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IGNACIO ALMADA BAY. Doctor en historia por El Colegio de México y profesor-investigador en El Colegio de Sonora. Es autor de La conexión Yocupicio. Soberanía estatal y tradición cívico-liberal en Sonora, 1913-1939 (El Colegio de México, 2009). Ha realizado actividad docente y de investigación en El Colegio de México, la UNAM y la Universidad de Sonora.

SECCIÓN DE OBRAS DE HISTORIA

Fideicomiso Historia de las Américas

Serie
HISTORIAS BREVES

Dirección académica editorial: ALICIA HERNÁNDEZ CHÁVEZ

Coordinación editorial: YOVANA CELAYA NÁNDEZ

SONORA

IGNACIO ALMADA BAY
 
 

Sonora

HISTORIA BREVE

Fondo de Cultura Económica

EL COLEGIO DE MÉXICO
FIDEICOMISO HISTORIA DE LAS AMÉRICAS
FONDO  DE  CULTURA  ECONÓMICA

Primera edición, 2000
Segunda edición, 2010
Tercera edición, 2011
   Primera reimpresión, 2012
Primera edición electrónica, 2016

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

contraportada

PREÁMBULO

LAS HISTORIAS BREVES de la República Mexicana representan un esfuerzo colectivo de colegas y amigos. Hace unos años nos propusimos exponer, por orden temático y cronológico, los grandes momentos de la historia de cada entidad; explicar su geografía y su historia: el mundo prehispánico, el colonial, los siglos XIX y XX y aun el primer decenio del siglo XXI. Se realizó una investigación iconográfica amplia —que acompaña cada libro— y se hizo hincapié en destacar los rasgos que identifican a los distintos territorios que componen la actual República. Pero ¿cómo explicar el hecho de que a través del tiempo se mantuviera unido lo que fue Mesoamérica, el reino de la Nueva España y el actual México como república soberana?

El elemento esencial que caracteriza a las 31 entidades federativas es el cimiento mesoamericano, una trama en la que destacan ciertos elementos, por ejemplo, una particular capacidad para ordenar los territorios y las sociedades, o el papel de las ciudades como goznes del mundo mesoamericano. Teotihuacan fue sin duda el centro gravitacional, sin que esto signifique que restemos importancia al papel y a la autonomía de ciudades tan extremas como Paquimé, al norte; Tikal y Calakmul, al sureste; Cacaxtla y Tajín, en el oriente, y el reino purépecha michoacano en el occidente: ciudades extremas que se interconectan con otras intermedias igualmente importantes. Ciencia, religión, conocimientos, bienes de intercambio fluyeron a lo largo y ancho de Mesoamérica mediante redes de ciudades.

Cuando los conquistadores españoles llegaron, la trama social y política india era vigorosa; sólo así se explica el establecimiento de alianzas entre algunos señores indios y los invasores. Estas alianzas y los derechos que esos señoríos indios obtuvieron de la Corona española dieron vida a una de las experiencias históricas más complejas: un Nuevo Mundo, ni español ni indio, sino propiamente mexicano. El matrimonio entre indios, españoles, criollos y africanos generó un México con modulaciones interétnicas regionales, que perduran hasta hoy y que se fortalecen y expanden de México a Estados Unidos y aun hasta Alaska.

Usos y costumbres indios se entreveran con tres siglos de Colonia, diferenciados según los territorios; todo ello le da características específicas a cada región mexicana. Hasta el día de hoy pervive una cultura mestiza compuesta por ritos, cultura, alimentos, santoral, música, instrumentos, vestimenta, habitación, concepciones y modos de ser que son el resultado de la mezcla de dos culturas totalmente diferentes. Las modalidades de lo mexicano, sus variantes, ocurren en buena medida por las distancias y formas sociales que se adecuan y adaptan a las condiciones y necesidades de cada región.

Las ciudades, tanto en el periodo prehispánico y colonial como en el presente mexicano, son los nodos organizadores de la vida social, y entre ellas destaca de manera primordial, por haber desempeñado siempre una centralidad particular nunca cedida, la primigenia Tenochtitlan, la noble y soberana Ciudad de México, cabeza de ciudades. Esta centralidad explica en gran parte el que fuera reconocida por todas las cabeceras regionales como la capital del naciente Estado soberano en 1821. Conocer cómo se desenvolvieron las provincias es fundamental para comprender cómo se superaron retos y desafíos y convergieron 31 entidades para conformar el Estado federal de 1824.

El éxito de mantener unidas las antiguas provincias de la Nueva España fue un logro mayor, y se obtuvo gracias a que la representación política de cada territorio aceptó y respetó la diversidad regional al unirse bajo una forma nueva de organización: la federal, que exigió ajustes y reformas hasta su triunfo durante la República Restaurada, en 1867.

