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HarperCollins 200 años. Désde 1817.

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2016 Kate Hewitt

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Amor heredado, n.º 2544 - mayo 2017

Título original: Inherited by Ferranti

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9719-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Sierra Rocci miró el vestido blanco que estaba colgado en la puerta del armario e intentó reprimir la sensación de nerviosismo que se había instalado en su estómago. Al día siguiente se celebraba su boda.

Llevándose la mano al pecho, se volvió para mirar por la ventana y contemplar los jardines oscuros de la casa que su padre tenía en la calle Via Marinai Alliata de Palermo. La noche era cálida y no soplaba ni una brisa de aire. Tanta quietud era inquietante, y Sierra intentó ignorar el nerviosismo que la invadía por dentro. Ella había elegido aquello.

Aquella noche había cenado con sus padres y Marco Ferranti, el hombre con el que iba a casarse. Todos habían conversado tranquilamente y Marco la había mirado con delicadeza, como haciéndole una promesa. «Puedo confiar en este hombre», había pensado. Tenía que hacerlo. En menos de veinticuatro horas tendría que prometerle su amor y fidelidad. Y su vida pasaría a estar en manos de él.

Sierra conocía el coste de la obediencia. Esperaba que Marco fuera realmente un caballero. Él había sido amable con ella durante los tres meses de noviazgo. Amable y paciente. Nunca la había presionado, excepto quizá aquella vez que la besó a la sombra de un árbol mientras paseaban por el jardín. Fue un beso apasionado, y sorprendentemente excitante.

Experimentó un nudo en el estómago, a causa de un temor totalmente diferente. Tenía diecinueve años y solo la habían besado un par de veces. Era completamente inexperta en cuestiones de dormitorio, pero el día del árbol Marco le había dicho que, la noche de bodas, sería paciente y delicado con ella.

Sierra lo había creído. Había elegido creerlo en un acto de voluntad, para asegurarse el futuro y su libertad. Sin embargo… Sierra miró hacia el jardín percatándose de que el miedo y las dudas se apoderaban de una parte de su corazón. ¿Conocía realmente a Marco Ferranti? La primera vez que lo vio en el jardín del palazzo de su padre, se fijó en que una gata se había restregado contra las piernas de Marco. Él se había agachado para acariciarle las orejas y el animal había ronroneado. Su padre le habría dado una patada a la gata, y habría insistido en que ahogaran a sus gatitos. El hecho de que Marco hubiera mostrado un gesto de ternura cuando pensaba que nadie lo estaba mirando, había provocado que Sierra sintiera una chispa de esperanza en su corazón.

Sabía que su padre aprobaba su matrimonio con Marco. No era tan ingenua como para no darse cuenta de que había sido él quien había empujado a Marco hacia ella, sin embargo, ella también había tomado una elección. En la medida de lo posible, había controlado su destino.

El primer día que se conocieron, él la había invitado a cenar y en todo momento había sido atento y cortés con ella, incluso cariñoso. Ella no estaba enamorada de él, y no tenían ningún interés en aquella peligrosa emoción. Sin embargo, quería salir de la casa de su padre y casándose con Marco Ferranti lo conseguiría… Si es que podía confiar en él de verdad. Al día siguiente lo descubriría, una vez hubieran pronunciado los votos y cerrado la puerta del dormitorio…

Sierra se mordisqueó los nudillos al sentir que una ola de temor la invadía por dentro. ¿De verdad sería capaz de hacer aquello? ¿Cómo no iba a hacerlo? Retractarse implicaría enfrentarse con la ira de su padre. Iba a casarse para ser libre y, sin embargo, no era libre para echarse atrás. Quizá nunca llegara a ser verdaderamente libre, pero ¿qué otra opción tenía una chica como ella, con diecinueve años y totalmente apartada de la sociedad y de la vida? Protegida y atrapada al mismo tiempo.

Oyó que la voz de su padre provenía desde el piso de abajo. Aunque no era capaz de discernir las palabras, solo el sonido de su voz bastaba para que se pusiera tensa y se le erizara el vello de la nuca. Entonces, oyó que Marco contestaba y que su tono era algo más cálido que el de su padre. A ella le había gustado su voz desde el primer momento en que lo conoció. También le había gustado su sonrisa y la manera en que iluminaba su rostro.

