image

image

DERECHOS RESERVADOS

© 2017

Bernardo Esquinca

© 2017

Almadía Ediciones S.A.P.I. de C.V.

 

Avenida Patriotismo 165,

 

Colonia Escandón II Sección,

 

Delegación Miguel Hidalgo,

 

Ciudad de México,

 

C.P. 11800

 

RFC: AED 140909BPA

www.almadia.com.mx

www.facebook.com/editorialalmadía

@Almadía_Edit

Primera edición: marzo de 2017

Primera reimpresión: agosto de 2018

ISBN: 978-607-8486-32-8

eISBN:978-607-8667-32-1

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento.

Impreso y hecho en México.

image

BERNARDO
ESQUINCA

LA OCTAVA
PLAGA

image

Para Talía: musa, casa, destino

ÍNDICE

PRÓLOGO

DE LOS EXPEDIENTES DE ESTEBAN TABOADA, ENTOMÓLOGO DEL MUSEO DE HISTORIA NATURAL DE CHAPULTEPEC

24 de agosto

4 de septiembre

9 de septiembre

12 de septiembre

15 de septiembre

18 de septiembre

30 de septiembre

Páginas insólitas (I)

ANCIANO CAMINA SOBRE LAS AGUAS

MUERTO RESUCITA EN PLENO VELORIO

ARRESTAN A MUJER VAMPIRA EN EL CENTRO

NIÑO SE ALIMENTA DE EXCREMENTOS

MUERE A LOS DIECISIETE Y RESUCITA A LOS DIECIOCHO

PRIMERA PARTE, LA ASESINA DE LOS MOTELES

I

II

III

EL HOMBRE DETRÁS DE LAS CORTINAS (I)

IV

V

VI

EL HOMBRE DETRÁS DE LAS CORTINAS (II)

VII

VIII

IX

X

SEGUNDA PARTE, EL COMPORTAMIENTO

XI

XII

XIII

XIV

DE LAS MEMORIAS DEL GRIEGO (I)

EL HOMBRE DETRÁS DE LAS CORTINAS (III)

XV

DE LAS MEMORIAS DEL GRIEGO (II)

XVI

XVII

DE LAS MEMORIAS DEL GRIEGO (III)

XVIII

XIX

XX

XXI

EL HOMBRE DETRÁS DE LAS CORTINAS (IV)

XXII

TERCERA PARTE, EL SÍNDROME DE EGIPTO

DE LAS MEMORIAS DEL GRIEGO (IV)

XXIII

XXIV

DE LAS MEMORIAS DEL GRIEGO (V)

XXV

DEL EXPEDIENTE OCULTO DE ESTEBAN TABOADA (I)

XXVI

DEL EXPEDIENTE OCULTO DE ESTEBAN TABOADA (II)

XXVII

DEL EXPEDIENTE OCULTO DE ESTEBAN TABOADA (III)

XXVIII

XXIX

CUARTA PARTE, LA EDAD DE LOS INSECTOS

Páginas insólitas (II)

HOMBRE PIERDE LA CABEZA Y SOBREVIVE

XXX

DE LAS MEMORIAS DEL GRIEGO (VI)

