INDIADA

 

 

OSVALDO BAIGORRIA

 

 

 

Blatt & Ríos

Osvaldo Baigorria nació en Buenos Aires en 1948. Publicó Llévatela, amigo, por el bien de los tres (Grupo Editorial Latinoamericano, 1989), En Pampa y la vía(Perfil Libros, 1998), Georges Bataille y el erotismo (Campo de Ideas, 2002), Correrías de un infiel (Catálogos, 2005), Un barroco de trinchera. Cartas a Baigorria de Néstor Perlongher (Mansalva, 2006), Anarquismo trashumante (Terramar, 2008), Sobre Sánchez (Mansalva, 2012), Cerdos & Porteños (Blatt & Ríos, 2014), Poesía estatal (Iván Rosado, 2017) y Postales de la contracultura (Caja negra, 2018). Actualmente dicta clases en la carrera de Comunicación, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

© 2018, Osvaldo Baigorria

© 2018, por esta edición: Blatt & Ríos

 

1ª edición en Blatt & Ríos: septiembre de 2018

1ª edición digital: septiembre de 2018

 

Diseño de cubierta: Iñaki Jankowski | www.jij.com.ar

 

Una versión anterior de "Semen indio" fue publicada en Zona de cuentos (Interzona, 2015)

 

Producción de eBook: Libresque

 

 

blatt-rios.com.ar

facebook.com/BlattRios

 

eISBN: 978-987-4941-11-4

 

Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento, sin permiso previo del editor y/o autor.

Entrada en materia

 

 

 

 

 

 

 

 

O introducción, penetración, ingreso en el tema. La indecisión me gobierna. Tengo ante mí tres cuentos inéditos y un bonus track que también puedo llamar cuento. Aunque también podría llamarlos relatos, palabra más abarcadora, prudente y adecuada a mi vacilación para designar textos que no llegan a ser novela ni novelita ni nouvelle ni novelette, sobre todo por su extensión pero también por características que no intentaré definir, dado que en realidad no domino el formato cuento, es un género que no me atrae mucho, en el que he leído poco y escrito menos.

Y sin embargo tengo ante mí estos tres o cuatro cuentos/relatos con toda la intención de reescribir, corregir, eliminar lo que está de más, completar lo que está de menos, desarrollar lo inacabado y, en suma, editarlos o mejor dicho, acabarlos. O acabar con ellos. Siempre está la alternativa de volver a cajonearlos, dejarlos en latencia, borrador y archivo para retomarlos más adelante. Pero esto es exactamente lo que he hecho hasta ahora, desde el primer día, y no ha dado resultado.

Hay otras razones. Una es la fiaca. ¿Necesito explicarla? Otra es el miedo a trabajar de más. Recuerdo con autoenvidia aquellos momentos de ánimo e impulso en los que me senté frente a un cuaderno, luego ante la máquina de escribir y más tarde la computadora para poner una palabra atrás de otra, una oración después, un párrafo más abajo y así seguir adelante, página tras página en cada relato. La pérdida de ese ímpetu inicial es lo que me llevó al callejón sin salida en el cual los abandonaría y dejaría librados a la suerte incierta que impone el paso del tiempo, en forma de papeles en carpeta y de archivo en la computadora, hasta que algún error involuntario o deseo inconsciente en un dedito los situara al borde del delete para siempre.

El azar intervino a mi favor un día. Me propusieron escribir una nota periodística, un reportaje sin permiso de sacar fotos o más bien una crónica sobre un casting para actrices y actores porno en una productora de Vancouver que hacía películas de sexo interracial con afroamericanos, orientales y amerindios. Ese día conocí a una mujer que parecía haber investigado a fondo las representaciones étnicas en la literatura y el cine de sur a norte del continente. Nakasuk/Grasa de Foca (seudónimo para sus películas), de nacimiento inuit (lo que antes llamaban esquimal) y de ciudadanía canadiense, residente en Argentina en sus años de estudiante (cursó sin terminar la carrera de Letras de la Universidad de Buenos Aires) tenía una mirada particular sobre las costumbres nativas.

—¿Qué carajo les pasa a los argentinos con el sexo? –dijo apenas entramos en confianza–. Toda esa obsesión con el culo, el dolor, la humillación, el guerrero y la cautiva. ¿Qué, no pueden hablar, pensar el sexo de otro modo?

El realismo de Nakasuk/Grasa de Foca era aplastante. Ella había sufrido en carne y culo propio las dobles y triples penetraciones, el fist-fucking, el gang bang y otras vejaciones requeridas por la industria y podía hablar desde la experiencia. Delgada, de cabello negro larguísimo hasta la cintura, boca y ojos de corte tan oriental como indoamericano, había entrado en casi todas las escenas de sexo concebibles. Decía que en parte le gustaba y en parte se la bancaba, pero lo cierto es que cuando pudo y consiguió los contactos y el capital necesario, se dedicó a filmar sus propias películas, con actores multiétnicos. Nakasuk/Grasa de Foca era más que una pornógrafa, una verdadera pornóloga originaria. Y una atenta lectora.

—El principal problema que tienen ustedes –me decía– es la ausencia de escritoras indígenas, que hablen sus lenguas nativas y conozcan desde dentro sus culturas de origen. Tampoco hombres, o tan poco hombres. ¿Cómo puede ser que en Argentina no haya autores reconocidos de ascendencia mapuche, qom, wichí u otros pueblos? Si escriben sobre los indios siempre lo hacen desde la perspectiva europea o criolla, gauchesca. Desde afuera. Hasta las más amigables tienen una mirada exterior. Siempre miran desde el lugar del argentino “que se va con los indios”. Puede aparecer alguna novela o película entretenida sobre la selva o las pampas pero no surgen escritores y mucho menos escritoras indígenas que sean reconocidas no sólo por sus denuncias de abusos y violencia ni por su producción folklórica sino por sus obras literarias. Todos y todas las que escriben son argentas de pura cepa o que parecen creer que hay pura cepa: gente urbanizada, que perdió contacto con la tierra. Ya sé que la pobreza y la discriminación impidieron a muchos nativos ir a la universidad o incluso tener educación básica. Pero eso no es excusa.

