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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2007 Barbara Dunlop. Todos los derechos reservados.

MATRIMONIO EQUIVOCADO, N.º 1626 - diciembre 2011

Título original: The Billionaire Who Bought Christmas

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicada en español en 2008

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

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® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-139-1

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo Uno

Jack Osland miró por la ventanilla de su avión Gulfstream al ver aparecer una figura bajo la nieve en la pista de aterrizaje del aeropuerto JFK.

–¿He mencionado siquiera la palabra «secuestro»? –le preguntó a su primo, Hunter.

–Sé que estás pensando en ello –contestó su primo, que estaba sentado frente a él.

–¿Ahora eres clarividente? –preguntó Jack.

–Te conozco desde que tenías dos años.

–Tú eras un bebé cuando yo tenía dos años.

–Tienes ese revelador tic nervioso en la sien –explicó Hunter, encogiéndose de hombros.

–Eso sólo significa que estoy fastidiado –dijo Jack, centrando de nuevo su atención en la mujer que caminaba sobre la nieve.

Decir que estaba «fastidiado» era quedarse corto… y la razón de ello se estaba acercando a él.

–Quizá diga que no –ofreció Hunter.

–Y quizá los cerdos vuelen –respondió Jack.

Aquella mujer no iba a decir que no. Nadie lo hacía. Cuando el multimillonario abuelo de Jack y Hunter, Cleveland Osland, le pedía a una cazafortunas que se casara con él, ya no había vuelta atrás.

–Bueno, pues parece que los perros vuelan –dijo Hunter, asintiendo con la cabeza hacia la futura señora Osland.

Jack parpadeó y vio el pequeño perro que acompañaba a la mujer.

–¿Tengo razón o… tengo razón? –le preguntó Jack a su primo con el triunfo reflejado en la mirada.

–El perro no significa nada.

–Significa que ella no se va a dar la vuelta y a regresar a su casa.

–Sólo ha traído una maleta.

–¿No crees que el primer regalo de bodas del abuelo será una tarjeta de crédito?

–Bueno, aun así no puedes secuestrarla –dijo Hunter.

–No voy a secuestrarla –contestó Jack. No sabía cómo iba a detenerla, pero iba a tener que decidirlo antes de que el avión aterrizara en Los Ángeles.

–¿Qué fue exactamente lo que te dijo tu madre?

–quiso saber Hunter.

–Me dijo que el abuelo estaba intentándolo de nuevo y que la última excusa había sido que necesitaba que lleváramos en avión a su prometida. Eso fue todo lo que me ha contado, porque estaba embarcando en un vuelo hacia París y se fue la cobertura. Ahora mismo está en el avión. El abuelo se va a volver a casar y está en mi mano detenerlo.

La futura esposa se acercó al avión y miró hacia arriba. Jack pudo ver sus brillantes ojos azules.

–Bueno, no hay ningún problema con la vista del abuelo –dijo Hunter entre dientes.

–Desearía que algo marchara mal con su nivel de testosterona –respondió Jack.

Entonces asintió con la cabeza ante el auxiliar de vuelo, Leonardo, para que abriera la puerta.

–No se acuesta con ellas –dijo Hunter.

Jack se quedó mirando a su primo con incredulidad.

–Por lo menos no hasta que no están casados. Y después, bueno, parece que hace intentos esporádicos.

–¿Le preguntaste a Moira y a Gracie sobre su vida sexual con el abuelo? –preguntó Jack, impresionado.

–Claro. ¿No lo hiciste tú?

–Desde luego que no.

–Es tan fácil tomarte el pelo. Fue tu madre la que me lo contó –confesó Hunter, sonriendo–. Supongo que se lo habría preguntado a ellas ya que le preocupaba un posible embarazo.

Jack se preguntó por qué su madre no le habría confiado sus preocupaciones a él, que era su hijo y el director de Osland International, en vez de a Hunter.

Leonardo finalmente bajó la escalerilla del avión y se oyó cómo subía la mujer.

–Podrías tratar de razonar con ella –sugirió Hunter mientras se levantaban.

Incrédulo, Jack resopló.

–Adviértele de que el abuelo ya ha hecho esto antes –insistió Hunter.

–Ella es un trofeo de veintitantos años que está saliendo con un hombre de ochenta. ¿Crees que se va a ofender por su ética?

Entonces la mujer apareció delante de ellos. El perrito, que era hembra, ladró una vez, pero obedeció cuando ella le mandó callar.

–Soy Kristy Mahoney –se presentó, tendiéndoles la mano–. No sé si les han informado, pero me voy a encontrar con Cleveland y con el equipo de compras Sierra Sánchez el lunes. Cleveland me dijo que a ustedes no les importaría si les acompañaba.

