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Cuerpo, subjetividad y tecnociencia:
una aproximación psicoanalítica

XIMENA CASTRO SARDI

Cali / Universidad Icesi, 2016

198 pp, 22 x 14 cm

ISBN: 978-958-8936-18-5
ISBN EPUB: 978-958-8936-40-6

Palabras claves:

Psicoanálisis / Discurso científico / Tecnociencia / Subjetividad / Cuerpo

Sistema de Clasificación Dewey:

150.19 - dc 21

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© Universidad Icesi
Facultad de Derecho y Ciencias Sociales

Primera edición / Noviembre de 2016

Colección Exploraciones

Rector

Francisco Piedrahita Plata

Secretaria General

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Director Académico

José Hernando Bahamón Lozano

Decano de la Facultad de
Derecho y Ciencias Sociales

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Directora de la Oficina de Publicaciones

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Asistente Editorial

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Revisión de Estilo

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y Julián Lasprilla

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Cactus Taller Gráfico - Natalia Ayala Pacini

Diagramación

LaDeLasVioletas - Johanna Trochez

Universidad Icesi

Calle 18 No. 122-135 (Pance), Cali - Colombia

Teléfono: +57 (2) 555 2334

E-mail: editorialicesi@correo.icesi.edu.co

ISBN: 978-958-8936-18-5
ISBN EPUB: 978-958-8936-40-6

Diseño de ePub: Hipertexto - Netizen Digital Solutions

El material de esta publicación puede ser reproducido sin autorización, siempre y cuando se cite el título, el autor y la fuente institucional.

Agradecimientos

La investigación detrás de este libro no hubiese sido posible sin la orientación de Gérard Wajcman; quien en sus séminaires de recherche de la Universidad de París VIII supo transmitirme, con su audacia intelectual y singular sentido del humor, lo que es situar el psicoanálisis a la altura de lo más contemporáneo.

En el momento más crítico del proceso de escritura, enfrentarse al pánico de la página en blanco, los oportunos encuentros con Dominique Laurent además de apaciguarme, me guiaron para trazar el camino de un deseo de saber siempre renovado.

Los seminarios, espacios de estudio y conversaciones con mis colegas de la Nueva Escuela Lacaniana (NEL-Cali), fueron un importante motor para causar y mantener en movimiento mis preguntas de investigación.

El trabajo colectivo del semillero de investigación que conformamos en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Icesi en torno al tema del cuerpo, no sólo sentó los interrogantes que originaron esta investigación, sino que generó un amplio diálogo interdisciplinar poco común en los ámbitos académicos. Agradezco particularmente a los profesores de antropología Raquel Díaz y Alejandro Arango por compartir sus referencias y reflexiones; y a las estudiantes de psicología, María Camila Restrepo y Juliana Cabezas, por su gran curiosidad intelectual, compromiso y dedicación.

La publicación de esta investigación en castellano no podrá nunca velar lo que significó para mí escribir el texto original en francés. Sin el acompañamiento paciente, sin las conversaciones a la francesa y sin las sutiles correcciones de Danielle Bouillaud, jamás hubiese podido culminar el arduo trabajo de escribir cinco capítulos en una lengua tan extranjera como familiar.

Si bien es cierto, al menos en mi caso, que la escritura exige estar en un lugar tranquilo y hasta cierto punto aislado, me considero muy afortunada de haber contado con la justa mezcla de una soledad bien acompañada, gracias a la incondicional presencia y apoyo de Manuel.

Índice

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Introducción

Capítulo 1
Reflexiones sobre el discurso científico contemporáneo

Capítulo 2
El cuerpo tomado por las fantasías tecnocientíficas

Capítulo 3
La mirada de la ciencia al interior del cuerpo: dos casos de estudio

Capítulo 4
Puntos de resistencia y lugares de batalla

Conclusiones

Bibliografía

Prólogo

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La autora de este libro nos presenta críticamente, entre otros aspectos, un debate de actualidad sobre el modo como en nuestro tiempo representamos, concebimos y nos relacionamos con el cuerpo. Señala que dicha representación ha cambiado debido a la influencia omnipresente del discurso científico, constituido en tecnociencias. Se ocupa también de argumentar esta premisa mostrando en qué han consistido dichos cambios, cuáles han sido sus repercusiones sobre la relación mente-cuerpo y, más específicamente, sobre la subjetividad.

En este libro no se denuncia sino que se enuncia un llamado a la opinión ilustrada, a los trabajadores de la salud mental y a los investigadores sociales en general. Esta invitación consiste en ocuparse desde sus propios referentes epistemológicos, en causar un pensamiento crítico y una reflexión «sobre los efectos de la técnica en los modos como alojamos el cuerpo y hacemos lazo con el otro». A lo largo del texto se sostiene «una postura ética y política» que implica un cuestionamiento de la pretensión científica de «objetivizar, cifrar y medir el sufrimiento psíquico» de los seres humanos.

