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El color del espejo: narrativas de vida de mujeres negras en Bogotá

© NATALIA SANTIESTEBAN MOSQUERA

Cali / Universidad Icesi, 2017

226 pp, 22 x 14 cm

ISBN 978-958-8936-24-6
ISBN EPUB: 978-958-8936-39-0

Palabras claves:

Mujeres negras / Afrodescendientes / Negros en Colombia / Cuerpo / Identidad / Resistencia / Bogotá (Colombia)

Sistema de Clasificación Dewey:
301.45196

——

© Universidad Icesi
Facultad de Derecho y Ciencias Sociales

Primera edición / Abril de 2017

Colección Exploraciones

Rector

Francisco Piedrahita Plata

Secretaria General

María Cristina Navia Klemperer

Director Académico

José Hernando Bahamón Lozano

Decano de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales

Jerónimo Botero Marino

Director del Centro de Investigaciones CIES

Enrique Rodríguez Caporalli | cies@icesi.edu.co

Directora del Centro de Estudios Afrodiaspóricos (CEAF)

Aurora Vergara Figueroa | ceaf@correo.icesi.edu.co

Coordinador Editorial

Adolfo A. Abadía

Diseño y Diagramación

Natalia Ayala Pacini | natalia@cactus.com.co

Editorial Universidad Icesi

Calle 18 No. 122-135 (Pance), Cali – Colombia

Teléfono: +57 (2) 555 2334

E-mail: editorial@icesi.edu.co

http://www.icesi.edu.co/publicaciones_derecho_ciencias_sociales

Diseño de ePub: Hipertexto - Netizen Digital Solutions

El material de esta publicación puede ser reproducido sin autorización, siempre y cuando se cite el título, a la autora y la fuente institucional.

A las mujeres de la
diáspora africana.

Agradecimientos

Manifiesto mi infinita gratitud a mi madre por mi vida, por su tesón, su brillantez, su herencia y su eterno respaldo. A Orika, Flor de Ipanema, LaCigarra y Martina, por darle cuerpo, forma y vida a este trabajo; a Mara Viveros Vigoya, por ser esclarecedora guía, constante apoyo, empática agudeza, invitador estímulo, ilimitada comprensión e indefectible compromiso, durante esta travesía. A Ochy Curiel Pichardo, por su solidaria, dulce y cálida lucidez.

A la Escuela de Estudios de Género de la Universidad Nacional de Colombia, por haber sido la brújula con la que pude redescubrir mis múltiples destinos. A mis amigxs, Alexandra Riveros, Ana María Ortiz, Katherine Galeano, Andrea Neira, Diako Dedalus, Fernando Angulo, Arturo Rivera, Luisa García, Yellen Aguilar, Johana Caicedo, Tasmy Gómez, Yaneris González y Jeanette del Carmen Tineo, por su permanente compañía y amoroso sustento, aún en la más larga distancia y en la más inclemente de las crisis. A mi queridísima profesora Janeth Casas, por su humanidad, su coraje y su imborrable legado.

A Aurora Vergara Figueroa por la generosidad de su acogida, por su aprecio a mi labor y por su atenta escucha a mi voz. Gracias por la oportunidad y el espacio para continuar tejiendo redes de justa escritura y reivindicador conocimiento sobre las mujeres de la diáspora africana. Al Centro de Estudios Afrodiaspóricos (CEAF) y a la Universidad Icesi, por su iniciativa para la divulgación de mi trabajo y la publicación de este, mi primer libro.

Índice

Presentación

Sobre el lenguaje no sexista

Introducción

Parte 1
El problema de lo (anti)estético: belleza y fealdad como experiencias vitales trascendentales y articuladoras de la búsqueda identitaria

Parte 2
«Las negritas tienen cuerpo menos cara», la escisión cara/cuerpo y la noción de belleza (in)completa

Conclusiones

Bibliografía

Anexos

Presentación

La Universidad Icesi publica este libro en el marco del decenio de las y los afrodescendientes declarado por las Naciones Unidas.1 El color del espejo: narrativas de vida de mujeres negras en Bogotá, de Natalia Santiesteban Mosquera, inaugura una serie de publicaciones de profesoras y profesores asociados al Centro de Estudios Afrodispóricos (CEAF) que realizan estancias como investigadoras o investigadores visitantes. En 2015, gracias a una generosa donación de la Fundación Ford, la autora desarrolló múltiples actividades de investigación en el CEAF, entre estas, convertir su manuscrito de tesis de maestría en el presente libro.

Con entusiasmo presento esta obra que me marcó desde el primer día en que la leí. La autora analiza las múltiples dimensiones que componen el proceso de identificación étnico-racial en mujeres jóvenes afrobogotanas. Para cumplir con este propósito, construye los relatos de vida de estas mujeres en conexión con su propia experiencia como mujer afrobogotana. La autora argumenta que este texto le posibilita, a ella y a sus entrevistadas, hablar de sus experiencias

como mujeres negras, para visibilizar las opresiones que enfrentamos a diario por efectos del racismo, el sexismo y el clasismo simultáneamente, pero sobre todo en el que visibilicemos nuestras agencias con el propósito de generar plataformas y espejos para auto-representarnos (pág. 25).

