Áureo Lara Valerio

 

Luna mortal

Los motivos de Ariel

 

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Primera edición: enero de 2020

 

© Grupo Editorial Insólitas

© Áureo Lara Valerio

 

ISBN: 978-84-17799-96-0

ISBN Digital: 978-84-17799-97-7

 

Difundia Ediciones

Ramiro II, 6

28003 Madrid

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La luna iluminaba el monte con tal claridad que se podían distinguir a una buena distancia los animales e insectos de actividad nocturna. Eran las diez de la noche y Abundio, nativo de ese lugar, se apresuró, pues sabía que en unos cuantos minutos, esa claridad iba a desaparecer, ya que fuertes nubarrones se aproximaban y el cielo se oscurecería casi en su totalidad. Buscaba leña seca para el fogón, elemento de la cocina usado para contener las brasas generadas por la madera carbonizada y sobre esta, preparaban sus alimentos, esa era una actividad usual en los habitantes del lugar. Su humilde casa se ubicaba fuera de Santiago Tuxtla, que era el nombre de la población, y a unos quinientos metros dentro de la zona boscosa —algo llamó la atención del leñador y detuvo su labor—, la atmosfera del lugar pareció electrificarse provocando un miedo extraño en el hombre que empuñó con fuerza su machete. No había un solo sonido que evidenciara la existencia de vida en el lugar. Sin embargo Abundio, alerta a cualquier movimiento, buscó refugio en unos matorrales. El hombre no se imaginaba que estaba siendo cazado, un aullido ronco y profundo rompió el silencio que reinaba. La primera reacción de Abundio fue huir pero algo lo retuvo en su lugar, una garra gigantesca desgarró su espalda dejando parte de la columna vertebral y costillas expuestas. El leñador gritó con todas sus fuerzas pidiendo ayuda, pero sabía que de nada serviría, el pueblo estaba a mucha distancia, el dolor era insoportable y se desmayó. La bestia lanzó un poderoso rugido y lo empezó a devorar.

 

En el centro de Santiago Tuxtla, Ángel Javier Larios, abogado y cazador profesional, preparaba su escopeta calibre cuatrocientos diez para salir un rato al monte, estaba aburrido y aprovecharía el momento para probarla. La había adquirido recientemente, era casi un juguete comparada con las armas que usualmente manejaba en sus cacerías por todo el mundo, pero esta era la adecuada para la caza de conejos, patos y otras especies pequeñas. Subió a su camioneta cuatro por cuatro y en veinte minutos ya estaba estacionándose en una brecha pegada a la vegetación.

El grito desgarrador fue escuchado por Ángel Javier. Lo que siguió fue algo que el cazador, que por azar del destino se encontraba en ese lugar, nunca había escuchado, un aullido que hiciera vibrar de tal manera el aire. Tan escalofriante fue, que las hojas de los árboles temblaron como si presintieran el destino de la presa que había sido capturada.

El cazador se acercó sigilosamente hacia donde escuchó el aullido y de repente se detuvo, pues como si estuviera a solo unos cuantos pasos escuchó desgarrar y masticar la carne, como alguna vez vio hacerlo a los grandes felinos, aguzó el oído y continuó avanzando con precaución. En ese momento la luna se abrió paso y dejó a la vista una escena pavorosa, como la peor pesadilla que hombre alguno tuviera, esa cosa, lo que fuera, arrancaba las vísceras de su presa, y esta era un hombre, lo estaba devorando después de haber desgarrado la espalda, cuello y casi arrancado la cabeza del torso. El cazador se agazapó y trataba de evitar las náuseas por el grotesco espectáculo, pensaba que la bestia iba a ser capaz de oír los latidos de su corazón y su respiración descontrolada. Por un momento pensó usar su arma, pero experto en ellas, sabía que de nada serviría ya que era de muy bajo calibre para esa descomunal bestia y solo llamaría la atención hacia él, y podía cambiar su suerte ya que hasta ese momento eso, lo que fuera, ignoraba su presencia. Utilizando todo su valor, regresó sobre sus pasos. El monstruoso ser, presintiendo algo extraño olfateó el aire y agudizó las que parecían cuando menos a esa distancia, orejas, grandes para pertenecer a cualquier animal conocido por el cazador. Ángel se congeló en su lugar esperando siguiera con su grotesca tarea. La bestia miró donde el hombre se resguardaba y con su penetrante mirada trató de ver en la oscuridad reinante. El vuelo de un búho que espantado se alejaba distrajo al animal y este continuó alimentándose.

