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Prólogo. El país que merecemos lo construimos debatiendo ideas (Alberto Fernández)

Presentación (Santiago Cafiero, Nahuel Sosa, Cecilia Gómez Mirada, Miguel Cuberos)

Parte I. Cómo pensar las nuevas demandas sociales y qué hacer con ellas

1. Un nuevo acuerdo social (Santiago Cafiero, Nahuel Sosa)

2. Redes sociales y precarización laboral en los medios. Cuando Twitter define las noticias (Noelia Barral Grigera, Nicolás Fiorentino)

3. Las disputas de sentido en torno al trabajo (Marina Dorotea Salzmann, Tania Etulain, Damián Eduardo Ledesma)

4. La batalla de los imaginarios (Alexandre Roig, Pablo Chena)

5. Los feminismos en la transición (Flor Minici)

6. Doble o nada: 2019-2023. Democracia, subjetividad y relegitimación (Nicolás Tereschuk, Abelardo Vitale)

7. En torno a lo público (Sol Prieto, Julián Hofele)

8. Estado y élites económicas. Los riesgos de la captura de la decisión pública para la calidad de la democracia (Ana Castellani)

Parte II. Hay vida más allá del neoliberalismo: cómo pensar los pilares de la Argentina que viene

9. La economía después de la grieta (Matías Kulfas)

10. Repensar el desarrollo (por fuera de la dicotomía entre “campo” e “industria”) (Andrés Asiain)

11. Seguridad para todes (Sabina Frederic, Eduardo Villalba)

12. Debates emergentes para repensar la ciencia y la tecnología en la Argentina (Paula Andrea Lenguita, Fernando Peirano)

13. Diálogo de saberes para un nuevo pacto social (Carolina Mera)

14. Propuestas colectivas para avanzar en el derecho a la vivienda y a la ciudad (Maite Niborski, Ricardo De Francesco, Julián Salvarredy)

15. Planificación y cambio estructural en la Argentina (Sergio Woyecheszen, Delfina Rossi)

16. De un nuevo contrato social a un plan de desarrollo (Martín Navarro, Roberto Arias)

17. Un Estado por un nuevo contrato social (Camila Rocío García, Sergio De Piero)

18. El mercado laboral del siglo XXI. Nuevos escenarios y derechos (Darío Gannio)

Parte III. La Argentina vista desde un lugar distinto (para pensarla más serenamente)

19. Un giro copernicano en la política argentina (Alejandro Grimson)

20. Un peronismo para el territorio comanche (José Natanson)

21. El gobierno de Macri y nuestro destino sudamericano (Martín Rodríguez)

22. Democracia paritaria: feminismos y nuevo conflicto social (Marina Cardelli, Alejandro San Cristóbal)

23. Los desafíos políticos de una nueva generación (Cecilia Gómez Mirada, Federico Martelli)

24. Estrategias de la juventud ante la crisis. Adaptarse a los problemas o los problemas de adaptarse (Federico Putaro, Victoria Larrea)

Acerca de los autores

Santiago Cafiero

Nahuel Sosa

Cecilia Gómez Mirada

compiladores

HABLEMOS DE IDEAS

Una nueva generación piensa cómo gobernar una Argentina que cambió

Prólogo de

Alberto Fernández

Agenda Argentina

© 2019, Siglo Veintiuno Editores Argentina S.A.

Prólogo

El país que merecemos lo construimos debatiendo ideas

Alberto Fernández

Los argentinos y las argentinas no somos responsables del país que nos dejó el gobierno de Mauricio Macri. Hay otra Argentina posible, donde cada uno se sienta digno de ser argentino. Ese otro país, que añoramos, queremos y merecemos, debe ser el fruto de un amplio debate de ideas entre todos y todas. Una apuesta por el pensamiento, el intercambio de pareceres, la puesta en marcha de una gran inteligencia colectiva.

Tenemos la suerte de contar hoy con una nueva generación intelectual, científica y académica que no solo piensa la política, sino que además tiene la voluntad de practicarla y, lo más significativo, de transformarla. Rodolfo Walsh señalaba que “un intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país es una contradicción andante”. Afortunadamente, hoy encontramos cientos de hombres y de mujeres interesados en comprender los tiempos que corren y en comprometerse con la práctica política necesaria para cambiar la realidad.

Por eso, para mí es un gusto prologar este libro de Agenda Argentina, que reúne muchas de las voces de esa generación y muchas de sus preocupaciones. A lo largo de los capítulos se pueden vislumbrar por dónde pasan los dilemas recurrentes y los recursos de ese otro país que debemos construir con trabajo, educación, salud, ciencia, tecnología y, sobre todo, con ideas.