XXXI

XXXII

XXXIII

XXXIV

XXXV

XXXVI

XXXVII

XXXVIII

XXXIX

EPÍLOGO, CIERTO TIEMPO DESPUÉS

PRÓLOGO

DE LOS EXPEDIENTES DE ESTEBAN TABOADA, ENTOMÓLOGO DEL MUSEO DE HISTORIA NATURAL DE CHAPULTEPEC

24 de agosto

El insecto es inclasificable. Lo encontré mientras realizaba una caminata por los jardines del museo después de la comida. Los destellos de su color dorado metálico llamaron mi atención bajo el sol de la tarde. Lo capturé sin mayores dificultades. De hecho, podría afirmar que fue él quien caminó hacia mi mano y no mi mano la que lo atrapó, como si hubiera estado esperando a ser descubierto. Sé que es muy pronto para emitir un juicio –aún debo consultar con calma los registros de miles de especies del museo– pero estoy seguro de que en mis treinta años de investigaciones nunca he visto nada que se le parezca. Ya en mi oficina, y mientras lo observaba mover sus antenas bajo la lupa, me envolvió un extraño sentimiento. Una mezcla de nostalgia y excitación. Me explico: quién iba a pensar que en el corazón mismo de este decrépito museo –cuyo oso polar disecado parece la superficie de una alfombra mugrosa, y cuyas cédulas informativas están escritas en fragmentos de plástico azul del rotulador Dymo–, iba a ocurrir el hallazgo de una especie nueva. Sin embargo, antes de comunicárselo a mis colegas, debo cerciorarme. No puedo exponerme al ridículo, mucho menos ahora que trabajo en esta institución tan venida a menos. Pero si tengo razón, puede ser el renacimiento de este museo y de mi carrera. Un insecto que lleve mi nombre… Escribo esto con el bicho a un lado. No me había dado cuenta de que se hizo de noche: el resplandor ambarino de su caparazón ha mantenido la habitación iluminada mientras trabajo. ¿Por qué tengo la impresión de que entiende y anticipa mis motivaciones? ¿Me estará alumbrando a propósito? Me asalta un escalofrío: la posibilidad de que cuando cierre este cuaderno todo quede en oscuridad.

4 de septiembre

Vuelvo a mis apuntes, tras haber pasado varios días consultando el catálogo de especies. Ya no tengo duda: es un insecto nuevo, de cualidades notables. He comprobado que, por las noches, la luz que emite es suficiente para escribir o leer. Lo curioso es que parece necesitar del calor humano para activarse. Lo he dejado solo en otros lugares del museo y no ocurre el fenómeno… ¿O el milagro? Es inevitable que mi mente fantasee: reproducido y criado industrialmente, el insecto podría venderse para uso doméstico, trayendo enormes beneficios para el ahorro en el consumo de energía. Algo que huele a titulares internacionales, a dinero, a… Nobel. Pero todo a su tiempo. Por lo pronto seguiré observando, anotando bajo su luz orgánica. Este bicho es mi futuro. Y su color es el color del oro.

9 de septiembre

Durante estos días he revisado minuciosamente los jardines en busca de más ejemplares, sin éxito. Pero si este espécimen llegó hasta aquí, debe haber más en los alrededores. Probablemente en el parque que está a unas cuadras del museo. Aprovecharé que este fin de semana lo tengo libre para rastrearlo ahí. El insecto me tiene fascinado y he concentrado todo mi tiempo y energía en él. Incluso el director me reprendió por el retraso en un informe estúpido que debía entregar desde la semana pasada, pero no me importa: cuando haga público el descubrimiento me estará agradecido de por vida. Este pequeño animal se convertirá en la atracción principal del museo, por encima del desvaído esqueleto de dinosaurio que ya no asombra ni a los niños. Cuando el insecto se haya reproducido –y hasta clonado, ¿por qué no?–, este primer ejemplar permanecerá disecado, en una sala especial que contará nuestra historia.

12 de septiembre

Continúo preguntándome cómo es posible que una criatura de características tan especiales haya llegado a este museo. Caminar por sus pasillos y salas representa un viaje poco placentero al pasado. Toda su infraestructura y tecnología hace mucho tiempo que fue rebasada. La sensación que provoca es parecida a cuando se ve una vieja película de ciencia ficción y todos esos foquitos y botones del panel de control de la nave en turno nos revelan la paradoja de que el futuro en realidad nunca llegó. Aquí los ambientes tan precariamente recreados –cicloramas de selvas, espejos por lagos– en los que posan alces, guepardos y otras especies menos interesantes, no hacen más que resaltar el carácter siniestro de la taxidermia. Ningún animal parece amenazante y próximo a atacar a su presa. Son más bien hojas secas que requieren ser barridas con urgencia. La sala de los insectos es la peor. Nunca nos harán pensar en que algún día volaron, y no porque estén clavados con alfileres, sino porque la mayoría tiene las alas rotas.

