La guerra civil y los problemas de la democracia en España

1 R. Salas Larrazábal, Los datos exactos de la guerra civil, Madrid 1980, p. XII.

2 Esto lo deja perfectamente en claro Miguel Maura, verdadero muñidor de las acciones que condujeron a la república, en su libro Así cayó Alfonso XIII: «Nos regalaron el poder».

3 Poco antes del «advenimiento» de la república, Azaña expuso su programa en una célebre conferencia en el Ateneo de Madrid, titulada, Tres generaciones del Ateneo. La misma es, comprensiblemente, muy poco citado por sus panegiristas, empeñados en pasarlo por moderado (él mismo decía lo contrario). Azaña facilitó la «quema de conventos» impidiendo usar la fuerza pública contra los incendiarios.

4 Con su irreprimible afición a la falsedad, el gobierno socialista andaluz ha colocado una inscripción de rebuscada prosa burocrática como «Reconocimiento institucional y cultural de un acontecimiento histórico que expresa valores identitarios de un pueblo y viene a reparar la dignidad de las víctimas, recobrando la memoria dolorosamente silenciada durante décadas de dictadura». Imputa sibilinamente la matanza a los franquistas, interesados por tanto en «silenciarla».

5 Sobre los meses siguientes a las elecciones de 1936, R. de la Cierva ha acumulado documentación demostrativa en Los documentos de la primavera trágica, Madrid 1967. Lo trato con un punto de vista algo distinto en El derrumbe de la república y la guerra, Madrid 2001. También S. Payne, El colapso de la República, Madrid 2005.

6 Los mejores estudios, con diferencia, sobre la evolución militar de la guerra civil son las monografías de José Manuel Martínez Bande sobre las sucesivas campañas, y la Historia del Ejército Popular de la República», de Ramón Salas Larrazábal. Sobre la aviación, Guerra aérea 1936-1939, de Jesús Salas Larrazábal; y sobre la contienda en el mar, La guerra silenciosa y silenciada, de Fernando y Salvador Moreno de Alborán. Se trata de obras excepcionalmente documentadas y prácticamente exhaustivas.

7 Hay bastante bibliografía al respecto. Es importante el testimonio de Amaro del Rosal, uno de los revolucionarios implicados (El oro del Banco de España y la historia del Vita), así como los estudios de Francisco Olaya (El expolio de la República); pero los documentos más reveladores son las cartas cruzadas entre Negrín y Prieto. He tratado el asunto en Los mitos de la guerra civil. Todo indica que parte del dinero resultante de la operación llegaría años más tarde a Banca Catalana, del jefe separatista Jordi Pujol, a través de uno de los administradores del tesoro, Andreu Abelló.

8 Hay indicios relevantes de que Prieto intentó sustituir la influencia soviética por la inglesa, ofreciendo a Londres tres nuevos «gibraltares» en la ría de Vigo, Cartagena y Mahón. También los separatistas ofrecían a Francia e Inglaterra la creación de un protectorado entre el Ebro y los Pirineos.

9 Los nacionales concedieron en el centro de Madrid una amplia zona exenta de bombardeo. Los rojos aprovecharon para instalar allí cuarteles, centros administrativos etc., y la densidad de población se triplicó. El único barrio bombardeado a conciencia fue el de Argüelles, muy militarizado y evacuado de personal civil. El Quinto Regimiento comunista instaló un cuartel en el Palacio de Liria, que sufrió un ataque aéreo. La propaganda hacía creer que todos los barrios de Madrid padecían los mismos ataques, con miles de muertos, niños y mujeres sobre todo. En noviembre de 1936, el mes más cruento, los muertos ascendieron a unos 300. Manuel de Vicente ha publicado un exhaustivo estudio de la batalla de Madrid basada en los informes internos militares, no hechos para la propaganda.

