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ÍNDICE

PRÓLOGO. Julio Torri.

CAP. XXXVIII.—Donde se cuenta la que dio de su mala andanza la Dueña Dolorida.

CAP. XXXIX.—Donde la Trifaldi prosigue su estupenda y memorable historia.

CAP. XL.—De cosas que atañen y tocan a esta aventura y a esta memorable historia.

CAP. XLI.—De la venida de Clavileño, con el fin desta dilatada aventura.

CAP. XLII.—De los consejos que dio Don Quijote a Sancho Panza antes que fuese a gobernar la Ínsula, con otras bien consideradas.

CAP. XLIII.—De los consejos segundos que dio Don Quijote a Sancho Panza.

CAP. XLIV.—Cómo Sancho Panza fue llevado al gobierno, y de la extraña aventura que en el castillo sucedió a Don Quijote.

CAP. XLV.—De cómo el gran Sancho Panza tomó la posesión de su Ínsula y del modo que comenzó a gobernar.

CAP. XLVI.—Del temeroso espanto cencerril y gatuno que recibió Don Quijote en el discurso de los amores de la enamorada Altisidora.

CAP. XLVII.—Donde se prosigue cómo se portaba Sancho Panza en su gobierno.

Plan de la obra.

MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA

El ingenioso hidalgo
Don Quijote de la Mancha
16

Fondo de Cultura Económica

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

Primera edición FONDO 2000, 1999
Primera edición electrónica, 2017

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Don Quijote es, en su demencia, un espíritu perfectamente seguro de sí mismo y de su caso, o más bien su demencia sólo consiste en ello, en que está y queda seguro de sí y de sus cosas.

HEGEL

PRÓLOGO

JULIO TORRI

Don Quijote es obra del buen tiempo de la raza, y sus caracteres son la opulencia, la vida rebosante, la gracia y sello de aquella edad magnífica. Los críticos de hoy irán a buscar una visión más profunda de la vida a la Tragicomedia de Calixto y Melibea, a la exquisita y doliente novela de Diego de San Pedro, al Amadís de Gaula, dechado de la literatura caballeresca peninsular.

En el Quijote hallamos, sin embargo, al conjuro de una prosa transparente y cristalina, dos personajes que eternizan —como las aladas figuras de una urna griega— las formas cambiantes de la vida: el hidalgo de la Mancha, cuyo brazo está siempre dispuesto a la acción desinteresada y a las hazañas peligrosas; y el rústico escudero, lleno de buen sentido y refranes, acabado tipo del hombre del pueblo, con las buenas virtudes de las gentes del campo, la ingenuidad, la credulidad, la fidelidad.

Don Quijote es la generosidad misma: su espada y su vida, en toda ocasión al servicio del débil del oprimido. Perdió el seso en las lecturas de caballerías y piensa renovar el mundo, resucitando la venerable cohorte de los paladines. El medio es extravagante, pero nada más el medio. El propósito nada tiene de desvariado, y al encontrar el mundo lleno de perversidad y malicia, nuestro caballero andante se pone a la cabeza de la legión de los inconformes, de los que no transigen con su tiempo y permanecen siempre inadaptados a los moldes de fealdad y maldad que se les ofrece para vaciar su vida. De este desacuerdo moral profundo entre Don Quijote y lo exterior proviene esa melancolía meditativa que ennoblece su frente de escogido, esa tristeza que vela sus ojos, sus ojos que en la hora de la meditación han contemplado praderas desoladas y horizontes sombríos.

Por eso, tan pronto como nos acostumbramos a su extraña locura, nos sentimos penetrados de infinita simpatía. ¡Mísero el caballero que va por caminos infestados de venteros y yangüeses!, un barbero y un cura de aldea le queman sus libros; y sobre el frágil cuerpo llueven a cada paso los estacazos y puñadas de la gente vil y plebeya.

Nada nos causa mayor pena que la frágil victoria del caballero de la Blanca Luna. Don Quijote cae gloriosamente maltrecho en tierra; con la lanza enemiga sobre la visera, dice con desfallecida voz estas bellas palabras: “Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo, y yo, el más desdichado caballero de la Tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caballero, la lanza, y quítame la vida, pues me has quitado la honra”. Penetrado de la eficacia estética y moral de una muerte heroica, cierra los ojos y espera la apoteosis. Pero ésta no viene: hay que luchar aún, y esta vez con los peores enemigos: la inacción, el fastidio, la aldea.