La segunda mitad del siglo XIX marca la nueva relación entre la federación y los estados, que se afirma mediante la Constitución de 1857 y políticas manifiestas en una gran obra pública y social, con una especial atención a la educación y a la extensión de la justicia federal a lo largo del territorio nacional. Durante los siglos XIX y XX se da una gran interacción entre los estados y la federación; se interiorizan las experiencias vividas, la idea de nación mexicana, de defensa de su soberanía, de la universalidad de los derechos políticos y, con la Constitución de 1917, la extensión de los derechos sociales a todos los habitantes de la República.

En el curso de estos dos últimos siglos nos hemos sentido mexicanos, y hemos preservado igualmente nuestra identidad estatal; ésta nos ha permitido defendernos y moderar las arbitrariedades del excesivo poder que eventualmente pudiera ejercer el gobierno federal.

Mi agradecimiento a la Secretaría de Educación Pública, por el apoyo recibido para la realización de esta obra. A Joaquín Díez-Canedo, Consuelo Sáizar, Miguel de la Madrid y a todo el equipo de esa gran editorial que es el Fondo de Cultura Económica. Quiero agradecer y reconocer también la valiosa ayuda en materia iconográfica de Rosa Casanova y, en particular, el incesante y entusiasta apoyo de Yovana Celaya, Laura Villanueva, Miriam Teodoro González y Alejandra García. Mi institución, El Colegio de México, y su presidente, Javier Garciadiego, han sido soportes fundamentales.

Sólo falta la aceptación del público lector, en quien espero infundir una mayor comprensión del México que hoy vivimos, para que pueda apreciar los logros alcanzados en más de cinco siglos de historia.

ALICIA HERNÁNDEZ CHÁVEZ
Presidenta y fundadora del
Fideicomiso Historia de las Américas

 

PREFACIO

ESTE LIBRO TIENE COMO PRINCIPAL PROPÓSITO dar a conocer los procesos de larga duración de la historia de Sonora, como la distribución de la población a lo largo del siglo XX, que se concentró en la faja costera y en la frontera; el desperdicio y agotamiento de los recursos naturales, como el agua y el suelo vegetal, y el paulatino y variado mestizaje biológico y cultural de los habitantes. Ofrece a la vez una visión panorámica de los cuatro campos que componen la historia: la política, la economía, la sociedad y la cultura, y que se sustenta en los trabajos incluidos en la bibliografía.

He recurrido a un conjunto heterogéneo de fuentes documentales y aprovechado distintas opciones teóricas y metodológicas. De igual manera, he evitado ofrecer un panorama histórico inmóvil, predeterminado, unificado o lineal. Aunque lo más probable es que estos objetivos no se hayan alcanzado plenamente, sobre todo por el estado actual de la historiografía.

Insisto en considerar el espacio del actual estado de Sonora en relación con otros espacios mayores o equivalentes —como el noroeste y el norte novohispanos o mexicanos, las entidades federativas vecinas, el ámbito nacional—, a fin de no plantear una historia que empiece y termine en los linderos de la actual división política de la entidad. Se trata de expresar que la construcción de todo territorio es resultado de un proceso donde intervienen múltiples actores, con altibajos y matices; es una construcción, fruto de una multicausalidad, que no sólo no se dirige necesariamente a un punto final fijado de antemano, sino que, por el contrario, en ella intervienen también la contingencia o el azar.

Esta breve historia aspira a servir de guía o introducción general para el estudio del pasado acaecido en el espacio que hoy denominamos Sonora. Los lectores pueden aprovechar la bibliografía comentada para profundizar tanto en la interpretación temática como en las lecturas básicas, e incluso para introducirse en cuestiones o materias que por razones de espacio se omiten aquí. También se notará cierta desconfianza hacia lo que se pone de moda y hacia los medios de comunicación que dictan la jerarquía de los acontecimientos.

Quiero agradecer la interlocución con Alicia Hernández Chávez y Manuel Miño Grijalva, y la cooperación de muchos colegas, sobre todo de Julio Montané, José Marcos Medina Bustos, José René Córdova Rascón y Aarón Grageda Bustamante, así como la del personal a cargo de bibliotecas y fondos documentales, como Filiberto Figueroa, de la Universidad de Sonora, y Carlos Lucero y Arturo Aguirre, del Archivo Histórico del Gobierno del Estado de Sonora.

