cub_jul1281.jpg

478.png

 

 

Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Harlequin Books, S.A.

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Bajo otra identidad, n.º 1281 - diciembre 2014

Título original: The Missing Maitland

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2002

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-5596-0

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Publicidad

Capítulo 1

 

Quién diablos es usted, señor?

El hombre, que estaba sentado detrás del volante de la furgoneta, giró la cabeza para mirar a la mujer, que ocupaba el asiento del copiloto. Si tenía miedo, se le daba muy bien ocultarlo. O tal vez, la joven de cabello rubio no se había dado cuenta de que, unos pocos minutos antes, en el exterior de la Clínica de Maternidad Maitland, había estado a punto de perder la vida.

—Trabajo como jardinero para la clínica —respondió él automáticamente.

Pensó que aquello era más o menos cierto. Durante las últimas dos semanas, había estado desempeñando aquella labor en la clínica. Sin embargo, no se había molestado en comunicarle a nadie que estaba haciendo mucho más que segar la hierba y recortar setos.

—No sabía que Austin se estaba convirtiendo en una ciudad tan violenta que los jardineros habían comenzado a llevar armas —replicó ella, con la voz teñida de sarcasmo.

Él se centró en el tráfico que los rodeaba y volvió a mirar por el retrovisor. Hasta aquel momento, no había vuelto a ver a los pistoleros. Creía que les había dado esquinazo unas cinco manzanas antes, pero con el tráfico que había a aquellas horas de la tarde, no se podía estar seguro. Además, no iba a bajar la guardia, especialmente cuando tenía que proteger la vida de otra persona además de la suya propia.

—Debería alegrarse de que yo tuviera una pistola encima, señorita. Si no, usted y yo podríamos estar muertos en estos momentos.

Al notar que la joven se echaba a temblar, él volvió a mirarla. Blossom Woodward. Ella era su única razón, su motivación para ir a Austin. Había ido para encontrar a la mujer cuyo rostro aparecía todos los días en la televisión. Ella había estado metiendo su preciosa nariz en su pasado y, al final, tanto husmear los había puesto a los dos en peligro.

Por su trabajo, él había aprendido que no se puede juzgar a las personas por su aspecto. Sin embargo, al mirarla, le resultaba muy difícil imaginarse que unos labios en apariencia tan deliciosos fueran capaces de escupir unos chismes tan crueles.

Sentada a pocos centímetros de él, Blossom tragó saliva, pero no por ello dejó su actitud desafiante.

—No estoy segura de que esos disparos estuvieran dirigidos a nosotros. Ni siquiera si eran disparos. Usted estaba tan ocupado tirándome al suelo que dudo mucho de que lo supiera usted mismo.

Él pisó de repente el freno para evitar chocarse contra una furgoneta de reparto que estaba aparcada en doble fila. Tras emitir un sonido de protesta, giró el volante para dirigir su vehículo hacia el tráfico que fluía por su izquierda. El movimiento fue recibido por una sonora pitada del vehículo que estaba detrás de él.

—No se engañe, señorita. Lo que le pasó tan cerca de su hermosa cabecita no eran cohetes de feria, sino balas.

Ella sacudió la cabeza con un gesto de desafío que convulsionó la larga melena rubia que le caía por la espalda. Él sabía que era una mujer muy hermosa. La había visto en televisión y en varias ocasiones, saliendo y entrando de la clínica. Todo en ella, desde su cremosa piel, hasta su cabello rubio, pasando por sus ojos azules relucía con la belleza de la juventud.

—Por si no lo había notado, señor, había otras personas en los jardines de la clínica —le espetó ella—. Cualquiera de ellos hubiera podido ser el objetivo de esos disparos. Podríamos haber descubierto lo que estaba pasando si usted no me hubiera metido en esta furgoneta y nos hubiera sacado a toda prisa de allí como si fuéramos animales asustados.

Él no se molestó en responder. La mujer no tenía ni idea de lo que estaba pasando y así quería él que siguiera siendo. Cuanto menos supiera aquella atractiva reportera, mejor sería para los dos.

Unos pocos metros delante de ellos, la luz del semáforo se puso en ámbar. Él pisó el acelerador e hizo que la furgoneta volara por la intersección.

Tras agarrarse al asiento como pudo, Blossom dirigió su atención al resto de los vehículos y a los peatones, que pasaban a toda velocidad por delante de su ventanilla. Hasta aquel momento, no se había dado cuenta de adónde se dirigían porque había estado tratando de recuperar la calma. Sin embargo, en aquel instante, se percató de que estaban llegando a las afueras de la ciudad.

—¿Adónde vamos? —preguntó—. ¡Este no es el camino hasta la comisaría de policía!

