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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Carla Bracale

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El matrimonio más adecuado, n.º 1855 - julio 2016

Título original: If the Stick Turns Pink…

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2004

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8701-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

Ten cuidado con lo que deseas… puede hacerse realidad. El viejo dicho resonaba en la mente de Melanie Jenkins mientras sacaba con manos temblorosas el test de embarazo de la bolsa de la farmacia.

Seis semanas antes había deseado y rezado para que estuviera embarazada. No había ningún romance en su vida ni ningún «señor perfecto» en el horizonte, pero había trazado un plan para conseguir lo que quería.

En tres minutos sabría si su deseo se había cumplido. El único problema era que ya no estaba segura de querer que se hiciera realidad. Si estaba embarazada perdería al hombre que amaba. Y si no lo estaba, seguiría viviendo con él pero su sueño no se cumpliría.

Sacó el test de la caja, deseando poder dar marcha atrás y cambiar las reglas. Pero no podía. Ella era quien había establecido las normas, y no era justo cambiarlas. Entonces, ¿qué era lo que quería? En realidad no importaba. Le daba igual cuál fuera el resultado del test, porque a la larga iba a perder algo.

–Bien –murmuró–. Veamos si se vuelve rosa…

Capítulo 1

 

Melanie Watters ni siquiera habría pensado en ello si no hubiera visto desnudo a Bailey Jenkins, su mejor amigo y confidente.

Durante las últimas semanas se habían encontrado cada día en el estanque de Bailey para nadar un rato por la tarde. Pero ese día era más pronto de lo normal, porque no había habido colegio, sino citas con los padres de los niños. A las dos Melanie había tenido una reunión con los padres de sus pequeños alumnos, y su trabajo había terminado pronto.

Se había puesto el bañador en los vestuarios del colegio y después había conducido hasta la casa de Bailey.

La camioneta granate de su amigo estaba aparcada frente a su atractivo rancho blanco, pero en vez de entrar en la casa se dirigió a su oficina, situada en el granero. Bailey era el único veterinario de la pequeña ciudad de Foxrun y casi siempre se le podía encontrar en el granero, haciendo papeleo con el ordenador o cuidando a algún animal.

Pero tampoco estaba allí, así que Melanie fue hacia el estanque que durante las últimas semanas les había proporcionado algo de alivio ante el calor inusual de la primavera. Al acercarse oyó chapoteos, pero los arbustos de zarzamoras le impedían ver el agua.

Rodeó los arbustos y se quedó helada al ver a Bailey. Estaba de pie en un pequeño embarcadero de madera, le daba la espalda y era evidente que se había estado bañando sin ropa.

El sol de la tarde jugaba con sus hombros amplios y bronceados y con su cintura delgada, mientras acentuaba la musculatura de su trasero y de sus piernas. Melanie ahogó un grito y se escondió tras los arbustos, sintiendo que el corazón le latía a toda velocidad. Siempre había sabido que Bailey tenía un buen físico, pero nunca se había dado cuenta de que era tan atractivo.

«Ya basta», se dijo. Era Bailey… Bailey, su mejor amigo, el que le había sostenido la frente cuando ella había vomitado a los dieciséis años por beber demasiado licor de endrina. Bailey, su confidente, el que había escuchado todos sus miedos cuando le habían diagnosticado cáncer a su madre un año atrás, una enfermedad que afortunadamente estaba remitiendo.

Muy bien, eso le había servido para recordar que Bailey no sólo era su mejor amigo, sino que también era un hombre. Respiró profundamente para recobrar la calma y gritó:

–¡Hola, Bailey!, ¿estás ahí?

–Mellie… espera un momento, no estoy presentable.

–Tú nunca lo estás –contestó ella esforzándose por conseguir el tono burlón que siempre había marcado su amistad.

–Muy bien. Ya puedes venir –Melanie rodeó los arbustos y lo vio de pie en el embarcadero, pero esa vez llevaba unos pantalones cortos vaqueros–. Has llegado antes –dijo mientras se sentaba en el borde, metiendo los pies en el agua.

Ella se acercó y se sentó a su lado.