Agradezco asimismo la colaboración eficaz y consistente de Myriam García Sánchez, y el apoyo de colegas como María del Valle Borrero Silva, Blanca Zepeda, Julieta Curiel, Elisa Villalpando, Rocío Preciado, Esther Padilla, Enrique Salgado Bojórquez, Francisco Javier Zepeda y Amparo Angélica Reyes Gutiérrez, así como el del personal de la biblioteca y del centro de cómputo de El Colegio de Sonora.

La iconografía fue posible gracias a la contribución entusiasta de Gastón Cano Ávila, René Balderrama Sánchez y Rafael J. Almada Bay. La labor técnica de limpieza de las fotos antiguas o maltratadas estuvo a cargo de Juan Alberto Garza Sau, en la empresa Kroma. Fotolab Digital, de Carlos Ernesto Gutiérrez Narváez.

Ana Luisa, mi esposa, y nuestros hijos, Ignacio Lorenzo, Ana Luisa y Lydia Guadalupe, compartieron los sinsabores y las gratificaciones de esta labor. Este libro es para ellos y para los estudiantes de los cursos que ofrezco.

I. GEOGRAFÍA

SONORA, ESTADO FRONTERIZO Y TRIANGULAR, segundo en extensión en la República Mexicana con 184 934 km2, tiene un costado de 588 km que va del Río Colorado al puerto fronterizo de Agua Prieta, en la esquina con Chihuahua y Nuevo México; el otro flanco, de 595 km, parte del mismo punto hasta dar con el puerto de Agiabampo, en los márgenes con Sinaloa. La hipotenusa, de 1 200 km, que une los extremos, va de la Bahía de Agiabampo al Río Colorado, al ras de las playas, islas, cabos, esteros y acantilados del litoral que lame el Golfo de California o Mar de Cortés, que ha sido llamado Rojo, Pímico o Bermejo.

El estado de Sonora se encuentra en el noroeste de la República Mexicana. Sus extremos se hallan entre los paralelos 26° 13’ 20” (en los límites con el Golfo de California y el estado de Sinaloa, en la punta sur de la Bahía Jitzámuri, más conocida como Estero de Agiabampo) y 32° 29’ 35” de latitud norte (en los límites con Baja California y el estado de Arizona, en el puente Colorado, al poniente de la ciudad de San Luis Río Colorado), y tiene una latitud subtropical, entre los meridianos 108° 25’ 40” (en la esquina adyacente con los estados de Chihuahua y Sinaloa, en las estribaciones de la Sierra del Rosario, cerca del poblado El Limón) y 115° 13’ 10” de longitud oeste del meridiano de Greenwich (en el ejido Nuevo León, limítrofe con Baja California). El Conteo General de Población y Vivienda de 2005 reportó 2’394 861 habitantes.

Los límites de Sonora con el estado de Chihuahua tienen una longitud de 592 km, de 117 km con Sinaloa, de 89 km con Baja California, de 568 km con el estado de Arizona y de 20 km con el de Nuevo México. La longitud del litoral es de 1 207 km. Cabe señalar que la latitud más boreal del país al pie del Golfo de México —el puerto de Matamoros, Tamaulipas— corresponde en el Golfo de California al área del puerto de Topolobampo y a la Bahía de Ohuira; por lo que la región que abarca parte de Sinaloa, Sonora y la península de Baja California, al norte de dicho puerto, no tiene igual en cuanto a clima y paisaje en el noreste de la República Méxicana.

Los límites de Sonora coinciden con accidentes naturales al oriente y al poniente: la Sierra Madre Occidental y el Golfo de California. Aún así, los límites son líneas imaginarias construidas por la historia y hoy como antes siguen siendo membranas porosas. Al norte, a lo largo de 588 km, Sonora limita con Estados Unidos de América y, dentro de éste, colinda con Arizona, cuya porción sur le perteneció, pero que perdió por la fuerza en 1848 y en 1854 por arreglos de un gobierno central tambaleante. El despojo de 1854 suscitó la solitaria protesta de los vecinos de Guaymas por la pérdida de La Mesilla, región así denominada que tenía como límite norte el Río Gila. Todavía en 1860 el ayuntamiento del puerto rechazó el proyecto del Tratado MacLane-Ocampo.

El linde entre Baja California y Sonora, de 89 km de longitud, fue trazado en 1945, tomando como referente el cauce del Río Colorado. Comisionados de ambas entidades ajustaron los límites y éstos fueron sancionados por decreto del Congreso de la Unión el 25 de enero de 1945. La península de Baja California, con una longitud de 1 300 km y un ancho promedio de 100, dimensiones que la hacen la península más larga y angosta del mundo, es un desierto rodeado de mar, que sirve para observar lo que sería Sonora sin ríos. Sonora linda al sur a lo largo de 117 km con Sinaloa, estado con el que tiene mucho en común. Los contornos actuales se establecieron en 1830. Pero hay que mencionar que las constituciones sucesivas del estado de Sinaloa han dejado sin resolver la cuestión de límites con Sonora. Por lo que concierne a los límites entre Sonora y Chihuahua, no han sido confirmados por sus congresos, ya que subsisten desacuerdos sobre dos tramos. En síntesis, los límites del estado de Sonora han sido variables y resultado directo de la historia.

