NOTAS

INTRODUCCIÓN

1 Figuraría en un muy destacado lugar una obra con años ya de antigüedad pero cuya lectura sigue siendo sugerente: S. Mazzarino, El fin del mundo antiguo, México 1961.

2 Su título era El tránsito a la Edad Media en la historiografía moderna, defendida en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Valladolid en abril de 1964 y dirigida por Luis Suárez Fernández, un reputado medievalista entonces y en el presente, y polifacético autor que en su rica producción ha abordado los más variados problemas de las más distintas y distantes etapas de la historia.

3 En mi caso concreto —aparte de los manuales de síntesis de los que soy autor o coautor— y referidos a la temática ahora abordada, cabe mencionar los siguientes: «La Europa del 800 y sus fundamentos políticos», en Homenaje a don José María Lacarra de Miguel, vol. I, Zaragoza 1977; «Roma y el fin del mundo antiguo desde la Edad Media», en G. Bravo (ed.), La caída del Imperio romano y la génesis de Europa, Madrid 2001, pp. 214-270; o «El modelo político carolingio. Europa vel regnum Karoli», en Europa y el islam, XXX Semana Internacional de Estudios Medievales, Barcelona-Pedralbes 2002 (en prensa).

4 C. Delmas, Histoire de la civilisation européenne, París 1969, p. 5.

5 E. Mitre, Ortodoxia y herejía entre la Antigüedad y el Medievo, Madrid 2004, p. 14.

6 J. Gaudemet, «El milagro de Roma», en F. Braudel (dir.), El Mediterráneo, Madrid 1987, p. 200.

7 Cf. W. Lettenbauer, Moscú la Tercera Roma, Madrid 1963, especialmente pp. 45-50. Vid. también el dossier recogido y prologado por O. Novikova, La Tercera Roma. Antología del pensamiento ruso de los siglos XI a XVIII, Madrid 2000.

8 E. Mitre, «Roma y el fin del mundo antiguo desde la Edad Media», pp. 212-213.

9 H. Küng ha hablado de hecatombe, incluso de fracaso del cristianismo frente al impacto del Islam en aquellas regiones (Egipto, Siria, Asia Menor) en las que había sido más pujante: El cristianismo, Madrid 2004, pp. 351-353.

10 Marx-Engels, Manifesto del partito Comunista, Ed. E. Sbardella, Roma 1972, p. 47.

11 L. Febvre, Combates por la Historia, Barcelona 1970, pp. 175-182.

12 M. de Unamuno, «La crisis del patriotismo», en La dignidad humana, Madrid 1967, p. 24. El artículo figura sin fecha, pero la referencia a la desgraciada guerra de Cuba no hace difícil la datación.

13 Vid. para los momentos de transición al Medievo el metódico trabajo de H. Inglebert, Les romains chrétiens face a l’histoire de Rome. Histoire, christianisme et romanités en Occident dans l’antiquité tardive (III-V siècle), París 1996.

PRIMERA PARTE

CAPÍTULO 1

14 Muy útil resulta por ello la visión de B. Lyon, «El debate histórico sobre el final del Mundo Antiguo y los comienzos de la Edad Media», en VV.AA., Carlomagno y Mahoma, Madrid 1987, pp. 11-22.

15 J. Ortega y Gasset recordaba, a este respecto, una reflexión del gran historiador Th. Mommsen que el pensador español hacía suya: La España invertebrada, Madrid 1955, pp. 21-22.

16 Hace años P. Bagby definió como filosofía de la historia el conjunto de «especulaciones generales y un tanto vagas sobre los esquemas y significado de los acontecimientos históricos en que se ocupan ocasionalmente los historiadores, los filósofos e incluso los teólogos... también se emplea a veces referido al estudio de la naturaleza del conocimiento histórico y de los métodos de la explicación histórica». En la mente de este autor estaban figuras como san Agustín, Gibbon, Marx, Spengler o Toynbee: La cultura y la historia, Madrid 1959, pp. 9-10.

17 Expresión (la más recordada de este autor) que se convertía en una suerte de leit motiv de la última parte de su The History of the Decline and Fall of the Roman Empire, publicada entre 1776 y 1778. Hay edición española, Barcelona 1842 (edición facsímil de 1984).

18 A. Piganiol, L’empire chrétien, París 1972, pp. 464-466 (ed. original de 1947).

19 Al estilo de Gibbon o su coetáneo Montesquieu con su Grandeza y decadencia de los romanos, Madrid 1962 (ed. original de 1734).

20 Dentro de esa perspectiva, la consagrada expresión «Bajo (o Tardío) Imperio Romano» adquiría asimismo una extraordinaria dilatación. Cf. J.B. Bury, History of the later Roman Empire from Arcadius to Irene, Londres 1889. Algo similar cabría decir de otra expresión: la de «Tardía Antigüedad», que cubriría varios siglos y nos dejaría a los medievalistas despojados de una amplia horquilla cronológica en nuestra labor investigadora. Cf. P. Brown, El mundo en la Antigüedad tardía. De Marco Aurelio a Mahoma, Madrid 1989 (ed. original en inglés de 1971), o H.I. Marrou, ¿Decadencia romana o Antigüedad tardía? Siglos III-VI, Madrid 1980.

21 Obra publicada en Zeitz en 1668 en la que, con criterios fundamentalmente filológicos, se refería al latín bárbaro de la época.

22 Vid. la reciente panorámica recogida por J. Valdeón en «El concepto de Edad Media: del infierno a la gloria», en Tópicos y realidades de la Edad Media. III (coord. Eloy Benito Ruano), Madrid 2004, pp. 211-231.

23 E. Meyer, El historiador y la Edad Antigua, México 1955, pp. 139-140. Es un fragmento de un artículo bajo el título «De la esclavitud en el mundo antiguo», publicado en Dresde en 1898.

24 Cf. W. Goffart, Barbarians and Romans. A. D. 418-584: The techniques of Accomodation, Princeton 1980.

25 Cf. la controvertida obra de G. Bois, La mutation de l’an Mil. Lournand, village mâconnais, de l’antiquité au féodalisme, París 1989.

26 M. Rostovtzeff, Historia social y económica del Imperio romano, Madrid 1939. Edición que en su momento manejamos y que era la traducción del original de Oxford 1926.

27 F. Lot, El fin del mundo antiguo y los comienzos de la Edad Media, México 1956. Es la versión española de la segunda edición francesa (1951) de una obra de este destacado medievalista (la primera edición data de 1927 en la conocida colección La Evolución de la Humanidad fundada por H. Berr).

28 R. Latouche, Orígenes de la economía occidental, México 1957. Aparecida en la misma colección.

29 A. Dopsch, Fundamentos económicos y sociales de la cultura europea, México 1982. Se trata de la edición compendiada de una obra aparecida al poco de concluir la Primera Guerra Mundial.