No sabía qué decirle. Me parecía que ponía demasiado énfasis en el origen, el gen, lo que generaba lo original, la descendencia, los hijos: una identidad forzada o forzosa, imaginaria, sobre las personas que crecían en determinada lengua pero quién iba a ponerse a discutir con una actriz porno esquimal de cabello negro larguísimo con ojos y boca de oriental.

Naka también me llamó la atención sobre lo escasa que era la literatura y la narración histórica en torno a la vida sexual originaria. Dejando de lado las representaciones del cautiverio de la mujer blanca, las torturas y violaciones conocidas, poco y nada encontraba en los textos de ficción argentinos que abarcaran la “cuestión indígena” como política sexual. Yo advertía un énfasis demasiado militante en sus críticas, que además presentaban la marca del multiculturalismo, las políticas identitarias y de minorías tan comunes en la Norteamérica de esos tiempos. Encima, Nakasuk metía en la misma bolsa la novela El entenado, de Saer, junto a las crónicas de Mansilla, lo cual me parecía caprichoso aunque su razonamiento era que dada la distancia que teníamos con experiencias relatadas o imaginadas de convivencia con indígenas en siglos anteriores, la ficción y la historia debían necesariamente confundirse en un único relato. Y en este siempre aparecía el cautiverio, la violación, la matanza.

Faltaba construir en la literatura y el cine un mundo aborigen perfecto y completo en su incompletud, decía Nakasuk. ¿Dónde residiría lo incompleto? Una pornóloga de origen esquimal y ciudadanía canadiense que había estudiado Letras en Buenos Aires podía imaginarse y producir una película erótica en la que entrarían en acción ranqueles, wichí, guaraníes, tehuelches o el resto de los originarios. Pero ella misma notaba que siempre parecía faltar algún elemento más espiritual y refinado para embellecer, o al menos dotar de cierta cualidad ética a una estética vulgar y a una industria masiva que manufacturaba la exhibición frontal, a veces bestial y directa de los órganos genitales en combinación con otros órganos, y que llamamos pornográfica por convención.

Para Nakasuk/Grasa de Foca, inclinada a pensar en términos de cómo llevar una ficción a la pantalla, introducir el mundo indígena en esa escenografía representaba el problema y desafío principal. Quizá sufría la tensión clásica entre documento y obra de arte. La pornografía es en parte documental y en parte actuada, y cuanto más se acerca al documento más se aleja de la estética. Debía hacerse el esfuerzo, razonaba Naka, para que el sexo en su sentido más visceral, animal, incluso violento tal como aparece en la pornografía convencional, pudiese ser elevado, completado por el amor que las criaturas sienten entre sí, un amor que incluye a Eros pero también a Agape, un amor que nace en el cuerpo y muere en el alma, un amor que se parece a un arte en la medida en que se hace, en que es producto de una cruza de elementos materiales y espirituales, de destrezas e imprevistos, de habilidades, suerte y destino. Ese amor, que es un arte, sería el único que podría llegar a su forma completa, es decir, a completarse en el momento de su realización, que es cuando se hace el amor y no sólo cuando una dice que lo hace. De tal manera, conjeturaba, podría reunirse de nuevo el sexo y el afecto, con otro modelo sobre el que apoyar la mirada, uno que tendría efectos benéficos sobre las culturas –como la argentina, entre otras latinoamericanas– patriarcales ya degradadas, sádicas, sexualizadas agresivamente y siempre al borde del crimen.

El carácter didáctico de los pensamientos y también divagaciones de Nakasuk cada tanto me tomaba por sorpresa, pero quizá esto se debía a mi prejuicio por considerar que una actriz porno no tendría vocación de educadora. No podía dejar de verla como alguien que se acostó en público con miles de hombres y mujeres en su corto tiempo de vida, incluso cuando se ponía filosófica. Era la carne que triunfaba sobre la razón. Podía entender su militancia, incluso su ilusión de que por prepotencia de la voluntad podría cambiarse la percepción que una cultura tiene de los pueblos ancestrales a través de la reescritura de la historia y de los mitos de esos pueblos. Pero que todo eso pudiera hacerse desde la pornografía me resultaba inadmisible.

Supongo que si Nakasuk/Grasa de Foca hubiera continuado con vida hubiese puesto por escrito sus investigaciones y reflexiones, esas que en algún momento supo acariciar como proyecto para la vejez a la manera de memorias. Pero nunca llegó a la vejez. En este punto me pregunto si debo relatar cómo salió de esta vida por causa de una enfermedad fulminante –no fue aquello que se piensa– y lo descarto, porque los finales tristes son algo que, si puedo, mejor evito. Ahí ya no hay inseguridad sino certeza. Me guardo su imagen de niña-mujer que despertó en mí la intriga por los modos en que aparece y desaparece el mundo indígena en la literatura y la historia argentina. Y reconocerla como aquella que inspiró, a través de sus conversaciones, las escenas, historias y razonamientos que hoy me permiten reescribir estos relatos basados, en algún caso, en la narración histórica, otros en la mitología, otros en la experiencia personal y unas pocas veces en mi propia y escasa imaginación. Espero que les gusten.

Semen indio

 

 

 

 

 

 

 

 

Cuando terminé de escribir la primera versión de mi autobiografía Secretos de una estrella porno-indigenista