Nunca creí en la obediencia. Obedecer no es la forma propia de la política. Obedecen los ejércitos. Para nosotros, que llegamos a la política de la mano del pensamiento, la reflexión crítica, los valores y las convicciones, el método es discutir. Discutir, discutir y discutir. Poner sobre la mesa los problemas que nos preocupan y luego encontrar la síntesis que nos lleve a la mejor solución.

Sin duda, esto configura un desafío para quienes nos dedicamos hace tiempo a la política. Los que nos autodefinimos como dirigentes políticos hemos comprendido, no sin dificultad, que si un intelectual o una intelectual decide, no ya solamente pensar o escribir sobre la realidad sino intervenir con la acción necesaria para transformarla, su aporte será infinitamente mejor a cualquier otro que podamos encontrar entre los tecnócratas del mundo empresarial o de los organismos de crédito internacional.

Por este motivo, nuestro propósito como dirigentes es darles cada vez mayor protagonismo, abrirles las puertas a nuevas oportunidades y ayudarlos a crecer en responsabilidades. No debemos tenerles miedo a los que se dedican a pensar. Quienes así lo hacen en verdad se asustan del debate, de la discusión entre distintos puntos de vista y perspectivas. Muy por el contrario, en este camino de transformación que la Argentina necesita imperiosamente, el debate de ideas debe ser nuestro método de trabajo.

Para comenzar a transitar esta senda es necesario convocar a quienes quieran discutir e involucrarse en la construcción de un país distinto al que nos deja Macri. Pensar, organizar y llevar adelante un proyecto de nación es responsabilidad de todos. Nadie al que la realidad le resulte injusta o angustiante puede quedar al margen.

La Argentina que viene es muy difícil. Estará llena de dificultades. Uno de cada dos chicos ya es pobre. Si no garantizamos que cada niño o niña tenga un lugar donde estudiar, si no hacemos los esfuerzos necesarios para que cada adulto tenga dónde trabajar, si no logramos que nuestros jubilados tengan los ingresos y la cobertura de salud que merecen, difícilmente podremos apostar a la construcción de conocimiento, a activar la gran capacidad intelectual de que disponemos.

El gobierno de Macri solo ha sabido distribuir penas. No es verdad que estemos condenados a esta triste realidad ni mucho menos que la merezcamos. No hay ninguna fiesta que pagar, ni sacrificios que realizar que nunca serán reconocidos. Debemos poner en marcha la esperanza ahora.

Como argentino me avergüenzo de que haya compatriotas que deban buscar en la basura su sustento diario o que mueran de frío en las calles de nuestras ciudades. La Argentina está en default, no solo económico sino también social, y es nuestra responsabilidad como gobierno ejecutar las políticas necesarias para salir de esta situación. Sabemos cómo hacerlo. Lo hicimos con Néstor en 2003, lo volveremos a hacer ahora con Cristina.

Terminar con la pobreza es para nosotros un mandato moral. Nadie debería dormir tranquilo sabiendo que hay un compatriota o una compatriota padeciendo indigencia. Para terminar con esta inmoralidad, están por supuesto las políticas públicas y la decisión de establecer prioridades. Pero además se trata de abrazar a todos los argentinos de buena voluntad que quieran construir un país mejor. También a los que fueron estafados por el gobierno de Macri, engañados por sus promesas de campaña. A ellos les tendemos nuestra mano fraterna para comenzar a trabajar juntos nuevamente. Ya hemos pasado mucho tiempo separados y eso ha sido un error. No debemos volver a cometerlo. La verdadera disputa, política e intelectual, es y será con aquellos que creen que podemos tener futuro como país con los niveles de pobreza y desesperación que hoy existen.

Hay otra Argentina posible, con mayor igualdad, con mayores oportunidades de desarrollo para todos y todas. Donde cada argentino de Salta, Jujuy, Formosa y Misiones pueda avanzar con sus proyectos sin necesidad de mudarse a grandes ciudades. Donde cada habitante de las frías zonas de Chubut, Santa Cruz, Tierra del Fuego, Islas Malvinas e islas del Atlántico Sur pueda encontrar en su lugar de origen las condiciones para concretar sus sueños.

Este es sin dudas el verdadero problema que debemos debatir: qué destino queremos para nuestro país. La experiencia internacional nos ha enseñado que las sociedades ricas son las que apuestan a la ciencia, la tecnología y el conocimiento. A la inteligencia, a la imaginación y a la investigación. Y para eso resulta crucial poner a circular las ideas y los debates democráticos y plurales que de ellas resulten.

