Cubierta

Ramiro Calle

Autobiografía
espiritual

Prólogo de Agustín Pániker

Editorial Kairós

En memoria de mi amado hermano Miguel Ángel Calle y de mi amigo del alma Baba Sibananda

Agradecimientos

Estoy sumamente agradecido a Agustín Pániker y al magnífico equipo editorial de Kairós, formado por personas sumamente eficientes, cooperantes y amables. Hago extensiva mi profunda gratitud a mis familiares, amigos y alumnos, por su confortadora e incondicional entrega y fidelidad. Siempre me he sentido inmensamente agradecido a mi hermano y amigo del alma Miguel Ángel Calle, que recientemente ha desencarnado y que durante toda la vida fue mi compañero de Búsqueda. No puedo dejar de expresar mi agradecimiento más permanente a Juan Castilla, que siempre trata de ayudarme y colaborar conmigo, desinteresadamente y con admirable generosidad, en diferentes aspectos de mi vida. Debo también referirme concretamente a esos amigos que de verdad lo son y para siempre, con lealtad inquebrantable, y que son Jesús Fonseca, Ignacio Fagalde, José Miguel Juárez, Simon Mundy, Paulino Monje, Antonio García Martínez, Roberto Majano, Marcos Fernández Fermoselle, Ángel Fernández Fermoselle, Joaquín Tamames, Víctor Martínez Flores, Helio Clemente y César Vega. Y grandes amigas del alma como Luisa Jiménez, Silvia Sánchez de Zarca, Isabel Morillo, Manuela Macías y Adoración Gracia. Mi agradecimiento para la profesora de yoga Violeta Arribas, que pone tanto entusiasmo en difundir mis actividades yóguicas y mis obras. Gracias muy sentidas para mis buenos amigos Antonio Tallón y su encantadora esposa Amalia Aguilar. Asimismo siempre agradecido a mi buen amigo el periodista Jordi Jarque, por su cariño y paciencia.

Siento un especial agradecimiento hacia Fernando Sánchez Dragó por su continuado y valioso apoyo a mis obras y actividades profesionales en los magníficos programas literarios y culturales que viene realizando desde hace muchos años en televisión; agradecimiento aún mayor por su proverbial amabilidad y su cariño.

Mi más sentida y profunda gratitud para mi admirado y querido amigo el doctor Rafael Rubio, por su generosa atención y su aprecio.

Sumario

    1. Agradecimientos
    2. Prólogo de Agustín Pániker
    3. Introducción
    1. Parte I:
      1. 1. La soledad del ser
      2. 2. En busca del universo paralelo
      3. 3. Iniciación
      4. 4. Shadak
      5. 5. Cazador de hombres santos
      6. 6. Satchidananda
      7. 7. Un vagabundo del Dharma
    2. Parte II:
      1. 8. La senda sin senda es la Senda
      2. 9. Profundizando
      3. 10. La India es mi aventura
      4. 11. Una vida a través del yoga
      5. 12. La presencia de ser
    3. Parte III:
      1. 13. Suresh, el faquir, y Shivaji, el yogui
      2. 14. Baba Sibananda
      3. 15. En busca del silencio de la mente
      4. 16. La ruta de Buda
      5. 17. La isla del Dhamma
      6. 18. Cuatro meses después de salir del hospital
      7. 19. En el umbral de lo incognoscible
      8. 20. Matar el loro que llevamos en la cabeza
    1. Epílogo
    2. Apéndice

Prólogo

Dicen que cuando en una ocasión un hombre le preguntó al mahatma Gandhi cuál sería su mensaje final a la humanidad, él respondió: «Mi vida es mi mensaje».

Hete aquí una máxima del sur de Asia. Una enseñanza no solo ha de ser comunicable y realizable, sino que el maestro, el sabio o el filósofo ha de ser él –o ella– ejemplo de congruencia y coherencia (lo cual, dicha sea la verdad, no siempre ha sido la norma). En cualquier caso, toda enseñanza y conocimiento están imbricados y entrelazados en una vida. El conocimiento es siempre personal, biográfico, contextual. Repasar la vida de alguien es la mejor manera –y la más amena– de entender su proceso evolutivo y su enseñanza. Y es una inmejorable ocasión para profundizar en nuestro propio trayecto.

