciones auténticas, otras que no lo son y mucha imitación”. Jubany se cuestionaba también la adulación a los grandes chefs: “Hay cosas que hacemos las vacas sagradas que nadie se atreve a decir que son una mierda”.
Mi amigo Nani Roma intentó sacármelo de la cabeza sin éxito. Como a todos los que nos gusta el motor, siempre que veía el Dakar por la tele, me imaginaba estando allí algún día. Era el sueño que tenía desde pequeño y, aunque parezca una locura, lo he cumplido con 47 años y 160 personas trabajando directamente conmigo [cerca de 500 en todos los restaurantes que dirige]. He tenido que pagar un seguro de vida muy elevado para que me dejaran correr por las deudas que tengo.
En los dos años he gastado 150.000 euros, pero el retorno ha sido brutal por la amplísima repercusión mediática. Todo el mundo espera que la gente importante gane el rally o quede muy bien situada, pero a mí me ven como un cocinero simpático de Vic, un tipo mayor que de repente se va correr el Dakar, y eso despierta curiosidad. No saben que toda la vida he ido en moto: no me levanté una mañana pensando “me voy al Dakar”. Hicimos un clipping de prensa Nandu Jubany valorado en dos millones de euros. Salimos 31 veces en televisión en 35 días.
Eso fue lo mejor. Es una carrera en la que llegas a tu límite. Te preparas para muchas cosas pero no para las horas de soledad. Yo fui más en moto en unos días de lo que entrené en dos años: 12.000 kilómetros durante trece días. Sabes que has de estar preparado físicamente para que no se te llaguen las manos o el culo, para muchas cosas. Pero al final la carrera es muy de la cabeza, un ejercicio psicológico.
Había gente mucho más preparada que yo, chicos de 30 años, a los que veías tirados y que no seguían. Yo no me planteé retirarme. Estuve tres días acompañado por Rosa Romero, la mujer de Nani Roma, pero ya habíamos quedado con ella que a partir del tercer día iría a mi aire, porque era un reto individual. He tenido muchas horas sólo para reflexionar, para pensar en mi padre, que murió cuando yo tenía 22 años, en la tía que me enseñó a cocinar, en las personas que te faltan o en las cosas que haces mal. No durante la carrera, sino en los enlaces, que son el 60% del recorrido por carreteras y autopistas en las que has de ir a una velocidad limitada controlada por un radar que llevas en la misma moto.
Me ha servido para darme cuenta de que no tenemos tiempo para pensar y cuando tenemos un momento nos embobamos con el móvil y las dichosas redes sociales. Pero la experiencia me sirvió sobre todo para rozar mis límites. Cuando vas en la moto 12, 14, 16 y un día 18 horas, te invade el cansancio físico y psíquico. De repente rompía a llorar o me ponía a reír solo, como si estuviera loco. Supongo que no es nada diferente a lo que le pasa a quien sube al Everest o hace un ironman.
Sí, y si acabé el Dakar es porque no sé dejar nada a medias. Cuando estás dando un banquete hay días en que todo se tuerce. Llegas y nada más empezar ya te ha caído algo por el camino, el horno no funciona, has de llamar corriendo al mecánico. Y no les puedes decir a los novios que vuelvan a casarse la semana que viene.
El problema es que por desgracia tengo una vida en la que he dicho a muchas cosas que sí y soy muy responsable cuando me comprometo. Pero tengo 47 años y veo que necesito momentos como estos que he vivido, para mí. Cuando acabé el Dakar dije que no repetiría porque estaba exhausto pero ahora ya volvería porque te da mucho. Es como el que sube al Everest, le han tenido que amputar un dedo, y pasado un tiempo quiere volver y nadie lo entiende. Estamos locos.
Desde que murió mi padre intento vivir intensamente. Puedo estar sirviendo un banquete para mucha gente, acudir a un congreso, trabajar todo el día y hacer dos ponencias y por la noche salir de juerga hasta la cinco de la mañana y al día siguiente estar en mi sitio. Siempre he pensado que si eres bueno para salir eres bueno para trabajar. Y creo que en la vida ha de haber momentos para todo, pero a veces por compromiso hago más cosas de la que debería hacer.
No, aunque me gustaría que cuando un proyecto ya está puesto en marcha pudiese funcionar sin tener que cuidarlo tanto. Como cuando enseñas a un niño, crece y se hace autosuficiente. Eso sería fantástico.
Pasé muchos años haciendo lo mismo cada día, en Can Jubany. Abría por la mañana, preparaba el fumet, la mise en place, cada día me hacía el pan, que ahora le compro a un panadero maravilloso. Porque al final dije basta. No quiero pasar así el resto de mi vida.
