Tatiana P. Jácome

 

Permite que hable el placer

 

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Primera edición: abril de 2019

 

© Grupo Editorial Insólitas

© Tatiana P. Jácome

 

ISBN: 978-84-17799-34-2

ISBN Digital: 978-84-17799-35-9

 

Difundia Ediciones

Monte Esquinza, 37

28010 Madrid

info@difundiaediciones.com

www.difundiaediciones.com

 

 

─…Solamente soy... diferente.

Deyanira

 

 

ÍNDICE

CAPÍTULO 1

CAPÍTULO 2

CAPÍTULO 3

CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 5

CAPÍTULO 6

CAPÍTULO 7

CAPÍTULO 8

CAPÍTULO 9

CAPÍTULO 10

CAPÍTULO 11

CAPÍTULO 12

CAPÍTULO 13

CAPÍTULO 14

CAPÍTULO 15

CAPÍTULO 16

CAPÍTULO 17

CAPÍTULO 18

 

 

CAPÍTULO 1

─No te lo han hecho ¿verdad?─ seduce la voz femenina, un poco ronca que se esconde tras la obscuridad.

 

Hoy en día, la sociedad se ha visto modificada no solo por los estereotipos, sino que pretendemos ser alguien que no somos; somos borregos que imitan a otros y que intentan por todos los medios no quedar mal, ante esa misma sociedad.

Creemos que nuestras mentes ya están liberadas, pero no es así, seguimos atados a fantasmas, a inventos, a conceptos idealizadores de diversas personas que se han incrustado en nuestras mentes. Vivimos no solo en un país tercermundista, sino que tenemos ese mismo pensamiento del que dirán y que dependemos de los demás.

 

Somos sensacionalistas, juzgamos la violencia pero la leemos, criticamos el sexo pero a diario, niños con otros niños en brazos como si fuesen muñecos; la razón no hablar de las cosas sin tapujos.

Por eso es que me encontraré con esa mujer…

 

Con una mujer que disfraza su maldad apropiándole el nombre del deseo, que no se sujeta a ninguna regla y hace ver tan mal a la sociedad.

Mi interés: demostrar el daño que provocan, esos aspectos de mujeres dominantes me recuerdan a esa sociedad que tenía el único afán de procrear una raza «pura», acompañadas con un látigo, empuñándolo para lastimar; ¿seguían órdenes?; no lo sabemos, tal vez era su puto instinto de sadismo lo que las guiaba por ese mismo camino, solo pensando en ellas, en su placer.

 

Dejo las imágenes a blanco y negro en lo recóndito de mi memoria; y al ponerle color me recuerda a la vieja profesora del colegio al cual asistía que vestía con unas blusas que apretaban sus enormes senos dejando ver su piel delatora del deseo; y ni se diga de su falda; siempre usaba unos tacones altos que la hacían ver el doble de nuestro tamaño, sus caderas se balanceaban de un lado hacia otro; una que otra vez se le doblaban aunque ella seguía caminando como la diosa que creía ser, sobresalía sus gestos de perversidad.

 

Sonrío al recordar mi pasado de colegiala, una tarjeta con una dirección en el norte de la ciudad de Quito y solo de pensar, me imagino a una vieja amargada a la cual nadie nunca le dio amor y por eso ofrece dolor como su dulce venganza; vestida extravagantemente, y con un látigo en la mano; ¡es lo que creo cuando pienso en ella!, en sus prácticas; nunca he visto su rostro pero su nombre ha resonado en este último mes y más sus palabras; fue poco saber que un alto funcionario estaba envuelto en fraude y que tenía una que otra empresa en el extranjero, libre de tantos impuestos; pero la noticia que predomino fue que el mismo con apariencia ruda en realidad tenía unos gustos un tanto peculiares, dentro de cuatro paredes lo único que repetía era:

─«¡Azótame!»

 

Las burlas y el despido fueron inminentes, acompañado de una investigación que a muchos iba a salpicar.

Sobre esa mujer se dice que muy pocas personas han sido las que han logrado verla; unas dicen que es como me la imagino, pero otros creen que es una mujer de acento extranjero, para algunos una mujer llena de silicona; algunos creen que tiene arrugas y por eso se esconde, mientras otros la imaginan como el demonio al cual el paso de los años no le ha hecho efecto.

Se horrorizan al saber que es una de esas damas que practica la sodomía a diestra y siniestra, a la final lo que ella dice es:

─«Si criticas, es porque no conoces─ esas son sus palabras»

 

Los hombres piensan que con ella pueden hacer lo que quiera, ¡bah! ¡qué equivocados están!; pero si la imagen de aquella mujer desnuda a cuatro patas cambiara y fuese ella quien estuviese de pie ¿qué sucedería?

