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LORENA CAREAGA VILIESID. Antropóloga e historiadora. Su vida académica ha girado en torno a la historia de Quintana Roo, del Yucatán decimonónico y de la Guerra de Castas. Actualmente funge como jefa de la Biblioteca Antonio Enríquez Savignac de la Universidad del Caribe en Cancún, Quintana Roo.

ANTONIO HIGUERA BONFIL. Antropólogo e historiador formado en la Universidad Autónoma Metropolitana, El Colegio de Michoacán y la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Académico fundador de la Universidad de Quintana Roo, ha publicado diversos títulos y participado en eventos académicos nacionales e internacionales a lo largo de 25 años.

SECCIÓN DE OBRAS DE HISTORIA

Fideicomiso Historia de las Américas

Serie
HISTORIAS BREVES

Dirección académica editorial: ALICIA HERNÁNDEZ CHÁVEZ

Coordinación editorial: YOVANA CELAYA NÁNDEZ

QUINTANA ROO

LORENA CAREAGA VILIESID
ANTONIO HIGUERA BONFIL
 

Quintana Roo

HISTORIA BREVE

Fondo de Cultura Económica

EL COLEGIO DE MÉXICO
FIDEICOMISO HISTORIA DE LAS AMÉRICAS
FONDO  DE  CULTURA  ECONÓMICA

Primera edición, 2010
Segunda edición, 2011
   Primera reimpresión, 2012
Primera edición electrónica, 2016

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

contraportada

PREÁMBULO

LAS HISTORIAS BREVES de la República Mexicana representan un i esfuerzo colectivo de colegas y amigos. Hace unos años nos propusimos exponer, por orden temático y cronológico, los grandes momentos de la historia de cada entidad; explicar su geografía y su historia: el mundo prehispánico, el colonial, los siglos XIX y XX y aun el primer decenio del siglo XXI. Se realizó una investigación iconográfica amplia —que acompaña cada libro— y se hizo hincapié en destacar los rasgos que identifican a los distintos territorios que componen la actual República. Pero ¿cómo explicar el hecho de que a través del tiempo se mantuviera unido lo que fue Mesoamérica, el reino de la Nueva España y el actual México como república soberana?

El elemento esencial que caracteriza a las 31 entidades federativas es el cimiento mesoamericano, una trama en la que destacan ciertos elementos, por ejemplo, una particular capacidad para ordenar los territorios y las sociedades, o el papel de las ciudades como goznes del mundo mesoamericano. Teotihuacan fue sin duda el centro gravitacional, sin que esto signifique que restemos importancia al papel y a la autonomía de ciudades tan extremas como Paquimé, al norte; Tikal y Calakmul, al sureste; Cacaxtla y Tajín, en el oriente, y el reino purépecha michoacano en el occidente: ciudades extremas que se interconectan con otras intermedias igualmente importantes. Ciencia, religión, conocimientos, bienes de intercambio fluyeron a lo largo y ancho de Mesoamérica mediante redes de ciudades.

Cuando los conquistadores españoles llegaron, la trama social y política india era vigorosa; sólo así se explica el establecimiento de alianzas entre algunos señores indios y los invasores. Estas alianzas y los derechos que esos señoríos indios obtuvieron de la Corona española dieron vida a una de las experiencias históricas más complejas: un Nuevo Mundo, ni español ni indio, sino propiamente mexicano. El matrimonio entre indios, españoles, criollos y africanos generó un México con modulaciones interétnicas regionales, que perduran hasta hoy y que se fortalecen y expanden de México a Estados Unidos y aun hasta Alaska.

Usos y costumbres indios se entreveran con tres siglos de Colonia, diferenciados según los territorios; todo ello le da características específicas a cada región mexicana. Hasta el día de hoy pervive una cultura mestiza compuesta por ritos, cultura, alimentos, santoral, música, instrumentos, vestimenta, habitación, concepciones y modos de ser que son el resultado de la mezcla de dos culturas totalmente diferentes. Las modalidades de lo mexicano, sus variantes, ocurren en buena medida por las distancias y formas sociales que se adecuan y adaptan a las condiciones y necesidades de cada región.

Las ciudades, tanto en el periodo prehispánico y colonial como en el presente mexicano, son los nodos organizadores de la vida social, y entre ellas destaca de manera primordial, por haber desempeñado siempre una centralidad particular nunca cedida, la primigenia Tenochtitlan, la noble y soberana Ciudad de México, cabeza de ciudades. Esta centralidad explica en gran parte el que fuera reconocida por todas las cabeceras regionales como la capital del naciente Estado soberano en 1821. Conocer cómo se desenvolvieron las provincias es fundamental para comprender cómo se superaron retos y desafíos y convergieron 31 entidades para conformar el Estado federal de 1824.