En el desarrollo del libro la autora logra este propósito con destreza. A través de los relatos de vida de sus entrevistadas, Orika, Flor de Ipanema, LaCigarra y Martina, nos enseña las complejas historias, luchas y procesos de las mujeres afrocolombianas en Bogotá. De manera específica, la autora escribe:

en la experiencia de sentirnos inadecuadas, desubicadas o no-identificadas; en el desasosiego, la incomodidad y la frustración que pueden producir el no poder peinarse y verse como las otras, pero además el ser agredidas por esa diferencia que finalmente, no alcanzábamos a comprender (pág. 130).

Sobre el anclaje analítico y la metodología

El relato autobiográfico y el análisis crítico del discurso son sus principales herramientas metodológicas en este libro. La autora construye y analiza cuatro relatos de vida mujeres afrobogotanas jóvenes. A través de estos relatos, describe sus procesos de construcción de identidad étnico-racial y de género. Paralelamente, presenta su propio proceso.

En este libro, se presentan las infancias de estas cuatro mujeres, sus amores, desamores, encuentros y desencuentros con sus familias, sus vidas estudiantiles, laborales, sus afirmaciones, sus negaciones, sus ires y venires en sus procesos de reconocimiento. Los relatos de Orika, Flor de Ipanema, LaCigarra y Martina ilustran dos extremos del espectro de la vivencia y construcción étnico-racial. Dos de ellas crecieron en contextos mixtos, étnico-racialmente, y las otras dos se criaron en familias en donde la identificación racial parece no radicar en la ambigüedad de un origen múltiple. Las cuatro mujeres cuentan lo que significa para ellas residir en una ciudad que se niega a reconocerlas, y por lo tanto prefieren presentarse como proveniente de otras ciudades.

Basada en estas historias, la autora construye una crítica sólida sobre los ideales de belleza que riñen con las formas de los rostros y cuerpos de mujeres afrodescendientes, como las entrevistadas. En los relatos, el lector o la lectora pueden encontrar dilemas por los cabellos, por las formas de los cuerpos, y por sus tonos de piel. La casa, el colegio, la universidad, las calles, los espacios de trabajo son escenarios en donde todos estos dilemas ocurren. En ocasiones, en todos simultáneamente. Con estas reflexiones, la autora concluye que para sobrevivir a contextos hostiles, que niegan o desconocen las presencias de las entrevistadas, y la suya propia, las mujeres afrobogotanas recurren a cuatro mecanismos de resistencia: la mascarada, el cimarronaje, la escritura y el mestizaje (pág. 171).

En este libro, la autora posiciona su argumento en la literatura de estudios de género. En su narrativa integra diversas perspectivas teóricas, a saber: la perspectiva del análisis crítico sobre la clasificación «racial», el análisis feminista crítico, y la perspectiva del feminismo negro. La autora vincula literatura de la diáspora, tanto en inglés como en francés y lo hace con excelencia.

Escribir y (re)existir

Esta obra no sólo llena un vacío en los estudios de género, sino que también potencia una línea y una metodología de investigación poco explorada en la literatura afrocolombiana. La autora logra con éxito situar las vidas de sus entrevistadas en el centro del análisis y articula su vida misma en la producción analítica. En la literatura norteamericana del pensamiento feminista negro, esta forma de producir conocimiento tiene una larga tradición y ha demostrado la importancia que tiene. Para Patricia Hill Collins (2000) analizar la experiencia vivida es un criterio de significado con imágenes prácticas (2000:258). Por consiguiente, es un nodo fecundo para conocer las vidas de las mujeres de la diáspora africana poco estudiadas. Como argumenta Juana Camacho:

[…] las voces y las palabras de las mujeres negras están aún a la espera de ser escuchadas. En tanto la mujer negra es sobre todo una mujer imaginada, deseada y representada por distintos y contradictorios estereotipos, según variados objetivos y contextos (2004: 163).

En Colombia, aún hace falta investigar este aspecto a profundidad y esta obra es una invitación célebre. Los relatos que la autora construyó son conmovedoramente ilustradores de las experiencias vividas del racismo, el clasismo y el sexismo en los cuerpos de las mujeres afrobogotanas.

Leer este libro fue un gran aprendizaje. Las historias de las mujeres entrevistadas son tan poderosas, fuertes y tan dolorosas, por momentos, que me impresionaron profundamente. Sentí que entraba en la vida privada de cinco mujeres, con la autora incluida, con el mayor respeto por estas mismas y con una gran admiración por quienes han sido y en quienes se han convertido.

Finalmente, con esta publicación, el CEAF también se une a la celebración de 20 años de implementación de un modelo de enseñanza que se inauguró en la universidad Icesi en 1997. Como lo expresó Francisco Piedrahita, el Rector de la Universidad Icesi, este

«modelo ha evolucionado y se ha enriquecido mucho durante este tiempo transcurrido. Pero siempre ha sido, parte central de él, el Pensamiento Crítico; […] Se trata de fortalecer habilidades y disposiciones como búsqueda de la verdad, disposición al análisis, disposición al trabajo sistemático y la curiosidad intelectual».2

Este modelo ha posibilitado que un centro de investigación como el CEAF florezca en la institución. Las políticas y acciones derivadas de ese modelo permiten que un libro como este se publique. Un libro en el que la autora se posiciona y se evalúa a sí misma en el proceso de producción de su obra. Como se lee en este texto, para Natalia Santiesteban Mosquera la escritura es un proceso vital, un lugar y una estrategia, un mecanismo para la resistencia, una oportunidad para articular su existencia, para dejar huella, para reinterpretar las vidas de sus entrevistadas; una forma de reivindicación y de resignificación (pág. 207).