El hombre pudo reanudar su huida. Antes de salir totalmente de la espesura la sangre se le congeló, pues otro aullido hizo retumbar el ambiente, todo ser vivo en el bosque buscó refugio, seguramente el depredador había concluido su obra.

«¿Qué animal sería ese? Por un momento, creí verlo parado a dos patas y esos ojos, rojos como carbones prendidos», pensaba Ángel. «Parecía un lobo a dos patas pero seguramente este medía más de dos metros. Carajo, que idioteces pienso, los hombres lobo son cosa del cine y de los ignorantes». Y fue directo a su camioneta para informar a la policía del hecho.

 

Julio Francisco, hermano menor de Ángel Javier, había sido nombrado comandante de la región por unanimidad ya que era de sobra conocida su fuerza, talento y arrojo ante cualquier contingencia, así como una simpatía natural que hacía que la gente confiara en él. Este escuchaba con atención a una mujer cuando Ángel llegó a informarle de su espantosa experiencia, le extrañó dada la hora, pues eran casi las cuatro de la mañana. Esta pedía ayuda, ya que su marido no había regresado de buscar leña, cosa rara en él, además decía:

—Hace como una hora sentí como escalofríos y escuché algo como gritos y un alarido, como si todos los diablos del infierno aullaran, y tuve mucho miedo por él —comentó la mujer.

Por lo que Julio le contestó:

—Ande Rosita, no se preocupe que nada más atiendo a mi hermano y salgo a dar una vueltecita por ese monte, que la verdad, hoy en especial está de miedo. Por ahí le pido a Ángel que me dé una manita ya que él es experto en rastreo, ¡anda a casa!

—Déjeme quedarme aquí, por favor comandante —pidió Rosita.

—Bueno, busque un lugar por ahí —sugirió Julio, y fue en busca de su hermano—. ¿Qué pasó Ángel?, te perdiste o ¿en qué te puedo ayudar?

—Mira... la verdad, no sé ni cómo empezar… —y contó con santos y señas lo vivido momentos antes.

—Creo que tenemos en el monte una especie nueva de ser viviente o, perdona mi estupidez, pero vi a ese maldito animal parado a dos patas como si fuera… caramba, que difícil es esto, pero la verdad, parecía animal y humano. Sé que tampoco crees en estas patrañas pero esa visión me paralizó y tú sabes que he lidiado con los peores animales y en su medio ambiente, pero esto sobrepasa mi conocimiento de la fauna, sobre todo de esta zona, ya que los habitantes de estos montes son coyotes, zorros y los felinos más grandes, gatos monteses y jaguares, estos entre cincuenta hasta setenta kilos, quizá un poco más, pero lo que vi, fácil rondaba los ciento veinte kilos.

—Perdóname —contestó Julio Francisco—, pero creo que no estás acostumbrado a ver al hombre como presa, ya que siempre viste al animal dominado y eso te produjo un shock. Seguramente algún animal escapó de su cautiverio y vio la presa más fácil de la cadena alimenticia en su medio, el hombre. Por ahora mi problema es identificar el cuerpo —le dijo en voz baja para que no escuchara Rosita y no aumentar su temor—, mira Ángel, muéstrame el lugar y así podré descartar al marido de esta mujer.

—Malditas las ganas que tengo de regresar, pero ir contigo me da más valor, solo que un favor, lleva tu rifle de alto poder y yo paso por el mío, ya que esta escopeta es para matar conejos.

—Adelante.

A Julio, le divertía un poco el miedo de quién se suponía estaba acostumbrado a las bestias más feroces.

 

Una vez armados, se internaron en el monte, eran como las cinco de la mañana, faltarían unos cuantos minutos para el amanecer, y esto a la mayoría de los seres humanos les infunde valor, y ellos no eran la excepción, aunque a verdad dicha, para nada eran cobardes estos hombres.

—Ya pronto llegaremos —comentó Ángel a su hermano después de recorrer como media hora la espesura.

