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Literatura
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Gunnar Gunnarsson

Adviento en la montaña

Prólogo de Jón Kalman

Traducción de Teodoro Manrique Antón

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Título original:

Advent

© Instituto Gunnar Gunnarsson, 1936

© de las Ilustraciones Gunnar Gunnarsson junior
(el artista de la familia)

© del Prólogo Jón Kalman Stefánsson, 2006

© 2015
Ediciones Encuentro, S. A., Madrid

Diseño de la cubierta: Chiara Ceresa

ISBN epub: 978-84-9055-681-8

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PRÓLOGO

Jón Kalman

Crear la trama de una obra maestra, de un libro atemporal, parece una tarea sencilla. Un hombre recorre los bosques con un arma y un perro, farfulla unas cuantas cosas sobre la naturaleza, se enamora de una mujer y termina pegándose un tiro; un escritor de mediana edad decide alejarse de su obra por un tiempo, viaja a Venecia, se enamora de un joven adolescente, pierde el control sobre su vida y muere; un hombre recorre terrenos inhóspitos en diciembre acompañado de un perro y un carnero buscando ovejas, le sorprende una tormenta pero consigue regresar vivo a la civilización.

Con estas líneas he descrito el contenido de tres libros, de tres novelas. Quizás no impresionen a primera vista, pero raramente la trama de un libro se considera su parte más importante, lo más importante es cómo está escrito. Una verdad de lo más simple que, sin embargo, a menudo suele olvidarse. Los tres libros a los que he hecho referencia son Pan de Knut Hamsun, Muerte en Veneciade Thomas Mann y Adviento en la montaña de Gunnar Gunnarsson. Más adelante, de momento no sucumbiré a la tentación, me ocuparé algo más en profundidad de los libros de Hamsun y Mann, ahora, sin embargo, es Gunnar quien más me interesa. Gunnar, Benedikt, León y Recio: es un verdadero placer recorrer las montañas a la luz de la luna. Aunque en primer lugar debo dar un pequeño rodeo antes de adentrarme en la espesura tras las huellas de la Trinidad.

No hay nada como la primera impresión

La primera vez que oí mencionar el nombre de Gunnar Gunnarsson fue posiblemente en una escuela secundaria de Keflavik, aunque no lo recuerdo con claridad, especialmente porque he olvidado casi todo lo que ocurrió en aquella época. Mi primer contacto real con la obra de Gunnar fue cuando me mandaron quitar el polvo al salón de casa y la obra de Gunnar, publicada en los años sesenta, estaba allí alineada en una estantería, y tuve que tener cuidado de no tocar los libros con el paño húmedo: ocho gruesos volúmenes con letra menuda. Yo apenas contaba con trece años cuando nos conocimos en aquella casa unifamiliar de Keflavik. En años posteriores, y siempre que me pedían que pasara el paño a la estantería, acudía puntual a la cita con su obra completa, a excepción de los relatos breves. Nunca, sin embargo, abrí ninguno de sus libros hasta que diez años después, y ya en la Universidad, su obra era de lectura obligatoria. Desde que me enganché a la literatura nunca hasta entonces se me había pasado por la cabeza, por lo menos de manera seria, leer uno de sus libros. Todos tenemos nuestras limitaciones, claro que sí, pero quizás hubiera otra explicación para mi desinterés.

En la literatura de todas las naciones hay determinadas obras, llamémoslas obras fundacionales u obras cumbre, que le llegan tan dentro al lector que no es necesario hablar de ellas, si acaso sólo para recordarnos que existen. Los libros más conocidos de Gunnar, La iglesia en la montaña (Fjallkirkjan), El arao negro (Svartfugl) y Adviento en la montaña (Aðventa) pertenecen a esa categoría de obras cumbre, aunque no lo fueron al mismo tiempo. Nosotros, los que vivimos en este mar alejados de todo, no hemos sabido digerir el Premio Nobel de Literatura que le fue concedido a Halldór Laxness en 1955. Desde entonces siempre ha habido una suerte de desequilibrio en nuestras discusiones sobre literatura. Un Premio Nobel puede resultar excesivamente grande para una nación tan pequeña. Nuestra gran y única cumbre, así nos referimos a Halldór Laxness, como si en la inmensidad de Islandia no hubiera otra, como si sólo existiese la montaña Herðubreið. Como si no hubiera otras como Esja, Kaldbakur, por no hablar de Sauðafell o Reykjafell. Sin embargo, los entendidos saben que lo mejor de la obra de Gunnar Gunnarsson, lo mismo que lo mejor de Þórbergur Þórðarson (1889-1974), nada tiene que envidiarle a lo mejor de Halldór Laxness; una sencilla verdad que la concesión del Premio Nobel consiguió disimular. Algo muy distinto sería, sin embargo, negar que Halldór Laxness no dispusiera de más registros que los otros, ni que su carrera no haya tenido una mayor resonancia internacional.