A partir de la enseñanza de Lacan, del análisis de casos concretos y de la evocación de producciones artísticas, la autora muestra su desacuerdo con la tendencia a suponer que el sufrimiento psíquico de los seres humanos puede reducirse a fórmulas aplicables universalmente. Los psicoanalistas lacanianos nos oponemos a que los síntomas del sujeto sean educidos a «trastornos o déficits que deben ser curados a cualquier costo, bajo el imperativo de la felicidad prescrita por las políticas de salubridad a la orden del día».

La idea de la autora es mostrar por qué el psicoanálisis, «al lado de los trabajos críticos en ciencias sociales en torno a la noción de biopoder y de obras de artistas contemporáneos, adquieren legitimidad y se vuelven necesarios». Estos son lugares de resistencia frente al brazo armado de la ciencia que es la tecnología, que ha pasado a invadir «todos los dominios de la existencia humana». La consecuencia inmediata ha sido «la erradicación del sujeto de la contingencia y la singularidad del deseo».

Para argumentar su postura la autora da cuenta de la concepción psicoanalítica del cuerpo: cómo se constituye, qué lo caracteriza como distinto al organismo y en qué consiste su relación con la subjetividad. Puntualiza en qué medida el abordaje del cuerpo exige partir del hecho de que no se trata de un conjunto de órganos con funciones específicas, sino una superficie constituida por bordes y orificios que adquieren valor en la medida en que sean asiento de un goce sexual; argumenta por qué no se trata de un dato previo que sea el complemento del ser o el asiento del alma. El cuerpo no sólo contiene órganos y tampoco es sólo una superficie unificada y que unifica, también está compuesto de zonas erógenas con bordes, en donde el límite del adentro y del afuera deja de ser tan claro como lo pretende el discurso de la ciencia.

El cuerpo, tal como lo concibe el psicoanálisis, tiene que ver con aquello que da sentido a la existencia de cada uno, es decir, algo que se desvincula de la vida del organismo porque entra en relación con un cosquilleo que Lacan denomina goce sentido. Es en la medida en que el cuerpo se vincula con este goce, considerado fálico, que se dirige hacia el otro, hacia el compañero sexual habitado por el lenguaje; y con el que es imposible que exista armonía por más que el discurso científico pretenda garantizarla a partir de sus inventos técnicos. No existe una relación natural de un cuerpo con otro, no hay nada que sea natural en el vínculo sexual entre éstos, dicha relación no puede ser descrita de antemano con base en la tecnología. Cada ser hablante se ve obligado a justificar su existencia si quiere conservar su vida y hacerla más o menos llevadera.

Siguiendo la lógica propuesta anteriormente está claro para los lectores que las razones por las cuales sin el Otro del lenguaje, del inconsciente, de la ley, del código y de la tradición, el yo/sujeto no logra formarse como un hablanteser con capacidad de acceder al sentimiento de que tiene un cuerpo. Lo característico del cuerpo del que es portador un ser hablante –cuerpo que no es gobernado por el cerebro bien desarrollado sino por la ley de un deseo articulado al Otro, que debe contar con un sujeto que sea capaz de soportar dicha ley– es el hecho de que debe ser construido porque no es un registro que esté dado de antemano.

Lo que define la especificidad del cuerpo que porta un ser hablante, serán sus modos de satisfacción pulsional, que por cierto no son homogéneos sino variables. La satisfacción sexual y agresiva del ser humano no se entiende fácilmente porque los modos de alcanzarla, además de ser complejos también suelen ser paradójicos, extraños y opuestos al deber ser moral. En el plano de la satisfacción, el ser humano no se experimenta dueño de sus actos sino profundamente sujetado, pues si se pretende que dicha satisfacción no quede por fuera del deber ser social, ha de pasar por la inscripción en el Otro simbólico y por la intermediación de la palabra. Para que un ser humano se constituya como ser social y tanto su cuerpo como su organismo se desenvuelvan bien, no basta con que el cerebro funcione correctamente, hace falta un Otro que le hable y responda a sus llamados con una pregunta.

La satisfacción pulsional no se deja condicionar por ningún programa del tipo estímulo-respuesta, no es programable porque de cierto modo es impredecible y se ajusta más a la contingencia que a lo ya establecido. Que ésta satisfacción no sea tan cómoda como la de los organismos animales, que no se ajuste a los designios del amo que quiere manipular el cuerpo, se explica porque el cuerpo que le corresponde a las pulsiones es más efecto que causa. Mientras el ser humano tiene un cuerpo, el animal no tiene cuerpo porque es un organismo en perfecta connivencia con los órganos de los sentidos que conforman su vida mental y con el medio ambiente que lo rodea, al cual están genéticamente destinados a adaptarse.