Al llegar a un claro, la imagen dantesca los dejó sin habla, los despojos humanos estaban esparcidos como si una manada de lobos hambrientos se hubiera encarnizado con el pobre hombre. Ángel sabía que uno solo había cometido tal barbaridad, solo la cabeza podía identificar que eran humanos los restos, lo demás estaba mutilado, masticado, devorado parcialmente y de tal manera desmembrado que hacía irreconocible su original aspecto. Solo la cabeza determinaba su origen.

—¡Santo Dios! ¡Cómo está este cuerpo! La señora Rosita me dio los datos de su marido, pero el estado en que está este cuerpo es imposible reconocerlo, llevaremos lo que quedó de este pobre hombre para su reconocimiento y regresaré a buscar al animal que cometió tal desaguisado y con tanta furia.

 

Al llegar los muchachos a la comandancia con lo que había quedado del pobre individuo, la mujer lanzó un grito de espanto al ver tal destrozo en un cuerpo, y por reconocer, claro, la cabeza de su esposo.

—¿Quién le hizo esto a mi marido, señor comandante? ¿Quién? ¿Por qué a él? ¿Qué voy a hacer ahora?

La gente empezaba a salir a sus labores y corrían la voz del grotesco suceso.

—Ok, ok, vayan todos a sus casas o trabajos, acompañen a la señora si es posible, que yo me haré cargo de encontrar a esta bestia.

—¿Qué pasó Ángel, me acompañas? Creo que tu experiencia y conocimiento del monte y la fauna de este lugar me serían de mucha utilidad.

—Deja que me «eche» un sueñito, un baño y te alcanzo, nos encontramos como a las doce en el lugar del ataque y me cuentas tus avances.

—Vale, así quedamos.

 

Ya había pasado un buen rato de la partida de Ángel Javier cuando Julio Francisco regresó al lugar del asesinato.

—Caramba —pensaba Julio Francisco—, Ángel tiene razón, esto está rarísimo, estas huellas en efecto, parecen venir de alguna especie de lobo aunque estas son enormes y creo que ya me influenció Ángel pero, solo son las patas traseras las que distingo, ¡ja! un lobo a dos patas, será de un circo. Seguiré buscando un poco más mientras llega Ángel.

 

Ramas rotas, sangre embarrada, pelos y todavía quedaban rastros de baba del animal, lo que permitió a Julio seguir el rastro con alguna facilidad, y sin darse cuenta, se había alejado más de un kilómetro del lugar del asesinato, y prefirió regresar para verse con su hermano. Solo algo lo sacó de su reflexión, un fuerte olor a almizcle o algo así como cuando no bañamos al perro por algunos días, seguramente había cerca alguna guarida de coyotes con sus camadas, ya que estos suelen congregarse y hacer más fácil su labor de caza. Olvidó el asunto y emprendió el regreso al lugar de reunión.

Era difícil no dejarse llevar por el folklore del lugar, ya que en Santiago la gente era muy afecta en las reuniones a hablar de apariciones, chaneques y sobre todo algo muy relacionado con el caso, nahuales, hombres que tenían pacto con el diablo y que podían, a su antojo, convertir en animales llámese guajolotes, puercos, o… lobos, qué tontería, pero bueno, dejó a un lado las historias pueblerinas y se prestó a saludar a su hermano que en ese momento llegaba.

—Vengo como nuevo —comento Ángel, que había recuperado la energía y el tono, porque en verdad sentía estaba viviendo algo nuevo e incomprensible para él, y seguramente para cualquier mortal.

Llegó junto a Julio y el contraste entre los dos hombres era notorio, aunque ambos tenían casi la misma estatura, quizás 1.90 m. Ángel era delgado, atlético, de tez blanca, cabello cobrizo de rasgos finos, ojos color café de mirada zagas e inteligente. En cambio Julio era de tez morena clara, de su cuerpo fluía el poder y la fuerza, su mirada transmitía la sensación de tener todo bajo control, dos o tres años más joven que Ángel, ambos de barba poblada y cuerpo velludo. Solteros, eran partidos apetecibles para las damas en cualquier ciudad o pueblo en donde se hubiesen presentado. Ángel de treinta y tres años, Julio de treinta, aproximadamente.

