ALBERTO MAYOL



BIG BANG

Estallido social 2019

Modelo derrumbado - Sociedad rota - Política inútil


Presentación de Fernando Paulsen.
Prólogo de Rodrígo Baño.

Mayol, Alberto
Big bang. Estallido social 2019. Modelo derrumbado - Sociedad rota - Política inútil / Alberto Mayol

Santiago de Chile: Catalonia, 2019

ISBN: 978-956-324-764-0
ISBN Digital: 978-956-324-767-1

CIENCIAS POLÍTICAS
320

Fotografía de portada: María Paz Morales
Diseño y diagramación eBook: Sebastián Valdebenito M.
Corrección de textos: Cristine Molina
Dirección editorial: Arturo Infante Reñasco

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Primera edición: diciembre 2019

Registro de propiedad intelectual: A-310714
ISBN: 978-956-324-764-0
ISBN Digital: 978-956-324-767-1

© Alberto Mayol, 2019

© Catalonia Ltda., 2019
Santa Isabel 1235, Providencia
Santiago de Chile
www.catalonia.cl – @catalonialibros

Índice de contenido
Portada
Créditos
Índice
Presentación ¿Caiga quien caiga?
Prólogo
Capítulo 0: Una consideración y breviario de lo ya dicho
Capítulo 1: Es el economista estúpido
Capítulo 2: La sociedad no existía
Capítulo 3: Y la sociedad sí existía, pero en forma de malestar
Capítulo 4: La cristalización de la estructura
Capítulo 5: Ciclo de crisis
Capítulo 6: Ecuaciones de la viabilidad del neoliberalismo
Capítulo 7: La cuestión moral
Capítulo 8: Un potlatch explosivo
Capítulo 9: Lo que los economistas no pueden comprar
Capítulo 10: Malestar, el obsceno pájaro del modelo
Capítulo 11: El pacto
Capítulo 12: Los ricos invisibles
Capítulo 13: Consolidación de la tesis del derrumbe
Capítulo 14: Todas las tesis todas
Capítulo 15: La sociedad del espectáculo y el malestar
Capítulo 16: Después del neoliberalismo
Referencias
Notas

A Claudia, Alessandro, Antonella y Federico.

Totalmente…

Presentación 
¿Caiga quien caiga?

En la película Invictus, de Clint Eastwood, hay una escena donde Nelson Mandela, recién ungido como presidente de Sudáfrica, debe enfrentar al nuevo Comité de Deportes del país. El Comité trae una proposición radical: cambiar los colores de la camiseta del seleccionado de rugby de Sudáfrica para enfrentar el mundial de 1995, que se desarrollaría en ese país, con una nueva imagen, lejos de aquella representada por el verde y dorado del Apartheid.

Mandela rechaza la idea de plano y se traslada a las oficinas del Comité, para explicarles en vivo las razones de su negativa. Dice Mandela, representado magistralmente por el actor Morgan Freeman: “Entiendo la decisión que han tomado. Estoy al tanto de que fue unánime. Pero les pido que cancelen esa propuesta. Que restauren su nombre, sus emblemas y sus colores, de inmediato. Nuestro enemigo ya no es el afrikáner, ahora son nuestros compatriotas sudafricanos. Nuestros socios en esta democracia. Y ellos adoran el rugby y a su selección. Si les quitamos eso, los perdemos. Entiendo todas las veces que ellos nos negaron todo. Pero este no es momento para venganzas pequeñas. Este es el momento de construir una nación. Ustedes me escogieron como su líder. Déjenme liderarlos ahora”.

La historia consigna que Sudáfrica ganó por primera vez el Campeonato Mundial de Rugby en 1995, ganándole al equipo —hasta entonces imbatible— de Nueva Zelandia. Y Nelson Mandela bajó del podio presidencial y entregó la copa al capitán sudafricano, el rubio y fornido Francois Pienaar, sorprendiendo a todo el mundo al vestir la verde-dorada camiseta de la selección sudafricana.

Los liderazgos extraordinarios del siglo XX, los de Mandela, Gandhi, Churchill, más los que encabezaron movimientos insurreccionales en calles de París, en selvas de América Latina… esos liderazgos que eran por todos conocidos, fantasiados y extrapolados hasta la ridiculez son hoy un resabio de una época que quedó atrás, inexorablemente atrás, destruidos por tecnologías que horizontalizaron comunicaciones que antes eran verticales —del medio al público, del poder político al medio—, deshaciendo, a medida que más cosas se conocían, el concepto sagrado de la política clásica y constatando que la corrupción, el arreglo bajo la mesa, la traición de aquello que se negoció bajo cuerda era mucho más frecuente de lo que se creía.

En Chile, el golpe de gracia lo dio en una década la caída simultánea de elites aparentemente incombustibles: la Iglesia, Carabineros y FF. AA., los medios de comunicación clásicos, los empresarios y políticos, que parecían grupos con intereses distintos, hasta que las épocas de elecciones hacían que unos fueran a mendigar recursos a los otros, fuera de las normas y reglas electorales, produciéndose un momento epifánico, con convergencias de mirada de futuro.

