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Juan J. Varela Álvarez

El culto
cristiano

Origen, evolución, actualidad

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Editorial CLIE

Ferrocarril, 8

08232 VILADECAVALLS (Barcelona)

E-mail: clie@clie.es

Internet: http://www.clie.es

EL CULTO CRISTIANO

Origen, evolución, actualidad

© 2002 por el autor

Pintura de la portada: Antonio Soto

ISBN: 978-84-8267-246-5

ISBN: 84-8267-246-0

eISBN: 978-84-8267-631-9

Clasifíquese:

460 ECLESIOLOGÍA: Concepto de la iglesia

C.T.C. 01-06-0460-24

A mi mujer María del Mar y a mi hijo Noel
Josué, fuentes de mi estabilidad

Gracias Norman D. Bowman, por abrirme
los ojos a algunas realidades, aun a costa
de sufrir mi enfado inicial

ÍNDICE

PRÓLOGO

INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO I
EL CULTO CRISTIANO: SU DEFINICIÓN, PROPÓSITO, Y ELEMENTOS PRINCIPALES

I. ¿QUÉ ES EL CULTO CRISTIANO?

a. El culto: Definición

b. El culto: Terminología

c. El culto: Propósito

II. TEXTOS BÍBLICOS RELATIVOS AL CULTO

a. Mateo 2:11. La adoración de los magos

b. Mateo 4:9, 10. El objeto de la adoración

c. Juan 4:19-24. La adoración verdadera

d. Hechos 2:42. El culto en la Iglesia Primitiva

e. Romanos 12:1. El culto racional

f. Apocalipsis 4:1-11. La adoración eterna

III. EL PAPEL DE LA LITURGIA EN EL CULTO

a. Definiendo liturgia

b. Liturgia o rito

c. ¿Liturgia u orden de culto?

d. La liturgia en la Biblia y en la Iglesia Primitiva

IV. EL CULTO Y SUS PARTICIPANTES

a. La asistencia y la participación en el culto

b. El papel de la mujer en el culto

c. Las aclamaciones litúrgicas en el culto

d. Culto personal y familiar

V. LA PRESIDENCIA DEL CULTO

a. ¿Introducción o presidencia?

b. ¿Quién está capacitado para presidir?

