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28001 Madrid

© 2010 Shirley Kawa-Jump, LLC. Todos los derechos reservados.
SI EL ZAPATO ME VALE…, N.º 2378 - enero 2011
Título original: If the Red Slipper Fits…
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
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I.S.B.N.: 978-84-671-9740-2
Editor responsable: Luis Pugni

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Si el zapato me vale…

SHIRLEY JUMP

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Capítulo 1

Sarah Griffin vio cómo pasaba el zapato rojo volando ante ella y desaparecía por la ventana. La conmoción la dejó paralizada durante unos segundos, hasta que el horror de lo que acababa de suceder le hizo reaccionar y lanzarse por el zapato de tacón de diseño Frederik K, único de su clase en el mundo. Pero ya era demasiado tarde.

El zapato que iba a servir para lanzar o hundir su carrera acababa de caer desde un tercer piso a la calle.

–¿Cómo has podido hacer eso? –exclamó, sin obtener respuesta de su hermana pequeña, que estaba a poco más de un metro de la ventana–. ¿No sabes lo importante que es ese zapato?

Sarah se asomó por la ventana para tratar de localizar el zapato en la acera. Nada, nada, y de pronto…

Allí estaba. Junto a un cubo de basura. Experimentó un intenso alivio. El zapato parecía intacto, al menos desde allí, pero no llegaría a saberlo con certeza hasta que lo recogiera. Corrió hacia la puerta.

–¿Adónde vas? –preguntó su hermana, sorprendida.

Sarah se detuvo y miró a Diana, boquiabierta. ¿Realmente esperaba que se quedara allí para terminar la discusión?

Diana Griffin era una mujer menuda, pero poseía un cuerpo sorprendentemente fuerte. Se pasaba las tardes golpeando un saco en el gimnasio, hasta el punto de que habían tenido que cambiarlo dos veces en los dos años que llevaba acudiendo. No se jugaba con Diana. Sarah lo sabía, pero no había seguido su propio consejo. La mezcla del genio de Diana con su propia tendencia a expresar abiertamente sus sentimientos solía acabar en desastre.

–Tengo que recuperar ese zapato –dijo Sarah–. Ya sabes lo que pasará si…

–Olvídalo –replicó Diana en tono despreocupado–. Sólo es un zapato. Si quieres unos realmente bonitos, puedo darte alguno de los míos.

Sarah no ocultó su exasperación mientras pasaba junto a Diana.

–No entiendes nada, hermanita. Nunca entiendes nada.

–¿Que es lo que no entiendo? ¿Que tratas de nuevo de arruinar mi vida?

Drama. Siempre había dramas con su hermana pequeña. Era como si Diana no hubiera obtenido suficiente atención siendo niña y no hubiera parado nunca de buscarla. De ahí la rabieta que había acabado con el lanzamiento del zapato. Sarah había visto a más de una diva de las pasarelas montando el mismo numerito por ridiculeces sin importancia. Era la clase de comportamiento que llenaba las páginas de cotilleo de Behind the Scenes… escritas por la propia Sarah.

Estaba harta del drama, de las actitudes caprichosas de las personas sobre las que escribía. Al menos por una vez, le gustaría conocer a alguien que rompiera los estereotipos que propagaba con sus artículos, alguien sincero, que admitiera que el mundillo de la moda era tan superficial como un charco, y que había cosas más importantes en la vida que protagonizar la página seis.

–No tengo tiempo para esto, Diana –Sarah abrió la puerta, bajó las escaleras rápidamente y salió a toda prisa a la ajetreada calle de su barrio de Manhattan.

El brillante sol del exterior la cegó por un momento, pero enseguida giró hacia la derecha, hacia los cubos de basura de la señora Sampson, esperando ver el zapato donde lo había localizado hacía unos segundos.

Pero, al margen de unas latas aplastadas y unos restos de fruta, allí no había nada.

El zapato había desaparecido.

El pánico atenazó la garganta de Sarah. No podía haber desaparecido así como así. Era imposible. ¿Quién habría podido querer llevarse un único zapato de tacón? ¿Y para qué?

Y precisamente aquel zapato, nada práctico y útil tan sólo para ocasiones especiales.

Pero si el zapato ya no estaba allí significaba que alguien se lo había llevado. ¿Pero quién?

Miró a su alrededor, en busca de alguien que llevara un zapato de tacón rojo. La gente abarrotaba las aceras, caminando rápidamente hacia sus destinos. Nadie sostenía un zapato.

