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Aquiles

y su tigre encadenado

 

 

 

 

 

 

 

 

Gonzalo Narvreón

 

© Gonzalo Narvreón

Aquiles y su tigre encadenado

 

ISBN Libro en papel: 978-84-685-3812-9
ISBN eBook en ePub: 978-84-685-3814-3
ISBN eBook en PDF: 978-84-685-3813-6

 

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“La demora de ese encuentro buscado y anhelado; la pasión del sexo, sometida y reprimida por las obligaciones y por las estructuras armadas. La ebullición física y emocional, generando una catarata de fantasías y de deseos ya imposibles de contener, gestando una batalla interna entre la necesidad instintiva, primitiva, salvaje e incontrolable del tigre que quiere liberarse de sus cadenas, contra la culpa y el oasis de la vida familiar. La necesidad urgente de descomprimir esa presión que la bestia interior reclama y grita internamente por ser satisfecha y complacida... El deseo de explotar, en un encuentro cargado de testosterona, envuelto en un abrazo firme y cálido entre dos cuerpos masculinos, viriles, deseosos por satisfacerse y por complacerse mutuamente. Por fin, sus cuerpos se cruzan, iniciando ese juego plagado de complicidad, sin necesidad de decir ni de explicar nada. Avanzan, hasta alcanzar la cúspide del placer, que llegará, estallando en una descarga sublime, envueltos en sudor, invadidos por un temblor incontrolable, glorioso y plagado del exquisito aroma a sexo. Solo ahí serás tú, solo en ese momento, te encontrarás plenamente con quien verdaderamente eres; solo en ese instante, tu verdadera esencia surgirá para completarte; solo ahí el tigre habrá rugido, para brindarte la verdadera calma emocional...”

 

Gonzalo Narvreón

 

 

 

 

 

Dedicatoria

A todos aquellos que se han animado a liberar a su tigre interior, para dejarlo correr libremente por la jungla.

 

Gonzalo Narvreón

 

Índice

Introducción
Capítulo 1. Veraneando en La Riviera
Capítulo 2. Poseidón
Capítulo 3. Al ritmo de Brasil
Capítulo 4. Un día agotador
Capítulo 5. Pescando garotas
Capítulo 6. Estrechando lazos
Capítulo 7. Playa, calentura y un poco de alcohol
Capítulo 8. Extraña velada
Capítulo 9. …alcohol, calor y la rendición de Alejandro
Capítulo 10. El desenfreno de Marina
Capítulo 11. Secreto bien guardado
Capítulo 12. Tarde de relax
Capítulo 13. Garota vs. macho argentino
Capítulo 14. Bajo el hechizo Maya
Capítulo 15. Amigos son los amigos
Capítulo 16. Buenos Aires, la reina del PLata
Capítulo 17. El reencuentro
Capítulo 18. Blanqueando con Marcos
Capítulo 19. Retomando fútbol
Capítulo 20. Tarde entre hermanas
Capítulo 21. Primera clase
Capítulo 22. Anochecer en el río
Capítulo 23. Redondeando el sábado
Capítulo 24. Noche de charla
Capítulo 25. Fantasía picante
Capítulo 26. Contame de Alejandro
Capítulo 27. Un tigre encadenado
Capítulo 28. Mente abierta
Capítulo 29. Rompiendo cadenas
Epílogo

 

Introducción

 

 

Aunque la semilla ya estaba sembrada, la negación y sus convicciones de hombre netamente heterosexual, hicieron que Aquiles la mantuviera enterrada, seca y sin regar...

Lo que él aún no sabía, era que tarde o temprano, un aguacero caería para hacerla germinar y que un mundo nuevo se abriría ante sus ojos.

Su tigre interior, aún se mantenía encadenado, pero instintivamente, supo que no sería para siempre, que llegaría el momento en el que debería liberarlo y que, de allí en más, ya nada sería lo mismo.

Capítulo 1

Veraneando en La Riviera

 

 

 

La cálida brisa del invierno caribeño acariciaba suave-mente los rostros de Aquiles y de Marina, mientras que avanzaban por la carretera que los conducía hacia el sur de La Riviera Maya, arriba de un Jeep amarillo, que minutos antes habían recogido en el aeropuerto y que habían alquilado antes de partir de Argentina.

Detrás habían quedado las nueve horas de vuelo directo que separaban el Aeropuerto Internacional de Buenos Aires con el de Cancún. A pesar de tratarse del único vuelo que había arribado a esa hora y que el aeropuerto lucía desolado, la entrega de equipajes se había demorado considerablemente.

El avión había tocado tierra aproximadamente a las cinco y cuarto. Entre la recepción de equipajes, los trámites migratorios y la entrega del vehículo, había transcurrido una hora y media, por lo que el sol ya asomaba por encima del horizonte color turquesa de las cristalinas aguas del mar Caribe.

Como era habitual en épocas de clima templado, Aquiles vestía una bermuda color natural, una chomba azul que había dejado suelta por fuera del pantalón y calzaba mocasines estilo náuticos.

Acompañaba con un gorro azul con visera y llevaba puestos lentes de sol espejados.

Marina vestía un pantalón blanco liviano y bien holgado, que acompañaba con una blusa también blanca y cubría sus hombros con un sweater de hilo liviano blanco. Llevaba zapatillas sin plataforma; cubría su cabeza con un sombrero estilo Panamá y llevaba puestos lentes similares a los de Aquiles.

Habían dejado Buenos Aires en un tórrido anochecer, con 36º C y altísima humedad, combinación que había generado un insoportable día de verano en la ciudad.

–Hermoso día nos regala La Riviera Maya para recibirnos –dijo Aquiles, sin quitar la vista de la ruta.

–Mejor imposible, respondió Marina, con una sonrisa de placer y de satisfacción instalada en su rostro.

