Tomada de la edición para la colección Alba Bicentenario realizada por la Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 2010

Título original: Fidel y la religión

Edición y corrección para versión digital: Pilar Jiménez Castro

Diseño interior: Yadyra Rodríguez Gómez

Diseño de cubierta: Claudia Méndez Romero

Composición electrónica: Enrique García

© Frei Betto, 1985

Sobre la presente edición:

© Ruth Casa Editorial, 2014

ISBN: 978-9962-697-67-1

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A Leonardo Boff,

sacerdote, doctor y, sobre todo,

profeta.

A la memoria de Frei Mateus Rocha,

quien me enseñó la dimensión liberadora

de la fe cristiana y, como Provincial

de los dominicos brasileños, estimuló

esta misión.

A todos los cristianos latinoamericanos

que, entre incomprensiones y en la

bienaventuranza de la sed de justicia,

preparan, a la manera de Juan Bautista,

los caminos del Señor en el socialismo.

PRIMERA PARTE. 

CRÓNICA DE UNA VISITA

1

10 de mayo


Viernes, 10 de mayo de 1985. Llega en visita oficial a Cuba el presidente de Argelia, Chadli Bendjedid. Fidel Castro le ofrece esa misma noche una recepción en el Palacio de la Revolución. Entre los invitados, una pequeña comitiva brasileña que había llegado a la isla el día anterior: el periodista Joelmir Beting, Antonio Carlos Vieira Christo —mi padre—, María Stella Libanio Christo —mi madre— y yo. Los tres primeros pisan territorio cubano por primera vez. Yo, que ya había estado allí otras veces, al servicio de la Iglesia o en calidad de participante de eventos culturales, ahora volvía con un único propósito: entrevistar a Fidel.

Nuestro anfitrión, Sergio Cervantes, un negro que parece un brasileño, avisa que es necesario llevar corbata a la recepción. Hace diecisiete años que no me enredo una corbata en el pescuezo. Ni siquiera tengo traje. En Porto Alegre, cuando visité en 1975 a Mafalda y Erico Verisimo, el autor de O Tempo e o Vento, este me dijo que hacía años había quemado todas sus corbatas. Yo hice lo mismo imaginariamente. ¡En La Habana, de repente, titubeo! ¿Debo romper el protocolo y presentarme con uno de los dos pantalones de mezclilla que traje? ¿Debo rechazar la invitación, como protesta por las formalidades socialistas? ¿Qué diablo de costumbre es esta, que tanto en el Congreso Nacional, en Brasilia, como en el Palacio de la Revolución, en Cuba, se considera que un pedazo de trapo estampado, envuelto alrededor del cuello, es señal de bien vestir? A pesar de mis lucubraciones, de mis protestas imaginarias en un constante ir y venir en mi cabeza, vacilo y acepto, prestados, la corbata y el traje de Jorge Ferreira, un amigo cubano. Me quedan a la medida y allá voy yo todo empaquetado, soportando las burlas de Joelmir.

El Palacio de la Revolución, situado en la plaza del mismo nombre, detrás del monumento a José Martí, es una solemne construcción de la época de Batista, que recuerda la arquitectura fascista del primer gobierno de Getulio Vargas, en Brasil. La interminable escalinata se parece al anfiteatro de Maracaná. En la puerta, protegida por guardias de honor, presentamos nuestras invitaciones. Nos detuvimos a la entrada, hasta que terminaron los himnos de Cuba y Argelia. En el inmenso salón, todo en mármol y piedra, decorado con plantas naturales, vitrales de colores y murales abstractos, los invitados escuchan los discursos en español y árabe que preceden al momento en que Fidel condecora a Chadli Bendjedid con la medalla “José Martí”, la más importante del país. Además de la delegación visitante se encuentran presentes el cuerpo diplomático y dirigentes cubanos, miembros del Buró Político, del Comité Central y ministros. Una vez terminadas las formalidades laudatorias, entre ruedas informales circulan bandejas con mojitos, daiquirís y jugos. Me acerco a Armando Hart, ministro de Cultura, un hombre que no sabe separar el raciocinio de la emoción, rara cualidad. Lamentamos la muerte en combate de Alí Gómez García, de 33 años, venezolano, quien había caído el día anterior defendiendo a Nicaragua de los mercenarios de Reagan. En febrero pasado formé parte del jurado que concedió el premio en el género de testimonio en lengua española al texto que envió Alí al concurso literario de Casa de las Américas: Falsas, maliciosas y escandalosas reflexiones de un ñángara. Raúl Castro, hermano más joven de Fidel y ministro de las Fuerzas Armadas, camina en nuestra dirección y Hart nos lo presenta. Al saber que soy religioso, comenta:

—Pasé tantos años en colegios internos que asistí a misa por toda mi vida. Fui alumno de los hermanos de La Salle y de los jesuitas. Imagínate que yo había estudiado en Santiago de Cuba y, al participar en el ataque al cuartel Moncada, en 1953, me di cuenta de que no conocía la ciudad. No me quedé en la Iglesia, pero me quedé con los principios de Cristo. No renuncio a esos principios. Ellos me dan la esperanza de salvación, pues la Revolución los realiza en la medida en que despide a los ricos con las manos vacías y da pan a los hambrientos. Aquí todos se pueden salvar, pues no hay ricos y Cristo dice que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja...