El libro de Alberto Mayol tiene, a mi modo de ver, dos méritos extraordinarios: primero, se sitúa en un momento desprovisto de esos líderes de antaño, que explicaban tantas cosas que ocurrían. Y, segundo, intenta ordenar las pulsiones que rigen la actualidad, sin sucumbir a las explicaciones únicas. Esas que hacen ver las cosas en blanco y negro, nosotros y ustedes, aterrorizados porque la dificultad de entender lo que pasa los empuja aceleradamente al fanatismo.

Si hay algo de sanidad mental al mirar lo que está ocurriendo en Chile y sus alrededores, eso consiste en no solo observar lo factual, las noticias y sus evidencias, sino también las paradojas, donde la ausencia de líderes absolutos y absolutistas, a la usanza del siglo pasado, es quizás la principal. Con esto no trato de decir que lo que está ocurriendo es fruto de una romántica sublevación del pueblo, todos con una misma cara, un mismo propósito, una misma consigna. No. Lo interesante —y Alberto Mayol lo desmenuza como quien rebana un kilo de jamón en láminas casi transparentes— son las hipótesis sociales y la red de relaciones que se multiplican en estos momentos de ebullición. Y que son tan difíciles de captar porque no están los líderes clásicos explicándolo todo y porque los nuevos líderes no se comunican como nos enseñaron en las clases de historia de antaño.

El libro de Alberto Mayol tiene de todo. Un superávit sospechoso, a mi modo de ver, de citas del Viejo y Nuevo Testamento que, bromas aparte, parecen tener una vigencia asombrosa a la hora de explicar algunas cosas. Gráficos y números, curvas y tablas, que respaldan con la necesaria dosis de factualidad las ideas y conjeturas del autor. Hay otro grupo de frases de antes, pero que parecen de hoy, que tienen su origen en canciones populares de hace dos y tres décadas, particularmente de Los Prisioneros. A ese aporte cultural se suman los rayados de este estallido social, escogidos con muy buenas pinzas, para transmitir teoría social en la forma de poesía. Mi favorito es esa foto de una mujer joven que levanta un letrero que dice: “Son tantas weás que no sé qué poner”. Ocho palabras que revelan tan claramente por qué se equivocaron los que creían que esto se paraba suspendiendo los treinta pesos de alza del Metro. O regalándoles más cosas todavía a los camioneros y su No Más Tag. O incluso quienes creyeron que la expectativa de una nueva constitución haría que la gente dejara de salir.

“Son tantas weás que no sé qué poner”. Esa es una ecuación de adición continua, donde cada grupo o persona vio en los treinta pesos del alza del Metro su propio abuso particular. Las mujeres y su maltrato eterno; las pymes y la espera injusta a la hora de cobrar después de un aplazamiento tras otro del más grande; la persona que sabe que el remedio que le compra a su madre vale 60% menos al otro lado de la cordillera, pero no tiene ni los recursos ni los contactos para encargarlos allá. Está todo el escenario del ninguneo verbal. Como la explicación que sale de la boca de ministros y parlamentarios, de distinto signo, diciéndole al que sale de la casa a las cinco de la mañana y llega a las diez de la noche que hay que levantarse más temprano y acostarse más tarde todavía. Y está la agresión más canallesca, disfrazada de consejo paternal: “Hay que cuidar la pega”. Que se entiende como: “Trabaje, no sea conflictivo y agradezca que vuelve mañana”.

La suma de todos esos miedos es la paradoja que hoy recorre nuestras calles y ciudades, que Alberto Mayol describe pormenorizadamente y que calza como un guante con el letrero mencionado.

Una palabra final al tema de la justicia, tema tutelar en el libro. Por donde sea, en el texto del autor, en las fotos explicativas, en los gráficos y tablas, en las citas bíblicas y las otras aparece siempre, como actriz principal, la enervante ausencia de justicia. Que, por cierto, tiene que ver con cómo se distribuyen los recursos, la calidad de los salarios, la imposibilidad de que la meritocracia nunca llegue a más que un discurso, el desprecio ancestral por los pueblos originarios, la escasez de mujeres en lugares de poder, los servicios públicos de salud y pensiones versus el privado y de las FF. AA. en las mismas materias. La gente puede tolerar grandes dosis de desigualdad material, en todas partes del mundo. Lo que revienta la burbuja es constatar que el mecanismo regulador de esas diferencias en democracia, la aplicación de justicia, sea extremadamente desequilibrado.

Y aquí hubo una oportunidad de demostrar que las palabras coincidían con los hechos. Que la justicia chilena podía ser aplicada, caiga quien caiga. Ese momento fue el caso del financiamiento ilegal de la política, probablemente el más determinante de la convicción ciudadana, en las encuestas, de que la clase política dejó de representarla. Porque estuvo todo para demostrar que nadie está sobre la justicia. Y se tomó la decisión de hacer zafar a casi todos, con un par de ejemplos minúsculos de justicia simbólica y ridícula. El grado de daño de esa resolución transversal de no morder, sino solamente lamer a los infractores, probablemente fue el combustible que estaba esperando la suma de todos los miedos para que un alza menor en el precio del Metro se transformara en un grito de desesperación incontenible.