c. La labor del presidente

d. Las vestiduras del presidente o liturgo

VI. ¿DÓNDE Y CUÁNDO CELEBRAR EL CULTO?

a. El ámbito espacial

b. El ámbito temporal

c. El año litúrgico o eclesiástico

VII. EL MOBILIARIO Y LA DECORACIÓN DEL CULTO

a. En la historia

b. En la actualidad

c. La simbología cúltica

VIII. LA MÚSICA EN EL CULTO

a. La música: sus inicios

b. La música: su evolución en el contexto bíblico

c. La música: su actualidad

d. La música: su futuro

IX. LOS ELEMENTOS O COMPONENTES EN EL CULTO

a. En la Biblia

b. En la actualidad

c. El silencio cúltico

Capítulo II
EVOLUCIÓN HISTÓRICA DEL CULTO CRISTIANO

I. LA EVOLUCIÓN DEL CULTO DESDE GÉNESIS HASTA HECHOS

a. Época postcreacionista y patriarcal: Ofrendas y Altares

b. Época mosaica y monárquica: Tabernáculo y Templo

c. Época postexílica y cristiana: Sinagoga e Iglesia

II. EL CULTO EN LOS TRES GRANDES CENTROS DE ADORACIÓN PRE-CRISITANA

a. En el Tabernáculo

b. En el Templo

c. En la Sinagoga

III. LA EVOLUCIÓN DEL CULTO DESDE HECHOS HASTA LA REFORMA

a. El culto en la Iglesia Primitiva

b. De la era apostólica a Constantino

c. La Edad Media

d. La Reforma Protestante

IV. FORMAS DE CULTO DESDE LA REFORMA A LA ACTUALIDAD

a. El culto Luterano

b. El culto Reformado o Presbiteriano

c. El culto Anglicano o Episcopal

d. El culto Metodista o Wesleyano

e. El culto en las Iglesias Libres

f. El culto Pentecostal

g. El culto católico: La reforma litúrgica de Vaticano II

Capítulo III
HACIA UN MODELO DE CULTO EN EL CONTEXTO DEL SIGLO XXI

I. ANÁLISIS Y ESTRUCTURA DEL CULTO CRISTIANO

a. Contenido

b. Estructura bíblica

c. Estructura histórica

d. Las formas históricas de comunicación

II. INFLUENCIAS DE LA CULTURA POSTMODERNA

a. La sociedad postmoderna

b. El hombre postmoderno

c. Cristianismo y postmodernidad

d. Las formas actuales de comunicación

III. PROPUESTAS DE CULTO CONTEMPORÁNEO

a. La estructura cúltica hoy

b. El estilo de culto hoy

c. El culto contemporáneo: fusión de historia y actualidad

CONCLUSIÓN

ANEXO I Breve manual litúrgico para servicios religiosos

ANEXO II Los credos y confesiones de fe

ANEXO III Glosaro de simbología cristiana

ANEXO IV Sugerencias para el culto

BIBLIOGRAFÍA

PRÓLOGO

Probablemente uno de los puntos más débiles en la reflexión teológica contemporánea, sea la reflexión acerca de la adoración. Desafortunadamente, con demasiada frecuencia nos acercamos a la adoración como si poco o nada tuviera que ver con la doctrina y con la vida de la iglesia. Así, por ejemplo, pasamos largas horas discutiendo el sentido de la doctrina trinitaria, o de la presencia de Cristo en la comunión; pero no le prestamos igual atención al modo en que tales doctrinas se manifiestan en el culto. Si por ejemplo, sostenemos la doctrina de la Trinidad, ¿qué implica eso para el culto? Si sostenemos una posición cualquiera (sea la luterana, sea la reformada, o cualquier otra) acerca de la presencia de Cristo en la comunión, ¿cómo se refleja esto en el modo en que celebramos la comunión, y en el modo en que la relacionamos con el resto del culto? No se trata de preguntas ociosas. Como historiador de la doctrina cristiana, estoy consciente del viejo principio, lex orandi est lex credendi, que implica, en pocas palabras, que el modo en que la iglesia adora a la postre se vuelve lo que la iglesia cree.

Cada vez más nos percatamos de que el estudio del desarrollo de las doctrinas cristianas, requiere el estudio del desarrollo del culto. En consecuencia, la historia de la liturgia, que antaño fue un campo de estudio relativamente desconectado de la historia de las doctrinas, ahora se incorpora como campo necesario de estudio para quien desee comprender el modo en que el pensamiento cristiano ha evolucionado a través de los siglos. Es por ello que resulta tan trágico el hecho de que pastores y otros dirigentes eclesiásticos, al tiempo que se preocupan sobremanera por la ortodoxia teológica, le presten tan poca atención al culto y al modo en que refleja o no esa ortodoxia. Necesitamos prestarle mayor atención a la adoración, si hemos de evitar una iglesia, no sólo débil, sino hasta errada en su teología. Veamos algunos ejemplos. Uno de las grandes peligros que acechan al cristianismo en estos días es el individualismo excesivo. Nos hacemos la idea de que la fe es cuestión individual, cuestión de mi relación con Dios. Esto se ve hasta en las imágenes populares del Reino de Dios, donde se pintan angelitos individuales, Cada cual en su propia nube, sin que nadie les moleste o interrumpa. Pero se ve también en buena parte de nuestros cultos, donde se cantan casi exclusivamente himnos en la primera persona del singular: yo. Aun cuando es cierto que cada uno de nosotros tiene que hacer su decisión personal, también es cierto que esa decisión se hace en medio de una comunidad de fe, y que esa comunidad ha de nutrirla y de dirigirla. Empero en muchos de nuestros cultos esto no aparece por ninguna parte. A veces, al mirar los rostros de los congregados, se recibe la impresión de que cada uno de ellos busca una experiencia directa con Dios, y que el resto de las personas en torno suyo, nada tienen que ver con esa experiencia. En vista de tal situación, ¿qué hacemos para que nuestro culto le dé expresión al carácter comunitario de la fe? Si no nos ocupamos de ello, no nos sorprendamos de que el individualismo que parece dominar nuestra sociedad contemporánea, se posesione también de la iglesia.