Julio comentó sus descubrimientos y llevó a Ángel hasta donde había seguido las huellas. Este confirmó las sospechas de Julio y siguió el rastreo hasta llegar a una especie de caverna en lo más profundo del monte. Estaban como a cinco kilómetros de donde encontraron el cuerpo.

Penetraron a ella y su sorpresa fue mayúscula, dentro había restos de otros cadáveres ya secos por el tiempo y un olor insoportable, pero lo que más llamó su atención y les causó asombro es que había huellas humanas recientes, y justamente donde terminaban las del animal en cuestión. La cosa se complicaba para estos dos hombres pues aun con su inteligencia y experiencia les costaba trabajo conciliar el hecho.

—¡Vamos! salgamos de este pestilente agujero a buscar más huellas y si consientes ayudarme, planearemos una estrategia para cazar a este animal, o lo que sea —dijo a Ángel Julio Francisco, sin pensar en lo que se les venía.

Las pisadas humanas regresaban por otro camino hacia el poblado vecino, los hombres prefirieron regresar después de tomar medidas y profundidad de la pisada, llegando a sus vehículos ya casi oscureciendo. La noche se tornaba clara, pues la luna empezaba a asomar entre el follaje del monte. Habían pasado más de seis horas internados en la vegetación casi sin notarlo.

—Qué te parece si nos vemos en el bar de Pancho como a las ocho, acabo de recordar un detalle que viene al caso y pues nos tomamos un trago, la verdad me hace falta, yo invito —comentó Ángel.

—Perfecto —dijo Julio—, ahí nos vemos en un rato.

A pesar de que ninguno de los dos era adicto al alcohol sabían que les vendría de perlas el trago.

 

Después de un buen baño y ya reunidos en el bar, Ángel le comentaba a su hermano que en sus inicios en la cacería hubo una serie de asesinatos. De esto hacía ya como diez años, lo recordaba perfectamente, fueron diecisiete desaparecidos y todos coincidían con la luna llena. Las personas antes de anochecer se encerraban en sus casas y no salían hasta la salida del sol al día siguiente. Realizaron redadas con cazadores llevando perros y hasta llamaron personal del gobierno sin ningún resultado, sin embargo, así como empezaron las muertes, así cesaron también, y bueno, la gente regresó a sus actividades y fue olvidando el evento como siempre sucede con las cosas que no controlamos, las metemos hasta el fondo de la mente y ahí las mantenemos hasta que se nos obliga a traerlos de vuelta. Este hecho aconteció precisamente en la población vecina, y tal parecía se repetiría aquí.

—Sabes —interrumpió Julio—, iremos mañana a San Andrés para ver si encontramos registros o algo que nos oriente y no partamos de cero.

 

Fueron interrumpidos por un hombre y una mujer con los rostros desencajados. La bestia había atacado de nuevo, esta vez entró hasta el mismo pueblo. El hombre cuenta con desesperación cómo escucharon un estruendo, era la pared del lado donde dormía su hijo, que fue arrancado de la cama y jalado hacia fuera. Los padres tomaron los pies del infante, pero era imposible detenerlo, pues las garras que lo sujetaban por fuera tenían una fuerza formidable y parecía lo partirían en dos, así que soltaron el cuerpecito. El animal que se lo llevaba lanzó un aullido de triunfo que les heló la sangre. Dominando su miedo, salieron hacia el centro a pedir ayuda.

—¡Ayúdenos comandante!, busque a nuestro hijo, por el amor de Dios —gemía la madre angustiada.

—¡Atención todos! —ordenó inmediatamente Julio Francisco a las personas que escuchaban—, tomen las armas que tengan, linternas, antorchas, lo que sea que pueda servir y vamos a buscar a ese niño ¡ya! Ángel, ven conmigo por favor, ahora más que nunca requiero tu experiencia en rastreo de animales.

La gente se arremolinó alrededor de los dos y enseguida partieron en tropel hacia el monte que empezaba a unos cuatrocientos metros de ellos, siempre detrás de Julio y Ángel.