Alberto Mayol nos trae un libro que está lejos de vanagloriarse de otro anterior donde pronosticó buena parte de lo que está pasando. Lo que sí hace es ordenar elementos cuando más se necesita de perspectiva. Y ese orden de eventos y decisiones es bien elocuente y explosivo. Como un big bang, medio segundo después de producido. 

Cuando se ve el fogonazo y todo el material proyectado al universo.

Sin saber todavía si se recordará como el fin de una historia o el comienzo de otra.


Fernando Paulsen

Noviembre 2019

Prólogo

Hay un principio fundamental en la sociología, aplicable a muchas otras disciplinas o a todas, que señala que no se debe hacer pronósticos ni predicciones. Eso no evita que se hagan, pero como tales predicciones resultan generalmente erradas, los autores suelen callar prudentemente ante los porfiados hechos o reniegan olímpicamente tales predicciones y presentan nuevos análisis que se acomodan perfectamente a lo sucedido. Lo raro en este negocio es que alguien apueste fuerte y gane. Es lo que ocurrió con el autor de este libro, que antes escribió otro (El derrumbe del modelo) y otros más, en que predecía los impredecibles acontecimientos que estallaron el 18 de octubre de 2019.

Alguien resentido dirá que tuvo suerte. Y es cierto, si recordamos a Maquiavelo. Porque don Nicolás, este señor, bienintencionado y tiernamente enamorado, según sus cartas (y que fue transformado en maquiavélico por la Iglesia porque le estaba echando a perder el negocio), decía cosas muy interesantes. Decía que el ser humano sólo puede intervenir en la mitad del devenir histórico, porque la otra mitad la define la fortuna o el azar.

Tuvo suerte Alberto Mayol, porque la fortuna no quiso que ocurriera un terremoto grado 10, o que algún insensato apretara ese botón rojo que tienen para transformar el planeta en callampa nuclear, o que ganáramos el mundial de fútbol, o que los ricos tuvieran un ataque de locura y se transformaran en buenos y honrados. Tuvo suerte y sus análisis le dieron la razón en sus predicciones. Con eso ya es bastante como prólogo, lo demás es lo de menos.

Este libro no podía aportar nada nuevo, porque ya estaba todo dicho. El problema es que se le escuchaba poco, se le entendía menos y se le rechazaba demás. Entonces había que volver a explicarlo, ahora a la luz de estos nuevos acontecimientos, que no sé si estremecieron al mundo, pero estoy seguro que hay varios estremecidos que están tratando de buscar alivio a sus estremecimientos.

Como no soy de los que se arriesgan a pontificar qué es lo que va a pasar con todo esto tan contundente, sólo me atrevo a arriesgarme con la novedosa frase: “la situación es compleja”. Y cuando la situación es compleja uno trata de comprender o se va a dormir; usted elija.

Es cierto, este libro no podía aportar nada nuevo, porque ya estaba todo dicho. La gracia del texto no es decir algo nuevo, sino interpretar lo que empieza a ocurrir en este octubre y permitir su comprensión. Es un libro escrito con la alegría del “¡ya se los había dicho!”, pero también es un libro que entrega elementos para evaluar el destino de lo que está sucediendo. Y eso no es poca cosa cuando la pregunta recurrente de los que vivimos estos espectaculares sucesos suele ser: “¿Y qué cree usted que irá a pasar con todo esto?”. Nadie sabe y se hacen hipótesis infantiles sin atreverse a hacer una verdadera apuesta en la que se ponga en juego la fortuna y el honor.

Naturalmente el texto recoge bastante de lo ya sembrado en escritos anteriores, pero el grueso de él esta dedicado a explicar lo que está sucediendo, por qué está sucediendo y qué significa este suceder. El autor tiene dos ventajas difíciles de encontrar en sociólogos y analistas sociales: escribe bien y tiene profundidad cultural. Esto permite que se lea sin sufrir y que no aparezca como pedantería superficial la articulación de enfoques desde la psicología, la antropología, la sociología, la filosofía y la economía que le dan consistencia al modelo teórico que se va desarrollando. Al mismo tiempo, esto permite entender temas y problemas muchas veces presentados con una artificial dificultad.

Para sintetizar el estilo de la exposición se podría decir que Alberto Mayol trabaja un entramado de constantes y variables que permite relacionar la información empírica con la comprensión teórica. Los epígrafes que encabezan los capítulos son una buena expresión de ese entramado, donde aparece completamente racional y comprensible que se alternen pasajes de la biblia con canciones del grupo musical Los prisioneros. En el libro aparecen las constantes de la gran teoría de los clásicos, constantes que no son eternas, pero sí de largo plazo dada su densidad, constantes que otorgan sentido a las variables de información empírica que proviene de investigaciones propias, de análisis secundario de datos y de directa referencias a medios de comunicación.