10 En Revista de libros, agosto de 2015.

11 I. Maiski, Cuadernos españoles, Moscú, s. f., pp. 133-34. M. Azaña, Memorias de guerra, Madrid, 1978, p. 241.

12 Las infructuosas maniobras para envolver y destruir a las tropas de Franco en noviembre de 1936, están bien documentadas en el monumental estudio de R. Salas, Historia del Ejército Popular de la República. También en M. Koltsof, Diario de la guerra de España, París, 1963. Koltsof era por entonces agente privilegiado de Stalin en España, «purgado» a su vuelta a la URSS.

13 Respecto a la compra de armas y la corrupción, un tema vidrioso y a menudo esquivado, véanse los documentados estudios del historiador anarquista F. Olaya El oro de Negrín, Madrid 1998, o La gran estafa, Madrid 1996.

14 Una vez más, la cuestión está bien documentada por R. Salas en su insuperado trabajo sobre el «Ejército Popular de la República». En Los mitos de la Guerra Civil cito las opiniones contrarias (y no fundamentadas) de G. Cardona, A. Viñas o C. Blanco Escolá.

15 Me he extendido sobre este punto, A mi juicio crucial, en varios libros: El derrumbe de la República, Los mitos de la Guerra Civil o Los mitos del franquismo.

16 He tratado estas cuestiones en El derrumbe de la República y la guerra civil, Una historia chocante, y en España contra España.

17 Sobre estas cuestiones pueden verse La España imaginada de Américo Castro, de Eugenio Asensio, o Al Andalus contra España, de Serafín Fanjul. He tratado estas cuestiones en Nueva historia de España. En sentido contrario, la obra de J. Goytisolo, en especial Reivindicación del conde Don Julián (por el nombre del personaje legendario que facilitó la invasión islámica de España). El ataque a la Reconquista informa una multitud de actitudes políticas e intelectuales, empezando por las del influyente periódico El País («la insidiosa Reconquista» ha dicho su director Cebrián)

18 Asombrosamente, este tipo de actos sigue haciendo gracia a muchos izquierdistas. La escritora «progresista», un tanto pornógrafa Almudena Grandes, por ejemplo, se burlaba de las monjas violadas por «milicianos sudorosos», imagen que ella encontraba sexualmente excitante.

19 Las citas de Madariaga, en su obra España, Madrid, 1979.

20 Archivo del cardenal Gomá, tomo I, editado por J. Andrés Gallego y A. M. Pazos. Madrid, 2001.

21 Maritain, uno de los ideólogos de la democracia cristiana, podía inventar cosas como que algunos teólogos españoles del siglo XVI sostenían que los indios americanos no eran seres humanos por no descender de Sem, Cam o Jafet: serían animales, de cuyos bienes y personas podrían adueñarse sin trabas los españoles. Nunca existió tal cosa, pero el supuesto servía para «explicar» los crímenes a su vez inventados o muy exagerados, que Las Casas achacaba a la colonización española. Recientemente el papa Bergoglio se ha hecho eco de tales «memorias históricas».

22 El significado de «nación» ha dado lugar a incontables discusiones, en su mayoría bizantinas. Aquí, reitero, llamo nación a una comunidad cultural bastante homogénea, como fue la Hispania latino-cristiana, dotada de estado propio. Comunidad cultural y estado propio, constituyen, pues, la nación. Cuando un poder nacional se expande sobre otras comunidades culturales hablamos de imperio. Creo que esta definición evita muchas discusiones inútiles. Ver Nueva historia de España.

23 En Los mitos del franquismo he expuesto ampliamente estos asuntos, generalmente no tratados o tratados muy deficientemente en la mayoría de las historias de la época.

24 He recogido las justificaciones del terrorismo por Julián Madariaga y otros fundadores de la ETA, en Los nacionalismos vasco y catalán en la guerra, el franquismo y la democracia, Madrid 2013.

25 He tratado ese episodio en Años de hierro y en Los mitos del franquismo, basándome en la información del libro Don Juan, de L. M. Ansón.