Por eso convocamos a pensar el futuro, a debatirlo, a construir la Argentina que viene, donde todos nos sintamos dignos de ser parte de nuestro país, y llamados a apropiarnos de este sueño colectivo.

Presentación

Santiago Cafiero

Nahuel Sosa

Cecilia Gómez Mirada

Miguel Cuberos

Hablemos de ideas. Una nueva generación piensa cómo gobernar una Argentina que cambió expresa, como obra colectiva, el proyecto y los objetivos de Agenda Argentina, que trabaja para elaborar alternativas políticas, económicas y sociales capaces de superar las restricciones dramáticas que impone la coyuntura actual, y asimismo para aportar propuestas que ayuden a repensar los principales problemas del país, como tarea preliminar para discutir soluciones.

Desde una perspectiva atenta a la diversidad y las disidencias, autoras y autores que provienen de diferentes campos –académico, profesional, político y cultural– indagan en saberes y prácticas de transformación situadas aquí y ahora. Los capítulos toman como punto de partida interrogantes decisivos: ¿cuál es el rol del pensamiento crítico en este momento histórico?, ¿qué ideas novedosas se pueden aportar para resolver la pobreza, la exclusión y el hambre que genera la crisis actual?, ¿cómo se conectan las demandas latentes de la sociedad civil con las agendas políticas?, ¿cuáles son los ejes que se deben investigar para aportar al crecimiento y desarrollo de la Argentina?

Así, este libro fue concebido al calor de la heterogeneidad de voces, disciplinas y trayectorias –tanto individuales como colectivas–. Quienes lo hicimos confiamos precisamente en ese prisma para analizar una realidad compleja, entendiendo que ese es el primer paso para actuar sobre los aspectos más desafiantes del presente y, desde luego, del futuro próximo: los feminismos y el desarrollo de su lucha de alcance internacional; las redes sociales y las nuevas tecnologías; las políticas de seguridad en democracia; las transformaciones en el mundo de trabajo y los nuevos sujetos sociales; la economía y el desarrollo nacional; los rasgos inéditos en las subjetividades; la ciencia y la educación, entre otras cuestiones fundamentales que exigen repensar los acuerdos básicos sobre los que se apoya la sociedad contemporánea.

Tres ejes temáticos organizan el volumen y –pese a la dosis de arbitrariedad que comportan estas decisiones– transmiten una propuesta analítica muy representativa de los criterios y las discusiones que fueron la base del libro.

La primera parte, “Cómo pensar las nuevas demandas sociales y qué hacer con ellas”, pone el foco en las nuevas formas de organización política y de participación ciudadana. A su vez, explora el modo en que ciertas transformaciones globales afectaron el funcionamiento de los Estados y el mercado en países capitalistas y contribuyeron a configurar nuevos sujetos sociales, portadores de otras formas de percibir y autopercibirse, de nuevas disidencias y estrategias de subjetivación.

En el segundo bloque, “Hay vida más allá del neoliberalismo: cómo pensar los pilares de la Argentina que viene”, se evalúan opciones para resolver las principales problemáticas socioeconómicas de nuestro país. El propósito es reflexionar acerca de los alcances y las consecuencias de las políticas que se han implementado desde diciembre de 2015 y trazar posibles caminos para revertirlas.

El tercer bloque, “La Argentina vista desde un lugar distinto (para pensarla más serenamente)”, expone las coordenadas que deberán tenerse en cuenta para hacer política en nuestro país y en nuestra región en los próximos años. En ese sentido, invita a pensar nuevas categorías, conceptos y esquemas de análisis, imprescindibles para cualquier proyecto colectivo que busque la transformación social.

Para terminar, agradecemos a todos los autores y las autoras por la dedicación y el compromiso que sostuvieron, no solamente con esta publicación, sino con la tarea cotidiana de pensar un país en el que haya lugar para todos, todas y todes. Vaya también un agradecimiento especial a Alejandro San Cristóbal, Nicolás Fiorentino, Víctor Taricco, Macarena Morettini, Mariana Angerosa, Mailén Sosa, Ramón Prades, Lisandro Vives, Nicolás Mujico, Leo Bilanski, Guillermo Elizalde, Diego Roger, Armando Ledesma, Julieta Goldenberg, Verónica Tenaglia, Alejandro Barrios, Rodrigo Ruete y Estefanía Cendón, por sus aportes en la lectura, edición, corrección y coordinación del material.

