PRINCIPALES ZONAS DE PROCEDENCIA

DE AFRICANOS ESCLAVIZADOS REGISTRADOS EN CUBA DURANTE LOS SIGLOS XVI AL XIX

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I. Los componentes africanos en la etnohistoria de Cuba: principales dificultades para su estudio

El análisis de las diversas fuentes que han servido para identificar la procedencia étnica, geográfica y lingüística de los componentes africanos durante la historia colonial de Cuba, desde los viajeros precursores hasta las clasificaciones más recientes, nos permite determinar un conjunto de aspectos principales que pueden contribuir a señalar lo extremadamente complicado del tema y trazar algunos indicios para su mejor conocimiento.


1. Debemos distinguir, en primer lugar, tres términos de diferente alcance conceptual pero muy relacionados.

• Los etnónimos, que constituyen los “nombres que sirven para designar una comunidad étnica y que son de general aceptación y uso por sus integrantes para autodenominarse”;1 pero entre ellos debe distinguirse el endoetnónimo —que es la autodenominación en la lengua propia— del exoetnónimo, el cual resulta de la referencia al etnónimo en otra lengua. Un ejemplo de endoetnónimo puede ser el de fulbé, usado por este gran pueblo que habita en varios países de África occidental y ejemplos de exoetnónimos pueden ser afluí, bafilache, foula, fula, fulanke, filani, fellata, fuulbe, peul, peulh, etc., referidos por otros pueblos vecinos o transcriptos a partir de lenguas de estirpe grecolatina y árabe.

1 Rafael López Valdés: Componentes africanos en el etnos cubano, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1985, p. 54.

• Las denominaciones étnicas, que son “los nombres con que fueron conocidas ciertas comunidades étnicas en un contexto histórico determinado, y que no fueron usados con fines de autodenominación, al menos en sus regiones de origen, por los miembros de esas sociedades”.2 Estas denominaciones son exógenas al etnos3 de referencia y su sonido y significado no siempre coinciden con el sentido que determinado pueblo le otorga a su etnónimo. Tal es el ejemplo de la denominación takwa, usada por los yoruba para referirse a sus norteños vecinos los nupe.

2 Ídem.

3 Cuando se hace referencia al etnos o etnia se incluye el conjunto del grupo humano independientemente de su ubicación territorial según los actuales países. Por ello no se emplea el término grupo étnico ni minoría étnica, ya que poseen otra significación conceptual cuanticualitativa. (Ver Jesús Guanche: Componentes étnicos de la nación cubana, Fundación Fernando Ortiz, UNSAC, La Habana, 1996, pp. 5-6).

• Las denominaciones metaétnicas son términos muy abarcadores y genéricos que incluyen grupos de pueblos africanos, pero que generalmente designan topónimos e hidrónimos. Si bien delimitan territorios o cuencas fluviales, también incluyen los etnónimos y las denominaciones étnicas. Tales son los ejemplos del término lucumí respecto de pueblos kwahablantes; del término mina respecto de muchos pueblos de la llamada Costa de Oro, o del término congo (en su estricta acepción fluvial y territorial) en relación con muchos pueblos bantúhablantes. Este tipo de denominación genérica, creada por el tráfico esclavista y sostenida durante siglos en los documentos oficiales y manuscritos, es la que más complica el estudio, pues aunque ofrece cierta delimitación espacial operativa se mezclan unas y otras, debido a la propia dinámica histórica del trasiego de mercancía humana.4

4 Ver Hugo Thomas: La trata de esclavos, Historia del tráfico de seres humanos de 1440 a 1870, Editorial Planeta, Barcelona, 1998, pp. 330-367 y 666-703.


2. Los estudios acerca de la procedencia de los pueblos africanos han estado muy marcados por la relación gnoseológica emic/etic5 de los clasificantes (estudiosos), sin tomar plenamente en consideración el punto de vista de los clasificados (estudiados). La visión del otro, desde el paradigma cultural occidental, ha condicionado la interpretación y valoración de los datos cargados de juicios parciales y tendenciosos. Por otro lado, el avance más reciente de la africanística en lo geográfico, antropológico, lingüístico y sociocultural permiten nuevas lecturas desde los lugares y pueblos de referencia.