Ramiro Calle es el “yogui” español por antonomasia. Él fue de los primeros autores en familiarizar al público de habla hispana con conceptos como jivan-mukta, samadhi, vipassana, moksha… Por eso, una vez superada la gravísima enfermedad que lo llevó literalmente a las puertas de la muerte, en 2010, le sugerí que escribiera esta autobiografía espiritual. Sabía que el resultado iba a ser inmensamente rico, porque Ramiro es un gran comunicador y tiene infinidad de vivencias, pensamientos y experiencias dignas de contar. Al leer ahora la trayectoria espiritual de Ramiro Calle relatada en primera persona, me doy cuenta de cuánta razón tenían Gandhi y la tradición de sabiduría índica: la vida de uno es el único y genuino mensaje. Y advierto cuán honesto y coherente es Ramiro con las enseñanzas que ha promulgado, practicado y alentado durante décadas. Todo un honor, pues, prologar la autobiografía de un yogui occidental.

En efecto, esta es la apasionante historia de un buscador de la verdad, alguien que, desde muy joven, se interroga por las grandes cuestiones metafísicas. Ramiro nos lleva de viaje desde el Madrid de los años cincuenta y sesenta, la India de los setenta y los ochenta, de nuevo en España, con sus últimas vivencias en pleno siglo XXI. En cierta manera, el relato de su trayectoria espiritual espejea el de buena parte de los buscadores occidentales.

Ramiro relata la especial relación que tuvo con su madre, su primera preceptora; o la complicidad con su hermano Miguel Ángel, a quien dedica un sentido «Epílogo». Y sus años de juventud, permanentemente inquieto, incompleto y desubicado. Si uno no ha experimentado la insatisfacción no puede embarcarse en la senda espiritual. Dicen budistas y jainistas que las divinidades, en su existencia gozosa en los paraísos celestiales, no pueden liberarse porque no tienen la urgencia o el anhelo por la liberación. Para embarcarse en la senda espiritual, no se puede estar gozando del paraíso; se necesita haber sentido en propia piel eso que el budismo ha llamado dukkha: la contingencia, la finitud, la insatisfacción, el sufrimiento, el dolor, la temporalidad, la alienación de ser humano.

El anhelo por la liberación lo llevó a sumergirse en variopintas tradiciones esotéricas, en las terapias más diversas (desde el psicoanálisis hasta el sistema de Gurdjieff), y le condujo a flirtear con sociedades secretas. Narra sus encuentros y tertulias con infinidad de filósofos, artistas, sabios, charlatanes y excéntricos. En este maravilloso ejercicio de desnudarse espiritualmente, sin pudor y sin tapujos, Ramiro nos introduce en las personas que más le influyeron, con quienes compartió sus experiencias y conocimientos, de quienes aprendió. Estos amigos, buscadores y amores (¡ah sí! mención especial a las mujeres de su vida), lo enriquecen y lo configuran.

El camino espiritual está necesariamente salpicado de ensayos frustrados, atascos, contradicciones, retrocesos, culs-de-sac. Ramiro posee la sinceridad de quien ya no tiene que justificar nada ni agasajar a nadie. Por ello es crítico con los maestros esotéricos que han enredado más que alumbrado el camino, o con determinadas corrientes psicoterapéuticas, y con gurús engreídos, hoy fagotizados por el supermercado de lo espiritual. Me identifico con esa vena descreída, ácrata y desmitificadora de Ramiro. No deja de ser un ejercicio de discernimiento, lo que en las tradiciones índicas llaman viveka. Él ha conocido a tantos supuestos gurús, ha visitado tantos ashrams y tinglados (algunos regentados por “mistagogos desaprensivos” en su atinada expresión), que no idealiza ni la figura del maestro ni la del iluminado. Sus reflexiones al respecto son certeras y brotan de la experiencia de primera mano. El iluminado no es ningún superhéroe que ha trascendido la condición humana. Aunque pueda residir en una dimensión más profunda del ser, el iluminado tiene hígado y cerebro, ergo enfermedades y apetitos, lo mismo que sentimientos, manías y contradicciones. Puede ser incluso un pícaro (léase a Alan Watts). Pero ello no quita que su mensaje pueda ser emancipador y que muchas personas se beneficien de él.