Ella había confiado en él de forma instintiva, a pesar de que trabajaba para su padre y de que, como él, era un hombre con mucho encanto y mucho poder. Ella había tratado de convencerse de que él era diferente, pero ¿y si se había equivocado?

Sierra decidió salir de su habitación y se apresuró para bajar al piso de abajo. Se detuvo en el rellano de la escalera para que su padre y Marco no la vieran y escuchó con atención.

–Me alegra darte la bienvenida a nuestra familia como a un verdadero hijo.

El padre de Sierra se mostraba autoritario pero encantado, como un papá benévolo lleno de buenas intenciones.

–Y yo me alegro de ser bienvenido.

Sierra oyó que su padre le daba una palmadita a Marco en la espalda y que se soltaba una risita. Ese sonido tan falso que ella conocía tan bien.

Bene, Marco. Siempre y cuando sepas cómo manejar a Sierra. Una mujer necesita una mano firme que la guíe. No se puede ser demasiado amable con ellas porque si no se aprovechan. Y eso no es lo que quieres.

Aquellas aborrecibles palabras le resultaban terriblemente familiares, y su padre las había pronunciado con absoluto control.

Sierra se puso completamente tensa mientras esperaba la respuesta de Marco.

–No se preocupe, signor –dijo él–. Sabré manejarla.

Sierra se apoyó en la pared al sentir que el miedo la invadía por dentro. «Sabré manejarla» ¿De veras pensaba igual que su padre? ¿Que ella era como un animal al que debía domar para que lo obedeciera?

–Por supuesto –contestó Arturo Rocci–. He sido yo quien te ha elegido como hijo. Esto es lo que quería, y no puedo estar más satisfecho. No tengo ninguna duda acerca de ti, Marco.

–Me halaga, signor.

Papá, Marco. Puedes llamarme papá.

Sierra se asomó desde el rellano y vio que los hombres se abrazaban. Después, su padre le dio a Marco otra palmadita en la espalda antes de desaparecer por el pasillo hacia el estudio.

Sierra observó a Marco y se fijó en su pequeña sonrisa, en su mentón cubierto de barba incipiente y en sus ojos grises. Se había aflojado el nudo de la corbata y se había quitado la chaqueta del traje. Parecía cansado, y tremendamente masculino. Sexy.

Sin embargo no había nada de sexy en todo lo que había dicho. Un hombre que pensaba que las mujeres deben ser domadas no resultaba para nada atractivo. Sierra sentía un nudo en el estómago provocado por una mezcla de temor y rabia. Rabia hacia Marco Ferranti, por pensar igual que su padre, y rabia hacia sí misma por ser tan ingenua y pensar que conocía bien a un hombre al que apenas había visto durante unas cuantas citas. Además, era evidente que Marco se había esforzado por mostrar lo mejor de sí mismo. Sierra había llegado a pensar que había sido ella quien lo había elegido, sin embargo, se daba cuenta de que la habían engañado. Quizá su prometido era tan falso como su padre y le había mostrado la cara que ella quería ver mientras ocultaba al hombre verdadero que era. ¿Llegaría a descubrirlo? Sí, cuando fuera demasiado tarde. Cuando estuviera casada con él y ya no tuviera escapatoria.

–¿Sierra? –Marco arqueó una ceja y la miró con una sonrisa que formaba un hoyuelo en su mejilla. La primera vez que Sierra se fijó en su hoyuelo le pareció que lo hacía parecer más amigable. Y amable. A ella le había gustado más gracias a ese hoyuelo. Se sentía como una niña ingenua que había pensado que tenía cierto control sobre su vida cuando, en realidad, había sido una mera marioneta.

–¿Qué haces aquí escondida? –preguntó él, y le tendió la mano.

–Yo… –Sierra se humedeció los labios. No se le ocurría nada que decir. Solo era capaz de pensar en las palabras que Marco había dicho: «Sabré manejarla».

Marco miró el reloj.