5 Articulación dialéctica entre los factores emotivos y conductuales del conocimiento en contextos culturales propios respecto de contextos culturales ajenos. (Ver Gustavo Bueno: Nosotros y ellos. Ensayo de reconstrucción de la distinción emic/etic de Pike, Pentalfa Ediciones, Oviedo, 1990).


3. Muchos etnónimos, denominaciones étnicas y metaétnicas han pasado al español hablado y escrito a partir de otras lenguas no africanas (árabe, español, francés, holandés, inglés, portugués...), lo que genera múltiples transcripciones según las muy diversas interpretaciones fonológicas. De ahí la amplísima variación de términos homófonos que aparecen para designar determinado pueblo, lengua o territorio.

Estos factores han sido tomados en consideración, tanto para referirnos a los estudios y clasificaciones precedentes, como para valorar el alcance y complejidad de las múltiples denominaciones de los componentes étnicos africanos en la etapa formativa de la cultura cubana.

En el ámbito clasificatorio relacionado con la antropología sociocultural, ya hace varias décadas que Edmund R. Leach6 advertía sobre el peligro de subordinar la complejidad de la realidad objeto de estudio al modelo empleado para clasificar. Por ello considera la clasificación como un procedimiento puramente ad hoc [y reconoce] que cualquier clasificación útil hoy día, será probablemente un frustrante obstáculo dentro de diez o quince años, cuando los intereses del investigador hayan cambiado.7 Claro que el valor relativo de la clasificación como procedimiento no puede depender solo de los intereses del investigador, sino conjuntamente del grado de los conocimientos adquiridos en determinados campos y de los propios métodos empleados.

6 Ver “Problemas de clasificación en antropología social” , en José R. Llobera (comp.): La antropología como ciencia, Barcelona, 1975, pp. 311-315.

7 Ibídem, p. 313.

A lo anterior debemos añadir cómo ha sido tratado el tema de los etnónimos y las denominaciones étnicas en África. Una reflexión crítica de Kwame Anthony Appiad8 enjuicia la divulgada opinión de suponer que todos los etnos, grupos étnicos y minorías étnicas contemporáneos de África son descendientes de diversas “tribus”. Si bien este proceso se desarrolló durante la época precolonial entre los pequeños estados akan en el actual suroeste de Ghana y al sudeste de Costa de Marfil, la inmensa mayoría de los pueblos africanos tienen etnogénesis muy complejas y cambiantes y no dependen necesariamente de la tribu como estructura social básica. De ahí que resulta improcedente hablar de los etnos contemporáneos como si fueran “tribus” o derivaciones de estas.

8 Ethnicity and Identity in Africa: An Interpretation, en el sitio web: http://www. africana.com/Articles/tt_417.htm

Durante la época precolonial, las identidades tribales no eran siquiera la estructura de organización social más importante. Muchos pueblos reconocían su pertenencia a clanes y linajes, y estos se subdividían en familias ampliadas. La propia estructura y organización espacial de las viviendas de una comunidad ha sido un fiel reflejo de los vínculos y la identidad familiar y clánica.

Paralelamente, hay que considerar, al interior de muchas comunidades étnicas, el sentido de pertenencia a grupos de edades y de género. Los miembros de un grupo etario se encuentran juntos en diversas actividades sociales y sus roles de edad y género cambian según su maduración en el ciclo vital y respecto de su ascendencia de linaje. Estos nexos y su sentido de pertenencia condicionan la autodenominación étnica o etnónimo de un grupo en su propia lengua, independientemente de las relaciones con los pueblos vecinos.

Sin embargo, a partir de la época colonial la situación cambia por completo. Por ello: “Es a menudo útil no enfocar tanto la historia de un grupo de personas y sus descendientes como la historia de un nombre particular o «etnónimo». Muchos etnónimos africanos contemporáneos son producto de la interacción entre las ideas de los oficiales coloniales y los antropólogos, por una parte, y por otro de la preexistencia de maneras de clasificar a los pueblos de África y a otras muchas sociedades precoloniales”.9

9 Ídem.