Otro peligro que acecha a la iglesia de hoy es una concepción hedonista de la fe. Según esta opinión, el propósito de la fe cristiana es hacernos sentir bien. Las iglesias compiten entre si a ver cual de ellas les da más «gozo» a sus miembros. En esa competencia, con frecuencia se pierde el sentido del mysterium tremendum, del Dios cuya presencia es sobrecogedora, del Dios que requiere obediencia, del Señor que nos invita a entrar por la puerta angosta, a seguir el camino difícil, a tomar la cruz. Se predica, y en el culto se celebra, un evangelio sin ley, una gracia sin obediencia, un gozo sin responsabilidad. Cuando nuestra reflexión acerca del culto no nos lleva a buscar modos de contrarrestar tales tendencias, convertimos la fe en un producto más de consumo para el mercado, al punto que hay iglesias que confunden la evangelización con el empleo de técnicas de mercadeo.

El tercer peligro que es necesario mencionar es el de la falsa espiritualidad. A través de toda su historia, la iglesia cristiana ha visto su fe amenazada por quienes se imaginan que lo espiritual es lo opuesto de lo material. En los primeros siglos, esto resultó en doctrinas docetistas acerca de la persona de Jesucristo, doctrinas que presentaban un Jesús, puro espíritu, sin verdadera carne. Más tarde la misma tendencia llevó a un ascetismo que pensaba que la obediencia cristiana más elevada consistía en castigar el cuerpo sin otro propósito que el de domarlo, el de volverse más «espiritual». En otras ocasiones, también por las mismas razones, se ha pensado que la iglesia y los cristianos deben ocuparse únicamente por la salvación de las almas, y que los males que puedan aquejar los cuerpos de las gentes, no tienen mayor importancia. En el día de hoy, esta tendencia espiritualizante lleva a un tipo de fe en la que se puede ser cristiano convencido y consagrado, sin que ello en modo alguno afecte el modo en que se manejen las propiedades, los capitales, u otros recursos que se tengan. Cuando alguien se atreve a llamar a los cristianos a la obediencia, no sólo en cuestiones supuestamente «espirituales», sino también en cuanto al uso del dinero, del poder político y social, etc., se piensa que todo esto nada tiene que ver con la fe. Si esto no se corrige en el culto, ¿dónde se hará?

Por todo ello, este libro, y la reflexión teológica acerca del culto a que nos invita, son de enorme importancia para la vida de la iglesia. La iglesia vive por su adoración. Quizás tal afirmación parezca exagerada, ya que la iglesia también vive por su misión, por su oración, etc. Empero no cabe duda de que la iglesia se nutre de su adoración, y que una iglesia que no adora, o cuya adoración no la nutre, resulta endeble y enferma. De ahí la importancia de este libro. Mucho se escribe acerca de la evangelización, de la educación, de diversas doctrinas teológicas, etc. Pero con demasiada frecuencia descuidamos la adoración, como si no fuese un elemento fundamental en la vida de la iglesia. En medio de la escasísima literatura sobre el tema, el presente libro nos ofrece una visión panorámica de la historia del culto, de sus diversos elementos, y de sus perspectivas futuras. Aun cuando en algunos puntos históricos pueda discrepar con el autor (sobre todo en cuestiones de detalle y de interpretación que podríamos discutir por largo tiempo), estoy convencido de que esta obra será una contribución valiosa para la práctica de la adoración de la iglesia de habla castellana, y sobre todo para la iglesia evangélica de habla castellana. Particularmente valiosa es la tercera parte de libro, que explora lo que la postmodernidad pueda implicar para el culto cristiano. Puesto que la reflexión acerca de la postmodernidad está todavía comenzando, y puesto que en todo caso necesitamos reflexión acerca de la adoración, el hecho de que este libro combina esos dos elementos, lo hace mucho más valioso. Por otra parte al tratar acerca del culto tenemos que recordar que a fin de cuentas nada que hagamos o que seamos es en si mismo necesariamente aceptable ante los ojos de Dios. Ese es el principio fundamental del evangelio, que la salvación es por gracia. Dios no nos acepta porque hagamos algo, o porque pensemos algo, ni siquiera porque creamos algo. Dios nos acepta por gracia, porque en su sorprendente amor, Dios ha decidido aceptarnos.