—Olvídese de la policía, cielo. En estos momentos, ellos no podrían ayudarnos.

Ella lo miró, furiosa y con los ojos abiertos de par en par.

—¡Pare esta furgoneta! —le ordenó—. ¡Párela ahora mismo!

—Lo siento. No puedo correr ese riesgo —respondió él, sin volverse a mirarla.

Blossom estiró la mano para agarrar la manilla de la puerta, pero su reacción fue demasiado tardía. Él ya había conectado el dispositivo a prueba de niños para cerrar las puertas del vehículo. No podría abrir la puerta a menos que él se lo permitiera.

—¡Voy a demandarlo por esto! ¡Esto es… es… un secuestro!

Tenía la camisa manchada de verdín y arañazos en las palmas de las manos. Le dolía el hombro por el golpe que había sufrido al golpearse contra el duro suelo. Además, había perdido su bolso y una grabadora muy cara. Si aquel hombre había estado tratando de salvarle la vida y lo había hecho de aquel modo, no quería ni pensar cómo habría podido estar si él hubiera querido hacerle daño.

—Adelante, hágalo. Cuando la policía se entere de que le he salvado la vida, probablemente me arrestarán, aunque por ayudar y proteger a una delincuente.

—¡No soy ninguna delincuente!

—Tal vez usted no lo sea, señorita Woodward, pero su lengua sí lo es.

—¿Sabe usted quién soy? —preguntó ella, olvidándose por un momento de la situación en la que estaba.

—¿Es que no lo sabe todo el mundo en esta parte de Texas?

—¿Qué quiere decir con eso?

Él no había querido que sus palabras sonaran de un modo tan insultante, pero, tanto si ella lo sabía como si no, aquella mujer ya le había proporcionado algo de desgracia y, sin duda, su afán por sacar los trapos sucios le había proporcionado sufrimiento a otras personas.

—Significa que, si no encuentra problema alguno en sacar a la luz eso que usted llama noticias, es mejor que se revise mentalmente. Esta vez, señorita Woodward, tal vez haya sacado más de lo que esperaba.

Su voz era demasiado tranquila, demasiado suave para el gusto de Blossom. Sin embargo, se dijo que aquel no era el momento de perder el control. Aunque aquellos disparos no hubieran estado dirigidos a ninguno de los dos, el hombre la había salvado de verse herida por una bala perdida y, hasta aquel momento, no había hecho nada que indicara que iba a hacerle daño. No obstante, no le gustaba verse a la merced de ningún hombre, aunque fuera bueno.

—¡Su mente debe de ser de lo más retorcida si piensa que yo tuve algo que ver con esa escena de la clínica! ¿De verdad cree que yo, o alguien relacionado con mi programa pudiera fingir una cosa como esa?

—No creo que quiera que de verdad le conteste —replicó él.

El enojo se convirtió en furia, pero Blossom hizo todo lo posible por no saltar. Su instinto de reportera le decía que haría muchos más progresos con aquel hombre si seguía tranquila.

—Hace unos momentos, me estaba recalcando lo reales que eran esas balas —dijo ella—. Aparentemente, usted no cree que el incidente fuera una farsa. Creo que solo está intentando provocarme.

Había esperado que Blossom Woodward fuera una mujer decidida, pero no tan inteligente, así que aquello significaba que no la había valorado como debía. Aquello lo molestaba. La gente era su profesión. Saber lo que les estaba pasando por la cabeza era la llave a su supervivencia. Ese hecho solo significaba una cosa: iba a tener que estar muy atento.

—Tal vez. ¿Por qué no se toma los minutos siguientes para tratar de averiguarlo? —sugirió él.

Blossom tuvo que morderse la lengua, pero consiguió quedarse en silencio. Inmediatamente sus sentidos empezaron a absorber la información que la rodeaba, como si fuera una esponja seca.

En algún momento de su huida de la clínica, él se había desviado de la vía principal y estaba avanzando a gran velocidad por una carretera de servicio que ella nunca había utilizado antes. La zona financiera de la ciudad había quedado rápidamente atrás. En aquellos momentos, solo se veían, de vez en cuando, gasolineras a ambos lados de la carretera.

Por la posición de sol, que estaba frente a ellos, estaban viajando hacia el oeste. Aunque era noviembre, la mayor parte de Texas no se había refrescado todavía del largo y caluroso verano. Blossom llevaba manga corta, pero el aire acondicionado no le resultaba demasiado frío.

En cuanto al hombre que iba tras el volante, solo su aspecto servía para subirle la temperatura a una mujer. Generalmente, se le daba bien averiguar la edad de una persona y aquel hombre parecía estar más cerca de los treinta que de los veinticinco. Cabello negro y cejas y pestañas del mismo color que enmarcaban unos ojos que tenían una mezcla de azul marino y gris. Aparte de las patillas, que le llegaban hasta media oreja, iba bien afeitado.