De este modo, los etnónimos africanos se manifiestan en los siguientes niveles:

1. Los que caracterizan a los estados precoloniales. Los etnónimos actuales más fáciles de identificar se relacionan con aquellos pueblos ya constituidos mucho antes de la presencia europea a través de la costa atlántica, tales como los achanti (asante) en África occidental, los buganda en África oriental y los zulú y swazi en Sudáfrica. “Cuando los antropólogos y los oficiales europeos llegaron a África, estaban convencidos que esas personas vivían en tribus. Algunos de los primeros exploradores europeos se refirieron a los gobernantes de los estados precoloniales como «reyes», y a «los achanti», «los buganda» o «los zulú» como «reinos» o «países». Pero a principios del siglo xx, cuando estos fueron incorporados al Imperio Británico, fue «normal» referirse a sus gobernantes como «jefes» y a sus ciudadanos como miembros de «tribus»”.10

10 Ídem.


Esta distorsión desde el paradigma colonial europeo trastrocó el sentido de identidad a partir de las diferentes reglas de dominación impuestas, todo lo cual también se reflejó en las denominaciones en América.

2. Los que caracterizan grupos culturales. Muchos etnónimos actuales identifican grupos relacionados por la lengua y por un conjunto de tradiciones culturales comunes, aunque no tienen vínculos de pertenencia a determinada unidad política. Tal es el término bantú (bantu), el cual constituye una denominación etnolingüística que abarca cientos de grupos de África centro-oriental y del sur. Es un término profundamente etnocéntrico, pues en la mayoría de estas lenguas significa persona, gente (en singular muntu) por lo que incluye un fuerte sentido de identidad y a la vez de distinción respecto de lo que no es bantú.

Los elementos comunes de estas lenguas provienen del “protobantú”, la más antigua lengua hablada por los pueblos africanos melanodermos del área central, cuyos descendientes emigraron durante siglos al sur y al este. Esto no significa que todos los hablantes actuales de alguna de las lenguas bantú tengan necesariamente una descendencia común, pues las dinámicas migratorias y los cruces culturales son procesos mucho más complejos y cambiantes.

De manera análoga, el término akan en África occidental se refiere a varios pueblos en Ghana y Costa de Marfil, como los achanti, adansi, fanti, agni, anyi, akwapim, anufo y gonja. Los hablantes de las lenguas kwa de los pueblos akan se entienden entre sí y la mayoría domina dos o más dialectos principales. Otros rasgos culturales refuerzan el sentido de identidad común, como el reconocimiento de la descendencia matrilineal.

Otro ejemplo es el del papel identitario de la lengua y del islam entre los hausá y los dyula en África occidental. Los lazos históricos y culturales de ambos pueblos mediante el comercio transahariano propiciaron la formación y el desarrollo del estado precolonial hausá de Kano al norte de Nigeria y el dyula de Kong al norte de Costa de Marfil. Hoy día las lenguas hausá y dyula siguen siendo los medios de comunicación oral habituales en el comercio.

3. Los que fueron creados a partir de la época colonial. Aunque muchos etnónimos se derivan de palabras africanas, algunos de ellos fueron empleados para designar un grupo de pueblos diferentes que han vivido y aún viven en una misma región. Tal es el término inglés Igboland (la tierra de los ibo) que abarcó el área sudoriental de la actual Nigeria. Estos pueblos, como los propios ibo y los ibibio, idjo, ekoi y otros, hablan lenguas relacionadas, pero no se entienden entre sí; a la vez que poseen diferentes niveles de organización social, desde consejos de ancianos en comunidades pequeñas hasta sistemas políticos centralizados.

Sus líderes religiosos tenían la responsabilidad de conducir los rituales y ocuparse de la salud y las cosechas, pero no eran identificados con la lógica occidental de un jefe político. Sin embargo, la administración colonial trató a los sacerdotes como jefes y les exigió que asumieran cargos políticos. Por este camino homogeneizante: “El poder británico también empezó a considerar a todas las personas que hablaron las lenguas relacionadas de esta región como hablantes de dialectos diferentes de un [supuesto] idioma llamado «Igbo»”.11

11 Ídem.


