Cubierta Amar con los brazos abiertos

Carmela Baeza

Amar con los brazos abiertos

Lactancia materna en la vida real

Segunda edición: noviembre de 2016

© Carmela Baeza y Ediciones Encuentro S.A., Madrid, 2016

© De las ilustraciones: María Olmos Martínez (Mo.Narca Desing) y Elvira Olmos Martínez

© De la imagen de portada: Ana Cruz

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Colección Nuevo Ensayo, nº 19

Fotocomposición: Encuentro-Madrid

ISBN: 978-84-9055-821-8

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PRÓLOGO
A LA SEGUNDA EDICIÓN

Dar de mamar es amar. Es entrega, es fluir, es apertura, es goce, es intimidad, es conexión mutua. Es mirada, caricia, abrazo. Algo tan obvio a veces se nos olvida y nos enfrascamos en defender o promover la lactancia por sus innumerables beneficios para la salud, sea del bebé o de la madre, o sus indudables ventajas prácticas: la leche siempre está lista, la lactancia no contamina, amamantar es gratis, etc.

Pero dar de mamar es amar, y ahí radica también el misterio y la belleza. Este libro nos acerca a lo sencillo y a lo grandioso de la lactancia. Sin aspavientos. Con sinceridad; imprescindible para acercarse al lugar del que brota esta hermosura de la vida. Con admiración y con fascinación, sobre todo. Comparto esa mirada con la autora: a mí también me fascina la lactancia. Seguramente por eso me encargó este prólogo. Y ahora me encuentro aquí buscando las palabras que me permitan describir la emoción que me ha producido el libro.

Podría hablar de que es un buen libro, un manual sencillo de lactancia y crianza. Reconozco la claridad con que está escrito, la nitidez con que describe por ejemplo el parto hospitalario, el despropósito habitual en la atención rutinaria y deshumanizada, el profundo desconcierto que deja una cesárea programada. Nombra con valentía el maltrato y la agresión que todavía hoy sufren muchas familias durante el parto, especialmente los bebés, que son al fin y al cabo los más indefensos. Se agradece la larga (casi infinita) lista de «interferencias» que explican la frustrante experiencia de muchas mujeres con el parto y la lactancia. Desde luego es riguroso, sólidamente científico y a la vez cercano, coloquial casi, incluso familiar. Su «¡repanchíngate!» debería convertirse en el nuevo eslogan para promover la lactancia. Voto por ello.

Podría reconocer la excelencia del trabajo de la doctora Carmela Baeza en el acompañamiento profesional a la lactancia. ¡Con lo difícil que resulta acompañar a madres que eligen algo diferente de lo que una, como médica, piensa que es mejor o más fácil! Carmela muestra una manera de hacer las cosas desde el respeto y la empatía que me hace desear que éste sea también un libro de texto para futuros profesionales sanitarios. Ojalá.

Podría extenderme en los elogios, pero me seguiría dejando lo fundamental, creo. Porque realmente no me atrevo a decir que sea un libro de lactancia y crianza: eso sería reduccionismo. En realidad, Amar con los brazos abiertos es un libro que, como su título bien indica, habla de cómo es amar. Amar siendo madre, pero también mujer, hija o esposa. Carmela va compartiendo el recorrido, con algunas anécdotas que ilustran ese don que tienen los hijos e hijas de señalarnos a las madres o padres nuestra oscuridad. «Mamá, tú te ríes muy poco», fue lo que le dijo a Carmela su hija Teresa, preocupada, con apenas cuatro años, y ése fue el inicio de toda una transformación luminosa hacia el aquí y ahora, el disfrute de la presencia cotidiana, desde la conciencia de que nuestros hijos no son nuestros. Qué sabia esta Teresa niña, qué suerte que su madre abriera su corazón y escuchara sus palabras. Dejad que los niños se acerquen a mí, a nosotros... Y que sepamos recibirles con los brazos abiertos. Este precioso libro nos abre el camino.

Ibone Olza,

Madrid, 23 de septiembre de 2016

PRÓLOGO
A LA PRIMERA EDICIÓN

Hace tiempo leí una de esas historias con moraleja:

«Hace muchos siglos, un viajero encontró en su camino a tres hombres que trabajaban en una cantera.

—¿Qué hacéis, hermanos? —les preguntó.

—Ya ves, picando piedra —contestó el primero.

—Doy de comer a mis hijos —dijo el segundo.

—Construyo una catedral —explicó el tercero».

Es una estructura literaria muy antigua. Hay cientos de cuentos e historias en los que tres personajes responden la misma pregunta, emprenden la misma aventura o aceptan el mismo reto. Siempre son tres. Y siempre hay una progresión, y el tercero es el mejor.