–Ya es después de medianoche, así que se supone que no debería verte. Después de todo es el día de nuestra boda.

«El día de nuestra boda». Pocas horas después se casaría con aquel hombre y prometería amarlo, respetarlo y obedecerlo.

«Sabré manejarla».

–¿Sierra? –preguntó Marco con preocupación–. ¿te ocurre algo?

Todo iba mal. Todo había ido mal siempre, a pesar de que ella pensaba que lo había ido solucionando. Había pensado que por fin iba a escapar, que estaba eligiendo su propio destino. La idea era ridícula. ¿Cómo podía haberse engañado durante tanto tiempo?

–¿Sierra? –la llamó con impaciencia.

Sierra se percató de que ya no había preocupación en su voz y que empezaba a mostrar cómo era en realidad.

–Solo estoy cansada –susurró ella.

Marco gesticuló para que se acercara y ella bajó los escalones con piernas temblorosas. Intentó no mostrar el miedo que sentía. Era una de las cosas que había practicado toda su vida porque sabía que enfurecía a su padre. Él deseaba que las mujeres de su familia se acongojaran y avergonzaran, y Sierra lo había hecho muchas veces durante su vida. Sin embargo, cuando sentía el valor para actuar con frialdad y mantener la compostura, lo hacía.

Marco le acarició la mejilla y ella sintió un nudo en el estómago al recibir su gesto de cariño.

–Ya no queda mucho –murmuró él, y le acarició los labios con el pulgar. La expresión de su rostro era de ternura, pero Sierra ya no podía confiar–. ¿Estás nerviosa, pequeña?

Estaba aterrorizada. Sin decir palabra, negó con la cabeza y Marco se rio de un modo que a Sierra le pareció indulgente y condescendiente. Eso demostraba que las suposiciones que había hecho acerca de aquel hombre no era más que eso, suposiciones. En realidad no lo conocía y no sabía de qué era capaz. Había sido amable con ella, sí, pero ¿y si solo estaba fingiendo igual que fingía su padre cuando estaba en público? Marco sonrió de nuevo y le preguntó:

–¿Estás segura acerca de todo esto, mi amore?

«Mi amore». Mi amor. Aunque Marco Ferranti no la amaba. Nunca había dicho que lo hiciera, y ni siquiera quería que así fuera. Su relación era una relación por conveniencia. Una cena familiar que había seguido con un paseo por los jardines, después una cita formal y una propuesta de matrimonio. Todo había sido organizado por su padre y aquel hombre. Y ella no se había dado cuenta. Había pensado que tenía algo que decir en todo aquello, pero se daba cuenta de que había sido manipulada y utilizada.

–Estoy bien, Marco –susurró ella, y dio un paso atrás para separarse de él.

Él frunció el ceño y ella se preguntó si era porque no le había gustado que tomara el control de aquella situación. Ella le había permitido que él tomara todas las decisiones durante los tres meses que había durado su relación. Dónde iban, de qué hablaban… Todo lo había decidido él. Ella estaba desesperada por escapar y se había convencido de que él era un hombre amable.

–Un último beso –murmuró Marco, y la atrajo hacia sí para besarla en los labios.

Sierra experimentó una mezcla de sensaciones. Nostalgia y alegría. Temor y deseo. Lo agarró por la camisa y se puso de puntillas para acercar su cuerpo al de él, incapaz de mantenerse alejada, sin darse cuenta de lo reveladora que había sido su reacción hasta que Marco se rio y se separó de ella.

–Tenemos mucho tiempo por delante –le prometió–. Mañana por la noche…

Cuando estuvieran casados. Sierra se cubrió los labios con los dedos y Marco sonrió, satisfecho por su reacción.

–Buenas noches, Sierra –dijo él.

–Buenas noches –se volvió y subió por las escaleras sin atreverse a mirar atrás, consciente de que Marco la estaba observando.

Una vez en el pasillo del piso de arriba, se llevó la mano al corazón. Se odiaba, odiaba a Marco. No debería haber permitido que aquello sucediera. No debería haber pensado que podría escapar.

Sierra corrió por el pasillo hasta el otro lado de la casa y llamó a la puerta de la habitación de su madre.