Lo mismo es cierto del culto. Aunque hay cultos mejores que otros (de igual modo que hay acciones mejores que otras), no hay culto tan perfecto, tan correcto, que por sí merezca el que Dios lo acepte. Dios acepta nuestro culto de igual modo que nos acepta a nosotros, por gracia. Digámoslo de otro modo. Tomemos por ejemplo la cuestión de la música. En la iglesia contemporánea hay grandes debates acerca de cuál música es más apropiada para el culto a Dios. Algunos dicen que no hay música para adorar a Dios como la de Bach. Otros, al otro extremo, prefieren adorar con música «contemporánea», con instrumentos eléctricos, amplificadores, etc. Algunos prefieren la música suave; otros la prefieren sonora hasta tal punto que el edificio tiemble. Cada uno de nosotros tiene sus gustos. El mío se inclina hacia Bach, quien a mi parecer ha escrito música sublime. Pero con todo y eso, tengo que confesar que hasta la música de Bach, no es aceptable ante Dios sino por la gracia divina. Dicho de otro modo, tengo la sospecha de que cuando tengamos la dicha de escuchar los coros celestiales, comparada con ella la mejor música de Bach no resultará sino una pobre cacofonía. He ahí en unas pocas palabras la gran paradoja que tenemos que sostener al acercarnos al tema del culto cristiano: Por una parte el culto es fundamental para nuestro servicio a Dios, para nuestra ortodoxia, para toda nuestra vida cristiana. Por otra, el culto como todo lo que el ser humano puede hacer, nunca es tan perfecto, tan bueno, tan apropiado, que sea en si mismo y por sus méritos aceptable ante Dios. Como nuestra vida toda, el culto es todo lo que tenemos. Y lo que tenemos lo ponemos al servicio de Dios, con el ruego de que el Dios que tomó y aceptó nuestras vidas, tome también y acepte nuestro culto. ¡Así sea!

Dr. Justo L. González

INTRODUCCIÓN

Hay en la especie humana una sed y hambre espiritual que únicamente Dios puede satisfacer, pues el hombre, sólo por el hecho de serlo, posee un deseo y anhelo de entregarse a algo más grande que él. En el corazón de todo ser humano hay inherente una expresión religiosa natural, donde hay tribus, comunidades o colectivos humanos de cualquier tipo, allí hay religiones y cultos para suplir cualquier necesidad. El hombre que no conoce al Dios verdadero y creador, lo sustituye deificando cualquier elemento de la creación; hablamos por tanto, de un instinto religioso común a la condición humana, pues como decía San Agustín: «el hombre es incurablemente religioso».

La historia de la humanidad y su desarrollo nacen ligadas al fenómeno de las religiones1 paganas y animistas. El hecho misterioso de la muerte, lo trascendente, crea un terreno común que promueve todo tipo de cultos, rituales mágicos, encantamientos, hechizos, trances… etc. Es el mundo de lo oculto, pues la magia y las religiones, se constituyeron en las vías tradicionales de acceso al mundo de lo sobrenatural, en toda cultura extrabíblica. En claro contraste, la experiencia cristiana se basa en lo revelado en la Palabra de Dios, y el culto cristiano tiene su razón de ser en la revelación de Dios en Jesucristo. En realidad, el culto es la antítesis de lo oculto, pues la Palabra es luz reveladora, no tinieblas misteriosas.