Raúl dice esto con muy buen humor. Se puede ver que es una persona afable. Sin embargo, tiene fama de duro fuera de Cuba. Caprichos del imperialismo, que mediante sus poderosos medios de comunicación dibuja en nuestras cabezas la caricatura de sus enemigos. Pinta a Raúl como un sectario y a John Kennedy como un muchacho buen mozo. Pero quién planeó, organizó, patrocinó y financió la invasión de Bahía de Cochinos, en 1961, en flagrante falta de respeto a la soberanía del pueblo cubano, fue el joven, risueño, demócrata y católico marido de Jacqueline. En su trato personal, Raúl es relajado y sabe hablar sonriendo, lo cual es raro en los políticos capitalistas, siempre circunspectos. ¿Y cómo puede ser duro el compañero de una mujer tan dulce como Vilma Espín?

Pienso que va a ser imposible saludar a Fidel, siempre tan rodeado de invitados, camarógrafos y fotógrafos. Luego nos invitan a pasar a un pequeño salón más familiar. Estamos en la entrada, cuando el Comandante, en uniforme de gala, pasa con Chadli Bendjedid. Al vernos, se acerca. Se le nota la timidez. Sí, un hombre de ese tamaño, que le grita al Tío Sam en sus propias barbas lo que piensa, y hace discursos de cuatro horas, casi pide permiso por ser quien es. Le presento a Joelmir Beting y a mis padres.

—Usted logró hacer dos revoluciones. La primera fue la cubana y la segunda, ¡lograr que mi padre saliera de Brasil por primera vez y en avión!

—No se preocupe, lo hago regresar en tren —dice Fidel.

En febrero yo había estado con el Comandante en casa de Chomi Miyar, su secretario particular, médico y fotógrafo. Le di mi receta de bobó de camarón. Pero en Cuba no hay aceite de dendé,1 con el que se deben cocer los adobos. Solo en marzo encontré un portador para hacerle llegar el dendé.

1 Tipo de coco del Brasil. (N. del E.)

—Hice tu receta de los camarones —dice—. Quedaron buenos, pero no puedo decir óptimos, porque faltaba el dendé. Después me llegó el famoso aceite. Además, hice algunas modificaciones y quiero consultarlas contigo.

Doña Stella aprovecha la oportunidad para comentar que entre ella y yo hay discrepancias en cuanto al bobó de camarón. A pesar de que, algo edipianamente, la considere la mejor cocinera del mundo, gracias a lo cual estoy vivo y con salud, su receta de bobó, calientes y fríos, no coincide con la que aprendí en Victoria. El secreto de los capixabas2 es batir la yuca cocida en el agua en que se cocen los camarones. Así se atenúa el gusto de la yuca en favor del sabor de los camarones.

2 Habitantes de la provincia de Espíritu Santo, en la costa oriental de Brasil. (N. del E.)

Estábamos enfrascados en plena polémica culinaria cuando cortésmente Fidel se excusa para atender al presidente de Argelia, que lo esperaba. Nos fuimos para una esquina y, después de que el mandatario argelino se acomoda, el Comandante vuelve a acercarse a nosotros. Quiere saber cuánto tiempo estaremos en Cuba. Lamenta el hecho de que Joelmir tenga que partir el próximo miércoles, para llegar a Brasil el jueves y tomar el vuelo para Alemania Federal el viernes. Fidel estaría ocupado con Chadli Bendjedid hasta el lunes, y el martes participaría en la conmemoración del cuadragésimo aniversario de la victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial. Pensativo, con un tabaquito entre los dedos, el pulgar derecho rozándole los labios casi sumidos entre las canas de la barba moviendo la cabeza como quien dice no, se decide enseguida:

—Vamos a hacer una cosa. No es Joelmir quien quiere hablar conmigo, soy yo quien quiere hablar con él. Nos podemos ver el lunes por la noche y seguramente en otro momento el martes. Tengo que dividir y subdividir mi tiempo.

Después de posar para una foto rodeado por mis padres, les pregunta:

—¿Qué les parece la recepción? La recepción es siempre un lugar de comida agradable donde, sin embargo, nunca pruebo nada para atender a los visitantes y para poder hacer después un poco de ejercicio. Se vuelve hacia Cervantes y pregunta sobre nuestra programación en la isla. Nuestro amigo le da una información general: visita al Museo Hemingway, al hospital de Centro Habana, al reparto Alamar, etcétera. Fidel reacciona:

—Cosas de turistas. Lo del hospital está bien, pero ellos necesitan conocer mejor este país. Ir a la Isla de la Juventud, ver allí cómo estudian más de diez mil becados extranjeros procedentes de África y otros continentes. Ir a Cienfuegos, ver la construcción de la central electronuclear. Visitar una pequeña comunidad campesina y conocer cómo está preparada, incluso, para la defensa militar. Pondré mi avión a la disposición de ustedes. No es cómodo, pero es seguro.

Llama a Chomi, su secretario, y le pide que anote toda la programación que propone. Contamos que aquella mañana habíamos visitado la Junta Central de Planificación, donde nos recibió el compañero Alfredo Ham. Este nos explicó que la Junta elabora planes anuales, quinquenales y perspectivos hasta el año 2000. Así, de manera planificada, la inversión de Cuba en los planos social y económico cuenta ante sí con pocas sorpresas. El país produce actualmente, en la fábrica de Holguín, más de seiscientas combinadas de caña anuales, responsables de la cosecha de más del 55 por ciento de la producción cubana. Joelmir pregunta si la planificación se realiza de arriba hacia abajo. Alfredo responde que nada es definitivo sin la aprobación final del Consejo de Ministros y la Asamblea Nacional del Poder Popular, integrada por diputados electos cada cinco años. Por otra parte, Cuba puede planificar con cierto margen de seguridad su proceso de desarrollo, porque está libre de la especulación del mercado capitalista. El 85 por ciento de sus relaciones comerciales se realiza con los países socialistas y están protegidas por acuerdos del CAME (Consejo de Ayuda Mutua Económica), del cual Cuba es miembro y en el que cuenta con las mismas medidas de protección aseguradas también a Viet Nam y Mongolia.

