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PRÓLOGO

La segunda ola del feminismo mexicano, que se levanta a principios de los años setenta, encontró en Carlos Monsiváis a un aliado impresionante. Pocos intelectuales han respondido como él a los cuestionamientos feministas sobre el lugar subordinado de las mujeres en la sociedad; y ninguno se esforzó como él para analizar el desarrollo y el impacto del movimiento feminista.

Monsiváis destaca no sólo por lo anterior, sino por la eficacia simbólica de sus interpretaciones y señalamientos sobre la marginación social y política de las mujeres, que produjeron un efecto al mismo tiempo esclarecedor y legitimador. Sin embargo, a pesar de la existencia de sus escritos al respecto, el pensamiento de Monsiváis sobre el feminismo no ha ocupado un lugar visible en el abundante quehacer crítico de quienes lo estudian,1 y es casi desconocido para sus lectores. El feminismo fue una de las causas que le importaban y por las cuales desplegó su sagacidad acostumbrada, además de que nos acompañó físicamente, en marchas y conferencias.

Los ensayos aquí reunidos recorren su crítica penetrante sobre el feminismo, el género y las mujeres, pero no agotan sus textos sobre esos temas. En esta selección falta mucho de lo que publicó en Siempre! y en la revista El Machete, así como otros escritos de corte histórico, como el interesante prólogo “De cuando los símbolos no dejaban ver el género. Las mujeres y la Revolución mexicana”, publicado en Género, poder y política en el México posrevolucionario, de Gabriela Cano, Mary Kay Vaughan y Jocelyn Olcott.2 Desde su nombramiento, en 1972, como director del suplemento La Cultura en México —con Rolando Cordera, David Huerta y Carlos Pereyra en la redacción, y Vicente Rojo en el diseño—, específicamente en las secciones “Para documentar nuestro optimismo”, el “Consultorio de la Dra. Ilustración” y “Por mi madre, bohemios”, Monsiváis formuló apreciaciones mordaces mediante recortes de fotonovelas y de anuncios, que hoy configuran un registro único de los cambios en las relaciones entre los sexos y de la transformación del discurso machista. También Monsiváis usó aquel espacio para publicar las primeras traducciones de las feministas de la segunda ola, las colaboraciones de muchas feministas mexicanas e, incluso, el primer manifiesto “Por la legalización del aborto”,3 firmado por más de 200 figuras del mundo intelectual, artístico y feminista que, por cierto, le causó una fuerte llamada de atención del director de Siempre!, José Pagés Llergo.

La mayoría de los ensayos, crónicas, notas y reseñas variadas que aparecen aquí fueron propuestas de Carlos, aunque sé que algunos de sus textos los produjo presionado por una de sus amigas feministas. Él construye un amplio repertorio sobre los cambios de mentalidad de las mexicanas; hace una disección sobre la manera en que se arma la sensibilidad femenina; se burla de los machos; critica el sentimentalismo del cine mexicano a partir de la “madrecita abnegada”; analiza la estrategia de la derecha y el Vaticano en contra de la despenalización del aborto; habla de la obra de cinco mujeres famosas; reseña dos libros fundamentales: Mujeres y poder y Huesos en el desierto; y reitera, una y otra vez, su convicción sobre el papel del movimiento feminista. Así, en todos sus escritos, aderezados con aforismos deslumbrantes y metáforas sorprendentes, se descubren los atinados diagnósticos y buenos pronósticos que invariablemente nos recetaba a las feministas.

Carlos nos acompañó desde las primeras conferencias públicas. En 1972 participó en un ciclo sobre “Imagen y realidad de la mujer” que se llevó a cabo en la Casa del Lago, donde habló sobre el sexismo en la literatura mexicana. En la ponencia que luego publicó en el suplemento 579 de La Cultura en México (14 de marzo de 1973), y usando el provocador título de “Soñadora, coqueta y ardiente. Notas sobre sexismo en la literatura mexicana”,4 trazó la mejor definición que he leído sobre la discriminación con base en el sexo:

No una conjura, ni una emboscada, sino, más metódica y negociadamente, una organización. La organización deliberada, alegre, exaltada, melancólica, inclemente, tierna, paternalista de una inferioridad. No otra cosa es el sexismo, una suma ideológica que es una práctica, una técnica que es una cosmovisión.