El relieve comprende serranías, llanos y valles. Los puntos más altos se hallan en el cuadrante noreste de la entidad, que forma dos arcos, uno que va de los municipios de Santa Cruz y Naco hasta Agua Prieta, Bavispe y Bacadéhuachi, y otro formado por Fronteras, Cananea, Bacuachi y Cumpas. Destacan las alturas del Cerro Pico Guacamaya (2 646 msnm), en la Sierra Los Mojones, en el municipio de Bacadéhuachi; Los Ajos (2 645 msnm), en la sierra del mismo nombre, que atraviesa los municipios de Bacoachi, Cananea y Fronteras; el Cerro El Oso (2 553 msnm), en la Sierra La Charola, en el municipio de Bavispe, y San José (2 547 msnm), en la Sierra San José, en el municipio de Naco.

El territorio de Sonora se extiende por cuatro provincias fisiográficas. De oriente a occidente, éstas son la Sierra Madre Occidental, las sierras y valles paralelos, el Desierto de Sonora y la costa del Golfo de California. De la primera, corresponde al espacio de Sonora la subprovincia de Barrancas, que configura el límite occidental de la sierra; constituye una frontera natural entre Chihuahua y Sonora, y en esta forma un cinturón de 40 a 95 km de ancho. Aquí se originan los afluentes de los ríos Yaqui y Mayo. Se puede decir que el Río Mayo nace “aireado”, pues las aguas de la Cascada de Basaseáchic, Chihuahua, van a dar a su cauce.

Al poniente se encuentra la provincia fisiográfica de sierras y valles paralelos, cuyas cadenas de serranías y valles longitudinales, que van de norte a sur, drenados por ríos, alternan hasta plegarse con la Sierra Madre, al sur de la entidad, y hasta abrirse en el norte circundando el Desierto de Sonora. Este desierto, la tercera provincia fisiográfica, es una vasta región con áreas semiáridas y áridas que abarca la mitad de la entidad y va desde las sierras y valles paralelos hasta el mar. Se extiende al norte con la inclusión del Desierto de Altar, entronca con los desiertos de Mohave y del Gila y se interna profundamente en el estado de Arizona. Al sur limita con el Río Yaqui.

Como en todas las porciones occidentales de los continentes, cerca de los 30° de latitud se registran grandes cambios en cortas distancias. Los científicos afirman que las comunidades bióticas de la región del Desierto de Sonora, así delimitada, incluyen todos los tipos de vegetación mayor del mundo o biomas, debido a que la tundra ubicada más al sur en el Continente Americano se sitúa en Flagstaff, Arizona, y los bosques tropicales situados más al norte se hallan en el sur de Sonora. Entre ambos puntos se encuentra el resto de la gama de biomas, ofreciendo una biodiversidad única en el continente en un área tan estrecha. Siguiendo a Dimmitt, podemos apreciar que la fauna de la tundra alpina que se halla en el Pico San Francisco, cerca de Flagstaff, incluye especies de la tundra ártica de Alaska, y se encuentra a 72 km de un bosque de sahuaros del Desierto de Sonora. Para algunos estudiosos, en esta provincia fisiográfica, que aparece como una inmensidad monótona, predomina un paisaje de serranías —siempre visibles y que reúnen una gran biodiversidad—, y para otros domina el llano cortado por arroyos, secos casi todo el año, donde abunda el bosque espinoso.

 

MAPA I.1. Provincias fisiográficas

FUENTE: Historia general de Sonora, Gobierno del Estado de Sonora, Hermosillo, 1997.

La enorme región del Desierto de Sonora —que, con la excepción del Desierto de Altar, es un desierto arbolado— constituye el más rico y variado en formas de vida y comunidades bióticas de todos los desiertos del continente. Es posible que esto se deba, según Robert C. West, a la baja elevación sobre el nivel del mar y a un régimen pluvial doble, al que se debe que las lluvias de invierno, al caer en el periodo de menor evaporación, penetren profundamente la tierra. Desde hace 15 años este desierto se ha convertido en una vía de intenso tráfico de migrantes hacia Estados Unidos. En 2008, cerca de 54 000 migrantes lo cruzaron.