Entrelazada con las amadas de su vida, la India se yergue como su otra gran Musa. Ramiro ha transitado por la piel de esa Madre antigua, desde las cimas y tirthas del Himalaya hasta el extremo tropical del cabo Comorín, desde las espesas junglas del noreste hasta los tórridos desiertos del Rajastán. Ese amor por la India que transluce en todas sus obras me une nuevamente a Ramiro.

Él ha sido un incansable cazador de sadhus (hombres santos), un género humano virtualmente único de ese (sub-)continente. Como en otras obras suyas, aquí narra algunos de sus encuentros con sabios y yoguis, desde aclamados maestros (como Muktananda, Anandamayi Ma o el Dalái Lama) hasta esos anónimos renunciantes que pululan por todos los rincones de la geografía sagrada de la India. Pero más allá de esos memorables encuentros, es la India profunda, la de las mil facetas, la de bestiales contrastes, la India real de las estaciones de tren, de pavorosos ministerios, de los campos de té, la tierra de saris de colores, de afables comunidades tribales, de bandidos y leprosos… esa India es la que lo transforma, lo configura en su progresión espiritual y le proporciona una incomparable experiencia de la vida y la condición humana.

Cuenta el psiquiatra Régis Airault, que trabajó durante años en el consulado francés de Bombay, que cada año recibía en la legación diplomática a varias decenas de turistas y viajeros francófonos aquejados de un trastorno psicótico –leve pero inquietante–: una momentánea pérdida de la identidad. Él bautizó ese cuadro como “síndrome India”. Aunque es más frecuente en los jóvenes, el síndrome atraviesa fronteras de edad, sexo o clase. Después de algunos días en la India, aunque puede darse también tras una estancia prolongada, el bombardeo a los sentidos, las emociones y la psique resulta ser de tal intensidad que uno pierde momentáneamente su norte. La India no puede dejar a nadie impasible. Las sensaciones de agobio ante esas multitudes morenas de miradas insondables, bajo el polvo y la polución de sus ensordecedoras ciudades, empapados del sudor producido por un calor demoledor, bombardeados a diestra y siniestra con vacas sagradas, rickshaws estrepitosos, montañas de podredumbre, hedor y detritus, miseria y vidas agónicas, caos…, digo, esas sensaciones son inversamente proporcionales a la belleza de sus mujeres, al colorido del país, el olor a incienso o a jazmín, la sonrisa de unos niños, incluso de los más descalzos, la exuberancia de sus banyanos, una sílaba que reverbera, un yogui solitario junto a un riachuelo… El psiquiatra francés no lo pone en estos términos, pero yo lo interpreto así: la India genera un exceso de realidad que a nadie puede dejar indemne.

Dicen que el viaje a la India es siempre un viaje hacia dentro. Pero no tanto por los ashrams que uno pueda visitar, sino porque esa realidad hace aflorar de forma natural todo el arco de las emociones (positivas y negativas) y la más amplia gama de estados de conciencia, sin necesidad de estimulantes o anestésicos. Todo aquel que haya viajado a la India sabe de las dificultades, las miserias… lo mismo que de las bellezas y rarezas que abundan. (Al respecto, no tiene desperdicio la grotesca aventura que Ramiro nos cuenta de sus penurias en un ministerio de Calcuta y ulterior viaje hacia los Sunderbans; un periplo que, de una forma u otra, todos los que hemos viajado con cierta frecuencia a la India “reconocemos” al instante.) Ramiro tiene esa rara facultad –no solo producto de su prolongada experiencia como escritor– de transportarnos con una sencilla imagen a nuestro propio y fértil mundo de emociones, sentimientos y pensamientos.