Invitamos a los lectores a acompañarnos en los varios recorridos posibles que proponen estas páginas, y que procuran ser insumo para alimentar un debate abierto, productivo y urgente.

Parte I

Cómo pensar las nuevas demandas sociales y qué hacer con ellas

1. Un nuevo acuerdo social

Santiago Cafiero

Nahuel Sosa

Transformar la decepción en esperanza

Hablar de acuerdo social implica, inevitablemente, asumir una posición política situada y un compromiso hacia el futuro. En un acuerdo, todas las partes ceden algo y cada quien lo hace con el convencimiento de que así se potenciará un resultado, un proyecto que solo es posible en comunión. En cierto sentido, consiste en aceptar retroceder un paso para luego avanzar dos. Se cede para aportar al interés común de las partes, a un interés colectivo. Se trata de un acto simultáneo que enlaza a las partes como eslabones de una cadena.

Su verdadera potencia radica en la práctica concreta, en la esfera de la realización material. Pacta sunt servanda, decían los romanos: lo pactado obliga. Si un acuerdo no se cumple, pierde su esencia. Si aquello que le dio origen no se realiza, su razón de ser desaparece. Ese incumplimiento se puede producir por razones de fuerza extrema, por hechos fortuitos o por decisión de una de las partes. Pero si sucede esto último de manera sistemática, y sobre todo si la parte involucrada es aquella que tiene una responsabilidad mayor, ya no podemos hablar de un simple incumplimiento o de la ruptura circunstancial de un acuerdo: empezamos a hablar de estafa.

¿Qué sucede cuando un presidente rompe cotidiana y deliberadamente todo lo que se había comprometido a hacer durante su mandato? Esto es lo que pasó en la Argentina entre 2015 y 2019 con el gobierno de Cambiemos y el presidente Mauricio Macri. El gobierno rompió el acuerdo que tenía con todos los argentinos y las argentinas y defraudó al conjunto de una sociedad que, habiéndolo votado o no, esperaba un cambio que nunca llegó.

Si en 2015 el contrato electoral permitió que un partido distrital ascendiera meteóricamente, triunfara a nivel nacional y se transformara en una de las fuerzas políticas más importantes desde el regreso de la democracia, en los siguientes años ese contrato se hizo añicos. Ninguna sociedad puede vivir –ni sobrevivir– sin acuerdos mínimos. Por eso, ante un incumplimiento de semejante magnitud, la única solución viable en un sistema democrático es la construcción de nuevos acuerdos. Para salir de la crisis actual, es imprescindible constituir un nuevo acuerdo social que transforme la frustración en esperanza. Y para eso hay que saber en qué radican los desacuerdos, que son siempre su contracara. Es aquí donde necesitamos poner atención.

No es posible un acuerdo en la Argentina de hoy que no contemple y contenga a los nuevos emergentes sociales, un acuerdo protagonizado por quienes sufrieron la insensibilidad de la élite depredadora que desplegó sus políticas desde diciembre de 2015 en adelante. Para dotar de contenido este desafío, hay que discutir sentidos, establecer prioridades, conocer a las partes. Pero, además, comprender el tiempo histórico y repensar paradigmas de análisis que ya no sirven para entender nuestro tiempo.

La palabra “intelectual” es pomposa y suele connotar soberbia. Evoca una suerte de lejanía entre quienes la portan y el resto de las personas. No es casualidad. Durante siglos, las élites que detentan el poder real han elaborado distintas estrategias para ubicar el campo de las ideas como algo ajeno al día a día, a lo común, a lo útil. Cuanta más distancia, menos apropiación y representación; y como suele suceder con aquello que resulta extraño, lo rechazamos. Así es como se ensancha el campo para reproducir las dominaciones y las colonialidades. Sin embargo, ya en el siglo pasado Antonio Gramsci delineó uno de los conceptos que mejor condensa una filosofía política transformadora: el de intelectual orgánico (Gramsci, 1986). Y lo define sin titubeos: es aquel que debe combatir con tenacidad la hegemonía dominante, es aquel que no solo describe, sino que actúa –de manera colectiva– y se anima a proponer nuevas formas de ver el mundo.

Es precisamente en ese sentido que el pensamiento crítico debe animarse de nuevo a conceptualizar, a producir y a crear, más que a reproducir. Debe desarrollar una crítica centrada en revisar las propias premisas, supuestos y modos de acción política.