26 En La Transición de cristal he seguido básicamente las investigaciones de Jesús Palacios en 23F. El rey y su secreto.

27 Llama la atención cómo numerosos historiadores y periodistas y políticos han intentado, después de Franco, incluso en vida de este, presentar a unos republicanos de gran estatura intelectual y moral, empezando por Azaña. Basta leer a este para entender exactamente lo contrario.

28 He tratado con más detalle en Los mitos del franquismo y en otros libros la trascendencia del asesinato fundacional de la ETA (aunque esta existía desde hacía años como un pequeño grupo que no había practicado el asesinato, al menos deliberado).

29 En el último capítulo de este libro «Carta abierta a Zapatero o la degradación de la democracia», insisto en estos fenómenos, cuya gravedad salta a la vista.

30 Recordemos que Lisenko aplicó el marxismo a la biología, causando estragos en la agricultura soviética. Por analogía hablo de historiografía lisenkiana a la que aplica el mismo método a la historia.

31 Checas o chekas se llamaron en España a las cárceles de diversos partidos, donde se practicaban habitualmente torturas y asesinatos. La palabra viene de la policía política de Lenin, la Cheká.

32 Zhdánof fue una especie de supercomisario político para la cultura en tiempos de Stalin, que impuso un férreo control sobre los intelectuales en nombre del «realismo socialista».

Pío Moa

La guerra civil y los problemas
de la democracia en España

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Colección Nuevo Ensayo, nº 9

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INTRODUCCIÓN

En el 80 aniversario del llamado por unos Alzamiento Nacional y por otros golpe fascista o reaccionario, importa extraer algunas lecciones de la historia, pues sus efectos llegan con fuerza hasta el presente. ¿Cómo se llegó a la guerra? ¿Qué posiciones políticas e ideológicas defendía cada bando? ¿Por qué ganaron los nacionales? ¿Cómo influyó la guerra de España en el resto de Europa y la situación europea en España? ¿Cuáles fueron las consecuencias, y cuáles permanecen hoy? ¿Por qué la democracia ha tenido tantas dificultades para fructificar en España y en gran parte de Europa?...

Uno de los bandos unía a distintos partidos de izquierda y a los separatistas vascos y catalanes. Los izquierdistas aspiraban a varios tipos de revolución: sovietizante, anarquista o «burguesa»; y los separatistas a disgregar o balcanizar España. Objetivos tan dispares, incluso antagónicos, les llevaron a sangrientos choques entre ellos, pero aún así coincidían en dos puntos básicos: a) los separatistas atacaban la unidad de España, mientras las izquierdas, sin compartir esa aspiración, tampoco consideraban un punto esencial la permanencia de la nación española. b) Todos ellos, con mayor o menor empeño, trataban de erradicar a la Iglesia y la cultura tradicional cristiana, como demuestra su participación en la persecución religiosa (excepción a medias fue el PNV, cuyo catolicismo no le impidió ayudar a los perseguidores). A ese bando se le ha llamado «republicano», lo cual supone una falsificación de principio, porque él había destruido, precisamente, la legalidad republicana. Prefiero llamarle aquí «bando rojo», como solía autodefinirse por entonces, aunque el calificativo no cuadre al PNV y a algunos republicanos de izquierda; o bien izquierdista, revolucionario o frentepopulista, por estar todos agrupados de hecho o de derecho en el Frente Popular.

Sus adversarios se autodenominaban «nacionales», porque invocaban la unidad y continuidad de la nación española, de modo que el nombre es adecuado. En cambio no se consideraban nacionalistas, pues acusaban al nacionalismo de endiosar a la nación en un sentido pagano, cosa que como católicos rechazaban. También se componía de fuerzas políticas diversas y a veces contrarias, pero coincidentes en torno a la unidad de España y la tradición y cultura católicas.