30 G. de Reynold, El mundo bárbaro y su fusión con el romano. Los germanos, Madrid 1955. Se trataba del t. V de su monumental La formación de Europa redactada con unas marcadas resonancias épicas.

31 P. Courcelle, Histoire littéraire des grandes invasions germaniques, París 1948. Obra objeto de varias reediciones, citaremos por la de 1964 revisada y ampliada.

32 H. Pirenne, Mahomet et Charlemagne, París 1970. Obra capital aparecida en 1935, en la que se compendiaban ideas del autor en torno al destino del mundo mediterráneo, expuestas en diversas publicaciones a partir de 1922. Sobre las aportaciones de este autor volveremos más adelante.

33 Se antoja así injusta la observación de P. Heather para quien, antes de los años sesenta (momento a partir del cual a su juicio se produjo el gran impulso investigador) existía una especie de agujero negro, una suerte de «tierra de nadie entre la historia antigua y la medieval, cuyo estudio no podía ser abordado adecuadamente por ninguna de ellas»: La caída del Imperio romano, Barcelona 2005, p. 11. La observación resultaría tanto más vulnerable, cuando las referencias bibliográficas de esta obra —casi todas de fecha reciente— se limitan de forma casi exclusiva a autores anglosajones dejándose a un lado la producción de otros muchos investigadores que en los últimos decenios han dado a la luz importantes obras. A título de ejemplo: ni en el aparato crítico ni en el repertorio bibliográfico figura un solo autor español.

34 R. Remondon, La crisis del Imperio romano. De Marco Aurelio a Anastasio, Barcelona 1970, p. 35. Entre los aportes hispánicos al tema, una ordenada síntesis la recoge J. Fernández Ubiña, La crisis del siglo III y el fin del mundo antiguo, Madrid 1982.

35 Cf. para ello la antes citada obra de P. Courcelle, Histoire littéraire des grandes invasions germaniques, passim.

36 B. Dumezil, Les racines chrètiennes de l’Europe. Conversión et liberté dans les royaumes barbares. V-VIII siècle, París 2005, p. 37.

37 F. Guizot, Historia de la civilización en Europa, Madrid 1990, pp. 53-63. La obra está constituida por un conjunto de conferencias publicadas en 1832.

38 C. Dawson, Los orígenes de Europa, Madrid 1991. Obra aparecida en inglés en 1932.

39 W. Goffart, «Los bárbaros en la Antigüedad tardía y su instalación en Occidente», en La Edad Media a debate (Ed. de L.K. Little y B.H. Rosenwein), p. 73. Se trata de un pasaje del capítulo primero de la ya citada obra de este autor: Barbarians and Romans. A.D. 418-534. The Techniques of Accomodation, pp. 3-39.

40 A. Sergi, L’idée de Moyen Age. Entre sens común et pratique historique, París 2000, p. 27.

41 S. Settis, «Roma fuori di Roma», en Roma nell’alto Medioevo, XLVIII Settimana di Studio sull’alto Medioevo (Spoleto 2000), 2001, pp. 991-992. También A. Michel, «Rome chez Hildebert de Lavardin», en Jerusalem, Rome, Constantinople. L’image et le mythe de la ville, Ed. D. Poirion, París 1986, pp. 197-204.

42 H. Inglebert, op. cit., p. 53.

43 Incluso un personaje tan vehemente como Tertuliano sostenía que los cristianos eran los mejores cumplidores de la ley, ya que en las cárceles no había ningún delincuente de esta confesión: Apologético, Ed. J. Andión, Madrid 1997, p. 164.

44 Ib., p. 9.

45 Sobre este concepto en los primeros siglos del Medievo, vid. H. Hofmann, «Roma caput mundi? Rom und Imperium Romanum in der literarischen Diskussion zwischen Spätantike und dem 9 Jahrhundert», en Roma fra Oriente e Occidente, XLIX Settimana... (Spoleto 2001), 2002.

46 Citado por C. Dawson, op. cit., p. 48.

47 H. Inglebert, op. cit., p. 202.

48 Ib., p. 690. Sobre las diferencias de Eusebio y Prudencio en cuanto a la visión de Roma, en ib., p. 322.

49 E. Kantorowicz, Los dos cuerpos del rey. Un estudio de teología política medieval, Madrid 1985 (original en inglés de 1957), p. 277.

50 La ya citada «Roma y el fin del mundo antiguo desde la Edad Media», p. 214.

51 D. Iogna-Pratt ha destacado el decisivo papel que tendrán los abades de Cluny en su época más dinámica, que les harán sentirse una especie de alter ego del propio Papa. Al monasterio se le tomará asimismo como una réplica de Roma: Ordenner et exclure. Cluny et la societé chrétienne face a l’hérésie, au judaisme et a l’Islam. 1000-1150, París 1998, passim.

52 D. Knowles, El monacato cristiano, Madrid 1969, p. 33.

53 H. Inglebert, op. cit., pp. 676-677.

54 F. Gregorovius, Geschicte der Stadt Rom im Mittelalter, t. I, Ed. Dresden 1926, p. 5. Recogido por M. García Pelayo, Mitos y símbolos políticos, Madrid 1964, p. 122.

55 Resulta llamativo, como he recordado en distintas ocasiones de forma distendida, que determinados personajes de la vida política traten de destacar su identidad enorgulleciéndose de que en su tierra jamás puso el pie Roma. Escaso favor se hacen a sí mismos y a la causa que dicen defender.

56 Una buena panorámica crítica sobre algunos títulos capitales la recogió hace años P. Zerbi, Il Medioevo nelle storiografia degli ultimi vent’anni, Vita e Pensiero, Milán 1977, en donde se recogen amplias recensiones de obras publicadas entre principios de los cuarenta (Giorgio Falco) y mediados de los setenta (A. Vauchez). Se está jugando, por tanto, con una horquilla cronológica no tanto de veinte como de treinta años. De haberse prolongado hacia atrás el análisis historiográfico, hubiera figurado, sin duda, el libro de C. Dawson citado con anterioridad.

57 G. Falco, La Santa Romana Repubblica. Profilo storico del Medievo. Su 4.ª ed. está publicada en Nápoles-Milán en 1963, tres años antes del fallecimiento de su autor. Un amplio comentario de esta obra lo recoge P. Zerbi, op. cit., pp. 7-52.

58 F. Chabod, Historia de la idea de Europa, Madrid 1992. Es el resultado de una serie de conferencias pronunciadas en Milán y Roma entre 1943 y 1959 a las que posteriormente se dio forma de libro.

59 Op. cit., pp. 53-197.

60 En Italia se tituló Profilo della civiltà medioevale, Vita e Pensiero, Milán 1968, sobre la base de la 4.ª ed. francesa de 1962. En España recibió el título de El espíritu de la Edad Media, Ed. Noguer, Barcelona 1961 (una nueva edición —mejor, reimpresión— se llevó a cabo casi treinta años después, en 1990).