15 de septiembre

Recorrí durante horas el parque sin encontrar otra especie similar. Me hubiera gustado intentarlo por más tiempo, pero me invadió una sensación de angustia. Un sentimiento ominoso, como si el insecto reclamara mi ayuda. Me dirigí al museo a toda prisa, sólo para comprobar que todo estaba en orden. A pesar de eso, decidí suspender mi descanso y me puse a trabajar. El bicho parecía complacido por mi regreso. Es extraño decirlo, pero así lo sentí. Creo que ambos necesitamos de nuestras presencias. Quizás estemos desarrollando algún tipo de simbiosis. Lo único cierto es que prefiero estar aquí que en cualquier otro lugar.

18 de septiembre

El insecto me habla. No es que tenga una voz y me dirija palabras. Pero escucho su pensamiento, estructurado, más que con frases, con conceptos. Estoy intentando traducirlo y ponerlo por escrito en un expediente aparte, que guardo bajo llave en un cajón de mi escritorio. Sería muy peligroso que cayera en manos ajenas mientras detallo todas las etapas de análisis de mi descubrimiento. Estoy cruzando un umbral que supera toda expectativa. El dinero, la fama y los premios con los que soñaba hace días me parecen una tontería comparado con lo que me estoy convirtiendo ahora: el primer humano que logra comunicarse con un insecto. Es poco probable que alguien pueda entender esto, así que ya no me interesa hacer pública mi investigación. Sólo quiero emplear el tiempo al máximo. De hecho, no voy a dormir a casa. Aprovecho que este museo no le importa a nadie, ni a los guardias de seguridad, quienes no revisan ninguna oficina antes de apagar las luces y marcharse. Paso las madrugadas sumergido en la penumbra ambarina que proyecta el bicho, escuchando sus pensamientos e interpretándolos. Los insectos, contrario a lo que podríamos creer, se comportan de manera muy parecida a nosotros. Por ejemplo, les encanta la guerra, la han practicado desde que existen en busca de la supremacía sobre otras especies. Han vencido a muchos enemigos en el camino, incluidos los dinosaurios. Y ahora su principal rival somos los humanos. Nos odian y temen tanto como nosotros a ellos. Y en este enfrentamiento, que tiene miles de años desarrollándose, sólo puede haber un ganador. La batalla final, me dice el insecto con algo muy parecido a la emoción, está por comenzar.

30 de septiembre

Ya no soy dueño de mí. Con la poca voluntad que me queda, escribo como un ciego las que, sin duda, serán mis últimas anotaciones en este expediente. El insecto dejó de producir luz hace unos minutos y ahora lo escucho moverse en la oscuridad mientras lanza un chillido ominoso. Un chillido demasiado humano. De un momento a otro, estoy seguro, se meterá dentro de mí. Pero no físicamente. Si así fuera, tendría alguna oportunidad de defenderme. Lo que el insecto completará en breve es un proceso que ha venido realizando desde que lo encontré –mejor dicho, desde que él me encontró–: introducirse en mi mente. Ahora entiendo todo y, como siempre sucede, demasiado tarde. Tan sólo he sido su conejillo de Indias. Sólo me queda por decir que, para desgracia de nuestra especie, el experimento del insecto ha sido exitoso.

Páginas insólitas (I)

ANCIANO CAMINA SOBRE LAS AGUAS

Semanario Sensacional, 27 de octubre
Extracto de nota

Los habitantes de Lago Verde, población ubicada a ochenta y cinco kilómetros de la capital, lo ven como un Mesías. Martín Gómez Pinto, un pescador de setenta y tres años de edad, tiene dos semanas realizando un acto que parece sacado de un pasaje de la Biblia: entra literalmente caminando a las aguas del lago en torno al que está construido el pueblo, se adentra varios metros y pesca con sus propias manos. Todo esto sin hundirse en las aguas cuya profundidad certificada es de nueve metros.