Hacia la izquierda, se podía observar la cadena de manglares que actuaban de fuelle entre el continente y el mar y que, de tanto en tanto, eran interrumpidos por los accesos a los Resorts que se ubicaban sobre la ruta y que terminaban en el mar.

La distancia que separaba el aeropuerto y el Eco Resort en el que se alojarían, que se encontraba en Tulum, era de aproximadamente 130 km, por lo que el viaje les tomaría cerca de una hora y media, tema que los tenía sin cuidado, ya que ambos compartían la filosofía de que el viaje y el disfrute arrancaba desde el momento en el que dejaban su departamento para dirigirse hacia el aeropuerto o hacia cualquier otro destino en el que decidieran pasar sus vacaciones.

Cruzaron Playa del Carmen y sin detenerse, siguieron rumbo hacia el sur, más allá de Akumal.

–Lindos los días que pasamos con los chicos en Cariló –dijo Aquiles, refiriéndose a Marcos, a Félix y a sus respectivas familias.

–Muy lindo; lo pasamos realmente bien... linda manera de haber despedido el año y hermosas las casas que alquilaron –respondió Marina.

En efecto, Marcos y Félix habían alquilado dos casas de estilo bien moderno, ambas con piscina y separadas solo por una cuadra una de la otra, en una zona densamente arbolada que quedaba a unos mil metros de la playa.

Aquiles y Marina solo habían ido a pasar cuatro días y si bien Marcos les había ofrecido hospedarse en su casa, por una cuestión de intimidad y de privacidad, prefirieron alojarse en un Appart. De todas maneras, compartieron casi todo el tiempo en grupo; durante el día, en la playa y por las noches, cenando en casa de Marcos o de Félix.

–Sí, realmente las dos casas eran hermosas... lindo tener una casa así en medio de un bosque, cerca del mar y a tan solo 350 km de Buenos Aires como para poder escaparse durante todo el año... Si el agua del mar fuese transparente y templada, sería el destino perfecto... –comentó Aquiles.

La conversación fue interrumpida por la voz del GPS que Marina tenía encendido en su Smartphone, indicando que a 200 metros debían tomar la próxima salida hacia su izquierda y retomar unos metros hacia el norte para llegar a su destino.

Aquiles accionó la luz de guiño y se ubicó sobre el carril izquierdo para tomar la dársena de giro y en pocos minutos, estaban anunciándose en el control del acceso del hotel.

Avanzaron lentamente por un camino cerrado en medio de la tupida vegetación y pensaron que, seguramente, el manglar estaría poblado por infinidad de animales autóctonos viviendo en estado salvaje.

Si bien ambos tenían un espíritu aventurero y no tenían temor de cruzarse con animales viviendo en su habitad natural, tenían en sus mentes grabada la imagen de un video que les había mostrado Adrián, en el que se veía a una turista tomando sol sobre una reposera en la costa de Cozumel y a su lado, un enorme cocodrilo que pasaba y que se dirigía hacia el mar, lentamente, pero sin pausa y que desaparecía tras internarse en el agua.

–¡Este lugar es maravilloso! –exclamó Aquiles.

–Se siente como si la jungla nos estuviese invadiendo –dijo Marina, levantando sus lentes para dejarlos apoyados sobre su cabeza.

Continuaron avanzando lentamente y callados, intentando percibir el sonido del entorno.

Arribaron al área de estacionamiento, descendieron del Jeep y luego de cruzar saludos y de recibir la bienvenida por parte de un empleado del establecimiento que ya los aguardaba para ayudarlos con el equipaje, se dirigieron al mostrador para realizar los trámites de registro.

El complejo era pequeño comparado con los típicos Mega Resorts existentes en La Riviera Maya y carecía de toda la infraestructura que estos tenían. El concepto era la conexión con la naturaleza y la "desintoxicación tecnológica," por lo que no había televisión y el uso de Wi-Fi estaba restringido a las zonas de uso común. La energía eléctrica solo era utilizada para el funcionamiento de los ventiladores de techo que suspendían sobre las camas y para la elaboración de alimentos que se servían en el hotel. Si bien en cada habitación había un par de tomas de electricidad por si los huéspedes necesitaban cargar sus celulares, estos estaban alejados de la cama y no existían mesas de luz. La iluminación era por medio de velas y de candelabros. Resultaba el escape perfecto para desconectarse verdaderamente de todo, ubicado en un entorno paradisíaco y ambientado como para que el romanticismo brotara a cada paso. Eso era justamente lo que Aquiles y Marina habían ido a buscar, además de quedar embarazados.

Terminaron de registrarse y quien iba a ser la persona que los atendería durante su estadía, los guio hacia un espacio en el que, mediante un ritual, recibieron "La bendición Maya."

Terminado el ritual, siguieron camino hacia su cabaña.

El complejo estaba construido a doce metros por sobre el nivel del suelo, por lo que las pasarelas serpenteaban entre y por sobre las copas de los árboles, brindando hacia el este, una visión panorámica incomparable del mar Caribe, que explotaba en un color turquesa brillante, y que dejaba sin aliento a cualquier espectador, y hacia el oeste, la imagen de un manto verde del manglar, que se extendía hacia la ruta.

Ingresaron a su cabaña, donde ya estaba el equipaje. Se miraron con complicidad y sonrieron... ambos entendieron que no podían haber hecho una mejor elección... Se sintieron superados por la majestuosidad del entorno y por la simpleza y el buen gusto que afloraba por todos lados. Una cama redonda de madera era la protagonista indiscutida del ambiente. Sobre ella, suspendía un ventilador de techo que brindaba una suave briza. La rodeaba una tela blanca que suspendía colgada de un aro también de madera, que los protegería de los insectos; pisos de madera, techos, carpinterías y muebles también de madera, material que habían utilizado en diversos tamaños y texturas, utilizando diferentes especies de árboles y trabajadas con técnicas artesanales.