Aurora Vergara Figueroa, PhD
Directora del Centro de Estudios Afrodispóricos (CEAF)
Universidad Icesi

Textos citados

Camacho, J. (2004). Silencios elocuentes, voces emergentes: reseña bibliográfica de los estudios sobre la mujer afrocolombiana. En M. Pardo, C. Mosquera y M. C. Ramírez, Panorámica afrocolombiana. Estudios sociales en el Pacífico, pp. 167-210. Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología e Historia-Icanh, Universidad Nacional de Colombia.

Hill Collins, P. (2000). Black Feminist Thought, Routledge. New York.

 

1. La ONU indica: «al proclamar este decenio, la comunidad internacional reconoce que los afrodescendientes representan un grupo específico cuyos derechos humanos deben promoverse y protegerse. Alrededor de 200 millones de personas que se identifican a sí mismos como descendientes de africanos viven en las Américas. Muchos millones más viven en otras partes del mundo, fuera del continente africano». Fuente: http://www.un.org/es/events/africandescentdecade/ (Accedido por última vez el 24 de febrero de 2017).

2. Discurso de la sexagésima sexta Ceremonia de Grados de la Universidad Icesi Febrero 18 de 2017. Acceso a través de http://www.icesi.edu.co/unicesi/2017/02/21/discurso-de-grado-del-rector-francisco-piedrahita-febrero-18-de-2017/.

Prólogo

«El color del espejo. Narrativas de vida de mujeres negras en Bogotá» de Natalia Santiesteban Mosquera es un largo relato analítico o un extenso análisis narrado −las y los lectores decidirán qué descripción se ajusta mejor a su experiencia− de las prácticas de identificación étnico-raciales y sexuadas de cuatro mujeres jóvenes, escolarizadas, heterosexuales, sin pareja estable y sin hijos, residentes en Bogotá que se autoreconocen como «mujeres afro». Este texto nació como una tesis para optar al grado de Magister en Estudios de Género de la Universidad Nacional de Colombia, realizada bajo mi dirección, y terminó independizándose del constreñimiento que nos impone la escritura académica para devenir este libro que hoy nos subyuga. El resultado fue posible gracias a la tenacidad de Natalia y a la recepción que encontró su reflexión en Aurora Vergara Figueroa quien desde la primera vez que leyó este trabajo hizo una clara apuesta por su publicación en el marco del Centro de Estudios Afrodiaspóricos (CEAF) y de la Universidad Icesi.

El libro, centrado en los vínculos entre estética, subjetividad y raza, se estructura en dos grandes partes: la primera, explora la relación que tienen las protagonistas de cada de estos relatos con los cánones estéticos impuestos por un entorno racializado, a partir de un escenario familiar para las mujeres colombianas, el del reinado nacional de belleza. La «fealdad» y la «belleza» surgen como experiencias de congruencia o incongruencia con las normas de género y raza, pero también como posibilidades de afirmar formas otras de existencia. La segunda parte, analiza los efectos de la ideología del mestizaje, como discurso que racializa la experiencia subjetiva, en las identidades y auto-reconocimientos étnico-raciales. En particular, se describen algunas de principales consecuencias de esta racialización: la fragmentación y la exotización del cuerpo de las mujeres negras. Las reflexiones que hace la autora a lo largo de este libro sobre la experiencia de ser bella, como una modulación y un control de sí, y las que hace sobre lo mestizo, son especialmente pertinentes para nuestro contexto y para un campo de estudios donde lo mestizo sigue estando generalmente atrapado en la dicotomía mestizobia, mestizofilia. Con el trabajo de Natalia se abre el espacio para entrar en diálogo con perspectivas diferentes como las que ofrecen Gloria Anzaldúa en relación con el «pensamiento fronterizo» o Silvia Rivera Cusicanqui con su concepto de mestizaje Cheje.

Sabíamos muy poco del rico universo subjetivo de las mujeres negras jóvenes urbanas colombianas. Gracias a Natalia Santiesteban Mosquera aprendemos de esta singular experiencia de devenir mujeres negras en Bogotá y hacerse conscientes de esa hidra de opresiones que las ha sujetado y ha constituido sus subjetividades. Entendemos, a partir de estos relatos cómo es el funcionamiento local de estas opresiones imbricadas y cómo se construyen los procesos de resistencia a estas dominaciones. La respuesta no se encuentra en la búsqueda de elementos comunes a los distintos relatos sino en la particularidad de cada uno de ellos, en su carácter único, en su propio énfasis. La fuerza emotiva de cada narración hace posible comprender las erosiones que se pueden hacer al orden racista y sexista a partir de nuevos modos de auto-representación. Advertimos que la lógica de las discriminaciones racistas y sexistas no se juega toda en los niveles macrosociales y que por el contrario, su fuerza reside en su capacidad de articular distintos niveles del poder − que también pueden minarse desde adentro.

Pocas mujeres negras han logrado escapar al destino social que impone el racismo estructural, y que las excluye, como bien lo señala Natalia, «de los espacios de (re) producción y del conocimiento y la cultura, en los que el medio de expresión es la escritura». Natalia utiliza ese privilegio, como un puente sobre el cual transita la experiencia vivida de Orika, Flor de Ipanema, La Cigarra y Martina y la suya, reclamando la presencia de las mujeres negras en el relato de la vida capitalina. Hilvana con humor, lucidez y reflexividad estas narraciones con reflexiones provenientes de distintas pensadoras y pensadores negros, como Patricia Hill Collins, bell hooks, Franz Fanon, Audre Lorde, Toni Morrison, y de sus propias teorizaciones. De esta forma, genera plataformas y espejos para autorepresentarse y hace realidad vivida uno de los pilares epistémicos del Black feminism: convertir la conversación en torno a la experiencia en posibilidad de generar conocimiento.

