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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Sara Orwig

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Amor traidor, n.º 1792- junio 2019

Título original: At the Rancher’s Request

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1328-390-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

A MATT Sánchez no le gustaban nada las bodas porque cualquier ceremonia sentimental le recordaba todo lo que podía ir mal en la vida de una persona. Normalmente, procuraba no acudir a ningún evento social en el que hubiera implicado un vestido blanco, lanzamiento de arroz y mujeres llorando de emoción.

Pese a todo, había tenido que ir a aquella boda ya que la novia era su prima y la quería mucho. Aunque, en realidad, habría preferido ensillar a su caballo preferido y salir a dar un paseo por el rancho, no podía faltar en el día más importante para ella.

Gracias a Dios, la ceremonia había terminado hacía más de una hora. Ahora, la casa principal del rancho Sandbur estaba llena de invitados y de familiares. Algunos habían ido desde nuevo México. Todos tenían tarta y champán y la cerveza y el ponche corrían como el río San Antonio tras las lluvias de primavera.

Habían retirado las alfombras del salón y el suelo de madera reluciente albergaba a parejas que bailaban al son de una orquesta de cuatro instrumentos. La música, la risa y las conversaciones se mezclaban, resonaban en las estancias, rebotaban en los techos de madera y llenaban todos los rincones de la casa.

En otra época del año, la celebración se hubiera hecho fuera, al aire libre, bajo los centenarios robles, pero estaban en febrero y en el sur de Texas podía hacer frío. Normalmente, el tiempo en aquella época del año era espléndido, hacía sol y las temperaturas eran suaves, pero había ocasiones en las que soplaban vientos del norte y la tía Geraldine, que había ayudado a Raine a organizar la boda, le había dicho que era mejor no arriesgarse.

Matt hubiera dado cualquier cosa por encontrar un lugar tranquilo y solitario en el que aparcar sus botas hasta que hubiera terminado tanto griterío y tanta fiesta, hasta el momento en el que volvería a ser el director general del rancho.

—¿Qué te pasa, Matt? ¡No pareces muy contento de estar por aquí!

La pregunta se la había hecho su primo Lex, que acababa de abandonar la pista de baile, donde había bailado con una pelirroja con mucha energía. De todos los miembros de la familia, Lex era probablemente el más sociable. Se trataba de un hombre alto y rubio que gustaba mucho a las mujeres.

—Hay demasiado ruido —contestó Matt alzando la voz para que su primo pudiera oírlo—. Nuestros nuevos primos de Nuevo México se van a creer que somos gallinas.

El otro hombre se rió.

—No, gallinas no somos, pero sí somos texanos y nos gusta gritar y a mí me parece que los nuevos miembros de la familia se lo están pasando en grande.

Apenas hacía un mes que Matt se había enterado de que Darla, la madre de Raine, había estado casada con un miembro de la familia Ketchum de Nuevo México. Todos se habían sorprendido mucho al saber que tenían un montón de primos a los que no conocían. Ahora, habían tenido oportunidad, durante los últimos días, de conocerse. Matt estaba encantado de tener familiares nuevos, pero también era cierto que iba a estar todavía más encantado cuando se hubieran ido y el rancho quedase de nuevo sumido en la tranquilidad que lo caracterizaba.

Matt se llevó la mano al cuello, a la corbata. No recordaba la última vez que se había puesto un traje y, si por él fuera, iba a tardar mucho en ponerse otro, pues se sentía aprisionado.

—Debe de ser que me estoy haciendo mayor porque todas estas cosas me ponen de los nervios —comentó en tono gruñón.

—Pero si sólo tienes treinta y nueve años, Matt —comentó su primo poniendo los ojos en blanco—. Deberías estar bailando con las guapísimas mujeres que hay en la fiesta. Quién sabe, a lo mejor tienes suerte y una de ellas te seduce. Todos sabemos que tú no vas a dar el primer paso, nunca lo has hecho.

Si cualquier otra persona le hubiera dicho algo así, le habría metido el puño en la boca, pero Lex era como un hermano, así que Matt se limitó a mirarlo de reojo.

—No necesito a ninguna mujer para bailar… ni para ninguna otra cosa.

—Ya. ¿Cuántas veces me habrás dicho eso?

Afortunadamente para Matt, una mujer castaña se acercó a ellos en aquel momento y agarró a su primo del brazo.

—Ven aquí, guapísimo —le dijo sonriente—. Ya hablaréis de vuestras cosas mañana. ¡Llevo un buen rato esperando para bailar contigo!

Matt los observó mientras bailaban y, luego, decidió que ya había aguantado suficiente. No se tenía por una persona antisocial, pues le gustaba la gente, pero nunca se había sentido cómodo en las bodas.