En 1986 comienza a funcionar el Tercer Plan Quinquenal cubano. En los primeros años de la Revolución, se exportaba azúcar, tabaco, ron y café. Ahora ocupan los primeros lugares en la lista de las exportaciones el azúcar, los cítricos, el níquel y la pesca. En el transcurso de diez años, de 1971 a 1981, no hubo ningún cambio, ni en los precios de los productos básicos disponibles en el mercado interno, ni en los salarios mínimos de los trabajadores cubanos. La reforma efectuada en 1981 establece un salario mínimo de 85 pesos. Un peso cubano equivale a 1,13 dólares norteamericanos. El salario medio es de 185 pesos. El salario máximo es de 600 pesos, o sea, no llega a diez salarios mínimos. El alquiler de la vivienda, que se paga al Estado, no llega a equivaler el 10 por ciento del salario, independientemente del tamaño del inmueble. El consumo básico se controla a través de la libreta, cuaderno que regula el abastecimiento, de modo que los 10 millones de habitantes de Cuba no conocen esa tragedia que azota a la mayoría de la población del mundo y de América Latina: el hambre. El excedente de la producción se vende, a un precio más alto, en el mercado paralelo, que es oficial. En la libreta, un kilo de carne de res cuesta 1 peso y 35 centavos; un litro de leche, 25 centavos.

En 1981, año del último censo, el 52 por ciento de la población tenía menos de treinta años. En los primeros años de la Revolución, la tasa de crecimiento demográfico era de más del dos por ciento anual, considerada muy alta en el país. Hoy es del 0,9 por ciento. En 1959 se graduaron en las universidades menos de dos mil estudiantes. En 1984, se graduaron 28 000. ¡Cuba dispone actualmente de 20 500 médicos, uno por cada 488 cubanos! La progresiva falta de enfermos permite al país dar asistencia médica a 28 naciones.

Alfredo Ham nos dice, además, que el aumento percápita anual del consumo y los servicios a la población está entre el 2,5 y el 3 por ciento aproximadamente. La inflación, que no se puede calcular por criterios capitalistas debido a que no hay especulación financiera, y que es regulada por el Estado de manera que no grave el valor real del salario de los trabajadores, es de alrededor del tres por ciento anual. El ingreso real crece cada año por encima de la inflación. El país está en condiciones de absorber toda la fuerza de trabajo y el pequeño índice de desempleo existente —aproximadamente el seis por ciento de la población económicamente activa— se debe al hecho de que el presupuesto familiar, relativamente alto, permite que ciertas personas estén desocupadas mientras no ingresan en el trabajo que desean, como es el caso de un joven universitario o el técnico medio graduado que quiera optar por una plaza determinada en el lugar de su preferencia, y no quiera hacer otro trabajo, aunque muchas veces recibe el mismo salario que un ingeniero. El consumo medio diario de calorías está entre 3 000 y 3 500, muy por encima de la media mínima de 2 240 que establece la FAO. El producto interno bruto es superior a 24 000 millones de dólares. La industria participa en un 50 por ciento.


2

13 de mayo


En la noche del lunes, 13 de mayo, Fidel Castro recibe a la pequeña comitiva brasileña en su despacho en el Palacio de la Revolución. En torno a la mesa de trabajo, estantes repletos de libros, casetes, un radio de transistores. Sobre la mesa, papeles, un recipiente de cristal lleno de caramelos, una caja redonda con tabacos cortos y pequeños, los preferidos del Comandante. Debajo de un enorme cuadro, con el rostro de Camilo Cienfuegos pintado con líneas suaves, butacas de cuero y una mesa de mármol de la Isla de la Juventud. Al fondo, una mesa grande de reuniones, con cuatro sillas por cada lado y dos en cada extremo. Otro óleo, enorme, muestra el trabajo agrícola de los jóvenes estudiantes. El despacho es amplio, confortable, climatizado, sin lujo. Fidel nos recibe en su uniforme verde olivo y nos invita a sentarnos a la mesa. Está interesado en conversar especialmente con Joelmir Beting, que debe regresar antes a Brasil. Indaga sobre el trabajo de Joelmir, cómo divide su día, de qué tiempo dispone para estudiar, qué hace para grabar en su cabeza tantas informaciones económicas. Pregunta también sobre el viaje que realizamos a la Isla de la Juventud y a Cienfuegos, y al respecto comenta:

—La central nuclear de Cienfuegos se construye con todas las exigencias de seguridad absoluta, para resistir maremotos, temblores de tierra, incluso hasta la caída de un jet de pasajeros en ruta.

Mi madre elogia la cocina cubana, especialmente los productos del mar. El cocinero que es Fidel concuerda:

—Lo mejor es no cocer ni los camarones ni la langosta, pues el hervor del agua reduce sustancia y sabor y endurece un poco la carne. Prefiero asarlos en el horno, o en pincho. Para el camarón bastan cinco minutos al pincho. La langosta once minutos si es al horno, seis minutos al pincho sobre brasa. De aliño, solo mantequilla, ajo y limón. La buena comida es una comida sencilla. Considero a los cocineros internacionales derrochadores de recursos; un consomé desperdicia gran parte de los subproductos al incluir la cáscara de huevo; debe usarse solo la clara, para poder usar después en un pastel u otra cosa la masa de carne y vegetales que quede. Uno de estos cocineros, muy famoso, es cubano. Estuvo preparando no hace mucho pescado al ron y otras mezclas, en ocasión de la visita de una delegación. Lo único que me gustó fue el consomé de tortuga, pero con los desperdicios señalados.