–Hemos tenido reuniones con los padres todo el día y he terminado pronto. Tengo que volver esta tarde para ver a otros padres que trabajan por la mañana.

¿El pecho de Bailey siempre había sido tan ancho y siempre había tenido la cantidad perfecta de vello oscuro en el centro? ¿Por qué no se había dado cuenta antes?

–¿Has hablado con los padres de Johnny Anderson sobre sus problemas de comportamiento?

Melanie frunció el ceño.

–Según su madre no tiene problemas. Es atrevido y está lleno de vida.

Bailey se rió y se le formaron unas pequeñas arruguitas junto a sus ojos de color azul oscuro.

–¿Le dijiste a la señora Anderson que el pequeño Johnny tiene todas las papeletas para ser un delincuente de primera?

Melanie recogió las piernas contra el pecho y las rodeó con los brazos, evitando mirar a su amigo.

–Sólo tiene siete años, hay tiempo para salvarlo. He decidido dedicarle más tiempo y esfuerzo, aunque no esté en mi clase el año que viene.

Con el rabillo del ojo vio que Bailey sacudía la cabeza.

–Tienes mucha más paciencia que yo, Mellie. Algún día serás una madre estupenda.

Sus palabras le produjeron una punzada de dolor. ¿Cuándo?, quería gritar. ¿Cuándo tendría la oportunidad de ser madre? Tenía veintinueve años y no salía con nadie.

–Vamos –Bailey se levantó ágilmente y le tendió una mano–. Nademos un poco para quitarnos la frustración de encima.

Ella dejó que la ayudara a levantarse, se quitó la camiseta y se metieron juntos al estanque.

Durante una hora estuvieron haciendo carreras en el agua y haciéndose ahogadillas. Normalmente Melanie se relajaba mucho, pero ese día era diferente, porque había visto a Bailey desnudo. Por primera vez se dio cuenta de que el sol le arrancaba destellos rojizos a su cabello de color marrón oscuro y de que al sonreír sus labios se curvaban de una forma muy sensual.

Había sido su mejor amigo desde el instituto, y nunca había pensado en Bailey como en un hombre… solamente había sido Bailey. Pero tenía que enfrentarse al hecho de que era un hombre increíblemente atractivo, y eso la hacía tener extraños pensamientos.

–Ha sido estupendo –dijo Bailey tumbándose de espaldas sobre el embarcadero.

–Sí –contestó Melanie mientras se volvía a poner la camiseta–. ¿Cómo te ha ido el día?

–Horrible –contestó sin dudar–. Mi vida se ha convertido en una pesadilla desde que hace dos noches anunciaron en la reunión local que soy el juez del concurso Miss Vaca Lechera.

Miss Vaca Lechera era un concurso de belleza anual que se celebraba el cuatro de julio.

–¿Una pesadilla? ¿Por qué?

Él se puso de lado y se apoyó en un codo.

–¿Tienes idea de cuántas jóvenes y madres hay en esta ciudad? Tengo la nevera llena de guisos sospechosos que me han enviado desde el día de la reunión.

Melanie se rió.

–Eso no es tan malo. Yo preferiría comer uno de esos guisos sospechosos antes que cualquier cosa que tú prepararas.

–Ja, ja, muy graciosa –contestó secamente mientras se sentaba–. Lo digo en serio, creo que la situación se va a descontrolar. Cindy Canfield trajo a su gato esta tarde. Pensaba que el pequeño Buffy estaba deprimido, y se pasó la siguiente media hora explicándome por qué debería ser Miss Vaca Lechera. Ayer Blanche Withers me hizo una interpretación dramática en medio de la tienda de comestibles.

–El concurso es muy atractivo, no sólo por la tiara y las apariciones en público que hay que hacer durante todo el año, sino porque la ganadora también se lleva un coche, ¿no?

–Sí, un descapotable rosa, y también hay un premio en metálico de mil dólares. Todas las aspirantes de la ciudad ya están dando signos de la locura de Miss Vaca Lechera.

–Y supongo que este año es peor, porque la anterior ganadora consiguió llegar a Hollywood –una amiga de una amiga había enviado una foto de Rachel Warner, la última Miss, a una agencia de modelos de California. La joven había aparecido recientemente en varios anuncios de televisión.