4. Los que fueron inventados desde la visión del otro. Otros etnónimos, que de hecho surgieron como denominaciones étnicas totalmente exógenas, agruparon a personas sin un origen común. El término coromanti fue referido a los esclavos africanos que durante los siglos xvii y xviii eran vendidos para ser llevados hacia América en los mercados de la costa occidental correspondiente a la actual Ghana. La mayoría de estos esclavos eran capturados y trasladados desde diferentes regiones, sin embargo, el comercio impuso una falsa identidad “tribal”.12

12 Se conoce que hacia 1675 los esclavos coromanti, akanhablantes, participaron en rebeliones de Barbados.

Algo semejante ha sucedido con el término bosquimano (bushman, hombre del bosque), empleado en Angola, Botswana, Namibia y Sudáfrica para designar a un heterogéneo grupo de personas con rasgos físicos muy parecidos y hablantes de las lenguas khoisan, pero que tampoco se entienden entre sí. Tales son las minorías koroca de la costa sudoccidental de Angola, los naron, auen kung y haikum del desierto de Kalahari (Botswana y Namibia). En Sudáfrica se emplea para cualquier persona no considerada bantuoide (melanodermo) o europoide (leucodermo), por lo que también posee una connotación “racial”. Esta última característica es la más cercana a la problemática de los componentes africanos en Cuba, pues la inmensa mayoría de las variaciones denominativas está impregnada por la visión del otro.

 

II. Los precursores de los estudios etnohistóricos: la visión del otro desde Europa y Norteamérica

La imagen real o tergiversada del africano de los diversos viajeros y viajeras durante el siglo xix no solo sirve de antecedente a los estudios que desde muy temprano se han realizado, sino que paralelamente brindan puntos de vista cercanos al interés de observación que luego ha sistematizado la antropología cultural.

La observación directa e indirecta realizada por viajeros y viajeras europeos y estadounidenses sobre la esclavitud moderna y la vida cotidiana de los esclavos está muy marcada por la experiencia adquirida en sus lugares de procedencia. Algunos la ven como rechazo a una etapa superada por ingleses y franceses. Otros, como referencia comparativa con el recalcitrante sur de los Estados Unidos de América o como hecho “natural” de la historia humana.

En las “Cartas habaneras”del inglés Francis Robert Jameson, encontramos ya en 1820 el reconocimiento de la diversidad de africanos que, en condición de esclavos, laboran en la Isla, así como sus modos de agrupamiento:

Las diferentes naciones a que pertenecen los negros en África son señaladas en las colonias tanto por los dueños como por los esclavos; los primeros, considerándolos caracterizados diversamente de acuerdo con las cualidades que encuentran en ellos, y los últimos, agrupándose con verdadero espíritu nacionalista en las asociaciones autorizadas por sus dueños. Cada tribu o pueblo tiene un rey elegido entre ellos, al que si bien no pueden colocar en un trono con toda la gloria de Shanti, visten con toda la grandeza salvaje en los días de fiesta en que se les permite reunirse. En estas ceremonias (que tienen lugar generalmente todos los domingos y días de fiesta) se reúnen numerosos esclavos para rendir homenaje con una especie de alegría solemne, que hace dudar si tiene por objeto ridiculizar o rememorar su condición de antaño. El gonggong (al que se ha dado el nombre cristiano de diablito), las cornetas y toda clase de instrumentos inarmónicos, son tocados por una banda ruidosa, acompañados de palmadas, gritos y golpes en todo cuanto para hacer ruido tengan a la mano, mientras todo el grupo baila con una furia maniática hasta caer exhaustos.1

1 Francis Robert Jameson: “Cartas habaneras”, en Juan Pérez de la Riva: La isla de Cuba vista por los extranjeros, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1981, p. 34.