Por eso no me gustó la historia. El orden está mal. Mi primer pensamiento fue: «Pero, ¿de dónde sacan que construir una catedral puede ser más importante que dar de comer a los hijos?».

Dar de comer a los hijos (y cuidarlos, protegerlos, amarlos, educarlos, compartir sus risas y sus llantos, y todo lo que está incluido en ese simbólico «dar de comer») es lo más importante que hacemos en la vida, es lo que le da sentido y trascendencia. Esperamos que los hijos de los hijos de nuestros hijos pueblen la tierra por siglos, por milenios, incluso cuando las catedrales hayan vuelto al polvo. Esperamos que el amor que nuestros abuelos dieron a nuestros padres puedan transmitirlo nuestros hijos a nuestros nietos, y a ser posible incrementado. Deseamos, a través del cuidado de las siguientes generaciones, añadir un granito de arena a la felicidad global del mundo.

En este libro, Kika Baeza, médica y madre, nos habla de cuestiones técnicas sobre el parto o la lactancia, pero sobre todo nos habla de esa trascendencia, del amor que ilumina nuestras vidas, de la mano infantil que nos guía y nos rescata.

Gracias.

Carlos González

Pediatra

PREFACIO

Éste es un libro sobre lactancia, un libro un poco particular, como su propia autora reconoce. Es un libro de gran nivel científico, serio, riguroso, actualizado en todos los sentidos. Tenemos entre las manos, por lo tanto, un libro de gran humanidad, un libro que no separa las hormonas de los afectos.

Cuando un niño sale del vientre de su madre y entra en nuestra vida, no siempre somos capaces de percibir la grandeza que supone. En el comienzo de su historia, él ya está y nosotros ni tan siquiera lo sabemos. Luego, un retraso en la menstruación, una sospecha que poco después se confirma con un test de embarazo positivo. A lo mejor podemos recordar la primera vez que oímos su corazón latir a todo gas, un tac tac latiendo muy deprisa, como dentro de una piscina llena de agua. Luego la primera ecografía...

Pero no es fácil ser del todo conscientes de lo que supone esa nueva vida dentro de la mujer. Ella percibe los cambios, se «deja» cambiar, su cuerpo y su mente se moldean para llevar a ese nuevo ser que, misteriosamente y de forma autónoma, va creciendo en su vientre, día a día. Ella sigue haciendo su vida, va, viene, y el bebé crece sin parar. Aunque se olvide por un momento del tesoro que lleva dentro, él sigue creciendo, parece necesitar sólo a su madre como si fuese una incubadora, pero ¡no!, desde el inicio necesita mucho más... Su madre le resulta imprescindible desde el primer instante y, de diferentes maneras, lo seguirá siendo hasta la muerte.

Cuando nace el bebé, cuando el padre lo coge entre sus brazos, cuando la madre se lo pone al pecho en ese primer piel con piel... ahí sí que, al menos por un momento, se sienten desarmados. ¡Qué desproporción entre lo que pusieron ellos y lo que tienen delante! También, enseguida, reconocen la necesidad continua que el bebé tiene, sobre todo durante los primeros años, de su madre.

Si miramos con detenimiento, percibimos que dentro de esta dependencia absoluta que el bebé tiene de su madre durante el embarazo y los primeros años de vida, no hay sólo una necesidad de cuidado físico para sobrevivir. Descubrimos que esa necesidad «nutricia» no es sólo de leche materna y cuidados físicos, sino que en el bebé se esconde otra necesidad no menos urgente: la necesidad de saber que es de alguien, que pertenece a alguien. Cada uno de nosotros necesita saber que existe alguien para quien la vida sería menos vida si nosotros no existiésemos. Y esta necesidad dura para siempre.

La lactancia es muy significativa porque une esta necesidad física y afectiva, es nutricia en el sentido más amplio del término.

Cristina, de diez años, está acogida en una familia desde los cinco años. Nos cuenta su madre de acogida que un día, estando en el parque, vio a una madre amamantar a su bebé. Cristina se volvió y dijo:

Mamá, cuando yo nací, ¿verdad que me diste de mamar durante mucho tiempo?

Después de un momento de desconcierto, su madre de acogida se dio cuenta de lo que estaba sucediendo, se hizo consciente de su necesidad de ser de alguien y le dijo:

Sí Cristina, te di de mamar todo el tiempo que fue necesario para que llegases a ser tan grande y bonita como eres ahora [1].