Un hombre alto, de pelo negro y vestido con un traje azul oscuro a rayas se había detenido de espaldas a unos metros de ella. Vio que se encogía de hombros y buscaba algo en el interior de su chaqueta antes de seguir avanzando. ¿Tendría el zapato?

Sarah lo observó un momento más y decidió que no. Parecía un tipo demasiado normal como para recoger un zapato de la calle y llevárselo. De todos modos se planteó la posibilidad de correr tras él, pero vio que tomaba un taxi antes de que le diera tiempo a reaccionar. Maldición.

El zapato debía seguir por allí, en algún lugar. Se inclinó de nuevo junto a los cubos de basura. ¿Se lo habría llevado alguna rata? Aquella posibilidad hizo que se le revolviera el estómago. Miró por todas partes, incluso bajo los contenedores.

No había ningún calzado a la vista.

El pánico empezó a aumentar, amenazando con dejarla sin aire. Aquello no podía estar pasando. Karl iba a matarla. No, no sólo iba a matarla; iba a descuartizarla y a colgar su cuerpo decapitado en el aparcamiento como ejemplo de idiotez.

¿Cómo iba a ascender de la sección de cotilleo de la revista a la de moda si no era capaz de conservar ni un simple zapato? No era sólo el Frederik K lo que había salido volando por la ventana; eran todos los sueños que había tenido para su carrera.

Llevaba meses deseando ser trasladada al equipo editorial de Smart Fashion, la revista mensual de moda editada por la misma compañía que editaba la de cotilleo. Una era la publicación deslumbrante y respetada por la industria editorial; la otra era su hermanastra. En su momento, trabajar para ésta había supuesto un buen sueldo, algo que necesitaba desesperadamente. Se había tomado aquel trabajo como algo temporal.

Pero aquel trabajo estaba durando más de lo esperado y cada día lo odiaba más. Trasladarse a Smart Fashion y escribir sobre las tendencias actuales en joyería y longitud de faldas no exigía precisamente una profunda investigación periodística, pero era un paso en la dirección correcta. Un paso en dirección opuesta a los años que llevaba escribiendo sobre cómo vivía la gente «sofisticada» y «glamurosa».

Estaba cansada de trabajar en la sombra, de mantener su futuro a la espera. Por tonto que pareciera, aquel zapato había sido el símbolo de todo lo que pretendía cambiar en su trabajo, en sí misma y, sobre todo, en su vida.

Pasaron quince minutos de frenética búsqueda antes de que admitiera que el zapato había desaparecido. Volvió al apartamento y se dirigió directamente a la ventana, ignorando a Diana, que seguía sentada en el sofá pintándose las uñas, totalmente inconsciente del daño que acababa de causar. Y si era consciente, le daba igual…

Ambas cosas eran típicas de Diana.

Sarah y su hermana compartían muchas cosas en el departamento de los genes; ambas eran delgadas, ambas tenían el pelo castaño y largo, con un toque rojizo que se volvía dorado tras tomar mucho el sol, y ambas tenían los ojos verdes. Pero en lo referente a la sensibilidad y la empatía, había muchos días en que Sarah se preguntaba qué había pasado con las de su hermana. Quería a Diana, pero la incapacidad de ésta para identificarse con los problemas de los demás suponía una traba en su relación. Era como si Diana hubiera decidido que Sarah ya se preocupaba lo suficiente por las dos.

–Que siga ahí, por favor –susurró mientras volvía a asomarse por la ventana.

Nada. El zapato había desaparecido.

–Estoy muerta –murmuró mientras se sentaba en el suelo del apartamento.

–No sé por qué te alteras tanto por algo así –dijo Diana mientras se miraba las uñas–. Es sólo un zapato.

–Es mi trabajo –«y mucho más», pensó Sarah, pero no lo dijo. Su hermana nunca llegaría a entender lo que representaba aquel zapato. Era mucho más que su primer proyecto para la revista Smart Fashion. En realidad sólo se trataba de un cuarto de página sobre el lanzamiento de la nueva línea de diseño Frederick K, con una crítica sobre el primer zapato de tacón de la colección. Pero al menos era un comienzo, y eso era lo que necesitaba.

No podía hacer comprender a Diana que aquel zapato de tacón rojo representaba todo lo que siempre había querido… y que hasta el momento le había sido negado.

–Ese zapato es único, un prototipo que se suponía que nadie debía ver antes de la presentación de la moda de primavera. Nadie.

–Tú lo has visto –dijo Diana con un encogimiento de hombros–. Yo te compro otro par.