61 Ib., p. 301.

62 G. Schnürer, La Iglesia y la civilización occidental en la Edad Media, Madrid 1955, p. 28 (trad. de la 2.ª ed. alemana de 1927).

63 P. Zerbi, op. cit., p. 195.

64 A los ojos de H. Pirenne, Bélgica sería una suerte de microcosmos de Europa. Vid. la breve pero enjundiosa semblanza sobre este autor en J. Le Goff, R. Chartier y J. Revel (dirs.), La nueva Historia (Diccionarios del saber moderno), Bilbao 1988, pp. 517-518.

65 Durante los dos años de confinamiento H. Pirenne redactó, sin apenas apoyo bibliográfico y sólo basándose en su prodigiosa memoria, una Historia de Europa desde las invasiones hasta el siglo XVI que, según su prologuista (su hijo Jacques) se tenía que haber prolongado hasta los inicios del siglo XX (citaremos este texto por la edición española de México 1974, por desgracia con abundantes errores de imprenta y de traducción).

66 H. Pirenne, Mahomet et Charlemagne, París 1970, p. 215.

67 Entre ellas: R. Hodges y D. Whithouse, Mohammed, Charlemagne and the Origins of Europe, Londres 1983; y B. Lyon, A. Guillou, F. Gabrielli y H. Steuer, Carlomagno y Mahoma, Madrid 1987. El alejamiento del Mediterráneo de una zona tan romanizada como Aquitania se ha cargado por algún autor a la cuenta no tanto de la irrupción árabe como de la conquista de la Galia por Clodoveo, lo que abocó a esta región a mirar al Norte continental. M. Rouche, L’Aquitaine des wisigoths aux Arabes. 418-781. Naissance d’une región, París 1979, p. 50.

68 Vid. F. Gabrieli, «Efectos e influencias del Islam en Europa occidental», en Carlomagno y Mahoma, pp. 101-159.

69 B. Lyon, op. cit., p. 22.

70 S. Mazzarino, op. cit., pp. 14-17.

71 Cf. P. Brown, op. cit., p. 43.

72 A juicio de E.A. Thompson ésta sería la primera de tres invasiones que decidirían la suerte del Imperio en Occidente. En el 376, los visigodos se asientan en el Danubio, pero unos años después y tras sucesivos desplazamientos se instalarán en Aquitania. En el 406 —segunda invasión— los vándalos, suevos y alanos cruzan el Rin pero su meta acabará siendo no la Galia sino España y el Norte de África. Y en el 455, el emperador de Contantinopla Marciano instala en Panonia a un grupo de ostrogodos que acabarán obstaculizando las relaciones con Italia y facilitando que en ésta el caudillo hérulo Odoacro establezca un reino independiente de facto aunque de jure no lo sea aún. Romans and Barbarians. The Declin of the Western Empire, Wisconsin 1982, p. 19.

73 Orosio, Historias, Ed. E. Sánchez Salor, Madrid 1982, vol. II, pp. 247-248.

74 Sobre Adrianópolis (o Andrinópolis) y sus inmediatas consecuencias se extendió Amiano Marcelino, el último gran historiador del mundo clásico, que concluye con este episodio sus Res Gestae iniciadas con el gobierno de Nerva. Vid. Historia, Ed. de C. Harto Trujillo, Madrid 2002, pp. 880-900. Recientemente ha dedicado interesantes páginas a este tema P. Heather, op. cit., pp. 209 y ss.; y todo un libro Alessandro Barbero, El día de los bárbaros. La batalla de Adrianópolis. 9 de agosto de 378, Barcelona 2007.

75 Cf. P. Courcelle, op. cit., pp. 21-22.

76 Ch.N. Cochrane, Cristianismo y cultura clásica, México 1939, p. 331.

77 CXXXIII a Geruchia, en Lettres de saint Jérôme, t. VII, Ed. J. Labaurt, 1961, pp. 91-92.

78 J. Arce, Bárbaros y romanos en Hispania (400-507 A.D.), Madrid 2005, pp. 53-63.

79 Símaco, Cartas, lib. V, Carta 44.

80 J. Ferrater Mora, Cuatro visiones de la Historia Universal, Buenos Aires 1971, p. 36.

81 P. Heather, op. cit., pp. 294-296.

82 E. Gilson, Las metamorfosis de la Ciudad de Dios, Madrid 1965, p. 49. Se trata de un conjunto de conferencias pronunciadas por este destacado adalid del neoescolasticismo en la Universidad de Lovaina en 1952.

83 San Agustín, La Ciudad de Dios, Lib. IV, cap. XXXIII, Ed. F. Montes de Oca, México 1978, p. 10.

84 Ib., Lib. I, cap. I, p. 3.

85 C. Courcelle duda mucho de la clemencia de un Alarico por más que diese instrucciones a la soldadesca visigoda de respetar los lugares sagrados y la vida de las personas que en ellos se refugiaron, op. cit., p. 55.

86 San Agustín, La Ciudad de Dios, Lib. XV, cap. 1, p. 332.

87 E. Gilson, op. cit., pp. 76-77. Sobre esas relaciones vid. también Y.M. Congar, «Civitas Dei et Ecclesia chez Saint Augustin», en Revue des études augustiniennes, 3, 1957, pp. 1-14.

88 Sobre las ideas políticas de san Agustín hay una amplia literatura. Uno de los primeros grandes aportes en A. Combes, La doctrine politique de saint Augustin, París 1927. Como bien es sabido, la bibliografía sobre el santo norteafricano es prácticamente inabarcable. Marcó un hito la tesis de H.I. Marrou, Saint Augustin et la fin de la culture antique, cuya primera edición data de 1938. Goza de una particular estima la biografía de P. Brown, Agustín, Madrid 2001, nueva edición actualizada de una primera versión que data de los años sesenta. Para el pensamiento histórico del padre norteafricano son de interés especial las pp. 299 y ss. Más adelante volveremos sobre él.

89 P. Courcelle, op. cit., pp. 106-107.

90 Ib., p. 77, recogido de Sermo CV, 7, 9 y 10. P.L. XXXVIII, col. 622.

91 Caso del comes Africae Bonifacio que posiblemente pensaría en los vándalos como eventuales aliados frente a sus rivales de la corte de Ravenna Aecio o el magister militum Félix. Cf. J. Arce, Bárbaros y romanos, p. 117.

92 Un clásico de los conflictos norteafricanos previos a la irrupción vándala constituye la obra de W.H.C. Frend, The Donatist Chuch. A movement of protest in Roman North Africa, Oxford 1952. Sobre esa situación, que indudablemene facilitó la entrada de los vándalos, se pronunció asimismo otro autor en una obra que también puede ser considerada clásica aparte de innovadora en la visión de los recién llegados: C. Courtois, Les vandales et l’Afrique, París 1955 (citaremos en adelante por la reimpresión de Darmstadt de 1964).