Ramiro ama la India, pero no la mistifica. Lo ilustra con una incisiva frase que haríamos bien en recordar periódicamente: «sé muy bien el abismo que hay entre la India ensoñada y la real». Por ello es asimismo crítico con los embaucadores que la pueblan o con el nuevo ethos consumista que campea en sus urbes. De ahí su predilección por maestros –como su querido Baba Sibananda o los propios monjes theravadins de Sri Lanka– más humildes. Es también extremadamente afable con los maestros que le han mostrado el yoga. ¡Ojo!, está claro que Ramiro es un autodidacta. (Y en eso me identifico, por enésima vez, con él.) Cuando viaja por vez primera a la India y entrevista a los grandes yoguis ya es un buen conocedor de las filosofías hindúes y está metido en la práctica espiritual o sadhana. Él no viaja a la India a aprender el yoga, sino a enriquecer su práctica y sus conocimientos. Su periplo personal le ha portado a la matriz de donde surgieron la gran tradición yoga y el dharma budista. Esas dos dimensiones índicas de la espiritualidad (tan semejantes y complementarias) le van a proporcionar las respuestas más firmes a su búsqueda espiritual.

Aunque él ha leído todos los libros sobre espiritualidad, esoterismo o psicoterapia que hay que leer, y experimentó con numerosas vías, ha tenido el discernimiento y la lucidez suficientes como para alejarse de los cócteles superficiales que abundan en los círculos Nueva Era de hoy. Ramiro hace su particular interpretación del yoga y la meditación con un sólido anclaje en los saberes tradicionales. Eso le otorga una cohesión, una credibilidad y una robustez espiritual de la que carecen muchos supuestos maestros. Gracias a su práctica continuada del yoga y la meditación, Ramiro logra morar en aquello que siempre es, lo que en la India llaman sat.

La espiritualidad que propugna Ramiro no está reñida con la secular vida cotidiana. Aunque valora el esfuerzo, la frugalidad y la ascesis, él opta por no tomar la senda de la renuncia. Al contrario, su trayecto se me antoja como un permanente ejercicio de portar la espiritualidad a la vida diaria. Nos invita a derribar el falso binarismo entre un mundo espiritual y religioso y otro secular y profano. En esto Ramiro es casi un yin-shi, el “sabio oculto” del taoísmo. Y por ello mismo no congenia con los maestros que exigen un culto al cuerpo o un culto al dinero (como ese gurú que ¡ha tratado de patentar las asanas!) Ni tiene esa obsesión, tan extendida entre los buscadores occidentales, por tener “experiencias cumbre” y alcanzar exóticos estados alterados de conciencia. Él prefiere, a mi juicio con mucho más tino, hablar de “experiencias meseta”, es decir, de estados prolongados de sosiego y ecuanimidad. Aunque Ramiro no es un budista confeso (porque –como el que esto suscribe– posee identidades múltiples y sabidurías múltiples: el yoga, el zen, el tao…), es la figura del Buda la que insufla buena parte de su talante. Ramiro reniega de lo sectario y lo dogmático. Él es un pragmático, abierto, con humor, un autodidacta que sigue al pie de la letra aquel famoso dicho del Buda, en el sermón a los Kalamas:

«No os dejéis guiar por relaciones, ni por la tradición religiosa, ni por lo que habéis escuchado. No os dejéis guiar por la autoridad de los textos sagrados, ni por la simple lógica de la razón, ni por las apariencias… simplemente conoced por vosotros mismos: si algo es provechoso y conduce a la felicidad, tomadlo y morad en ello».