Apenas habían penetrado la vegetación un gruñido los paralizó. La bestia estaba apenas a unos cincuenta metros de ellos, como un solo hombre, las veinticinco o treinta personas que acompañaban al comandante y al cazador guardaron silencio y esperaron instrucciones. Estos, con señas indicaron al gentío rodear el sitio donde escucharon el gruñido. Todos fueron avanzando sigilosamente hasta unos quince metros, desde ahí se podía escuchar el frenesí con que la bestia masticaba y tragaba al pequeño. Uno de los improvisados cazadores tropezó torpemente con una rama y la bestia se alertó, se paró en toda su estatura oteando la oscuridad y entonces fue vista por la mayoría de los aldeanos, y su peor pesadilla se hizo realidad. El hombre lobo era real, ahí estaba ubicándolos con todo su odio y ferocidad contra los humanos, ya que estos a pesar de ser su alimento principal eran sus peores enemigos desde la transformación del primer hombre lobo. Su aterrador rugido hizo que la mayoría de ellos huyeran despavoridos, el cazador desde su posición apuntó su arma al corazón de la bestia y disparó, la potencia del proyectil viró de costado al animal pero en vez de amilanarlo, enfurecido arremetió contra los más cercanos que sin saber qué hacer fueron presa fácil. Las garras destrozaban todo al paso del animal, de las fauces abiertas de la bestia. Escurrían borbotones de sangre provenientes de las heridas que había provocado a los hombres que estaban a su alcance. Julio Francisco enfiló su rifle de alto poder hacia la cabeza del lobo y apretó el gatillo. El animal lanzó un alarido descomunal, infrahumano, la bala le arrancó un ojo, parte de la sien derecha y la oreja. El empuje del proyectil y el dolor le hicieron dar un salto formidable, cosa que tomó por sorpresa a los muchachos que lo creían dominado. El hombre lobo volteó al ver a Julio Francisco grabando su rostro y gruñendo más de rabia que de dolor, perdiéndose con rapidez en la espesura. Ángel, experimentado cazador, ordenó a los hombres que quedaban seguir el rastro del lobo, pero estos, sabiendo ya a qué se enfrentaban se negaron rotundamente y decían:

—De ninguna manera señor, este es el mismo diablo, si lo seguimos, acaba con todos.

 

Faltaban unas siete horas cuando menos para amanecer y prefirieron regresar. Se pasaron la voz entre todos y protegiéndose unos a otros se daban valor y caminaban muy juntos, mas dentro de sí, sabían que si el lobo regresaba estarían a su merced. Como si el animal adivinara sus pensamientos, les mandó un mensaje con un aullido que los estremeció y les hizo apresurar el paso.

 

Todos fueron a descansar y aún con el temor que los dominaba los venció el cansancio. Julio y Ángel en sus respectivas casas velaron creando estrategias que compartirían al siguiente día.

Solo un ser se debatía entre el dolor y la furia, herido y frustrado por el encuentro, ahora no tenía ese aspecto aterrador, era solo un humano, lleno de maldad y odio, sí; pero solo humano. Sus heridas estaban cicatrizando, él sabía que no podía morir, una bala normal jamás le haría daño, sin embargo, el ojo perdido, la oreja y el pedazo de hueso lo delatarían. La gente se preguntaría cómo y dónde pudo dañarse de esa manera y recuperarse tan rápido. Tenía que tener cuidado o cambiar de población. Pasar desapercibido de día, sembrar el terror de noche, esa era su infernal maldición, pero había algo más, esos dos hombres que le dispararon no eran como los demás, su instinto de depredador y su experiencia como cazador de humanos le indicaban tener cuidado con ellos.

 

Como a las diez de la mañana se reunieron los dos amigos en la comisaría, y revisando sus armas a la perfección procedieron a hacer el viaje a San Andrés a solo unos treinta y cinco kilómetros de su poblado.

—Fíjate Ángel —comentaba Julio—, la mitad de mi vida la he pasado en Santiago, la otra mitad debido a mis estudios la pasé en la capital y aun así, me llegaban estas historias descabelladas y fantásticas que me daban risa, y las atribuía a la ignorancia y a hombres sin escrúpulos tratando de meter miedo a las personas para poder controlarlas, haciéndoles creer que tienen poder sobre cosas que la mayoría de ellos teme, por ejemplo, a los nahuales, hombres lobo, apariciones etc., estos se hacen llamar chamanes, brujos, curanderos, hechiceros y qué se yo, sin embargo con esto, ya no sé qué pensar.