La provincia fisiográfica costera del Golfo de California va desde el Río Yaqui hasta adentrarse en el estado de Sinaloa; incluye los ríos Mayo, Fuerte, Sinaloa y Mocorito, y da lugar a una llanura aluvial entre las sierras y valles paralelos y el litoral, que alcanza desde 25 hasta 100 km de ancho. Su biodiversidad es cantada por los lugareños: “El sauce y la palma se mecen con calma, alma de mi alma, qué linda eres tú”.

El paisaje en Sonora incluye, al noroeste, el Desierto de Altar —único desierto clásico en México, según el geógrafo Claude Bataillon—, un mar de arena, con dunas movibles que cubren 8 000 km2 formadas por el fino sedimento del delta del Río Colorado, acarreado durante más de 10 000 años por vientos del oeste, de acuerdo con Robert C. West, y que alberga el campo volcánico El Pinacate, con sus cráteres fantásticos de tipo semilunar. Este desierto —el más extenso del continente— se caracteriza por torrentes efímeros, ramas mal vestidas y aires vacíos y mudos.

El Desierto de Sonora y la faja costera, entre la playa y los cerros, están poblados de mezquite, gobernadora, palo verde, palo fierro, ocotillo, pitahaya, sahuaro, lechuguilla, choya y biznaga, esparcidos junto a matorrales ásperos. Esta vegetación constituye el bosque espinoso, llamado por los lugareños “el monte”. Actualmente, en esa área se concentran la mayoría de las ciudades y de la población del estado, y al sur del Río Yaqui predominan las tierras de regadío.

El paisaje de la provincia fisiográfica de sierras y valles paralelos se caracteriza por sus tierras altas —es decir, por cerros, mesas y ríos que remontan la Sierra Madre (estos lomeríos alternados con mesas forman praderas idóneas para la cría de ganado)— y por valles alargados que nutren arroyos y cinco ríos que van a dar al mar o a los arenales (de oeste a este: San Miguel, Sonora, Moctezuma y el alto y el bajo Bavispe). Estos ríos atraviesan cajones y en ellos se asientan poblaciones que subsisten a la vera de los escurrimientos, entre acequias, huertos y milpas en las vegas, entre potreros y mahuechis —pequeñas áreas de cultivo—, en las faldas de los cerros o en los fondos de los valles, con caminos que corren a lo largo de cuestas, angosturas y hondonadas, con la excepción del Llano de Tepache, donde predomina el malpaís, terreno pedregoso de origen volcánico. La zona oriental la conforman el espinazo y el costillar de la Sierra Madre Occidental, región montañosa de terreno quebrado que combina cumbres, declives y planos, y cuyo paisaje se distingue por el contrafuerte y sus precipicios, a la que se le podría llamar “la Sonora barranqueña”.

La suma de los paisajes en el espacio de Sonora incluye el desierto con dunas, la playa ceñida por esteros, los ríos de arena, los cerros de faldas cercadas, la sierra con voladeros, “el monte” y su vegetación chaparra y acerada, esbelta y rectilínea, como cirios que semejan un tabernáculo vegetal a la puesta del sol.

El régimen de lluvias tiene dos periodos de precipitación. La estación de lluvias principal es la de verano, que se caracteriza por aguaceros vespertinos en julio, agosto y septiembre —con tormentas eléctricas que dibujan una taquigrafía luminosa en la pizarra celeste—, y que puede llegar a extenderse con chubascos huracanados, en septiembre y octubre —temporada de ciclones—, conocidos como “el cordonazo de San Francisco”. La segunda estación lluviosa es la invernal, que derrama un tercio de la precipitación anual; va de finales de noviembre a principios de febrero y se caracteriza por las equipatas de diciembre y enero, que son lloviznas menudas y persistentes que pueden durar días y noches enteras. La palabra equipata proviene de la lengua cahita y equivale al chipichipi de otros lugares, de acuerdo con el Vocabulario sonorense de Horacio Sobarzo. La sequía predomina durante la primavera y en la segunda mitad del otoño.

Después de los metales, nada ha pesado tanto en la historia de Sonora como el agua dulce; su disponibilidad determinó la localización de los asentamientos, que se fundaron junto a ríos, arroyos, manantiales y pozos. La insolación interminable, el clima candente, el suelo árido y el sofoco antes y después de las aguas empujan a mitigar la sed de humanos y animales en fuentes más o menos constantes: lagunas, charcos o tinajas. De ahí la frecuencia de los toponímicos mayos con terminación en -bampo, que significa “en el agua”. Los conflictos más añejos y violentos han sido por tierras que cuentan con agua dulce o por los veneros. Aquí la gente conoce el agua por la sed.