La visión prejuiciada de la música africana y su canto antifonal salta a la vista, debido al obvio desconocimiento de sus características diferenciales respecto de la música europea. Jameson, sin embargo, no detalla aún posibles denominaciones de acuerdo con la procedencia territorial u origen étnico. Años más tarde, el presbítero norteamericano Abiel Abbot (1770-1828) describe en sus Cartas (1828) varias referencias acerca de las denominaciones dadas a los africanos según sus lugares de procedencia, así como de determinadas características físicas y del carácter que contribuían a condicionar las relaciones comerciales, debido a las preferencias o rechazos de unos y otros:

En el transcurso del día escuché una conversación entre varios colonos y por ella supe que los negros de África poseen una característica especial que corresponde a sus lugares de origen. Los “Garroballe 2 son orgullosos; los “Mandingos” (mandingas) son excelentes trabajadores, corpulentos, capaces y contentos, y numerosos: los “Gangars” (gangás) ladron es y propensos a fugarse, aunque de buen corazón y más numerosos. Los Congos son de pequeña estatura. Los Ashanttes (ashantis) son aquí muy escasos, porque son muy poderosos en su país. El Fantee (fanti) es vengativo y muy dado a escaparse. Los que proceden de la Costa de Oro son poderosos. Los Ebros (ibos o ebos), son menos negros que los otros y tienen el pelo menos rizado.3

2 Posiblemente se trata de una trascripción fonética hecha por el autor de la palabra carabalí (Nota de la edición citada).

3 Abiel Abbot: Cartas, Consejo Nacional de Cultura, La Habana, 1965.


Las anteriores características van condicionando estereotipos que propician o limitan la importación desde África y la propia compra-venta en la Isla. Este autor, por su condición de ministro protestante enfermo, se mantuvo a cierta distancia de la vida en los barracones de esclavos. La referencia que señala acerca de los fanti, por ejemplo, la detalla posteriormente y la relaciona con las conductas suicidas de los carabalí frente a su desesperada situación social, en la visita que efectúa a un ingenio azucarero de Camarioca (Matanzas) el 4 de marzo de 1828, con una dotación de 170 esclavos.

La importancia de una bohea diseñada en este plan fue sugerida por la conducta feroz y desesperada de un negro Fantee de esta hacienda, dos años atrás. Este hombre se había encolerizado por motivo del castigo impuesto a su esposa por un capataz negro de su propia nación, y tramó vengarse, para lo cual aseguró con cuerda la puerta del que él consideraba su enemigo y dio candela a la bohea por dos lugares. Al primer negro que escapó del edificio lo mató a puñaladas, confundiéndolo con su enemigo, pero dándose cuenta de su error, atacó al capataz cuando éste salió después, quien trató de parar sus golpes con su látigo, pero una cuchillada le cortó la yugular. El desesperado negro se cortó inmediatamente la garganta y, para estar seguro de morir, se enterró en el pecho su propio puñal.

Al reseñar una tragedia tan sangrienta y singular, debemos destacar la idea que en muchos de los negros es muy poderosa, y es que esperan al morir volver a su patria nativa. Esta creencia es tan fuerte en los Carrobalees [carabalí] que el suicidio es frecuente entre ellos. En una hacienda, ocho de estos hombres descarriados fueron encontrados ahorcados, en una misma noche. El Sr. W., conjeturando que esta noción había influido en las mentes del asesino y de los suicidas, hizo reunir a los negros de la plantación, y con las ruinas humeantes todavía del bohea, la mitad del cual había sido destruida, redujo su cadáver a cenizas y las dispersó a todos los vientos, para aterrorizar a los supervivientes y desalentar a los futuros suicidas.4

4 Ibídem, p. 77.


Abbot no hace comentario alguno sobre la medida represiva del “Sr. W.”, que, obviamente, resulta más brutal que la vieja idea de regresar al lugar de origen mediante otra concepción de la vida y la muerte.