Grandes paños de vidrio permitían ver la inmensidad del mar y separaban el interior de la cabaña de la terraza, en la que había una tina de piedra, dentro de la que se podía reposar mirando la inmensidad del horizonte. Nada para ostentar; claramente, el protagonista era el huésped y el entorno que regalaba la naturaleza.

–Esto es increíble –dijo Marina, que se quitó el calzado y se tiró boca arriba sobre la cama.

–Impresionante... esto es lo más parecido a estar en La isla de Guilligan–dijo Aquiles, que caminó hacia los ventanales, abrió la puerta y salió a la terraza.

Marina lo siguió y se acercó a él. Permanecieron por un instante abrazados y en silencio, contemplando el paisaje que los envolvía.

–Vamos a desayunar porque muero de hambre –dijo Aquiles.

–Sí, dale, vamos... yo también muero de hambre –contestó Marina.

Si bien habían cenado y desayunado durante el vuelo, no había sido nada abundante y unas horas previas a salir de su departamento, con la intención de estar cansados y relajados como para poder conciliar el sueño y hacer más llevaderas las largas horas de vuelo, habían salido a correr, por lo que ambos estaban realmente hambrientos.

Ingresaron a la cabaña, Marina agarró su calzado y salieron rumbo hacia uno de los restaurantes, que tenían la típica construcción en forma de palapa. El acceso estaba flanqueado por dos iguanas que se habían depositado en horas tempranas bajo los rayos de sol y que no prestaron la menor atención al paso de la pareja.

–Parecen dos guardianes –dijo Aquiles, haciendo referencia a los majestuosos ejemplares.

–Divinas –dijo Marina.

Ingresaron al edificio, ocuparon una mesa y comenzaron a investigar que les ofrecía el servicio de bufé.

Salvo por una mesa que estaba ocupada por un matrimonio un poco mayor que ellos, por las características propias del lugar y por lo temprano que era, no había nadie más que ellos y el personal de servicio.

Marina se adelantó y fue hacia la barra para comenzar a servirse una variedad de frutas, quesos y panes con semillas, que acompañaría con jugo de naranjas recién exprimidas. Aquiles la siguió y agarró un plato para servir su desayuno.

–Buen día –dijo en inglés un señor que se había aproximado a la barra y que, parado al lado de Aquiles, comenzaba a llenar su plato...

Aquiles giró su cabeza y se encontró con la imagen de un hombre de aproximadamente su misma edad, de tez blanca, pelo castaño claro y de contextura atlética.

–Hola –respondió Aquiles en inglés, con su usual estilo parco y cortado.

–De donde eres –insistió el sujeto, hablando en su lengua natal, mostrándose cordial y amigable...

Como le había sucedido en tantas otras ocasiones en las que había vacacionado en el exterior, se preguntó “¿Qué les hacía pensar a los anglosajones que el resto de la humanidad debía hablar en inglés, cuando la mayoría de ellos no hacían el más mínimo esfuerzo como para intentar comunicarse en el idioma local? Estamos en México, mínimamente, intentá decir un simple Hola o Buenos días.”

A pesar de que realmente le molestaba la actitud, no era momento ni lugar para planteos filosóficos, por lo que respondió amablemente a la pregunta y replicó haciendo la misma pregunta.

El sujeto era canadiense, más específicamente, de Vancouver y como el resto de los huéspedes, se estaba alojando con su pareja que, casualmente, en la otra punta de la barra, intercambiaba palabras con Marina.

Aquiles terminó de servirse y se dirigió hacia su mesa, donde Marina ya había comenzado a disfrutar del desayuno.

–Canadienses estos dos –dijo Aquiles, haciendo referencia al matrimonio de la barra.

–Sí, me dijo ella que son de Vancouver y que vinieron una semana para escaparse del frío, aunque tengo entendido que en esa ciudad de Canadá el clima no es tan riguroso, o al menos, no tanto como lo es en Winnipeg –dijo Marina.

–Sí, tenemos un compañero del colegio que se fue a vivir allí y nos dijo que es una ciudad hermosa y que, entre otras cosas, la eligió justamente porque el clima es más amigable –dijo Aquiles.

–Amigable o no, seguramente, está lejos de ser esto –dijo Marina, haciendo referencia a La Riviera.

–Que graciosa que sos –dijo Aquiles sonriendo.

–Y nosotros, escapando de los 36º C de Buenos Aires, saliendo del verano del hemisferio sur para meternos en el invierno del norte... Que loco resulta todo esto de los climas y de los horarios...–dijo Marina.

–Buenos días, bienvenidos –interrumpió una camarera hablando en inglés, que se había acercado a la mesa cargando una jarra con café y otra con leche.

–Buenos días –respondieron ambos en español, arrancando una sonrisa y un gesto de sorpresa en la camarera.

–Disculpas, ¿de dónde provienen? –preguntó.

Marina contestó que eran de Argentina y entablaron una breve y amable conversación, con comentarios típicos emitidos por la camarera y otros hechos por Aquiles y Marina, elogiando las bondades del lugar y de todo México, país del que ya conocían algunas regiones, aunque esta era su primera visita a La Riviera Maya.

Ciertamente, ya estaban acostumbrados a que los empleados de los lugares en los que se alojaban les hablaran en inglés, más allá de que fuesen a vacacionar a regiones en las que el castellano era el idioma oficial. Las características físicas de ambos, eran netamente europeas. Los abuelos de Marina eran oriundos de Francia y de Inglaterra, mientras que los de Aquiles, provenían de Alemania, de Italia y de España, por lo que no poseían ninguna característica física que los pudiese hacer pasar por latinos.