El cuerpo no parece entrar en armonía con el ser más que en el momento en que es captado por el niño como una unidad imaginaria, en adelante se tienen muchas dificultades para relacionarse con el mismo. El sentimiento de unificación, de completud del cuerpo, si bien cumple una función fundamental para el niño –salir de la angustia de fragmentación imaginaria que lo agobia en el comienzo de la vida– no asegura que lo que sigue será armónico. En lugar de encontrarse con un Otro del amor y el deseo que viene a ajustarse gustoso a lo que necesita para vivir en equilibrio con su entorno, se enfrenta con un vacío, pues los modos de satisfacción de ese Otro y lo que pasa por su cuerpo le resultan desconocidos debido a que no corresponden a la saciedad de una necesidad orgánica, sino a pulsiones sexuales y agresivas.

La extrañeza de un ser humano con el cuerpo y con su semejante, se debe a que por su sexo no define ninguna relación; tiene una idea sobre la distancia en que debe ubicarse para no chocar con dicho semejante y así tener una vida sexual sin contratiempos. Que la pulsión se apropie del cuerpo, es un efecto del ingreso del niño al mundo del deseo del Otro; entrada de la que si bien depende su humanización, también abre las puertas para que su cuerpo se exponga al ilimitado goce del Otro. De estas cuestiones, tal como lo muestra detalladamente la autora, no pueden dar cuenta las imágenes cerebrales porque se trata de algo relacionado con la subjetividad que no se deja localizar ni explicar químicamente.

En la actualidad proliferan los cuerpos «genéticamente modificados, operados, convertidos, recortados, rearmados, examinados». Cuando del lado de la subjetividad no se encuentra un relativo acomodo a la anatomía que la naturaleza nos ha proporcionado, las dificultades para vivir con el cuerpo que se lleva se acrecientan; al punto de suponer que hay que hacerse hacer del Otro científico todo lo que éste considere posible, sin importar las consecuencias físicas y psíquicas. Por este medio, se busca «resolver la cuestión de la relación sexual que no existe». Al obedecer esta cuestión a una falla estructural se torna insuperable, así vivamos en una época en donde la ciencia le promete a los seres humanos hacer posible todo lo que deseen. Para todo lo relacionado con el ser hablante –que no es igual al organismo cerebral– y que tenga que ver con el lazo social y con la relación sexual, le genera inquietudes y por tal razón es fuente de sufrimiento.

La relación que en nuestro tiempo el ser humano tiende a establecer con la ciencia, se caracteriza por suponer que esta es una especie de Dios todo poderoso para el que no hay imposibles: todo sabe hacerlo, nada se localiza por fuera del campo de sus posibilidades. Dice la autora que existe «conversión de sexo, clonación, trasplantes de órganos, vientres de alquiler, cirugías estéticas». El cuerpo humano se puede reparar, perfeccionar, perfilar, escanear, gestionar, reconstruir, purificar, recodificar genéticamente, hasta desembocar en una medicalización de la vida.

Si en el antiguo régimen el cuerpo estaba en el centro del castigo como su escenario predilecto porque se trataba de causarle dolor para así purificarlo, en la actualidad sigue estando en el centro, pero ya no para desmembrarlo con la idea de purificarlo, sino para intervenirlo con la idea de corregirlo y perfeccionarlo. Es por esto que los órganos se han convertido en el mundo contemporáneo en un bien «altamente cotizado en los mercados, ilegales y legales, nacionales e internacionales». Los órganos circulan en la economía liberal pese a los cuestionamientos éticos y a los escándalos de robo de órganos en los países del tercer mundo.

La carrera desenfrenada de la ciencia no se detiene, ha inventado «el trasplante de las células madres tomadas del embrión o del cordón umbilical de un recién nacido, y con una biotecnología que ya existe, se reconstituye el tejido orgánico de acuerdo a las necesidades y a las demandas del mercado». En todo caso, si antes el cuerpo era el lugar por excelencia del ejercicio del poder despótico regido por una divinidad, hoy sigue ocupando un lugar similar, pero el poder que se ejerce sobre él se ha trasladado a la nueva ciencia.

La ciencia quiere fabricar un cuerpo de buena calidad «morfológica y genética», un cuerpo con el que cada quien se sienta realizado, con el que no tenga dificultades ni desacuerdos, que sea la realización plena de su ser, sin tener en cuenta que algo que caracteriza a un ser hablante es que no se deja programar. Para el ser hablante existe la contingencia de lo real que escapa a las leyes de la programación y el automatismo, promovidas por la ciencia que quiere producir seres homogéneos.

Nada ni nadie tiene por qué escapar a la influencia de la ciencia, todo puede hacerlo realidad, sino ya, en un futuro no muy lejano. Al respecto la hipótesis que introduce la autora del presente libro es la siguiente: «en la medida en que la tecno-ciencia invade todos los campos de la vida humana, más tendremos que vérnoslas con la supresión del sujeto y la consecuente producción de nuevos síntomas como acontecimientos del cuerpo».

En la medida en que el alivio del sufrimiento y de la enfermedad ha ido dejando de ser la prioridad de la medicina, el acento se ha desplazado hacía los malestares probables, volviéndose de este modo predictiva. Más que ofrecer curas a los males que padecen las personas, se trata de inventariar las enfermedades inevitables o las que podrían manifestarse en un futuro lejano o cercano.

