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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Caroline Anderson. Todos los derechos reservados.

LOS DOS JUNTOS, N.º 2401 - junio 2011

Título original: The Baby Swap Miracle

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidcos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-383-1

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

CAPÍTULO 1

–¡DÉJATE ya de vacilaciones! –murmuró Emelia mientras metía la marcha atrás para entrar en el aparcamiento de la clínica. Cuando apagó el motor del coche, casi pudo escuchar los latidos de su corazón–. No seas tonta. Seguro que sólo se trata de algún problema administrativo.

No había motivo para sentirse tan preocupada, pero tuvo la tentación de volver a arrancar el coche para alejarse de inmediato de allí. Pero no fue capaz de hacerlo, porque no iba a poder soportar el suspense un minuto más. Tenía que enterarse de lo que pasaba. Tomó su bolso y salió del coche.

–¿Emelia?

–¿Sam? –el corazón de Emelia se detuvo un instante al escuchar aquella voz. Se volvió, incrédula… pero Sam Hunter estaba allí en persona, encaminándose hacia ella. Vestía un traje que tenía todo el aspecto de haber sido hecho a medida. Emelia nunca lo había visto vestido tan formalmente. Casi siempre utilizaba vaqueros, camiseta y una cazadora, pero tenía muy buen aspecto con aquel traje. Más que bueno; estaba aún más atractivo de lo que recordaba.

Sus ojos, del intenso color negro de la pizarra, y enmarcados por unas pestañas igualmente oscuras, tenían la habilidad de hacerle sentir que era el único objeto de su atención y, cuando se cruzaron con los suyos, sintió una oleada de emoción.

–¡Cuánto me alegro de verte! –dijo con auténtico fervor–. Pero… ¿qué haces aquí? ¡No es que me queje! ¿Cómo estás?

Sam sonrió y los pequeños hoyuelos que aparecieron en sus mejillas hicieron que Emelia se derritiera por dentro.

–Estoy bien, gracias. Y tú… estás…

–¿Embarazada? –dijo Emelia irónicamente mientras él deslizaba la mirada por sus curvas, que se habían vuelto más pronunciadas en los últimos tiempos.

Sam se rió y alargó los brazos hacia ella para darle un rápido abrazo. Muy rápido, porque el contacto con su abultado vientre le produjo una oleada de añoranza que lo tomó totalmente por sorpresa. La soltó rápidamente y dio un paso atrás.

–Iba a decir que estabas preciosa, pero… sí, también pareces embarazada –dijo mientras se esforzaba en recordar cómo hablar–. Enhorabuena.

–Gracias –dijo Emelia, sintiéndose un poco culpable, lo que en realidad era una tontería, porque no era culpa suya que la esposa del hermano de Sam no se hubiera quedado embarazada a la vez que ella–. ¿Qué haces por aquí? Creía que Emily y Andrew se estaban tomando un tiempo alejados de todo esto.

–Así es. «Reagrupando», fue la palabra que utilizó Andrew.

Emelia vio como desaparecía la sonrisa del rostro de Sam para dar paso a una expresión de preocupación.

–¿Qué haces por aquí, Sam? –preguntó, pero se excusó de inmediato, porque no era asunto suyo. Pero lo cierto era que, sin la presencia de Emily y Andrew, la de su donante de esperma parecía… innecesaria.

–Tengo una cita con el director de la clínica –contestó Sam.

De ahí el traje. El corazón de Emelia latió más rápido y sintió una nueva punzada de desazón.

–Yo también. Se suponía que tenía que venir esta tarde, pero no podía esperar más. ¿Qué crees que está pasando, Sam? He llamado por teléfono para tratar de enterarme, pero se han mostrado muy reservados. Sólo me han dicho que se trata de un error administrativo, algo que no acabo de entender.

Sam frunció el ceño.

–No tengo ni idea, pero pienso averiguarlo. Sea lo que sea, no creo que se trate de una trivialidad. También han escrito a Emily y a Andrew, pero aún van a seguir unos días fuera. Conmigo también se han mostrado muy reservados en la clínica cuando he llamado. Me imagino que habrá habido algún tipo de confusión.

–¿Una confusión? –repitió Emelia, repentinamente pálida–. Se trata de algo serio, ¿verdad? Como lo que salió hace poco en las noticias sobre un cambio de embriones…

–Sí. La prensa habló mucho del asunto.

