1 Fundaciones, Prólogo 3.

2 Aparte de los innumerables escritos aparecidos con historias locales y parciales, la historia de esta persecución religiosa puede verse en Antonio Montero Moreno, Historia de la persecución religiosa en España, 1936-1939. BAC. La última edición es de 2004.

3 Santo Tomás, S. Th. III, 48,2, ad 1m; Com. in Colossenses.

4 Fundaciones, 5,2.

5 Asamblea Conjunta obispos-Sacerdotes, BAC, 1971, p. XXI.

6 O. c., p. 7.

7 Ecclesia, n. 2167, marzo de 1984, pp. 28-30.

8 Ecclesia, n. 2171, abril de 1984, pp. 41-45.

9 Valoración moral del terrorismo en España. LXXIX Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española.

10 III, 61,4.

Cardenal Fernando Sebastián

Memorias con esperanza

© El autor y Ediciones Encuentro, S. A., Madrid, 2016

Primera edición: enero de 2016

Segunda edición corregida: abril de 2016

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

Colección 100XUNO, nº 2

Fotocomposición: Encuentro-Madrid

ISBN: 978-84-9055-807-2

Para cualquier información sobre las obras publicadas o en programa y para propuestas de nuevas publicaciones, dirigirse a:

Redacción de Ediciones Encuentro

Ramírez de Arellano, 17-10.ª - 28043 Madrid - Tel. 915322607

www.ediciones-encuentro.es

A mis padres y hermanos.

A cuantos me han ayudado y me ayudan

A amar a Jesucristo y vivir con esperanza.

PRESENTACIÓN

Abrir un libro es como comenzar una conversación con un visitante. Detrás de cada libro hay una persona, unas ideas, unos sentimientos, a veces toda una vida. Por eso, los libros necesitan alguna presentación. Antes de comenzar la lectura necesitamos saber con quién nos vamos a encontrar y cuáles son sus intenciones al poner su libro en nuestras manos. Esta presentación es más necesaria cuando se trata de un texto biográfico, como es este. Tengo que explicar por qué y para qué escribo un nuevo libro. Necesito justificar ante los posibles lectores qué es lo que he querido ofrecerles al escribir estas páginas.

Primero explicaré qué clase de escrito es este. Hace ya varios años que algunos amigos me venían insistiendo para que escribiera mis memorias. Yo no acababa de verlo. Me parecía que las memorias las pueden escribir solo unos pocos hombres que han dejado su huella en la historia. Está claro que yo no soy uno de ellos. Estos amigos me insistían: «Tú has vivido de cerca algunos acontecimientos importantes y conviene que no se pierda tu testimonio sobre ellos ni se pierdan tus recuerdos sobre las cosas y los asuntos que viviste».

Es posible que algo de esto sea verdad. Por razones de puro calendario, todo previsto sin duda en la providencia divina, a lo largo de mi vida he asistido a algunos acontecimientos de primera importancia. Tenía seis años cuando comenzó la guerra civil española, viví luego los cuarenta años del franquismo, pude vivir de cerca el concilio Vaticano II, la transición a la democracia, y finalmente unos cuantos años de vida democrática. Pude conocer la vida rural sin maquinarias, la vida de los huertos familiares y de los oficios artesanos. Y ahora rezo cada día con mi iPad. Tanta variedad de hechos y situaciones le proporciona a uno suficiente material para pensar y poder comparar épocas, personajes y sistemas, hasta que Dios quiera. Ha sido una vida larga y variada. Algo he aprendido a lo largo de los años y es posible que pueda decir algo útil para los que me quieran escuchar.

Hasta ahora me he resistido a esta recomendación porque no veía con claridad la utilidad de tales memorias. Por fin he llegado a la conclusión de que puede ser conveniente que escriba algo acerca de mis principales experiencias en una vida tan larga como, gracias a Dios, está siendo la mía. Todavía, en un rincón del alma, me queda la duda de si esta decisión no será consecuencia de una falsa complacencia o de una oculta vanidad.