La escritura deviene trinchera de resistencia, oportunidad de protegerse de estereotipos que esencializan la existencia para expresar inconformidades, y aspiraciones y reordenar el mundo. El texto recorre las biografías de estas cuatro mujeres en distintos momentos del curso de sus vidas y devela sus estrategias para adaptarse y resistir, en suma para existir, en el contexto urbano bogotano. De cada uno de estos relatos emergen las conexiones entre las particularidades de las vidas concretas y los procesos macrosociales comunes que definen sus márgenes de maniobra; pero también, las líneas gruesas que delimitan las relaciones de poder y las intermitencias que puntean los espacios y mecanismos de resistencia. Natalia identifica con agudeza cuatro de ellos −la mascarada, el cimarronaje, la escritura y el mestizaje. Orika, Flor de Ipanema, La Cigarra y Martina y ella misma recurren en distintos momentos a estas herramientas −que operan de forma conectada− para sortear los costos materiales y simbólicos del racismo y proteger su subjetividad. De este modo, si las máscaras «constituyen herramientas de tránsito» que se pueden abandonar y destruir, desenmascararse implica poder romper espejos discursivos, como el del mestizaje −que resultan ser solo sucedáneos transitorios de la identidad− e iniciar procesos de cimarronaje. La fuga las lleva a descubrir y habitar territorios que les permiten escapar a los estereotipos racistas y sexistas que se ciernen sobre ellas ya sea como mujeres sufridas y desprovistas de agencia, como mujeres sexualmente promiscuas y naturalmente lúbricas o como mujeres excesivamente controladoras. Estos territorios constituyen de cierto modo un «regreso al hogar», pero no a una tierra prometida sino a un espacio en movimiento; para acoger búsquedas y devenires del significado que le atribuyen a su experiencia de ser mujeres negras y jóvenes, en un mundo racista, sexista y clasista…

Las historias de estas mujeres nos interpelan a partir de su derecho y su capacidad de autorepresentarse, no como adalides de las luchas de las mujeres negras colombianas en general, sino como subjetividades y trayectorias encarnadas de tensiones, ambigüedades, contradicciones y zonas grises presentes en las reconstrucciones de sus biografías. Con este libro comprendemos que autorepresentarnos como mujeres negras es oponernos a la imposición de un relato nacional que ignora o estereotipa nuestras actuaciones y producciones culturales. Autorepresentarnos es crear y recrear −desde nuestras propias identificaciones y con nuestros propios recursos estéticos e intelectuales− la historia y la cultura negras colombianas en toda su polifonía; es hacer uso de nuestra agencia subjetiva para adquirir existencia política y cultural como mujeres negras, en toda nuestra diversidad, dentro de la sociedad colombiana.


Mara Viveros Vigoya
Universidad Nacional de Colombia

Sobre el lenguaje no sexista

A lo largo de este texto, quienes me lean advertirán el uso de la letra «x» (equis), en remplazo de «a» u «o», como marcadores de género. Las operaciones sobre la lengua que a menudo realizamos quienes abogamos por que el sexismo se erradique de nuestras prácticas discursivas pueden provocar extrañeza, incomodidad o incluso rechazo. Consciente de ello, considero necesario invitar a una apertura frente a este asunto. Es claro que «lxs» o «unxs» resultan impronunciables en español, pero lo que está en cuestión aquí es la posibilidad de transmitir dos intenciones: en primer lugar, la de desplazar lo masculino como representante de universalidad. En segundo lugar, la de contribuir a la consciencia y al respeto frente a la realidad en la que no todas las personas se identifican exclusivamente como hombres o como mujeres.

Introducción

Crecer en una ciudad tradicional y mayoritariamente mestiza, siendo la única niña negra del salón de clases o incluso del colegio entero, así como convertirme años después en la única trabajadora negra de una oficina de setenta empleados, o el encontrarme casi infaltablemente siendo la única persona negra en el bar, el restaurante, la cuadra, la iglesia, el consultorio médico, la fila del banco y un largo etcétera son vivencias que han moldeado y complejizado mi trayectoria vital en maneras que cada vez más necesitan ser visibilizadas, comprendidas e incorporadas. Puesto que, a lo largo de mi vida, he procesado lo que (me) sucede a través del ejercicio intelectual, veo en mis trabajos académicos la vía hacia la comprensión de aquello que no acepto, me oprime, no me gusta o pienso necesita ser transformado.

La investigación que sustenta este libro nace de mi interés por contribuir a la labor de construcción de nuevas, más justas y más positivas representaciones de la existencia de las mujeres negras. En este sentido, el presente trabajo articula mi inquietud frente a la normalización de nuestra ausencia o, dicho de otro modo, frente al hecho de que usualmente no produzca alarma generalizada la escasez en referencias a trabajos académicos y científicos de mujeres negras, más aún en las ciencias, la academia crítica, y los movimientos sociales.