Combinando relatos narrativos (sus viajes por la India o sus intensas relaciones con familiares, amigos o compañeras) con reflexiones de gran calado filosófico y espiritual, la autobiografía nos va dibujando con nitidez una trayectoria yóguica. Ocurre que Ramiro le otorga al término “yoga” su sentido más profundo; un significado que es obvio en la India, pero no siempre reconocido afuera: yoga como camino espiritual; yoga como método físico, pero también psíquico, ético y espiritual. Aquí tenemos a un yogui que nos invita, con el ejemplo de su propia trayectoria de vida, a liberarnos de la ignorancia, el odio, la codicia y el egocentrismo. Porque en eso consiste el yoga y la meditación. Al menos, así lo entendemos Ramiro, unos cuantos más y yo. Por eso su centro de yoga Shadak, fundado en 1971, es toda una institución en la península ibérica. Y él es, sin el menor género de dudas, el decano del yoga en España.

Hacia el final de la obra, Ramiro nos sumerge en uno de los episodios centrales de esa trayectoria vital-y-espiritual: la gravísima enfermedad que lo llevó a las puertas de la muerte. Es de nuevo una experiencia del dukkha del que nos hablaba el Buda y que la tradición budista ilustró a las maravillas precisamente con la metáfora de la enfermedad, la vejez y la muerte. Pero a diferencia del dukkha o insatisfacción de juventud (aquel Ramiro permanentemente inquieto y sin sosiego), ahora lo afronta un Ramiro maduro, experimentado, un maestro de yoga reconocido, autor de más de 200 libros, que se sabe amado y ama, y que ha sido bendecido por no se sabe qué buena estrella en ese estadio intermedio entre una existencia y tal vez otra. Dice la aludida metáfora budista que, tras las salidas de palacio en las que el joven Siddharta vio al enfermo, a un anciano y a un cadáver, en una cuarta salida, encontró a un sadhu. Optó entonces por la senda o yoga que habría de conducirlo hasta la trascendencia del dukkha. Ramiro sale de la near-death-experience más lúcido, más desapegado y a la vez más plenamente humano que nunca. Porque ha trascendido la condición ignorante; sabe ahora disfrutar de la sonrisa o la mirada de su amada, del abrazo de un buen amigo, el ronroneo de su gato, ahora es plenamente consciente de su respiración, de sus emociones, de su trayectoria vital… de lo más profundo de sí mismo.

Disfrútenlo.

AGUSTÍN PÁNIKER

Barcelona, septiembre 2012

Introducción

Unos meses antes de cumplir los sesenta y seis años de edad, la muerte vino a buscarme. Durante un buen número de días había intentado llevárseme, pero al final no me arrebató la vida, de milagro, y decidió darme otra oportunidad.

No me engaño: siempre nos acecha y un día volverá y entonces todas las oportunidades se habrán acabado. No quiero, pues, ahuyentar ni mucho menos esa idea, sino todo lo contrario: utilizarla como consejera, inspiración, sentimiento de urgencia para el autoperfeccionamiento, e incluso como “despertador”. Quiero a cada instante ser consciente de que muchos días, durante mi grave enfermedad, se temió por mi vida, y de que estuve más cerca del otro lado que de este. Así, con el apoyo de este recordatorio, quiero vivir cada momento como si fuera el primero y el último, tratando de humanizarme y de valorar cada vez en mayor grado la fortuna de haber encontrado “coincidentes vitales” a los que amar y por los que ser amado. Siempre, y aún más después de la enfermedad, he tenido claro que no hay otra cosa que el amor.

Cuando todavía me encontraba en régimen hospitalario en casa, a sugerencia de la editorial Kailas, comencé a escribir mi libro En el límite, donde relato toda mi experiencia con la enfermedad. Más tarde me animé a escribir una novela de marcado contenido espiritual, para, una vez finalizada, comenzar a redactar la obra que ahora presento al lector, después de que una vez más Agustín Pániker, propietario de la Editorial Kairós, me renovase su confianza para publicar un libro mío más en su fondo, donde ya figuran otras tres de mis obras. A Agustín le pareció muy buena la idea de que en una obra relatase toda mi trayectoria, formación y vislumbres espirituales. Así que me propuse este reto, no pequeño, de desnudarme espiritualmente y escribir, con toda sinceridad, sobre mi propia búsqueda metafísica y mística, que ha ocupado buena parte de mi vida.

