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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Harlequin Books S.A.

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Ocurrió una noche, n.º 140 - enero 2014

Título original: Intimate Surrender

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2007

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

™ Harlequin Oro ® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-4104-8

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

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El legado de los Logan

 

Porque el derecho de nacimiento tiene sus privilegios, y los lazos de familia son muy fuertes

 

Dos rivales comparten una noche de pasión. ¿Podrá su amor terminar con una enemistad familiar de más de treinta años de antigüedad?

 

Katie Crosby: tras un glorioso cambio de aspecto, se había convertido en la más bella del baile. Incluso recibió un beso de su enemigo, Peter Logan. Aquel beso los condujo a una ardiente noche de sexo. Ahora, escondida de los rumores y de la prensa rosa, Katie se había dado cuenta de que estaba enamorada.

 

Peter Logan: era un hombre completamente centrado en su trabajo hasta que disfrutó de aquella noche de pasión con una bella desconocida. Sin embargo, ella desapareció y él tuvo que ir a buscarla. Con suerte y una tormenta muy oportuna, se vio de nuevo en brazos de Katie... ¡y preparado para hacer una proposición de por vida!

1

 

—No deberíamos irnos. No está bien que te dejemos aquí sola, y menos con la tormenta que se avecina.

Margie Taylor tenía el ceño fruncido de preocupación. En una de sus manos fuertes y estropeadas por el trabajo sostenía el asa de su maleta. Con su típico estoicismo, su marido, Clint, se la quitó y la metió tras el asiento de la furgoneta.

Katie Crosby consiguió sonreír pacientemente, como si Margie y ella no hubieran pasado las tres últimas horas hablando de lo mismo.

—No seas boba —le dijo—. Estaré perfectamente. Puedo cuidarme durante unos días, y tú me has dicho que has acordado con Darwin Simmons que venga al Bar S a dar de comer al ganado. No va a haber ningún problema.

—De todos modos, no me siento tranquila dejándote aquí sola. Ya sabes que siempre intentamos estar en el rancho cuando viene alguien de la familia a Sweetwater.

—Sé que Clint y tú os tomáis vuestro trabajo de encargados del rancho con toda la seriedad que requiere, pero también tenéis derecho a disfrutar de vuestra vida privada.

Margie miró a Katie con poco convencimiento, y Katie le estrechó la mano.

—Tu hija te necesita. Es su primer hijo, y seguramente estará asustada. Necesita a su madre.

La amarga ironía de aquellas palabras no se le escapó, pero Katie no le prestó atención al súbito dolor que sintió en el pecho.

—Tenéis que ir a Idaho Falls —continuó—. Yo me sentiría fatal si os perdierais el nacimiento de vuestro nieto por mi culpa.

—El hombre del tiempo dijo que esta tormenta va a ser fuerte.

—Entonces, será mejor que os apresuréis y os pongáis en camino para que no os alcance. Yo estaré bien, os lo prometo.

Entre Clint y ella, consiguieron por fin meter a Margie en la furgoneta, aunque la mujer todavía estaba muy preocupada.

Antes de marcharse, Clint bajó la ventanilla.

—Si hay un corte de electricidad, tendrás que conectar el generador —le dijo a Katie—. Las instrucciones están en la pared, junto al aparato.

—De acuerdo. Dadle un beso al pequeñín de mi parte, ¿de acuerdo?

Finalmente, el matrimonio se puso en marcha. Katie observó cómo la furgoneta se alejaba por el largo camino de gravilla, mientras un viento inusitadamente frío para marzo en Wyoming le mordía las mejillas. Alzó la cabeza hacia el cielo y un remolino de copos de nieve se le posó en la piel.

Katie inspiró el aire helado y después lo exhaló con un largo suspiro mientras se acariciaba el vientre, levemente abultado.

¿Cuándo, exactamente, se daba cuenta una mujer de que el control de su vida se le había escapado de las manos? Katie siempre había pensado que ella era una persona centrada.