Mi aproximación al activismo y a la academia con perspectiva de género me ha llevado constatar que la subrepresentación de las mujeres negras no es fortuita, sino que justamente se debe a la imposibilidad de que estos espacios permanezcan inmunes al racismo propio de una sociedad cuyos cimientos se adentran en la colonialidad y la esclavización. En la teorización propia del Black Feminism (Collins, 2000), racismo, sexismo, clasismo y homofobia son componentes estructurales de una matriz de opresiones que sostiene las dinámicas de desigualdad y que solapa crucialmente las existencias de las mujeres negras.

Me vi particularmente confrontada con esta realidad, cuando tuve la oportunidad de asistir a un encuentro feminista, en el año 2011, en la ciudad de Bogotá. Acudí a este evento acompañada de un grupo de mujeres afrocolombianas jóvenes, que respondieron a mi invitación para participar colectivamente como facilitadoras de un espacio de trabajo con mirada interseccional. Tal como lo habíamos estimado, conformábamos no más del 5% del público total del encuentro. Además de nosotras, había tres mujeres que venían de otras ciudades y que no hacían parte de nuestro grupo. La mañana en la que nuestro equipo completo dio inicio al taller sobre feminismo negro, nos enteramos, por medio de una de las coordinadoras del evento, de que una de las otras participantes había preguntado al vernos, si nosotras –el único equipo conformado casi enteramente por mujeres negras– estábamos allí para ofrecer peinados trenzados a las demás: «¿y ellas nos van a hacer trencitas?», fue la pregunta que, al parecer, lanzó nuestra anónima compañera feminista.

En este episodio advertí que, con frecuencia, fuera del movimiento negro, los asuntos raciales no son cuestionados. En tanto la mayoría de personas en los espacios académicos y activistas hegemónicos feministas/con enfoque de género en Colombia es blanco-mestiza y por ende tiene el privilegio racial en nuestro contexto, persiste una fuerte tendencia a la invisibilización de las luchas de mujeres negras. Es decir, persiste el desconocimiento de la interseccionalidad de género, raza y sexualidad. La socióloga Doris Lamus Canavate articula esta inquietud por la urgencia de abordar, visibilizar y comprender la complejidad de la situación de las mujeres negras al afirmar que

[...] si de lo que se trata es de potenciar sus voces, es necesario escudriñar, no sólo en aquellos escenarios tradicionales de actuación [...] (históricos o actuales) en los que comparten con los hombres condiciones de sujeción por raza y clase (y género); también en otros, de cara a lo público, para preguntar por el lugar que ocupan ellas y sus demandas como mujeres; para indagar por espacios de construcción de identidad y autonomía; por su acción colectiva y organizativa y los conflictos que ello genera en el movimiento más amplio (Lamus Canavate, 2009: 117).

Siguiendo a Lamus Canavate, cabe señalar que:

Es justamente el movimiento negro donde, aun cuando la gente es mayoritariamente negra, la discriminación por género y orientación sexual es igualmente ejercida y muy poco cuestionada. Es fácil evidenciar que, pese a ser frecuentemente las mujeres quienes realizan las labores y tareas de cuidado requeridas por el mismo movimiento, además de agenciar liderazgos y propuestas sus condiciones de existencia, distan de equiparar a las de los hombres en sus colectividades (y ni qué decir fuera de éstas). Que la acción colectiva y organizativa de las mujeres genere conflicto en el interior del movimiento habla claramente de la pertinencia de reconocer y atender desigualdades que tienden a quedar ocluidas por aproximaciones que homogeneizan al pueblo negro y a sus organizaciones políticas, al desconocer el género y la sexualidad como factores determinantes en la configuración de las relaciones de poder al interior de cualquier comunidad, grupo social o colectivo. En estas condiciones, la inequidad resulta además reificada como otro de producto de la ausencia de documentación escrita de las experiencias femeninas y de quienes escapan a la heterormatividad.

Simultáneamente, el que las prácticas de escritura propias de las mujeres negras irrumpan con fuerza en la producción académica se dificulta debido a que las condiciones de vida de la vasta mayoría –por efectos del racismo estructural– las conminan a bajos niveles de escolarización, excluyéndolas así de los espacios dominantes de (re)producción de conocimiento y cultura, en los que el medio de expresión privilegiado es la escritura alfabética. El último censo poblacional reveló que la tasa de analfabetismo promedio para el total del país fue del 8,4%. La tasa promedio urbana fue 5,4% y la rural, 18,6%. De los cuatro departamentos pertenecientes a la región del Pacífico, tres están por encima de esta tasa. Así, el Chocó reporta el índice del 20.9%; Nariño, el 11%; Cauca, el 10.4% y sólo Valle del Cauca se sitúa por debajo del promedio nacional, con un índice del 5.1% (Gutiérrez, 2005).

Se estima que las zonas geográficas con mayores problemas de analfabetismo son la Costa Atlántica y los departamentos de Guainía, Vichada y Chocó, todos ellos con niveles superiores al 20%. Los Afrocolombianos Frente a los Objetivos de Desarrollo del Milenio (PNUD Colombia, 2012), reporte publicado por el PNUD en 2012 estableció como meta para 2015 la reducción de la tasa de alfabetismo en población afrodescendiente entre 15 y 24 años de edad, del 2.01% (registrado en 2008) al %1.

El informe sobre la situación de derechos humanos de la población afrocolombiana (1994-2004) elaborado por el Movimiento Nacional Afrocolombiano CIMARRÓN reportaba en su momento que el 75% de la población afro del país recibe salarios inferiores al mínimo legal y su esperanza de vida se ubica en un 20% por debajo del promedio nacional. Aproximadamente el 85% de la población afrocolombiana vive en condiciones de pobreza y marginalidad, sin acceso a los servicios públicos básicos (Reales Jiménez, 2004).