Desde que Erica había muerto, se le hacía muy difícil imaginarse abrazando a otra mujer y bailando con ella.

Imposible.

Matt decidió ir a la cocina por una taza de café para ver si se podía ir fuera sin que nadie se diera cuenta y esperar allí a que todo hubiera terminado.

Incluso los pasillos estaban llenos de gente que charlaba en animados grupos. Haciendo un esfuerzo para abrirse paso entre la muchedumbre, llegó a la cocina para encontrarse con que aquella habitación de la casa estaba tan llena de gente como las demás.

Claro, la cocina era el cuartel general de los camareros que se había contratado para la celebración, que no paraban de servir bebidas y comida. Al llegar, Matt se paró y buscó a Cook, la cocinera que se había hecho cargo de aquel lugar durante toda la vida. Se trataba de una mujer de más de setenta años, que todavía tenía mucha energía. Por ello, Matt esperaba encontrarla organizando a los demás y trabajando con energía y lo sorprendió verla sentada en una silla con una taza de café en la mano.

Mientras se acercaba a ella, pensó que era normal, que tarde o temprano aquella mujer tendría que comenzar a sentirse vieja. La idea no le gustaba en absoluto porque Cook era como una abuela para él y para sus primos y no se quería imaginar el rancho sin ella.

Mientras se servía una taza de café, Matt escuchó la conversación que Cook estaba teniendo con una mujer más joven.

—Lo cierto es que a mí no me ha interesado nunca el dinero. No es que no me guste, entiéndeme, pero nunca le he visto la utilidad. Yo tengo todo lo que necesito aquí, en el rancho, no me hace falta ir por ahí buscando tesoros. Los Saddler y los Sánchez me tratan como a una reina.

—No lo dudo, pero sería emocionante encontrar dinero enterrado en el rancho, ¿no le parece? He oído que podría tratarse de un millón de dólares —contestó la joven.

Matt puso atención mientras se servía la leche y esperaba la respuesta de Cook, que no se hizo esperar en forma de bufido. Al girarse, Matt vio que la joven con la que estaba hablando la cocinera era una mujer a la que no había visto nunca. Tenía el pelo rubio claro recogido en la nuca, llevaba unos pendientes de bisutería imitando diamantes tan largos que le caían por el cuello y un vestido de tirantes de terciopelo azul oscuro.

Su piel sonrosada tenía rasgos perfectos. Desde luego, era una mujer muy bella, pero era evidente que metía las narices donde no debía.

—¡Bah! —exclamó Cook haciendo un gesto despectivo con la mano en el aire—. La señorita Sara tenía mucho más dinero antes de que Nate muriera, pero no creo que lo enterrara. ¿Por qué iba a hacer algo tan estúpido?

—¿Sabe usted algo de la muerte de su marido? —le preguntó la rubia—. Ha habido rumores durante años.

—Exacto, sólo rumores —interrumpió Matt metiéndose en la conversación.

La rubia lo miró con sus perfectos labios color de fresa formando una o.

—Matt, te presento a la señorita Juliet Madsen —le dijo Cook—. Trabaja en el periódico de Goliad.

Matt la miró con escepticismo.

—Soy Matt Sánchez, señorita Juliet y creo que usted y yo deberíamos tener una pequeña conversación. ¿Nos perdonas, Cook?

—Claro, tengo que volver al trabajo —se despidió la cocinera.

—No, no te muevas de donde estás, termínate tu café tranquilamente y descansa. No vamos a tardar mucho en volver —contestó Matt mirando a la inoportuna invitada.

Juliet se puso en pie y siguió al recién llegado a través de la cocina y hasta el porche trasero. Mientras lo hacía, sintió que el corazón le latía aceleradamente, pues aquel hombre tenía unas piernas larguísimas, una espalda bien ancha y el pelo negro. Se había fijado en él antes, durante la ceremonia. Para ser sincera, no había podido quitarle ojo de encima.

Era de una belleza espectacular y con sólo mirarlo sentía descargas eléctricas por la columna vertebral. Después de la ceremonia se había enterado de que era familia de la novia, el hijo mayor de Elizabeth y Mingo Sánchez.

Matt cerró la puerta y Juliet miró a su alrededor. Se encontraban en el patio trasero, que estaba parcialmente cubierto por una pérgola de madera cubierta por una parra. Por encima del entramado, el sol intentaba abrirse paso entre las nubes. Hacía frío y Juliet se abrazó a sí misma para entrar en calor mientras esperaba a que Matt hablara.

—Para empezar, no sé quién la ha invitado a la boda —comentó Matt.

—¿Por qué? ¿Le molesta mi presencia aquí, señor Sánchez? Para que lo sepa, Geraldine Saddler me invitó amablemente a venir para cubrir el evento para la Fannin Review. ¿Algún problema? —contestó Juliet decidiendo que la mejor defensa era un buen ataque.