Estos fueron los ideales o ideologías en pugna. Sin embargo, muchas interpretaciones de la guerra giran en torno a la democracia: las izquierdas y separatistas defenderían la democracia, «la libertad», y los nacionales la reacción fascista y oscurantista. ¿Qué hay de realidad en ello? Parte de este libro aborda precisamente este asunto, en torno al cual sigue reinando la confusión. La primera parte resume el curso de la guerra; lo he examinado más en detalle en otros libros, por lo que prescindo en lo posible de notas, que Internet ha vuelto a menudo innecesarias; la segunda examina cuestiones básicas de la contienda; y la tercera aborda la democracia y sus dificultades en España. Añado una cuarta parte de controversias que ayudarán a clarificar varios puntos.

Al respecto empecemos por descartar un par de tópicos vulgares. Uno afirma que la historia la escriben los vencedores, implicando que está deformada por su interés. Se trata de una frase vacía, por cuanto las guerras son solo parte de la historia, no habiendo siempre vencedores y vencidos. Además, los vencedores pueden exponer una historia con más o menos rigor, no tienen por qué deformarla de forma grave necesariamente; y en tercer lugar, los vencidos también escriben a menudo la historia, no forzosamente veraz. En el caso de nuestra guerra civil, quienes han escrito las versiones más divulgadas aún hoy han sido los simpatizantes de los vencidos: hasta han intentado imponer sus versiones por la ley llamada de memoria histórica, típica de regímenes totalitarios y que el historiador Stanley Payne ha caracterizado como «semisoviética». El segundo tópico afirma que cada uno escribe la historia según su subjetividad o intereses, valiendo todas lo mismo. Con lo que sería imposible entendernos unos a otros o acercarnos a la verdad; ni siquiera valdría la pena investigar.

Recordaba Ortega que la realidad no se nos presenta como un amontonamiento de datos, pues nuestra mente ejerce sobre ellos una inmediata ordenación: los relaciona y jerarquiza en un marco más amplio para darles sentido. De otro modo la mente se perdería en un caos de impresiones. Las ideologías ofrecen marcos generales en los que deben hallar significado los hechos particulares. Aquí empleo el término ideología no en sentido peyorativo, sino en el neutro de teorías que tratan de dar sentido a la historia y el mundo mediante la razón. Nunca hay total acuerdo entre hechos e ideologías, pero sí grados de concordancia, desde la manifiesta falsedad a una certeza suficiente. Debemos notar que la necesidad psíquica de orden y sentido es acuciante y por ello va subtendida por una fuerte emotividad. El temor a la desorientación hace que una vez adoptamos una teoría tendamos a rechazar cualquier cuestionamiento de ella, de modo que si los hechos la desmienten suelen ser rechazados o deformados para acoplarlos a su marco.

Percibimos bien este fenómeno en relación con la guerra civil española, que el historiador Paul Johnson ha calificado como uno de los sucesos más falseados de la época. Falsedades que no son en general embustes arbitrarios, pues nacen de la citada necesidad de poner orden en los hechos. De ahí la indispensable revisión crítica de los datos y enfoques en la investigación histórica.

Si juzgamos por la enorme bibliografía generada en varios idiomas, aquella guerra ha sido uno de los sucesos clave del siglo XX. Como sucede en estos casos, mucha de esa bibliografía es redundante, pero permanece el interés, con frecuencia apasionado, ochenta años después. Ello obedece en primer lugar a la mencionada interpretación como enfrentamiento entre la democracia y sus enemigos, conflicto actual aún hoy. Resulta también llamativa la vehemencia que sigue despertando la oposición democracia/fascismo, cuando este último pereció desastrosamente hace setenta años y no ha resurgido desde entonces, salvo manifestaciones marginales. Otra causa de dicho interés radica en la apariencia del conflicto español como prólogo a la II Guerra Mundial. Esto es parcialmente cierto, porque en las dos guerras combatieron ideologías semejantes... solo la europea comenzó por un pacto entre la Alemania nacionalsocialista y la Rusia soviética, que en cambio se habían enfrentado radicalmente en España; y las democracias, que se abstuvieron en España, acabaron luchando al lado de los soviets en la mundial. Una tercera causa puede encontrarse en cierto romanticismo: «última guerra de hombres» por contraste con las guerras mecanizadas en las que el hombre parece un elemento accesorio. El relativo (pero exagerado literariamente) alejamiento de España con respecto a la evolución de Centroeuropa, despertó desde el siglo XIX una mezcla de curiosidad, desdén y admiración. En la propia España, la guerra ha recibido versiones como choque entre supuestos rasgos europeístas o modernistas y arcaicos o anacrónicos.