Por supuesto, había tenido problemas, como todo el mundo. Su amiga Carrie la comparaba con un cangrejo ermitaño con agorafobia, y su madre aún pensaba que era una adolescente gorda de trece años de vista corta y con una grave adicción a la comida preparada.

Era posible que no tuviera todo el aplomo y la elegancia que cualquiera podría esperar de los vástagos de una de las familias más ricas del noroeste del país. Sin embargo, Katie siempre se había consolado pensando que había algo más importante que el encanto, la belleza y una cintura estrecha.

Ella era lista. Muy lista. No era arrogante por ello, simplemente, lo consideraba un hecho objetivo, como el tener ojos marrones, pelo castaño y un diminuto lunar en forma de corazón justo encima de la ceja izquierda.

Tenía una licenciatura cum laude por la universidad de Stanford, y había llegado a ser vicepresidenta de investigación y desarrollo de una de las empresas de informática más poderosas del mundo. Sabía que su hermano Trent confiaba en su lógica y en su juicio en Crosby Systems, y que a menudo se apoyaba en ella para la toma de decisiones de la junta directiva.

Entonces, ¿cómo era posible que se encontrara en aquella situación, embarazada y a punto de sufrir un ataque de pánico?

Dos días antes, cuando su ginecólogo le había confirmado las sospechas que no se atrevía a admitir, se había quedado aterrorizada. Ella había estado diciéndose que los mareos de aquellas últimas semanas tenían que ser causa de una gripe estomacal y había atribuido la falta de período a la fatiga.

Con la esperanza de descansar del estrés de su vida, se había ido al rancho, a su refugio personal, a recargar las baterías. Después de varias semanas trabajando a distancia, la fatiga y las náuseas no habían remitido. Había vuelto a Portland para asistir a una reunión ineludible y, aprovechando la oportunidad, había ido al médico. Su doctor le había dado aquella noticia tan asombrosa.

Sin saber cómo, había vuelto a su piso y se había quedado toda la noche sentada en el sofá del salón, con las cortinas echadas y la luz apagada.

A la mañana siguiente, lo único que quería era volver a su refugio, donde se sentía segura y calmada. Quizá el aire limpio de la montaña la ayudara a enfrentarse a la bomba atómica que acababa de hacer saltar en pedazos su ordenada vida.

Durante los días anteriores, había tenido más tiempo para hacerse a la idea de que iba a ser madre en seis meses, pero aún no sabía cómo iba a pasar el resto de su existencia. Desde que era pequeña, siempre había estado centrada en proyectos, objetivos y listas, así que, ¿cómo iba a arreglárselas siendo madre a los veintiocho años, sobre todo teniendo en cuenta que el padre de su hijo ni siquiera sabía su nombre verdadero?

Era cierto todo lo que le había dicho a Margie. Casi se alegraba que tuvieran planes para visitar a su hija y estar con ella durante el nacimiento de su nieto. Por mucho que quisiera a los encargados del rancho, el matrimonio siempre era demasiado protector con ella. Y, en aquel preciso instante, lo que necesitaba era soledad, tiempo para meditar y planear lo que iba a hacer con su vida. Una vida que incluía al pequeño que estaba creciendo en su vientre.

Un futuro que, por el contrario, no incluía al padre del niño, aunque ella deseara que las cosas fueran distintas.

Katie se apartó de la cabeza aquella estúpida idea. Una mujer lista nunca creería que el padre de su hijo y ella pudieran tener algo más que la maravillosa noche que habían compartido.

 

 

Una hora después puso otro tronco en el fuego en la enorme chimenea del salón y, estaba acomodándose en el sofá con una taza de chocolate caliente y un libro, en cuya lectura sabía que nunca podría concentrarse, cuando oyó el ruido del motor de un vehículo que se aproximaba.

¿Qué se les habría olvidado a Margie y a Clint? Si continuaban así, se verían atrapados en medio de la tormenta de nieve que se avecinaba.