Cristina sabía, recordaba, que habían ido a buscarla a un centro, sabía que su mamá de acogida no le había dado de mamar. Lo que realmente estaba preguntando a su madre era: ¿Hasta dónde soy tuya? Yo ¿soy tan tuya como esa niña que mama en el parque lo es de su mamá? Y su madre comprendió al instante esta necesidad y la abrazó con su respuesta.

Este libro técnico es un libro humano porque no permite que el rigor científico oculte esta necesidad de ser de alguien que dura toda la vida, esta necesidad que tienen los niños de su madre y de su padre y que tienen ellos dos, padre y madre, el uno del otro.

Trabajar con Kika Baeza ha sido un regalo para comprender, en lo cotidiano, que la belleza de la vida se disfruta día a día, en cada cosa... que ser de alguien, sentirse elegida y preferida por alguien, te abre el corazón al Infinito y te ayuda a descubrirlo en lo grande y en lo pequeño.

Teresa Suárez del Villar

Psicoterapeuta

AMAR CON LOS BRAZOS ABIERTOS

Lactancia materna en la vida real

A mi marido Carlos,

mi constructor de catedrales

INTRODUCCIÓN

Tienes en tus manos un libro un poco extraño... Es un libro sobre crianza y lactancia que empieza hablando de moléculas y termina hablando sobre la búsqueda heroica de la belleza.

La cuestión es que no concibo otra forma de abordar un fenómeno tan complejo como el de la vida humana. A fin de cuentas, somos un gran conjunto de moléculas con la capacidad última de asombrarnos por el cielo estrellado. Inexplicable pero cierto, intuyo que este misterio tiene que ver con el amor.

Es un libro científico, en el que intento explicar con palabras sencillas los últimos avances de la ciencia en el campo de la lactancia y el apego. Pero también es un libro sobre amor en la vida real, amor cotidiano, amor del de levantarte a las tres de la mañana porque tu bebé llora, amor del de mirar a tu marido y decir quiero quererte mejor y no sé cómo hacerlo, amor del de no quiero darle un azote a mi hijo aunque ganas no me faltan, amor del de reírte cuando tu hija desborda la bañera con sus juegos o cuando se embadurna la cara de chocolate por primera vez.

Desde que comencé a trabajar en el campo de la familia y la crianza, y específicamente de la lactancia materna, se me ha ido desvelando un mundo científicamente fascinante, lleno de belleza, un punto de partida desde el que he ido descubriendo lo bien hecho que está el ser humano (desde el orden de sus moléculas hasta su deseo de infinito), el diseño sorprendentemente preciso de nuestra especie y, por ende, del resto del mundo.

Por otra parte, hace muchos años ya que tengo el privilegio de acompañar a familias recién estrenadas y madres con dificultades en la lactancia. Y en este viaje mano a mano con ellas y sus problemas, sus alegrías y sus dolores, su lucha, su ternura, su cansancio y su descanso, he aprendido que la realidad es muy diferente a la teoría, que se requiere mucho amor y mucho sentido común para vivir bien en pareja y para criar gustosamente a los hijos, tanto si les amamantas dos días como si lo haces tres años.

Así que, por un lado, tenemos la ciencia que descubre una belleza sorprendente: una pareja, un bebé, un proceso fisiológico diseñado a la perfección como es la formación del vínculo materno-filial y el establecimiento de la lactancia, y, por el otro, tenemos la vida real, llena de alegría y de amor, pero a su vez asediada muchas veces por la incertidumbre, la inmadurez, el dolor, el cansancio y una marcada y sorprendente falta de sentido común y dificultad para disfrutar cada día.

Este extraño libro trata sobre moléculas, belleza, vida real, sentido común... y el amor que abarca todo ello.

Sobre esta segunda edición

Volviendo a leer el libro a fondo para actualizar algunos contenidos, añadir esquemas y contar más experiencias, la primera impresión que me asalta al terminarlo es la que se expresa al principio de la introducción original: es un libro un poco extraño. Pero me doy cuenta de que es extraño sólo en el contexto de la medicina moderna occidental, que ha troceado a la persona en aparatos, sistemas y especialidades, y por el camino ha perdido a la persona misma. El libro empieza hablando de moléculas y anatomía y acaba hablando de la búsqueda de la trascendencia... claro, porque yo, ser humano, soy todo eso. Espero que disfrutéis con el recorrido.

CAPÍTULO 1 
NUESTROS HIJOS NOS RESCATAN

Si uno dedica tiempo a observar el mundo y tiene una cierta sencillez, no puede dejar de reconocer lo bien hechas que están las cosas.