En lo que respecta particularmente a las mujeres negras, el Informe Sombra sobre derechos de las mujeres en Colombia (CEDAW/Colombia/7-8/S56), presentado por Kuagro Ri Ma Changaina Ri PCN (colectivo de mujeres PCN), en octubre de 2013, revela lo siguiente:

Las múltiples formas de discriminación, marginalidad y exclusión que afectan a las mujeres afrodescendientes revelan profundas brechas sociales y económicas entre éstas y el resto de la población femenina mestiza que agudizan prácticas estructurales y vivencias de racismo. Por ejemplo, el nivel de ingreso en los hogares afrodescendientes con jefatura femenina es 6.8% menor que en aquellos con jefaturas afrodescendientes masculinas. El porcentaje de mujeres afrodescendientes desempleadas es mayor que el de los hombres y frente a las mujeres no afrodescendientes (20.4% - 12.6% - 17.6% respectivamente). El analfabetismo es mayor en las mujeres afrodescendientes que en las blancas/mestizas (16.90% y 11.70% respectivamente), mientras que solo el 13.5% accede a la educación superior frente al 19.7% de las blancas/mestizas. La mayoría de las mujeres afrodescendientes están vinculadas al mercado laboral informal con un salario mensual entre los COP $150.000 y $300.000, frente al salario mínimo oficial de COP $566.000 (Naciones Unidas CEDAW, 2013).

Justamente de la consciencia de este panorama se desprende mi interés por constituir este trabajo en un lugar propicio para hablar desde nuestras experiencias como mujeres negras; para evidenciar las opresiones que enfrentamos a diario –por efectos del racismo, el sexismo y el clasismo simultáneamente– a la vez que podamos visibilizar nuestras agencias, con el propósito de generar plataformas y espejos para auto-representarnos.

En otras palabras, me interesa poner de relieve la urgencia de continuar incluyendo la perspectiva racial en los estudios de género, en la línea que han trazado los trabajos de Mara Viveros Vigoya, Ochy Curiel, Betty Ruth Lozano, Franklin Gil y Jenny Posso, entre otrxs académicas y académicos, puesto que el racismo implanta desigualdad en las relaciones entre mujeres. La polémica en torno a la imagen de mujeres blanco-mestizas de la élite caleña, siendo servidas por mujeres pobres y negras,1 recientemente publicada en la revista ¡Hola!, me permite explicar lo anterior con relativa facilidad.

En suma, el problema es ubicuo. Los medios de comunicación en general y la televisión, en particular, a través de la publicidad y los seriados, pintan sistemáticamente de blanco lo que se considera femenino o propio del conjunto de las mujeres. Así, por ejemplo, quienes suelen protagonizar los comerciales de productos de higiene menstrual, no sólo son siempre adolescentes de clases altas o medias altas –lo que ya excluye del panorama a cualquier mujer pobre y mayor de veinte años– sino además, infaltablemente blancas. Las que aparecen en los comerciales de productos para la incontinencia –que por obvias razones, sí son mayores de cincuenta– son igualmente blancas y socioeconómicamente privilegiadas.

En las series o telenovelas, que tanta acogida tienen el público colombiano y que tan relevantes han venido a ser dentro de su cultura, las representaciones de las mujeres negras se han restringido históricamente al servicio doméstico y la prostitución. En palabras de Betty Ruth lozano, las mujeres negras hemos sido imaginadas como «sirvientas, matronas y putas» (Lozano, 2010). El único aspecto «de la vida real» que se refleja y se recrea en esa televisión es la ausencia de la gente negra detentando el poder, o simplemente experimentando la vida en lugares no marcados por estereotipos misóginos y racistas. Lo que quiero decir es que la posición social de las mujeres negras se problematiza en la medida en que la feminidad ideal, imaginada y fijada por convención como real y universal es blanca.

En las universidades y demás centros de producción de conocimiento académico-científico, la mayor parte de la bibliografía sobre raza y etnicidad en Colombia ha sido escrita por hombres blancos y mestizos, algunos ni siquiera colombianos.2

Si bien sus aportes han sido fundamentales y de hecho, han constituido los primeros referentes teóricos en el área, éstos no necesariamente dan cuenta de las subjetividades ni de la existencia particular de las mujeres negras. En tanto son mayoritariamente hombres quienes producen estas teorizaciones, crece la necesidad de seguir contribuyendo a construir la lente de género, a través de la cual investigadoras como Mara Viveros, Ochy Curiel y Betty Ruth Lozano han venido transformando significativamente el corpus de los estudios étnico-raciales en nuestro país.

El hecho de que, aún con el mayor compromiso y la mejor de las intenciones, sean sobre todo hombres blanco-mestizos quienes construyan la producción intelectual sobre raza y racismo supone la reproducción del orden colonial, en la medida en que el conocimiento que nos llega sobre nuestro propio pueblo viene de las percepciones que otros, privilegiados, que habitualmente no nos conciben como pares, tienen sobre nosotras. No somos predominantemente nosotras quienes producimos conocimiento sobre nuestra realidad y eso implica que se nos dificulte construir un discurso robusto en torno a nuestra experiencia conjunta (no homogénea ni única) como pueblo.