No podría decirse que el autor haga votos de amor al prójimo, especialmente de amor al prójimo economista, pues no le perdona su soberbia ignorancia de las consecuencias sociales de sus recetas, su desconocimiento de las normas sociales y de la sociedad misma. No es que el economista sólo sea un técnico, es un mal técnico. Es un ignorante que no sabe con qué material está trabajando.

Con los otros prójimos el autor tampoco suele ser muy piadoso, no sé si habría que serlo. A algunos podría incomodar que haya mucha autoreferencia del autor, pero esto resulta indispensable por el tipo de trabajo de que se trata. Por otra parte se entiende la euforia de la predicción cumplida: es muy difícil darle el palo al gato, pero es mucho más difícil reconocer a otro que le haya dado el palo al gato. Cuestión de vanidades en la que nadie puede lanzar la primera piedra.

Y en cuestión de vanidades, naturalmente nadie está dispuesto a abandonar la propia, por lo que, en el actual carnaval de interpretaciones de los acontecimientos recientes, cada uno se abrazará amorosamente a su genial interpretación. Podrá decirse, según la profundidad del discurso, que son generales después de la batalla, algunos coroneles, otros capitanes, tenientes o soldados rasos, tratando de explicar lo que ha pasado.

Más allá de la capacidad predictiva del autor, que es lo que tiene más venta, su hipótesis teórica respecto de las relaciones entre bases materiales y cultura, especialmente orientaciones normativas, resulta un desafío interesante. Su aplicación a una situación histórica concreta es lo que permite evaluar su potencial capacidad de dotar de sentido a los acontecimientos y plantear un marco de comprensión.

Todo lo anterior no significa que esté ya agotada la explicación de los hechos. Eso es obvio. En el continuo heterogéneo de los fenómenos es posible construir una infinita variedad de historias a partir de la adopción de una infinita variedad de perspectivas, cada una de las cuales recogerá y hará significativos los datos que a ella correspondan. Cada historia tendrá su sentido sin negar el sentido de las otras posibles. Esto entrega tranquilidad y confianza para que cada cual pueda seguir sosteniendo su propia interpretación de los acontecimientos o invente nuevas, si así le parece. Mientras, aquí tiene un relato consistente que le servirá para reafirmar sus propios juicios y prejuicios.

Rodrigo Baño

***


El héroe de esta historia no existe. Hay algo que estalló y algo que se derrumbó. Ambas cosas son la misma cosa. Y cuando ocurrió, todo se llenó de asombro, como si un dios hubiese dictado sus leyes, como si un apocalipsis hubiese sido convocado. Es el big bang, caos y creación a la vez. El protagonista se llama Escombro, el protagonista se llama Fuego, el Dios exige Humildad, el Dios exige Rendición. Todos los nombres propios desfilan entre los derrotados. Dante los observa, círculo por círculo, reseñando sus pecados. Usted los puede ver. Le dicen que saben descifrar el mensaje, gimen pidiendo clemencia, esperan que el fin del mundo tenga la gentileza de no aniquilar sus privilegios. Esto es por el lado de la derrota. Pero por el lado de la victoria no hay nombre alguno, por el lado de la victoria el autor es desconocido, el autor es silente, el autor es anónimo, el autor somos todos, el autor no es nadie. Y es que por el lado de la victoria solo pasó Abadón con la llave del abismo. 

Capítulo 0: 
Una consideración y breviario de lo ya dicho

Todos somos cómplices del orden social. Solo los gravemente postergados, o personas muy radicalizadas, desean y no temen una caída de las rutinas y de las estructuras en las que habitamos. Nunca olvide esto para comprender procesos donde millones de personas están dispuestas a tensionar de diversas maneras el orden social. No se equivoque, no pueden hacerlo cuatro fanáticos, ni siquiera diez mil. El orden social es algo muy poderoso, estable, una especie de dios silente que gobierna nuestros días. Si millones de personas están dispuestas a botar por la ventana ese orden, asumiendo los imprecisos y enormes costos que tendrá (porque los tendrá), hay algo poderoso detrás de ello. No lo olvide. No siga buscando al culpable policial para explicar los hechos. No hay conspiración que valga para comprender ciertos acontecimientos cuya magnitud es su principal rasgo. Cuando la historia habla con voz rotunda, no presione a su mente para buscar la explicación en una célula terrorista, en un ataque internacional, en la organización malévola y destructiva de un partido político radicalizado.

Todos somos cómplices del orden social. Y si en veinticuatro horas cae dicho orden, es bueno que usted se notifique de algo: eso no es normal, eso es grave y eso es grande. Y podemos ir más lejos. No busque un culpable, porque no hay un culpable. Porque solo el orden social puede hacer colapsar el orden social. Una célula terrorista no mata a Dios. Solo hace caer una iglesia. En esto la confusión es mala consejera.   