Existe un imperativo de dominio sobre los seres vivos que no cesa de ponerse en escena y al que no le gustan las contingencias propias de la existencia. El discurso científico ha venido a ocupar el vacío dejado por el soberano de otra época; de ahí que quienes los representan sean elevados al lugar de los nuevos pontífices, expertos productores de certidumbres: «mensajeros de futuros mejores posibilitados por los prodigiosos descubrimientos de la genética, las neurociencias y el ciberespacio». La cara absurda de estos sabios se evidencia, sin embargo, «en ciertas prácticas que pretenden diagnosticar enfermedades mentales a partir de las neuro-imágenes».

La impostura de esos seres que posan de sabios, consiste en pretender darle a la ciencia de nuestro tiempo el estatuto de un Dios que por no engañar garantiza la felicidad futura. Se trata de un Dios axiomático que constituye la referencia «única para explicar todos los fenómenos de la vida y del mundo». Por esta vía de veneración, no son pocas las imposturas a las que asistimos. Se ha abierto el paso para que se engendre «una especie de omnisciencia, constitutiva de las falsas ciencias, la cual se basa en la creencia de que incluso aquello que no es propio del campo de la ciencia, pretende serlo». No se soporta el no saber, la incertidumbre y el enigma no son bienvenidos, porque hay que saberlo todo «sobre lo que se aborda»: nada debe ser desconocido y de nada hay que sufrir porque siempre habrá un remedio o una anticipación predictiva que permitirá corregir lo que no funcione bien.

Para las falsas ciencias, es decir aquellas que aparentan ser ciencia sin serlo, como por ejemplo, la psicología y la psiquiatría comportamental, todos «los fenómenos humanos, incluyendo el lenguaje, la emoción, las pasiones, la sexualidad, el comportamiento moral y la identidad», se pueden explicar a partir de una fisiología cerebral. Este reduccionismo explicativo, no permite producir ningún saber sobre los fenómenos señalados, pues se hace una «extensión autoritaria de un método científico desarrollado en un campo, con un objeto y unas leyes de funcionamiento propias, a otro campo».

El desprecio por el fundamento epistemológico de lo que se presenta como ciencia sin serlo, es evidente; pero a pocos, salvo a quienes se mantienen como amigos del enigma y de la incertidumbre, parece importarles la ausencia del soporte conceptual de aquellos saberes sobre lo humano que se basan en una ideología científica. La tendencia a expulsar toda consideración de la psique tiende a ser cada vez más fuerte, a favor de una explicación físico-química de fenómenos psíquicos como la memoria, el deseo, el amor, la fe, la ética, la violencia, etc. Por ejemplo, por parte del llamado materialismo neurofisiológico aplicado a las neurociencias. A toda costa se pretenden hacer equivalente lo cerebral y lo psíquico, sosteniendo que conforman una unidad, se mantiene la ilusión de que será posible algún día localizar cerebralmente lo que no es localizable, ni observable, ni medible.

El razonamiento previamente expuesto es desarrollado de manera amplia y crítica en el libro; resulta común oír hablar del fin de la clínica a los llamados científicos del comportamiento. En lugar de la palabra como instrumento de intervención de lo psíquico, hay quienes proponen, en nombre de la ciencia, que la panacea para diagnosticar con certeza en el campo de la salud mental, es la evidencia de la imagenología. Lo que no se ve no existe como hecho, así que lo visible condiciona la existencia de las cosas en nuestro mundo.

Los diagnósticos en salud mental se deben basar en métodos científicos que son provistos por las nuevas tecnologías médicas. Al respecto la autora cita a Eric Laurent, quien afirma que pese a los debates «entre quienes defienden aún una postura clínica basada en la observación y la anamnesis de los pacientes, y aquellos que proponen tener en cuenta principalmente los datos de los escáneres cerebrales para el diagnóstico, el modelo DSM parece estar llegando a su fin; y con él corre el riesgo de esfumarse el último reducto del abordaje clínico en psiquiatría».

Lo cierto es que ya no se hace diferencia entre el hombre y los animales, la investigación del cerebro parece borrar cualquier consideración sobre el psiquismo humano. El resultado es una concepción reduccionista, ya que todo acto es susceptible de encontrar su explicación en una localización cerebral. Actualmente, aquellos que en el texto la autora llama cientificistas de la actualidad, consideran que nada está por fuera del cerebro, éste «piensa, habla, lee, huele, alucina, se deprime, cree, ama, odia, miente». El sujeto es equivalente a su cerebro y como en otros tiempos tenemos varios tipos: cerebros deprimidos, esquizofrénicos, criminales.