–Supuse que se trataría de un error muy poco habitual, porque el tema está estrictamente controlado, pero… ¿y si ha pasado aquí? –preguntó Emelia, agobiada–. Aquel día sólo estábamos Emily y yo. ¿Y si se confundieron con los embriones? ¿Y si éste es su bebé? –sintió que se le debilitaban las rodillas y tuvo que detenerse al pensar en la posibilidad de no poder quedarse con el bebé que creía de James y suyo.

Sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas y se llevó los dedos a los labios a la vez que apoyaba la otra mano sobre su vientre en un instintivo gesto de protección. ¡No! No podía dárselo a ellos… pero si realmente no era el suyo…

Sam la observó con preocupación y rogó para que no hubiera pasado lo que se temía. Los otros embriones habían muerto antes de poder ser implantados en Emily, de manera que, si Emelia tenía razón, habían sido los suyos, su última oportunidad de tener un hijo de su marido fallecido y, cuando el bebé naciera, tendría que entregárselo a Emily y a Andrew y ella se quedaría sin nada. Todos sus planes, toda su alegría y expectativas quedarían en nada…

Conmovido, alzó una mano y frotó con delicadeza las lágrimas de las mejillas de Emelia.

–Puede que no sea eso –dijo sin convicción.

–¿De qué otra cosa podría tratarse? –preguntó Emelia, agobiada.

–Habrá que averiguarlo –contestó Sam, impaciente por conocer la verdad de una vez por todas–. Podría tratarse de algo totalmente distinto. Tal vez sea algo relacionado con los honorarios.

–En ese caso se habría ocupado alguien de contabilidad, no el director de la clínica. Me temo que se trata de los embriones, Sam.

–¿Por qué no vamos a averiguarlo? –dijo Sam a la vez que hacía que Emelia se volviera hacia la puerta.

Ella se mostró titubeante y Sam notó que estaba temblando.

–No puedo hacer esto sola, Sam…

–Yo te acompaño. No pueden impedírmelo –Emelia buscó instintivamente su mano y él se la estrechó cariñosamente–. ¿Estás lista?

Emelia asintió sin decir nada.

–En ese caso, vamos a buscar algunas respuestas.

Emelia estaba conmocionada.

Conmocionada y aturdida.

Agitó la cabeza para despejarse mientras salía con Sam de la clínica.

–Y ahora… ¿qué? –preguntó, agradecida por la sensación de apoyo que le daba la mano de Sam en su espalda.

–No sé a ti, pero a mí me vendría bien un buen café –la sonrisa de Sam no llegó a alcanzar sus ojos, que parecían extrañamente inexpresivos.

De pronto, Emelia fue consciente de que no lo conocía en absoluto. No sabía qué estaba pensando, cómo se sentía… algo que, dadas las circunstancias, tampoco era de extrañar, porque ella tampoco tenía muy claro qué estaba pensando.

Trató de devolverle la sonrisa, pero sus labios no quisieron cooperar.

–A mí también. Hace meses que no tomo café, pero de pronto siento que lo necesito.

–¿Vamos en un coche, o cada uno en el suyo?

–Cada uno en el suyo. Después me marcharé directamente.

–¿Vamos al sitio de costumbre?

Emelia asintió mientras entraba en su coche. Siguió a Sam en piloto automático, con una extraña sensación de desapego. Todo parecía irreal, como si le estuviera pasando a otra persona… hasta que sintió que el bebé se movía en su interior y la realidad se impuso.

–Oh, James… lo siento –susurró con voz entrecortada–. Lo he intentado con todas mis fuerzas… por ti. Lo he intentado de verdad…

Sintió que algo muy frágil se desgarraba en su interior, el último lazo que la unía al hombre que había amado con todo su corazón y, tras aparcar su coche junto al de Sam, cerró los ojos para concentrarse un momento en su dolor. Ya era un dolor suave, al que se había acostumbrado y que se había convertido en su compañero constante.

–¿Estás bien?

Emelia no contestó, pero sonrió a Sam mientras salía del coche y dejó que la guiara al interior. Habían ido a la cafetería que todos solían frecuentar en el pasado. Tras ocupar una mesa, pidió un café y un bollo con chocolate. Comida para consolarse. Los minutos que había pasado a solas en el coche le habían servido para tranquilizarse un poco, pero no habían servido para cambiar la verdad. Una verdad que ninguno de los dos había imaginado. Una verdad que lo había cambiado todo.

Miró a Sam y se preguntó si su hijo heredaría aquellos exquisitos y excepcionales ojos negros…

Sam no había imaginado ni por un momento que pudiera tratarse de algo así.

