Susana Dzuiba Sobeski

 

Despiertos 2

Cuentos cortos para niños
de cinco a cien años

 

 

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Primera edición: septiembre de 2019

 

© Grupo Editorial Insólitas

© Susana Dzuiba Sobeski

 

ISBN: 978-84-17799-77-9

ISBN Digital: 978-84-17799-78-6

 

Difundia Ediciones

Monte Esquinza, 37

28010 Madrid

info@difundiaediciones.com

www.difundiaediciones.com


Mucha sed

Blanco obligado

Como magia

Tonto

Ojos amarillos

Y yo estoy pintada…

Técnico

Murciélagos orejones

Reyes distraídos

Un gallo nuevo

Pequeños caseros

Papel, papel, el que la encuentra para él

Casi tortillas

Tesoros

Arañas hambrientas

Enfermeras

Capitán

Señor bigotes

Chinito

Encargada

Vivos

Las mejores lombrices

Fiesta

Humor cambiado

Memoria

Despierto

Frutillas

Ojos verdes

Coqueto

 

 

Los sentimientos que estos cuentos despertarán en ti serán los más dulces porque tu corazón será empático con cada vivencia; la mente inspirada escribiendo esta obra solo refleja un corazón lleno de amor por la vida humana para tratar de hacer ver que las pequeñas grandes cosas de la vida no pueden pasar ignoradas, al final de la lectura del libro estarás como el título hacia ellas: despierto.

 

 

Mucha sed

Es pasado mediodía y hace mucho calor este verano; me siento en el piso de la cocina, se siente fresco, un moscardón verde pelea con el mosquitero de la ventana tratando de entrar.

Los ojos se me cierran, pero estoy encargado de cuidar el horno donde mamá tiene una torta en proceso de horneado.

La quietud y el silencio más el zumbido de la mosca me vencen y me duermo; me pareció un segundo, pero fueron varios minutos. Despierto sobresaltado con los rezongos de mamá: «¡mira si me hubiera confiado que cuidarías la torta!».

Ella y otras mamás tienen reunión cada dos meses de la comisión de la parroquia, para organizar eventos y otros beneficios.

Con la excusa de llevarle la torta me infiltré en el salón hasta que doña Marta me descubrió y me ordenó retirarme.

En eso llega la señora Teresita que era la encargada de traer el refrigerio, con mucho calor y agitada; se sirve un vaso de jugo y descubre que en vez de azúcar lo «endulzó» con sal fina, me cerraron la puerta, porque sin querer se me escapó una risa y un comentario.

Volviendo a casa se me ocurrió: ¡muchas tortas sin líquido les va a dar mucha sed!

Corrí hacia el fondo de la casa donde el árbol de naranjas agrias estaba cargado, mamá no hacía jugo de estas frutas porque gastaba mucha azúcar, decía.

Me apuré y en media hora les golpeé la puerta del salón, al verme con las dos botellas de seis litros de jugo de naranja se abalanzaron hacia mí.

«Que bendición» dijo doña Marta, «dame un vaso lleno por favor», «claro señora, son cinco pesos» le dije, me miro raro pero aceptó y así todas las demás.

Vendí todo mi jugo, mamá en el fondo del salón sacudía la cabeza y sonreía.

Volviendo a casa, preguntó: «me imagino que el exprimidor y el colador quedaron limpios, ¿verdad?»; «claro», respondí; me tocó negociar por el azúcar gastado, no me gustaba hacer negocios con ella, siempre salía perdiendo: los dos vasos de jugo que se tomó le salieron gratis.

 

 

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Blanco obligado

El próximo lunes es feriado nacional y por lo tanto no hay clases, la maestra se aprovechó y nos dejó un pilón de deberes para que estuviéramos entretenidos, nos dijo.

El sábado sin que mamá se percatara, me escapé para ver los paracaídas en el campo de la iglesia sin hacer los deberes, iban a tirar bolsitas con caramelos desde un avión, corrimos toda la tarde.