Violet Rocci abrió la puerta una pizca. Parecía nerviosa pero, al ver que era Sierra, se relajó y abrió más la puerta para dejarla pasar.

–No deberías estar aquí.

–Papá está abajo.

–Aun así –Violet agarró los pliegues de su bata. Estaba pálida y mostraba preocupación. Veinte años atrás había sido una mujer bella y una pianista famosa que daba conciertos en las mejores salas de Londres. Después, se casó con Arturo Rocci y desapareció de la vida pública por completo.

Mamma… –Sierra la miró con impotencia–. Creo que he cometido un error.

Violet respiró hondo.

–¿Marco? –Sierra asintió.

–¿Lo amas, no? –incluso después de haber estado casada durante veinticinco años con Arturo Rocci y viviendo acongojada, Violet creía en el amor. Amaba a su marido con locura, y él había sido su destructor.

–Yo nunca lo he amado, Mamma.

–¿Cómo? –Violeta negó con la cabeza–. Sierra, tu dijiste…

–Confiaba en él. Me parecía amable, pero solo quería casarme con él para escapar… –«Escapar de papá». Ni siquiera podía decirlo. Sabía que aquellas palabras harían sufrir a su madre.

–¿Y ahora? –preguntó Violet en voz baja.

–Y ahora no lo sé –Sierra paseó de un lado a otro con nerviosismo–. Ahora me doy cuenta de que no lo conozco de nada.

–Mañana es la boda, Sierra –Violet se dio la vuelta–. ¿Qué puedes hacer? Está todo organizado…

–Lo sé –Sierra cerró los ojos al sentir que el arrepentimiento se apoderaba de ella–. Me temo que he sido una estúpida –pestañeó tratando de contener las lágrimas–. Sé que no hay nada que pueda hacer. Tengo que casarme con él.

–Puede que haya alguna forma de…

Sierra miró a su madre sorprendida. Violet estaba pálida, sin embargo su mirada brillaba con decisión–. Mamma

–Si estás segura de que no puedes hacerlo…

–¿Segura? –Sierra negó con la cabeza–. No estoy segura de nada. Quizá sea un buen hombre…

«¿Un hombre que iba a casarse con ella por el bien de Rocci Enterprises? ¿Un hombre que trabajaba mano a mano con su padre y que insistía en que sabría manejarla?

–Pero no lo amas –dijo Violet.

Sierra pensó en la sonrisa de Marco y en el roce de sus labios. Después pensó en el amor desesperado que su madre sentía hacia su padre a pesar de que era cruel con ella. Sierra no amaba a Marco Ferranti. No quería amar a nadie.

–No, no lo amo.

–Entonces no debes casarte con él, Sierra. Se sabe que una mujer puede sufrir mucho a causa del amor, pero sin él… –apretó los labios y negó con la cabeza.

A Sierra le surgieron ciertas preguntas en la cabeza. ¿Cómo era posible que su madre amara a su padre después de todo lo que él había hecho? ¿Después de lo que su madre y ella habían soportado? Sin embargo, Sierra sabía que su madre lo amaba.

–¿Qué puedo hacer, Mamma?

Violet suspiró.

–Escapar. De verdad. Te lo habría sugerido antes, pero pensaba que lo amabas. Solo quería que fueras feliz, cariño. Confío en que puedas creerme.

–Te creo, Mamma –su madre era una mujer débil que había sido maltratada y sometida por la vida y por Arturo Rocci, su marido. Sin embargo, Sierra nunca había dudado acerca de que su madre la quisiera de verdad.

Violet apretó los labios y asintió.

–Debes irte pronto. Esta noche.

–¿Esta noche…?

–Sí –su madre se volvió hacia la cómoda y abrió un cajón para sacar un sobre que tenía escondido allí–. Es todo lo que tengo. Llevo años ahorrando por si…

–¿Y cómo? –Sierra agarró el sobre que su madre le ofrecía y vio que estaba lleno de euros.

–Tu padre me da dinero para la casa todas las semanas –dijo Violet sonrojándose.

Sierra sintió lástima por ella. Sabía que su madre se avergonzaba de la relación que tenía con su marido.