Por otra parte no soy hombre de muchos archivos ni de muchos datos. Me gusta vivir intensamente cada momento, sacar sus enseñanzas y guardar en la memoria la substancia de las cosas. Pero no soy amigo de tomar muchas notas ni de guardar muchos papeles. Precisamente esta era una de las dificultades que yo veía para escribir mis memorias. A lo largo de la vida no he puesto apenas cuidado en conservar papeles ni en apuntar datos, por eso mi escrito no podrá ser una obra de documentación, sino más bien un libro de recuerdos y de comentarios al hilo de las principales etapas de mi vida.

Cuando he leído las memorias de algunos personajes cercanos he visto lo difícil que es que estos escritos sean veraces y objetivos. Cada uno tenemos una versión de los hechos muy particular, casi siempre muy a nuestro favor. Por otra parte tampoco es justo ni elegante mostrarse severo con personas que ya no se pueden defender. A mí no me gusta hablar mal de nadie, pero tampoco soy amigo de decir las cosas a medias. ¿Cómo contar los hechos del pasado sin mencionar nombres, sin opinar acerca del comportamiento de unos y otros? No quiero que este libro sea una apología de mi vida, ni quiero tampoco que sea un reparto de críticas y responsabilidades.

Trataré de ser lo más claro y justo posible, sin ofender a nadie, por supuesto, pero tratando de acercarme a la verdad de lo que yo he visto y vivido en cada momento. Pienso que solo siendo verdaderos esta clase de escritos pueden tener algún valor y alguna utilidad. Si no decimos la verdad no merecemos ser tenidos en cuenta. La mentira no hace bien a nadie, más bien desorienta. Y ofende a Dios porque oculta la verdad y finge lo que no es. Considero que uno de los males más graves de nuestra sociedad actual es el ocultamiento de la verdad y la legitimación de la mentira. Cuando hablamos en público nos perdemos en circunloquios y eufemismos para no tener que poner las cosas en claro llamando a cada cosa por su nombre. Yo no quiero entrar en ese juego. Trataré, pues, de ser verdadero, sin concesiones, hasta donde yo sepa y la caridad cristiana me lo permita. Aunque sea un poco presuntuoso por mi parte, me acojo a la sentencia de Santa Teresa, quien quiso hablar «con toda verdad, sin ningún encarecimiento, a cuanto yo entendiere, sino conforme a lo que ha pasado» (1).

El libro tiene una base cronológica que rige el orden de los capítulos. Pero luego las circunstancias de cada capítulo me dan ocasión para explayarme en reflexiones y comentarios que no se limitan a lo sucedido en esa época determinada sino que responden a consecuencias que han aparecido más tarde, o comparaciones con lo ocurrido en otros momentos, fuera de la época considerada en ese capítulo. En buena parte, más que un escrito biográfico, este escrito es una descripción de mi estado de ánimo actual sobre el fondo cronológico de mi vida. Así, al hablar de mi juventud, por ejemplo, no me limitaré a los cuatro datos escuetos que puedo recordar. Pienso que esto tendría poco interés. Sino que intentaré decir también cómo juzgo ahora aquellos años, cómo los valoro, el bien recibido de lo que viví y me ofrecieron, y lo que ahora veo que me faltó o no estuvo bien hecho. La comparación con lo que percibo ahora a mi alrededor es inevitable. Trato así de ofrecer mi experiencia interior, mis pensamientos y sentimientos, juicios y valoraciones de los acontecimientos que he vivido.

Explicadas así las cosas, es fácil comprender por qué me he resistido hasta ahora a escribir este libro. Es una obra comprometida, que, aun escrita con la mejor voluntad, y con un sincero deseo de objetividad, puede resultar para algunos parcial, demasiado subjetiva, y molesta para otros. Si ahora me decido a escribirla es porque pienso que los mayores debemos ofrecer a las generaciones futuras el servicio de contarles lo que hemos vivido. Los que vienen detrás tienen derecho y hasta necesidad de conocer lo más exactamente posible lo que ha ocurrido, aquello que de una u otra manera ha condicionado sus vidas. En mi caso, puedo ayudarles a conocer un poco mejor cómo fueron los años de la guerra civil y del franquismo, por lo menos tal como yo los viví y como los vivieron igual que yo otros muchos, cómo era la vida cristiana de entonces, cómo vivimos desde dentro de la Iglesia los años de la dictadura franquista, el concilio Vaticano II, la transición política y así unas cuantas cosas más.