Recordamos las palabras del salmista en el Salmo 42 cuando dice: «Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti oh Dios el alma mía». La humanidad necesita a Dios, y aunque gran parte de la misma le rechace, esa negación no anula la realidad del vacío existencial que sufre el hombre que vive de espaldas a Él. Todo ser humano necesita saber quién es, es decir, tener clara su identidad; todo hombre necesita reconocer su anhelo de lo metafísico y trascendente, su búsqueda de Dios o de un ser supremo, y todo hombre necesita sentirse parte de algo, relacionarse, saberse en sociedad. Identidad, trascendencia y sociabilidad son pues rasgos característicos de la especie humana, y de toda religión.

«Desde el principio el culto tiene el propósito de proveer al hombre del nexo vital imprescindible para recuperar su propia identidad sobrenatural. La ruptura traumática de la transgresión deja al hombre en una situación de precariedad tal, que desde entonces busca desesperadamente, ciego y palpando, la restauración de la relación con Dios por la vía religiosa.»2

Como ya hemos visto, el culto cristiano, la adoración al Dios verdadero, es un auténtico instinto natural que responde al sentido de trascendencia que como seres humanos tenemos. El culto es la máxima expresión de la vida cristiana; abarca su pasado, su presente y su futuro. En el culto, recordamos la historia de la salvación en el pasado, manifestamos y confesamos nuestra fe, necesidades y bendiciones presentes, y nos esperanzamos con la segunda venida en el futuro. El tema es de enorme importancia, pues en realidad el culto es el todo de la vida cristiana. Según Von Allmen el culto es nada menos que: «recapitulación de la historia de la salvación, epifanía de la iglesia, y fin y futuro del mundo.»3

No pretende éste, ser un libro de profundidad teológica. Debido a la amplitud de temas que trata y al tamaño del mismo, sólo aspiramos a introducir las líneas generales de cada uno de los elementos que relacionamos con el culto cristiano. Sobre esta base, los objetivos son varios. En primer lugar explicar qué es el culto, dónde nace, cómo se expresa, cuáles son sus elementos, cómo se desarrolla y evoluciona a lo largo de la historia hasta llegar a nuestros días; así como también enumerar los distintos tipos y formas de culto existentes hoy día, proponiendo en la conclusión final un modelo de culto actual basado en la historia.

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1Religión viene del latín re-ligare, volver a juntar o unir.

2Gómez, Panete, José Luis, La Biblia en el Culto Personal, en la Familia y en la Iglesia, ponencia incluida en el libro Sola Escritura, Sociedad Bíblica, Madrid 1997, p. 37.

3Von Allmen, J. J. El Culto Cristiano, SÍGUEME, Salamanca 1968, p. 332.

Capítulo I

EL CULTO CRISTIANO:

SU DEFINICIÓN, PRÓPOSITO Y ELEMENTOS PRINCIPALES

I. ¿QUÉ ES EL CULTO CRISTIANO?

a. El culto: definición

El culto a Dios, la adoración, es una de las primeras actividades humanas mencionada en la Biblia (Gn. 4:3-4), asimismo es lo primero que hacen Noé y su familia después del diluvio bajo la nueva creación (Gn. 8:20), y será la última y única actividad de los redimidos cuando estemos en el cielo (Ap. 4:4). En latín la palabra culto (cultus)4 viene de «cultivar» haciendo referencia a alguien «culto» en el sentido de preparado o capacitado, que practica, trabaja y cuida de algo. De manera que uno puede «cultivar» en el sentido agrícola de plantar algo, uno puede ser «culto» en el sentido de persona capacitada intelectual y culturalmente, y uno puede «ofrecer un culto» en el sentido de un tiempo preparado, trabajado y ofrecido a Dios.