Se vuelve hacia Joelmir Beting:

—¿Cómo es tu ritmo diario de trabajo?

—Una hora y media de programa de radio todas las mañanas. Media hora de televisión por la noche. Y redacto una columna de comentarios económicos editada diariamente en 28 periódicos brasileños.

De nuevo Fidel le dice:

—¿Y cómo encuentras tiempo además para leer e informarte? Todos los días dedico una hora y media a la lectura de los cables internacionales, de casi todas las agencias. Me llegan mecanografiados en una carpeta, con un índice de su contenido. Los cables se agrupan según un orden temático: todo lo concerniente a Cuba, luego la cuestión del azúcar, fundamental en nuestras exportaciones, la política norteamericana, etcétera. Si leo que se ha descubierto en algún país un nuevo medicamento o equipo médico innovador y de gran utilidad, mando a solicitar rápido información sobre el mismo. No espero las revistas médicas especializadas, que demoran de seis meses a un año para salir con la información pertinente. Esta semana supe que se desarrolló en Francia un nuevo equipo para destruir las piedras del riñón con ultrasonido, mucho más económico que el producido en la RFA; dos días después un compañero partió para París para recoger información. También hemos pedido información sobre un nuevo medicamento recién descubierto en Estados Unidos que interrumpe el infarto. La salud pública es uno de los sectores que yo sigo de cerca con mucho interés. Las investigaciones científicas dentro y fuera de Cuba, los problemas económicos nacionales e internacionales también. Desgraciadamente, el tiempo no alcanza para recoger y analizar todas las informaciones que a uno le interesan. Quería actualizarme mejor para esta conversación contigo y mandé a buscar todas las noticias económicas internacionales importantes de los últimos dos meses. ¡Recibí cuatro volúmenes de 200 páginas cada uno! No es fácil seguir la dinámica de los acontecimientos, las aventuras del dólar y las consecuencias en la economía mundial de la nefasta política económica de Estados Unidos.

Joelmir Beting dice:

—El dólar es hoy una moneda de intervención y no de referencia. Intervención armada en nuestros países. La subida del dólar refleja la ruina de la economía de los Estados Unidos. La referencia del rublo es el oro. El rublo tiene respaldo, el dólar no. Por eso la Unión Soviética se ve perjudicada por la valorización del dólar, desde que Nixon cortó, por teléfono, el respaldo en oro de la moneda norteamericana. De cierta manera, esa moneda, que hoy compra el mundo, es una moneda falsa. Hoy, es un misterio la cantidad de dólares que hay fuera de los Estados Unidos.

Fidel hojea la carpeta con la transcripción de los cables internacionales del lunes. Según él, la carpeta no está muy gruesa, porque los políticos y periodistas no tienen por costumbre trabajar los fines de semana.

—Nadie sabe la computadora que el hombre tiene en la cabeza —dice—. Muchas veces me pregunto por qué tanta gente se dedica a la política. Es una tarea ardua. Solo vale la pena si se pone en función de algo útil, si puede resolverse realmente algún problema. En conversaciones como esta, con visitantes, trato de aprender. Trato de conocer lo que pasa en el mundo y particularmente en América Latina.

—Usted, como Comandante en Jefe, tiene bajo su responsabilidad la administración de Cuba y las relaciones internacionales —observa Joelmir Beting—. ¿Serían necesarios dos comandantes?

—Todo aquí está descentralizado y obedece a planes bien hechos. Y existe un grupo central que facilita la administración. Antes era una verdadera lucha romana, cada organismo, cada ministerio, en lucha con la Junta de Planificación, disputando asignaciones. Ahora todo es responsabilidad de todos. El Ministro de Educación también participa en las decisiones fundamentales concernientes al plan, al igual que el de Salud Pública y los demás organismos de servicios, lo mismo que los económicos. Y las decisiones son rápidas, sin burocracia. Para tomarlas no necesitan hablar conmigo, solo si fuera algo muy importante o cuando se trata de algún área que yo sigo de cerca, como es el caso de la salud.

—¿O una obra de choque como la central nuclear?

—Me di cuenta de que esa obra se estaba atrasando. Una cuestión de método de control. El equipo responsable tenía sus reuniones de evaluación trimestrales. Supe, por ejemplo, que la alimentación, el transporte y otras condiciones de vida material de los obreros no recibían toda la atención necesaria. Hice una visita acompañado de un equipo de colaboradores. Pregunté por las condiciones de vida en la obra, por la calidad de la ropa y el calzado de trabajo, del transporte que los llevaba a visitar a sus familiares, los suministros materiales de la obra, los déficit de equipos de construcción y otros aspectos. Lo que me interesa es la atención al hombre. Un trabajador siente más amor por su obra si dispone de condiciones dignas, y se le demuestra el aprecio a su trabajo y la constante preocupación por sus problemas materiales y humanos. Vi que los transportaban en camiones a las provincias de donde proceden. Pregunté: ¿cuántos ómnibus hacen falta, treinta? Vamos a hacer un esfuerzo para obtenerlos. Utilizaremos los que tenemos de reserva. Hice sugerencias, di incluso la idea de organizar una base de campismo en el área de la obra, de manera que los familiares puedan visitarlos y descansar con ellos en las proximidades de su propio lugar de trabajo. Los organismos que atienden esa obra necesitaban, desde luego, recursos y un apoyo más directo; lo recibieron.