Era una mujer sofisticada… sofisticación que aplicaba también a su perrita, la cual iba vestida con un abriguito rojo de cuadros escoceses y llevaba puesto un brillante collar de cristales.

–Yo soy Hunter Osland, uno de los nietos de Cleveland. Y claro que no nos importa si nos acompañas.

–Un placer –dijo ella, quitándose un guante blanco y apretándole la mano elegantemente.

Entonces se dio la vuelta hacia Jack y levantó sus perfectamente perfiladas cejas.

La mujer era muy guapa; tenía la piel como la porcelana y unos ojos preciosos.

–Jack Osland –se presentó él, dándole la mano.

–Señor Osland –respondió ella, apretando sus delicados dedos sobre los de él.

A Jack le cautivó su belleza y apenas oyó la voz de su primo.

–Llámanos Jack y Hunter, por favor.

Kristy sonrió a Jack como si no fuera una mujerzuela sinvergüenza que estaba esperando ponerle las manos encima al dinero de la familia Osland.

–Entonces… Jack –dijo.

Cautivado por la belleza de aquella mujer, durante un momento Jack comprendió a su abuelo. Pero inmediatamente se dijo a sí mismo que él no era tan tonto como para cautivarse por unos ojos azules, por unos labios carnosos y por unas piernas largas pertenecientes a una mujer que seguramente apenas podía pensar con coherencia.

Pero Kristy no parecía tan tonta como Gracie y Moira, ex novias de su abuelo.

Parecía que a Kristy le gustaba la moda. Cleveland era el mayor accionista de Osland International, que era propietaria de Sierra Sánchez, una cadena de ropa femenina, y ella tenía mucho que ganar con aquella inminente unión.

Por otra parte, Jack tenía mucho que perder. Y recordarlo le ayudó a recobrar la cordura.

–Bienvenida, Kristy –dijo con la voz calmada, tratando de encontrar la manera de neutralizarla.

Para Kristy Mahoney, aquel viaje representaba la oportunidad de su vida. Estaba tratando de aparentar calma y esperó que Jack y Hunter no se hubieran percatado del temblor de sus manos y de su voz. Era una mezcla de adrenalina, nervios y mucha, en realidad demasiada, cafeína.

Había estado muy alterada durante la semana anterior, desde que había asistido a la fiesta que se había celebrado en el Rockefeller Square para celebrar el éxito de la semana de la moda y había conocido al magnate Cleveland Osland. Cuando él había admirado el vestido que llevaba, hecho por ella misma, se había sentido más que halagada. Pero entonces se había quedado impresionada cuando él le había dicho que quería ver sus bocetos y muestras.

Cuando le había pedido que se reuniera con su equipo de compras en Los Ángeles, ella había comenzado a pellizcarse en espera de que la ilusión desapareciera.

–¿Me da su abrigo, señorita? –preguntó el auxiliar de vuelo.

Kristy se quitó el abrigo y el gorro, así como su otro guante. Se percató de la mirada de desaprobación que le dirigió Jack a su perrita, Dee Dee.

Hacía un año, había encontrado a la pomeranian en un callejón húmedo y oscuro cerca de su apartamento. No había sido capaz de dejar allí sola a aquella preciosidad.

–Por favor –dijo Hunter, indicándole que se sentara en uno de los asientos de cuero blanco.

–Gracias –ofreció Kristy, sentándose y cruzando las piernas. Colocó a Dee Dee en su regazo.

–¿Le apetece un cóctel? –le preguntó el auxiliar de vuelo.

–Un zumo de fruta estaría bien –contestó ella. Eran casi las cinco de la tarde, pero con el cambio de hora, llegarían a California a las siete.

Jack se sentó frente a ella y Hunter lo hizo entre ambos.

–Estaba a punto de abrir una botella de champán –interpuso Jack–. Estamos celebrando la apertura de una nueva tienda Sierra Sánchez en Francia.

Kristy vaciló. No quería ser grosera.

–Podría prepararle una mimosa –ofreció el auxiliar de vuelo–. ¿Con zumo de naranja recién exprimido?

–Eso sería estupendo –dijo ella–. Gracias.

–Estupendo –repitió Jack, echándose para atrás en su asiento.

Iba vestido de traje y corbata. Tenía el pelo oscuro y Kristy recordó que lo habían mencionado en Bussiness Week y GQ durante los anteriores seis meses. Se había dicho de él que era un empresario extraordinario y aparentemente el heredero de Osland International.

El avión comenzó a moverse y el auxiliar de vuelo les sirvió las bebidas.

–Por el éxito –brindó Jack.

Hunter tosió.

Kristy brindó y bebió un poco de su ácida y efervescente bebida.

–Háblanos de tu negocio, Kristy –pidió Jack cuando llevaban tres horas de vuelo.

Ella colocó su segunda mimosa sobre la mesa que les separaba.