Mucho antes de comenzar a escribir sobre mis pesquisas místicas y logros espirituales, varios editores, y con no poca insistencia, me habían propuesto redactar mis memorias, pero yo estaba firmemente decidido a no acometer ni entonces ni nunca tal proyecto, pues creo que mi vida cotidiana y profana no tiene objeto compartirla con los demás y robarles tiempo con dicha narración, y, además, estoy convencido de que nadie es realmente ecuánime, y menos sincero, cuando se trata de exponer situaciones personales e incluso implicar en ellas a otras personas a las que no se puede dejar de juzgar o sobre las que es difícil no emitir opiniones que no son ni mucho menos neutrales. Al fin y al cabo, la mayoría de las memorias que los interesados escriben se tornan en última instancia en puro y simple “cotilleo”, amén de una tentación inevitable para afirmar el propio ego e incrementar la autoimportancia y, más o menos veladamente, favorecer a unos personajes y perjudicar a otros. Hago referencia, sin entrar en detalles, a algunas de mis relaciones sentimentales, porque mujeres tan formidables como las que me han acompañado en diferentes trechos de mi vida ayudan a persistir en la Búsqueda, máxime si ellas, como casi siempre ha sido el caso, también tienen esas inquietudes y sensibilidades místicas.

Si me he animado, después de muchos años, a escribir este libro es porque a través de él quiero compartir con otros buscadores espirituales y sabuesos en pos de la Última Realidad, mis tentativas, más o menos acertadas o torpes, de encontrar significados y propósitos a la vida, de hallar respuestas a los grandes interrogantes y, sobre todo, de estar en comunicación con las personas que en su vida tienen inquietudes y sensibilidades espirituales y están deseosas de humanizarse y encontrar un sentido elevado a sus vidas. Quiero especificar, antes que nada, que me sirvo del término “espiritual”, tan manoseado y cosificado, independientemente de cualquier creencia, religión o culto religioso, así como de cualquier noción teísta o atea o cualquier sentido de trascendencia. Entiendo por persona espiritual (que puede ser totalmente escéptica o no, creyente o agnóstica) aquella que está en la búsqueda de la ampliación de la consciencia, que intenta mejorar y humanizarse, indagar en realidades allende el pensamiento ordinario y actualizar sus mejores potenciales internos, con el objetivo de encontrar un sentido y la paz interior. Esta espiritualidad no está en absoluto reñida con la vida cotidiana, sino que, de hecho, hay que impregnar de esa actitud espiritual la vida diaria y servirse de esta como escenario de trabajo interior. Esta espiritualidad es adogmática y une en lugar de separar, como han hecho la mayoría de las religiones. Este impulso espiritual implica la búsqueda de la más completa libertad interior, la evolución psíquica y el autoconocimiento y transformación interior. Se inspira en las enseñanzas de las mentes más claras, sabias y compasivas, y cuenta con un gran número de métodos para la realización de sí. Es un buscador o está en la Búsqueda el que tiene el impulso de querer mejorar y evolucionar para beneficio propio y de los demás, sin resignarse al lado oscuro de su psique y tratando de hallar enseñanzas y métodos para hacer posible la independencia de la mente, el discernimiento puro, el entendimiento correcto, el sosiego y la sabiduría, entendiendo por sabiduría, no el mero y limitado conocimiento ordinario o saber libresco, sino un tipo especial de cognición, percepción y noble comportamiento. El buscador, en esta búsqueda del sentido y la paz interior, sigue sus propias reglas y no tiene por qué formar parte (o sí) de un credo religioso, ni identificarse con ninguna jerarquía eclesiástica o corriente religiosa ortodoxa o instituida, o seguir a un maestro determinado. Como es un librepensador, busca, con actitud desprejuiciada y seria, en todas aquellas tradiciones o sabidurías que le reporten conocimientos y técnicas de trabajo interior con las que ensanchar la conciencia y acceder a una dimensión de esta guiada por el sosiego y la sabiduría. No regatea esfuerzos para poder evolucionar y mejorar, dándole así a la vida este precioso sentido, tenga o no tenga uno último.