El éxito de mantener unidas las antiguas provincias de la Nueva España fue un logro mayor, y se obtuvo gracias a que la representación política de cada territorio aceptó y respetó la diversidad regional al unirse bajo una forma nueva de organización: la federal, que exigió ajustes y reformas hasta su triunfo durante la República Restaurada, en 1867.

La segunda mitad del siglo XIX marca la nueva relación entre la federación y los estados, que se afirma mediante la Constitución de 1857 y políticas manifiestas en una gran obra pública y social, con una especial atención a la educación y a la extensión de la justicia federal a lo largo del territorio nacional. Durante los siglos XIX y XX se da una gran interacción entre los estados y la federación; se interiorizan las experiencias vividas, la idea de nación mexicana, de defensa de su soberanía, de la universalidad de los derechos políticos y, con la Constitución de 1917, la extensión de los derechos sociales a todos los habitantes de la República.

En el curso de estos dos últimos siglos nos hemos sentido mexicanos, y hemos preservado igualmente nuestra identidad estatal; ésta nos ha permitido defendernos y moderar las arbitrariedades del excesivo poder que eventualmente pudiera ejercer el gobierno federal.

Mi agradecimiento a la Secretaría de Educación Pública, por el apoyo recibido para la realización de esta obra. A Joaquín Díez-Canedo, Consuelo Sáizar, Miguel de la Madrid y a todo el equipo de esa gran editorial que es el Fondo de Cultura Económica. Quiero agradecer y reconocer también la valiosa ayuda en materia iconográfica de Rosa Casanova y, en particular, el incesante y entusiasta apoyo de Yovana Celaya, Laura Villanueva, Miriam Teodoro González y Alejandra García. Mi institución, El Colegio de México, y su presidente, Javier Garciadiego, han sido soportes fundamentales.

Sólo falta la aceptación del público lector, en quien espero infundir una mayor comprensión del México que hoy vivimos, para que pueda apreciar los logros alcanzados en más de cinco siglos de historia.

ALICIA HERNÁNDEZ CHÁVEZ
Presidenta y fundadora del
Fideicomiso Historia de las Américas

INTRODUCCIÓN

SE HA DICHO QUE QUINTANA ROO es el ámbito de las primeras veces: el primer punto de México pisado por europeos; la sede del primer naufragio que se tiene registrado; la puerta al descubrimiento y la entrada de los primeros conquistadores españoles; el lugar de nacimiento del primer mestizo y, más recientemente, la creación del primer centro de desarrollo turístico integral. Hasta la geografía se confabula para que Quintana Roo sea el paraje donde primero sale el sol en tierras mexicanas.

Es también lugar de grandezas, pues en suelo quintanarroense está la cueva subacuática más larga del mundo, el cenote más hondo, la mayor reserva de la biosfera y la más extensa área protegida de humedales. Una de sus pujantes ciudades, Playa del Carmen, ostenta nada menos que el índice de crecimiento urbano más acelerado de América Latina y uno de los más altos del mundo.

Encapsular la historia de Quintana Roo en unas breves páginas es tarea titánica, pues procede de un pasado milenario, aunque su ser se concretiza hace apenas poco más de un siglo, en una avalancha cada vez más acelerada de acontecimientos. La privilegiada naturaleza quintanarroense ha sido escenario de trascendentales eventos, y muchas veces protagonista de ellos. Es lugar de primicias y grandezas, de lo más nuevo y a la vez de lo más antiguo. Tal complejidad nos llevó a visualizar el acontecer desde dos distintos lugares: el antes y el después.

Quintana Roo existe como tal tan sólo a partir del siglo XX. ¿Qué ocurrió antes de 1902? La respuesta a esta incógnita, la búsqueda de antecedentes que se pierden en el tiempo mesoamericano y cubren varios siglos, constituyen el tema de la primera parte de la obra que el lector tiene en sus manos. Hemos empezado por describir el derroche de belleza y abundancia vegetal, animal y física que constituye la naturaleza de Quintana Roo, escenario, a su vez, del mundo maya, cuya desbordante riqueza cultural ha sido y continúa siendo objeto de admiración, estudio y especulaciones. Le sigue la no menos dramática saga de navegantes y descubridores, náufragos perdidos y conquistadores europeos que tocaron tierra en un Quintana Roo que todavía no existía, para iniciar la empresa de conquistar el mosaico de culturas y regiones que devendría con el tiempo en México. Tres siglos de Colonia, rebeliones y piratería dejan una huella indeleble que no queda impune. Sus consecuencias serían el detonante de la gran conflagración maya del siglo XIX, la Guerra de Castas. De sus ruinas, cenizas y cicatrices, de sus parajes selváticos intocados, emergería Quintana Roo.