Fidel enciende su pequeño tabaco con una fosforera plateada de gas. Pasa sus dedos finos por las canas de la barba, y continúa:

—Trabajo directamente con un equipo de veinte compañeros, de los cuales diez son mujeres. Forman un grupo de coordinación y apoyo. Cada uno trata de saber lo que ocurre en los principales centros de trabajo y de servicios del país, mediante el contacto con ellos. Sin entrar en choque con los ministerios, ese equipo facilita la agilización de las decisiones. Son personas y no departamentos. Cuando visité la central nuclear y supe de las reuniones trimestrales, señalé que el curso de la obra no podía esperar ni un mes, mucho menos tres. Las reuniones eran un inventario de dificultades que debían resolverse rápidamente. Ahora, todos los días, la obra tiene que informar del curso de los trabajos a la oficina del equipo, qué problemas tienen, etcétera. Sistemáticamente son visitados por un miembro del equipo especializado en esta tarea. Los problemas no pueden esperar, se deben solucionar inmediatamente. Así hacemos con otras obras importantes y decisivas.

—En Cienfuegos —interviene Joelmir Beting— me di cuenta de que, para el personal de la obra, es una gran motivación saber que el Comandante va siguiendo de cerca el trabajo.

—No hay ningún despacho del mundo con menos personas que el mío. ¿Con cuántos funcionarios tú trabajas? —le pregunta Fidel a Chomi, Secretario del Consejo de Estado y colaborador cercano de Fidel.

—Con seis personas —responde el exrector de la Universidad de La Habana.

El periodista brasileño pregunta:

—¿Quién es la fuerza arbitral en la demanda de recursos?

—Antes era la Junta de Planificación. En la actualidad está más descentralizada. El Poder Popular, por ejemplo, administra las escuelas, los hospitales, transporte, comercio, prácticamente todos los servicios locales. El Poder Popular de una provincia como Santiago de Cuba, por ejemplo, elige al director del hospital. Lógicamente se consulta al Ministerio de Salud Pública, que le ofrece cuadros profesionales y la metodología de trabajo en el hospital.

—¿Esa descentralización es un hecho nuevo?

—No, aquí siempre dividimos las funciones y atribuciones.

—¿Ese es el modelo cubano?

—En ese modelo hay mucho de cubano. El sistema electoral, por ejemplo, es totalmente cubano. Cada circunscripción electoral, aproximadamente 1 500 habitantes, elige al delegado del Poder Popular. Los vecinos postulan y eligen candidatos sin intervención del Partido. Ellos son los que proponen a los candidatos, como máximo ocho y como mínimo dos. El Partido no se inmiscuye en eso; garantiza solo el cumplimiento de las normas y los procedimientos establecidos. El día de las elecciones, cada dos años y medio, quien obtiene más de un 50 por ciento de los votos está electo; si no ocurre así hay una nueva vuelta. Esos delegados electos forman la Asamblea Municipal y eligen al Comité Ejecutivo municipal. Inmediatamente esos delegados, junto al Partido y las organizaciones de masas, participan en la promoción de las candidaturas para la elección de los delegados a la Asamblea Provincial y de los diputados a la Asamblea Nacional, integrada por 500 parlamentarios. Más de la mitad de los diputados de la Asamblea Nacional provienen del Poder Popular, salen de la base. Y en la circunscripción hay reuniones periódicas en las que los vecinos discuten, en presencia de los delegados que eligieron, cómo están actuando estos, e incluso pueden revocarlos.

—Cuando visité un hospital, vi que las madres tienen el derecho de acompañar a sus hijos enfermos —observa Joelmir Beting.

—Para un niño enfermo —explica Fidel Castro— la mejor enfermera del mundo es su madre. Antes no podían entrar y se quedaban en la puerta del hospital, ansiosas, esperando noticias de los hijos. Se suponía que las madres, como no poseían conocimientos técnicos, podían dificultar el tratamiento médico. Hace muchos años adoptamos otro sistema que ha dado grandes resultados. En cualquier hospital pediátrico la madre tiene derecho a acompañar al hijo ingresado, recibe la ropa adecuada para estar en el hospital y recibe gratuitamente la alimentación. En el último congreso de las mujeres cubanas, celebrado en marzo de este año, las madres solicitaron que se concediera a los padres el mismo derecho. Muchas veces una mujer, ocupada con otros hijos, no puede estar en el hospital acompañando al que está enfermo. Ya se está estudiando esa solicitud. Incluso estamos analizando, porque también ha sido solicitado por las mujeres, la posibilidad de que los hijos, hermanos o padres acompañen a un familiar hospitalizado. Antes solo se permitía a las mujeres; estas estiman que tal práctica hace recaer sobre ellas casi todo el trabajo familiar, limitando sus posibilidades en el desempeño de sus actividades en el trabajo, y dificultando su promoción social. Hoy las mujeres constituyen ya el 53 por ciento de la fuerza técnica del país.

—El nuevo Plan Quinquenal 1986-1990, ¿tiene innovaciones en su metodología?