De las minorías dispersas a las mayorías diversas

“El hombre ha nacido libre, y sin embargo, vive en todas partes entre cadenas. El mismo que se considera amo no deja por eso de ser menos esclavo que los demás”, sentenciaba Jean-Jacques Rousseau desde las entrañas de la Revolución Francesa, en una de las obras políticas más importantes de nuestro tiempo: El contrato social (Rousseau, 2017 [1762]: 89).

Más de dos siglos después, la idea de contrato social sobrevuela los debates políticos. Y no es en absoluto ajena al contexto local: en la presentación de su libro Sinceramente, Cristina Fernández de Kirchner insistió con la propuesta de “construir un nuevo contrato social de ciudadanía responsable” (Fernández de Kirchner, 2019: 3). Algo ya había anticipado la expresidenta durante su presentación en el Primer Foro Mundial del Pensamiento Crítico del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso), cuando llamó a armar un gran frente civil y patriótico con todos los sectores agredidos por las políticas económicas de Cambiemos y a disputar la noción de orden al gobierno de Mauricio Macri.

En esta línea, una de las principales razones por las que se conformó el binomio opositor Fernández-Fernández fue la necesidad de construir unidad no solo para ganar, sino sobre todo para gobernar. Y en ese sentido es que se impone la tarea de elaborar un nuevo acuerdo social que pueda garantizar ambos objetivos.

Alberto Fernández expresa la necesidad histórica de múltiples sectores de la sociedad argentina de articular una respuesta al proceso político iniciado con la asunción de Mauricio Macri. Este colectivo contiene a una amplia pluralidad de identidades políticas, siendo la diversidad lo que marca su pulso. La candidatura misma de Alberto Fernández abre la posibilidad de ampliar los consensos y de generar renovadas narrativas de futuro.

Como todo proceso político, se inscribe en un contexto determinado. En este caso, caracterizado por la heterogeneidad. Esto significa que no existe una mayoría social uniforme y constante, configurada con base en procesos sociales estables, sino una serie de sectores a convocar; por eso, esta vez no se trata de construir una mayoría popular homogénea, sino de transformar minorías dispersas en nuevas mayorías.

Atravesamos una época de desapego a las tradiciones, en la que los individuos ya no se guían por las estructuras organizativas clásicas, sino que se mueven como sujetos flexibles, desterritorializados y en tránsito entre la virtualidad y la realidad. En las sociedades tradicionales, el pensamiento mágico y la religión brindaban ciertas seguridades frente a los riesgos. En las sociedades modernas, esa función la ejercía la ciencia. En cambio, en las sociedades postindustriales, ni el Estado ni la religión ni la ciencia son garantías de estabilidad. La globalización supuso además un fuerte proceso de individualización, un debilitamiento de los lazos colectivos y la erosión de estructuras primarias, como la familia (Sosa y Cardelli, 2018).

Zygmunt Bauman habla de la “modernidad líquida” para dar cuenta de este momento de la historia en el que realidades sólidas que antes podían proveer estabilidad, como el trabajo o el matrimonio, se desvanecen: el vértigo, la ansiedad, los compromisos pasajeros, la flexibilidad, la fluidez y la desenfrenada búsqueda de la satisfacción más inmediata son algunas de las características de esta etapa (Bauman, 2005).

Las transformaciones en el funcionamiento del capitalismo son la base de estas nuevas subjetividades forjadas en la precariedad y la inseguridad. En ese sentido, es posible hablar de hipermodernidad: una aceleración de los tiempos, con individuos que portan demandas hiperfragmentadas, que se apilan en centros urbanos y que conviven cada vez más próximos aunque, paradójicamente, las distancias sociales se profundicen cada vez más, en una suerte de soledad en masa.

Estas transformaciones también implicaron una resignificación de la subjetividad, los deseos y las formas de concebir el mundo de los sujetos sociales. Las revoluciones en el campo de la tecnología y la informática, los desplazamientos en los modos de acumulación del capital y la globalización en tanto metarrelato de horizonte político e ideológico, son algunas de las claves que explican los cambios en la forma de percibir y autopercibirse.

Si vivimos en una sociedad de riesgo, con personas que luchan día a día contra esa incertidumbre estructural, entonces uno de los principales objetivos del acuerdo social será recuperar esa seguridad perdida a partir de la confianza, el cuidado y la predictibilidad. ¿Pero qué significa un acuerdo responsable, situado en este aquí y ahora? ¿Se limita acaso a restituir el orden vulnerado por una ceocracia que desestabilizó la vida de los argentinos y argentinas y solo nos trajo incertidumbre y vértigo? ¿O, por el contrario, remite a un orden constituyente capaz de dar vuelta la página de esta noche neoliberal, con una perspectiva renovada y transgresora? ¿Cómo tendrá en cuenta este acuerdo social a los nuevos emergentes, a los sujetos sociales que confrontan con las formas de desposesión actuales y resisten la precarización estructural de la vida?