 

Su voz se escucha cada viernes, a media noche en una discreta estación de radio, es ahí donde cuenta sus experiencias, donde su voz se hace escuchar sin miedo, y si guardas silencio puedes oír el discreto gemido del presentador.

Sintonizo la frecuencia de radio y la escucho hablar

 

─En serio, quieres hablar de eso─ cuestiona ella, mientras tose ligeramente

─Ha sido un escándalo lo del funcionario

─¡Escándalo! Qué palabra más desagradable

─¿Qué tan cierto es que le gusta invertir papeles?

Ella empieza a reír

─Aquello no era lo que lo caracterizaba, sino la fascinación que sentía hacia los pies.

─¡Un poco desagradable!─ exclama el sujeto

─Desagradable para principiantes; los pies son lo primero que le llaman la atención a un verdadero hombre, es así como nos conocen; pero ese era diferente, la sensación es única, sentir su saliva acariciando las separaciones de tus dedos, sus labios entrecerrándose en los mismos y avivando el deseo que hay en cada uno de nosotros, la respiración en los pies provoca que fluya tu imaginación ─ exclama con completa satisfacción.

 

Hay un silencio profundo, y se distingue su risa

 

─No te lo han hecho ¿verdad?─ irrumpe en el silencio. ─Creo que hemos terminado─ añade ella

 

 

CAPÍTULO 2

¡Cuántas historias diferentes te pueden llevar a un mismo camino!

 

Su infancia fue como la de todos los niños; feliz, ingenua, sin saber lo que sucede, sin notar los problemas de los adultos; la única diferencia entre ella y los otros niños era que mientras ellos jugaban con juguetes nuevos todo el tiempo, la pequeña niña lo hacía con muñecas viejas de trapo; siempre se pregunta lo mismo, pero desde la primera vez que opino en voz alta y su madre la abofeteó decidió callar, y no preguntar más sobre su papá.

La niña está sentada en el piso con la vieja muñeca, ve a su madre, una mujer de 25 años, cabello castaño un poco claro, corto porque no le da el tiempo, ojos color miel, flacucha, la mujer empieza a arreglarse, se maquilla con mucho cuidado y esconde las pequeñas lágrimas que se le escapan; se coloca un jean viejo, y al apuro una blusa cuando escucha la puerta.

La pieza es tan pequeña que la niña no necesita levantarse, solo levanta su cabeza pareciendo una jirafa y divisa a otra mujer; no es más bella que su madre; pero sí más arreglada; debe ser mayor con uno o dos años tal vez; cabello tinturado de un rubio ceniza, que en sus raíces empieza a hacerse rojizo; su ombligo a plena luz; un pantalón a la cadera donde se puede ver la finura de su ropa interior.

¡Qué mal luces!─ exclama la otra mujer

─Me he quedado sin trabajo y tengo a esa niña que mantener

La pequeña cierra sus ojos y recuerda que hay noches en que su madre la rechaza por completo, no quiere ni verla y ella empieza a sentir el odio del que es causante, pero otros días esa sensación se borra cuando la niña se vuelve su consuelo; es un amor tan frágil, tan desfragmentado que ella no conoce y solo puede aceptar a su corta edad.

─Ya te he dicho lo que puedes hacer─ le levanta un mechón de su pelo.

 

Son propuestas que cada persona decide tomar en cuenta y aceptar o dejarlo ir.

 

 

Es así como la niña ya no ve a su madre, y cuando lo hace en las madrugadas distingue unos pequeños rasguños en su rostro, ante el espejo la mujer empieza a rasgarse la piel como si intentara arrancársela, y la niña ingenuamente trata de acariciarla pero la madre la evita, otra vez esa sensación de odio y amor a la vez se apodera de ella.

Años después lograron mudarse a una casa sin ese olor putrefacto de alcantarilla, y mientras la niña tímida iba creciendo transformándose en una señorita, empezó a tener problemas en el colegio; su madre se lo suponía así que decidió enfrentar la realidad y con temor le contó la crudeza de la vida; cómo hacían para vivir en esa cómoda casa, porqué tenía un televisor nuevo y una computadora que ahora nosotros llamáramos viejas, tan grandes de escritorio; lentas y sin muchas cosas como las de ahora, con uno que otro juego infantil, cómo pagaba su costoso colegio, lo que hacía para conseguir la ropa nueva que necesitaba ahora que había crecido; sus palabras eran titubeantes, sus ojos empapados de sinceras lágrimas; la chica no pudo más y sin ningún reproche la abrazo, valoraba todo ese esfuerzo de venderse, no solo su cuerpo, sino sus creencias, su mente, todo aquello en lo que firmemente creyó algún día.