Quiero un restaurante en el que todo ocurra en torno a una cocina, algo que siempre me ha hecho ilusión. Habrá una pequeña barra para diez personas y el resto de mesas rodearán la cocina, en la que dominará el producto desnudo. Soy un amante del producto, del ingrediente de proximidad, del producto catalán, pero aquí voy más allá, para abarcar el mundo. ¿Por qué no servir wasabi y un plato de ternera de Girona y comprar wagyu de Chile y hacerlo con unas patatas del bufet de Vic, fritas? Quiero vegetales, pescados, carnes, casquería, todo tipo de cosas pero sin salsas ni especias ni muy manipulado.
Es el mejor del mundo: nos gusta, nos ganamos la vida, nos hacen fotos y nos abrazan diciendo que somos buenos y nos felicitan. Y notamos que hacemos felices a la gente. Veo a parejas entrar al restaurante mosqueadas y salir encantados de la vida.
Haya mucha tontería en la cocina, muchísima, vivimos de la tontería. Creo que muy pocos oficios han cambiado tanto como el nuestro en los últimos años. Éramos servicio y ahora somos estrellas del rock. Hay cosas auténticas, cosas que no lo son y mucha imitación. Está lleno de cocineros que se llenan la boca de creatividad y yo sólo conozco a tres o cuatro de verdad creativos en el mundo: los demás nos copiamos unos a otros. Los hay más pícaros, que copian mejor que otros. Lo importante es tener tu personalidad, aprender técnicas y llevarlas a tu terreno. Yo creo que tengo personalidad y que en mi casa se come lo que yo quiero.
Por supuesto. La moda de las carnes sobremaduradas, por ejemplo, es una tendencia que odio. Me gusta comerme una buena pieza de carne y también comerme un entrecot al roquefort. Pero no una carne que sabe como si estuviera untada en roquefort de puro exceso de maduración.
Hay muchas cosas que hacemos las vacas sagradas que nadie se atreve a decir que son una mierda. Y muchas veces nos salváis de la quema porque sabéis que en nuestras casas hay mucho esfuerzo y que hoy no ha ido bien pero otro día comerás de maravilla. Creo que lo único que es verdad es que hay mucha copia barata y mal hecha. Los humanos necesitamos ser un poco hipócritas. Pero yo procuro acostarme tranquilo; con mi familia, con mi gente, con las personas que vienen al restaurante a comer, y no engañarlos.
Cuando fui al Dakar me sirvió para cambiar la línea. Porque al final si trabajamos tanto que no podemos parar ni un momento para contemplar lo que estamos haciendo es porque no lo hacemos bien. En Can Jubany morimos de éxito. Hacemos quinientos cubiertos a la semana, llenamos todos los días. Hasta hace ocho años éramos un restaurante donde se comía muy bien en la comarca, y la inmensa mayoría de clientes eran de la zona. Hoy de la comarca viene un cinco o un diez por ciento porque muchas veces no encuentran mesa. Viene gente de toda Catalunya a celebrar un cumpleaños, su aniversario de bodas, que han salido de un cáncer o que se quieren, y se cogen fiesta para venir a mi casa. No vendemos sólo comida. Vendemos tratarlos bien, que se sientan como en casa. Y eso queremos potenciarlo. Porque hemos hecho un huerto increíble y hemos comprado una granja que podrás visitar antes de ir al restaurante, con un equipo genial liderado por mi esposa y con ganas de ser buenos anfitriones. Y nuestra idea es impulsar un concepto un poco diferente, una experiencia gastronómica en Can Jubany.
Hace tiempo que no me preocupa. Hace veinte años que tenemos una estrella. Al principio trabajábamos siete personas, y cuando acababa yo me iba a subir una montaña. Estoy encantado de que Michelin nos dieran una estrella y que cada año nos la vuelvan a dar pero cuando hicimos la inversión, que era un cambio brutal, pasamos de trabajar 14 personas a 35; tenemos dos sumilleres siempre, una bodega increíble, cubertería de plata… mucho más que los estándares. Yo me creí que íbamos a jugar para obtener la segunda. Cuando el primer año no me la dieron me supo mal, pero pensé que llegaría al siguiente. Yo no conozco a nadie de Michelin y el día que tenga que trabajar para ellos cierro el restaurante: trabajo para mis clientes.
Cuando nos trasladamos para vivir en una casa mucho más grande, uno de nuestros hijos nos dijo que hubiera preferido tener una casa más pequeña pero poder pasar juntos los fines de semana. Aquello fue el detonante para que cambiáramos de mentalidad y cerráramos los domingos. Me entusiasma mi trabajo pero quiero encontrar otra manera de disfrutarlo. Poder delegar e ir a menos. Nos hemos expandido y ahora habrá que hacer el camino contrario, ir a menos.
Sí la merecía porque yo quería vivir como he vivido.
Espero poder ir en moto en plan tranquilo. Pero la vejez la imagino en la masía con los animales y el huerto. Disfrutando de familia y amigos.
Publicada el 22 de abril del 2018