Podríamos seguir enumerando preguntas y, posiblemente, las conclusiones a las que arribemos sean frágiles e inconsistentes. Básicamente porque es un concepto en disputa, cuyo resultado dependerá de la correlación de fuerzas dentro del bloque histórico popular y de cómo se desarrollen sus tensiones creativas.

También podríamos dejar de pensar en el acuerdo y concebir múltiples acuerdos, según una noción de pluralidad y multiplicidad distinta. En este caso, habría acuerdos que disputarían entre sí para ocupar la posición de el acuerdo. En el abanico de opciones de acuerdo, las alternativas serían muy diversas: conservadoras, reformistas, instituyentes, instituidas, transformadoras, tradicionales, incluyentes o excluyentes.

En este punto, se podría pensar en dos dimensiones: un acuerdo para ganar y uno para gobernar. Si asistimos a una época en la que las demandas de la sociedad civil están hiperfragmentadas, entonces lo mejor sería que un proyecto popular pueda dar vía libre a lo que cada quien asuma como su propio acuerdo. De esta suma de acuerdos parciales debe formarse el acuerdo, pero no como un todo que sintetiza las partes; no como una mayoría homogénea que sustituye lo específico. Se tratará, más bien, de demandas que deberán encontrar sus equivalentes en una alternativa plebeya que haga de la heterogeneidad su razón de ser.

La propuesta consiste en alcanzar un acuerdo social que contemple las subjetividades contemporáneas, que ponga la individualidad en el centro de la escena para combatir el individualismo, que logre que el deseo y las formas de identificar el progreso individual no sean tabúes en un proyecto popular.

Los desacuerdos con el pacto neoliberal. Los mitos de la meritocracia y de la autorrealización

El capitalismo del siglo XXI desplazó el trabajo asalariado formal en tanto relación social predominante de la organización socioeconómica mundial. Lejos quedaron las fábricas que fueron el corazón de un progreso industrial galopante. Las intermitentes revoluciones tecnológicas e informáticas –como la robótica, la automatización, las redes sociales y la biotecnología– configuran un nuevo mapa económico donde se producen cada vez más bienes, materiales y simbólicos, y sin embargo cada vez se necesita menos mano de obra. Se incrementa entonces el desempleo, no porque sea inevitable que la tecnología sustituya al hombre, sino porque los modelos neoliberales recargados condenan a las personas a ser sustituidas en los procesos productivos.

A su vez, la mayor parte de la acumulación ocurre en la esfera de la realización del valor, que depende de dos cosas fundamentales: por un lado, dinero; y por otro, las necesidades y los deseos (Harvey, 2016). En la etapa actual, el 80% de las trabajadoras y los trabajadores del mundo viven en las ciudades y se nuclean sobre todo en el sector de servicios, es decir, en aquellos ámbitos donde el valor se realiza.

Al parecer, el trabajo ya no tiene horarios, y asistimos a la crisis de la famosa premisa del peronismo que rezaba “de la casa al trabajo y del trabajo a la casa”. El trabajo está dentro y fuera de los hogares, somos trabajadores y trabajadoras permanentemente online, pendientes las veinticuatro horas de un correo electrónico o de un chat laboral que exige siempre una pronta respuesta. Gilles Deleuze argumentaba que una de las diferencias entre las sociedades disciplinarias que estudiaba Michel Foucault y las sociedades de control actuales es que, en las últimas, la supuesta libertad del tiempo abierto es un elemento de control continuo y de comunicación instantánea mucho más fuerte que el encierro. Las personas ya no están encerradas, sino endeudadas (Deleuze, 1999). En ese sentido, no se necesita una vigilancia panóptica para que el empleado o la empleada trabajen, y aunque se los habilite a realizar algunas tareas desde su casa, si no lo hacen en un tiempo record son reemplazados por quienes demuestren mayor compromiso con la empresa.