–Somos una empresa de diseño…

–¿Somos? –preguntó Jack, ladeando la cabeza.

–Bueno, yo sola –admitió Kristy–. Yo soy la única dueña.

Jack asintió con la cabeza y permaneció en silencio.

–Es una compañía de diseño… –continuó ella– especializada en ropa femenina de alta costura, sobre todo en trajes de noche…

–¿Y qué resultados económicos obtuviste en el último trimestre?

Kristy vaciló. La suya era una empresa pequeña.

–Tengo muchas ganas de aprovechar las oportunidades de las que me ha hablado Cleveland –dijo en vez de contestar directamente.

–Estoy seguro de que así es –se sinceró Jack.

–Perdona a mi primo –se disculpó Hunter–. No sabe cuándo dejar de hablar de negocios.

–Simplemente estoy preguntando…

–¿Te gusta el baloncesto, Kristy? –preguntó Hunter.

–¿El baloncesto? –Kristy se dio la vuelta hacia él y parpadeó.

Hunter asintió con la cabeza y bebió un poco de su champán.

–Yo… humm… no sé mucho de ello.

–A Cleveland le encanta el baloncesto –terció Jack.

–Me temo que no veo los deportes –se sinceró Kristy.

–Humm –Jack asintió con la cabeza y frunció el ceño.

–¿Supone eso un problema? –quiso saber ella, mirando a Hunter y después a Jack para tratar de leer la expresión de sus caras–. ¿Me recomendaríais… debo aprender algo sobre baloncesto?

Jack afirmó que sí para ponerla nerviosa y Hunter aprovechó la oportunidad para invitarla a un partido.

–A Kristy no le gusta el baloncesto –le recordó Jack.

–Yo no he dicho que no… –dijo ella, invadida por un momento de pánico.

–Quizá cambie de idea –terció Hunter.

–Podría aprender –ofreció Kristy, pensando que si realmente el baloncesto era el deporte base del mundo empresarial Osland, estaba más que dispuesta a intentar aprender sobre ello.

–¿Señor Osland? –interrumpió una voz por el interfono del avión.

–¿Sí, Simon? –contestó Jack, apretando un botón en su apoyabrazos.

–Es sólo para informarle de que se ha encendido una luz en el panel de control.

Jack sintió cómo los nervios se apoderaban de él. Kristy se quedó paralizada.

–Ahora mismo voy –contestó él.

–No hace falta –respondió Simon–. Me gustaría que los controladores aéreos nos dejaran aterrizar en Las Vegas para comprobar qué es lo que ocurre.

–Está bien, Simon –autorizó Jack.

–Comprendido, señor.

Entonces el inter fono se quedó en completo silencio y a Kristy se le quedó la boca seca.

–¿Una luz en el panel de control? –bramó.

–Estoy seguro de que no es nada de lo que haya que preocuparse –tranquilizó Jack.

–¿Eso es todo? –preguntó ella al ver que Jack no decía nada más.

–El avión está en perfecto estado –dijo Hunter.

–Aparte del hecho de que se ha encendido una luz en el panel de control –contradijo ella.

Kristy recordó a su hermana, Sinclair, que le había suplicado que pospusiera el viaje, pero ella no había querido perder la oportunidad de hacer negocios con Cleveland…

–¿Podrías por lo menos preguntarle al piloto qué indicaba la luz? –le pidió a Jack.

–Kristy…

–¿Se lo vas a preguntar? –insistió ella, asintiendo con la cabeza ante el interfono.

–Confía en el piloto. Es un profesional. Si fuera algo serio, Simon querría contactar con seguridad aérea. Declararía una emergencia y aterrizaría el avión.

Kristy miró por la ventanilla y se percató de que el avión no estaba perdiendo altura y de que no se oía ningún ruido extraño. Entonces apareció el auxiliar de vuelo en un estado muy calmado. Se llevó los vasos de las bebidas.

Ella supuso que habría alguna señal más de pánico si hubiera peligro de una muerte inminente.

–Tranquilízate –le ordenó Jack.

–Todo saldrá bien –dijo Hunter.

Pero ambos hombres estaban intranquilos.

Entonces se oyó cómo algo golpeó el armazón del avión, que se balanceó hacia los lados. El auxiliar de vuelo casi se cae al suelo.

–Siéntate y abróchate el cinturón de seguridad –ordenó Jack.

El hombre obedeció de inmediato.

A aquello le siguió un relativo silencio. El avión voló sin complicaciones.

–¿Has estado alguna vez en Las Vegas? –le preguntó Jack a Kristy.

Ella parpadeó.

–¿Que si has estado alguna vez en Las Vegas, Kristy?

Entonces ella negó con la cabeza y acarició a Dee Dee, a quien tenía en brazos, con una temblorosa mano. Deseó haber dejado a la perrita en casa ya que por lo menos el animal estaría seguro. Sabía que Sinclair la hubiera adoptado…

–¿Kristy?