En efecto, nunca había leído nada de Gunnar hasta los veinte años, cuando comencé a estudiar en la Universidad de Islandia. Por supuesto que leía con entusiasmo otros autores contemporáneos, aunque si repaso la historia de la literatura islandesa, solo soy capaz de distinguir una cumbre. Aparte, quizás, del peculiar Þórbergur Þórðarson, el resto de los escritores anteriores estaban a la oscura sombra de esa inmensa montaña. Si alguna vez pensé en Gunnar, lo fue en la forma de su obra completa, de los ocho gruesos volúmenes que conocía. Su existencia estaba ligada a la de esos tomos tan poco atractivos, no a la de ninguna obra en particular. Conozco, a su vez, a muchos hombres de letras de mi generación, autores notables que dudaron, y todavía dudan, ante la perspectiva de obras tan vastas, y a menudo no saben por dónde empezarlas y se muestran reticentes a enfrentarse a tal cantidad de páginas. Además, hay otro factor que complica las cosas sobremanera: Gunnar Gunnarsson escribió la mayor parte de su obra en danés, no en islandés. Con dieciocho años se fue a estudiar a Dinamarca, hijo de una familia de campesinos islandeses, con el nada desdeñable bagaje de dos libros de poesía ya publicados. Gunnar era escritor y no quería hacer otra cosa que no fuera escribir. Para él, vivir era escribir y viceversa, pero en aquella época Islandia era un país pobre y relativamente subdesarrollado, y todavía formaba parte del reino danés. Su capital, Copenhague, era el lugar en el que los islandeses habían cursado sus estudios universitarios durante siglos.

Cuando emprendió aquel viaje Gunnar ya sabía leer en danés, aunque lo hablaba poco y apenas sabía escribirlo. Poseía, sin embargo, una gran ambición, la de ganarse la vida escribiendo, y como eso no era posible en Islandia, un buen día decidió abandonar la isla y en el espacio de unos pocos años consiguió un dominio perfecto del danés. Hasta tal punto lo dominaba, que en la década de los años veinte ya era uno de los autores más conocidos y populares en esa lengua.

Los lectores islandeses de Gunnar se encuentran, pues, ante tres opciones; leer sus obras en sus originales daneses, lo que hacen muy pocos en nuestros días; leerlas en traducciones como las del mismo Laxness; o leerlas en las traducciones al islandés del propio Gunnar, ya que en la última parte de su vida decidió traducir todas sus obras y logró así transformar, en plena madurez, lo que había escrito en su juventud. De ahí, que ahora contemos con tres ediciones diferentes de sus obras, lo que sin duda ayuda a complicar las cosas e incluso dificulta el acceso a sus libros. No son pocos los que han optado por leerlas en traducción, a pesar de que el danés de Gunnar es maravilloso. Además, siempre nos queda la duda de si deberíamos leer sus relatos en su propia traducción o en la de otros.

Autor de dos mundos

Gunnar desarrolló su labor literaria en un mundo completamente diferente al de sus colegas de profesión islandeses. Los conflictos propios del siglo veinte, la angustia existencial previa a la Primera Guerra Mundial y los acontecimientos de la década de los años veinte le tocaron a Gunnar más de cerca que a sus contemporáneos islandeses, más preocupados por las máquinas motoniveladoras o la supremacía danesa, que por asuntos internacionales. Pero bien fuera por su lugar de residencia o por sus inclinaciones, factores quizás inseparables, Gunnar parecía más interesado en desarrollar su propio estilo literario que los autores islandeses del momento. Estaba más centrado, sus libros estaban mejor estructurados y era más consciente de su labor. Gunnar Gunnarson es, pues, un autor de dos mundos: un islandés que escribía en danés, que vivía en una gran ciudad, pero que utiliza el campo islandés como el marco espacial para sus novelas. La ciudad en la que vivía, Copenhague, apenas aparece en sus obras, pero cuando lo hace su presencia es abrumadora como en El viajero inexperto (Óreyndur ferðalangur), que es el volumen final de La iglesia en la montaña. Los dos primeros tomos de esta obra, Barcos en el cielo (Skip heiðríkjunnar) y La noche y el sueño (Nótt og draumur) fueron muy elogiados, mientras que El viajero inexperto suele considerarse de una calidad inferior. Este juicio literario está posiblemente influenciado por la creencia popular de que los escritores al redactar sus autobiografías le conceden una importancia singular a los sucesos de la niñez, postergando de alguna manera las vivencias posteriores.