Aunque llevo desde los quince años de edad hoyando, o tratando de hoyar, la senda interior y he pasado por innumerables disciplinas espirituales y técnicas de autorrealización, sigo considerándome (como declaraba el protagonista de mi novela El faquir) un aprendiz, y el deber de todo aprendiz es seguir aprendiendo.

Sin duda, todos estamos en la senda de ayudarnos, o así tendría que ser. Esa es mi profunda convicción, como aquella otra de que una persona sin el Dharma no es nada. El Dharma es la enseñanza espiritual y también leitmotiv y motivación para el buscador de lo Inefable. Es soporte y apoyo, es fuerza y manantial de alientos, es confianza en la propia capacidad para poder evolucionar conscientemente y contribuir así a elevar el dintel de la consciencia planetaria.

Desde muy niño he tenido la rara fortuna de poder conectar con el Dharma, que se ha convertido para mí en el real sentido de mi existencia humana. La senda ha estado salpicada de altibajos, callejones sin salida, desfallecimientos y desvelos, inevitables errores y aparentes retrocesos, pero he tratado de ser consistente, y cada vez que he estado tentado de salirme de ella, he procurado encontrar en mí mismo renovadas motivaciones y anhelos espirituales. Mi buen amigo el venerable Piyadassi Thera siempre me recordaba: «Unos arrastrándose, otros caminando y otros corriendo, al final todos nos encontraremos en la meta». También podríamos decir aquello de «vamos a ir, aunque no lleguemos», pero el que sacrifica de sí lo necesario y mantiene viva la aspiración adecuada, la virtud, la disciplina mental y el desarrollo del entendimiento correcto, ya ha llegado, y consigue en cada glorioso instante que el camino sea la meta, que la ascensión ya sea la cima. En el viaje de la vida, cuando lo aprovechamos para también viajar hacia dentro, siempre encontraremos la fuerza para seguir distinguiendo entre lo real y lo ilusorio, entre lo esencial y lo banal, entre lo importante y lo insustancial, y así haremos lo que deba hacerse y trataremos de no hacer lo que no deba hacerse. Tal es el noble arte de vivir, donde, en palabras de Buda, «el poder de la verdad protege al que persigue la verdad».


Esta que podríamos denominar una “autobiografía espiritual”, solo relativamente, ha seguido una línea cronológica. Para darle una mayor espontaneidad e intimidad, me he inspirado en asociaciones de ideas y emociones repentinas sin necesidad de respetar rígidamente la cronología y pudiendo retomar temas ya abordados en páginas anteriores e incidir más a fondo en ellos. He seleccionado aspectos esenciales de mi trabajo interior y mi desarrollo espiritual, pero podría abordar otros en sucesivas ediciones si las hubiere, o incluso profundizar aún más en algunos de los tratados. Ha imperado en mi ánimo, al escribir estas líneas, derruir todas las barreras que puedan a veces levantarse entre el autor y el lector y lograr una comunicación lo más directa, sincera y abierta posible, para tratar de entrar en comunión con muchos buscadores espirituales o personas con inquietudes y sensibilidades místicas que están abocadas en la senda hacia los adentros.

RAMIRO CALLE

NOTA: Si el lector está interesado en contactar con el autor, puede consultar su página web (www.ramirocalle.com), dirigirse a su centro de yoga Shadak, ubicado en la calle Ayala, 10, de Madrid, o bien escribirle a su dirección electrónica yogaramirocalle@hotmail.com.

PARTE I

PARTE II

PARTE III