—Sí, hay más racionalidad. Se da prioridad a lo económico, fundamentalmente a los productos de exportación. Puede que una provincia quiera construir un nuevo estadio deportivo o un teatro. Sin embargo, la construcción de una fábrica que ayudará a aumentar las exportaciones tiene prioridad. Se construyen el estadio y el teatro cuando es posible, pero nunca a costa de una obra económica priorizada. De esta manera, ningún aspecto del Plan es resultado de la disputa entre organismos del Estado. Se sigue una política global, racionalizada, asumida por todos los organismos. Se evita la lucha del Ministerio de Educación, por ejemplo, con la Junta de Planificación. El Plan establece la planificación, priorizando sectores, y de esta manera organiza la distribución de los recursos. El hecho de que hayamos construido en estos 26 años casi todas las obras sociales necesarias en los sectores de educación, salud, cultura y deporte nos permite ahora realizar el grueso de las inversiones en proyectos económicos, sin sacrificar el desarrollo social. Los servicios sociales crecerán sobre todo en calidad, y no tanto en instalaciones nuevas, aunque se siga construyendo un cierto número de estas.

Con voz pausada, clara, indaga Joelmir Beting:

—¿Se realiza en Cuba la proyección social?

—Sí, en lo esencial —responde el presidente del Consejo de Ministros.

—¿Existe una capacidad ociosa en el sector de la salud?

—Estamos invirtiendo, como señalaba, para mejorar la calidad, como es el caso de la construcción de hospitales pediátricos. Creamos el médico de la familia, que atiende directamente a un grupo de familias en su área de residencia. Este no es el médico que atiende la enfermedad, es el médico que está al cuidado de la salud, pues orienta a la familia en las medidas preventivas. En la Isla de la Juventud, que ustedes visitaron, hay escuelas secundarias con estudiantes de 22 nacionalidades diferentes. Al comienzo, teníamos temor de que introdujeran enfermedades que ya estuvieran erradicadas aquí o incluso desconocidas. Se ha tenido un éxito completo en eso y se ha demostrado que cualquiera de las enfermedades que constituyen azotes en África u otros continentes son absolutamente controlables por la ciencia médica y los medicamentos modernos. Aunque se hacen exámenes médicos antes de venir de sus países, si algún caso a pesar de eso vino enfermo, nunca se devolvió a su país. Fue atendido y curado en Cuba. Afortunadamente, en nuestro país no existen vectores de la mayor parte de esas enfermedades. Nuestro Instituto de Medicina Tropical ha hecho grandes avances en este campo, lo que sirve también para proteger a los cubanos que trabajan en el Tercer Mundo. En la Isla de la Juventud los recursos nutritivos de los alumnos son superiores al promedio nacional en las demás escuelas. Gracias a esas iniciativas, como dije, nunca tuvimos que devolver a un estudiante a su país de origen por problemas de salud. Gozan realmente de una salud espléndida, y están muy fuertes.

—Obtenida la cantidad, ustedes invierten en la calidad.

—La Revolución ha creado la base material. Existen sectores que aún son deficitarios, carentes, y exigen grandes inversiones, como es el caso de la vivienda, aunque estamos avanzando. Actualmente se construyen más de setenta mil viviendas por año.

—¿Y cómo está el transporte?

—Durante los diez primeros años de la Revolución no importamos automóviles. El bloqueo económico y comercial al que fuimos sometidos, y nuestras propias prioridades, dirigieron los recursos a otros sectores, como la salud y la educación. El automóvil que se importa aquí, no puede ir en detrimento de exigencias sociales. Actualmente ingresan alrededor de diez mil por año, y se les da prioridad en la venta a los especialistas, técnicos y trabajadores más destacados.

—¿Y el transporte colectivo?

—Importamos los motores, alguna que otra pieza, y construimos el resto del ómnibus aquí. Actualmente estamos desarrollando la producción de motores. Y de cada tres automóviles que llegan, dos son asignados para su venta a trabajadores directamente vinculados a la producción y los servicios; se les venden casi al precio de costo, en un período de hasta siete años, con un interés mínimo. La asamblea de los trabajadores de cada centro decide quién los merece. Una parte de los autos que se importan se destinan, por supuesto, a los servicios de alquiler y a la administración del Estado.

—¿Existe la propiedad privada en el campo?

—Sí, tenemos todavía casi cien mil agricultores independientes. Cultivan café, papa, tabaco, hortalizas, un poco de caña y otros productos. En la actualidad, más de la mitad de los productores independientes, que eran 200 000, se han organizado en cooperativas de producción, que han tenido gran éxito. Sus ingresos son altos. Su incorporación a cooperativas es absolutamente voluntaria. Ese movimiento marcha sobre bases muy sólidas. Esto evita al Estado movilizar mano de obra para ayudarlos en las cosechas, como se hacía antes. Por otra parte, la cooperativa introduce mejoras en la calidad de la vida de los agricultores. Facilita la construcción de escuelas, nuevas viviendas, agua potable, electrificación, etcétera. Más del 85 por ciento de las viviendas del país están electrificadas. Los créditos y los precios los fija el gobierno a niveles estimulantes para los productores. El excedente de la producción recibe un precio aún más alto y se destina al mercado paralelo. No cobramos impuestos a los campesinos y, como todo cubano, sus familias tienen derecho a la salud y a la educación gratuitas. Los cooperativistas tienen ingresos anuales equivalentes de 3 000 a 6 000 dólares, superiores a los de los productores individuales, cuyo costo de producción en parcelas aisladas es más alto y sus actividades productivas más difíciles de mecanizar. Desde el comienzo de la Revolución creamos aquí cooperativas de crédito y servicio. Servicio es todo lo referente a instrumentos de trabajo como tractores, silos, camiones, combinadas, etcétera. Ahora las cooperativas de producción son propietarias de esos equipos.