 

Fueron tres años en los que vivieron en esa casa, y luego cuando su madre empezó a envejecer, a engordar, a tener los ojos rojos más de costumbre, a vivir en una realidad alterna, tuvieron que mudarse; visitaron a la misma mujer que ella recordaba cuando pequeña; lamentablemente había sido víctima de una pésima cirugía.

Aquella madre se había cansado solo de recibir la mitad de las ganancias, pero huía de un canalla que miraba a su hija adolescente de modo diferente; pero la amistad es algo tan relativo, que esa mujer acotó

─Mira hay dos caminos para nosotros y nuestras hijas, tú decides cuál…

 

 

─Y fui yo quien terminó decidiendo, no siempre pasa, pero en mi caso, seguí sus pasos de manera diferente─ añade la mujer que tengo enfrente.

 

Su cabello castaño llega a sus hombros, ojos cafés obscuros, sus labios prominentes de color rojo, llaman la atención; luce una blusa que deja al descubierto no solo su ombligo sino sus piercings, ese tatuaje de unas aves que se pierden en el interior de la falda negra corta y a la imaginación de donde esos pájaros pueden desembocar.

 

He llegado a obsesionarme tanto con el tema, que solo quiero investigar, solo quiero un puesto en mi maldito trabajo que me deje del anonimato y me lleve al éxito, sé que estoy empezando, pero tengo ideas innovadoras y sé que lo lograré.

«María», como se hace llamar esta mujer, me ha contado su corta historia de lo que la llevó a venderse por unos cuantos dólares, si bien no es de esas mujeres del centro histórico con más apariencia de quererte asaltar, a ella la llaman clientes fijos, dice ser modelo, acompañante, a la final si hay una propuesta mejor termina en la cama con quien la contrate. Jamás fue tonta, y si bien su madre intentó protegerla y alejarla del mundo, inicio trabajando medio tiempo, pero notó como al ir cambiando su cuerpo los hombres se fijaban en ella, y decidió sacar provecho; quería estudiar en la universidad, pero en un país donde el estudio es más un negocio que un derecho, no tuvo de otra que entregar su virginidad al mejor postor, un ex amigo de su madre; cuando tuvo el dinero en sus manos, se limpió sus lágrimas y trató de borrar el dolor que sentía su cuerpo.

Tuvo el dinero para el primer semestre, luego venían los gastos del segundo y con el sudor de su frente no llegaba a cubrir ni el diez por ciento del gasto, pero el sudor de su cuerpo cubría ese valor.

 

─¿Haces lo que a que ella mujer de la radio dice?─ cuestiono con un poco de intriga

─Eso y más─ responde con frialdad, mientras cruza su pierna.

 

Siento una opresión muy fuerte en mi pecho, antes de irme, ella estira su mano y sé que debo darle dinero pues le hice perder su tiempo.

 

─Aunque últimamente desde que la escuché, he vuelto a sentir placer─ aclara «María».

 

 

 

 

CAPÍTULO 3

Llego a casa un poco agobiada, intento recomponerme y dibujo una sonrisa falsa en mi rostro, a la final el departamento está tal como lo dejé; los platos sucios siguen en el fregadero, la comida no ha sido guardada y el olor empieza a volverse putrefacto, no pienso mover un solo dedo, así que voy al cuarto y la cama sigue destendida, lo espero, y continúo en esta larga espera donde solo veo mover las manecillas del reloj; es medianoche y no hay señales de que aparecerá, sintonizo la estación de radio y escucho al viejo que tantas veces se traba, y si bien empiezan a contar historias burdas, ingresa la llamada que todo el mundo esperaba.

 

─¿Qué es lo que quieres?─ cuestiona el hombre

─Quiero que la gente piense diferente y cambie; y sé que puedo hacerlo…

 

Era un día cualquiera, atravesaba la ciudad en uno de los metros de la madre Patria, mientras intentaba perderse en sus pensamientos, observa con detalle a cada persona, a través de sus delicados lentes; cerca de la puerta divisa a una monja muy joven, su cara de niña, su cabello ya cubierto, la vi rezando el rosario como si fuese un trabalenguas.

 

¿Se dará cuenta de lo que dice?─ era lo que pensaba

 

Miré como sus dedos pasaban rápidamente a la siguiente oración, no se le entendía, la desesperación era más que notoria y más cuando gotas de sudor empaparon su rostro puro.