Llegados así a los albores del siglo XX, es obligado preguntar ¿cómo, por qué, para qué y quiénes crearon un territorio federal con el nombre de Andrés Quintana Roo, uno de los héroes yucatecos de la insurgencia? Y ¿cuál ha sido el devenir de esta entidad en los últimos 100 años? Difícilmente nos imaginamos hoy lo que fue tomar el control de aquella selva y pantanos, de aquella región prácticamente ignota en donde tuvo su origen Quintana Roo. Si miramos hacia atrás, vemos lo que les costó a los conquistadores españoles el solo hecho de atravesar el agreste territorio, y si miramos hacia un pasado más reciente, tenemos que honrar a aquellos primeros pobladores de Payo Obispo e incluso a los habitantes pioneros de Cancún. Quintana Roo es y ha sido una tierra precisamente de pioneros, un “lejano Oeste” en el este de nuestro país, donde hombres y mujeres de una valentía y entereza muy especiales han decidido, desde hace poco más de un siglo, sentar sus reales, y donde un aguerrido y resistente grupo indígena está presente y se hace sentir de muy diversas maneras.

Éste es el tema y texto de la segunda parte de esta obra, la referente propiamente a Quintana Roo y a su muy particular desarrollo histórico. Da cuenta de sus difíciles comienzos y de la necesidad de construir una infraestructura de todo tipo para gobernar un territorio hasta entonces hostil y todavía en gran medida desconocido. Por un lado, hacen su aparición gobernantes, poblaciones, asentamientos, instituciones públicas, vida cotidiana. Por otro, medios de subsistencia, actividades económicas, el comercio y la libre importación de artículos extranjeros, desde sus inicios, así como la naciente explotación forestal de maderas preciosas y chicle, que le daría al territorio federal fama mundial.

Décadas posteriores muestran al Quintana Roo del transporte acuático por excelencia, el de el estira y afloja de las relaciones políticas entre jefes políticos y representantes federales, el de comisiones exploradoras y viajeros asombrados. La entidad se integra a su manera a proyectos nacionales, como el reparto agrario y el cooperativismo. No menos importante sería el de afianzar a Quintana Roo como parte integrante de México. Podría parecer redundante o innecesario, pero había que acercar al territorio federal alejado, reconocerlo por lo mismo que era desconocido, y hacerlo propio por ser tan único y ajeno.

La vida moderna de Quintana Roo, una vez convertido en estado el 8 de octubre de 1974, casi se nos escapa de las manos y del entendimiento; tan acelerada fue su transformación y a la vez tan desigual en el corazón de su propio territorio. No es fácil mirar, desde la perspectiva de la historia, los acontecimientos que ocurrieron apenas ayer. Sin embargo, es evidente que la actividad turística privilegió el norte, mientras que en el sur el desarrollo continuó a un ritmo menor. Otras zonas quedaron todavía más al margen. En la actualidad, no obstante, se perciben en todos los ámbitos los patrones característicos de la era de la modernidad y de las comunicaciones globales. Son cambios que han alcanzado, incluso, los rincones remotos de la zona maya y los linderos limítrofes antes tan despoblados.

Cuando apreciamos en perspectiva y de conjunto la historia de Quintana Roo, poco a poco va apareciendo una de varias arterias conductoras: la de la diversidad cultural y étnica, que tiene que ver no solamente con un constante incremento demográfico, sino con temas tan profundos como la identidad y la pertenencia. A partir de sus inicios, Quintana Roo tomó en serio la tarea de poblarse y escogió muchas formas para hacerlo: desde la migración de los primeros trabajadores expertos en la tala y el cultivo del chicle, hasta la colonización dirigida con campesinos provenientes de todo México; desde la llegada forzada de soldados y prisioneros políticos, hasta el arribo de miles de personas atraídas por los espejismos de la industria turística; desde aquellos que hemos encontrado una tierra de promisión para vivir y crecer, hasta aquellos que vienen de todo el orbe a disfrutar por unos breves días de playas, bellezas naturales y clima envidiable. Es así como se ha ido creando, en poco más de 100 años, el crisol cultural de raíces e identidades que es Quintana Roo.