Por alguna razón, el gesto arrogante de su barbilla le hacía sospechar que probablemente se había llevado más puñetazos que besos, pero podría estar equivocada. En realidad, seguramente había tenido igual parte de ambos. Era el tipo de hombre que una mujer se pararía a mirar y a la vez de los que siempre despertaban problemas.

—¿Le gusta lo que ve?

—Estaba tratando de figurarme la clase de hombre que es usted —replicó ella, a la defensiva.

—No se moleste. Se agotaría por nada.

—Usted me tiene retenida en esta furgoneta. Me sería de gran ayuda saber si usted es un caballero andante o un asesino en serie.

Al ver que había un coche aparcado en la cuneta, él levantó el pie del acelerador. No le serviría de nada que lo detuviera una patrulla de policía. Tendría que responder a demasiadas preguntas, aparte de que demasiadas personas se enterarían de dónde estaba. Tendría que mentir, al menos hasta que supiera con toda seguridad si esas balas habían estado dirigidas a él o a otra persona que estaba en los jardines de la clínica en aquellos momentos.

—Ninguna de las dos cosas.

Aquella respuesta la enfureció. Era una mujer de palabras y quería escuchar lo que él tenía que decir. Principalmente, quién era y por qué llevaba una pistola.

—¿Es usted… un oficial de seguridad?

—¿Qué le ha hecho pensar eso? —preguntó él, sin mirarla.

—No es ningún secreto que los Maitland están teniendo problemas. No sería de extrañar que tuvieran guardias de seguridad camuflados en la clínica.

—¿Para mantener apartados a los reporteros demasiado curiosos?

—Los periodistas son el menor de los problemas de los Maitland, pero supongo que eso ya lo sabe usted.

No había sabido nada sobre los Maitland hasta que hubo llegado a la ciudad, hacía poco más de dos semanas. Lo que había descubierto le había resultado muy inesperado.

—Sí —replicó él—. La Clínica de Maternidad Maitland parece estar experimentando una serie de contratiempos, pero yo no sé nada sobre ellos. Yo me limito a cortar el césped y a regar las plantas.

—No lo creo.

—Bueno, puede creer lo que usted quiera. Solo le estoy diciendo que no trabajo como guardia de seguridad para los Maitland. Usted puede hacer lo que quiera con esa información.

Había dos cosas que Blossom quería hacer con aquella información. Demostrar que era falsa y echársela a aquel hombre a la cara, pero eso tendría que esperar. Lo primero y más importante que tenía que hacer era escaparse de él.

—Todavía no me ha dicho su nombre —dijo Blossom.

—¿Y eso importa? Usted no me conoce. No creo que eso signifique nada para usted.

—Tengo que llamarlo de alguna manera.

—Estoy seguro de que se le ocurrirán muchas cosas para eso —replicó él, sonriendo ligeramente—. A las mujeres se les da muy bien ponerme etiquetas.

—Sin duda, pero prefiero tener un nombre de pila.

Durante un largo momento, él guardó silencio. Aunque los ojos de Blossom permanecían sobre él, era muy consciente de que se estaban alejando cada vez más de Austin.

—Puede llamarme Larkin —dijo él, finalmente.

A pesar de sí misma y de la precaria situación en la que estaba, Blossom no pudo evitar mirarlo de arriba abajo.

Llevaba una camisa de uniforme, de color caqui, con un par de vaqueros y unas botas de trabajo marrones. A pesar de que llevaba el logo de la Clínica bordado sobre el lado izquierdo, no había nada que indicara su nombre.

Sin embargo, lo que más le llamó la atención fue la anchura de sus hombros, los fuertes músculos que tenía en el cuello y en los brazos, la esbeltez de su cintura y las enormes manos con las que agarraba el volante. Era un hombre fuerte, aunque ella misma lo había comprobado cuando la había metido en la furgoneta.

—¿Y eso es todo?

—Eso es todo lo que le voy a decir.

—Lo entiendo —musitó ella, tratando de tranquilizarse—. Se imagina usted que es una de esas estrellas a las que les gusta creer que son tan grandes que solo necesitan un nombre.

Si ella hubiera sido otra persona y las circunstancias hubieran sido diferentes, él podría haber disfrutado combatiendo verbalmente con Blossom Woodward. Sin embargo, en aquellos momentos, tenía demasiado en mente, principalmente lo que iba a hacer con ella después de haber logrado escapar de la lluvia de balas de la clínica.

De soslayo, vio que cruzaba las piernas y los brazos. Tenía que admitir que resultaba agradable ver a una mujer con falda, medias de seda y zapatos de tacón alto. Siempre le habían encantados los tacones.