93 P. Heather, op. cit., pp. 348-359.

94 C. Courtois, Les vandales et l’Afrique, p. 7.

95 P. Courcelle, op. cit., p. 132.

96 Ib., pp. 163 y 193 respectivamente.

97 C. Courtois, op. cit., pp. 185 y ss.

98 Una circunstancia que llevaría a algunos autores a corregir a H. Pirenne. La ruptura de la unidad del mundo mediterráneo no sería un producto exclusivo de la irrupción musulmana; la presencia vándala, caracterizada por su pericia naval, la habría ya debilitado considerablemente.

99 La visión altamente negativa que estigmatizó a los vándalos fue revisada a partir, sobre todo, de la obra de C. Courtois, quien destacó cómo el término «vandalismo» fue una creación tardía: invención del obispo de Blois Gregoire en 1794. La wandalorum ferocitas de la que se habla en textos de la época sería expresión similar a muchas invectivas lanzadas contra otros grupos germanos especialmente desde el campo de la hagiografía, op. cit., pp. 58-64.

100 Las migraciones germánicas han sido objeto de múltiples monografías y de diversas obras de síntesis. Una de las más recientes, es la de C. Azzara, Las invasiones bárbaras, Granada-Valencia 2004. Va acompañada de una amplia y actualizada bibliografía.

101 H. Pirenne, Historia de Europa, p. 22.

102 Algunas consideraciones sobre ese papel de los pueblos nómadas, que en estos momentos estaría representado por los hunos, en P. Heather, op. cit., pp. 193-209. Este mismo autor lo es del epílogo al libro de E.A. Thompson, The Huns, Oxford 1996.

103 P. Courcelle, op. cit., p. 163.

104 G. de Reynold, op. cit., p. 79.

105 M. Bussagli, Atila, Madrid 1986, p. 143. Se destaca incluso que el caudillo huno ostentaba en aquellos años el título de magister militum de la pars Occidentis del Imperio y que, como tal, parecía ofrecer su espada en apoyo del orden romano.

106 Cf. el testimonio de Jordanes, Origen y gestas de los godos, Ed. J.M. Sánchez Martín, Madrid 2001, pp. 167-168. Como ha destacado W. Goffart, Jordanes comete incluso el error de considerar a los hunos un vástago demoníaco de los godos, con lo que demostraba una deplorable ignorancia a la hora de distinguir entre germanos y pueblos nómadas de las estepas: The narrators of barbarian history (a.d 550-800). Jordanes, Gregory of Tours, Bede and Paul the Deacon, Princeton 1988, p. 436.

107 F. Altheim, El Imperio hacia la medianoche. El camino de Asia a Europa, pp. 66-75.

108 Circunstancia destacada por P. Heather, para quien Atila y Roma se sostuvieron durante algún tiempo, op. cit., pp. 434 y ss.

109 P. Heather, op. cit., pp. 505-514.

110 C. Azzara, op. cit., p. 68.

111 F. Lot, op. cit., pp. 118-119.

112 S. Mazzarino, op. cit., pp. 11 y ss.

113 H. Inglebert, op. cit., 413.

114 Ib., p. 502.

115 S. Mazzarino, op. cit., pp. 86-88.

116 Sin embargo, un historiador no precisamente marxista, el ruso exiliado M. Rortovtzeff, impresionado por la revolución bolchevique, fijó un paralelismo entre la toma del poder por éstos en la Rusia de 1917 y lo acaecido en el Imperio en el siglo III. A su juicio, el violento ascenso de los representantes de las fuerzas armadas de la Roma bajoimperial tuvo mucho de revolución proletaria, dada la baja extracción social de muchos de sus representantes: Historia social y económica del Imperio romano, Madrid 1939, pp. 427-428.

117 A.J. Toynbee, Estudio de la Historia (compendio de D.C. Somervell), vol. I, Buenos Aires 1952, p. 387.

118 Ib., p. 414.

CAPÍTULO 2

119 E. Mitre, «La muerte primera y las otras muertes. Un discurso para las postrimerías en el Occidente medieval», en J. Aurell y J. Pavón (eds.), Ante la muerte. Actitudes, espacios y formas en la España medieval, Pamplona 2002, pp. 27-48.

120 F. Lot, op. cit., p. 33.

121 Cf. G. Ostrogorsky, Historia del Estado Bizantino, Madrid 1984, p. 20, refiriéndose a las obras de A. Lebeau, E. Gibbon o Voltaire.

122 Se ha destacado por distintos autores cómo las élites políticas e intelectuales del Bajo Imperio no tuvieron ningún interés en usar el cristianismo como elemento de asimilación de los bárbaros que, a su ingreso en el territorio imperial, serían abrumadoramente paganos. Una política que constrastaría abruptamente con la adoptada posteriormente por los carolingios en relación con sus vecinos sometidos. L. Musset, Las invasiones. Las oleadas germánicas, Madrid 1973, p. 170.

123 B. Dumezil, op. cit., p. 196.

124 Ib., pp. 310-312. Se refiere para ello al caso de la Inglaterra anglosajona que, en mayor o menor grado, puede ser aplicable a otros pueblos del Occidente.

125 Orosio, Historias, vol. II, p. 279.

126 Ib., p. 281.

127 Un autor que sirve de guía a dos historiadores de nuestros tiempos (E.A. Thompson y J. Arce) en sendas obras ya citadas.

128 W. Reinhart, Historia general del reino hispánico de los suevos, Madrid 1952, p. 47.

129 M. Rouche, L’Aquitaine. Des wisigoths aux arabes. 418-781. Naissance d’une región, París 1979, pp. 24-36.

130 Un principio de personalidad de la ley (cada pueblo con su sistema legislativo propio) que ha sido objeto de serias matizaciones por distintos autores.

131 P. Courcelle habló en su momento de una «hegemonía visigoda» que simbolizaría un período de «ocupación» que sucedería a otro más áspero de pura «invasión».

132 E.A. Thompson calcula que el número de germanos que cruzaron el Rin a fines del 406 no superarían las 200.000 personas: Romans and Barbarians, p. 159. Para J. Arce, los efectivos de los pueblos ingresados en territorio ibérico serían modestos: unos 80.000 vándalos se piensa pasarían de la Bética al Norte de África si hemos de hacer caso al testimonio de Víctor de Vita; los suevos se rían en torno a 25.000; y los alanos —desaparecidos sin dejar apenas huella— en torno a 30.000. La cifra barajada tradicionalmente para los visigodos —100.000— se antoja exagerada. El propio Arce juega con entre 20.000 o 40.000 almas: Bárbaros y romanos, p. 149.

133 R. de Abadal, Del Reino de Tolosa al Reino de Toledo, Real Academia de la Historia, Madrid 1960, p. 29.

134 Marcadas por el drama del enfrentamiento con su hijo el converso a la fe nicena Hermenegildo. Vid. para ello L. Vázquez de Parga, San Hermenegildo ante las fuentes históricas, Madrid 1973.