La autora argumenta que existe una fascinación alrededor del cerebro que sin duda ha crecido «proporcionalmente con los avances del conocimiento biológico y químico del organismo en el transcurso del siglo XX. Curiosa coincidencia con las facultades aparecidas en las cartografías de los frenólogos». Según esta orientación por lo cerebral, lo único válido para hacer cuando se trata de resolver los malestares psíquicos, es valerse del equipo apropiado para localizar las regiones responsables de lo que sucede o puede llegar a suceder. Lo más importante es establecer dónde están los enemigos de la calidad de vida, del confort y la felicidad para enseguida proceder con un «bombardeo químico selectivo».

En cuanto a la respuesta del psicoanálisis al tratamiento del cuerpo y de lo propio de la vida psíquica que las imágenes diagnósticas no pueden mostrar, es muy cercana a la artística en el punto en que se ocupan, a su manera, de dos asuntos: el ascenso y la caída de los objetos en la cultura, y en la extracción de lo real que la mirada omnisciente de la ciencia no logra recubrir.

Lo real de lo que se ocupa el psicoanálisis es lo enigmático imposible de aprehender y reproducir, tanto por las «pequeñas ecuaciones de la ciencia» como por los instrumentos de la tecnociencia. Lo real es aquello que escapa a la imagenología médica, que no se deja representar, y que los artistas no han dejado de abordar en cada época. Desde el psicoanálisis y desde el arte se han inventado maneras de abordar y saber hacer para aproximarse a eso que las imágenes médicas no dan a ver.

Desde el psicoanálisis puede sostenerse que si bien el cuerpo, reducido al organismo, se ha vuelto transparente en nombre de una ideología de la evaluación y la consecuente abolición del sujeto (tanto de las prácticas de la salud en general como de la salud mental), no sucede lo mismo con lo real del goce femenino, de la inexistencia de la relación sexual, lo propio del inconsciente real y la cuestión del deseo. De estas cuestiones opacas desechadas por la ciencia, debido a la imposibilidad de establecer certezas sobre las mismas en tanto no se dejan ver, nos ocupamos los psicoanalistas en nuestra clínica; cuestión que en este libro es mostrado con claridad, vigor y rigor.

Héctor Gallo*
Medellín, julio de 2016

Introducción

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Al fin he alcanzado el medio invariable de este cuerpo, poniendo los pies en el lugar de la cabeza, la cabeza en el lugar de los pies y poniendo el dedo sobre un punto donde los seres maniobraban para transportar un cuerpo fluido falso más rápido que mi pensamiento y hacer en lugar mío todas las cosas que pensaba yo. Ese punto está en medio de mi cuerpo entre el plexo y el ombligo (Artaud, 1946: 205)

El cuerpo es algo que debería causar pasmo. De hecho, deja pasmada a la ciencia clásica (Lacan, 1972-73: 133)

Hoy abundan los discursos sobre el cuerpo. Las ciencias humanas y sociales lo consideran el territorio donde se despliegan las principales tensiones identitarias del ser humano. Cuerpos marcados, controlados, pero también liberados y expuestos, cuerpos convertidos en bellos y preciados objetos de consumo. En medio de la diversidad de disciplinas que contribuyen a construir un saber sobre el cuerpo y de la pluralidad de abordajes posibles, vale la pena interrogarse por la especificidad de las representaciones del cuerpo en nuestra época. Numerosos autores coinciden en que la reflexión sobre las corporalidades contemporáneas no puede eludir un análisis de las determinaciones provocadas por los avances de las tecnociencias (Le Breton, 2013; Queval, 2008; Rose & Abi-Rached, 2013).

La ciencia omnipresente y sus magníficos instrumentos están cambiando radicalmente la forma como nos representamos el cuerpo. Dicho supuesto aunado al interés por explorar cómo ciertas prácticas corporales contemporáneas en el campo de biomedicina, configuran no solamente nuevas formas de concebir el cuerpo, sino que transforman la forma como nos representamos la subjetividad, el psiquismo humano y la relación mente-cuerpo, se convirtió en uno de los principales motores de la investigación cuyos resultados se traducen en este libro.

Tratándose de una investigación inscrita en el campo disciplinar del psicoanálisis, y en particular del psicoanálisis lacaniano,1 mi interés por estudiar las corporalidades contemporáneas cristaliza al menos dos inquietudes intelectuales que me acompañan desde hace algún tiempo. La primera, que denominaré una inquietud epistémica y de diálogo de saberes, es la necesidad cada vez más sentida de promover una interlocución provechosa y constructiva entre el psicoanálisis y otras disciplinas. Al iniciar el proceso investigativo y durante la elaboración del proceso de la revisión del estado del arte, resultó para mi sorprendente no hallar ninguna referencia a la teoría psicoanalítica en los trabajos de los cientistas sociales y filósofos que se han dedicado a estudiar las transformaciones del cuerpo, y su relación con cuestiones ontológicas e identitarias a través de la historia y en la contemporaneidad.