La camarera llenó las tazas de ambos con café, que luego corto con un chorro de leche y se despidió amablemente.

–Amo la amabilidad y el trato de esta gente... Sus típicos "Ahorita y Claro que sí” me suenan sumamente agradables –dijo Aquiles.

–Totalmente, y parecieran vivir a un ritmo un tanto más relajado y pausado del que nosotros estamos acostumbrados; claramente, tienen un muy lindo modo –dijo Marina.

Continuaron con el desayuno, agarrando cada alimento de manera pausada e intentando adaptarse lentamente al ritmo que proponía el lugar.

–Resulta extraño no estar pendientes de los celulares –dijo Marina.

–Es cierto... y no sé si te habrás dado cuenta de que el único sonido que se escucha es el del viento entre las hojas y el de las olas... no hay música ni televisión –dijo Aquiles.

–¡Es cierto...! ¡Qué manera de perderse de las cosas simples y hermosas que nos ofrece la vida y que son tapadas por tantas tonterías y por cosas tan superficiales y banales! –exclamó Marina.

–Si amor, pero viviendo en la ciudad y haciendo lo que hacemos nosotros, un tanto difícil escaparse de todo eso e impedir que la vorágine diaria no te termine fagocitando... Para lograr eso, deberíamos replantearnos todo y arrancar en otro lugar –dijo Aquiles.

Marina permaneció callada y observando el horizonte. Era usual que el primer día de cada viaje surgieran esos pensamientos sobre dejarlo todo para irse a vivir en medio de la naturaleza.

Aquiles levantó su cabeza y se cruzó con la mirada del canadiense. Había tenido la extraña sensación de sentirse observado, pero estaba subyugado por el lugar y en eso se había enfocado.

Desvió su mirada y disimuladamente, giró un poco la cabeza para ver si detrás suyo había algo en lo que el tipo pudiese estar prestando atención y que no lo estuviese mirando necesariamente a él. No vio nada ni a nadie. Volvió a mirar hacia el mar y nuevamente se cruzó con la mirada directa del tipo, que esta vez, esbozaba una leve sonrisa.

Aquiles, con la intención de no pasar por maleducado, hizo una mueca con la boca, como respondiendo a esa especie de “saludo”, que no entendía muy bien de qué se trataba y que, ciertamente, lo estaba haciendo sentir incómodo.

Claramente, todo lo acontecido durante los últimos meses del pasado año, lo habían dejado un tanto confundido y quizá, también lo habían puesto a la defensiva, aunque, en verdad, nada extraño ni fuera de lo habitual estuviese sucediendo.

–¿Vamos? –preguntó Aquiles, que ya había terminado con su suculento desayuno.

–Dale, vamos –respondió Marina, incorporándose de su silla.

Caminaron juntos hacia la salida y al pasar por al lado de la pareja de canadienses y ex profeso, Aquiles dijo en castellano: “Que tengan un lindo día...”

El tipo respondió con un simple “bye,” seguramente, sin haber entendido nada de lo que Aquiles acababa de decir, mientras que ella, con una sonrisa, respondió con un “Adiós... nos vemos luego” en un castellano trabado, pero castellano al fin.

Aquiles y Marina se dirigieron hacia la cabaña para ir al baño y para cambiarse de ropa.

A pesar del cansancio del viaje y de haber dormido poco e incómodos, el clima invitaba como para no perderse un minuto de las cálidas y apacibles aguas de La Riviera, por lo que dejarían la tarea de acomodar la ropa y el resto del equipaje para más adelante y bajarían para pisar las blancas arenas de Tulum.

Aquiles se quitó la ropa y se puso una bermuda de baño floreada en la gama de los azules.

Marina regresó del baño completamente desnuda. Se la veía resplandeciente, como si el embrión que llevaba dentro la estuviese iluminando.

Al verlo a Aquiles en bermudas y en cuero, sintió que se le revolucionaban las hormonas y fue directo hacia él; lo empujó y lo dejó tendido de espaldas sobre la cama.

Aquiles, en medio de un gesto de sorpresa, esbozó una sonrisa.

–Estás hermosa –dijo.

Marina se tiró sobre él y con ambas manos, comenzó a deslizar la cintura de las bermudas hasta quitárselo por completo. Cual Geisha dispuesta a satisfacer a su hombre, comenzó a practicarle una felatio lenta y sabrosa. No demoró mucho para que el pene de Aquiles estuviese absolutamente erecto.

Marina se posicionó y con su vagina completamente lubricada por la excitación que la invadía, descendió para ser penetrada por su marido. Inició un movimiento de sube y baja y sintiendo el miembro de su macho cada vez más firme, aumentó el ritmo.

Teniendo como fondo la imagen del mar turquesa sobre el que se reflejaban los resplandecientes rayos de sol, sintió que un orgasmo la invadía y comenzó a gritar sin ningún tipo de reparo ni de inhibición.

El descontrol espontáneo de Marina, hizo que Aquiles llegase rápidamente a su orgasmo y también, acompañado por un grito furioso, descargó su esencia dentro de Marina, que sudorosa, se dejó caer sobre el torso de Aquiles.

Permanecieron por unos minutos inmóviles y relajados, percibiendo el sonido de la brisa y el de las olas del mar que rompían tímidamente sobre las rocas.

–Que buen comienzo –dijo Marina, con cara de satisfacción.

–Muy bueno –contestó Aquiles, que se incorporó, levantó del piso su bermuda y fue hacia el baño para higienizarse.

Regresó y vio que Marina estaba parada al lado del ventanal, vistiendo una malla blanca de dos piezas y que cubría su torso con una camisola transparente. Llevaba lentes de sol y su clásico sombrero estilo Panamá.

A pesar de la reciente eyaculación, sintió que su miembro comenzaba a erectarse nuevamente, pero se inhibió de generar cualquier tipo de situación que los hubiese llevado nuevamente a la cama.