135 B. Dumezil, op. cit., pp. 324-325. Todo un ejercicio de funambulismo, según este autor. Ib., p. 327.

136 Teodorico, a los ojos de algunos de sus colaboradores itálicos, resultaba una especie de déspota ilustrado, el ideal de soberano-filósofo tan caro a Platón: P. Courcelle, op. cit., p. 207. Sobre el personaje vid. las actas del XIII Congresso internazionale di studi sull’alto Medioevo, Teoderico il grande e i goti d’Italia (Milán 2-6 nov. 1992), Spoleto 1993. Para el pueblo ostrogodo en general, T.S. Burns, A History of the Ostrogoths, Indiana Univ. Press, 1984.

137 Ennodius, Panegyrique de Theodoric, XI, Ed. Vogel, M.-G.H. Auctores antiquissimi, VII, p. 210.

138 R. Collins, La Europa de la Alta Edad Media. 300-1000, Madrid 2000, p. 153.

139 La obra de Boecio es tratada entre otros por H. Chadwick, Boethius. The Consolation of Music, Logic, Theology and Philosophy, Oxford 1983.

140 Boecio, La consolación de la filosofía, Ed. P. Masa, Madrid 1984, p. 42. Boecio se refiere a tres personajes de nombre Basilio, Opilón y Gaudencio que le acusaron injustamente en un intento de recuperar el favor del rey.

141 P. Courcelle, op. cit., p. 215.

142 Sobre su figura J.J. O’Donell, Cassiodorus, Univ. of California, Los Ángeles-Londres 1979.

143 M.A. Rodríguez de la Peña, Los Reyes sabios. Cultura y poder en la Antigüedad Tardía y en la Alta Edad Media, Madrid 2008, pp. 204-205. Se trata de una sólida monografía publicada con posterioridad a la redacción del presente libro. Hemos tenido la fortuna de poderla consultar para incorporar algunas de sus ideas.

144 Jordanes, op. cit., pp. 227-228.

145 R. Collins, op. cit., p. 153.

146 Expresión de C. Azzara, op. cit., p. 72.

147 Vid. entre otras obras sobre el tema la de G. Tessier, Le baptême de Clovis, París 1966.

148 Gregoire de Tours, Histoire des francs, Ed. R. Latouche, París 1999 (reimpresión), pp. 129-137. Sobre las manipulaciones de este autor —incluido el obviar una posible militancia de Clodoveo en el arrianismo previa a su paso al catolicismo— vid. I.N. Wood, «Gregorio de Tours y Clodoveo», en La Edad Media a debate, Ed. L.K. Little y B.H. Rosenwein, Madrid 2003, pp. 102-124. M. Rouche habla más bien de un proceso en el que entre la conversión y la recepción del bautismo transcurrirían algunos años (del 492 al 499): Clovis, París 1999, pp. 253 y ss.

149 R. Collins, op. cit., p. 155. De forma similar, B. Dumezil sostiene que la conversión de Clodoveo permitirá disponer de un ejemplo eminente, y precisar también una estrategia ya que cada comentador del acontecimiento modelará el tema de acuerdo a sus propias percepciones, op. cit., p. 152.

150 Gregoire de Tours, op. cit., p. 132.

151 P. Courcelle, op. cit., p. 247.

152 «Clodoveo no ha convertido a las Galias», es la forma categórica en que recientemente se ha expresado B. Dumezil, op. cit., p. 220.

153 Ib., pp. 224 y ss. Bajo su sucesor Childeberto I (511-558), con su Preceptum y con la celebración del importante concilio de Orleáns de 533 empezaron a darse importantes pasos en esa dirección.

154 O.J. Geary, Naissance de la France. Le monde mérovingien, París 1989, p. 143.

155 L. Musset, op. cit., pp. 95-113.

156 T.D. O’Sullivan no duda de la autenticidad y unidad de este texto al que data entre 515 y 530, frente a las reservas de otros especialistas como E. Lloyd, N.K. Chadwuick, A.W. Wade-Evans o P. Grosjean, The excidio of Gildas. Its authenticity and date, E.J. Brill, Leiden 1978, pp. 179-181.

157 P. Heather, op. cit., pp. 545. E.A. Thompson ha destacado las diferencias entre los devastadores resultados del asalto anglosajón en Britania y las turbulencias causadas por los bárbaros en Hispania que, pese a su gravedad, no destruyeron en su totalidad las estructuras romanas de la península. Gildas versus Hidacio, podría decirse, por remitirnos a dos importantes testimonios de los hechos, Romans and Barbarians, pp. 208-207.

158 Bede, A History of the English Church and People, Ed. L. Sherley-Price, Londres 1977, pp. 55-56.

159 J. Campbell, «Bede», en T.H. Dorey (ed.), Latin Historians, Londres 1966, pp. 159-190. También sobre este personaje vid. F. Bertini, «La storiografia in Britannia prima e dopo Beda», en Angli e Sassoni al di qua e al di la del mare, XXXII Settimana di Studi sull’alto Medioevo (Spoleto 1984), 1986.

160 Consideraciones genéricas sobre ese proceso, en K. Hughes, Early Christian Ireland. Introduction to the Sources, Londres 1972.

161 Aunque fuera Paladio el primer obispo de Irlanda, será Patricio al que se identifique con la cristianización y la organización de una primera Iglesia en la isla. Cf. entre otras obras D.N. Dumville, Saint Patrick, 493-1993, Boydell and Brewer 1994.

162 E.A. Thompson, Romans and Barbarians, p. 248.

163 R. Collins, op. cit., p. 308.

164 B. Dumezil, op. cit., pp. 393-394.

165 Para la evolución de la Iglesia céltica, vid. entre otras obras J.T. McNelly, The Celtic Church: A History. E. D. 200 to 1200, Chicago 1974. Ciñéndose más a la época aquí tratada, J.P. Mackey, An Introduction to Celtic Christianity, Londres 1989.

166 Sobre este documento como reordenador de la vida administrativa del Occidente, vid. O. Capitani, Storia dell’Italia medievale, Roma 1989, pp. 33-41. Para un amplio tratamiento de la política italiana del emperador vid. R. Bonini, «Giustiniano e il problema itálico», en Bisanzio, Roma e l’Italia nell’alto Medioevo, XXXIV Settimana di Studio sull’alto Medioevo (Spoleto 1986), 1988.

167 P. Courcelle, Histoire litteraire, p. 256.

168 F. Dvornik, Histoire des conciles, París 1962, pp. 38-40.

169 E.A. Thompson, Romans and Barbarians, pp. 82-91.

170 Ib., pp. 100 y ss.

171 Cf. P.S. Leicht, «Territori longobardi e territori romanici», en Atti del I Congresso internazionale di Studi Longobardi (Spoleto 1951), 1952.

172 Un clásico sobre el tema en P. Goubert, «Byzance et l’Espagne wisigothique», en Revue d’Etudes byzantines 2 (1944), pp. 5-78.