Ella levantó la vista y vio la comprensión que reflejaba la cara de Jack.

–Todo va a salir… –comenzó a decir él.

Pero algo golpeó el avión de nuevo y éste descendió pronunciadamente.

–Simon es el mejor piloto que existe –continuó Jack valientemente.

–Eso me tranquiliza, pero es el avión el que tiene problemas –le recordó Kristy.

–Es sólo una luz.

–Pero indica algo.

El miedo se transformó en enfado, aunque ella sabía que no tenía sentido enfadarse con Jack; no era culpa suya que estuvieran a punto de morir.

–¿Señor Osland? –dijo de nuevo la voz por el interfono.

–¿Sí, Simon? –se apresuró a contestar Jack.

–Son los hidráulicos del alerón derecho, pero lo estamos compensando. Y tenemos autorización para aterrizar, así que no quiero que cunda el pánico.

–No estamos aterrorizados –respondió Jack.

–Yo sí que estoy aterrorizada –dijo Kristy entre dientes.

–Ha dicho que lo está compensando.

–¿Qué otra cosa va a decir? ¿Que debemos escribir nuestros testamentos en una servilleta?

Hunter se acercó al asiento que había al lado del de Kristy. Se sentó, se abrochó el cinturón y le tomó la mano.

–Si hubiera un peligro serio, el piloto nos pediría que adoptáramos la posición de accidente.

–¿Conocéis cuál es esa posición?

–Los pies para atrás, la cabeza abajo y las manos detrás de tu cuello –explicó Jack, demostrándolo.

–Que todo el mundo esté tranquilo –dijo Simon de nuevo por el interfono–. Asegúrense de que sus cinturones de seguridad están bien colocados. No será más que un aterrizaje levemente agitado.

Kristy abrazó a Dee Dee contra su pecho. Estaba descompuesta. Miró por la ventanilla y pudo ver las afueras de Las Vegas. Daría lo que fuera por ver algún casino por dentro antes de morir.

–¿Kristy?

–¿Qué?

–Mírame –ordenó Jack, tomándole la mano–. ¿Cómo se llama el perro?

–Dee Dee.

–Dee Dee va a estar bien –dijo él. Entonces la miró profundamente a los ojos–. Y tú también. Y yo. Dentro de una hora, todos nos estaremos riendo de esto.

Kristy realmente no le creía, pero parecía que él estaba esperando una respuesta. Asintió levemente con la cabeza y Jack apretó su mano.

–No dejes de mirarme, Kristy. Te juro que todo saldrá bien.

Ella obedeció y comenzó a sentir esperanza.

El avión comenzó a ladearse y vio las luces rojas de emergencia que comenzaron a encenderse, pero por alguna ridícula razón, Kristy mantuvo su fe en Jack.

Capítulo Dos

Cuando finalmente el Gulfstream se detuvo al final de la pista de aterrizaje, Jack se levantó de su asiento. Aunque no había razón para dudarlo, quería asegurarse de que todos estuvieran bien.

Como había dicho Simon, había sido sólo un aterrizaje levemente agitado.

–¿Estás bien? –le preguntó a Kristy. Todavía sujetaba su mano.

Ella asintió con la cabeza mientras acariciaba a su perrita.

Jack le sonrió y se acercó a Leonardo, que estaba pálido pero parecía estar bien, así como su primo. Entonces se acercó a la cabina.

–¿Simon?

–Todo está bien –confirmó el piloto.

El copiloto le indicó levantando el dedo pulgar que estaba bien.

Entonces llamaron a la puerta de la cabina y Jack se apresuró a abrir y a bajar la escalerilla.

–¿Están todos bien? –preguntó un bombero custodiado por otros dos bomberos más.

Detrás de ellos esperaban los paramédicos y una ambulancia.

–Estamos todos bien –contestó Jack.

–Ha sido un problema hidráulico –intervino Simon, asomándose por la puerta–. Me reuniré con vosotros para rellenar el papeleo. Señor Osland, van a tener que esperar un poco.

Jack asintió con la cabeza y se dio la vuelta. Vio que Hunter y Leonardo ya se habían levantado.

–Quizá sea mejor que entremos a las instalaciones del aeropuerto –les dijo–. Llevará un tiempo realizar el informe del incidente y mirar los daños.

Entonces indicó con la cabeza que debía ser Kristy la primera que saliera del avión y uno de los bomberos se acercó para tomarla de la mano.

–Estoy bien –protestó ella.

–Debido a la lluvia está resbaladizo, señora. Si me sigue al coche, los encargados de seguridad la llevarán a la terminal.

Jack se puso su abrigo y les siguió. Hunter iba detrás de él y a los tres les llevaron en coche a la terminal del aeropuerto McCarran International.