Básicamente podemos definir el culto cristiano como un servicio, un homenaje, una ofrenda de adoración y acción de gracias que encierra en sí misma un triple testimonio: honrar a Dios con la adoración, bendecir a la iglesia con la edificación, y testificar al mundo con la proclamación. Por tanto, el culto puede entenderse fundamentalmente como un acto comunitario de servicio y ofrenda a Dios en acción voluntaria, en respuesta agradecida a lo que Él ya hizo por nosotros. En torno a esta base, la comunidad, la iglesia local, se siente impulsada a la alabanza, la oración, la meditación de la Palabra, y la celebración de los sacramentos. Citando a Maxwell:

«El culto consiste en nuestras palabras y acciones. Es la expresión externa de nuestro homenaje y adoración, cuando estamos reunidos en la presencia de Dios. Estas palabras y acciones están gobernadas por dos cosas: nuestro conocimiento del Dios a quien adoramos, y los recursos humanos que somos capaces de aportar a ese culto. El culto cristiano se diferencia de todos los demás cultos en que se dirige al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.»5

De manera que si el culto cristiano es un servicio ofrecido a Dios, una respuesta a lo que Él ha hecho por nosotros, y un acto corporativo con ese sentido de celebración comunitaria, no podemos dejar de mencionar el elemento festivo que encierra en si mismo. Es decir, el culto no conmemora un recuerdo desilusionado6 como ocurriera con los discípulos en el día de la Pascua antes de la aparición del Señor, no, el culto revive en cada celebración al Cristo resucitado, se regocija en su presencia, se esperanza con la parusía, y en definitiva se convierte en una necesidad del alma redimida que busca y necesita reconocer al Autor de esa obra redentora.

b. El culto: Terminología

En cuanto a los términos griegos usados para referirse al culto dentro del NT, estudiaremos los propios, así como otras expresiones directamente relacionadas con la palabra culto, cuyo significado, como ya hemos visto, es cultivar o practicar algo, y que bajo un sentido religioso, se entiende como un homenaje que se tributa a Dios.

Latreia (λατρεια). Relacionado con latreuo, término que hace referencia en principio a un servicio pagado. En la Biblia se usa en relación con el servicio a Dios en el contexto del Tabernáculo (He. 9:1; Ro. 9:4), y en relación con el culto racional7 de los creyentes al presentar nuestros cuerpos a Dios en sacrificio (Ro. 12:1). Otros textos donde aparece este término con el sentido general de servicio, son: Hechos 7:42; 26:7; Hebreos 13:10; Apocalipsis 7:15. De esta misma raíz derivan los vocablos oficio y ritual. El primero, en la Biblia hace referencia al servicio ofrecido a Dios conforme a las demandas de la ley levítica (los oficios del culto u oficios religiosos, He. 9:6). Del segundo, ritual, decir que su uso está circunscrito al servicio sacerdotal bajo el Antiguo Testamento y al sistema cúltico de la ley.

Proskuneo. (ροσκυνεω). Este vocablo, en su uso bíblico, debe ser considerado como sinónimo de culto. Su significado es adorar, pero adorar en el sentido de prosternarse8 en reverencia y sumisión a la majestad de Dios. El énfasis es el de una adoración ofrecida en total entrega. Adorar tiene el sentido de «rendir culto a Dios», culto que puede darse en el sentido mencionado de inclinarse a tierra9, o bien lo contrario, levantar el rostro y las manos hacia Dios reconociendo su Santidad y Perfección (Mt. 2:2; 4:10; Lc. 4:8; Jn. 4:20-24; Hch. 10:25; 1 Co. 14:25; Ap. 7:15; 19:4).

Servicio. Del griego leitourgeo10 (λειτουργεω) «servicio» o «ministerio». Se dice del servicio religioso que los levitas prestaban junto con los sacerdotes en el AT (He. 8:2-6). También significa ministrar a Dios o a la iglesia (Hch. 13:2; Fil. 2:17).