173 L. Vazques de Parga, San Hermenegildo ante las fuentes históricas, RAH, Madrid 1973, pp. 27-28.

174 Refiriéndose a esa fecha, san Isidoro podría decir que el rey visigodo Suintila fue el primer monarca que gobernó sobre la totalidad de Hispania.

175 Sobre la hecatombe demográfica que se produciría en el mundo mediterráneo con motivo de la propagación de la gran epidemia y de coletazos sucesivos, vid. entre otros estudios P. Fuentes Hinojo, «Las grandes epidemias en la temprana Edad Media y su proyección en la Península Ibérica», en En la España Medieval, 15, 1992.

176 Una útil panorámica de las operaciones de reconquista mediterránea de Justiniano se recoge en A. Cameron, El mundo mediterráneo en la Antigüedad Tardía (395-600), Barcelona 1998, pp. 518-540.

177 Sobre las conquistas del Islam en su primera época, la bibliografía es abundantísima. Baste ahora con recordar el título de una conocida colección (Nouvelle Clio). R. Mantran, L’expansión musulmane (VII-XI siècles), París 1969.

178 H. Ahrweiller, «La época bizantina en el mundo mediterráneo», en Fernand Braudel. Una lección de Historia, México 1986, p. 26.

179 Vid. la panorámica de A. Guillou, «Bizancio y los orígenes de la Europa occidental», en VV.AA, Carlomagno y Mahoma, pp. 23-100.

180 Roma fra Oriente e Occidente, XLIX Settimana di studio sull’alto Medioevo (Spoleto 19-24 abril de 2001), 2002.

181 A. Carile, «Roma vista da Constantinopoli», en Roma fra Oriente e Occidente, p. 98.

182 H. Hofmann, «Roma, caput mundi? Rom und Imperium Romanum in der literarischen. Diskussion zwischen Spätantike und dem 9 Jahrhundert», en Roma fra Oriente e Occidente, pp. 528-529.

183 F. Burgarella, «Presenze Greche a Roma: Aspetti culturali e religiosi», en Roma fra Oriente e Occidente, pp. 944-945.

184 Bede, op. cit., pp. 214-217.

185 J.M. Santerre, «Entre deux mondes? La véneration des images a Rome et en Italie d’aprés les textes des VI-XI siècles», en Roma fra Oriente e Occidente, p. 1049.

186 B. Dumezil, Les racines chrétiennes de l’Europe, p. 9.

187 Ib., pp. 30-31.

188 W. Goffart, The narrators, p. 235.

189 J. Fontaine, Isidoro de Sevilla. Génesis y originalidad de la cultura hispánica en tiempo de los visigodos, Madrid 2002, pp. 271-286.

190 La expresión microcristiandades ha sido popularizada por P. Brown, El primer milenio de la cristiandad occidental, Barcelona 1997, passim. Otra expresión que ha tomado carta de naturaleza es la de iglesias nacionales que respondería, igualmente, a esta idea de compartimentación. Cf. Le chiese nei regni dell’Europa occidentale e i loro rapporti con Roma sino all’800, VII Settimana di Studio sull’alto Medioevo (Spoleto 1959), 1960.

191 Cf. la importante colaboración de J. Fontaine, «Conversión et culture chez wisigoths d’Espagne», en La conversione al cristianesimo nell’Europa dell’alto Medioevo, XIV Settimana di Studio sull’alto Medioevo (Spoleto 1966), 1967, pp. 87-147.

192 Sobre las medidas antijudías de la monarquía visigoda (y no sólo la católica) existe una abundante producción. Entre los trabajos más recientes contamos con el bien documentado de R. González Salinero, Las conversiones forzosas de los judíos en el reino visigodo, Roma 2000.

193 B. Dumezil, op. cit., pp. 294-299. De ahí el recurrente topos de cierta cronística de la Reconquista que presenta al elemento hebreo abriendo las puertas de España a los musulmanes.

194 Vid. A. D’Ors, «La territorialidad del derecho de los visigodos», Estudios visigóticos I, Roma-Madrid 1956, p. 94.

195 Se ha debatido ampliamente en torno al valor de la cultura en la España de tiempos de san Isidoro. El hispanista francés J. Fontaine se ha mostrado favorable en distintas obras como Isidore de Seville et la culture classique dans l’Espagne Wisigothique, París 1983 (actualiza un texto de fecha anterior). Muchas de sus reflexiones sobre el Hispalense las ha recogido en la antes citada Isidoro de Sevilla. Génesis y originalidad de la cultura hispánica en tiempos de los visigodos, Madrid 2002.

196 M.C. Díaz y Díaz, «Cultura visigótica del siglo VII», en De Isidoro al siglo XI, Barcelona 1976, p. 31.

197 J. Orlandis, El poder real y la sucesión al trono en la monarquía visigoda, Roma-Madrid 1962, pp. 13 y ss.

198 C. Rodríguez Alonso, «Estudio literario», texto introductorio a su edición de Las historias de los godos, vándalos y suevos de Isidoro de Sevilla, León 1975, p. 19. Como referencias de ese orgullo se tomarán la Laus Spaniae y la Laus Gothorum que abren y cierran la «Historia de los godos» en su redacción larga. Ib., pp. 168-171 y 282-287 respectivamente

199 M.A. Rodríguez de la Peña, Los reyes sabios, p. 279.

200 Vid. L.A. García Moreno, «Urbs cunctarum gentium victrix Gothicis triumphis victa. Roma y el reino visigodo», en Roma fra Oriente e Occidente, pp. 239-322. Sobre este tema ha vuelto a insistir recientemente este mismo autor con «Las iglesias de Constantinopla e hispánicas en la Antigüedad Tardía (siglos V-VII)», en E. Motos Guirao y M. Morfakidis (eds.), Constantinopla. 550 años de su caída, Centro de Estudios Bizantinos, neogriegos y chipriotas, Universidad de Granada, Vicerrectorado de Extensión universitaria, 2007, pp. 159-184.

201 De diecisiete conservamos las actas recogidas en J. Vives, T. Marín y G. Martínez Díez (eds.), Concilios visigóticos e hispano-romanos, Barcelona-Madrid 1963. Del decimoctavo conservamos sólo algunas referencias fragmentarias.

202 M.A. Rodríguez de la Peña, Los reyes sabios, pp. 266-272.

203 Ib., p. 288.

204 Fredegarii Scholasticus Chronicum, Patrología Latina, t. 71, col. 654-6.

205 Vid. para ello A. Barbero y M. Vigil, Sobre los orígenes sociales de la Reconquista, Barcelona 1974, pp. 16 y ss.

206 Que serviría, sin embargo, para que el metropolitano Julián de Toledo redactase un precioso testimonio histórico cual fue su Historia Galliae temporibus Wambae, Ed. España Sagrada VI, pp. 537-571. Un texto que se encontraría al servicio de una virtus marcial. M.A. Rodríguez de la Peña, Los reyes sabios, p. 294.