Llevo ocho años y medio trabajando este ciclo de crisis. Le pusimos atención, junto a mi equipo de investigación1derivado de otra temática (relacionada) que trabajábamos en un proyecto Milenio con Raúl Atria y Carlos Ruiz Encina, a quienes no les interesó mayormente esta línea de trabajo. Lo que encontramos es lo que llamamos “serendipia” en la investigación. Desde que vimos los primeros elementos de una posible crisis de malestar, antes del movimiento estudiantil de 2011, decidimos seguir el fenómeno. Fue la decisión más importante de nuestra vida investigativa. Y la más sorprendente. Personalmente me cambió la vida: hasta ahí me dedicaba a la teoría sociológica y a la estética. El trabajo empírico me divertía, me gustaba, pero no era mi pasión. Sin embargo, haber encontrado el “animal” (así le decíamos al malestar) fue algo formidable, un desafío mayor. Buscar su posición, su dirección, su velocidad… fue apasionante. Inventamos métodos incluso. La sociología comprende bien las estructuras, la antropología logra llegar a la geología profunda de esas estructuras, pero la verdad es que no hay un desarrollo teórico o metodológico claro para seguir los fenómenos sociales a partir de su energía. Ese fue siempre un atolladero. Cinco cientistas sociales coincidirán en los actores de un conflicto, en las fuentes de este, pero ante la pregunta sobre las consecuencias que tendrá dicho conflicto unos dirán que serán muchas consecuencias, otros dirán que son pocas, otros dirán que ninguna. En mi tesis doctoral trabajé este problema, entre otros. Creo que su mera problematización ayuda a tener al menos una sensibilidad con dicha “variable”. 

Lo cierto es que, desde hace diez años, con solo seguir el malestar día tras día, hemos tenido que aprender de muchísimas cosas que, aun cuando se expresan en lo político y lo económico, son muchísimo más amplias. A continuación sintetizamos la trayectoria intelectual de las tesis construidas en estos años. Ha sido un período de fervor intelectual, pero también un espacio incómodo en el espacio disciplinar y profesional por los ataques. Sin embargo, en esa incomodidad nace una esperanza: parece que hay gente a la que le importa que exista o no una determinada tesis. Y eso ya es positivo.  

En 2011 publiqué un artículo y di una polémica conferencia en un foro empresarial que se tradujo en un exitoso libro, publicado en 2012, donde señalaba que el modelo neoliberal, en Chile, había comenzado su proceso de derrumbe. Argumenté entonces que la base de legitimidad del modelo se había horadado a tal punto que ello afectaría su operación en los siguientes años. En ese libro (El derrumbe de modelo) se detalla cómo el concepto de “abuso”, referido y nombrado de diversas maneras, era la clave de la crisis de legitimidad. La conferencia fue muy polémica porque Chile es un famoso caso de éxito del neoliberalismo y porque la conferencia fue ante las personas más ricas de Chile, defensoras del modelo neoliberal.

En 2012, al mismo tiempo de publicar El derrumbe del modelo, publiqué No al lucro, obra que se hacía cargo de la dimensión política de la tesis del derrumbe. En este texto se explicaba que el orden político transicional, derivado de las negociaciones de salida de la dictadura, no resistía altos niveles de politización y que, por tanto, junto con la caída del modelo, se desplomarían las bases políticas de la transición o posdictadura.

En 2014 publiqué un libro (Nueva Mayoría y el fantasma de la Concertación), que no tuvo mayores repercusiones, sobre el destino del proyecto político de la naciente coalición Nueva Mayoría. Se predijo en esa obra que dicha coalición no tendría nunca vertebración política, que su proceso de reformas no gozaría ni de profundidad ni de capacidad para dar una respuesta suficiente al ciclo de crisis iniciado en 2011. Eso se reflejaría en el retorno a la forma “concertacionista”, donde las orientaciones actitudinales en favor de la transformación social, económica y política dejarían paso a los grupos más refractarios al cambio. La nueva coalición, en tanto tal, sería gatopardista y, con ello, no podría ser considerada una respuesta que subsanara los elementos álgidos del ciclo de crisis. 

En el mismo libro de 2014 se señala que, en Chile, el endeudamiento se ha transformado en un sospechoso, pues lleva consigo no solo una obligación gravosa, sino una traición y una mentira de parte del acreedor sobre el deudor. El acreedor tiene una deuda política y moral, mientras el deudor tiene una deuda monetaria. Pero el acreedor no pagará su deuda y el deudor está obligado a hacerlo. Se dice textualmente en ese libro que después de la traición siempre viene la evasión y la morosidad. El final del camino de la ilegitimidad del cobro de la deuda, por la sensación de usura, es la desobediencia y la cesación de pagos. La crisis de legitimidad se traduce en acciones concretas, tal y como la pérdida de legitimidad en el Transantiago generó evasión por parte de los usuarios.

En 2015 publiqué, junto a José Miguel Ahumada, un libro titulado Economía política del fracaso, donde se señala la falsedad de la hipótesis modernizadora que sostiene el modelo neoliberal, cuyos defensores suelen argumentar que el ciclo de crecimiento desde 1985 en adelante implica un proceso de modernización de la economía chilena. Esto implica decir que los desafíos que Chile afronta no son modernos.