Creo, además, que si esta transmisión generacional de la verdad y de la historia es siempre necesaria, lo es especialmente para nosotros en estos momentos, después de tantos años de propaganda interesada, dominada por los intereses políticos de todo signo, empeñados en ocultar o desfigurar la historia y la memoria, cada uno a favor de las propias conveniencias. La derecha por un lado, y por el otro la izquierda, cada uno ha dado su versión de la historia con una mentalidad bastante parcial según sus propios puntos de vista.

En este reparto, la Iglesia suele quedar envuelta y rechazada dentro de una derecha egoísta y retardataria. Yo no puedo aceptar esta simplificación maniquea de nuestra historia. No puedo aceptar la idealización de la izquierda y la demonización de la derecha, ni la versión contraria. Menos todavía puedo aceptar la inclusión de la Iglesia en una derecha antisocial y egoísta. Por supuesto que en unos años tan complejos y revueltos hay muchas situaciones y actuaciones criticables. Por supuesto que los católicos españoles tenemos mucho que aprender de nuestra historia y hemos de cambiar muchas cosas en nuestro modo de estar y actuar en la sociedad. Aunque con dificultades, lo estamos haciendo. Pienso que todos tenemos que hacer un esfuerzo sincero para situarnos en la verdad, aceptando cada uno lo que nos corresponda, rectificando lo que esté mal hecho, con el deseo general de promover el mutuo entendimiento y hacernos la vida unos a otros lo más justa y lo más agradable que sea posible.

Estas sencillas consideraciones me han llevado a pensar que los que hemos vivido a lo largo de estos años pasados tenemos la obligación de ayudar a los más jóvenes a conocer la compleja realidad de nuestra historia en toda su verdad. De esta manera podremos contribuir a crear un sentimiento de general comprensión y mutua aceptación que sane para siempre nuestra sociedad de recelos y resentimientos. En nuestra sociedad hay demasiadas tensiones, demasiados rechazos, demasiadas exclusiones. No tenemos la magnanimidad de apreciar los valores de quienes son diferentes. Los españoles, desde la Ilustración, tenemos necesidad de aprender a convivir, necesitamos aceptarnos unos a otros, tal como somos, y disfrutar juntos de nuestro patrimonio común. Afortunadamente, somos bastante diferentes. Tenemos detrás una gran historia y un gran patrimonio cultural que nos hace ser lo que somos. Tenemos que aprender a aceptarlo con gratitud, sin eximentes. Y desde este realismo podremos trabajar juntos para ser cada vez mejores. Para ello, si uno quiere cumplir sus obligaciones de cristiano y ciudadano, está obligado a manifestar y ofrecer su parte de verdad. Es mi caso. De esta reflexión y en respuesta a semejante obligación ha nacido este libro.

Por eso no quiero hablar solo de «Memorias» y he añadido la referencia a la «Esperanza». Comienzo por los recuerdos pero quiero hablar también de deseos y esperanzas, de aquello por lo que he trabajado durante toda mi vida y que ya no veré en este mundo. Pero lo verán otros, y yo espero verlo desde el Cielo. La historia es un camino abierto. Lo que andamos nosotros es apoyo y punto de partida para los que vienen detrás. Nadie puede pretender determinar el futuro. Cada persona, cada generación, tiene que vivir su vida y recorrer su camino. Solo Jesús abarca la humanidad entera y condiciona la entera historia de la humanidad. Él es Alfa y Omega, Principio y Fin, Primero y Último. Y es también el Camino verdadero desde el principio hasta el fin.

Jesucristo está en la base de lo que soy, de lo que he sido y de lo que espero ser. En él y con él he tratado de vivir todos los acontecimientos de mi vida. Unas veces mejor que otras. Ahora, en este tramo lúcido y sereno de la vejez, me arrepiento de cuanto he vivido al margen de este deseo fundamental, pido perdón cada día de mis pecados, trato de compensar con amor y humildad lo que no he vivido correctamente a lo largo de mi vida. Sufro al ver cómo el conjunto de nuestra sociedad y en especial la mayoría de los jóvenes se alejan de Jesucristo y se pierden en frivolidades como un agua derramada, cuando no perecen devorados por sus propios errores y la avaricia inhumana de algunos adultos. Me siento débil, me siento pequeño para cambiar las cosas.