–El problema es que no puedes comprar otros. Nadie puede llevarlos antes de las pasarelas de primavera. Mi jefe me los confió para que los guardara, y ahora…

¿Qué iba a hacer? ¿Cómo iba a explicar lo sucedido? Sólo faltaban tres días para la sesión fotográfica, y sólo quedaba un zapato. La revista lo tenía todo listo. Los principales diseñadores del país mostrarían sus creaciones para el año siguiente y los comentarios sobre sus nuevos diseños resonarían durante días por todo Nueva York. Era la semana más importante del año para la revista, una semana en que la tensión y las expectativas alcanzaban cotas muy elevadas.

No podía hacer comprender eso a Diana, y tampoco podía hacerle comprender por qué se había llevado los zapatos a casa. Y explicárselo a Karl iba a ser aún más difícil que contarle que había perdido uno de los zapatos.

«¿Por qué te has llevado esos zapatos únicos a casa, Sarah?»

«Porque pensaba que tenerlos, aunque sólo fuera un rato, transformaría mi vida».

–Tenemos un problema y debemos enfrentarnos a él enseguida –Diana dejó a un lado la lima de uñas y luego sacó un pintalabios rojo.

–Ése es el eufemismo del año. Tú solita acabas de ocuparte de destrozar mi carrera. Muchas gracias, Diana.

–No me refería a ese tonto zapato –Diana suspiró–. Me refería a papá. No vas a traerlo a vivir a mi apartamento. Tengo una vida de la que ocuparme.

¿Ya estaban otra vez con eso? Sarah sabía que no debería sorprenderse. Cuando Diana se empeñaba en hablar de un tema, no paraba hasta obtener la respuesta que buscaba. Preferiblemente, la que la absolvía de toda responsabilidad.

Sarah había interpretado durante años el papel de niñera. Cuando su madre se puso enferma por primera vez, fue Sarah quien ocupó su lugar. El dolor por el cáncer de su esposa paralizó a su padre, dejando a Sarah con dos opciones: dejar que todo se fuera al diablo o tomar el puesto de su madre.

Bridget Griffin sufrió su enfermedad durante diez años antes de morir. Sarah ya debería haberse hecho a la idea de lo que iba a suceder, pero cuando llegó el momento sintió que se abría un terrible vacío en su vida, un vacío que debía averiguar cómo llenar. «Vive tu vida», le dijo su padre.

«¿Qué vida?» quiso contestar ella. Llevaba años volcada en su familia, sin tiempo para salir a divertirse, para soñar, para pensar en lo que iba a hacer con su vida.

Pero Diana sí pudo hacerlo. Sarah se aseguró de que su hermana pequeña experimentara todo aquello, las salidas, las fiestas, los bailes del instituto, aunque ello supusiera para ella tener que quedarse esperándola en casa, o trabajar muchas horas para poder pagar los sueños de Diana.

Su padre trabajó duro toda su vida, pero el sueldo de un policía no daba para demasiado. Según fue empeorando la enfermedad de su mujer se volvió menos atento a los problemas económicos de la familia, de manera que Sarah se tuvo que poner a trabajar para ayudar al presupuesto familiar.

Aquello hizo que pusiera su propia vida en suspenso durante tanto tiempo que prácticamente olvidó lo que era tener una vida propia al margen del trabajo. Hasta que decidió que necesitaba un cambio… y pensó que el primer paso sería llevarse los zapatos Frederik K a casa.

Pero iba a ser difícil dar el primer paso contando con un solo zapato.

–Lo prometiste, Diana –dijo, volviendo su atención al problema que tenían entre manos: qué hacer con su padre–. No puedes echarte atrás sólo porque te resulte inconveniente.

Su hermana hizo una mueca de desagrado.

–No puedo dejarlo todo sólo porque hayas decidido que papá ya ha estado lo suficiente contigo. Tengo un trabajo, amigos…

–¿Y yo no?

Diana reprimió una risita.

–No quiero ser mala, hermanita, pero lo cierto es que tienes tanta vida social como el papel de la pared. Yo salgo cada noche. No puedo dedicarme a hacer de canguro de papá.

–Yo también suelo estar fuera de casa. Más noches de las que me gustaría.

–Sí, escribiendo sobre cómo viven otros. Eso no te convierte precisamente en una mariposa social.

Sarah hizo caso omiso de las palabras de su hermana. La revista le pagaba para que se ocupara de aquellos temas, y hacerlo le dejaba muy poco tiempo libre para hacer algo más que observar y escribir. Era ella la que estaba siendo responsable, cumpliendo su deber como hija al haber dejado que su padre se alojara con ella durante una temporada.

–Me estoy ocupando de mi trabajo, hermanita, algo en lo que podría concentrarme mejor si cumplieras tu promesa. Papá tampoco va a quedarse tanto tiempo contigo.