Matt se metió las manos en los bolsillos del pantalón mientras avanzaba hacia ella y Juliet se lo agradeció porque aquel hombre tenía unas manos muy grandes, unas manos que no podría olvidar si la tocara. Claro que no creía que fuera a hacerlo. Más bien, parecía furioso.

—No, no tengo ningún problema con que escriba usted sobre la boda, pero no era de eso de lo que estaba hablando con Cook.

Juliet se sonrojó. La había pillado. ¿Qué podía decir para no parecer una reportera sin escrúpulos y metomentodo?

—Estaba charlando con la cocinera y el tema del rumor del tesoro que está enterrado en el rancho salió a colación.

Matt fijó sus ojos verdes en ella y Juliet se dio cuenta de que en sus veinticinco años jamás se había enfrentado a un hombre así y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no darse la vuelta y salir corriendo de allí.

—Sí, claro, seguro que ese tema de conversación salió así de repente —comentó Matt con sarcasmo.

Juliet se mojó los labios e intentó recuperar la compostura.

—Bueno, no exactamente. Estábamos hablando del rancho, pero, por supuesto, no voy a escribir sobre ello.

—Ya, claro —se burló Matt dando un paso más hacia ella.

Juliet se fijó entonces en sus rasgos, en su mandíbula cuadrada y en sus labios cincelados y decidió que no era un hombre exactamente guapo, pero sí increíblemente sensual y peligroso.

La estaba mirando de manera tan intensa que Juliet se sentía como si estuviera acariciándola de verdad. Desde luego, ya la había desnudado con la mirada.

—¿Pasa algo porque hable de la leyenda del dinero de Sara Ketchum?

—Pasa que Sara Ketchum era mi abuela y no quiero que nadie escriba sobre ella y, menos, para la Fannin Review.

Juliet intentó adoptar una expresión inocente. Al fin y al cabo, no había obtenido ninguna información de Cook y, aunque así hubiera sido, no estaba segura de que la habría utilizado. Le había advertido a su editor que no le gustaba meterse en la vida personal de la gente. Para empezar, porque podrían producirse incidentes como el que se estaba produciendo en aquellos momentos.

—¿Cree que eso era lo que estaba haciendo, intentar obtener información para la revista?

—Pues claro.

Era evidente que eso era lo que estaba haciendo. Aquella mujer era culpable. Aun así, tuvo el descaro de encogerse de hombros. Con aquel vestido de tirantes que llevaba lo más probable era que se estuviera helando de frío. Matt se encontró mirando de nuevo su escote y tuvo que hacer un esfuerzo para volver a mirarla a los ojos. Iba vestida exactamente igual que cualquier otra invitada, pero era diferente. Su cuerpo grande y voluptuoso habría llamado la atención de cualquiera de los presentes.

—A lo mejor es que me interesa la historia a nivel personal —sugirió.

Matt decidió que aquella mujer no era de por allí, la delataba su acento. Era evidente que era del norte del estado de Texas y también era evidente que no le interesaba su familia sino su trabajo.

—¿De dónde es usted? —le preguntó de repente.

La aludida enarcó las cejas.

—Vivo en Goliad.

Goliad era una población situada a aproximadamente veinte minutos al este del rancho.

—Sí, pero no es usted de por aquí.

—No, soy de Dallas, pero vivo aquí desde hace unos meses, me trasladé para trabajar para la revista.

—Pues alguien debería haberle advertido que a la gente de por aquí no nos gusta que otros se aprovechen de nuestra hospitalidad.

—Eso no es…

—No se moleste en negarlo, señorita Madsen. Los dos sabemos que estaba usted intentando obtener información y ya le digo desde ahora mismo que no hay historia y, aunque la hubiera, no permitiría que usted se acercara. ¿Ha quedado todo claro?

—No sé quién es exactamente usted en este rancho, pero ya estoy harta —le espetó Juliet—. No he cometido ningún delito. Todo el mundo en Goliad sabe que Nate y Sara Ketchum tenían una relación digamos… complicada y, como el asesinato de Nate nunca se resolvió, sigue despertando interés.

—Eso es lo que usted cree.

—No, eso es lo que cree mi editor, que está convencido de que de esa historia se puede sacar un artículo muy bueno. Yo he intentado quitarle la idea de la cabeza, pero me ha insistido para que haga preguntas —admitió Juliet—. Lo siento, yo sólo hago mi trabajo.

—Y lo hace muy bien —contestó Matt sin apiadarse de ella lo más mínimo.

Juliet volvió a enfadarse. Comprendía que a aquel hombre no le hiciera ninguna gracia que se pusiera a hacer preguntas sobre su familia, pero también podía mostrarse un poco más comprensivo.