Salieron de la cabaña y se dirigieron por un sendero, siguiendo los carteles que indicaban el recorrido hacia la playa.

Al pasar por frente a la cabaña contigua, se cruzaron nuevamente con los canadienses, que salían para incorporarse al sendero y que, al verlos, dibujaron una sonrisa de complicidad entre ellos.

–Estos dos ¿nos habrán escuchado? –dijo Marina.

–Por como gritaste, probablemente te hayan escuchado desde la recepción –contestó Aquiles.

–No seas tonto... qué vergüenza... –dijo Marina, y agregó– si me escucharon a mí, también deben haberte escuchado a vos, porque flor de grito pegaste al eyacular.

–Olvidate, –dijo Aquiles, sonriendo por el comentario de Marina– sospecho que acá nadie se va a horrorizar por nada... Este Resort es solo para parejas, e imagino que todos vinimos más o menos con las mismas intenciones; “Disfrutar de aguas turquesas y templadas, caminar descalzos sobre arena blanca bajo el sol y tener sexo, mucho sexo...” además, si nos hubiesen escuchado, los veremos durante esta semana y después nunca más –agregó.

–Estos tienen pinta de ser swingers –dijo Marina.

Aquiles quedó sorprendido por el comentario tan contundente y despojado que acababa de hacer su mujer.

–Ah bue... y vos ¿desde cuándo prestando atención a ese tipo de cosas? –dijo Aquiles.

–No es que esté pendiente ni que preste tanta atención, pero a esta altura de la vida y con toda la información que circula y a la que uno tiene acceso, no hay que ser muy suspicaz como para darse cuenta sobre ciertas actitudes y comportamientos –contestó Marina.

–Bue... Quizá sonrieron por algo de lo que ya estaban conversando cuando los cruzamos, o quizá se reían de tus gemidos y de tus gritos, o quizá estés en lo cierto y quieran compartir nuestra cama –dijo Aquiles, en tono burlón.

–No sé... medio raro... mientras estábamos en la barra sirviéndonos comida, percibí en ella algo extraño, como una energía diferente –dijo Marina.

–Ah, mirá vos... –fue lo único que atinó a decir Aquiles, recordando inmediatamente la sensación percibida en el ascensor del edificio de Alejandro, aquel mediodía luego de la carrera, cuando se habían rozado los pelos de sus brazos; una sensación que, hasta ese momento, jamás había experimentado y hacía apenas unas horas, durante el desayuno, la sensación que había tenido de estar siendo observado y la extraña cruzada de miradas.

Las cabañas estaban asentadas sobre un frente de rocas y hacia el sur del complejo, se encontraba el acceso a la playa de arenas increíblemente blancas.

Continuaron caminando en silencio hasta descender a la playa.

Marina se recostó sobre una reposera, debajo de una palapa que la protegía del sol, mientras que Aquiles, sin perder tiempo, pidió un equipo de snorkel e ingresó a paso firme dentro de las increíbles aguas del Caribe Mexicano.

 

Capítulo 2

Poseidón

 

 

 

Perdido y subyugado por la belleza que tenía frente a sus ojos, persiguiendo cardúmenes de múltiples especies de peces de diferentes tamaños y colores, Aquiles había perdido la noción del tiempo y de la distancia.

Marina permanecía atenta observándolo desde la reposera y sin perderle mirada. Sabía que Aquiles era un apasionado del agua y de los deportes en general, y que, a veces, podía tomar riesgos innecesarios.

Aproximadamente a diez metros de la reposera de Marina, se habían instalado los canadienses, que llegaron a la playa justo detrás de ellos y siguiéndoles los pasos.

Como lo había hecho Marina, la mujer se instaló sobre una reposera debajo de una palapa, mientras que él, dejó su toallón, se quitó las ojotas y comenzó a caminar hacia el mar.

Marina, ocultándose detrás de sus lentes espejados, comenzó a observarlo.

El tipo tenía una contextura física similar a la de Aquiles, era alto, con el físico trabajado, solo que su piel era más blanca y su pelo era castaño claro, con vellos que cubrían sus brazos, sus piernas y su torso.

Mientras el flaco comenzaba a ingresar en el mar, Aquiles dejaba de practicar snorkel, se incorporaba y comenzaba a caminar hacia la costa. Con al agua a la altura de sus cinturas, se cruzaron y comenzaron a conversar.

Marina observaba la escena y vio que Aquiles le daba su equipo de snorkel. El canadiense dibujó una sonrisa y continuó su camino para internarse en el agua, mientras que Aquiles, continuó caminando para salir del mar.

La bermuda mojada estaba pegada sobre sus muslos y sobre su paquete que se le marcaba notoriamente. Los tupidos pelos de su cuerpo caían por el peso del agua y cubrían sus pectorales, sus piernas y sus brazos marcados.

Marina observaba a su marido como si se tratase de la primera vez que lo veía. Realmente, sentía una gran atracción física hacia él. En ese momento pensó en que, a su hombre, solo le hubiese faltado llevar un tridente en la mano como para emular a Poseidón saliendo de sus dominios.

Aquiles se acercó a la palapa y se tiró boca arriba sobre su reposera.

–Espectacular... no sé qué hacés acá teniendo el paraíso ahí enfrente –dijo Aquiles.

–El paraíso lo tenía cuando te veía caminar hacia aquí –respondió Marina.

Aquiles se acercó a ella y le dio un húmedo beso, al que Marina respondió, agarrándole el paquete.

–Pará que nos van a ver –exclamó Aquiles.

–Que me importa... que nos vean... ¿No dijiste que aquí todos vinimos a buscar más o menos lo mismo? –respondió

Marina, con total desparpajo.