Gunnar no se ha escapado a ese juicio, como tampoco lo ha hecho el volumen final de la extensa obra de Máximo Gorki, que trataba sobre su niñez y juventud, libro que sin duda ejerció una notable influencia sobre La iglesia en la montaña. Estas obras de autores tan dispares tienen, sin embargo, puntos en común; en todas resplandece el fuego, en ocasiones brillante y en otras tenebroso, que resulta de las chispas originadas por el choque de la ficción y la realidad. Siempre he tenido la sensación de que El viajero inexperto no ha sido valorada como merecía. Esta obra es nuestra Hambre (Sultur), y si la consideramos en un contexto europeo, su lugar estaría a medio camino entre la obra de Hamsun y el hambre de las altas esferas que describió Rilke en Los Cuadernos de Malte Laurids Brigges.

A pesar de que Gunnar, en cierto modo, nunca abandonó Islandia como novelista y siempre ambientó sus libros en la isla, tanto el destino del mundo como la confusión reinante en la Europa de la primera mitad del siglo veinte fueron los temas que una y otra vez aparecen en sus libros. Siempre me he preguntado si la predilección de Gunnar por representar en su obra las peculiaridades islandesas, su naturaleza agreste o su clima extremo, se acentuó por el hecho de vivir en el extranjero. Me queda la duda de si la propia Islandia, sus paisajes o sus gentes, se hizo más presente en sus libros fruto de la distancia, o si quizás fueron sus lectores, primero los daneses y luego los alemanes, quienes se enamoraron de sus descripciones y las buscaban con insistencia. ¿Acaso fueron estos factores, la distancia y la sed de los lectores de relatos nórdicos, lo que explica las largas descripciones de Gunnar de las danzas tradicionales circulares Vikivaki en la obra del mismo nombre? El capítulo que las contiene es, por así decirlo, un hijo ilegítimo, un bastardo literario. Muy pocos libros islandeses tienen un comienzo tan original como Vikivaki, sin embargo, no me cabe ninguna duda que la novela pierde parte de su atmósfera, tan única y peculiar, después de decenas de páginas de romanticismo campesino. ¿El motivo? Todo apunta, pues, a que con Vikivaki la influencia de la distancia consiguió, por desgracia, adormecer la capacidad de autocrítica de Gunnar. Esto significa que no puedo contarme entre los que consideran Vikivaki como uno de sus mejores libros. La idea que dio origen a la novela es buena, cuando no excelente, aunque no se puede decir lo mismo de su factura literaria, lo que condujo a que el resultado final fuera claramente inferior a otras obras como La iglesia en la montaña, El arao negro o Adviento en la montaña.

Un hombre se adentra en la montaña y
poco después se imprimen 250.000 copias

No sé cuántas veces he leído Adviento en la montaña, pero durante al menos quince años leí la historia de Benedikt y sus acompañantes por Navidad, empezando el día de San Þorlákur (23 de diciembre) y acabándola el mismo día de Navidad. Mis lecturas eran pausadas, disfrutando de la experiencia como de una larga velada con buenos amigos. Muchas cosas se han comentado desde que se publicó, primero en alemán en 1936, un año después en danés y finalmente en islandés en 1939. Ninguna de las obras de Gunnar se ha dado a conocer en tantos países, incluso en más de los que se pueden contar con los dedos de las dos manos. En los Estados Unidos, por ejemplo, se hizo una tirada de 250.000 ejemplares, lo que de algún modo apoya la teoría de que Adviento en la montaña le hubiera podido servir de inspiración a Ernest Hemingway para escribir El viejo y el mar.

EimreiðinJulesneEl buen pastorGóði hirðirinn