Al mismo tiempo, del lado de la producción intelectual que circula en varios medios especializados y en congresos donde participan psicoanalistas lacanianos contemporáneos, asistía una suerte de boom de trabajos sobre el cuerpo desde una perspectiva clínica principalmente, pero también a una serie de reflexiones originales sobre las características de nuestra época y las nuevas corporalidades que ella produce. Siendo testigo de la potencia del discurso psicoanalítico para interpretar el malestar en nuestras sociedades contemporáneas, decidí embarcarme en esta investigación reconociendo los importantes aportes de otras disciplinas, al mismo tiempo que acentuaba la pertinencia de la teoría psicoanalítica para leer y analizar, desde una perspectiva crítica, las prácticas corporales en nuestra época.

Es bien sabido que la invención del psicoanálisis por parte de Freud surgió como una respuesta frente al enigma de los cuerpos hablantes de las pacientes histéricas de la época victoriana. En sus Estudios sobre la histeria, Freud (1896) narra los casos de algunas de sus pacientes a las que su cuerpo les hace sufrir; padecen, por ejemplo, de parálisis, dolores o anestesias en algunas de sus extremidades. A través del examen clínico neurológico de rigor, el doctor Freud constata que en estos casos raros, desechados por la medicina de la época por considerarse simulaciones, el organismo no tiene relación directa con estos síntomas. El descubrimiento de que las parálisis histéricas no siguen un trayecto neurológico conduce a Freud, mediante un método basado en la palabra (propuesto por las mismas pacientes), a plantear la hipótesis de que el cuerpo de la histérica es un cuerpo afectado por el lenguaje y éste ignora la anatomía. Siguiendo esta consideración, se avanzará en la proposición de los conceptos fundamentales de la naciente disciplina del psicoanálisis.

En las primeras décadas del siglo XX, el concepto de pulsión, definido por Freud (2003 / 1915a) como «un concepto fronterizo entre lo anímico y lo somático» (p. 117) se convertirá en una de las nociones capitales a la hora de abordar la cuestión del síntoma y el cuerpo. La pulsión, cuya fuente es siempre una zona del cuerpo, es diferente de la necesidad biológica y del instinto, en la medida que su fuerza no disminuye cuando se sacia la necesidad, es indiferente al objeto porque lo que le importa es la meta de la satisfacción que es alcanzada siempre, ya sea en el placer o en el displacer. A partir del acento que el psicoanálisis pone en la economía pulsional y en la incidencia del lenguaje sobre el cuerpo, se define el síntoma en sus dos vertientes: por un lado, es un mensaje que entraña una verdad coartada de la historia subjetiva y que es susceptible de ser descifrada; y por otro lado, el síntoma comporta una satisfacción paradójica que hace sufrir.

Retomando y reordenando los conceptos freudianos, la teorización psicoanalítica lacaniana, está atravesada de principio a fin, por una pregunta sobre el cuerpo. Lacan insiste aún más en el aspecto pulsional del cuerpo, definiendo al sujeto como un hablanteser (parlêtre en francés),2 que ha perdido para siempre su programación instintiva. Tal como lo enuncia en su Seminario XI, ningún alimento podrá jamás satisfacer la pulsión oral, «este objeto no es sino la presencia de un agujero, de un vacío […] susceptible de ser ocupado, nos dice Freud, por cualquier objeto» (1964, p.164). Delimitando con rigor el circuito pulsional, Lacan subraya la satisfacción paradójica sentida como displacer que comporta el síntoma y formula su concepto de goce. Podríamos decir que la originalidad de la teorización psicoanalítica del cuerpo es precisamente el énfasis que esta pone en el cuerpo como aquello «que se goza»; al mismo tiempo que se considera el lenguaje como un «aparato de goce», un aparato que produce efectos de goce en el cuerpo (Laurent, 2013; Miller, 2014).

En su Seminario XX, Aún, Lacan (1972-73) introduce una definición del cuerpo intrínsecamente vinculada al goce: «¿No es esto lo que supone propiamente la experiencia psicoanalítica?: La sustancia del cuerpo, a condición de que se defina sólo por lo que se goza […] no sabemos qué es estar vivo a no ser por esto, que un cuerpo es algo que se goza» (p. 32). El goce que anima al cuerpo no tiene nada de natural, al contrario, éste desnaturaliza el cuerpo y vuelve inarmónica su relación con el mundo y con el entorno humano. La relación problemática del sujeto con el cuerpo proviene del hecho de que el goce está ligado a una verdad que perturba la armonía y la «buena forma» del cuerpo, amenazando su estabilidad (Lacan, 1975).

Desde la perspectiva psicoanalítica, el cuerpo no es un dato previo ni una evidencia primaria, mucho menos un conjunto de órganos; el cuerpo no es equivalente al organismo. Tampoco es el asiento del ser ni el complemento del alma. El ser hablante no es un cuerpo, sino que tiene un cuerpo, y esto plantea un problema: el hombre se embrolla con su cuerpo (Lacan, 1975). La histeria, así como la transexualidad y la homosexualidad, son ejemplos vivos de que el cuerpo y el inconsciente no están en armonía. Para el psicoanálisis, el cuerpo permanece enigmático a la vez que ejerce un efecto unificador, de completud y fascinación.