Una ráfaga de viento helado entró en la casa cuando ella se apresuró a abrirles la puerta. Katie se estremeció y vio que, en el corto momento que había pasado desde que se había despedido de ellos, habían caído tres centímetros de nieve.

El sol se había escondido tras las montañas y, a la pálida luz del atardecer, distinguió una furgoneta de último modelo que se acercaba a la casa.

Entonces, no eran Margie y Clint. Qué raro. No le habían dicho que estuvieran esperando visita.

Desde la puerta de entrada, vio que un hombre alto y fuerte bajaba del vehículo. Vio también su pelo oscuro y ondulado y su cazadora de aviador de cuero. Y al instante, cuando él volvió la cara hacia ella, Katie notó que la taza se le resbalaba entre los dedos.

En el último momento, consiguió sujetarla para que no se le cayera al suelo. Se le derramó chocolate por los pantalones, pero apenas se dio cuenta. Sólo podía prestarle atención a un horrible suceso.

¡Él la había encontrado!

Mientras Peter Logan cerraba la puerta de su furgoneta y subía los escalones del porche, ella apenas podía respirar. Tuvo la tentación de meterse en casa, cerrar la puerta y poner una mesa como barricada. Le costó un gran esfuerzo mantener los puños apretados para no cubrirse el vientre y la diminuta vida que crecía dentro de él.

—Hola, Celeste —le dijo él con sarcasmo, llamándola por su segundo nombre.

—Peter. Qué... qué sorpresa —respondió Katie. Odiaba tartamudear, pero no pudo evitarlo.

—Seguro que sí es una sorpresa.

Ella no sabía qué decir. Tan sólo podía mirarlo, mientras recordaba cómo aquella boca apretada en un gesto de enfado había sido una vez tierna y sensual, y había explorado cada centímetro de su piel.

—¿Vas a quedarte ahí toda la noche, como si fuera el abominable hombre de las nieves, o eres lo suficientemente condescendiente como para dejarme entrar?

¿Tenía elección? Si la tuviera, lo habría dejado allí en el porche antes que enfrentarse a él. Pero ya sabía que un hombre como Peter Logan no permitiría que una puerta cerrada se interpusiera en su camino, así que no tenía más remedio que aceptar lo inevitable. Katie se apartó de la puerta para que entrara.

—¿Qué estás haciendo aquí, Peter?

—¿Te refieres a cómo he averiguado que estabas aquí?

—Sí. Eso también.

—¿No lees los periódicos, cariño?

Ella lo miró sin comprenderlo. Después de un instante, él se sacó un periódico doblado del bolsillo interior de la chaqueta y lo puso sobre la estrecha consola de la entrada.

Recelosamente, Katie tomó el periódico. Era un ejemplar del Portland Weekly, especializado en fisgonear en las vidas de los que movían los hilos en la ciudad.

Su mirada se fijó en la fotografía de portada y su estómago, ya de por sí revuelto, dio un vuelco. Era una fotografía de ellos dos, ambos elegantemente vestidos. Su espalda, desnuda debido al escote del vestido de diseñador que le había prestado una de sus mejores amigas, estaba en primer plano, pero nadie que viera la foto podría identificar con claridad a Peter Logan, y cualquiera podía ver que los dos se estaban besando apasionadamente.

Ella ya había visto aquella imagen. El periódico la había publicado en diciembre como parte de un reportaje sobre una subasta en beneficio de una clínica de fertilidad de Portland. El pie de fotografía sólo decía algo sobre que Peter había sido fotografiado besándose con una joven misteriosa. Cuando la habían publicado por primera vez, ella la había visto y le había dado gracias al cielo por que no se la reconociera.

Sin embargo, alguien lo había hecho. El titular que había sobre la foto decía:

 

Misterio resuelto: los vástagos de los Crosby y los Logan dejan a un lado la larga enemistad que mantienen sus familias para besarse.