207 Fredegarii Scholasticus, col. 658. En esta edición se advierte, sin embargo, que el vocablo morbo (enfermedad) bien pudiera corresponder a otro: more (según la costumbre). En cualquier caso estaría reflejando la pobre opinión que la monarquía visigótica ofrecía a las gentes del otro lado del Pirineo.

208 Sobre las causas de la decadencia y hundimiento del poder visigodo, vid. entre otros L. García Moreno, El fin del reino visigodo de Toledo. Decadencia y catástrofe. Una contribución a su crítica, Madrid 1975.

209 Sobre el legado visigodo de cara a la formación de Europa se pronunciaron distintos especialistas en J. Fontaine y E. Pellistrandi (eds.), L’Europe, hèritière de l’Espagne wisigothique, Rencontres de la Casa de Velázquez (Madrid 1990), 1992. Una buena panorámica de la transmisión de elementos godos a la Europa Altomedival la facilita la primera de las comunicaciones. J. Orlandis, «Le royaume wisigothique et son unité religieuse», especialmente pp. 14-16.

CAPÍTULO 3

210 Un desideratum de lo que hay que entender por Iglesia y el estudio de su historia a lo largo del Medievo lo ha presentado J. Sánchez Herrero, «Unas reflexiones sobre la Historia de la Iglesia de los siglos V al XV», en F. Rivas Rebaque y R.M. Sanz de Diego (coord.), Iglesia de la historia, iglesia de la fe. Homenaje a Juan María Laboa Gallego, Universidad de Comillas, Madrid 2005, pp. 41-66. De ahí también que el título de una valiosa obra de síntesis redactada hace años no fuera el de Historia de los papas, sino del papado, M. Pacaut, Histoire de la papauté de l’origine au concile de Trente, París 1976.

211 Mt 16,18. Cf. Jn 21,17.

212 Cf. C. Pietri, Roma Christiana. Recherches sur l’Eglise de Rome, son organisation, sa politique, son ideologie. De Miltiade a Sixto III (311-440), Roma 1976, pp. 1628-1629.

213 El tema de la estructura pentárquica ha sido recientemente abordado por E. Morini, «Roma nella pentarchia», en Roma fra Oriente e Occidente, p. 834.

214 Sobre esa dialéctica, vid. F. Dvornik, Bizancio y el primado romano, Bilbao 1968, pp. 113 y ss.

215 El título de Papa (padre) se acostumbra a hacer arrancar de Pedro, aunque fue utilizado por otros obispos durante siglos. Sólo a partir del siglo VI se tiende a establecer su reserva para los de Roma. P. Poupard, Le pape, París 1985, p. 31.

216 K. Schatz, El primado del papa. Su historia desde los orígenes hasta nuestros días, Santander 1996, pp. 60-61.

217 Cf. a este respecto H. de Lubac, Las iglesias particulares en la Iglesia universal, Salamanca 1974, p. 112.

218 Ch. Pietri, Roma christiana, pp. 1537 y ss.

219 Reservas sobre el alcance real de este título se recogen en ib., pp. 859-860. En aquellos momentos, aunque Oriente reconociera el primado de Dámaso, apenas le permitiría ejercerlo dado que Constantinopla adquiría la dimensión de una sede patriarcal con los mismos privilegios que Roma.

220 Migne, Patrología latina, t. LIX, col. 42. Para B. Dumezil, la superioridad pontificia se limitaba al dominio religioso en un sentido amplio. El episcopado en su conjunto recibía el encargo de la salvación de las almas como los poderes civiles el cuidado de los cuerpos, op. cit., p. 72.

221 J. Hubert, «Evolution de la topographie et de l’aspect des villes de Gaule du V au X siècle», en La citta nell’alto Medioevo, VI Settima di Studio sull’alto Medioevo (Spoleto 1959), 1960, pp. 529-530.

222 Gregoire de Tours, Histoire des Francs, t. II, pp. 315-326.

223 Liber Pontificalis, t. I, Ed. Mgr. L. Duchesne, París 1886.

224 M. Busagli, op. cit., pp. 175-177. El Papa habría ido a la cabeza de una embajada en la que estaban el ex prefecto y curtido diplomático Trigecio y el rico propietario Genadio Avieno.

225 Sobre los debates entre ortodoxia y nestorianismo y entre ambos y el monofisismo vid. P.Th. Camelot, Éfeso y Calcedonia, Vitoria 1971.

226 Sermo LXXXII, I, P. L. LIV col. 423 A. Citado en P. Courcelle, op. cit., p. 256.

227 H. Inglebert, op. cit., pp. 634-638.

228 Gregorii I Papae Registrum Epistolarum. M.G.H. EE. T. II. 34. Ed. L.M. Hartmann, Berlín 1899, p. 303.

229 Sobre la abundante bibliografía en torno al gran promotor del monacato en Occidente, destacamos las Actas del VII Congresso Internazionale di Studi Sull’alto Medioevo, dedicado a San Benedetto nel suo tempo (Norcia-Subiaco-Casino. Montecassino, 1980), Spoleto 1982.

230 Significativo el título que L. Suárez ha dado a una de sus últimas obras, Los creadores de Europa. Benito. Gregorio. Isidoro. Bonifacio, Pamplona 2004. Sobre san Benito como uno de los padres de Europa vid. entre otros títulos G.M. Colombás, San Benito. Su vida y su regla, Madrid 1954, o R. Molina Piñedo, San Benito, fundador de Europa, Madrid 1980, para quien muchos de los valores consustanciales a la civilización europea se encuentran explicitados en la Regla.

231 Para una sumaria comparación entre estos dos espíritus cf. D. Knowles, El monacato cristiano, Madrid 1969, pp. 25-36. Una detallada visión del benedictismo la ha facilitado uno de sus máximos especialistas, A. Linaje Conde, San Benito y los benedictinos, Braga 1991-1993 (8 tomos de los que los dos primeros van dedicados a la época medieval).

232 San Gregorio Magno, Regla pastoral, Ed. J. Jesús Haro, México s. a., p. 31.

233 Moralia in Job, XXXXV, 15, 35.

234 Tal y como reflejó años más tarde el historiador Pablo Diácono, Historia de los longobardos, Ed. P. Herrera Roldán, Cádiz 2006, pp. 140 y ss.

235 B. Dumezil, op. cit., pp. 346-349.

236 D. Knowles y D. Obolenski, La Iglesia en la Edad Media, Madrid 1977, p. 70.

237 Diversos trabajos se han realizado en torno a los comienzos y el posterior desarrollo del poder temporal de los pontífices. Marcó época L. Duchesne hace ya más de un siglo con su Les premiers temps de l’Etat pontifical (754-1073), París 1889. En fechas más recientes han ido apareciendo otros importantes títulos. Así, W. Ullmann, The Growth of papal Governement in the Middle Ages, Londres 1955, y la densa y documentada monografía ya mencionada de C. Pietri, Roma Christiana, que tiene unas dimensiones que desbordan con mucho este ámbito. También G. Tabacco, «L’origine della dominazione territoriale del papato», en Rivista storica italiana CI (1989), pp. 222-236. Th.F.X. Noble, The Republic of St. Peter. The Birth of the papal State. 680-825, Filadelfia 1984.