Los desarrollos conceptuales de Lacan sobre el cuerpo resultan ser particularmente pertinentes no sólo para la aproximación clínica de los llamados síntomas contemporáneos, sino también para reflexionar críticamente sobre las corporalidades de nuestra época, fuertemente marcadas por los asombrosos avances de las tecnociencias. En la actualidad, nuevas formas sintomáticas muestran una relación con el cuerpo que se distingue radicalmente de los enigmas que enfrentó Freud, que lo condujeron a proponer una ligazón particular entre el síntoma, la pulsión y el lenguaje. Un vínculo que aseguraba la eficacia de la interpretación, en la medida que las palabras tenían el poder de reorientar las vías de la pulsión en los cuerpos.

Hoy asistimos a una «crisis de las normas y una agitación en lo real» (Laurent: 2013a, p. 24) la cual hace que los cuerpos estén librados a sí mismo. Por un lado, las normas no logran aprehender los cuerpos en los estándares y los protocolos impuestos por el discurso de la ciencia, y por otro lado, la promoción del goce como consecuencia del «ascenso del objeto a al cenit de la civilización» (Lacan, 1970) somete los cuerpos a una especie de ley de hierro, cuyos efectos para el sujeto todavía resta analizar.3 Nos las vemos por un lado con cuerpos que no tienen ninguna mediación simbólica, y por otro, nos enfrentamos a las consecuencias de la captura de los cuerpos por parte de las biotecnologías: los cuerpos genéticamente modificados, operados, convertidos, recortados, rearmados, examinados.

Una segunda inquietud que constituye un importante motor de este trabajo, es principalmente una inquietud de orden ético y político. Al aproximarnos en la actualidad a ciertas prácticas biomédicas constatamos una fuerte tendencia a la expulsión de la subjetividad y al silenciamiento de los síntomas; éstos últimos entendidos no como trastornos o déficits sino como respuestas que los sujetos inventan frente a lo insoportable de su existencia. Acallar a los sujetos, su capacidad de inventar, crear y proponer formas singulares de arreglárselas con lo que Freud llamó el malestar en la cultura; sustituyéndolos por modelos estandarizados, protocolos de evaluación, el relevo del juicio clínico por una imagen diagnóstica. Lo anterior genera interrogantes profundos sobre la libertad, la autonomía y la responsabilidad subjetiva.

Los hallazgos de esta investigación dan cuenta de la transformación profunda que se está llevando a cabo en la forma cómo entendemos la salud, la enfermedad, el malestar psíquico, el diagnóstico, la relación mente-cuerpo, a partir de ciertas prácticas biomédicas que promueven la excesiva tecnificación, objetivación, medición y control de las expresiones humanas. Frente a este movimiento tecnocientífico y sus derivas cientificistas, que aparece como hegemónico en nuestra época, asumo a lo largo de este trabajo investigativo una postura política donde reivindico la praxis del psicoanálisis como uno de los pocos lugares donde la escucha y la palabra del sujeto, en su dimensión más singular, tienen un papel primordial.

En relación con lo anterior, la lectura psicoanalítica lacaniana del discurso científico contemporáneo contribuye a la construcción de una línea de pensamiento crítico en torno a ciertas apropiaciones proféticas de la tecnociencia o al uso extendido de ciertas tecnologías en el campo de la salud, las cuales avanzan sin preguntarse por las consecuencias que podrían tener sobre el lazo social y la subjetividad. Cuando Lacan afirma que la verdadera ciencia es la ciencia-ficción porque ésta «articula cosas que van mucho más lejos que aquello que la ciencia soporta enunciar: la ciencia-ficción es el misterio del ser hablante» (1978, p. 9); nos da a entender así que dialogando con los significantes de la ciencia, ésta logra integrar aquello que la ciencia justamente excluye: el sujeto del inconsciente. Con los planteamientos desarrollados de Lacan (1970) podemos ver en los discursos y prácticas descritas en este libro, cómo la investigación científica es dinamizada por utopías escatológicas que contribuyen, de una manera eficaz, al fortalecimiento de la ciencia como una poderosa ideología de supresión de la subjetividad.

Este libro se divide en cinco capítulos. El primero tiene como propósito situar las coordenadas del discurso científico en nuestra época teniendo como principal referente teórico el psicoanálisis lacaniano (Lacan, 1966 / 1969 / 1970 / 1972 / 1974; Bassols, 2013; Laurent, 2013a; Miller, 2014; Skriabine, 2011). En la primera parte del capítulo se hace una aproximación al debate en torno a la relación del psicoanálisis con la ciencia, poniendo en relieve la noción de «sujeto» en la ciencia moderna, y los puntos de divergencia y convergencia con el sujeto del psicoanálisis. En un segundo momento, se examina la noción de lo «real» en el psicoanálisis, y sus diferencias con lo real en la ciencia. A partir de la tercera parte se introduce el análisis crítico que se hace desde el psicoanálisis lacaniano sobre las características de la ciencia en la contemporaneidad. Se aborda la producción ilimitada de objetos técnicos de consumo o gadgets como uno de los rasgos principales de las tecnociencias, producto de su alianza con el discurso capitalista. Se circunscriben las diferencias entre la ciencia, el cientificismo y la tecnociencia, y se identifican algunos ejemplos de «las derivas cientificistas» presentes en ciertas prácticas investigativas de hoy.