Otra línea conductora que se perfila es la de la particularidad. Cada entidad de nuestro país ha vivido la historia a su manera, pero Quintana Roo se resiste a ser encasillado en los consabidos periodos del acontecer nacional. Quizá en ningún otro lugar como en Quintana Roo rijan mejor los preceptos de la llamada historia regional o historia “matria”, es decir, la de las particularidades, la de los tiempos y eventos propios, la de los héroes/villanos originarios, la de los personajes y lugares conocidos y familiares. Las luchas independentistas no le tocaron; la Revolución de 1910 lo hizo de forma sui géneris. Este movimiento armado trajo cambios políticos y administrativos, pero difícilmente puede decirse que dejara huella.

Denominaremos a una tercera arteria conductora como la de la viabilidad y el peligro de desaparición y mutilación. Hoy en día parecen muy lejanos aquellos momentos de angustia e incertidumbre, las casi cuatro décadas del siglo XX en las que se cuestionó seriamente su capacidad de vida, las posibilidades de existencia de un territorio federal tan alejado del centro del país y que requería inversiones continuas y enormes. A punto estuvo de zozobrar la barca quintanarroense, y aun el día de hoy Quintana Roo ha debido luchar, con los estados vecinos, en la arena de las definiciones limítrofes. Todavía subsiste el recuerdo amargo de aquellos años, en la década de los treinta, en los que Quintana Roo desapareció como entidad para ser integrado a la fuerza a los estados de Campeche y Yucatán. Sus pobladores emprendieron desde entonces algunas de las mayores movilizaciones de su historia social y política en defensa del terruño, de su derecho a existir como quintanarroenses, de su voluntad de autogobernarse y, ocasionalmente, de su vocación para consolidar un estado libre y soberano.

Finalmente, una cuarta línea parece ser la que nos conduce desde la presidencia de Adolfo López Mateos y la gubernatura de Javier Rojo Gómez, hasta la explosión social y económica que caracteriza hoy a Quintana Roo: el sueño hecho realidad de directivos y colaboradores del Banco de México por transformar, a partir de 1967, el panorama turístico de México por medio de la creación de cinco Centros de Desarrollo Turístico Integral, entre los cuales destaca Cancún. Este promisorio y casi mítico lugar es la más reciente de las novedades y primicias que han caracterizado tanto la vida antigua como contemporánea de Quintana Roo. Un centro turístico creado de la nada, donde no había más que playas de fina arena, manglares, lagunas y mar; una ciudad fundada por pioneros visionarios; un complejo espacio de contradicciones y contrastes, de auténtica riqueza y de oropel, de depredación y conciencia ambiental, de crecimiento pasmoso y movilidad social.

El devenir de Quintana Roo está inserto, antes que nada, en las fundamentales fuentes primarias que son los documentos de archivo: oficios, relaciones, informes, partes militares, cartas, memorandos e incluso fotos, mapas, planos, dibujos y mucha documentación más, contenida no solamente en repositorios estatales, sino nacionales e internacionales. Este acervo es, para todo historiador la materia prima de su oficio, y a él hubimos de recurrir en primera instancia. Paralelamente acompañaron a esta documentación las publicaciones oficiales: informes de gobierno, informes estadísticos y numerosas páginas web. No se queda atrás, por supuesto, la historiografía, es decir, el producto de la investigación histórica y de la interpretación del pasado, las numerosas obras que a través de los años han publicado los historiadores, antropólogos, arqueólogos, lingüistas, sociólogos, economistas y politólogos, entre otros, acerca de los avatares de la entidad.

Sin embargo, la juventud de Quintana Roo le otorga una característica especial en relación con las fuentes de su pasado: éste se encuentra todavía en la mente y los recuerdos de muchas personas que viven o que dejaron registradas para la posteridad sus experiencias de vida. Nos referimos a las fuentes de la historia oral, esa historia viva que se construye a partir de conversaciones, relatos, entrevistas, grabaciones; la memoria de protagonistas, participantes y testigos. Son ellos quienes, a través de sus vivencias personales, ricas en detalles, particularidades e individualismo, nos han revelado el acontecer.

Con todo este bagaje hemos construido y plasmado en esta obra las transformaciones en el tiempo del estado más joven de la República Mexicana, que cuenta, sin embargo, con una historia tan antigua como la misma Mesoamérica; el lugar de lo más antiguo y lo más nuevo, desde la aparición de la Eva americana hace 13 600 años, hasta su inverosímil desarrollo y supremacía en el mercado nacional e internacional del turismo. Estas páginas dan, pues, cuenta somera de siglos de historia y de características únicas. Sean un reflejo humilde del amor de dos de sus muchos hijos adoptivos.

LORENA CAREAGA VILIESID

ANTONIO HIGUERA BONFIL

PRIMERA PARTE

por Lorena Careaga Viliesid