–Vamos al agua –dijo Aquiles.

Marina se quitó los lentes y se incorporó; agarró la mano de Aquiles y juntos caminaron hacia el mar.

Ingresaron al agua y comenzaron a nadar, por momentos juntos y por momentos separados, haciendo comentarios sobre las maravillas que iban encontrando bajo el agua.

El canadiense, que estaba a pocos metros de ellos, le devolvió a Aquiles el equipo de snorkel diciéndole que iba a salir; Aquiles le pidió que se los dejara sobre la reposera. El canadiense levantó el pulgar como gesto de asentir y se dirigió hacia la playa.

–Está lindo el flaco –dijo Marina, con la clara intención de provocar a Aquiles.

– ¿Si?, mirá vos... claro, si les miraste los bultos a mis amigos, no veo porque no vas a mirárselos al resto de los mortales –respondió Aquiles intentando hacerse el superado, cuando en verdad, no le causaban mucha gracia el comentario de Marina.

–Ay amor... no te pongas celoso, que el único que entra en este cuerpito sos vos –dijo Marina, acercándose a él, colgándose de su cuello y rodeándole la cintura con las piernas.

–A veces me despistas con tus comentarios –dijo Aquiles, que si bien era un hombre seguro de sí mismo, tenía claro que Marina no era una mujer que pasase desapercibida; por el contrario, su belleza y su personalidad, la convertía en blanco de cualquier pirata que, sin duda, se vería atraído por ella. Marina no respondió y comenzó a besarlo.

Aquiles sintió que su miembro nuevamente comenzaba a reaccionar. Si bien hacía un rato habían tenido sexo fugaz en la cabaña, seguramente los comentarios picantes, el entorno y el clima, ayudaban para generar un efecto afrodisiaco.

Aquiles observó que en la tela blanca del corpiño de Marina se marcaban sus pezones duros y erectos. Se sintió tentado y bajo con su boca hacia allí para morderlos.

Marina reaccionó con un gemido y con una mano, más la ayuda de sus pies, deslizó la cintura de la bermuda de Aquiles hasta dejarlo en pelotas.

–¡Pará loca! –exclamó Aquiles.

–Parala vos –respondió Marina, en un juego de palabras, haciendo clara referencia a la erección del pene de Aquiles.

Colgándose con un brazo del cuello de Aquiles, se quitó el bikini con la otra mano, dejándolo colgando en una de sus piernas, enroscó nuevamente sus piernas en torno a la cintura de Aquiles, agarró su miembro erecto y lo colocó en la entrada de su vagina.

–Me parece que agarré un tiburón –dijo Marina.

–Vos estás loca –dijo Aquiles.

Marina descendió unos centímetros, haciendo que el miembro de Aquiles comenzara a desaparecer dentro de su vagina. Le mordió el cuello y comenzó con un leve movimiento de sube y baja.

–Sos una puta hermosa –dijo Aquiles, afirmando sus pies sobre el lecho como para soportar el movimiento y el peso de ambos.

–Como me calentás –dijo Marina– te veía salir del mar y te hubiese ido a violar ahí mismo.

–Bueno, me estás violando ahora –respondió Aquiles.

Marina se sentía desbordada por la situación erótica y jugada que ella misma había provocado... Sintió que un orgasmo la comenzaba a invadir y emitiendo un grito ahogado, obtuvo el premio buscado.

–Ya casi –dijo Aquiles.

Marina continuó con su ritmo de sube y baja, hasta que sintió que el cuerpo de Aquiles comenzaba a temblar.

El gemido ahogado emitido por su marido, dio cuenta de que estaba siendo nuevamente llenada por su esperma.

Permanecieron un momento en esa posición y besándose.

Marina se paró y se acomodó el bikini, mientras que Aquiles levantaba su bermuda y ajustaba los piolines de la cintura.

–Vas a hacer que nos metan presos –dijo Aquiles.

–¡Por favor...! En esta playa somos todas parejas sin chicos; encima, hay muchos europeos y ellos tienen la cabeza más abierta que nosotros, así que olvídate...–dijo Marina.

Hacía apenas un rato que Aquiles le estaba dando a Marina un discurso sobre la libertad del lugar, diciéndole que nadie se horrorizaría por gritos y gemidos y ahora era ella la que lo dejaba descolocado con su actitud de total desparpajo y de liberalismo extremo, practicando sexo en un lugar público. Fueron saliendo del mar y permanecieron un rato en la orilla, disfrutando del sol y del agua que acariciaba sus pies.

Se dirigieron hacia la palapa y se recostaron en las reposeras. Sobre la de Aquiles, el canadiense había dejado el equipo de snorkel.

–Che, este está con binoculares –dijo Aquiles, haciendo referencia al canadiense.

Marina se incorporó y miró hacia la palapa vecina.

–Bueno... si nos estaba observando, acabamos de brindarle un buen espectáculo y gratis –dijo Marina.

La mujer se dio cuenta de que Marina los miraba y le regaló una sonrisa, a la que Marina respondió amablemente.

–Acordate lo que te digo... estos dos, en cualquier momento nos invitan a su cabaña –dijo Marina.

–No seas tonta –dijo Aquiles, recordando inmediatamente las experiencias vividas por Marcos y Paula, cuando había hecho un trío con una mujer y luego con un hombre.

Si bien la situación no había sido exactamente la de intercambio de parejas, era lo más cercano que conocía y que había hecho un amigo suyo junto a su mujer.

–De que hablaban hace un rato cuando se cruzaron dentro del agua –preguntó Marina.

–Nada... las cosas típicas de las que uno habla cuando está en un lugar así... de lo increíble del lugar, del agua cristalina, de los peces... Me preguntó si el equipo de snorkel era mío y le dije que en el puestito de la playa te los prestaban –respondió Aquiles.