El carácter contrastante de estas tierras convierte a los ríos en grandes protagonistas; ya con caudales legendarios, ya con hilos de agua, ya secos, repercuten siempre en la población. Los ríos han sido vías de conexión, pues proporcionan cultivos y lugares habitables. De igual manera que las temperaturas del largo verano y las del corto invierno son marcadamente dispares, así también el agua que viene del cielo se hace sentir por ciclos desiguales de abundancia y escasez. Incluso ríos como el Concepción y el Sonora muy rara vez llegan al mar, pues sus avenidas desaparecen en las arenas de la costa.

Las crecientes dejan huellas imborrables en el paisaje y en la memoria colectiva: los ríos desbordados hacen correr agua semejante a tierra líquida. Las avenidas de 1868, 1905, 1914, 1923, 1949 y 1958 reventaron los cañones de la sierra, desbordaron el cauce de los ríos, anegaron los valles, arrastraron azolves, propiedades, enseres y seres racionales e irracionales hasta modificar el curso de las aguas y la desembocadura, dejando una estela de deslizamientos y barrizales.

Los ríos de Sonora son intermitentes y divagantes. Del Mayo y del Sonoita se cuentan dos cauces muertos, del Yaqui tres y del Colorado una docena. Los enormes torrentes cambiaban el relieve del terreno y el acceso de la población, así como su distribución, cerrando y abriendo vados y recodos, hasta que sus aguas fueron amansadas en lagos artificiales y contenidas a voluntad en grandes presas al mediar el siglo XX.

En esta región nada hay tan fuerte como el sol ni tan bello como el azul del cielo. Los atardeceres son de fábula, y así han sido registrados por viajeros desde el siglo XIX. El ocaso ofrece una gama de colores que inventan cada atardecer el Mar Bermejo, sus celajes y el sol que se traga.

Sonora tiene dos estaciones: el verano y el resto del año. Sin embargo, pueden apreciarse lapsos templados, como el breve otoño, que empieza alrededor de la velación del Día de Muertos, cuando salen a la calle camisas y blusas de mangas largas; la oscilante primavera, que empieza al desaparecer de la calle las mangas largas y va y viene con la Semana Santa, cuando el viento sopla todo el día con fuerza portentosa; si ha llovido, el monte reverdece y se tupe de flores y espinas, en una fiesta de luz solar, savia y clorofila.

Para los lugareños, las temperaturas altas propias del verano —de 40°C y más, entre el mediodía y el ocaso— se afianzan cuatro o seis semanas antes del 24 de junio, día de San Juan. El sol sin descenso reverbera durante el verano; el aire es tan caliente como el de un horno encendido. Hay semanas en que el calor continúa tanto de día como de noche; las cosas guardan un borde candente; se agrieta el suelo y disminuye, de manera alarmante, el nivel del agua en presas y pozos.

Las lluvias de verano tornan en combustión sofocada “la asombrosa fiebre periódica de la tierra” que aquí se padece, como la que describe Euclides da Cunha en Los sertones, las grandes llanuras del noreste brasileño. El calor empieza a disminuir en octubre; si llueve, éste es un bello mes de sombras alargadas entre espineros, charcos y las volutas de humo que despide la quema del rastrojo.

El invierno se ha tornado suave en las últimas décadas, pero cuando ocurren heladas es terrible: estremecen a los pobladores, calan a los animales y echan a perder los sembrados; si el invierno es húmedo, nieva en Cananea, Nogales y Yécora. Ahí, bajo los techos, cuando en vez de nieve caen hielos del cielo, la gente oye cómo el cinc repica al ser golpeado por el granizo; hasta el vidrio tirita y el marco rústico cruje con la ventolina. Los lugareños presienten versos de Leopoldo Lugones: “ríen los sonoros dientes del granizo” y llueve bajo “líquidas varillas al trasluz”. Cuando llueve con sol, una rareza, los rancheros exclaman: “¡Están pariendo las venadas o están pagando los tracaleros!”, sucesos igual de extraños.

El paisaje de Sonora cuenta con fuentes escritas desde los tiempos coloniales. En ellas se asienta con emoción aldeana el cántico de la luz, del viento y de la fuente. Las relaciones de los misioneros jesuitas, instruidos en ciencias naturales, contienen observaciones sobre el ambiente y hacen hincapié en la flora y la fauna. Durante el siglo XIX aparecen relatores de los accidentes geográficos, de los vaivenes de la naturaleza y de las huellas humanas, como los caminos de rueda, los cercos de piedra y los montículos levantados por los andariegos a pedradas, en recuerdo fugaz de los muertos o para invocar poderes celestiales que los libraran del mal.