Martín Gómez Pinto es un hombre sencillo y de pocas palabras. En entrevista, se limita a decir que, simple y sencillamente, “un día sentí que podía hacerlo”. La popularidad que ha adquirido parece incomodarlo, además de que ha provocado un pequeño caos en las orillas del lago. Cientos de personas se reúnen por las mañanas para verlo. Muchas familias traen hijos o parientes enfermos, desahuciados o discapacitados, en busca de un milagro. Puede verse gente en muletas, sillas de ruedas o en brazos, como si la ribera se transformara en la improvisada sala de espera de un hospital. Incluso los “creyentes” han empezado a arrebatarse el pescado capturado por Martín y se lo comen ahí mismo, crudo, con la certeza de que su “mano santa” ha transmitido sus propiedades a la carne del animal.

Preocupado por la situación, el sacerdote de la parroquia está planeando abrir una capilla consagrada a este naciente culto, de “evidentes connotaciones cristianas”, ya que “es mejor que la gente esté cerca de la iglesia y no en la peligrosidad de las orillas del lago”.

MUERTO RESUCITA EN PLENO VELORIO

Semanario Sensacional, 3 de noviembre
Extracto de nota

Anonadados quedaron los asistentes al velorio de Jacinto Flores Peña, un comerciante de cincuenta y un años de edad, quien en medio de los rezos de sus familiares y amigos se levantó del ataúd donde reposaba y, con la actitud jocosa que –comentaron sus allegados– le caracterizó en vida, exclamó a los presentes: “¡A quién chingados creen que van a enterrar!”

La comitiva se trasladó de la funeraria a la casa de Jacinto (ambas ubicadas en la zona comercial de la ciudad), donde el llanto y la pena se transformaron en fiesta y risas. La esposa del otrora occiso insistió en llamar a un médico, pero el mismo Jacinto exclamó que “esas son mariconerías”, y la música comenzó a sonar y el tequila a correr.

Al calor de las copas, su cuñado Eulalio, también comerciante, le comentó que le perdonaba todas las veces que le había puesto el cuerno a su hermana. En el mismo espíritu, don Facundo, dueño del Monte de Piedad del barrio, le aseguró que le condonaba su deuda. A la pregunta expresa de si se arrepentía de algún hecho de su pasado, Jacinto comentó: “A huevo que no. Me volvería a morir mil veces”.

Acompañando a esta nota puede verse el acta de defunción, donde consta que Jacinto Flores Peña murió la madrugada del 1 de noviembre de una congestión alcohólica.

ARRESTAN A MUJER VAMPIRA EN EL CENTRO

Semanario Sensacional, 11 de noviembre
Extracto de nota

Al principio todo parecía un juego. Pedro Langarica declaró a la policía que su mujer, Ruth Ruvalcaba Suárez, de treinta y siete años, comenzó a hacerle pequeños cortes en la piel por las noches, mientras él dormía. Pedro sentía como si fueran piquetes de mosquito, y después, entre sueños, la sensación de la boca de su mujer succionándole en las heridas. Por las mañanas, Pedro se veía las cicatrices frente al espejo del baño y pensaba que su mujer estaba poniendo en marcha otro de sus experimentos sexuales. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que algo iba mal. Las heridas comenzaron a ser más profundas y dolorosas, y su piel cambió a un color pálido.