La distinción cualitativa que observa posteriormente en los componentes étnicos africanos le permite discernir en aspectos esenciales de su organología tradicional, como el cordófono bambá de los congo, análogo al birimbao de Brasil, y un peculiar idiófono de los mandinga, semejante a la actual marímbula, tal como se conoce en Cuba.5

5 Ibídem, pp. 359-360.


Casi tres lustros más tarde, en sus Notas sobre Cuba (1841-1843), el médico norteamericano John G. Wurdemann (1810-1849) refiere el nivel de estima hacia los lucumí que tienen los compradores de esclavos, su tendencia al suicidio, la presencia de jerarquías intraétnicas, sus semejanzas con los carabalí y sus diferencias respecto de los gangá, mandinga, congo y otros grupos, así como una evidente subestimación de sus capacidades de insubordinación y rebelión.

Cuando son traídos por el negrero, se los desembarca en la costa, cerca de las plantaciones para las que el cargamento humano ha sido comprado de antemano; o bien se los remite por tierra a La Habana, donde son divididos conforme a sus diferentes tribus, cuyo valor difiere en correspondencia con sus capacidades físicas o mentales. Por ejemplo, los lucumíes son gallardos hombres atléticos, y, cuando no los preocupan sus mayorales, excelentes trabajadores, pues superan en inteligencia a todos los otros negros. Son, sin embargo, audaces y testarudos si se les trata sin juicio; y como han estado en su país al frente de las tribus belicosas, si ya han llegado a la edad viril cuando son traídos a la costa, se inclinan mucho a resistir la opresión indebida de sus amos. Son muy propensos a suicidarse, pues creen como todos los africanos que después de la muerte son retransportados a su país natal.

Uno de mis amigos, quien había comprado ocho recién traídos de la costa, encontró poco después un motivo para castigar ligeramente a uno de ellos. El castigo del látigo se aplica al culpable tendido boca abajo, y cuando se ordenó al negro que se colocara en esa posición, los otros siete se tendieron con él e insistieron en ser también castigados. La petición, empero, no fue concedida; pero se les dijo que, si alguna vez lo requerían, el castigo sería infligido. Continúo la narración con las palabras de mi amigo, aunque no puedo dar gráfica descripción de la escena que siguió. “El muchacho fue castigado —dijo— antes del almuerzo, y no hacía mucho que me había sentado a la mesa cuando vino el contramayoral (un mayoral negro) a la puerta y me dijo que fuera a donde estaban los negros, porque estaban muy excitados y cantaban y bailaban. De inmediato tomé mis pistolas, y montado a caballo fui con él al lugar. Los ocho negros, cada uno con una cuerda atada al cuello, al vernos, se dispersaron en diferentes direcciones, buscando árboles en que ahorcarse. Ayudados por los otros esclavos, todos nos apresuramos a ir tras ellos, pero dos consiguieron matarse; los demás, como les cortamos la cuerda antes que la vida se les extinguiera, se recuperaron. Se llamó al capitán del partido para que hiciera su reconocimiento de los cadáveres, a los cuales examinó con minuciosidad para ver si podía descubrir alguna marca de látigo; pero, por fortuna para mí, no encontró una sola; de lo contrario, yo habría tenido que pagar una creciente cuenta.

Los otros rehusaron de trabajar, y yo pregunté al capitán que si yo los castigaba y ellos se suicidaban después, se me acusaría del resultado; él me respondió que sin duda lo que sería si él encontraba la más pequeña señal de lesión en sus cuerpos. Mis vecinos me ofrecieron entonces llevarse uno cada uno para sus casas, pero ellos no consintieron en ser separados y yo no sabía qué hacer; cuando de pronto determiné correr el riesgo de violar la ley y castigué a los seis. Ellos marcharon a trabajar enseguida; ahora están en la cuadrilla y son los que mejor se portan de todos mis negros.

Los carabalíes son como los lucumíes, de genio vivo, y requieren ser vigilados; sus vecinos, los lalas, son similares a ellos, y ambos se entremezclan por lo general con los primeros. A consecuencia de las propensiones belicosas de estas tribus, son hechos prisioneros en África y vendidos a los negreros. Los gangas y los mandingas son los más dóciles y confiables. Los congos son estúpidos, grandes aficionados a la bebida y los placeres sensuales; los longos son difíciles de enseñar, pero son activos; los maguas son tan salvajes como los congos; los qüisis son como los mandingas, y muy buscados por su honradez; los brichís y los minas se parecen un tanto a los lucumíes, pero tienen marcas diferentes; mientras los bibís son notables por su animada disposición. Estas diferentes tribus se distinguen por sus cortes y tatuajes peculiares en sus caras y cuerpos, o por su estatura y costumbres, pues algunas están libres de marcas.