A principios del siglo XX Juan de Dios Bojórquez destaca, en “aquel reverbero inmenso” de la Sonora, “las tardes nubladas de Hermosillo… únicas, insuperables… tardes entoldadas”, las noches de patio bajo el cielo estrellado, “las mañanas nubladas… en las que todos los colores resaltan mejor”, “tardes semilluviosas” cuajadas de verdor y flores silvestres, en contraste con las tardes de sol y las noches de luna, y pinta los relámpagos como “luciérnagas de Dios” y los arenales de los arroyos secos. Bojórquez ofrece un norte a los viajeros: desde Ures, entre lomas y serranías, se divisa el Picacho de Rayón.

De este lado del mundo, a través de canciones pueblerinas, poemas domésticos y composiciones escolares se ha cantado a la gloria solar, al esplendor diurno, a las nubes algodonadas que se deshacen en la bóveda azul, al vasto monte enmarañado, a los remolinos de polvo, al viento sonoro, a la alameda, a la palmera, al pleno sol, a la tarde clara, a la noche pura que favorece los lechos y las cunas, al ojo de agua, al tronco muerto, a las lomas dormidas, a la mañana dorada, a la nube de la tarde, a la estrella del pescador, a las aves marinas, a las olas quietas, a los carrizos que silban al viento, a los desgreñados sauces, a los ocasos salvajes y a la noche que avanza por detrás de los cerros.

Pero ningún elemento es más distintivo del territorio del actual estado de Sonora que el monte, inmenso, atractivo y peligroso, como J.-M. G. Le Clézio ha descrito a la sabana africana. En el monte en Sonora, con cráteres de hormigueros y un mundo de insectos, con el zumbido de las chicharras que anuncian la temporada de aguas, se aprecia lo que escribió Rómulo Gallegos de la sabana venezolana: “el hermoso espectáculo de la caída de la tarde sobre la muda inmensidad del monte”; aquí también “la luna ahonda las lejanías del monte”, “el viento no sabe sino corretear por el monte” y se registra el “indómito viento de la tierra ilímite” bajo “largas nubes cual barras de metal fundido”. Aquí tiene el monte una hora de la tarde en que está por decir algo: nunca lo dice o tal vez lo dice eternamente y no lo entendemos, o lo entendemos pero es intraducible, como una música honda o como el rumor atareado de la lluvia, como escribió Jorge Luis Borges.

La esquina inguinal de Sonora, un universo mineral y volcánico, formado de lava, ceniza, arena, roca, pedregales y polvo, bajo el azul cargado del cielo de los desiertos, es la tierra firme a la que se adhiere el istmo o prolongación de la California en territorio nacional; comparte el delta del Colorado y abarca El Pinacate como un púlpito gigantesco y solitario hecho de burbujas de lava, de calderas y volcanes extintos rodeados de cordones de dunas y del Desierto de Altar —“desierto total”, lo llama Ángel Bassols Batalla—, que regala espejismos a los viajeros, la inmensidad del horizonte y el silencio de la llanura, entre enjambres de mosquitos y el ganado suelto que mastica raquítico pastizal, pese al sol y al viento implacables.

En esta región, de acuerdo con el geógrafo Jorge Rivera Aceves, durante el invierno se dan las llamadas “neblinas saladas”, que vienen del golfo a tierra adentro, y las lluvias son largas y apacibles, por lo que reciben el nombre de “lloronas”, mientras que en el verano se dan las “tronadas secas”, al retumbar los picos nublados por las tormentas eléctricas, pero sin soltar agua.

La caza de animales de pelo, como berrendos, buras, venados cola blanca, jabalíes, borregos cimarrones, coyotes, gatos monteses y liebres, fue a tal grado desmedida e indiscriminada que casi provocó la extinción de algunas especies hacia 1975, cuando todavía eran comunes las matanzas desde avionetas con armas de repetición.

El Golfo de California o Mar Bermejo o Mar de Cortés es una inmensa pila de agua salada, y hay quienes lo consideran un mar de espinazo resplandeciente que forma en el horizonte un círculo de eternos gemidos o de extenuados susurros. Los costeños disfrutan del sempiterno tirón de la marea, de las olas alborotadas con sus crines de plata y de las fibras de luz en el horizonte donde resbalan los barcos; recuerdan leyendas sobre los espejismos y los silbidos que semejan voces de ahogados; agregan relatos de la época cuando aves en largas bandadas animaban la superficie del mar en reposo, cuando blancas gaviotas de vuelo circular presagiaban desgracia o ventura con sus notas roncas o agudas sobre el rumor quejumbroso de las olas, cuando bestias del mar como el pez vela, el pez espada, los tiburones y los delfines —aquí llamados “toninas”— se abrían paso trazando sendas, y cuando monstruos acuáticos, como la ballena o el cachalote, extraviados o llevados por marejadas, quedaban atrapados entre bancos de arena para asombro de los nativos y registro de los estudiosos, como William J. McGee, quien consignó en 1894 un episodio ocurrido cinco años antes entre los seris y que refería como “tiempo o época del gran pez”, porque “cuando el leviatán encalló… fue rápidamente reconocido como una vasta contribución a la despensa seri… por muchas lunas”. La gente de la costa recorre este mar de fuerza y de faena que lo mismo mece su cuna que cava su tumba, con olas que rompen bramando.