Cuando hablo de una experiencia conjunta y no de una homogénea me refiero, justamente, a que sí reconozco una historia común que trasciende las singularidades, pero que no elimina esas diferencias y que complejiza el asunto toda vez que dentro del mismo grupo racial oprimido hay subordinación de las mujeres y de cualquier sujeto no heterosexual. Estas dinámicas se articulan con el clasismo, la invisibilización y exclusión de las personas en condición de discapacidad, etc.

Del mismo modo, respecto a los estudios de género, somos proporcionalmente pocas las mujeres negras en Colombia que contamos con la posibilidad de incluir nuestro «punto de vista» en esta línea de producción de conocimiento académico. Así mismo, los trabajos de mujeres no negras que hacen acercamientos a lo étnico desde los estudios de género, al no dimensionar el privilegio epistémico (Hill Collins, 2000), tampoco suelen implementar metodologías de (producción) de conocimiento o reflexividades que lo incorporen.

Es decir, puesto que sólo durante los últimos años hemos empezado a participar significativamente en la elaboración de los cuerpos teóricos en estudios de género y raza, el privilegio epistémico del que habla Patricia Hill Collins y que se refiere a la experiencia vivida de las opresiones conjuntas como criterio de conocimiento, sigue reclamando presencia en la producción académica. Hill Collins lo expone así:

[...] las experiencias particulares que acumulamos viviendo como mujeres negras en Estados Unidos pueden estimular una conciencia distintiva con respecto a nuestras propias experiencias y a la sociedad en general. Muchas afroamericanas captan esta conexión entre lo que una hace y lo que una piensa [...] El reconocimiento de esta conexión entre experiencia y conciencia que da forma al cotidiano de las mujeres afroamericanas, de manera individual, impregna a menudo el trabajo de las activistas y académicas negras. En su autobiografía, Ida B. Wells-Barnett describe cómo el linchamiento de sus amigos tuvo tal impacto en su visión del mundo que dedicó posteriormente mucha de su vida a la causa del anti-linchamiento. El malestar de la socióloga Joyce Ladner con la disparidad entre las enseñanzas de la academia mainstream y sus experiencias como mujer negra joven en el Sur le llevaron a escribir Tomorrow’s Tomorrow [El mañana de mañana] en 1972, un estudio innovador sobre la adolescencia femenina negra. Asimismo, el origen de la transformación de la conciencia experimentada por Janie, la heroína de piel clara del clásico de Zora Neale Hurtson de 1937, Their Eyes Were Watching God [Sus ojos estaban observando a Dios], de nieta y esposa obediente a mujer afroamericana auto-definida, puede ser ubicado directamente en sus experiencias con cada uno de sus tres maridos (Hill Collins, 2012: 104).

Lo anterior da cuenta de que los referentes en literatura sobre mujeres negras son justamente producto de nuestra experiencia. La escasa visibilidad de nuestra expresión literaria (oral y escrita) en Colombia y la ausencia de producción de conocimiento académico desde nuestro privilegio epistémico se suman igualmente a la reproducción del imaginario según el cual todas las mujeres son blancas y todos los negros son hombres,3 puesto que la vivencia de la opresión no parece ser realmente sondable más que por quienes la sufren, el hecho de que no documentemos nuestras trayectorias vitales niega la validez del conocimiento por y desde nuestra experiencia. Lo que tenemos que decir es lo que realmente enriquece los análisis que se hagan sobre nuestra situación y en ese sentido, nuestra única condición de posibilidad para asumir postura como sujetas está dada por la toma de la palabra. En este punto me es necesario aclarar que, si bien me inquieta la desproporción entre la producción escrita de las mujeres afrocolombianas, en relación con la del resto de la población, reconozco desde mi propia experiencia vital, la relevancia de la narración oral, pues solo a través de ella he podido acceder a conocimiento sobre mi trayectoria familiar; desde edades muy tempranas recibí anécdotas, lecciones y relatos que, por demás, hoy nutren mi labor de escritura. Admito también que, a pesar de esto, mi socialización me conduce a menudo a darle prelación a la escritura alfabética, sobre otras.

De hecho, los relatos que posibilitan los análisis que presento en este libro son en principio narraciones orales que me di a la tarea de transcribir. Siguiendo al investigador afrocolombiano Santiago Arboleda, es posible afirmar que un reto fundamental para una propuesta de construcción contra-hegemónica de conocimiento debería ser capaz de dar cuenta de la relevancia de la oralidad y de reconocer la producción intelectual que no se escribe/transcribe. Al respecto, el autor plantea que:

[...] Dicho intelectual es el sujeto reconocido socialmente en una determinada comunidad, por sus prácticas de producción y socialización de ideas y conocimientos, que para el caso de estas comunidades subalternadas, no pasa como requisito indispensable por la escritura alfabética. Esto es, que dicho ejercicio puede corresponder exclusivamente a la oralidad u otras formas de lenguaje, asumiendo que en los regímenes intelectuales un código no niega el otro, y por el contrario en la gestión de este tipo de proyectos tienden a ser complementarios [...] (Arboleda, 2011: 13).