Cierta noche decidió hablar con Ruth y poner fin a aquella locura, pero fue demasiado tarde: su mujer lo amarró a la cama y lo dejó inmovilizado. Pedro no pudo oponer resistencia: se sentía débil y, en cambio, Ruth mostró una fuerza y una vehemencia insospechadas. Por una semana ella siguió torturándolo y alimentándose de su sangre, hasta que la muchacha del aseo descubrió la macabra escena. Lejos de molestarse por su irrupción, Ruth siguió lamiendo las heridas de su marido como si fuera la cosa más normal del mundo. “Me miró con unos ojos que ya no eran humanos”, relató Sarahí Gutiérrez horas más tarde en entrevista con este semanario. Tras la denuncia de la empleada doméstica, elementos de seguridad de la policía capitalina arribaron al domicilio y pudieron rescatar aún con vida al desfalleciente Pedro.

Una fuente policial que atestiguó el interrogatorio de Ruth Ruvalcaba Suárez informó que ella permaneció impasible en todo momento y que declaró que lo había hecho “porque tenía hambre”.

NIÑO SE ALIMENTA DE EXCREMENTOS

Semanario Sensacional, 18 de noviembre
Extracto de nota

Los habitantes de La Providencia, una vecindad ubicada en la zona oriente de la ciudad, no podían creer lo que veían sus ojos. Indignados, denunciaron el hecho al Instituto de Protección de la Niñez. Juana Uribe, trabajadora social con veinte años de experiencia, fue la encargada de investigar el caso. Cuando llegó a la vivienda marcada con el número cinco, los padres de Rito, un niño de siete años de edad, la dejaron pasar sin mostrar el menor nerviosismo. Con toda paciencia le explicaron que su hijo había empezado a “hacer eso” por voluntad propia, y que se negaba a probar otro tipo de alimentos. De hecho, una vez que lo obligaron a comer un caldo de verduras, se enfermó tres días seguidos, con altas fiebres. Agregaron que el niño prefería los excrementos de los animales, en especial de los perros.

Juana Uribe intentó hablar con Rito, pero este se negó a pronunciar palabra frente a ella. Preocupada, la trabajadora social lo llevó a las instalaciones del instituto, donde le practicaron exámenes médicos y un test psicológico. Para sorpresa de todos, el niño presentaba un excelente estado de salud, tanto físico como mental, y una inteligencia por encima de la media.

La trabajadora no tuvo más remedio que devolver el hijo a sus padres, quienes lo recibieron con los brazos abiertos. Sin embargo, Juana Uribe aún desconfía de los hechos, y asegura que en un par de meses volverá a aplicarle los mismos exámenes a Rito, “para descubrir la verdad”. Por su parte, los padres comentaron conmovidos que ellos lo aceptan así. “Es nuestro hijo, aunque le guste la mierda.”

MUERE A LOS DIECISIETE Y RESUCITA A LOS DIECIOCHO

Semanario Sensacional, 27 de noviembre
Extracto de nota

Perla tenía diecisiete años el día que murió. Nadaba en el río Frontera, ubicado en la zona boscosa que delimita la ciudad, cuando una corriente la arrastró fatalmente. Había acudido al lugar junto con compañeros de la escuela para celebrar su cumpleaños, que ocurriría la madrugada del domingo. Horas antes de la tragedia llegaron al río en una camioneta e instalaron un campamento. Comieron carne asada, bebieron cerveza y por la tarde se metieron al río, “completamente sobrios”, según declaró uno de los testigos. Cuando comenzaba a oscurecer, las aguas se llevaron a Perla. Sus amigos escucharon sus gritos y la vieron alejarse mientras agitaba los brazos con desesperación. No pudieron alcanzarla. La buscaron durante toda la noche, junto con los rescatistas que llegaron para auxiliarlos. Al amanecer dieron con el cuerpo, que flotaba en aguas tranquilas, a diez kilómetros del campamento. El cadáver fue metido en un saco negro y trasladado a la morgue capitalina, ante el estupor de sus amigos.