A las élites del siglo XXI ya no les alcanza con tener a un porcentaje de la clase trabajadora desempleada para que sea el “banco de reserva” que le permita disciplinar y nivelar para abajo los salarios de la mano de obra ocupada. Ahora también invitan a disfrutar de las bondades de pertenecer al estamento de los meritócratas, y a los millones de personas inmerecidas que no son útiles en el nuevo proceso de producción se las convierte en un residuo social amenazante y peligroso. Inclusión o exclusión, esa es la cuestión. Se es parte o no se es. Ingresan a la modernidad –y a la existencia misma– quienes son capaces de consumir; quienes no lo son pierden la condición de sujeto productivo. Las personas cuentapropistas, vendedoras ambulantes, changueras y tercerizadas –más de un tercio de nuestro país– transitan un peligroso equilibrio entre el ser o el no ser al que las someten las gestiones eficaces de los CEO.

Además, las nuevas élites elaboran valores y sentidos identitarios que conectan con una parte significativa de la sociedad, especialmente con los sectores medios urbanos. No son apenas buenas estrategias de marketing, sino la esencia de una política que propone opciones innovadoras y que hace de los conceptos de modernización, meritocracia y emprendimiento, pilares fundamentales para el desarrollo de su proyecto histórico.

El relato de estas “nuevas derechas” alienta la ilusión de que todo individuo es un emprendedor nato que solo necesita que se le generen las oportunidades para alcanzar sus metas. La cultura del entrepeneur es una de las estafas más importantes de nuestro tiempo. La promesa de una sociedad de emprendedores –que, con audacia, esfuerzo e ideas propias, consiguen sus propósitos– es imposible sin democracia económica. El economista Thomas Piketty señala que la desigualdad contemporánea se sostiene en la ventaja irreversible de quienes cuentan con patrimonio frente a la porción de la ciudadanía que solo cuenta con su entusiasmo emprendedor (Piketty, 2018).

Y es sobre esta ilusión que se monta el relato de que aquello que se obtuvo fue producto de esfuerzos individuales y no de políticas de un Estado presente, y, por lo tanto, que se trata de aspirar a mejores niveles de consumo, ya garantizadas las condiciones mínimas de vida material. Sin embargo, el “Cambio” no remite solo a la posibilidad de consumir más y mejor, sino también a la posibilidad de transformarse interiormente. La penetración de un relato posmoderno vacío, que fetichiza lo privado y solo apela al derecho individual como forma de elevar el bienestar, genera un nuevo tipo de subjetividad, un desplazamiento en las expectativas de los individuos. Por eso puede afirmarse que el macrismo existe antes de Macri: porque de algún modo expresa subjetividades propias del siglo XXI.

Si algunos de los valores que le permitieron a la élite gobernante conectar con amplios sectores medios urbanos fueron la cultura entrepeneur, la modernización, los timbreos, el punitivismo recargado, las mascotas, la meritocracia, los “ciudadanos de bien”, la autorrealización y meditación, el entusiasmo por hacer, la política de la apolítica, entonces es allí donde el contrato social también deberá dar respuesta.

Porque lo que está en disputa no es solo una dimensión económica, sino una forma de comprender las transformaciones en el mundo del trabajo: en nombre de la modernidad y la libertad se pretende consolidar un fenómeno de precarización feroz; en nombre de la autonomía, la autorrealización se transforma en una autoexplotación descarnada. La meritocracia, si no hay un Estado que garantice condiciones de igualdad, es una estafa sin precedentes y una forma de individualizar problemas colectivos.

No es casualidad que, frente al fracaso del programa económico, el gobierno busque refugiarse más que nunca en el aspecto cultural, en la dimensión de las subjetividades, para dar una batalla por el “alma” de los votantes, como ha expresado Marcos Peña. Y acá aparece una de sus mayores habilidades: ser un gran constructor de mitos. Y ya sabemos que cuando se trata de mitos no importa la veracidad sino solo la verosimilitud.

Es llamativo cómo pasaron de la revolución de la alegría al temor por el autoritarismo populista; del “¡sí, se puede!” a la doctrina Chocobar; de los globos de colores al miedo de perder la democracia. Esa es su gran apuesta: que el miedo le gane a la decepción.

El rol del pensamiento crítico: deconstruir, resignificar y disputar

¿Hay lugar para los sujetos, sus individualidades y deseos, en los proyectos antineoliberales? Es evidente que las nuevas derechas construyen relatos que, si bien activan ilusiones, no por eso dejan de conectar con ciertas expectativas de progreso que, legítimamente, pretende alcanzar cualquier ciudadano o ciudadana. Si no construimos nuevos imaginarios de progreso como alternativa a lo que ofrece la anarquía del mercado neoliberal, difícilmente puedan surgir proyectos emancipadores que conecten con alguna fibra sensible.