Traen de África consigo toda su animosidad original de unos contra otros, y en muchos casos han sido hechos prisioneros por otra tribu y así transportados a Cuba, y es a menudo tarea difícil para el mayoral decidir correctamente entre las mutuas acusaciones que ante él se hacen y distinguir entre lo verdadero y lo falso. Estos celos mutuos, también, impedirán siempre que la combinación de un número grande de ellos para propósitos de insurrección permanezca largo tiempo secreta, y con su presente población esclava Cuba no necesita temer nunca un levantamiento simultáneo.6

6 John G. Wurdemann: Notas sobre Cuba, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1989, pp. 306-309.


De este modo Wurdemann trata de caracterizar y comparar doce grupos africanos de manera muy epitelial, atendiendo a determinadas actitudes, capacidades laborales y aspectos externos. Sin embargo, su errónea valoración neutraliza toda posibilidad de rebelión.

A mediados del propio siglo, la viajera sueca Fredrika Bremer (1801-1865), de formación liberal y progresista, también refiere en sus Cartas desde Cuba (1851) una de sus varias vivencias y reiteradas visitas a los barracones de esclavos. En este caso, es la dotación del ingenio Ariadna, en Matanzas:

Mi anfitrión, el señor Chartrain, es un francés vivo, charlatán y cortés, que posee gran agudeza y sagacidad, y tengo que agradecerle muchas informaciones valiosas sobre, por ejemplo, las distintas tribus africanas, su carácter, su vida y su estructura social en la costa, de donde procede la mayoría de los esclavos. Por lo general, es allí donde los jefes de tribus africanas los venden, según acuerdos con los tratantes blancos. El señor Chartrain ha estado en la región, por lo cual es una fuente digna de crédito. Gracias a él he aprendido también a diferenciar las diversas tribus, según sus rasgos característicos y las maneras de tatuarse. Así, he aprendido a conocer a los del Congo, llamados “los franceses de África”; un pueblo animoso, alegre, pero frívolo. Los negros del Congo tienen el rostro con la nariz hundida hacia dentro, bocas anchas, dientes soberbios, labios gruesos, pómulos altos; tienen cuerpos robustos y anchos, pero son de poca estatura. Los negros de Gangás están bastante próximos a los del Congo. En cambio, los lucumíes y mandingas, las más nobles de las tribus costeras, son altos, con rasgos atractivos, con frecuencia not ablemente regulares y aun finos, y son de carácter serio. De la tribu de los mandinga salen por lo general los sacerdotes y los adivinos negros. Los lucumíes son un pueblo orgulloso y guerrero; al principio de su esclavitud, son difíciles de manejar. Aman la libertad y son fácilmente irritables; pero si se les trata bien y con justicia (¡la justicia que pueden recibir cuando se les mantiene como esclavos!), en pocos años se convierten en los mejores trabajadores y en los más dignos de confianza en las plantaciones. Los carabalíes son también un buen pueblo, aunque más perezosos y descuidados. Entre ellos he visto algunos ejemplares magníficos. Tienen las narices planas y los rostros más anchos que los lucumíes, y su carácter es menos serio. Todos los negros aquí están tatuados en el rostro; algunos en torno a los ojos; otros, en los pómulos, etcétera, de acuerdo con la nación a que pertenecen. La mayoría, también los hombres, usa collares de cuentas rojas o azules; las rojas son semillas de un árbol existente en la isla, las cuales tienen un brillante color rojo coral.7 Tanto los hombres como las mujeres llevan, en su mayoría, telas de algodón a cuadros en torno a la cabeza. Hay aquí también un negro de la tribu fulá: un hombre pequeño, con rasgos finos y pelo largo, negro y brillante, lo cual parece que es característico de este grupo. Éstas son las razas principales y los caracteres que he conocido aquí.8

7 Se refiere a la peonía (Abrus precatorius Lin.), cuyas “semillas, preciosas, color rojo de coral con un punto negro, se emplean para hacer collares y adornos. [...] Esta planta se conoce, además, por los nombres de jequirity, peonía de Santo Tomás, peronía y pepusa”. (Ver Juan Tomás Roig: Diccionario botánico de nombres vulgares cubanos, Editora del Consejo Nacional de Universidades, La Habana, 1965).