Más tarde, Rigoberto Mendizábal, el forense encargado de realizar la autopsia, colocó el cuerpo de Perla sobre la plancha y se dispuso a abrirlo por el pecho, para observar los pulmones. Al empezar a hundir el escalpelo sobre la carne, sintió un repentino calor y una agitación. Extrañado, retiró el instrumento y segundos después atestiguó lo imposible: un chorro de agua salió por la boca de Perla, quien se puso a toser y a dar bocanadas de aire mientras revivía, ya con dieciocho años de edad. Inmediatamente, el forense llamó a una ambulancia y la revivida fue trasladada al Hospital Ángeles, donde su estado de salud ha sido reportado como estable. “En mis treinta y cinco años como forense nunca había visto algo así”, comentó Mendizábal. “Casi me mata del susto.”

PRIMERA PARTE
LA ASESINA DE LOS MOTELES

I

Era su primer muerto. El hombre yacía desnudo en la cama, con las manos amarradas a los barrotes de la cabecera y un tajo en la garganta que casi le había desprendido la cabeza del cuerpo. Esta giraba ciento ochenta grados hacia la izquierda, en una postura imposible que a Casasola le hizo pensar en ciertas esculturas prehispánicas. El reportero permanecía en una esquina de la habitación, en la que se había refugiado para observar los movimientos de sus colegas con más experiencia. Tenía miedo de estropear la escena del crimen, de borrar una huella o patear una colilla de cigarro. ¿No ocurría así en las películas? Se fijó en los peritos forenses, que extraían toda clase de evidencias del cadáver, con la monotonía de quien limpia el piso después de una noche de juerga. Presionó la pluma sobre su libreta, como si quisiera forzar la tinta a que plasmara las primeras anotaciones. ¿Es importante decir que uno de los peritos es calvo y utiliza uno de esos ridículos peinados tipo queso Oaxaca?, pensó. Le pareció que sí. Sobre todo porque en ese momento el calvo estaba inclinado sobre la verga del muerto, recogiendo quién sabe qué clase de mierda en dos tubitos transparentes. Se imaginó a sí mismo en la situación del cadáver y sintió escalofríos. Tieso, encuerado y manoseado por un viejo repugnante. Se dio cuenta de que estaba evadiendo lo importante: hacer una nota sobre el crimen. Reflexionaba en aquellas cosas cuando se le acercó Verduzco, un reportero alto y gordo que trabajaba en un tabloide sensacionalista. Como si adivinara sus pensamientos, le dijo:

–Semen y mucosa vaginal –sus mandíbulas mascaban furiosamente un chicle–. No hay duda: fue un crimen sexual.

En un acto reflejo, Casasola apuntó la frase crimen sexual en su libreta e inmediatamente se arrepintió. Pero la atención de Verduzco estaba en otra parte. Le dio un codazo en las costillas, señaló con la cabeza al calvo, y le murmuró al oído:

–¿Qué tal el peinadito?

Carajo, pensó Casasola mientras se rascaba la barba tupida. En verdad el gordo parecía leerle la mente.

–Sí, como de q…

Verduzco lo interrumpió:

–Como de muñeca de basurero.

Minutos después, mientras fumaban un cigarro en el estacionamiento del motel, Casasola comenzó a sentirse un poco más aliviado, como si estuviera iniciando curso en la escuela y hubiera encontrado a su primer cómplice.

–No te había visto. Eres novato, ¿no? –Verduzco dio una calada al cigarro y después continuó mascando su chicle. Por lo visto le gustaba la mezcla con el tabaco.

–Para nada –Casasola se pasó una mano por la barba, en un intento por parecer más serio–. Llevo quince años trabajando, pero cubría otra fuente.

–¿En serio? ¿Cuántos años tienes?

–Treinta y siete.

–Te llevo unos añitos. ¿Y qué fuente cubrías?

–Cultura.

–Uta… –Verduzco escupió su chicle, sacó uno nuevo de la bolsa de su chamarra de mezclilla y se lo metió a la boca, sin ofrecerle a su interlocutor–. Con razón tienes manos de metrosexual. Aquí te las estropearás un poco.

–¿Qué problema tienes contra las secciones de cultura? Son las que enriquecen los periódicos.