El transhumanismo
en 100 preguntas

El transhumanismo
en 100 preguntas

Manuel Sanlés Olivares

Colección: 100 preguntas esenciales

www.100Preguntas.com

www.nowtilus.com

Título: El transhumanismo en 100 preguntas

Autor: © Manuel Sanlés Olivares

Copyright de la presente edición: © 2019 Ediciones Nowtilus, S.L.

Camino de los Vinateros 40, local 90, 28030 Madrid

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Elaboración de textos: Santos Rodríguez

Diseño de cubierta: NEMO Edición y Comunicación

Imagen de portada: Símbolo H+ transhumanista

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ISBN Digital: 978-84-1305-046-1

Fecha de publicación: mayo 2019

Depósito legal: M-12981-2019

¿UN FUTURO PERFECTO POSTHUMANO?

Los enigmas que se plantean en el pensamiento transhumanista podrían ser sintetizados bajo el título de este prólogo, porque la mayoría de los «profetas de transhumanismo» nos sugieren un futuro, tal y como queda bien reflejado en las siguientes páginas, feliz y placentero, una nueva fase de la Humanidad en la que seremos superinteligentes, felices e inmortales. Así de bien suena la letra y la música de muchos de los defensores del transhumanismo, que como señala acertadamente Manuel Sanlés, siguen ciegamente «el imperativo hedonista». Es decir, que defienden acríticamente que el placer es el fin de la vida humana y que todos los seres humanos tienen derecho a conseguirlo a cualquier precio y por cualquier medio. ¿Estamos ante una utopía posible o ante una distopía indeseable?

La premisa fundamental de todos los autores transhumanistas, a pesar de algunas diferencias entre ellos, se basa en algo muy discutible; esto es, en la creencia de que la tecnociencia actual y futura será capaz de resolver todos los problemas que existen en el mundo de hoy y todos los que puedan surgir en el futuro. La confianza total en la capacidad de la «razón tecnocientífica» es tal en estos autores que tienen la osadía de confundir el futuro de Humanidad con las continuas innovaciones tecnológicas que siguen transformando la Naturaleza y la Sociedad a un ritmo vertiginoso. Es indudable que las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación han cambiado sustancialmente nuestro de modo de acceder a la información, a la comunicación interpersonal y al conocimiento. Es innegable que la tecnología digital, que la nueva Genética, que Internet y que todos los medios audiovisuales han puesto al alcance de muchos millones de personas todo el conocimiento y toda la cultura que la Humanidad ha ido acumulando a lo largo de los siglos. Es innegable además que todos estos cambios tecnológicos han cambiado también nuestro modo de pensar, de vivir y de relacionarnos; han generado una nueva forma de seres humanos, una nueva civilización. Nadie puede negar que gracias a la revolución tecnológica informacional el salto cualitativo de la Humanidad haya sido extraordinariamente positivo. Tampoco se puede negar que la ingeniería genética está revolucionando de forma positiva nuestra lucha contra las enfermedades y la muerte.

Sin embargo, hay una serie de cuestiones filosóficas y éticas, que están dispersas a lo largo del libro y que exigen a cualquier lector un planteamiento reflexivo con el fin de clarificar cuáles son las falsedades y las ambigüedades que se esconden tras el discurso transhumanista. El elenco de cuestiones epistemológicas y éticas que el autor va señalando a lo largo del libro podría resumirse en lo siguiente: La noción de tecnociencia que sostienen los transhumanistas es única, absoluta y está impregnada de valoraciones éticas que carecen de fundamentación racional. La creencia ciega en que la tecnología por sí misma es capaz de solucionar todos los problemas sociales, económicos, políticos y éticos que acompañan al desarrollo digital y biotecnológico debido a su infinita capacidad de innovación. Por último, existe una evidente confusión entre «medios y fines» a la hora de definir la función de la tecnología con respecto a la mejora de la vida humana sobre la Tierra.

En primer lugar, muchos de estos autores transhumanistas desconocen las aportaciones de la Historia de la Filosofía y por ello parecen ignorar que el contexto social, económico y político en el que nace y se desarrolla la ciencia y la tecnología influye de modo decisivo en la construcción teórica de la ciencia y sobre todo en sus aplicaciones a la sociedad. Es un hecho constatado en la historia social de la ciencia y de la tecnología su estrecha vinculación con las necesidades de armamento de los diferentes gobiernos y cómo la investigación científica y tecnológica ha estado subordinada a los intereses militares de los Estados sobre todo desde el siglo XVI hasta hoy en todo el mundo. Los transhumanistas defienden un concepto de la ciencia basado, conscientemente o no, en presupuestos positivistas que suponen ingenuamente que la actividad científica puede prescindir de cualquier influencia económica, social, política o cultural. Además hablan de la ciencia positiva como si fuese la única fuente del conocimiento humano, despreciando la filosofía, el arte, la literatura y todas las demás creaciones humanas en nombre de una tecnociencia a la que convierten en una especie de solución salvífica para todos los males de la Humanidad. En cierto modo, sustituyen las religiones por la ciencia cayendo en una tecnolatría ingenua y sin fundamento.

