Ilustraciones de Diego ÁlvarezDavid Martín del CampoDoña Ballena va al zoológico y otras fábulas
7Doña Ballena va al zoológicoTANTO le habían platicado que deci-dió visitarlo. “No es posible que nunca hayas ido al zoológico.” “Hay canguros, pingüinos, tigres, cocodrilos y hasta caca-túas.” “Es lo máximo.” Doña Ballena es-taba muy inquieta por lo que le habían contado: “Ahí podrás admirar al ele-fante, que es el animal más grande del mundo”.—¿Más grande que yo? —preguntó casi ofendida.—Es lo que dice la guía del zoológico
8—le contestó su vecina—. Todo el tiem-po está comiendo cacahuates.Por todo eso, doña Ballena decidió visi-tarlo. Se pintó un poco los labios, se puso su mejor collar y los guantes. También un sombrerito amarillo. “El zoológico, ¡qué emoción!”, se dijo al salir de casa. Minutos después llegó a la parada del autobús. El sol comenzaba a entibiar la mañana, así que abrió la sombrilla. Al poco rato apareció el ómnibus y doña Ba-llena lo abordó. Apenas si cupo, y como no halló asientos disponibles, tuvo que viajar de pie. La ballena iba realmente fascinada, su-jetándose en los tubos del techo, y comen-zó a canturrear: “Voy al zoo, voy al zoo, voy al zoo; mmm, mmm, mmm…”. ¿No se da-ban cuenta los demás de su fabuloso pa-seo? Algunos pasajeros junto a ella iban medio apretados, y es que doña Ballena no era precisamente livianita. Incluso el auto-bús marchaba un poco ladeado, pero na-die decía nada, porque lo principal es ser respetuoso. “Voy al zoo, voy al zoo, voy al
9zoo; mmm, mmm, mmm”, siguió cantu-rreando para ver si alguien le hacía con-versación, y como no, dijo en voz alta:—El elefante no es el más grande del mundo.Nadie le contestó. Hay gente que habla sola y es feliz a su manera, aunque tam-bién hay personas que casi nunca dicen nada. Fue cuando un ratón, que viajaba sentado casi debajo de ella, comentó:—Claro que es el más grande. Yo lo he visto.—¿Ah, sí? —doña Ballena infl ó el pe-cho, se paró de puntitas—. ¿Más grande, por ejemplo, que yo?El ratón hizo a un lado el periódico que iba leyendo. Se volvió para mirarla.—Claro, señora. Se lo digo yo, que lo he visto en el zoológico. Más grande que un camello, incluso que un hipopótamo; aunque déjeme decirle que para mí to-dos son más grandes.—Mmmh —repuso doña Ballena—. Luego hay gente de opiniones pequeñi-tas. Personas que no miran lo maravilloso
10que tiene el mundo. Hay que ver la vida con ojos de grandeza.El ratoncito gruñó. Dobló su periódi-co y amablemente dijo a esa parlanchi-na pasajera:—Señora, ¿se quiere usted sentar? Su-pongo que viene un poco cansada.Doña Ballena aceptó la invitación. Se acomodó en el asiento con grandes es-fuerzos y enseguida comenzó a trans-pirar. Buscó su abanico en el bolso y durante todo el trayecto fue abanicán-dose mientras canturreaba: “Voy al zoo, voy al zoo; mmm, mmm”.Por fin, poco después, llegó al par-que de los animales. Doña Ballena iba muy contenta; ya nadie le diría que no había ido nunca. Se compró un algo-dón de azúcar y lo comenzó a disfrutar: “Mmmm, qué rico. Mmm, mmm, mmm”. Paseó por todo el zoológico. En la prime-ra jaula vio a las cebras, que le parecieron los presos de una cárcel. Más adelante observó a los papagayos, muy presumidos con sus largas plumas. Luego descubrió
12a las panteras, que de noche seguramen-te tropezarían unas con otras. Finalmen-te se detuvo en el acuario de las focas. Eran lo más admirable del parque, pues nadaban maravillosamente, saltaban en el agua y aplaudían al salir del estanque.Al fi nal, por fi n, llegó al pabellón del elefante. Al centro de una terraza protegida por una alambrada, el viejo elefante ba-lanceaba su trompa. A ratos alzaba una pata. Doña Ballena leyó el letrero donde se afi rmaba que ese paquidermo era na-tural de África y pesaba cinco toneladas. De pronto el elefante dejó todo y avan-zó hasta la reja.—Buenas tardes, señora —dijo a doña Ballena—. Usted sí que es grande.—¿Le parece, señor? —preguntó ella mientras cerraba la sombrilla con la que se protegía del sol.—Sí, grande. Muy grande. Grandísima —insistió el elefante.—Ah, sí, claro —volvió a abanicarse, muy vanidosa—. Con decirle que no
13duermo en una, sino en nueve camas, muy pegaditas. Y para bañarme hay que llamar a los bomberos.—Me imagino —dijo el elefante—. Us-ted es grande, muy grande, y supongo que también muy feliz.—Bueno, feliz, lo que se dice feliz de la gran felicidad… no tanto. Si le conta-ra los problemas que tengo para conse-guir un par de zapatos, para ponerme la piyama o para meter el hilo en las agu-jas… Problemas naturales de mi tamaño.—Pero usted, señora, es grande. Muy grande, y supongo que también muy im-portante.La ballena se ruborizó. Nunca nadie le había dicho esas cosas. Abrió y cerró la sombrilla varias veces.—Sí, claro. La gente me considera muy importante porque cuando hacen fi es-tas… Bueno, casi nadie me invita a las fi estas porque siempre termino rompien-do las sillas. Y sí, claro, cuando la gente organiza un baile… Bueno, yo no bailo mucho; es que cuando piso a mi pareja