El domingo jugamos al fútbol casi toda la mañana hasta el almuerzo y de tarde en el parque remontando cometas.

Fue un fin de semana muy ocupado y divertido.

Llegada la noche, revisando mi cartera me encuentro con la pila de deberes sin hacer; cuando papá me vio, se enojó y dijo: «ahora te quedas despierto hasta que termines todos los deberes».

Luego de la cena quedé solito en la cocina tratando de ponerle la poca cabeza que me quedaba a esa hora para poder hacerlos, los ojos me pesaban.

Sin querer ya iba casi en la mitad de ellos cuando me doy cuenta de que todo estaba por demás silencioso; de repente el mantel en la otra esquina de la mesa comenzó a levantarse, se me erizó toda la piel hasta la nuca, quedé tieso por un segundo porque veía que aquél subía y bajaba.

De un salto y con mucho miedo en un segundo estaba al lado de la cama de mis padres, tartamudeando; encendieron la luz y preguntaron asustados: «¿qué pasó, «un, un, un fantasma!!!» les dije, yo estaba blanco de miedo!

Papá saltó de la cama y corrió hacia la cocina y de repente se escuchó una carcajada.

Laura, mi hermana menor había traído de polizón un gatito y estaba subido a la silla, cuando levantaba la cola, subía y bajaba el pesado mantel!

Esa noche no terminé los deberes, me costó las bromas de mis amigos por semanas, porque todos nos olvidamos de que el lunes era feriado.

Lo peor fue cuando le dijeron a Laura que el bicho no podía quedarse porque yo sufría de miedo a los gatos fantasmas, y ella me palmeaba en la espalda con lástima y repetía: «pobrecito»!

Ahora prefiero hacer los deberes temprano.

 

 

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Como magia

En estos días mamá anda nerviosa por demás, histérica diríamos nosotros.

Le molestaba hasta una mosca volando; Javier, sin saber preguntó si estaba enojada por algo que habíamos hecho sin querer, «no es con ustedes y no pregunten», respondió.

A la mañana siguiente venía como un diablo desde el gallinero, «¿dónde están las gallinas?», me preguntó acusadoramente. Nos miramos con Javier sin saber qué decir, ¡¡¡y «tampoco hay huevos!!!», entonces entró a la cocina dando un portazo.

Intrigados fuimos a investigar: las gallinas estaban todas, pero tenía razón, no había huevos y generalmente hay unos diez a esa hora.

Dimos vuelta al gallinero y nada; justo en la esquina con el terreno del vecino algún bicho cavó un agujero hacia el otro lado, entonces ellas entraban y salían a gusto hacia la huerta lindera.

Cuando mamá fue a darles las sobras no estaban, entraron al gallinero cuando escucharon el ruido de la olla, pero como no esperó, no las vio.

Escalamos el muro y ahí contra un viejo árbol de ciruelos había una nidada con veinticuatro huevos.

Tapamos el hoyo y recogimos la nidada, cuando los dejamos en la cocina mamá no pronunció palabra, solo los miró, salimos calladitos.

En la noche teníamos el cumpleaños de Teresita, ella estaba con una pierna quebrada y la mamá le organizó una fiesta pequeña «para animarla un poco», dijo ella, estábamos todos invitados.

Como a las siete papá y mamá nos acompañaron hasta la puerta de su casa, caminamos en silencio, cuando se volvían vimos como papá, la tomó de la mano.

Esa noche llegamos casi a las doce, el papá de Teresita nos acompañó y en silencio nos fuimos todos a la cama.

Nos despertamos a la mañana con el sol alto y sentimos la conversación muy entretenida de nuestros padres en el patio.

Un poco asustados salimos casi conteniendo la respiración, pero nos sorprendimos porque mamá estaba muy alegre, como de costumbre, sentada casi pegada a papá.