¿Qué rayos le pasa?─ pensaba

 

Mi olfato se fue despertando, no sé si es un don o una maldición; puedo reconocer el olor del almizcle a metros, ese olor tan amargo pero que se te hace agua la boca; ni el desodorante, ni los perfumes nada opaca el olor del deseo; ¡nosotros somos nuestros delatores!, de reojo ella miraba a unos muchachitos, llegaban a duras penas a los 15 años, sus hormonas estallando; la chiquilla diciendo con su cabeza «no», mientras sus piernas se abrían sin fuerce alguno; él metía con desmedro su mano por debajo de la falda de colegio de la jovencita; empezaban a gozar de la lujuria, se hacen los desentendidos, miran a los demás como si no hicieran nada, pero la chica comenzaba a agitarse, deseando lo inevitable.

 

Ese borde de lo prohibido te excita sin medida, saber que puedes ser descubierto lo hace único, sin embargo los gestos de aquella mujer son los que más llamaban mi atención; era obvio que era partícipe de la lujuria y por eso pedía perdón.

Al otro lado del metro, no hacen falta en esta sociedad, «la elegancia», mujeres de traje, que se sienten feministas porque llegó la liberación femenina; que no es más que otra atadura sino la saben vivir; empresarias que cruzan las piernas para no dejar escapar sus deseos; ellas aprietan sus piernas, mientras a mí me gusta abrirlas sin miramientos.

Esa misma actitud de cerrar las piernas era tomada por la monja, sabía que ella era diferente y por eso decidí hablarle, me acerqué sigilosamente y ni me notó, solo cerraba sus ojos para trasladarse a un sitio «seguro», su rostro infraganti y cómplice de aquel deseo, y comprendía las palabras acerca de la inocencia de una mujer; me pareció excitante transformar sus dulces gestos en pasión.

 

Fui acercándome más a su rostro y estaba en el brote de la bella juventud, una mala decisión, a sus cortos 18 años la hicieron vestir aquel hábito; su confusión era evidente y su cuerpo temblaba por estar tan cerca de lo desconocido.

 

─Tus rezos, son para limpiar los deseos de tu cuerpo, ¿verdad?

 

 

El silencio determina que su historia acabó, la respiración agitada, entrecortada de quiénes la escuchamos.

 

─¿Qué pasó luego?─ pregunta el hombre al que su voz delata excitación

 

─Ella y yo nos volvimos amigas, y es obvio que yo no elegí su camino, ahora disfruta de su cuerpo, de sus propios pensamientos y por primera vez se siente libre.

 

Se cuelga la conversación y a los minutos varios opinan que el relato fue excitante, pero es un invento más de aquella desconocida mujer.

 

Escucho el forcejeo en la puerta, apago el radio y camino hacia la sala, no puede abrir la puerta y me lo supongo; llevamos en esta situación ya un año y medio, lo escucho reír solo, voy hacia la cama y me cubro por completo; intenta no hacer ruido pero es imposible, choca con la pequeña mesa de noche y maldice; solo cuando bebe y así sea la mínima cerveza su rol de caballero se acaba, jamás me ha maltratado pero su machismo siempre se impone; me volteo mirando a la pared, se desviste torpemente y se acuesta en la cama, me da la espalda y a los veinte minutos la respiración le falta y los ronquidos comienzan y tiene el descaro de decirme que últimamente traigo ojeras; pero se supone que debo hacerme a la estúpida idea de convivir.

 

Despierto con las mismas ojeras de la noche anterior, y decido ducharme; levanto su chaqueta del piso y noto un bulto, curioseo entre los bolsillos y encuentro una pequeña tarjeta que revive mi pasado de mala manera…

Me trago las palabras y las lágrimas, respiro profundamente y me largo de mi propia casa.

 

Llego a una cafetería por el centro histórico, y mis manos inquietas juegan con la servilleta; de pronto una presencia me aturde por completo; es una mujer no tan voluptuosa y con arrugas marcadas en su frente y en sus ojos, piel trigueña y ojos obscuros, un poco rasgados; su cabello tinturado para ocultar las canas que ya no son esquivas como ella quisiera.

 

─Alicia─ contesta con una sonrisa

─Empecemos─ le digo, mientras coloco la grabadora en la mesa y acto seguido un sobre con dinero

 

 

La suya fue una vida ordinaria, sin altos y bajos, de clase social media alta, jamás le faltó comida en el plato, más bien era de esas hijas mimadas que tiraban todo a la basura sino le gustaba.

Era un día de invierno en el país, los rayos se divisan en el cielo y los truenos retumban los vidrios de aquella casa de dos pisos, es una de las zonas de gente adinerada, intentan cubrirse bajo la lluvia y un roce los hace perder la cordura.