En 2016 publiqué una obra donde se explicaba que la elite chilena —denominada en el texto “pacto de la elite transicional”— era un muerto caminando y que no tardaría en ocurrir el sinceramiento de su inoperancia. En aquel texto mencioné que los impugnadores (que pronto llevarían el nombre de Frente Amplio) nacían gracias a la devastación del mencionado pacto, pero que estaban siendo débiles y no parecían capaces de tomar en sus manos el proceso de crisis iniciado en 2011 para vertebrar una solución. 

Estas seis aseveraciones, de las cuales cinco son predicciones, se pueden dar hoy, en 2019, como verificadas. Es cierto que en ciencias sociales los procesos de verificación son complejos, pero en este caso habrá que reconocer la contundencia de los hechos y la claridad de las argumentaciones sobre lo que acontecería. El Big Bang de octubre de 2019 muestra de manera extrema la precisión de estas observaciones. 

El libro que usted tiene en sus manos pretende cerrar la comprensión de la naturaleza y el alcance del ciclo de crisis 2011-2019. Es interesante decir que muchos académicos y participantes del sistema político en Chile declararon en estos ocho años que mis tesis eran “ficción”. A decir verdad, como se suele decir no sin patetismo, la realidad (el Big Bang que vivimos) ha superado otra vez a la ficción. Y es tal la superación, la sorpresa, la magnitud, que se requiere profundizar y consolidar el proceso de comprensión que se fue bosquejando en las obras anteriores. Este es, entonces, un esfuerzo de comprensión amplio sobre la crisis del neoliberalismo en Chile; es una sociología, una antropología y una lectura politológica sobre su caída. 

Como se ha señalado, la crisis ya es visible en 2011. Pero Aristóteles, en su teoría sobre la tragedia griega, decía que una cosa es la “crisis”, cuando los hechos revelan una contradicción que se ha encarnado, y otra cosa es el “reconocimiento”, esto es, cuando los personajes pueden comprender que efectivamente la crisis ha ocurrido. 2011 es la crisis, 2019 es el reconocimiento. 

La comprensión conceptual de los hechos acontecidos en Chile es muy relevante para el mundo. Chile ha sido el experimento más radical del neoliberalismo y la más osada sociedad de consumo. Su derrumbe parece ser el prólogo de los efectos derivados de los desequilibrios normativos, políticos, sociales y culturales que el modelo neoliberal produce.

Chile era el ejemplo de estabilidad neoliberal. Y sin embargo se movía. 

Como es evidente desde la primera página, este libro no goza del atributo del optimismo. Describir un apocalipsis es siempre una noticia perturbadora, aun cuando lo caído sea lo que evaluamos digno de caer. Para operarme de este pesimismo solicité para la portada una hermosísima foto, grácil, llena de resistencia y belleza a la vez. La primera vez que la vi me quitó el aliento, la juzgué de imposible. Agradezco a la fotógrafa, María Paz Morales, permitir este uso. Espero que la esperanza que esa foto connota sea más fuerte que las penosas convicciones que albergo luego del examen de los hechos. Espero así encontrarme con T. Adorno, quien decía:

“El arte es magia liberada de la mentira de ser verdad” 

Capítulo 1: 
Es el economista estúpido

Porque con la medida que midan a otros,
serán medidos ustedes.

Lucas 6:38

La sociedad tiene una economía que la economía no entiende.

La palabra economía significa la ‘norma del hogar’. Se usaba en Grecia para referir a la hacienda doméstica, a eso que llamamos familia y a su esfuerzo por sobrevivir materialmente (de ahí que hogar se define por la cocina, por el fuego). Vivimos hoy en un mundo algo extravagante donde la economía no observa los hogares. Estudia los presupuestos de las familias cada cinco años y sistematiza las deudas del hogar cada tres. El foco es buscar equilibrios macroeconómicos. 

El Chile de los últimos cuarenta años es un país cuya norma gobernante es la de los economistas neoliberales, cuya principal defensa a su favor es señalar su propia inexistencia (pues argumentan que existen corrientes neoclásicas, monetaristas, ordoliberales, entre otras, pero no neoliberales). Chile ha tenido dictadura y democracia en este período, pero siempre ha vivido en neoliberalismo. Nadie puede repetir ese récord en el mundo. Claro que la palabra economía ya no significaba ‘la norma del hogar’, sino ‘la norma de la empresa capitalista’. Y esta norma derivó en una crisis de anomia, que significa ‘ausencia de normas’. No abundaré en esto (del oiko-nomos al a-nomos), aun cuando es interesante. Es importante que los economistas puedan observar las diversas dimensiones que descuidaron.  