Si, como planteamos, vivimos en una sociedad de riesgo, la transformación pasará más por ordenar que por desordenar. Dicho de otro modo, si el statu quo propone la anarquía del mercado, un nuevo acuerdo social deberá trazar una salida de estabilidad posible en el futuro.

El pensamiento crítico tiene una oportunidad única para construir una narrativa de progreso que no dialogue solo con quienes ya están convencidos, sino que vuelva a enamorar al conjunto de la sociedad. Tiene la posibilidad de reformular temas como las políticas de seguridad, el progreso individual, la corrupción, el buen vivir o el orden, de manera que no sean tabúes en un proyecto popular.

En ese sentido, es imprescindible poner en primer plano aquellas demandas latentes de la sociedad civil, aquellos nuevos –y en algunos casos no tan nuevos– emergentes que han desbordado las calles en estos últimos años, como el movimiento feminista, las trabajadoras y los trabajadores de la economía popular, las y los consumidores y usuarios organizados contra las tarifas abusivas, las y los inquilinos organizados contra los alquileres impagables. Nos referimos a sujetos que fueron tratados por la cultura política argentina como sectores que no disputaban poder, cuando en realidad la centralidad de sus luchas es radical: confrontan con las formas de desposesión actuales y encarnan formas de resistencia a la precarización estructural de la vida que propone el neoliberalismo cool.

La aparente victoria cultural e ideológica de una hipermodernidad neoliberal que aniquila personas, identidades, naciones y territorios es el mayor incentivo para una apuesta fuerte a la unidad, la diversidad y la creatividad. Una apuesta a deconstruir aquellos mitos que naturalizan la desigualdad y la injusticia. Una apuesta intelectual a un modo de reflexión que no solo analice, sino que también dispute poder. Si partimos de la premisa de que, en las sociedades contemporáneas, el voto no se define únicamente por lo racional-económico, por “el bolsillo”, sino que se vota también por aspiraciones, deseos, subjetividades, emociones, esta apuesta supone un desafío inédito, ya que no alcanza con denunciar los problemas económicos, sino que se deben formular nuevos imaginarios de felicidad, renovados horizontes políticos que excedan a los datos duros socioeconómicos.

Si vivimos en un país en el que casi el 80% se asume de clase media, lo que importa no es la posición económica real, sino cómo se autopercibe la ciudadanía. Retomando la frase de Rousseau, si un individuo no se autorpercibe como esclavo, el rol del pensamiento crítico no es confrontar con su percepción en nombre de la verdad, sino más bien resignificarla para romper las cadenas.

Nos hallamos ante un momento bisagra de nuestra historia. Una vez más, los argentinos y las argentinas estamos ante la posibilidad de elegir entre dos modelos de país, dos proyectos que históricamente mantuvieron una disputa que es sobre todo cultural. Un proyecto encarnado en la alianza Cambiemos, que retomó la senda de la dependencia económica, la injusticia social y el elitismo político; y otro encarnado en el Frente de Todos, nacional y popular, progresista, democrático, que fue retomado en mayo de 2003 por Néstor Kirchner, al recuperar las tradiciones y la lucha política por la soberanía, la independencia y la justicia social. Es este proyecto, hoy, el que se propone trabajar y ampliar su base para unir a los ciudadanos, a las trabajadoras y los trabajadores de la Argentina. Debemos transformar el ayer en mañana. ¡Mañana es mejor!

Referencias

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Bauman, Z. (2005), Modernidad líquida, Buenos Aires, FCE.

Beck, U. (2002), La sociedad del riesgo global, Madrid, Siglo XXI.

Deleuze, G. (1999), “Posdata sobre las sociedades de control”, en C. Ferrer (comp.), El lenguaje libertario. Antología del pensamiento anarquista contemporáneo, Buenos Aires, Altamira.

Fernández de Kirchner, C. (2019), Sinceramente, Buenos Aires, Sudamericana.

Gramsci, A. (1986), Cuadernos de la cárcel, México, Era.

Harvey, D. (2016), “David Harvey Marx & Capital Lecture 1: Capital as Value in Motion”, disponible en <davidharvey.org/2016/10/david-harvey-marx-capital- lecture-1-capital-value-motion>.

— (2004), El nuevo imperialismo. Acumulación por desposesión, Madrid, Akal.

Lipovetsky, G. (2006), Los tiempos hipermodernos, Barcelona, Anagrama.

Piketty, T. (2018), El capital en el siglo XXI, Buenos Aires, Paidós.

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