Monsiváis era muy amigo de Margarita García Flores. Cuando ella funda la revista fem. con Alaíde Foppa en 1976, se abre un espacio de reflexión donde Carlos publicaría —dos años después— su “Nueva salutación del optimista”. Ahí Monsiváis considera que:

La mayor victoria del feminismo se está dando a través de un proceso de contagio o contaminación social (1978:18). [Más adelante dirá:] En menos de diez años, los movimientos feministas y de liberación sexual, pese a los enormes escollos internos y externos, son ya un elemento insustituible en la construcción de la sociedad civil, en la crítica de la explotación capitalista, en la visión de un socialismo democrático (1978:19).

Su interés por el movimiento lo convierte en nuestro aliado más importante; y su valoración del objetivo feminista, que aparece como hilo conductor a lo largo de varios textos, nos devuelve la fe en el trabajo que estábamos haciendo:

El feminismo avanza con rapidez (no el movimiento específico, sino la condición irrefutable de muchos de sus puntos de vista, y su influencia en la conducta social) y trastoca las reglas del juego, la consideración general del papel de la mujer (1981:20).

Su manera de otorgarnos legitimidad, pese a la escasa movilización que teníamos en las calles, fue de lo más reconfortante:

No obstante la debilidad ostensible del movimiento feminista hoy, si medimos sus logros por el grado de influencia social y cultural alcanzada, los resultados son impresionantes (1983: III).

Años después nos regañaría por la “timidez” que nos impedía proclamar la victoria de haber cambiado “la perspectiva social”. En 2005, durante la celebración de los quince años de debate feminista, que se llevó a cabo en el Programa Universitario de Estudios de Género de la UNAM, sentenció con su acostumbrada contundencia:

El feminismo es un elemento que trastorna el control patriarcal, revisa las tradiciones hogareñas, rechaza la idea del cuerpo de las mujeres como territorio de conquista masculina, reivindica la autonomía corporal, se emancipa de la dictadura moralista y da origen a un discurso que obliga a la nueva elocuencia —con todo lo que uno pueda pensar de la escasa presencia del feminismo en México, en tanto a grupos organizados—, lo cierto es que ha cambiado la perspectiva de la sociedad; no se puede ya eliminar la versión feminista de la mirada social, y de la mirada política, y esto es un avance considerable, que no se registra así, entre otras cosas, por la timidez de las feministas en proclamar sus victorias. Lo que no entiendo ya a estas alturas cómo puede ser tímido un movimiento que ha cambiado en un plazo de treinta años la perspectiva social.

Pero Monsiváis hizo mucho más que alabarnos. Su crítica al machismo fue tajante. No sólo dedicó un ensayo —que aquí publicamos— a analizar la figura del macho (“Pero ¿hubo alguna vez once mil machos?”) sino que reflexionó sobre ello en otros, como en “De la construcción de la ‘sensibilidad femenina’”, donde declara: “A la cultura mexicana, desde el principio, la ha ordenado el machismo” (1987:14). Igual de dura fue la crítica a la injerencia del Vaticano en México. En la selección de escritos que tienen en sus manos hay dos textos que pueden parecer no propiamente “feministas”: el de la visita del papa y “México a principios del siglo XXI: la globalización, el determinismo, la ampliación del laicismo”. La razón de incluirlos en esta antología rebasa el hecho de que Carlos haya elegido la revista debate feminista para publicarlos. El primero, un análisis del efecto que tuvo la visita del papa en la cultura mexicana, responde a un hecho político: el Vaticano se ha convertido en el principal adversario del feminismo. Y la crónica que hace Carlos sobre la puesta en escena de su discurso antiaborto, en especial sobre las reacciones populares, fue una herramienta valiosa para la comprensión de la estrategia a seguir. En el segundo texto Carlos condensa muchas de las líneas de su pensamiento sobre las grandes batallas culturales que hay que dar, entre ellas, la del feminismo. En este texto Carlos repite un largo párrafo que apareció antes en su lectura crítica de Huesos en el desierto. Con su inveterada costumbre de ir reelaborando su pensamiento, Monsiváis deliberadamente usaba algunas partes de textos ya publicados en otros escritos. En esta colección encontramos muy pocas repeticiones. Algunas de ellas las hemos dejado igual, como ésta de “México a principios del siglo XXI”, pues en ambos textos lo escrito resulta indispensable, y otras que ofrecen la posibilidad de ver el proceso de escritura de Monsiváis. Por ejemplo, Pablo Martínez Lozada nos hizo ver que Carlos cita varias veces una estrofa de Díaz Mirón, pero aunque se trata de la misma estrofa, el comentario de Carlos y su manera de insertarla en el texto son distintos. En cambio, decidimos eliminar un apéndice que aparecía en el texto sobre Simone de Beauvoir para mantenerlo íntegro en “La representación de las mujeres”. Su ausencia en el primer texto no afecta la reflexión sobre El segundo sexo, mientras que es un elemento sustantivo en el segundo.