– ¿Y para qué le diste el tuyo? –preguntó Marina.

–Porque yo ya salía y para que no tuvieses que irse hasta allí y luego tener que regresar al mar –respondió Aquiles.

–Este canadiense es medio extraño –dijo Marina.

–Se llama Ethan –dijo Aquiles.

–Ah... ella se llama Cristie... me lo dijo hace un rato cuando pasó a mi lado para ir hasta el barcito –dijo Marina.

–La verdad es que no da ganas de moverse de aquí, pero yo diría de ir a almorzar –dijo Aquiles, como no dando trascendencia al comentario hecho por Marina sobre lo raro que le resultaba el canadiense.

–Yo diría que antes de almorzar, deberíamos sacar la ropa de las valijas y ordenarla en los placares –dijo Marina.

–Como quieras –dijo Aquiles, pensando en lo maniáticas que podían ser las mujeres con la ropa y con el orden. De ser por él, dejaba todo dentro de las valijas y sacaba ropa a medida que la necesitase; poco le importaba guardar todo ordenado dentro de un placar.

Se incorporaron, agarraron los toallónes, el equipo de snorkel y caminaron hacia el sendero que los conducía hacia su cabaña, devolviendo de paso los toallónes húmedos y el equipo.

Recorrieron el sendero entre iguanas que reposaban bajo el sol y mapaches que saltaban inquietos de un lado hacia el otro.

Ingresaron a la cabaña y ambos se quitaron la ropa húmeda. Marina se puso un solero blanco y Aquiles otra bermuda de baño.

Comenzaron a desempacar y a guardar la ropa en estantes, en cajones y en perchas.

–Guardá el dinero, los pasaportes y los celulares en la caja fuerte –dijo Marina.

–A sus órdenes capitán –respondió Aquiles, respetando el compromiso que habían tomado de que no utilizarían los teléfonos durante su estadía en ese lugar y que, por una cuestión de seguridad y para hacer uso del GPS, solo los utilizarían cuando fuesen a visitar los lugares que tenían planificados.

–Tenemos que organizar bien cuando vamos a hacer los recorridos planeados –dijo Aquiles.

Habían viajado con la idea de visitar algunos puntos claves que resultaban imperdibles y más, para ellos que disfrutaban de la aventura.

Chichén–Itzá, con su mítica Pirámide de Kukulkán, destino por excelencia en La Riviera Maya, era lo que les quedaba más alejado. Cerca de la ciudad Maya, se encontraba la ciudad colonial de Valladolid. En el mismo trayecto, el cenote Ik’kil, al que Aquiles no iba a dejar de ir. Un poco más cerca, la zona arqueológica de Cobá, con su pirámide Nohoch Mul.

Apenas un poco más al norte de donde se alojaban, estaba la zona arqueológica de Tulum, única ciudadela Maya construida sobre el mar, con su mítico castillo en la cima del acantilado.

Otra de las excursiones que tenían en mente y que se las había recomendado especialmente Adrián e Inés, era el parque natural de Xel–Ha, que poseía varias actividades para realizar, entre las que se encontraba la posibilidad de nadar con delfines, cosa que Aquiles no pensaba perderse.

Sabían que la excursión a Chichén–Itzá y a todo lo que quedaba cerca o dentro de esa ruta, les tomaría un día entero, lo mismo que la visita a Xel–Ha y que la visita a Tulum, solo les tomaría medio día.

Dependiendo del clima y de las ganas, decidirían si harían alguna visita a los destinos próximos a Cancún, o si los dejarían para otro viaje. Con la idea de no tener que atarse a horarios ni a días preestablecidos, es que habían decidido alquilar un vehículo como para manejarse de manera independiente y, en todo caso, ir decidiendo sobre la marcha que hacer. Lo concreto, era que, el último día, irían a Playa del Carmen, donde devolverían el Jeep y embarcarían en un Ferry para trasladarse a Cozumel, donde permanecerían la segunda semana de sus vacaciones.

–Ahora terminemos con esto y vayamos a almorzar que muero de hambre –dijo Marina.

Aquiles agarró una remera sin mangas color celeste, ojotas blancas y ambos salieron rumbo hacia uno de los restaurantes para saciar sus apetitos.

Capítulo 3

Al ritmo de Brasil

 

 

 

La festiva ciudad de Rio de Janeiro recibía a Alejandro y a su grupo de amigos con un día espectacularmente soleado y tórrido, típico de esas latitudes.

El verano había estallado con todo su esplendor y las calles de Copacabana estaban pobladas de turistas que transitaban de un lado hacia el otro, bajo los calcinantes rayos del sol de enero.

Finalmente, habían viajado cinco amigos y el grupo se hospedaría en un hotel urbano frente a la playa en esa zona de Rio. Todos tenían entre 35 y 40 años, algo más, algo menos; todos solteros menos Alfredo, que si bien estaba libre, se había separado hacía unos dos años, pero aún estaba legalmente casado.

Tenían reservadas dos habitaciones. Tres de ellos compartirían una triple, mientras que los otros dos se alojarían en una dobles con camas individuales.

Descendieron del taxi que lo había transportado desde el aeropuerto al que habían arribado en un vuelo directo desde el Aeroparque de la Ciudad de Buenos Aires.

Durante el viaje, habían acordado que las ubicaciones para dormir se determinarían por sorteo sacando papelitos, por lo que ya en el lobby del hotel y previo a registrarse, procedieron a realizar el sorteo.

–Bueno... hay cinco papeles; en tres de ellos dice triple y en los otros dos dice doble, cada uno saca un papel y al que le toca le toca –dijo Tomás, el más serio del grupo.