Imaginemos que acabamos de nacer, que acabamos de abrir los ojos por primera vez, pero que somos capaces de comprender el mundo. Imaginemos que no tenemos frente a los ojos la lente del prejuicio y de las malas experiencias previas. Imaginemos que estamos desnudos y libres frente al mundo y lo vemos por primera vez.

Quedaremos absolutamente fascinados.

El primer nivel de fascinación es por las cosas que son: la realidad entera, el mundo, una puesta de sol, un paisaje, la luz del sol entre las hojas de un árbol, el destello del agua, una tormenta espectacular, una noche estrellada, una canción; una sonrisa, una mirada.

El segundo nivel de fascinación es ante el diseño, el funcionamiento, la forma en la que cada cosa encaja, tiene su lugar en el mundo y su razón de ser. Si alguna vez os habéis quedado boquiabiertos viendo un documental de National Geographic, sabéis a qué me refiero. En cierto lugar de la selva amazónica hay una ranita pequeña (17 milímetros), la Oophaga pumilio o rana fresa de dardo venenoso. Esta ranita es una madre espectacular. Pone sus huevos, entre cinco y siete, en las gotas de agua que hay sobre las hojas del suelo selvático. Cuando el huevo eclosiona sale el diminuto renacuajo, que ya no puede sobrevivir en tan poca agua. La madre se lo coloca sobre la espalda y sube a un árbol (para nosotras equivaldría a trepar por el Empire State Building) hasta encontrar una bromelia, una planta en cuyo centro se acumula agua, como una piscinita. Allí la madre deposita al renacuajo. Hace lo mismo con el resto de sus crías, trepando decenas de metros y depositando a cada uno en su propia piscina. Y después, cada pocos días, acude a cada una de las bromelias a poner un huevo sin fertilizar para que los renacuajos tengan alimento. Que en la naturaleza haya cientos de miles de hechos así, y otros tantos que aún no conocemos, es maravilloso.

El tercer nivel de fascinación es que el surge ante el ser humano. Abres los ojos y ves a otro como tú pero absolutamente distinto a ti. Si la naturaleza es un misterio, el ser humano es el culmen de ese misterio, es insondable, más que las simas más profundas de la Tierra y más que el espacio profundo. Capaz del bien más grande y del peor de todos los males. Siempre deseando, siempre buscando, siempre necesitando más... absolutamente fascinante.

La realidad es que no nacemos con conciencia de adultos, sino que a la vez que vamos creciendo la vida nos va impactando con toda su potencia, y la frescura original, la capacidad humana de fascinarnos por las cosas a veces va quedando sepultada. Entre vicisitudes y dolores se ahoga nuestra necesidad de buscar la belleza, de buscar el bien, nos empezamos a conformar con la superficie gris de las cosas. Las relaciones se hacen costosas o efímeras. Incluso el amor, nuestro motor más potente, se convierte en una palabra bonita, bien banalizada y utilizada para todo, o bien inalcanzable de puro idealismo.

Y, de repente, algo inesperado entra en nuestra vida (pues así es como nos cambia el destino: algo inesperado irrumpe en nuestro horizonte). Pueden ser muchas cosas; suelen ser el amor o la belleza en alguna de sus infinitas manifestaciones. Por ejemplo, un hijo, una hija. Un nuevo ser humano, una persona entre nuestros brazos, un nuevo comienzo. Y aquí es donde puede recomenzar nuestra salvación.

»

Me acerqué a uno de los árboles, abrí los brazos y dije a los niños: «¡Soy una hoja que cae!». Y comencé a girar dando vueltas sobre mí misma hasta dejarme caer sobre el montón de hojas.

Más que suficiente, por supuesto... Los niños empezaron a ser hojas que giraban al viento y la cuneta se llenó de risas y de montones de hojas sobre las que los niños se lanzaban y de hojas que volaban por los aires y de niños ocultos bajo montones de hojas saltando de repente y haciéndolas volar. Ya entró en el juego el gigante de su padre y, además de volar hojas, volaban niños por los aires con más risas aún. Y con eso y unos bocadillos pasamos una tarde estupenda. Lo recuerdo como un momento especialmente precioso con mi familia. Ahí, en la cuneta, sin haber podido entrar al Jardín del Príncipe.

El punto de inflexión es el factor humano; el factor que creó la oportunidad para que se diera este rato de disfrute fue el desear algo bello y volver a mirar con la mirada de un niño. Decidir buscar lo bueno y aprovechable de la cuneta.

A lo largo de este librito quisiera que en cada capítulo quedase reflejado este hilo conductor de la fascinación: primero, fascinación por lo que es; segundo, fascinación por cómo funciona, y tercero, fascinación por el factor humano que da color, sabor y profundidad a todo.