—¿Un agricultor puede contratar mano de obra?

—Puede, según las leyes del país, que protegen a los trabajadores. Para cortar más de setenta millones de toneladas de caña anualmente, hoy necesitamos solo 70 000 macheteros, gracias a la mecanización progresiva. Hace quince años se empleaban 350 000. La mayoría de esa mano de obra es suministrada por los propios trabajadores agrícolas. Casi no hay que movilizar voluntarios, y hace ya muchos años no tenemos que movilizar soldados o estudiantes de nivel medio superior para esas tareas. Nuestro problema en Cuba no es el desempleo; por el contrario, en la mayoría de las provincias tenemos escasez de mano de obra.

—¿Los estudiantes ya no participan en la actividad productiva? —pregunto yo.

—En las escuelas en el campo, sí. Tenemos alrededor de seiscientas escuelas de ese tipo con más de trescientos mil alumnos. Han sido un éxito extraordinario. En las ciudades, los alumnos de nivel medio pueden ir voluntariamente 30 días al campo cada año. Más del 95 por ciento lo hace. Ellos ayudan a las cosechas de vegetales, cítricos, tabacos y cultivos por el estilo. Si una sociedad universaliza el derecho al estudio, debe universalizar el deber del trabajo, o de lo contrario se podría crear un pueblo de intelectuales ajeno por completo al trabajo físico y a la producción material. Un ejemplo de esa combinación estudio-trabajo son las escuelas de la Isla de la Juventud. Mucho de lo que se ha hecho allí se basa en mi propia experiencia. Estuve doce años en un colegio interno. Solo podía ir a mi casa cada tres meses. Se nos prohibía salir del colegio, incluso los domingos. No había educación mixta. Ahora en la Isla de la Juventud, en una misma escuela, se encuentran muchachos y muchachas. El espacio es abierto, no hay muros, pueden salir al exterior todos los días a sus actividades productivas, deportivas o culturales. No solo se dedican a estudiar, como en mi época, lo que resultaba tedioso, a veces insoportable, y el rendimiento académico era muy inferior. No obstante, el objetivo principal del trabajo de los estudiantes es pedagógico y no productivo. En la actualidad tenemos en el país un millón de estudiantes en el nivel secundario. El 92 por ciento de los jóvenes de 6 a 16 años está en la escuela. La matrícula del nivel medio ya se equipara a la del primario, donde están prácticamente el ciento por ciento de los niños de 6 a 12 años.

Hago una breve intervención:

—El socialismo, con la erradicación de los antagonismos económicos, acaba con las diferentes clases sociales, lo que es un fenómeno objetivo, pero no reduce necesariamente la diferencia social, vista desde su ángulo subjetivo. Quien solo se dedica al trabajo intelectual se puede sentir superior a los trabajadores directos.

Fidel toma nuevamente la palabra:

—Sí, por eso es importante que el trabajo manual sea tarea de todos. Además de pensar, las personas necesitan saber hacer las cosas. “Hacer es la mejor manera de decir”, afirmaba Martí. Por eso, los estudiantes de la ciudad van 30 días al campo. Antes iban 42 días, pero hay ya muchos estudiantes y no suficientes lugares donde enviarlos. Los que van, lo hacen voluntariamente. No obstante, el índice llega, como dije, al 95 por ciento. Los servicios de educación y salud emplean hoy más de seiscientos mil trabajadores, en una población de 10 millones de habitantes. Es como si Brasil tuviera ocho millones de personas en esas actividades. La mayoría son mujeres. O sea, por cada cien ciudadanos, seis personas se ocupan de la educación o de la salud.

—¿Existe una superoferta de médicos en Cuba, o escasez de enfermos? —quiere saber Joelmir Beting.

—Antes de contestarte quería añadir que tenemos tres millones de trabajadores en todo el país. Un profesor por cada doce estudiantes aproximadamente. Treinta mil alumnos en las escuelas que forman exclusivamente profesores de primaria. Hace quince años, el 70 por ciento de los profesores primarios no eran diplomados, hoy todos son graduados. Hemos creado una reserva de profesores de primaria. Diez mil de ellos no están impartiendo clases: reciben sus salarios y se perfeccionan en cursos universitarios. Un profesor cubano de primaria ya ha estado nueve años en el nivel primario, cuatro en el secundario, y tiene hoy la oportunidad de hacer seis en el universitario cuando empieza a trabajar en la escuela, mediante cursos dirigidos una parte del tiempo y a tiempo completo, con salario, durante dos años, para obtener la licenciatura de Maestro Primario. Nuestro proyecto es que, en un futuro cercano, todos los profesores de primaria sean graduados universitarios. Tenemos ya 20 500 médicos y graduaremos 50 000 en los próximos quince años. Ya sabemos dónde van a trabajar cada uno de ellos. Pensamos también introducir el año sabático para los médicos: cada siete años de trabajo, un año de estudio en tiempo completo. Nunca sobrarán médicos, si existe un programa de salud ambicioso y una planificación adecuada de los servicios y de la formación de cuadros técnicos.

—¿La burocracia es la enfermedad congénita del socialismo? —pregunta el periodista brasileño, con un poco de ironía.

—La burocracia es un mal de los dos sistemas, tanto del socialismo como del capitalismo. Como podemos utilizar mejor los recursos humanos, creo que vamos a ganar esta batalla. A mi entender, lo más irracional del capitalismo es la existencia del desempleo. El capitalismo desarrolla la tecnología y subutiliza los recursos humanos. Puede ser que el socialismo no utilice los recursos humanos de manera óptima todavía; sin embargo, no somete al ser humano a la humillación del desempleo, y vamos avanzando cada vez más en eficiencia y productividad del trabajo.