–Casi nunca me gasto el dinero. Y he conseguido ahorrar esto. No es mucho, unos mil euros quizá, pero suficiente como para sacarte de aquí.

–¿Y dónde voy a ir? –nunca se había planteado la posibilidad de escapar así, y la idea era aterradora y embriagadora al mismo tiempo. Había pasado la infancia en una casa de campo, la adolescencia en un colegio interno de monjas. No tenía ninguna experiencia de nada, y lo sabía.

–Toma el ferry para salir de la isla y después el tren hasta Roma. De allí a Inglaterra.

–Inglaterra… –la tierra natal de su madre.

–Tengo una amiga, Mary Bertram –susurró Violet–. No he hablado con ella hace muchos años, desde que… –desde que se había casado con Arturo Rocci veinte años atrás. Sin decir nada, Sierra asintió–. Ella no quería que yo me casara –dijo Violet en voz muy baja–. No confiaba en él, pero me dijo que si algún día sucedía algo, su puerta siempre estaría abierta.

–¿Sabes dónde vive?

–Tengo su dirección de hace veinte años. Me temo que es todo lo que puedo ofrecerte.

Sierra se estremeció al pensar en lo que estaba a punto de hacer. Ella, que no se atrevía a ir a Palermo sin acompañante, que nunca había manejado dinero, que ni siquiera había tomado un taxi. ¿Cómo podría hacerlo?

¿Y cómo no iba a hacerlo? Era su única oportunidad. Al día siguiente se casaría con Marco Ferranti y, si era como su padre, ella no tendría escapatoria.

–Si me marcho… –susurró.

–No podrás regresar –dijo Violet–. Tu padre te… –tragó saliva–. Esto será un adiós.

–Ven conmigo, Mamma…

–No puedo.

–¿Porque lo amas? ¿Cómo puedes amarlo después de todo lo que…?

–No cuestiones mis decisiones, Sierra –comentó Violet–, pero toma las tuyas.

Su propia elección. La libertad. Más de la que nunca había tenido, y con la que ni siquiera sabría qué hacer. En lugar de encadenarse a un hombre, aunque fuera un hombre bueno, sería ella misma. Capaz de elegir, y de vivir.

–No lo sé, Mamma…

–Yo no puedo elegir por ti, Sierra –la madre le acarició la mejilla con suavidad–. Solo tú puedes decidir tu propio destino, pero un matrimonio sin amor… –la madre tragó saliva–. Eso no se lo desearía a nadie.

«No todos los hombres son como Arturo Rocci. No todos los hombres son crueles y controladores». Sierra tragó saliva. Quizá Marco Ferranti no fuera como su padre, pero quizá sí. Después de lo que había oído aquella noche, no podía correr el riesgo.

Al ver que agarraba el sobre del dinero con fuerza, Violet asintió.

–Que Dios te acompañe, Sierra.

Sierra abrazó a su madre con lágrimas en los ojos.

–Rápido –dijo Violet, y Sierra se apresuró a salir de la habitación. Se dirigió a su dormitorio, donde el vestido de boda colgaba del armario como si fuera un fantasma. Se vistió rápidamente y guardó algo de ropa en una bolsa. Le temblaban las manos.

La casa estaba en silencio y la noche era tranquila. Sierra miró el violín que tenía bajo la cama y dudó un instante. Le resultaría difícil cargarlo pero…

La música había sido su único consuelo durante gran parte de su vida. Dejar allí su violín sería como dejar parte de su alma. Agarró el instrumento con su funda y se colgó la bolsa de ropa al hombro. Después, se dirigió de puntillas al piso de abajo, conteniendo la respiración y con el corazón acelerado. La puerta principal estaba cerrada con llave, pero Sierra abrió el cerrojo sin hacer ruido. De pronto, oyó que su padre estaba en el estudio hojeando unos papeles y el miedo hizo que se quedara paralizada unos instantes.

Después, suspiró y abrió la puerta muy despacio. Una vez fuera de la casa, cerró con cuidado y se encontró mirando la calle vacía y oscura. Antes de adentrarse en la noche, se volvió para ver la casa con sus ventanas iluminadas por última vez.