Marcelo fue el primero y su papel decía “Triple”; lo siguió Facundo, que sacó un papel que decía “Doble...” Si bien todos eran amigos y más allá de que compartieran o no ciertos gustos o preferencias, sea sobre pasatiempos, deportes, sexo, o lo que fuese y que nadie cuestionaba nada del otro, se percibía en el aire una especie de picardía y de tensión, al haber quedado definido en el segundo papel que Facundo, el abiertamente bisexual del grupo, dormiría en una habitación doble con alguno de los otros cuatro.

Fue el turno de Alfredo, que sacó el tercer papel que decía “Triple.”

Solo restaban dos papeles, por lo que quedaría definido entre Marcelo y Alejandro quien dormiría en el cuarto con Facundo y quien con los otros dos.

Alejandro agarró el cuarto papel que decía “Doble,” por lo que las ubicaciones habían quedado designadas. Facundo y Alejandro en un cuarto, Tomás, Marcelo y Alfredo en el otro.

A Alejandro poco le preocupaba la situación, ya que, después de todo, y si bien su primera experiencia virtual y luego cuerpo a cuerpo con un hombre ya la había tenido, fue Facundo el que, sin saberlo lo había empujado a la adicción de los videochats con hombres aquella noche de borrachera entre amigos en su departamento, en la que había descargado esa aplicación en su computadora.

Ese era un secreto que Alejandro, a pesar de su mentalidad abierta, no compartía con su grupo de amigos y que, extrañamente, o más bien, porque no le había quedado otra, se lo había contado a Aquiles.

Los cinco se acercaron al mostrador, se registraron y en pocos minutos estaban tomando el ascensor para dirigirse a sus respectivos cuartos.

Cada quien ingresó a sus respectivas habitaciones quedando en que, en una hora, se encontraría en el lobby para comenzar con las actividades playeras.

–¿Preferís alguna cama en especial? –preguntó Alejandro.

–No, me da igual –respondió Facundo.

Alejandro depositó su bolso sobre la cama más próxima al balcón y Facundo hizo lo propio en la otra cama.

Abrieron los bolsos y comenzaron a buscar ropa para cambiarse.

Facundo caminó hacia el balcón, mientras que se quitaba la camisa para quedar en cuero. Su físico era armonioso y estaba tonificado en el punto justo, sin ningún tipo de exageración.

Piel blanca, pelo castaño oscuro y vellos que le cubrían su pecho, sus brazos y sus piernas.

–¡Espectacular vista! –exclamó Facundo.

–¡Tremenda! –respondió Alejandro, mientras salía al balcón.

Permanecieron unos segundos callados, recorriendo con la vista la extensión de la bahía.

Regresaron al interior y mientras Alejandro se dirigía hacia el baño, Facundo comenzó a desempacar, dejando tendidas sobre su cama una colección de sungas de diversos diseños y colores que venía coleccionando a lo largo de sus frecuentes viajes a Brasil, fundamentalmente, de las épocas en las que el tipo de cambio resultaba favorable para hacer “shopping”; algunas eran tipo slip y otras de pierna corta.

Alejandro regresó y vio que Facundo, con total naturalidad, estaba parado frente a un espejo completamente desnudo, probándose y decidiendo con que sunga estrenaría la temporada.

–Ah bueno... viniste preparado para un desfile –exclamó Alejandro.

–Y traje solo la mitad de las que tengo –respondió Facundo.

Alejandro se acercó a su cama y comenzó a buscar shorts de baño y remeras playeras para cambiarse, aunque, en verdad, lo que solía usar eran bermudas de baño.

Se desnudó dándole la espalda a Facundo, que sin que Alejandro lo viera, había girado su mirada, encontrándose con los glúteos firmes y redondos cubiertos de pelos rubios casi colorados que lucía su amigo.

Alejandro eligió una bermuda azul petróleo, estampada con flores blancas.

–¡Dejate de joder...! Estamos en Brasil... no podés ir a la playa en traje de baño con las piernas hasta la rodilla –exclamó Facundo.

–¿Y qué tiene? Vos porque haces la típica “Argento,” que si veranean en Argentina o si van a alguna piscina, ni locos usan sungas, pero salen del país y se hacen los liberados y comienzan a exhibir el bulto... –dijo Alejandro, teniendo claro que no era el caso particular de Facundo, a quien había visto muchas veces en Argentina vistiendo ese tipo de mallas.

En verdad, Facundo llevaba una vida muy coherente con su forma de pensar. Era bisexual y lo tenía asumido; era un tema trabajado y si bien su aspecto era el de un hombre bien masculino al que no le interesaba levantar ninguna pancarta ni ir por la vida hablando ni demostrando sus preferencias sexuales, tampoco le interesaba ocultarlo. Estaba cómodo con su cuerpo y con la vida que llevaba y no tenía inhibiciones en mostrarse tal cual era.

–Agarrá alguna de las mías y lucí el lomazo que tenés; cuando regresemos de la playa, te acompaño para que te compres algunas –dijo Facundo, arrojándole un par encima de la cama.

Alejandro hizo caso omiso al comentario sobre la ropa, aunque internamente, reflexionó sobre su propio comportamiento quizá un poco pacato... Ciertamente, si había algo que admiraba de los brasileños, además de su estado de fiesta permanente, era la falta de prejuicios que tenían con respecto a sus cuerpos. Fuesen delgados o gordos, salían a lucir su humanidad sin ningún tipo de pudor. Él tenía físico para lucir y después de todo, no veía por qué no hacerlo. Lo que no le había pasado desapercibido fue el comentario emitido por Facundo elogiando su cuerpo.

Sin responder, se puso una remera blanca sin mangas y buscó en su bolso ojotas también blancas.

Agarró el equipaje y lo llevó hacia el placard, solo con la intención de acomodar algunas cosas que usaría frecuentemente. Regresó a su cama y se tiró boca arriba, con los ojos cerrados, buscando unos minutos de relax.