Ethelothreskeia (εθελοθρησκεια). Palabra compuesta de ethelo querer, y threskeia adoración. Denota un culto y una adoración voluntaria nacida no de las exigencias de la ley, sino de un anhelo personal de buscar y rendir culto a Dios (Col. 2:18 y 23).

Ofrenda: Del griego (ροσφερω), o (αναφερω). El primero significa «traer a» u «ofrecer» en el sentido de una presentación u ofrenda de dones sacrificiales (He. 5:3; 10:2). El segundo vocablo griego se traduce como «conducir o llevar arriba». Mencionamos también el vocablo (α αρχη) que es un término técnico del lenguaje sacrificial que hace alusión a los primeros frutos o primicias de algo. Podemos considerarlo un término sinónimo de «sacrificio».

En cuanto al vocablo liturgia, más adelante le concedemos un apartado específico. Los términos que ahora veremos, si bien no se pueden aplicar específicamente como sinónimos de culto, sí están directamente relacionados con el mismo. Son los siguientes:

Doxa: Del griego (δοξα). En principio significa buena opinión, estimación. En el contexto bíblico se traduce por «gloria», aludiendo a la naturaleza y a los actos de Dios. También se puede traducir como «honor y majestad», siempre dentro de las cualidades divinas que el hombre se limita a reconocer (Hch. 12:23; Ro. 1:23; 1 P. 4:11; Ap. 1:6; 19:7).

Eulogeo: Del griego (ευλογεω), verbo formado por el adverbio eu (bien) y la raíz log (hablar), por tanto su significado sería «hablar bien», «elogiar.» En el contexto cúltico se usa con el sentido de impartir bendición, bendecir (1 Co. 10:16; He. 12:17; Ap. 7:12).

Aineo: Del griego (αινεω), cuyo significado es «alabar», «ensalzar». Se enmarca dentro de las reacciones y respuestas del creyente que alaba y eleva sus exclamaciones de reconocimiento al Dios soberano (Lc. 18:43; Hch. 2:47; Ap. 19:5).

c. El culto: Propósito

El propósito y el objetivo principal del culto cristiano, es la adoración. Adoración al único que la merece, el Dios creador y sustentador de todas las cosas. Dicha adoración debe cumplir asimismo un doble propósito: glorificar a Dios y edificar a su Iglesia. Si la adoración es la vocación suprema del hombre, y el culto es el trabajo más noble al que el hombre puede aspirar, el culto se convierte en el canal más digno, para que tributemos a Dios la adoración que sólo Él se merece. Esa adoración, que es una necesidad inherente al ser humano, si no se satisface a través del culto cristiano, se satisfará a través de cualquier otro culto. Debido a esa necesidad, si el hombre no adora al Dios creador, acabará rindiendo culto a otra supuesta divinidad11 o cualquier elemento de la creación (Ro. 1:23-25).

Como ya hemos dicho, el hombre posee un instinto religioso que le impele a buscar a Dios, por tanto, también debemos entender el propósito del culto como una respuesta humana de adoración y acción de gracias, hacia un Dios al que le ha placido revelarse tomando así la iniciativa. En palabras de R. Paquier: «Dios sólo puede ser el objeto de nuestro culto si primero es el Sujeto que nos da el culto..., los paganos se imaginaban un culto esperando ganarse el favor de los dioses por medio de él. El culto de los hebreos era una respuesta a lo que Dios ya había hecho por ellos».12

El culto es para Dios. Al culto hay que venir aportando una actitud reverente, una actitud ya sea de gozo o de arrepentimiento, pero nunca de indiferencia, pues la Palabra dice en Deuteronomio 16:16: «Ninguno se presentará delante de Jehová con las manos vacías». Diremos más, el culto es una ofrenda para Dios en respuesta a lo que Él ha hecho por nosotros, y en esa respuesta agradecida de adoración y acción de gracias, o de súplica, arrepentimiento o búsqueda, en ese acto de darse, de ofrendarse a si misma, la iglesia es edificada y consolada, recibiendo la bendición como consecuencia directa de cumplir el mandato bíblico: «Al Señor tu Dios adorarás y a Él sólo servirás» (Mt. 4:10).