–No, eso tampoco ayuda.

–Y eso que aún queda más de un mes para el concurso.

–No me lo recuerdes –gruñó Bailey–. En este momento podría haber una aspirante en mi cama, deseando usar sus artimañas femeninas para ganar la corona. ¡Maldito Tanner Rothman!

Tanner Rothman, que vivía en una finca cercana a la casa de Bailey, era un atractivo ranchero que en un principio había sido elegido el juez del concurso, pero había dimitido al casarse dos semanas antes.

–El otro día conocí a su esposa –dijo Melanie–. Colette. Es muy agradable, y va a abrir una tienda de ropa de bebé en el antiguo almacén de Main.

–Todavía no puedo creer que Tanner haya dejado la hermandad de los solteros –dijo Bailey sacudiendo la cabeza–. El año que viene sugeriré al comité del concurso que escojan a un hombre casado para que sea el juez.

La idea que había empezado a germinar cuando Melanie vio a Bailey desnudo comenzó a tomar forma.

–Es una pena que no estés casado ahora. Además de ser uno de los hombres más codiciados de la ciudad, ahora también eres poderoso. Una combinación embriagadora.

–Tú misma lo estás diciendo –recogió el reloj de pulsera, que había dejado en el embarcadero, y lo echó un vistazo–. Tengo que volver. Debo examinar a un par de animales.

Ella asintió con la cabeza, se levantaron y comenzaron a andar hacia el rancho. Melanie no podía dejar de pensar en Bailey… tenía pensamientos muy peligrosos. Intentó desesperadamente concentrarse en el paisaje que la rodeaba, en cualquier cosa menos en lo que estaba pensando.

–Sé cómo resolver el problema de las mujeres que te asedian –dijo finalmente sin darse tiempo a cambiar de idea sobre lo que estaba a punto de sugerir.

–¿Cómo?

–Cásate conmigo.

Bailey dio un resoplido.

–Sí, claro, arruinar mi vida por un asqueroso concurso de belleza.

–Muchas gracias –contestó Melanie, incapaz de evitar la punzada de dolor que sintió al escucharlo.

Bailey debió de haber notado el dolor en su voz, porque se detuvo y le tomó las manos. Aunque la había tomado las manos mil veces antes, en esa ocasión a Melanie se le aceleró el pulso.

–Mellie, ya sabes que no lo he dicho a propósito. Sabes lo que pienso del matrimonio. Nunca más –la soltó y siguió caminando.

Melanie corrió para alcanzarlo.

–Pero esto sería diferente. Porque no sería para siempre.

Bailey volvió a detenerse y la miró confuso.

–¿De qué estás hablando?

–Sería un matrimonio temporal que nos beneficiaría a los dos –se preguntó si su amigo era consciente de lo atractivo que estaba con el cabello húmedo y peinado hacia atrás.

Él la observó como si se hubiera vuelto totalmente loca.

–No es que me lo esté pensando, pero dime, ¿qué tipo de beneficio nos aportaría ese matrimonio?

–A ti te quitaría de encima la avalancha de aspirantes. Ninguna mujer aparecerá en tu cama si eres un hombre casado.

–¿Y tú que sacarías de eso?

Ella dudó un momento.

–Estaríamos casados hasta después del concurso Miss Vaca Lechera y… hasta que me dieras un bebé.

–¡Por Dios! ¿Te has vuelto loca? –se dio la vuelta y echó a andar, y Melanie tuvo que correr otra vez para alcanzarlo.

–Sólo sería un matrimonio temporal –continuó ella–. Nos casaríamos como amigos y nos divorciaríamos como amigos. Tú te libras de las solteras ansiosas de conseguir la corona y yo me quedo embarazada.

–No quiero hablar de esto, es una locura –habían llegado al coche de Melanie, aparcado frente al granero, y él se apoyó en el guardabarros delantero–. Mellie, no soy el hombre apropiado para lo que estás pensando.

–Bailey, eres el único hombre en mi vida.

Él la miró con algo de lástima.