Este mar color de vino, que va desde la barra del Colorado hasta más allá de Cabo San Lucas, donde el Golfo de California bebe del Océano Pacífico, se encuentra hoy en peligro debido a que buena parte de los escurrimientos de agua dulce contienen desechos de las ciudades y de los campos y a la explotación inmisericorde de la pesca.

Así, Sonora se halla en los áridos paisajes norteños de México de baja pluviosidad, con una condición térmica extrema, compuestos mayormente por tierras secas (salvo las cuencas de los ríos cuyos torrentes bajan de la Sierra Madre Occidental, como el Mayo y el Yaqui), de cruce trabajoso por el clima, las distancias, las corrientes y los accidentes del suelo.

No todo el monte es orégano. También hay que señalar que ésta es una región de frágiles equilibrios naturales, de una historia que escurre dureza, de un paisaje abrasador que revuelve esqueletos y cactus; de trigales y ganado divisados desde torreones con troneras; de gente que goza de palabra la naturaleza, mientras gasta los recursos naturales sin reparar en la próxima generación. El elogio de la naturaleza ocurre en parte porque desde principios del siglo XX existe una porción de la sociedad desprendida de las labores de la tierra que le permite asimilarla de otra manera.

El cuadro completo de las madrugadas de olor a boñiga y cantar de ordeña incluye tejemanejes, bribonadas, complicidades y litigios entre hermanos, junto a la música de tierras anchas y solas, al lado de aromas y perfumes que despiden aires de fiesta, entre frutos comestibles y hojas medicinales. El peso de la naturaleza —las sujeciones que el medio impone— ha dado en esta región una influencia al azar, a lo fortuito. Aquí las contingencias naturales intervienen en la marcha de los negocios humanos, como se puede apreciar en la sucesión de años lluviosos o secos, en lo intrincado del paso entre el monte, en lo empinado de las cuestas, en las cumbres desnudas, en los ríos sin aguas de esta otra “Siberia canicular”, como la bautizada por Euclides da Cunha en Los sertones.

Desde mediados del siglo XX, no hay elemento natural —sin excluir el suelo orgánico, al que tomó miles de años formarse, ni las especies del acuario más rico del planeta: el Golfo de California— que la actividad humana no haya alterado en el espacio de Sonora. Hoy las fotos de satélite exhiben la frontera entre Sonora y Estados Unidos: una superficie brillante distingue a la entidad, debido a una aridez progresiva por la erosión del suelo orgánico y del tapiz vegetal, y una superficie opaca corresponde al lado estadounidense, que los ha conservado.

En las últimas décadas, la fragilidad ecológica de la región y varios rasgos del carácter no sustentable del estilo de desarrollo adoptado están siendo acentuados: la escasez de agua dulce y la salinización y merma de los acuíferos, a los que se unen la mengua de la capa atmosférica de ozono, que aumentará la insolación de plantas, animales y gente bajo rayos más nocivos, y el calentamiento de la atmósfera, llamado “efecto invernadero”, que puede elevar entre 2.4 y 4.4°C la temperatura promedio y aumentar el nivel del mar, con la consecuente amenaza para los sistemas costeros de riego. Estas eventualidades, más un aumento de la población debido sobre todo a la migración, culminarían en mayores requerimientos de agua dulce para consumo humano directo y para las actividades económicas y en una disminución de su disponibilidad.

La interacción de la cultura de la población con las características geográficas del espacio que habita configura un perfil a lo largo del tiempo, una especie de personalidad de un lugar y de su gente. A esto se le llamó en la geografía francesa del siglo XIX genre de vie, o modo de vida. Robert C. West ha aplicado este enfoque para Sonora. Aquí se emplea con licencia para inculcar a las nuevas generaciones el carácter moldeable de la geografía, la responsabilidad que tenemos en la conservación o dilapidación de los recursos naturales. En el centro de la ciudad de Hermosillo todavía podemos escuchar a lo largo del día el canto de las palomas gemidoras y presenciar piruetas en el cielo de oleadas de aves al atardecer.