Era algo que no debería haber sucedido, un accidente que siempre había tratado de evitar en su vida personal por muy buenos motivos. Pero, al parecer, se había producido un error en la clínica y la mujer que tenía ante sí, aquella encantadora y cálida mujer, estaba embarazada de su hijo, un hijo que no tendría que entregar a Emily y a Andrew, como había temido, pues no era el hijo de Emily. Era de Emelia. Y suyo.

«Nuestro hijo», pensó.

Apartó la mirada de la bonita curva que contenía la bomba que estaba a punto de alterar por completo su vida. Su hijo estaba creciendo dentro de aquel cuerpo… un cuerpo que se había obligado a ignorar en las ocasiones en que se habían visto a lo largo de los pasados dieciocho meses. Habían sido ocasiones muy contadas, pero habían bastado para que Emelia se le metiera bajo la piel y habitara sus sueños…

Volvió a posar la mirada en el vientre de Emelia y sintió que algo visceral e instintivo se agitaba en su interior, como le había sucedido un rato antes, cuando la había abrazado.

No podía hacer aquello. Otra vez no. Se suponía que era algo rápido y sencillo. Su hermano no podía tener hijos. Aquello había sido algo que él podía hacer, una manera de ofrecerles el hijo que tanto deseaban, al que él podría querer legítimamente a distancia, sin otras responsabilidades que las que tuviera que asumir como su tío.

Pero de pronto había sucedido aquello. Una «anomalía administrativa» que había cambiado por completo todas las reglas.

Volvió a apartar la mirada de Emelia y dejó sus sentimientos a un lado. Se ocuparía de ellos más tarde, a solas. De momento tenía que pensar en la mujer que no llevaba el hijo de su marido en su vientre, sino el de un hombre prácticamente desconocido para ella. Y las cosas no iban a ser más fáciles para ella que para él. Más bien al contrario. Se decía que era mejor haber amado y haber perdido que no haber amado nunca, pero… ¿perder dos veces? Porque, en cierto modo, Emelia estaba perdiendo a James por segunda vez.

Cuando la miró de nuevo y vio el brillo de las lágrimas en sus ojos verdes, se le encogió el corazón.

–Lo siento mucho, Emelia.

–No ha sido culpa tuya –dijo ella con suavidad.

–Lo sé, pero después del tiempo que has pasado pensando que ibas a tener el bebé de tu marido… me imagino que estarás destrozada.

Emelia estaba profundamente apenada, pero también se sentía culpable, porque el verdadero padre del bebé que llevaba dentro era el hombre que estaba sentado frente a ella y, a pesar de la conmoción que le había producido la noticia que acababan de darle, era consciente de él con cada célula de su cuerpo, como siempre le había sucedido cada vez que se habían encontrado.

–No te preocupes, Sam. En realidad nunca esperé que fuera a funcionar. James y yo sabíamos desde el principio que la calidad del esperma no era buena. Había muy pocas probabilidades de que pudiera quedarme embarazada, y me quedé asombrada cuando sucedió. En cierto modo, puede que haya sido mejor así.

–¿Mejor? –repitió Sam, desconcertado.

Emelia se encogió levemente de hombros.

–Ha sido más duro de lo que pensaba. Mis suegros estaban empezando a agobiarme. Se han estado comportando como si el bebé fuera suyo –explicó, y comprobó con sorpresa que, a pesar de la tristeza que sentía en aquellos momentos, era la primera vez que experimentaba una sensación de liberación desde la muerte de James.

Se sentía liberada de la asfixiante intromisión de Julia y Brian, de la obligación de compartir su vida con ellos por el bien de su nieto. Era como si alguien hubiera abierto las ventanas en un sofocante día de verano para que entrara aire fresco.

Pero aquel aire fresco le produjo un escalofrío al comprender que, en lugar de a sus suegros, iba a estar unida a aquel desconocido, a aquel hombre encantador, atractivo y viril, durante muchos años.

–Supongo que todo este proceso debe de haber sido muy difícil para ti desde el principio –murmuró.

–Lo ha sido, y por supuesto que estoy triste… pero puede que haya llegado el momento de dejarlo correr. Además, no soy sólo yo; también están Em y Andrew. Lo lamento mucho por ellos, porque, a pesar de que el tratamiento es física y mentalmente extenuante, esta vez las cosas podían haber salido bien. Pensar que van a tener que pasar de nuevo por ello…

–No estoy seguro de que vayan a querer intentarlo de nuevo –dijo Sam tras una pausa. Y, pensando en ello, no estaba seguro de poder volver a ayudarlos. Según habían ido pasando los ciclos del tratamiento, más reacio se había ido sintiendo, y ahora…

–Aún no puedo creer que se haya producido semejante confusión. Parecían totalmente seguros de lo que había ido mal, lo suficiente como para comprobar el ADN del resto de los embriones congelados, lo que significa que todo estaba debidamente documentado –Emelia movió la cabeza, aún desconcertada–. No tiene sentido.