Además de respaldarnos con lo que escribía, otra forma de apoyarnos de Monsiváis fue la de participar como ponente en los actos que organizábamos. Por ejemplo, en 1991, ante las elecciones intermedias para diputados, se debatía la importancia de tener más representantes en el Congreso, pues no bastaba incorporar a la agenda electoral los “asuntos de mujeres”: había que contar con más mujeres en puestos de decisión pública. De modo que debate feminista organizó un foro llamado “¿De quién es la política? Crisis de representación: los intereses de las mujeres en la contienda electoral”. El plato “fuerte” era la discusión entre Monsiváis y Beatriz Paredes, entonces gobernadora de Tlaxcala. En su intervención titulada “La representación de las mujeres” —incluida en esta antología— Monsiváis mezcló datos históricos y anécdotas histéricas, e hizo una conclusión muy crítica:

La causa de la mujer (de sus derechos, de su formación como dirigentes, de la respuesta a los graves problemas de la desigualdad y el aplastamiento) avanza hasta donde es posible y se ve contenida por las mismas fuerzas que se oponen a la democratización, y en política, según creo, los objetivos específicos de las feministas (de la despenalización del aborto a la justicia salarial) intensificarán su eficacia sólo cuando correspondan de modo orgánico a un proyecto más amplio. De otra manera, la causa se diluye en la contingencia, las activistas desembocan en peticionarias, las luchas se vuelven mitologías y los avances son siempre profundamente insatisfactorios, al cotejárseles con el todo del monopolio machista. ¿Eso es renunciar a los principios? Más bien, es ampliar su radio de acción. Así sea el eje, la perspectiva feminista debe ser, para las mujeres que intervienen en política, sólo una parte de su planteamiento. De otra manera, perpetuarán la exclusión en nombre de la teoría (1991:12).

Ése fue uno de los tantos señalamientos proféticos de Monsiváis, duro y optimista a la vez. Luego, durante el debate y las intervenciones de las comentaristas, Monsiváis soltó la pregunta “¿Dónde se hace política en México?”, para responderla inmediatamente: “Hasta ahora, en el espacio donde sólo unas cuantas mujeres entran por breve tiempo, bajo invitación restringida y sin poderes amplios”.

Carlos trazaba escenarios políticos posibles, diseñaba intervenciones y nos develaba —a las propias activistas— las razones de nuestra militancia. Lo buscábamos para que nos explicara, y decía “No soy un profeta”. Sin embargo, no recuerdo ni una sola vez que no atinara en sus apreciaciones y pronósticos. Utilizaba su celebridad como un estratega político al servicio de los grupos activistas. Su fama nos abría puertas que, sin él, jamás hubiéramos franqueado.

Siempre insistió en que la apuesta por la transformación política encuentra su mayor aliado en el campo de lo cultural, al grado de que si no se da también la batalla cultural, se puede perder la batalla política. Él fue la brújula política de amplios sectores de nuestro país, además de un luchador incansable en todos los frentes que lo requerían. Fue nuestro referente ético-político, y lo perseguíamos para que redactara un manifiesto, que asistiera a una reunión, que corrigiera un desplegado, que nos consiguiera una cita con tal político o funcionario. Su compromiso con la causa fue manifiesto al participar abiertamente en la fundación de Diversa, en la Campaña por la Maternidad Voluntaria, en el arranque del partido feminista México Posible y en debate feminista.