8 Fredrica Bremen: Cartas desde Cuba, Editorial de Arte y Literatura, La Habana, 1980, pp. 80-81.


Más adelante, en su visita al ingenio Santa Amelia en Matanzas, reitera la propensión de los lucumí al suicidio ante la crudeza de la esclavitud. Asimismo se refiere al nivel civilizatorio alcanzado en sus áreas de procedencia, su espiritualidad, la simbólica dieta para el viaje, los tributos más preciados y el afán de regresar con sus ancestros.

Esta plantación es mucho mayor que la que visité en Limonar, y una gran parte de los esclavos —unos doscientos en total— acaba de llegar de África y tiene un aspecto mucho más salvaje que los que yo vi en Ariadna. Se les explota aquí también mucho más duramente en el trabajo, porque de veinticuatro horas tienen sólo cuatro y media de descanso, es decir, para comer y dormir, ¡y esto durante seis o siete meses al año! El resto del año —“la estación muerta”, como la llaman—, los esclavos pueden dormir durante toda la noche. Bien es verdad que también ahora cuentan con una noche a la semana para dormir, y parece que les dan unas horas de descanso, un domingo sí y otro no, por la mañana. Es extraordinario que los seres humanos puedan soportar vivir de esta manera. ¡Y, con todo, veo aquí negros corpulentos, que han estado en la plantación veinte o treinta años! Cuando los negros se han acostumbrado al trabajo y a la vida en la plantación, parece que los soportan bien. Pero, durante los primeros años, cuando llegan, independientes y salvajes desde África, adaptarse les parece difícil, y muchos tratan de librarse de la esclavitud suicidándose. Esto sucede a menudo entre los lucumíes, que parecen pertenecer a una de las razas más nobles de África, y no hace mucho tiempo que encontraron a once lucumíes ahorcados en las ramas de una mata de guásima (...) un árbol con ramas largas y horizontales. Todos se habían atado el almuerzo en una faja alrededor de la cintura, porque los africanos creen que el que muere aquí resucita inmediatamente a una nueva vida en su tierra natal. Por ello, muchas esclavas colocan alrededor del cadáver de los suicidas el chal o el pañuelo que les es más querido: porque creen que así llegarán hasta sus parientes, en el suelo nativo, y les llevará un saludo de su parte. Se han visto cadáveres de esclavos cubiertos de centenares de prendas de esta clase.

Me dicen aquí que sólo la severidad da resultados cuando hay que tratar esclavos; que éstos siempre tienen que sentir el látigo sobre sí; que son un pueblo ingrato; que en la rebelión del año 1846 fueron los amos más tolerantes los que primero fueron asesinados con sus familias y que los severos fueron llevados por sus propios esclavos a los bosques, para ocultarlos de los rebeldes; me dicen que para ser amado de los esclavos hay que ser temido. Yo no lo creo. Tal cosa no está en la naturaleza de los hombres.9

9 Ibídem, pp. 100-101.


Fredrika Bremer fue una firme antiesclavista, que dio a conocer a la opinión pública de su época los horrores de la esclavitud, la pérdida de la condición humana. Para ello recorrió desde los fétidos barracones hasta los cabildos de africanos libres y sus descendientes en las ciudades. Sus observaciones in situ permiten discernir las características de un cabildo lucumí habanero, respecto de otro gangá o congo, con sus peculiaridades.10

10 Ibídem, pp. 153-158.


Estas vivencias tamizadas por el paradigma cultural de occidente, independientemente de sus valoraciones, aportan datos de sumo interés, que contribuyen a confrontarlos con los estudios que se inician también desde la primera mitad del siglo xix.