Lo cierto era que Sarah tampoco podía decir aquello con total certeza. Su padre ya llevaba más de un año en su apartamento. Tras la muerte de su mujer, Martin había deambulado como un fantasma por el hogar familiar hasta que Sarah lo había convencido para que lo vendiera. A pesar de su malhumor, su padre parecía disfrutar viviendo con ella, y trataba de ayudar a su manera.

A pesar de todo, Sarah quería recuperar su independencia. Quería disfrutar de la libertad de no preocuparse. Las responsabilidades le pesaban tanto que le sorprendía no estar ya totalmente encorvada. Había llegado el momento de que Diana asumiera parte de aquellas responsabilidades.

Pero Diana no quería y nunca había querido ninguna responsabilidad. Posiblemente, Sarah se había equivocado al ser tan indulgente con su hermana pequeña.

Diana guardó el pintalabios y sacó de su bolso un cepillo para el pelo y un espejo de mano.

–Estoy planificando el Baile Benéfico de la Sociedad de Horticultura. Es mi primer trabajo serio desde que terminé mis estudios y es superimportante, Sarah. No tengo tiempo para distracciones.

Sarah no mencionó que el trabajo que acababa de mencionar su hermana era voluntario y que se lo había dado la madre de su novio, presidenta de la Sociedad de Horticultura. Diana aún tenía que encontrar un trabajo que le durase más de unas semanas.

–Estás hablando de tu padre –contestó, exasperada.

–Deja que se quede aquí –dijo Diana mientras seguía peinándose–. A fin de cuentas, tú siempre le has caído mejor.

–Papá nos quiere a las dos igual.

Diana rió sin humor.

–Tengo dos perros, Sarah, y uno me gusta más que el otro.

–Somos sus hijas, no sus perros. Los lazos familiares son más profundos que los que se pueden establecer con cualquier mascota.

–Pero a ti se te da mucho mejor cuidar a papá. Yo ni siquiera me llevo bien con él.

–¿Y qué mejor forma de construir una relación que conviviendo con él? –dijo Sarah con una firme sonrisa.

–Preferiría comprarle unas entradas para el próximo partido de los Mets.

–Lo siento, hermanita, pero es tu turno –Sarah se cruzó de brazos–. Puede que hoy hayas destrozado mi carrera, pero no pienso permitir que también te libres de esto. Papá se trasladará a tu apartamento a finales de mes –habían tenido aquella misma discusión hacía media hora… y había acabado con Diana tomando lo primero que había encontrado a mano y lanzándolo por la ventana.

Pero Sarah ya no estaba dispuesta a echarse atrás. Ya llevaba demasiado tiempo teniendo que renunciar a sus planes. El día que salió de la oficina con aquellos zapatos de diseño impulsivamente guardados en su bolso fue el día en que decidió que iba a dejar de ser la responsable, la persona de la que dependía todo. Si no se plantaba con firmeza y exigía que los que la rodeaban cambiaran, todo seguiría igual, y ésa no era una opción… aunque en aquellos momentos estaba demasiado preocupada por el maldito zapato como para no sentirse responsable.

–Pero… –trató de protestar Diana.

–Nada de peros. Ya está acordado. No pienso volver a tener esta discusión. Si logro encontrar ese zapato, voy a estar trabajando sin parar en la revista. Ésta es mi gran oportunidad. A papá no le gusta nada quedarse solo, y ya sabes cómo se pone si no hay nadie con él.

–No puedo. Tengo…

–Tu padre te necesita, Diana –interrumpió Sarah con firmeza–. No hay más que hablar.

–En eso te equivocas –murmuró Diana.

Sarah no pudo evitar que el instinto maternal que había desarrollado hacia su hermana pequeña a lo largo de aquellos años aflorara. ¿Le sucedería algo? Su preciosa hermanita raramente se mostraba vulnerable o débil. Sin embargo, creyó percibir cierta melancolía en su expresión.

–¿Te sucede algo, Diana? –preguntó a la vez que alargaba una mano hacia ella.

Pero Diana se levantó, guardó el cepillo y el espejo en el bolsillo y se encaminó hacia la puerta.

–Sería un desastre que papá se trasladara a vivir conmigo. Deja que se quede contigo, por favor. Todo será más fácil así.

Por un instante, Sarah estuvo a punto de echarse atrás, pero entonces Diana pronunció las palabras que hicieron que su decisión se volviera ya inamovible.

–Enfréntate a la realidad, Sarah. Tú eres la persona en la que nosotros nos apoyamos. Tú eres la única responsable de la familia.