Tal vez su apuesta por la transformación cultural explica el interés que sostuvo por una publicación como debate feminista, donde colaboró de distintas maneras: sugiriendo temas, proponiendo textos de otras personas y escribiendo los suyos. Sabía muy bien que podía mandar un ensayo de la longitud que fuera, y que brincaríamos de alegría. Así, además de su participación en la mesa redonda de política y de su diálogo sobre la censura con la escritora chilena Diamela Eltit, publicamos 26 textos suyos, entre los cuales se encuentran los doce específicamente feministas. Los demás, que versan principalmente sobre la diversidad sexual, ya los reunimos en Que se abra esa puerta. Crónicas y ensayos sobre la diversidad sexual.5

En su incansable, persistente y necia batalla a favor de la justicia, Monsiváis apoyó decididamente muchos otros empeños. Algo que lo caracterizó fue la forma en que defendía diversas “causas perdidas” en la mayoría de sus escritos y conferencias. Cuando cumplió setenta años, en 2008, la Universidad de la Ciudad de México organizó un coloquio en su honor. El discurso que Monsiváis leyó, ese día, señalaba:

Las causas perdidas comparten numerosos rasgos de los movimientos derrotados, pero vienen de más lejos, de la elección ética con resonancias estéticas, del adherirse a reclamaciones y reivindicaciones condenadas al fracaso inmediato, pero válidas en sí mismas, y capaces de infundir ese momento de dignidad pese a todo.

Más adelante apuntó: “Lo que explica la especie ‘causas perdidas’ es la certeza del valor inmanente de las exigencias de justicia y de las batallas para alcanzarla”. Y, con su estilo inigualable, definió: “Causa perdida es aquella de la que nunca se esperan las ventajas”.

En la revista debate feminista pedimos a nuestros colaboradores que escriban su propia ficha autobiográfica. En su momento, Carlos Monsiváis se describió a sí mismo (en tercera persona) diciendo: “Alterna su misoginia con una encendida defensa del feminismo”. En efecto, Monsiváis era un verdadero oxímoron: un misógino feminista. No es raro que solamente fueran cinco mujeres —Rosario Castellanos, Nancy Cárdenas, Simone de Beauvoir, Susan Sontag y Frida Kahlo— a quienes consagrara un texto. Sé que quería escribir sobre Elena Poniatowska, su gran amiga y la única capaz de regañarlo, y Jean Franco, a quien quería y admiraba. No le dio tiempo. Su partida fue prematura, porque aún tenía mucho que dar a este México, tan necesitado de sus inteligentes y valientes intervenciones.

Carlos fue, como tituló su biografía de Salvador Novo, un “marginal en el centro”. A diferencia de muchos intelectuales, perseveró en su posición ética y radical. Durante el homenaje luctuoso que se le rindió en Bellas Artes al día siguiente de su fallecimiento, y reflejando el sentir de miles, Elena Poniatowska se preguntó: “¿Qué vamos a hacer sin ti, Monsi?”. Hoy me respondo: hay que seguir leyéndolo, porque leerlo es recuperar su lucidez y su aliento combativo. Leer estos textos es también una forma de comprender por qué tantas feministas le estamos profundamente agradecidas.

Quiero agradecer a Beatriz Sánchez Monsiváis todo su apoyo para la realización de este libro. Ella fue la primera en conocer estos textos, y ha sido, más que ninguna otra amiga, la mujer que más compartió la vida y el trabajo de Carlos. Gracias también a Guillermo Osorno, quien me acercó a Océano, que ha resultado una casa editorial acogedora y eficaz. En ella he tenido el privilegio de trabajar con Pablo Martínez Lozada y Guadalupe Ordaz, y de recibir todo el cariño de Rogelio Villarreal Cueva. Por último vaya mi agradecimiento al equipo de debate feminista, en especial a Alina Barojas.

 

MARTA LAMAS

 


1 En la cuidadosa recopilación bibliográfica de Mabel Moraña e Ignacio Sánchez Prado (El arte de la ironía. Carlos Monsiváis ante la crítica, México, Era/UNAM, 2007) no aparecen los ensayos de Monsiváis publicados en fem. y en debate feminista. Y los críticos que analizan muchas de sus crónicas y ensayos, como Adolfo Castañón, tampoco aluden a esta vertiente del escritor. Una excepción es Linda Egan, quien sí menciona su interés por el feminismo, y en la bibliografía que incluye en Carlos Monsiváis. Cultura y crónica en el México contemporáneo (México, FCE, 2004) registra dos ensayos en fem. y dos en debate feminista.

2 México, FCE/UAM-Iztapalapa, 2009.

3 Aparecido en el número 772, del 30 de noviembre de 1976.

4 En 1975, este texto formaría parte de un libro con el nombre del ciclo de conferencias, coordinado por Elena Urrutia, en la colección SepSetentas.

5 México, Paidós/debate feminista, 2011.