En segundo lugar, los transhumanistas carecen en general de una reflexión adecuada y profunda sobre el significado de la tecnología y su influencia en la evolución biológica y cultural de los seres humanos. Muchos filósofos como Ortega y Gasset, M. Heidegger y Javier Echeverría entre otros, han analizado el significado de la tecnología y su incidencia en la evolución y el progreso de la Humanidad, pero como demuestran los actuales estudios de «Ciencia, Tecnología y Sociedad» no se puede caer en una especie de tecnofilia acrítica e ingenua ya que la interacción continua entre la sociedad, la ciencia y la tecnología muestra la íntima dependencia de la actividad tecnocientífica del modelo socioeconómico en el que se desarrolla. La importancia de los avances e innovaciones tecnológicas es indiscutible, pero el transhumanismo no alerta sobre el impacto negativo que las nuevas tecnologías tienen sobre el medio ambiente ni sobre las consecuencias sociales y económicas que tiene la aplicación de las nuevas tecnologías en la sociedad globalizada de nuestros días. La «brecha digital» y la grave desigualdad entre grupos sociales y entre diferentes países respecto al desarrollo tecnológico ponen de manifiesto que la tecnociencia es también un asunto político de primera magnitud. Esa supuesta neutralidad política de los transhumanistas oculta que el sistema actual de capitalismo globalizado es injusto y genera graves desigualdades entre los seres humanos que obligan a vivir a millones de personas en la ignorancia, en la pobreza y en la desnutrición mientras que una minoría con mucho dinero sueña en el Primer Mundo con llegar a una era posthumana plena de felicidad, salud y amortalidad. ¿Para quiénes proyectan ese mundo posthumano los transhumanistas? ¿A qué precio y en qué condiciones se podrá acceder a esa nueva especie «sobrehumana»? ¿Será realmente un mundo sobrehumano o más bien inhumano si esa felicidad de unos pocos se basa sobre la miseria de millones de humanos?

Por último, y en concordancia con lo que con toda claridad plantea el profesor Manuel Sanlés en su libro, existe una confusión conceptual muy grave en el transhumanismo acerca de la relación entre medios y fines. Esto es algo esencial en cualquier reflexión ética que se plantee cuál es la finalidad de la vida humana, de cada individuo y de la especie humana sobre la Tierra. El mejoramiento de la calidad de vida de cada ser humano pasa por la reducción de las condiciones infrahumanas en las que muchos millones de seres humanos viven diariamente. Los transhumanistas están en lo cierto al desear que todo ser humano pueda vencer la enfermedad, el dolor y la ignorancia y que todos los miembros de la especie humana aspiren a vivir su vida humana en plenitud; pero los medios tecnológicos que el transhumanismo pone a disposición de algunos privilegiados no son todos éticamente aceptables. Los instrumentos de la nueva biotecnología son extraordinarios y pueden llevarnos a medio y largo plazo a una nueva concepción del cuerpo humano y de su felicidad; pero no dejan de ser medios al servicio de las personas, de su racionalidad, de su libertad y de responsabilidad que son hasta ahora las características definitorias de la especie humana. No me parece que el fin de la vida humana sea transformar a cada persona en una máquina biológica que no razone por sí misma, que no tenga sentimientos y que no hable por sí misma. No me parece que tengamos que convertirnos en «tecnopersonas» carentes de subjetividad y de autonomía y que nos veamos necesariamente los humanos sometidos al dominio de robots o de autómatas cibernéticos. Estoy de acuerdo con las objeciones epistemológicas y éticas que el autor del libro plantea a los transhumanistas y con su defensa de la libertad como eje esencial de lo que se entiende hasta hoy por ser humano.

En definitiva, el libro reivindica con total acierto los grandes logros de las innovaciones tecnológicas en inteligencia artificial, en Robótica y en Biotecnología y cómo esas innovaciones están generando una mejora real de la vida humana sobre la Tierra; pero no podemos olvidarnos, como insiste Manuel Sanlés, en que somos los seres humanos los únicos que debemos decidir sobre la finalidad de nuestra vida, sobre los valores que queremos implantar en la sociedad y sobre el modo de gobierno que queremos darnos a nosotros mismos. Para ello el «humanismo» que muchos defendemos sigue manteniendo la tesis de que todos los instrumentos y herramientas tecnológicas, por muy sofisticadas que sean, no son más que medios al servicio de las personas y que nunca debemos convertirnos en autómatas que no piensan ni deciden por sí mismos. Si eso sucede, entonces ya no habrá seres humanos sobre la Tierra y, por ahora, no se sabe cómo será esa nueva especie posthumana. ¿Será un robot autómata de forma humanoide?

Luis María Cifuentes Pérez

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