Blossom Woodward era una mujer de baja estatura, aunque esbelta. No era una frágil, a pesar de lo que pudiera parecer. Tenía un cuerpo firme, aunque con curvas en los sitios adecuados. Se preguntó si encontraba tiempo en su apretado horario para ir a un gimnasio o si era así por naturaleza.

—Créame, señorita Woodward, yo no tengo nada de grande ni de estrella.

Tal vez fuera así, pero aquel hombre estaba lejos de ser corriente. Resultaba increíble cómo había terminado con él. En un momento había estado en la acera fuera de la clínica y al siguiente se producían pequeñas explosiones a su alrededor. Antes de que pudiera darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, él había aparecido de repente detrás de ella y había sacado una pistola de debajo de la camisa.

No estaba segura de las balas que había disparado contra el vehículo, que daba bandazos para salir del aparcamiento. Seguramente había vaciado todo el cargador antes de meterla en la furgoneta y de gritarle que mantuviera la cabeza agachada.

—Por si no lo ha notado, hemos salido de la ciudad —dijo ella—. No nos sigue nadie. Puede parar en la siguiente gasolinera y dejar que me marche.

—Pararé cuando lleguemos a nuestro destino.

El pánico se apoderó de Blossom, pero hizo todo lo posible por controlarlo. Tenía que mantenerse serena. Tenía que descubrir lo que aquel hombre iba a hacer con ella y por qué. Si su intención había sido simplemente sacarla del peligro en la clínica, su trabajo debería haber terminado hacía más de treinta minutos.

—Si está pensando que mi cadena de televisión le pagará un rescate por mí, se equivoca.

—¡Vaya, vaya! —exclamó él, sin poder reprimir una carcajada—. ¿Quién cree ahora que es importante? Si yo hubiera planeado secuestrar a alguien por dinero, habría escogido a un pez mucho más gordo que usted, señorita Woodward. Cualquiera de esos Maitland vale millones. ¿Qué es lo que cree que vale usted?

Blossom hizo una mueca, principalmente porque él estaba hablando con sentido y ella no. Además de eso, no podía pensar en una sola persona que valorara tanto su vida. Era una mujer solitaria, que adoraba su independencia. Nunca dejaba que la gente tuviera una relación demasiado estrecha con ella.

—No mucho —respondió—. Mi programa tiene un presupuesto muy reducido. Y hay muchas personas esperando para ocupar mi puesto.

Aquella respuesta no era lo que él había estado esperando. Por lo que sabía de ella y de su programa, era una estrella en ciernes y ya se había ganado el apodo de Blossom «la Barracuda». Se la conocía por escarbar en las vidas de las personas que preferían mantener el anonimato y sacar historias que escandalizaban a los espectadores. Explotar los problemas de los demás la estaba haciendo famosa muy rápidamente.

—No me convence su intento por parecer modesta —dijo él, con cierta insolencia—. No hay nadie que esté esperando para ocupar su lugar. Por suerte, no todo el mundo es capaz de hacer lo que hace usted.

Blossom estaba acostumbrada a que la gente insultara su trabajo, principalmente porque a nadie le gustaba que se le recordaran sus faltas o sus debilidades. Había aprendido a no prestar atención a los insultos, lo mismo que había que tener una buena concha para poder sobrevivir en su profesión y en la vida. Sin embargo, había algo en el sarcasmo de aquel hombre que le dolió más que de costumbre. Tal vez era porque ya estaba enojada con él. Tal vez era porque había presentido en algún momento de aquella alocada huida que era un hombre muy inteligente y quería que él le demostrara su respeto. Quería que entendiera que ella no era una barracuda. Era solo una mujer que quería ser la mejor en su trabajo.

—¿Por eso estoy en esta furgoneta con usted? ¿Porque no le gusta lo que hago y planea hacer algo para castigarme?

—¡Dios mío! Menuda imaginación, señorita Woodward.

—¡Me está respondiendo deliberadamente con evasivas! ¡Quiero que me diga lo que está pasando! ¡Ahora mismo! —explotó ella, apretando los puños.

—¿Es así como consigue sus historias? ¿Les pide a las personas que se lo cuenten todo?

—Nunca me he encontrado con nadie del que no pudiera conseguir información. De un modo o de otro.

—Hmm… Es ese caso, supongo que esto es nuevo para usted.

—¿Por qué no me dijo que lo llamara «señor Maravilloso»? Eso hubiera sido más sincero que el nombre que me ha dado.

Él sonrió. Unos atractivos hoyuelos transformaron sus duras facciones. Como si fuera una presa encantada por una serpiente, Blossom se quedó hipnotizada mirándolo.