238 Vid. F. Dvornik, Bizancio y el primado romano, pp. 79-82. Es significativo que un papa enormemente pagado de su autoridad como Inocencio III (11981216) encabezase sus documentos con la misma fórmula que sus predecesores: obispo, siervo de los siervos de Dios. Este papa será, sin embargo, quien trueque el apellido de Vicario de Pedro por el de Vicario de Cristo que hasta entonces sólo había sido usado de forma accidental. Cf. M. Pacaut, La theocratie. L’Eglise et le pouvoir au Moyen Age, París 1957, p. 147. Este título, según recoge Ducange en su conocido Glossarium ad scriptores mediae et infimae latinitatis (voz «Vicarius»), se aplicaba en el siglo IX a todos los obispos, designados como Vicarii Christi. Cf. R. García Villoslada, Historia de la Iglesia Católica. La Edad Media, Madrid 1963, p. 493, n. 47.

239 L. Suárez, Los creadores de Europa, pp. 143-144.

240 Para esta última vid. A. Barbero, «El conflicto de los Tres Capítulos y las iglesias hispánicas en los siglos VI y VII», en La sociedad visigoda y su entorno histórico, Madrid 1992, pp. 136-167.

241 M. Pacaut, Histoire de la papauté, p. 53.

242 Bede, A history of the English Church and People, Ed. L. Sherley-Price y R.E. Latham, Londres 1968, pp. 66-67. Un tratamiento del tema en G. Jenal, «Gregor der Grosse und die Anfänge der Angelsachsenmission (596-604)», en Angli e sassoni al di qua e al di la del mare, XXXII Settimana di Studi sull’Alto Medioevo (Spoleto 1984), 1986, pp. 793-849. Ello no suponía partir de cero, ya que Canterbury, en fecha anterior a la entrada de anglos, jutos y sajones, disponía ya de algunas iglesias cuyos titulares nos son desconocidos. N. Broocks, «Canterbury and Rome: The limits and Myth of Romanitas», en Roma fra Oriente e Occidente, p. 797.

243 B. Dumezil, Les racines chrétiennes, p. 155.

244 Ib., p. 308.

245 Bede, op. cit., pp. 86-87.

246 Vid. a este respecto las importantes ponencias presentadas en Cristianizzazione ed organizzazione ecclesiastica della campagne nell’alto Medioevo: Espansione e resistenze, XXVIII Settimana di Studio sull’alto Medioevo (Spoleto 1980), 1982.

247 Bede, op. cit., pp. 185-192.

248 H. Mayr-Harting, The coming of Christianity of anglo-Saxon England, Londres 1972.

249 Sancti Columbani, Opera, Ed. G.S.M. Walker, Dublín 1957, p. 36.

250 J. Richards, Consul of God. The Life and Times of Gregory the Great, Routledge and Kegan Paul Lrtd. 1980. J. Richards, Consul of God. The Life and Times of Gregory the Great, Routledge and Kegan Paul Lrtd. 1980.

251 P. Riché, Vie de Saint Gregoire le Grand, París 1995, p. 103. G. Cremascoli, «Gregorio Magno», en Cristianità d’Occidente e cristianità d’Oriente (secoli VI-XI), LI Settimana... (Spoleto 2003), 2004. También R.A. Markus, Gregory the Great and his World, Cambridge 1997; y J. Fontaine, R. Gillet y S. Pellistrandi (eds.), Gregorio Magno e il suo tempo, 2 vols., Studia Ephemerides Augustinianum, 34, Roma 1991.

252 Gregorio Magno gozó de una temprana e importante producción hagiográfica (obras de Paulo Diácono, Juan Diácono, el anónimo monje de Whitby, etc.). Cf. I. Deug-Su, «Roma e l’agiografia latina nell’alto Medioevo», en Roma fra Oriente e Occidente, pp. 580 y ss.

CAPÍTULO 4

253 De la segunda mitad del XIX y la primera del XX cabe destacar entre otras obras: A. Graf, Roma nella memoria e nelle imaginación del medioevo, Turín 1882-1883; F. Gregorovius, op. cit., original de 1875; F. Schneider, Rom und Romgedanke des Mittelalters, Munich 1926; y E. Dupré-Theseider, L’idea imperiale di Roma nella tradizioni nel medioevo, Milán 1950. Más recientes son las aportaciones de reuniones científicas como: Roma antica nel Medioevo. Mito, rappresentazioni, sopravvivenze nella «Respublica Christiana» dei secoli IX-XIII, Atti della XIV Settimana internazionale di studio (Mendola, 24-28 agosto 1998), Vita e Pensiero, Milán 2001.

254 Tesis sostenida hoy día por autores como P. Heather, op. cit., p. 543.

255 Entre los numerosos títulos, vamos a limitarnos a recordar unos pocos: R.W. Southern, La formación de la Edad Media, Madrid 1955 (ed. original de 1953); R.S. López, El nacimiento de Europa, Barcelona 1965 (original de 1956, recensión en P. Zerbi, op. cit., pp. 271-302); F. Oakley, Los siglos decisivos. La experiencia medieval, Madrid 1980 (ed. original de 1974); M. Mitterauer, Warum Europa? Mittelalterliche Grundlagen eines Sonderwegs, Munich 2003. El Centro de Estudios altomedievales de Spoleto no ha permanecido lógicamente al margen de estas inquietudes. Dos semanas se han dedicado de forma especial a la cuestión. I problemi della civilta Carolingia, I Settimana di studi sull’alto Medioevo (Spoleto 1953), 1954, y Nascita dell’Europa ed Europa Carolingia: un’equazione da verificare, XXVII Settimana di Studio sull’alto Medioevo (Spoleto 1979), 1981.

256 G. Bravo, «Del Mediterráneo al Danubio: configuración histórica del espacio europeo», en La aportación romana a la formación de Europa: naciones, lenguas y culturas, Ed. G. Bravo y R. González Salinero, Madrid 2005, pp. 60-61.

257 P. Heather, op. cit., pp. 566-578.

258 Todo un mito en las tradiciones del nacionalismo germánico. Se expresó plásticamente a mediados del XIX con un gran monumento a este caudillo (el Hermannsdenkmal) en el lugar de su victoria sobre las legiones romanas. G.L. Mosse, La nacionalización de las masas, Madrid 2005, pp. 59 y ss.

259 G. de Reynold, op. cit., pp. 64-66.

260 P.J. Geary, op. cit., p. 82.

261 Ib., p. 45.

262 Ese proceso de colonización ya fue notado hace casi un siglo por distintos autores, entre ellos A. Dopsch, op. cit., pp. 79 y ss., quien advirtió incluso que las modas germánicas llegaron a imponerse en el interior del Imperio.