Ya es más de la 1:00 de la madrugada. Fidel se levanta y comienza a caminar de un lado para otro, pensando en voz alta cómo organizará su día siguiente —el último de Joelmir Beting en Cuba— para continuar conversando con el visitante brasileño. Acuerda con él una entrevista por la tarde y otra por la noche.


3

14 de mayo


Martes, 14 de mayo de 1985. A las 16:00 horas, Fidel Castro nos recibe a Joelmir Beting y a mí en su despacho del tercer piso del Palacio de la Revolución. Por los pasillos, el presidente del Consejo de Estado nos conduce a un conjunto de salas donde trabaja su Equipo de Coordinación y Apoyo. Nos presenta a casi todo el grupo, explicando la responsabilidad de cada uno. El periodista brasileño pregunta sobre las importaciones de petróleo, materia prima básica del sistema energético de la isla.

—Una parte de la electricidad la producimos con bagazo en período de zafra —responde Fidel—. Todos los centrales azucareros funcionan con bagazo de caña. En nuestro país se producen 20 millones de toneladas de bagazo, equivalentes a más de cuatro millones de toneladas de petróleo. Aprovechamos el ciento por ciento del bagazo. Tenemos cinco fábricas produciendo madera con bagazo. Varias fábricas de papel hecho a partir del bagazo. Aquí no vamos a producir alcohol para alimentar automóviles con fines recreativos. Utilizamos la miel como alimento animal y la producción de proteínas; además, es la materia prima para producir el ron y el alcohol de uso doméstico o industrial.

—¿Y el mosto? —indaga el comentarista de la TV Bandeirantes.

—Se está usando mucho en la alimentación animal. Lavan el mosto, lo secan al sol y se lo dan al animal. Diez fábricas producen piensos a partir de la miel. Por un proceso especial de fermentación se obtiene hasta el 50 por ciento de proteínas. Sirve para la alimentación de aves, de cerdos y de ganado. Cambiamos una tonelada de ese alimento animal por una tonelada de leche en polvo a la República Democrática Alemana.

—He oído decir —afirma Joelmir Beting— que, debido a una ley de protección del medio ambiente, a partir de 1986 todo automóvil que transite en los Estados Unidos consumirá alcohol de yuca como combustible, que costará 45 centavos de dólar por litro. Brasil estaría en condiciones de situar alcohol en los puertos norteamericanos a 30 centavos dólar el litro, pero la legislación de ese país lo impide para defender la industria local. Brasil produce en la actualidad 2 500 litros de alcohol de caña por hectárea, lo que corresponde al consumo de un carro por año.

Fidel toma la palabra nuevamente:

—¡Me imagino cuántas hectáreas son necesarias para tantos carros! Es triste pensar que tanta tierra sirve para alimentar carros y no personas.

Mi compañero de viaje explica:

—Son cuatro millones de hectáreas de caña para producir diez mil millones de litros de alcohol por año, lo que representa, para el país, un ahorro de 600 millones de dólares al año.

—Cuba produce más de ocho millones de toneladas de azúcar al año, en un área de 1 800 000 hectáreas. Queremos extender esa área en 200 000 hectáreas más.

—Brasil importa trigo —dice Joelmir—. Gasta en eso el doble de lo que economiza con la producción de alcohol, es decir, 1 200 millones de dólares por año. Si Brasil destinara un millón de hectáreas al trigo, ahorraríamos más de lo que ahorramos con los 4 millones de hectáreas de caña para alcohol. El pro trigo, que no existe, sería más lucrativo que el pro alcohol. Desgraciadamente, para el gobierno brasileño la energía de la máquina es más importante que la energía del hombre.

—Es en esa energía humana donde primero invertimos aquí en Cuba.

Más adelante explica:

—En la actualidad estamos construyendo 157 nuevas obras en el sector de la salud. Tenemos más de veinte mil estudiantes en Medicina. Cada año ingresan más de 5 500 jóvenes escogidos por vocación y expediente en esa carrera.

El Comandante en Jefe nos invita a pasar a una pequeña sala al lado de su despacho. Dos personas trabajan rodeadas de minicomputadoras IBM. Allí está la memoria del gobierno cubano. Todos los datos debidamente computados, incluso el nombre, por especialidad, de los 500 mejores médicos del país. A petición de Fidel, la compañera que opera las máquinas toca las teclas con sus dedos finos y largos. Los datos aparecen en varios colores: La Habana tiene hoy 1 902 173 habitantes. La capital de Cuba dispone de 7 856 médicos, 10 481 enfermeras y 11 136 técnicos de la salud; un médico por cada 242 habitantes, una enfermera por cada 181 habitantes. En el país hay 20 403 médicos, para una población exacta de 9 952 699 habitantes. Pediatras hay 1 880, uno por cada 1 500 niños.

A la salida del local de las computadoras, Fidel Castro nos invita a ir a la sala donde están reunidos todos los ministros del sector económico. Nos presenta e intercambia algunas informaciones sobre la preparación del Tercer Plan Quinquenal. Son casi las 18:00 horas cuando salimos del Palacio de la Revolución. Dentro de pocos minutos el Comandante debe asistir al acto solemne en conmemoración de los 40 años de la victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial, que se realizará en el nuevo edificio de la Embajada de la Unión Soviética.