Adorar es reconocer. Elevarnos por encima de nuestra condición, para acabar comparándola con la majestad de Dios, y en ese dramático contraste, dar a luz a un profundo deseo de santidad. En la adoración, el creyente reconoce la condición propia y la de Dios, y desde esa visión privilegiada, brota la alabanza, la gratitud, el arrepentimiento, la dependencia, la sumisión y el compromiso. El propósito del culto es la adoración, el propósito de la adoración es el reconocimiento de nuestra propia realidad frente a la de Dios, y el propósito de ese reconocimiento, es el cambio, la búsqueda de la santidad. Si leemos que nadie se presentará delante de Jehová con las manos vacías, también debemos decir que nadie se despedirá de delante de Jehová con las manos vacías. Si el culto no trasforma la vida de la comunidad, no transforma nada.

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4Colo, colis, colere, colui, cultum. De donde proceden nuestros vocablos: colono, colonia, cultivo, cultura.También se puede traducir por «obsequium» ofrenda.

5Maxwell, William, El Culto Cristiano, Editorial Methopress, Argentina 1963, p. 15.

6En el culto cristiano no repetimos el sacrificio incruento de Cristo como en la misa catolicorromana, más bien lo conmemoramos y hacemos de ello una celebración esperanzadora. Aunque si nos atenemos a la etimología de «misa» veremos que proviene del bajo latín missio que quiere decir «envío», «despido», es decir, el último acto del culto donde se despide a los fieles y se les envía de vuelta al mundo. En este sentido, también podemos entender el culto como misa, donde se anima a enviar al mundo a lo largo de la semana a los que previamente se han reunido el primer día de la misma.

7Hace referencia a un culto lógico e inteligente en oposición a emocionalismos subjetivos.

8Arrodillarse o inclinarse en señal de respeto, ruego y adoración.

9En este sentido se ajusta a su etimología, pros: hacia, y kuneo: besar [la tierra].

10En la LXX no aparece nunca el vocablo diaconeo (διακονεω) para hablar de «servicio» en el contexto cultural, sino que el vocablo usado es leitourgeo (λειτουργεω).

11La adoración que no vaya dirigida a Dios, es idolatría.

12Citado por Küen, Alfred, Renovar el Culto, CLIE, Barcelona 1996, p. 14.

II. TEXTOS BÍBLICOS RELATIVOS AL CULTO

Seleccionamos en el NT seis textos que nos dan pautas sobre cómo ha de ser nuestro culto, nuestra manera de adorar y buscar a Dios. Son Mateo 2:11; Mateo 4:9, 10; Juan 4:19-24; Hechos 2:42; Romanos 12:1, 2, y Apocalipsis 4:1-11.

a. Mateo 2:11. La adoración de los magos

«Al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso, y mirra.»

El culto cristiano, la adoración, tiene un contenido netamente cristológico. Aun el culto antiguo testamentario apunta hacia Cristo en toda su liturgia y simbología. Analizamos este texto por su singularidad, pues es la primera muestra de adoración al Cristo encarnado, el tipo13 que cumplía todos los antitipos del Antiguo Testamento. Adoración que se da curiosamente por unos gentiles, unos sabios astrónomos llegados de lejanas tierras.14 Unos magos, que no tenían ninguna expectación mesiánica ni provenían de un contexto judío, eran gentiles, pero ofrecieron el primer culto que se da a la persona de Jesús15, y en ese primer culto, ajenos a toda la herencia judaica, y por tanto a toda expectativa mesiánica, expresan de forma natural y espontánea, elementos básicos del contenido del culto cristiano: adoración/ ofrenda.

Observamos en este texto, que el deseo de rendir culto al niño Jesús, a Dios mismo, surge de modo natural y se traduce en un acto de postración, adoración y ofrenda.