—Claro, ¿qué va a saber usted sobre esas cosas? Es obvio que nunca ha necesitado trabajar.

Matt siempre se preguntaba por qué la gente de fuera se creía que el Sandbur se llevaba solo. Aquella gente no se imaginaba el trabajo tan duro que había que llevar a cabo para que aquel rancho fuera uno de los mejores del Estado. Claro que tampoco podía esperar que aquella mujer lo entendiera. Seguramente, se habría educado en un colegio privado de Dallas y seguro que jamás había metido aquellas manos de manicura perfecta en un fregadero con platos sucios.

—Usted tampoco parece que acabe de llegar del gueto, señorita Madsen. Para que lo sepa, todo lo que tengo lo he ganado con mi trabajo.

—¿Y cree que yo no? —le espetó Juliet elevando el mentón en actitud desafiante.

—No tengo ni idea —contestó Matt.

—¡Efectivamente, porque no me conoce de nada y aunque sea usted el gran jefe por aquí no tiene derecho a insultarme! —exclamó Juliet poniéndole el dedo índice en el centro del pecho.

Matt se lo agarró con fuerza y se lo retiró.

—Da igual quién sea yo, pero usted ha venido a mi casa haciéndose pasar por quien no es… —protestó Matt.

—¡Eso no es verdad! —lo interrumpió Juliet de manera acalorada—. ¡Es usted un bastardo odioso!

Matt sonrió.

—¿De verdad? ¿Le parezco odioso por proteger a mi familia de una basura como usted?

—¿Ba-su-ra? —repitió Juliet indignada.

Al instante, levantó la mano para abofetearlo, pero Matt la agarró de la muñeca, impidiéndole que se moviera, y la miró furioso.

—Muy mal, señorita Madsen —le dijo.

El brillo de sus ojos verdes hizo que Juliet sintiera una descarga eléctrica. De repente, no podía respirar ni moverse.

—Suélteme.

—¿Para que? ¿Para que vuelva a intentar pegarme?

A Juliet se le pasó entonces por la cabeza pegarle una patada, pero no le dio tiempo porque, en un abrir y cerrar de ojos, se dio cuenta de que sus cuerpos se estaban tocando. El contacto estaba siendo tan intenso que Juliet apenas podía hablar. Tampoco hubiera podido porque Matt se estaba inclinando sobre ella para besarla. Juliet se sintió como un ratoncillo vulnerable en las garras de halcón cuando Matt se apoderó de su boca y ella no se pudo ni mover. Notó el calor que irradiaba su cuerpo y sintió que toda su piel se ponía incandescente.

El beso terminó igual de abruptamente que había comenzado, Matt dio un paso atrás y puso distancia entre ellos. Juliet se quedó mirándolo fijamente, furibunda, pero él no desvió la mirada.

—Espero que esto le sirva de lección —le dijo Matt.

Juliet pensó que era una pena que aquel hombre tan atractivo utilizara su sensualidad de aquella manera.

—¿Qué tipo de lección? —le espetó intentando disimular la zozobra que le había causado el beso.

—El mensaje es claro: déjenos a mí y a mi familia en paz.

Juliet se dijo que no le había dolido, pero lo cierto era que aquellas palabras tan frías habían abierto en ella una herida antigua causada por todas las veces en las que había sido rechazada.

—Si el resto de su familia es tan desagradable como usted, no creo que me cueste —le dijo echando los hombros hacia atrás—. Ahora, si me perdona, señor Sánchez, me voy dentro porque aquí hace mucho frío y no hay ningún caballero que me preste su chaqueta.

Con la sangre hirviéndole en las venas, Matt se quedó mirándola mientras se giraba sobre sus delicados tacones y volvía a entrar en la casa.

Maldición. No debería haber ido una periodista a la boda y le hubiera gustado preguntarle a su tía Geraldine por qué demonios la había invitado, pero no lo iba a hacer porque no le quería dar tanta importancia, no quería volver a pensar en aquella mujer de Dallas que le había hecho perder la cabeza y a la que había besado.

En el interior de la casa, Juliet se dirigió al baño y, tras cerrar la puerta, se apoyó en el lavabo y se miró al espejo. Al verse, se horrorizó, pues estaba muy pálida. Lo único que tenía color en su rostro eran sus labios, que habían quedado enrojecidos como consecuencia del beso que le había dado Matt Sánchez.

Juliet se pasó los dedos por el pelo con cuidado para peinarse un poco, pues se le habían soltado varios rizos, y se dijo a sí misma que no debería haberse enfurecido por un simple beso porque no era la primera vez que la besaban.

«No, pero nunca me habían besado de esa manera. Durante unos segundos, me he encontrado queriendo más», pensó.