–Supongo que la embrióloga estaba tan distraída que ni siquiera se dio cuenta de que había cometido un error. Es evidente que no estaba en condiciones de trabajar y no prestó suficiente atención a los detalles; de ahí la confusión entre vuestros nombres. Emelia y Emily son dos nombres bastante parecidos. Probablemente se le pasaron por alto los apellidos y deletreó tu nombre con una «i» en medio, lo que empeoró las cosas. Sólo se dieron cuenta del error en la numeración cuando el nuevo embriólogo la alertó. ¿No has escuchado esa parte de las explicaciones que nos han dado?

–Lo cierto es que después de recibir la noticia apenas he escuchado el resto de las explicaciones –dijo Emelia–. Pero supongo que si la embrióloga pasó por alto nuestros apellidos, resulta comprensible que se produjera una confusión con los nombres.

–Pero eso no justifica el error. Prestar atención a los detalles es básico en un trabajo como ése. Es inexcusable no hacerlo. Han creado un bebé que nunca debería haber existido y nos han puesto en una situación insostenible.

El tono de voz de Sam hizo comprender a Emelia que, además de frustrado, estaba enfadado.

–No seas demasiado duro con ella –murmuró–. Acababa de enterarse de que su marido se estaba muriendo. Sé cómo se siente uno en esas circunstancias.

Sam asintió.

–Disculpa. Claro que lo sabes. No pretendía parecer tan duro. Además, los verdaderos responsables son los directores de la clínica. No deberían haber permitido que siguiera trabajando, o al menos deberían haberse ocupado de que hubiera alguien más atento a los detalles. Pero todo eso no cambia lo que te ha pasado y la situación en que has quedado.

Él también estaba en una situación compleja, pensó Emelia. Ella no era la única afectada, pero sí era la única que no podía escapar de la situación. Y, por su expresión, parecía que Sam habría preferido estar en aquellos momentos en cualquier parte del mundo menos allí.

–Esto no tiene por qué suponer una diferencia para ti, Sam –dijo con cautela–. No pretendo que asumas ninguna responsabilidad respecto al bebé…

Sam se rió sin humor y se terminó el café de un trago.

–Firmé para darle un hijo a mi hermano, Emelia. Un hijo que no sólo tendría una madre, sino también un padre. No firmé para ser un donante de esperma, para ofrecer mis genes a una desconocida y no formar parte de la vida de mi hijo. Ésos nunca fueron los planes, y es algo que nunca haría, pero ésa no es la cuestión ahora. La cuestión es que vas a tener a mi bebé y no pienso pasar por alto mis responsabilidades respecto a él y respecto a ti.

Emelia se preguntó si era aquello lo que quería; un padre enfadado, con un fuerte sentido del deber, merodeando en su vida. No estaba segura. No lo conocía… y él tenía razón al decir que tampoco la conocía a ella. Tal vez había llegado el momento de que aquello cambiara.

–No soy tan desconocida –dijo, y trató de sonreír.

–Claro que no, pero estás sola –dijo Sam con delicadeza–, y tampoco era esto lo que buscabas. Se suponía que ibas a tener el hijo de tu marido fallecido y que ibas a contar con el apoyo de sus padres. Pero ahora resulta que vas a tener el hijo de un desconocido, un desconocido que está muy vivo e implicado en todo esto, y no imagino cómo te puedes sentir al respecto… ni cómo se sentirán tus suegros.

–Va a ser terrible decírselo. Se han acostumbrado a la idea de que el bebé es de James, y no dejan de tocarme el vientre, sobre todo Julia. Por su forma de hacerlo, cualquiera pensaría que el bebé es suyo.

Sam experimentó una punzada de pesar, pues pensaba pedirle a Emelia que le permitiera apoyar las manos sobre la preciosa curva en que se encontraba su hijo. Pero no podía hacerlo. Era un gesto demasiado íntimo y no tenía derecho a tocarla. No tenía ningún derecho sobre ella.

–¿Y qué haces cuando tu suegra se comporta así?

–Se lo permito. ¿Qué otra cosa podría hacer? Además, no para de comprar cosas; la habitación que va a ocupar el bebé está tan llena de cosas que apenas se puede entrar.

–Y son cosas para el bebé de James, no para el mío –murmuró Sam.

–Así es. Mis suegros tienen que enterarse cuanto antes. Debería volver a casa a decírselo.