¿Tiene usted conciencia de cuánto se equivocaron los economistas, año tras año, para haber llegado al Big Bang del 18 de octubre de 2019? No es lo más importante de esta historia, pero en el principio fue el verbo y por allí debemos partir. Y el verbo de Chile fue mercantilizar. Y mercantilizar era Dios. Ese fue el orden, la operación en régimen. El 18 de octubre (nuestro 18 de Brumario) el verbo fue suprimido y los mercados quedaron en estado de sitio. ¿Cómo el funcionamiento de las normas científicas de los economistas terminó con la específica forma de vida económica que ellos habían procurado? Es una pregunta importante para comenzar esta pequeña historia de sueños tecnocráticos rotos y de un ex exitoso país que tendrá que pagar la cuenta de los ahorros a los que lo obligaron o forzaron los Chicago Boys. Porque hoy Chile y los chilenos comienzan a pagar la cuenta de toda la austeridad del Estado y de todo el consumismo privado.

La frase “es la economía, estúpido”, violentada en este título, hace referencia a la campaña de Bill Clinton de 1992 cuando, al tener que enfrentar a George Bush (quien gozaba de un porcentaje de aprobación altísimo por su política exterior y el resonante triunfo en Irak), se definió cambiar el eje de la discusión desde la política a la economía. El asesor James Carville apuntó en un muro de la oficina del comando de Clinton “the economy, stupid”. La estrategia fue un éxito impresionante, pues el discurso cambiaba desde el éxito político a la situación económica de los hogares. Clinton logró así cambiar las reglas de la competencia. La frase nunca fue enunciada en público, pero el rumor sobre ella se transformó en un potente río para referir a la necesidad de lo obvio. Nosotros hemos subvertido la frase, cambiamos la “economía” por el “economista” y le quitamos la coma. Con ello, es el economista el estúpido, pero por las mismas razones argumentadas por Carville en 1992: los economistas defensores del modelo neoliberal en Chile dejaron de lado las variables de la economía de los hogares y se refugiaron en las condiciones estructurales de las finanzas, las grandes empresas y los datos país. A eso le llamaron responsabilidad. Y a la adaptación de Chile a estas reglas se le llamó necesidad. Y a toda argumentación diferente a las señaladas por los Chicago Boys y sus seguidores se la calificó de pseudociencia e ideología.  

Esta es la historia de un país responsable que cumplió ante los dioses de su Olimpo, que le cumplió al Fondo Monetario Internacional, a sus grandes inversionistas, a la elite política, a sus economistas expertos. Chile cumplió una y otra vez. Y un día todo se derrumbó. 

Desde que el neoliberalismo imperó, Chile cumplió con ser responsable: evitar el déficit fiscal, políticas públicas austeras, evitar todo ascenso de la calificación de riesgo del país. Cada ministro de Hacienda, uno después de otro, cumplió con la ley mosaica de nuestro modelo. El Fondo Monetario Internacional observaba a Chile, como Dios a Job, poniendo a prueba a sus ciudadanos. Al igual que en el Libro de Job, los chilenos resistían los embates y Dios se regocijaba de nuestra fe inquebrantable. Pero en el Libro de Job todo tiene un límite y hay un momento en que el bueno, buenísimo, buenazo de Job mira al cielo y le dice a Dios, agotado ya de tan duras pruebas a su fe: “¿Acaso son de carne tus ojos?”. Sí, es sorprendente el instante; el humano le pregunta a Dios si son de carne sus ojos, le pregunta si acaso carece de los atributos de un dios y si cuenta, en cambio, con los de un simple humano. Le dice Job a Dios, sin decirle, que quizás está siendo miserable, vengativo, indolente. Acaso son de carne tus ojos y un signo de interrogación. Con eso bastó. Dios es sabio y comprendió que había llegado demasiado lejos: matar a la esposa de Job, a todos sus abundantes hijos, dejarlo en la pobreza, someterlo a una enfermedad insufrible llena de pústulas, picor y dolor; sí, dijo Dios, quizás he sido demasiado duro al ponerlo a prueba. 

Dios comprendió que se había excedido con el bueno de Job, con su creyente favorito (porque lo era: Dios lo observaba cada día y se felicitaba de tener un súbdito como Job). Dios comprendió. Lo hizo porque es sabio, porque es un ser feliz, porque se había equivocado y podía recapacitar. Se puede ser omnisciente y todopoderoso y estar equivocado, quizás pensó Dios, frente a su escritorio. Y reparó el daño: le dio nuevamente fortuna a Job, le dio una nueva esposa, nacieron muchos hijos, la enfermedad se retiró de la escena. Lo malo había terminado. Es palabra de Dios. Nada menos que Él supo comprenderlo. No fue el caso de quienes tenían dominio en Chile. Sí, reconocía, Job era muy bueno, pero debía ser mejor y toda falta debía ser seriamente castigada.

Es importante comprender los mensajes, incluso para Dios. Por eso no es de segundo orden preguntarse qué pasó con el Job del neoliberalismo, qué pasó con Chile, el creyente más fiel, el más respetuoso, quien siguió los preceptos y luego de desregular mercado tras mercado se desreguló a sí mismo y entró en disrupción, avanzando hacia trastornos explosivos intermitentes y tornándose desafiante, frustrado, impulsivo y desproporcionado. 