 

Oh, no. Ella tomó aire. Aquello iba mal. Muy mal. Katie continuó leyendo.

 

Hace unos meses, este periódico informó de que el director general de Logan Corporation, el atractivo Peter Logan, había sido fotografiado mientras abrazaba apasionadamente a una misteriosa y glamurosa muchacha durante una subasta a beneficio de Children’s Connection, una institución a la que la familia Logan apoya firmemente. Poco después, los dos desaparecieron.

En aquel momento, Logan rehusó hacer declaraciones sobre la identidad de su acompañante, pero después de hacer algunas averiguaciones, Portland Weekly ha sabido que la bella muchacha no era otra que Katherine Crosby. Exacto, Crosby. Los rivales de los Logan dentro y fuera del mundo de los negocios.

¿Será su abrazo señal de que esa larga enemistad ha terminado?

Parece que, al menos para dos de los miembros de esas familias, así es.

Ni el señor Peter Logan ni la señorita Katherine Crosby estaban disponibles para hacer declaraciones, pero informaremos a nuestros lectores en cuanto tengamos algún detalle más de esta emocionante noticia.

 

Katie estuvo a punto de desmayarse. Sheila iba a enterarse de todo aquello. Y cuando lo supiera, Katie tendría que aguantar la rabia de su madre. La acusaría de ser desleal y de haberla traicionado.

Sólo el hecho de pensar en aquella inevitable escena hizo que se le hundieran los hombros de agotamiento.

—¿No tienes nada que decir? —le preguntó Peter, finalmente.

—Nunca me habían llamado glamurosa. Pero no es tan gratificante como yo había pensado.

La expresión de Peter se endureció.

—No me gusta que me tomen por tonto, Katherine.

—Kate —murmuró ella—. Casi todo el mundo me llama Katie o Kate.

—¿De verdad, Celeste? —le preguntó él, en tono de amargura.

«Oh, Katie. Menudo lío en el que estás metida». Embarazada de ese hombre abrumador, poderoso, increíblemente guapo, que la despreciaba a ella y despreciaba también a su familia. Si en aquel momento la odiaba, ¿cómo reaccionaría si descubría alguna vez el pequeño secreto que ella llevaba dentro?

Sin esperar invitación, él se quitó la chaqueta y la puso en el perchero. Después entró al salón y se dejó caer sobre uno de los sofás que había frente al fuego. Katie no tuvo más remedio que seguirlo. Se sentó en el brazo de otro de los sofás, intentando disimular su nerviosismo.

—Está bien. ¿A qué estás jugando?

—¿Cómo dices?

—¿A qué estás jugando? ¿Qué estabas intentando conseguir con tu pequeño engaño? ¿Por qué no me dijiste quién eras?

—No sé si tengo una buena respuesta para eso.

—Inténtalo —le ordenó él, en un tono inflexible.

Ella intentó dar con alguna explicación y, finalmente, pensó algo que sonaba medianamente lógico. En parte era la verdad, pero no completa.

—Katie Crosby es una persona bastante aburrida —le dijo después de un largo momento—. Sólo piensa en el trabajo. Supongo que le pareció excitante ser otra persona durante unas pocas horas. Alguien glamuroso, aventurero y... deseable. Me dejé llevar por la magia de la velada. Después de que nos... besáramos, tuve miedo de decirte quién era. Sabía que te enfadarías y me pareció mejor no decirte nada.

Peter la observó atentamente. Ella se mordió el labio inferior después de hablar, esperando a que él respondiera, y él se preguntó cómo era posible que una mujer pudiera parecer tan dulce e inocente cuando, en realidad, no era más que una víbora mentirosa.

Nunca se había sentido tan furioso. En realidad, debería haber tenido tiempo de sobra para que se le enfriara la sangre, porque habían pasado veinticuatro horas desde que su ayudante personal le había mostrado, tímidamente, aquel maldito periódico, y él había averiguado la identidad de su amante misteriosa, la que lo había estado obsesionando durante meses.