–¿Quieres que te acompañe?

Emelia miró un momento a Sam, deseando que pudiera hacerlo, pero sabiendo que no era posible.

–No, claro que no –añadió él precipitadamente–. Lo siento. Comprendo que tienes que hablar con tus suegros a solas, pero tú y yo tendremos que hablar en algún momento.

–Lo sé... pero aún no. Necesito tiempo para asimilar la noticia, Sam. Deja que explique lo sucedido a mis suegros y que me tome un tiempo para sopesar lo que voy a hacer.

–Si no quieres seguir adelante, si quieres aceptar la propuesta que te han hecho en la clínica…es decisión tuya –dijo Sam, y sintió que se le encogía el corazón, pues aquellas palabras podían suponer el final de la vida de su hijo.

Emelia apoyó de inmediato una protectora mano en su vientre y se puso en pie.

–Ni hablar. Éste es mi bebé, Sam –dijo con firmeza–. No te he pedido que te impliques en mi vida, y no espero que lo hagas si no quieres, pero no pienso aceptar la «oferta» de la clínica. Tendré a mi hijo y lo querré, y nada ni nadie me hará cambiar de opinión al respecto.

A continuación tomó su bolso y salió de la cafetería. Sam se quedó mirando la puerta unos segundos. El alivio que había experimentado había hecho que le flaquearan las piernas, pero enseguida se levantó y salió tras Emelia.

–¡Espera! –exclamó al ver que estaba a punto de entrar en su coche–. No era eso lo que pretendía decir, Emelia. Sólo pensaba que…

–Pues te has equivocado –replicó Emelia, que tomó la manija de la puerta para tratar de entrar en el coche.

Sam apoyó la mano en la puerta para impedírselo.

–Esperaba que reaccionaras como lo has hecho, pero tenía que hacerte ver que, sea lo que sea lo que decidas, cuentas con mi apoyo. Como has dicho, lo sucedido va a cambiar por completo el resto de tu vida, y eso no es una trivialidad. Eres tú la que tiene que tomar las decisiones, y creo que has tomado la correcta, pero eso depende de ti –Sam sacó una tarjeta de su cartera y se la entregó–. Ahí tienes mis señas y mis números de teléfono. Llámame, Emelia, por favor. Si necesitas algo, cualquier cosa, ponte en contacto conmigo.

–No te preocupes, Sam. No necesito nada de ti.

–Prométeme que me llamarás cuando hayas hablado con tus suegros.

–¿Por qué?

Sam se encogió de hombros, reacio a dejar que Emelia se fuera estando tan disgustada.

–¿Porque necesitas un amigo? –sugirió con cautela–. ¿Alguien que te comprenda?

Emelia lo miró un largo momento y luego, sin decir nada, cerró la puerta del coche y se fue.

Sam masculló una maldición mientras entraba en su coche. Tras salir del aparcamiento decidió ir a su casa para pensar en cómo informar a su hermano de las últimas novedades.

Aquello sería mejor que analizar su propia reacción a la noticia de que una mujer a la que encontraba inquietantemente atractiva estaba embarazada de su hijo, un hijo creado por accidente… que lo mantendría unido a Emelia para siempre.

–Tengo algo que deciros.

–Antes de hacerlo, ven a ver lo que está haciendo Brian en el cuarto del bebé –dijo la suegra de Emelia a la vez que la tomaba de la mano para llevarla por el pasillo.

Emelia respiró hondo mientras sus suegros aguardaban su reacción con expresión expectante. Al mirar a su alrededor vio que Brian había pintado en una de las paredes un tren, varios ositos y diversas letras del alfabeto.

Tragó saliva y apartó la mirada, emocionada. Aquello iba a resultar aún más difícil de lo que había imaginado.

–Recibí una carta del director de la clínica y he ido a verlo. Ha surgido un problema.

–¿Un problema? ¿Qué clase de problema? Hemos pagado la última cuota, ¿verdad, Brian?

–No es un problema de dinero, Julia. Es sobre el bebé.

El rostro de la suegra de Emelia manifestó una repentina conmoción. Emelia sintió ganas de darse la vuelta y salir corriendo, pero no podía huir de aquello.

–Al parecer, se produjo una confusión en el laboratorio de la clínica –añadió con toda la delicadeza que pudo–. Fertilizaron los embriones con el esperma equivocado.

Julia Eastwood se llevó la mano a la boca.

–Entonces... ¿el bebé que llevas dentro es de otra mujer? –murmuró.

–Es mi bebé. Pero no es de James. Es de otro hombre.