–Pero no quiero serlo –dijo Sarah mientras su hermana salía del apartamento–. Ya no quiero serlo más.

Caleb Lewis dejó el zapato en la estantería que había tras su escritorio y a continuación se sentó a contemplarlo. De la talla siete, elegante con todas sus curvas rojas y con el cierre en forma de una fina T, el zapato había caído literalmente del cielo en sus manos. ¿Qué posibilidades había de que sucediera algo así?

Tenía que ser una falsificación. No podía tratarse del prototipo supersecreto de la esperada colección Frederik

K. Desde que había abierto sus puertas, las mujeres no habían dejado de comprar cada vestido, blusa y falda que el célebre diseñador de Boston hacía. Hacían cola durante horas sólo por tener la oportunidad de comprar uno de sus vestidos de diseño.

Frederik K era el nuevo juguete de la industria de la moda, y la empresa Diseños LL no paraba de tratar de estar a su altura desde que había entrado en el mercado. Hacía poco más de un año que Caleb se había hecho cargo de la empresa de su madre, cuando Diseños LL estaba en la cima de su popularidad. Casi de inmediato, Frederik K había aparecido en escena y sus diseños habían ido hundiendo poco a poco a Diseños LL.

Caleb llevaba meses tratando de sacar adelante el negocio, pero le faltaba la visión comercial de su madre para el diseño de ropa femenina, y el resto de las creaciones de los diseñadores de la empresa carecía del toque especial que solía darles su madre. Caleb no sabía exactamente qué faltaba, sólo que los productos no eran los mismos.

Nada era lo mismo desde que había ocupado el puesto de su madre, puesto que no debería haber ocupado.

Pero en aquel momento las opciones eran casi nulas. Leonora había enfermado de repente y había tenido que retirarse. Sin la fundadora de la empresa a cargo, los empleados habían empezado a sentir pánico. La única opción era cubrir el puesto de director con alguien que se preocupara tanto por la empresa como lo había hecho Leonora. Se suponía que Caleb ocupaba la posición temporalmente, hasta que pudiera permitirse contratar a alguien adecuado.

Caleb no había tardado mucho en darse cuenta de que su interés por la compañía no podía suplir su falta de experiencia. Debería haber sido más listo y haber contratado al menos a un nuevo jefe de diseño. Pero los fondos de la empresa habían ido disminuyendo y el dinero para aumentar la plantilla había desaparecido.

Al principio pensó que podría con ello. A fin de cuentas, se trataba de un simple negocio de vestidos y blusas. Tampoco podía ser tan difícil.

Pero no era precisamente fácil, y apenas tenía nada que ver con lo que solía hacer un ex director de marketing. Caleb sabía cómo vender un producto al consumidor; el problema residía en cómo crear un producto que gustara a los consumidores.

Los pases de moda de la primavera eran la oportunidad de salir adelante o de hundirse definitivamente para Diseños LL. U obtenía la atención del público aquel año, o tendría que cerrar y admitir que había echado por tierra el trabajo que su madre había realizado durante años. Si supiera lo que estaba sucediendo con su empresa…

–¿No será ese…? –Martha Nessbaum, la secretaria de Caleb se detuvo ante el escritorio de éste y se llevó una mano a la boca.

Caleb ni siquiera la había oído entrar, lo que demostraba hasta qué punto estaba distraído aquellas últimas semanas.

–¿Lo es? –añadió Martha.

–Tal vez. Desde luego, encaja con la descripción.

–¿Puedo tocarlo?

–Sólo es un zapato, Martha, no un diamante.

–No es sólo un zapato, Caleb… es puro sexo en tacones.

Caleb rió. No esperaba aquel comentario de su sexagenaria secretaria.

–Las mujeres y los zapatos. Una vez que los investigadores descubran cómo curar el cáncer y resuelvan el misterio de Stonehenge, estoy seguro de que se pondrán a resolver ese enigma.

–¿Cómo lo has conseguido?

–Alguien lo ha perdido.

–¿Qué quieres decir con eso? ¿Quién podría perder algo así? –Martha entrecerró los ojos–. Espero que no lo hayas robado de la fábrica Frederik K.

Caleb rió.

–No estoy tan desesperado.

¿Pero cuánto faltaba para que lo estuviera? Diseños LL empleaba a cuatrocientas personas. Cuatrocientas personas que contaban con él para pagar sus hipotecas, enviar sus niños al colegio, comprar comida… No era sólo la posibilidad de destruir el legado de Leonora Lewis lo que le quitaba el sueño por las noches