Hay al menos otra razón: la peculiaridad del pasado español. En los siglos XVI y parte del XVII España desempeñó un papel estelar, y luego sobrevino una decadencia, acentuada en el siglo XIX, relegando al país a un puesto secundario o terciario. Tal declive ha llamado la atención en el exterior y provocado disputas intelectuales y políticas en el interior, sobre todo a partir de la derrota frente a Usa en 1898. La guerra de 1936-39 podría explicarse como efecto lejano de la depresión creada por esa derrota.

Motivo de atracción ha sido asimismo el resultado, es decir, la implantación de un régimen, convencionalmente llamado franquismo, que despertó amenazas, hostilidad y semiaislamiento casi universales, al achacársele afinidad con los estados nazi y fascista arrasados en 1945; y que sin embargo fue capaz de sostenerse contra viento y marea durante los famosos 40 años. No solo el franquismo resistió, sino que terminó reconocido por todos los gobiernos, excepto aquellos que el régimen no quiso reconocer, y con una de las tasas de desarrollo económico más altas del mundo durante quince años, desafiando numerosos prejuicios ideológicos. Esa resistencia no deja de sorprender, aunque en parte se explique por la guerra fría. Otro dato significativo y generalmente pasado por alto es la práctica ausencia de oposición democrática a aquel régimen, como he recordado en el libro Los mitos del franquismo.

Durante varias décadas pareció asentarse de modo incuestionable una interpretación del franquismo basada en criterios izquierdista- separatistas, marxistas o «progresistas», aceptados también por el grueso de la derecha. El filósofo Julián Marías la tachó de «mentira profesionalizada», y ciertamente hace tiempo otras investigaciones la han puesto en entredicho. Los trabajos, no siempre coincidentes, de Ricardo de la Cierva, Stanley Payne, los míos y otros, han marcado una tendencia, nunca rebatida, contraria a la anterior. Se ha tachado de «revisionista» con tono peyorativo, a la crítica de las versiones «oficiales», cuando la revisión cuidadosa es indispensable en la labor científica. La descalificación de «revisionismo» ya revela de entrada una mentalidad dogmática con pretensiones de imposición contra todo debate intelectual.

Como cualquier tema de enjundia, el de esta guerra es inagotable, y siempre quedarán aspectos secundarios, detalles, derivaciones, etc., dignos de mayor estudio o afinamiento; pero, a mi juicio están hoy suficientemente aclaradas las cuestiones decisivas: los motivos, rasgos generales, alcance y conclusiones del conflicto. Cuando digo que lo esencial está aclarado, me refiero al plano intelectual, porque el llamado revisionismo no ha podido ser refutado. En rigor ni siquiera se ha intentado refutarlo en serio, aunque sí desacreditarlo con exabruptos y amenazas de prohibición o persecución presentadas como «democráticas». Pero en el plano político-propagandista, las viejas tesis, mejor o peor remozadas, mantienen su hegemonía a través de cátedras universitarias, medios de masas, cine y novela. De modo que, por ahora, la calidad investigadora y crítica lleva las de perder frente a la cantidad propagandística.

Importa señalar estas realidades porque la comprensión de aquel pasado tiene valor más allá del puramente académico: entraña consecuencias políticas muy presentes. La guerra no ha sido asimilada adecuadamente por la sociedad española, y de ahí el resurgimiento de viejos fantasmas, como vemos a diario. Con el peligro de que, como en Las Coéforas de Esquilo, que solía citar Ortega, «los muertos maten a los vivos».

Primera parte:
DESAROLLO DE LA GUERRA CIVIL. UN ANÁLISIS CRÍTICO