Había usado todos sus contactos para encontrarla y finalmente había dado con ella en aquel rancho de Wyoming, en medio de la nada. En una hora, su avión privado estaba listo, y en dos más había llegado a su destino desde Portland.

Durante todo aquel tiempo, había esperado que su ira se aplacase, recuperar su carácter reservado de siempre. Sin embargo, aquello no había ocurrido.

Aquella mujer esbelta y de aspecto delicado, con el pelo corto y los ojos enormes, que parecía una adolescente con aquellos pantalones vaqueros desgastados, se había reído de él. Todas las palabras que habían salido de sus labios exuberantes habían sido mentira.

Cuando pensaba en que lo había tenido obsesionado durante aquellos tres meses, en toda la energía y el tiempo que había malgastado buscándola, sólo podía sentir rabia y disgusto hacia sí mismo.

Una Crosby.

Sólo el nombre le dejaba un gusto amargo en la boca. ¡Qué idiota había sido al tirar por la borda años de lealtad familiar, de dedicación completa al apellido Logan, a causa de una bonita cara!

Sin embargo, sólo con ver a aquella mujer, su cuerpo reaccionaba instintivamente. La deseaba, incluso sabiendo quién era, y aquel descubrimiento lo enfurecía.

—Ha sido todo por el nuevo router que estamos desarrollando, ¿verdad? —le preguntó.

Debía de ser muy buena actriz, porque su expresión de desconcierto fue muy realista. Si no la conociera, habría creído que estaba completamente perdida.

—¿A qué te refieres? —le preguntó ella.

—Registraste mi escritorio mientras yo estaba dormido, ¿verdad? No intentes negarlo. ¿Encontraste algo interesante del proyecto?

Sus altos pómulos se colorearon de rojo.

—No sé de qué estás hablando.

—Claro. Ahora vas a decirme que no tenías ni idea de que Logan Corporation está a punto de revolucionar el mundo de las interconexiones informáticas con nuestro nano-router de interfaz periférico. Y por supuesto, Crosby Systems, que casualmente acaba de lanzar su propio programa de control de router, no tiene ningún interés en robar la tecnología que creará el sistema de interconexiones de trabajo más rápido del mundo. Vamos, Crosby, ¿crees que soy lo suficientemente idiota como para creerme dos veces tus mentiras?

Ella se quedó mirándolo con la boca abierta.

—¿Crees que aquella noche te estaba espiando? ¿Que soy una Mata-Hari del espionaje industrial y que te utilicé para conseguir secretos de tu empresa?

—Llegados a este punto, cariño, me espero cualquier cosa de ti.

—Porque soy una Crosby, ¿no es así?

—No sólo por que eres una Crosby, sino también porque eres una mentirosa, una... —Peter se mordió la lengua y consiguió reprimirse antes de pronunciar una palabra realmente insultante.

Él era un idiota. No podía soportar el hecho de pensar cómo iba a reaccionar su familia ante aquel error gigantesco que había cometido: había arriesgado todo el futuro de su empresa por un revolcón. Sería afortunado si su nombre continuaba en la puerta del despacho de director general. Demonios, sería afortunado si le permitían conservar el apellido que le habían dado cuando tenía seis años.

Nunca olvidaría lo mucho que les debía a Terrence y a Leslie Logan, la inmensa suerte que había tenido cuando lo habían adoptado dos años después de que su hijo biológico hubiera sido secuestrado. Detestaba pensar lo que habría ocurrido si no lo hubieran rescatado del orfanato de Children’s Connection. Posiblemente, habría acabado en las calles como su madre, o quizá en la cárcel.

Se lo debía todo. Su corazón, su sangre, su alma. Peter se imaginaba la decepción que sufriría Terrence cuando leyera aquel artículo del maldito tabloide, el dolor que se reflejaría en los ojos de Leslie. El nudo que tenía en el estómago se le hizo aún más tenso.