–Cariño, algún día encontrarás al hombre perfecto, te casarás y tendrás muchos niños. Date tiempo.

–¡Ya casi no queda tiempo! –exclamó–. Y ya conoces mi historial cuando se trata de encontrar al «señor perfecto». Apesta.

–Eso es porque eres muy exigente.

–Bailey, piénsalo. Quiero que mi madre conozca a mi hijo antes de que sea demasiado tarde.

Él la miró alarmado.

–¿Ha vuelto el cáncer?

–No, pero no le han garantizado que no vuelva a aparecer. Sabes cuánto deseo un bebé, Bailey. Por favor, piénsalo. Eres mi mejor amigo, ¿no puedes hacer esto por mí?

 

 

Bailey estaba atónito. Estudió el rostro de la que había sido su mejor amiga desde que tenía uso de razón, y le pareció ver a una desconocida.

–Mellie, sabes que después del desastre con Stephanie juré que no me volvería a casar.

Ella agitó las manos con desdén.

–Stephanie era una trepa con la cabeza vacía que no te merecía.

Él sonrió.

–En eso estoy de acuerdo contigo.

–Sólo sería un matrimonio temporal –repitió–. Y después no te pediría nada. Tú dame el bebé y después me marcharé feliz.

Bailey se acercó a ella y le puso una mano en el rostro.

–Mellie, sabes que haría cualquier cosa por ti. Cuando estábamos en quinto le di una paliza a Harley Raymond porque te insultó.

Melanie sonrió ligeramente.

–Por lo que yo recuerdo, Harley Raymond te hizo picadillo.

–Vale, puede que tengas razón, pero lo hice por ti. En el instituto toleré que me vistieras de etiqueta para llevarte al baile. Haría cualquier cosa por ti… excepto esto –dejó caer la mano.

Ella se encogió de hombros y le dedicó la sonrisa traviesa que a él le resultaba tan familiar.

–Sólo era una idea.

Bailey se relajó.

–¿Qué planes tienes para esta tarde?

–Tengo reuniones con los padres hasta las ocho. Y tengo que presentar las notas finales antes de que acabe la semana y la escuela cierre por vacaciones de verano. Seguramente empezaré a trabajar en ellas esta noche. ¿Y tú?

–Probablemente comeré un poco de uno de esos guisos sospechosos y me acostaré temprano. Tengo una cirugía de castración mañana a las siete.

–¿Te parece si vemos una película mañana por la noche? –sugirió Melanie. Las noches de los viernes solían pasarlas juntos, saliendo a cenar o yendo al viejo teatro de la ciudad.

–¿Qué tal si alquilamos una? Podemos verla aquí. Haré palomitas.

Ella asintió con la cabeza y se acercó a la puerta del coche.

–Suena bien. ¿Sobre las siete?

–Perfecto –dijo mientras la veía meterse en el coche. El sol hacía brillar su cabello rojizo y rizado.

La despidió con la mano y sonrió al ver que se alejaba. Después metió las manos en los bolsillos y frunció el ceño. ¿Qué le había pasado para proponerle una locura semejante?, se preguntó mientras se dirigía al granero para hacer una revisión a los animales que tenía a su cargo.

Ni Mellie ni él habían tenido suerte con los romances, pero tenían una relación de amistad absolutamente maravillosa, y Bailey nunca haría nada que la pusiera en peligro. Y nada podía arruinar las cosas más que un matrimonio.

Veinte minutos antes le habría dicho a cualquiera que Melanie Watters era la mujer más segura que conocía. Era brillante, lógica y tenía los pies en la tierra. Pero eso había sido antes de que le hablara de matrimonio y del embarazo. Bailey pensó que tal vez ese ataque de locura se debía a que al final de ese año cumplía los treinta.

Salió del granero y entró en la casa por la puerta trasera hasta la amplia cocina que casi nunca usaba. Como soltero que era, la mayoría de sus comidas eran de microondas o del restaurante local. Sólo disfrutaba de comidas de verdad cuando su madre o Melanie se apiadaban de él y le cocinaban algo. Pero en ese momento lo último que quería era cenar. Sólo deseaba darse una ducha y tomarse una cerveza fría.