Ahora comprendo que lo más importante que podemos hacer en este mundo por el bien de los demás es desearlo ardientemente, y con este deseo, orar, pedir, invocar con los brazos en alto. Cuando hay oración ardiente nacen las buenas obras; si falta este deseo urgente y radical, dejamos de hacer lo que debemos. El que no ora no desea, y el que no desea no actúa. Procuro librarme de la apatía. Oro con Jesús, sufro con Jesús, quiero que todos encuentren en él la verdad y el gozo de la salvación. Él es el fondo permanente de mi memoria, la fuerza y la seguridad de mi esperanza, la meta siempre presente que ha dirigido todos mis pasos y me ha mantenido alerta en todo momento. Él es literalmente mi Memoria y mi Esperanza.

A la vez que alimento esta fe y esta esperanza, tengo la convicción de que nuestra historia, lo que vaya a ser España dentro de unos pocos años, depende estrictamente de nosotros. Dios respeta absolutamente nuestra libertad y ha puesto la historia en nuestras manos. Los españoles, como buenos mediterráneos, somos sentimentales y apasionados. No estamos muy preparados para el análisis ni para la perseverancia. Y ahora, con los valores de la nueva cultura, tan sentimental y tan blanda, todavía menos. Tenemos que animar a nuestros educadores, a los responsables de la vida pública, a todos los ciudadanos activos y responsables, a favorecer un modelo de vida serio, coherente, sobrio y verdadero, amigo del trabajo bien hecho y de la perseverancia en grandes proyectos, que haga crecer la esperanza y la creatividad de nuestros jóvenes.

No podemos contentarnos con ser un país de ocio, y menos un país de trampas y corruptelas. No podemos conformarnos con ser la sala de fiestas de Europa. No parece que las organizaciones políticas hayan tomado muy en serio la regeneración moral de nuestra sociedad. Cada grupo sigue encubriendo las corrupciones que le afectan más de cerca. Cada grupo pone su empeño en difamar y destruir al otro. El Partido Popular acaba de renunciar a modificar seriamente la ley de Zapatero sobre el aborto. Nuestros jóvenes seguirán oyendo que las mujeres tienen derecho a decidir sobre la vida o la muerte de sus hijos. No hay valor, ni fuerza, ni propósito de volver a la limpieza de una vida humana seria y responsable, con la paz y la alegría que brotan de una vida justa, edificada sobre la verdad y la generosidad. Querría que mi país se orientase hacia un ideal de nación seria, honesta, justa, fuerte, pacífica y alegre. Reconciliada consigo mismo y con su historia. Sin divisiones ni exclusiones. Sin miedo a vivir honestamente. Amante de su tradición y celosa por su constante crecimiento.

La Iglesia española tiene que comprometerse seriamente en un esfuerzo de educación y fortalecimiento moral de las nuevas generaciones. La educación integral de la juventud, humana y cristiana, es hoy una de las primeras urgencias de nuestra Iglesia. Porque es una necesidad urgente de la sociedad. En lo poco que pueda valer, ofrezco esta pequeña aportación de mis experiencias y reflexiones como parte del esfuerzo común a favor de la imprescindible regeneración moral de nuestro pueblo.

Al repasar las diferentes épocas de mi vida han crecido en mi interior dos grandes sentimientos, la gratitud y la humildad. Con ellos quiero terminar esta presentación. Gratitud sincera y profunda a Dios y a tantas personas que me han querido, y me quieren, y me han ayudado a vivir. La vida es un don inmenso de Dios y está alimentada con otros muchos dones que recibimos sin merecerlos. En mi vejez siento una enorme gratitud, primero hacia Dios que me ha dado tantas cosas, y con Él hacia tantas personas buenas, familiares, amigos, alumnos y colaboradores, que con su afecto y su lealtad me han ayudado a vivir. Esta sensación de agradecimiento me ayuda a vivir contento y me anima a ser bueno con todos. Y con el agradecimiento, la humildad y el arrepentimiento, porque no siempre he correspondido adecuadamente a los muchos bienes de toda clase que he recibido. Todo lo pongo con paz y confianza en las manos del Señor y de la Virgen María.