En la medida en la que la cultura dominante subordina la oralidad a la escritura alfabética, se subordinan también nuestras historias a las de los grupos dominantes. En términos generales, el que no nos lean (y no nos escuchen) es un hecho que, además de perpetuar las representaciones subordinadas sobre nosotras, nos predestina a un no-lugar. Si, por un lado, tenemos las imágenes de sirvientas, putas y matronas y por otro, la de la feminidad blanca, nuestras existencias concretas quedan desdibujadas y las violencias hacia nosotras, legitimadas. ¿Cómo se construyen nuestras subjetividades en este no-lugar? ¿Cuáles son las implicaciones de estas representaciones en la existencia concreta de las mujeres negras que lo habitamos? ¿Cuáles son las estrategias por las que nos construimos como sobrevivientes y nos damos rostro?

Urge seguir ganando terreno a representaciones violentas que alienan nuestras subjetividades y suprimen la posibilidad de transformar las historias hegemónicas que alimentan los dispositivos sociales, culturales, mediáticos, económicos y políticos de nuestra subordinación. Esta preocupación encuentra eco en la declaración de la Combahee River Collective,4 que plantea, como nuestra obligación, la toma de la palabra y el emprendimiento de las acciones necesarias para nuestra liberación. El replanteamiento del lugar de las mujeres negras en las dinámicas sociales, desde la perspectiva de Grada Kilomba y nuestra agenda política debe estar encaminada a devolvernos el estatus de sujeto, como mujeres negras, en el contexto de un racismo generizado (Kilomba, 2010: 41).

Teniendo en cuenta que es el impacto de nuestra vivencia lo que ha conllevado a la documentación de las intersecciones entre raza, género, clase y sexualidad, este trabajo se ubica en la conexión conocimiento-experiencia. Por esta razón, los análisis emergen de los relatos que, desde una labor de filigrana, mantienen las voces de las mujeres que nos auto-representamos y auto-reconocemos en ellos.

Los temas que he identificado en este libro se relacionan con procesos de resistencia al racismo cotidiano, así como con la construcción de feminidades negras, en continua tensión con la feminidad hegemónica. Para ello, me propuse rastrear las trayectorias socioeconómicas y afectivas, experiencias de territorialidad, asociación política y de relación con los modelos de representación estética de un grupo de mujeres negras residentes en Bogotá. En tanto un ejercicio de reflexión auto-etnográfico, conecto este trabajo a mi investigación de pre-grado, cuyo eje central fue el análisis de discursos raciales en niños y niñas en edad escolar. Esto se traduce en un énfasis en las experiencias escolares para la interlocución con y entre los relatos.

En términos generales, mi metodología de análisis se enmarca en el análisis crítico del discurso (ACD). Este tipo de enfoque apunta a develar las formas en que las relaciones de poder y la dominación son producidas y reproducidas por y en diferentes cuerpos discursivos. El ACD identifica, tanto las formas en que los grupos dominantes mantienen la desigualdad social, como las formas que adopta la resistencia de los grupos subordinados en el uso de la lengua (Van Dijk, 2004: 8).

Van Dijk afirma que el análisis crítico del discurso, lejos de ser o de guiarse por un método establecido, es más bien una perspectiva crítica que se asume frente a problemas sociales considerables, de modo que este puede guiarse por cualquier método o teoría que contribuya a un análisis crítico. Además, el autor señala que el ACD debe trascender la descripción de estrategias y estructuras discursivas para formular análisis bien fundamentados, además de posibles alternativas y que, por lo mismo, una aproximación crítica al discurso implica necesariamente varias disciplinas (Van Dijk, 2004: 8).

En un nivel más particular, es decir, en cuanto a la construcción y abordaje de los relatos y a mi posicionamiento como investigadora frente a los mismos, debo mencionar que el trabajo del sociólogo peruano Giancarlo Cornejo (Cornejo, 2011: 79-95) se encuentra entre mis influencias metodológicas, si bien no lo cito en el cuerpo de este libro. En su texto La Guerra Declarada Contra el Niño Afeminado: una auto etnografía queer, el autor aterriza las consideraciones sobre la historicidad y el posicionamiento del sujeto hablante, escribiendo en primera persona. El autor se expresa siempre en primera persona, incluso cuando narra el proceso previo a la escritura del artículo. Señalo también que la presencia del yo es permanente y no se desarticula en el texto. La narración de períodos o sucesos específicos de su vida, aun cuando sea fragmentada, parece recuperarse a la luz de planteamientos teóricos de otrxs que están siempre hilados en el sentido de intentar dar respuesta a los interrogantes, propuestos al principio, en torno a la (re)constitución del propio ser. Es además característica de su escritura la exploración abierta de emociones que liga a sus consideraciones conceptuales. Puedo decir que su trabajo busca, en sus propias emociones, significantes de determinados contextos, lugares, temas del discurso hegemónico que le resultan problemáticos, que precisa iluminar y sobre los que necesita también (re)construir verdades que le permitan ser coherente como sujeto. Según Cornejo, el uso del «yo» es heurístico.

En este orden de ideas, las subjetividades de las narradoras y la mía propia se presentan conectadas con problemáticas que enmarcan ampliamente nuestros contextos vitales. Mi análisis pretende evidenciar las conexiones entre los procesos que nos constituyen como sujetas y el marco sociopolítico, cultural y económico en el que nuestras experiencias tienen lugar.

La pertinencia del trabajo con relatos enteros de las entrevistadas estriba precisamente en que, al valorar la experiencia subjetiva como criterio de conocimiento, es posible, por un lado, abrir espacio a la presencia de las voces de las mujeres negras; por otro, acceder a aspectos de la realidad del contexto que se hacen visibles sólo desde puntos de vista particulares.

Al respecto, la socióloga mexicana Alicia Lindón plantea que:

Lindón, 1999