El segundo capítulo presenta lo que he nombrado como los efectos de la apropiación del cuerpo por parte de los proyectos tecnocientífico. Inicio con un recorrido descriptivo de algunos de los campos más importantes de desarrollo tecnocientífico como son la biomedicina y la biotecnología. A continuación describo y analizo las principales configuraciones del cuerpo en nuestra época, en la medida que es tomado como objeto de transformación de las tecnociencias en sus proyectos futuristas. Estudio en primer lugar la figura del cuerpo desmaterializado, o la desaparición del cuerpo en el campo de la Inteligencia Artificial, basándome en el proyecto transhumanista y la utopía científica del cyborg. La segunda representación del cuerpo identificada es la que denomino el cuerpo fragmentado y transparente que aparece con las novedosas tecnologías biomédicas: la trasplantología y las nuevas tecnologías de imagenología médica. Concluyo el capítulo analizando el surgimiento de una versión tecnocientífica del monismo mente-cuerpo, facilitada por el uso actual de las técnicas de imagenología médica aplicada al campo de la neurociencias. A lo largo de este capítulo las principales fuentes citadas son Queval (2008), Le Breton (2013), Moulin (2006), entre otros para los aspectos históricos y sociológicos; acudí a Guibert (2013) y a Dumit (2004) en lo que respecta a las fuentes secundarias utilizadas para analizar las prácticas corporales y tecnocientíficas elegidas; y en lo que atañe a las referencias psicoanalíticas, además de los autores clásicos, me basé en Wajcman (2011), Bassols (2014b), La Sagna (2013), Laurent (2013a) y Pérez (2012).

El tercer capítulo del libro contiene la parte empírica más importante de la investigación: el análisis de dos estudios de caso. El primero se basa en el uso actual de las Tomografías por Emisión de Positrones (TEP) en las investigaciones en neurociencias. Me basé en la etnografía desarrollada por el antropólogo americano Joseph Dumit (2004) como fuente secundaria, realizando un análisis de ciertas entrevistas y documentos publicados por este autor. El segundo caso se basa en el uso de las ecografías fetales 3D/4D observado a través de una etnografía realizada en un centro médico especializado en la ciudad de Cali, Colombia. El análisis de la información recogida, tanto en fuentes primarias como en secundarias, se hace a la luz de la teorización psicoanalítica del cuerpo (Lacan, 1949 / 1962-63 / 1964 / 1975-76; Miller, 2003; Brousse, 2012), la crítica formulada a las derivas cientificistas por los autores lacanianos (Bassols, 2011; Laurent, 2013a), así como del concepto de mirada como objeto pulsional (Lacan, 1962 / 63; Wajcman, 2011).

El cuarto capítulo condensa la dimensión política de este trabajo investigativo. Reconociendo de antemano que el psicoanálisis no es el único discurso contra-hegemónico y crítico frente a las dominancia de las tecnociencias y su fuerte determinismo en las representaciones contemporáneos del cuerpo, se sitúan aquí lo que he denominado tres «puntos de resistencia y lugares de batalla»: la vigencia de la noción de biopolítica como un concepto en ciencias sociales con gran potencia crítica, basándome principalmente en las investigaciones de Rose (2006); el psicoanálisis en su vertiente de acción política, en particular los debates y acciones en torno a lo que se ha denominado «acción lacaniana» (Miller, 2003b); y el arte contemporáneo, a través del trabajo de algunos artistas que se han interesado por el destino del cuerpo en relación con las tecnociencias, convirtiéndose en un discurso crítico capaz de desenmascarar las nuevas servidumbres de la época.

En las conclusiones, retomo algunas de las reflexiones e hipótesis que recorren este trabajo sobre las representaciones del cuerpo en una época signada por grandes avances técnicos en la los instrumentos de visualización de la medicina tienen un lugar preponderante. Resalto igualmente la necesidad de sostener lugares críticos y de resistencia frente a la tendencia tecnocientífica universalizante que amenaza con suprimir la subjetividad de las prácticas actuales en salud y salud mental.

Capítulo 1

Reflexiones sobre el discurso científico contemporáneo

La relación entre lo corporal y lo anímico es de acción recíproca; pero en el pasado el otro costado de esta relación, la acción de lo anímico sobre el cuerpo, halló poco favor a los ojos de los médicos. Parecieron temer que si concedían cierta autonomía a la vida anímica, dejarían de pisar el seguro terreno de la ciencia (Freud, 1890: 116)

El problema no es el de saber si estamos a favor o en contra de la técnica, sino el de decidir si, en relación con la técnica, nos mantenemos de pie o flaqueamos (Sollers, 2003: 3)