—En efecto, a mí, en mis experiencias de caza y al calor de la hoguera en plena campiña, me tocó escuchar a gentes platicar cosas que ponen los pelos de punta, pero ninguno podía demostrar, de ninguna manera, que sus comentarios fueran reales y solo eran historias pasadas de generación en generación, como folklore del lugar, pero en fin —terminó Angel—, esto rebasa cualquier fantasía.

 

Ya en la población se dirigieron a la comisaría, el comandante del área los esperaba pues ya habían hablado con él por teléfono con anticipación.

—Qué pasó Manuel, cómo andan las cosas por acá.

—Bien Julio, pero ya nos llegó la noticia de las muertes en tu jurisdicción, ¿qué animal crees que esté haciendo eso?

—Es un animal, pero no como los que has conocido, Manuel —contestó Ángel, que había permanecido al margen—, por cierto, gusto en saludarte, amigo.

—Igualmente, Ángel, ¿a qué te refieres con otro tipo de animal?

—Este es especial —contestó—, he llegado a la conclusión de que o es un hombre disfrazado, o un animal de circo que anda a dos patas, solo que a este ya le dejamos un par de regalitos. Julio le voló media cabeza, y yo le metí un tiro muy cerca del corazón. Digo muy cerca, pues de haberle dado donde apunté no estaríamos buscándolo y bueno, hasta donde rastreamos, la dirección era esta, así que, o es un hombre de por acá o alguien trajo un animal semidomesticado que se le escapa por las noches, lo malo es que a esto, lo que sea, le gusta la carne humana —terminó Ángel.

—Bueno empecemos por el principio. Ángel, tú eres experto en la caza de animales y por lo tanto sabes de los hábitos y costumbres alimenticias de la mayoría de estos, entonces descartando a un hombre disfrazado, ¿qué animal se acerca a lo que viste?

—Mira Manuel, te parecerá una locura, pero eso que vi, y ahora lo digo con franqueza, no era humano, ya visto con tranquilidad, ese ser además de su nauseabundo olor, la fiereza, el aspecto, creo… que es un hombre lobo.

—No sé cómo se le llame a eso —confesó Julio Francisco—, pero nadie normal aguanta dos disparos de estas armas que pueden tumbar a un elefante, y además salir con esa rapidez. Es verdad, dejó un charquero de sangre, pelos y baba, además esos rugidos que todavía retumban en mis oídos, creo que ya me influenciaste hermano, pero tienes razón.

—Caramba —cortó Manuel—, ustedes si dan buenos datos, jajaja, pues a quién buscan, ¿al Wolverine ese? Jajaja —siguió riendo—, pues está fácil, miren, vamos a hacer esto, ya que dicen que le centraron dos plomos por la madre, voy a mandar a toda la gendarmería a ver quién llegó al hospital, o quién anda desaparecido. Les comento algo a los dos, es muy difícil aun en estos pueblos chicos, controlar el flujo de la población, los locales se van a buscar trabajo a otras partes, otras personas regresan y se quedan y… lo peor, hay tantos asesinatos por causa de la guerra entre bandas, que ya no sabe uno si están trabajando en otras tierras o están textualmente debajo de ella, pero cuenten con toda mi cooperación para encontrar al peludo pulgoso que según ustedes anda botaneándose a la gente.

—Gracias Manuel, no me agrada mucho que lo tomes tan a la ligera, si hubieras estado en nuestro pellejo no te burlarías, sin embargo, te tomo la palabra, y espero me informes del avance de tus investigaciones, pues a mí me parece que esto apenas empieza.

—No te me alebrestes mi Julio, ya es conocida de sobra tu seriedad y tu valentía, y sé que no te rajas a nada, además con tu hermano de compañero, ya quisiera tenerlo por acá pero… un hombre lobo jejeje como que no lo trago. Miren, les propongo algo, recorramos el lugar y verán que esto está más tranquilo que un panteón.

 

Hora y media y los muchachos casi se convencen de que Manuel tenía razón y le pidieron los llevara ahora a los alrededores del pueblo, la gente los saludaba afablemente, se veía que por ahí no pasaba nada, se notaba además la estimación de las personas por su autoridad.