¿Por qué un día Chile convirtió treinta pesos en treinta años?2

Nadie podría negar que eran treinta pesos (0,05 dólares aproximadamente) los que estuvieron en el origen de todo (el aumento de la tarifa del Metro). Pero, al igual que Job que toleró los más grandes dolores sin rebelarse, llegó un punto en que decidió que no toleraría más. Había aceptado con tribulaciones las muertes de sus cercanos, pero estalló ante una enfermedad a la piel. No, no era una enfermedad a la piel el problema; era la suma de todo lo anterior. Cuando Job se rebeló lo hizo por las pústulas y la picazón, pero detrás de ello estaba todo el ganado muerto, su esposa muerta, sus hijos muertos. No fue la picazón, sino todo el dolor acumulado. Pero los tecnócratas3 en Chile dijeron: “Son treinta pesos” y agregaron que incluso el alza del precio del Metro (que a eso se referían los treinta pesos) no afectaba a quienes protestaban, los estudiantes, cuya tarifa se había mantenido. Y luego los administradores del modelo decidieron ir más lejos y desafiaron a los estudiantes: uno les dijo, por televisión, que su protesta había sido un fracaso, un par de días antes de que la protesta evolucionara al mayor estallido social de la historia de Chile. El otro, por redes sociales, se burló del esfuerzo de los estudiantes de asociar la crítica al aumento de tarifa a la sociedad de consumo y publicó en una red social que todo estaba tranquilo en un barrio universitario, que las personas hacían filas para comer en McDonald’s y que quienes se imaginaban que esto sería similar a lo de los chalecos amarillos debían quedar esperando su revolución frustrada. 

Pocas horas después los chalecos amarillos de Francia parecían unos tiernos ositos de peluche al lado de las protestas que en cuestión de horas transformaron el problema en una crisis sistémica. Ya no eran treinta pesos. Eran cuatrocientos millones de dólares en daños en Metro, era otra cifra equivalente en daños a propiedad privada, era una cifra inferior pero no desdeñable en daño a infraestructura pública aparte del Metro, era al menos un mes de jornadas laborales reducidas, eran la COP25, la APEC y la final de la Copa Libertadores suspendidas, eran los turistas cancelando sus viajes, eran los despidos en el comercio y el turismo, era el aumento de compra de armas. Definitivamente no eran treinta pesos. Era la invitación a las peores semanas de la posdictadura chilena. 

Quienes dijeron “son treinta pesos” lo hicieron respondiendo a una forma de ver la realidad, a un paradigma que ha sido sostenido por las corrientes de la economía (nos referimos a la disciplina económica) dominantes en Chile. Para ellos la gestión de la sociedad es ante todo económica y la forma de hacerlo está en la estructura de incentivos, convirtiéndose la política pública y la legislación en un diseño de conductas individuales probables ante un escenario dibujado por la norma legal o burocrática. Este paradigma administró Chile desde la dictadura. Pero en dictadura la gestión de esto tenía algunas granjerías: la acción militar impune podía controlar todo lo que la economía no podía comprar. Si bien esta variable había cambiado durante la transición (no era llegar y mandar a llamar a las fuerzas de orden, por el significado que portaban), las problemáticas que estaban ajenas a lo económico siguieron siendo fundamentalmente de seguridad. Existía el crecimiento y la seguridad, el dinero y el orden. No fueron muchos quienes estuvieron disponibles para revisar la abundante literatura académica que establece la continuidad entre neoliberalismo, marginación y delincuencia. Más bien se dijo todo lo contrario: que no había nada más delincuencial y corrupto que alguna clase de modelo distinto al chileno.

Ya son bastantes los años en que los chilenos miraron a quienes promovían y organizaban el destino del modelo chileno y preguntaron, primero tímidamente, si acaso eran de carne sus ojos. Los chilenos intentaron decirlo a los economistas, a los políticos, a los empresarios y, por su intermediación, intentaban que lo comprendieran en el Fondo Monetario Internacional y en el Banco Mundial. Pero la respuesta fue el silencio, o cuando mucho una promesa que no se cumpliría. Y Chile siguió la ruta, de ministro de Hacienda a ministro de Hacienda. Chile siguió siendo responsable y continuó entregando los datos más prístinos a fin de año, el equilibrio fiscal correcto, siguió dejando en claro que el alumno se había esforzado, que había ido al sacrificio y que nuevamente había cumplido para mayor gloria del proyecto. Job no podía resistirse a seguir siendo el cumplidor y doliente objeto de la presión divina, aun cuando cada cierto tiempo se desregulaba y hacía flamear alguna bandera levemente incorrecta que requeriría del cariño y la comprensión de Dios. Y era entonces que se le otorgaba alguna migaja, para, luego de su gratitud, volver a presionar con un nuevo cobro, con una nueva alza programada, con una nueva explicación más insuficiente incluso que el presupuesto.

Chile fue responsable. Y durante décadas, durante treinta años, ya en democracia y sin estar obligados, Chile decidió presionarse a sí mismo para ser casi tan responsable con las órdenes superiores del modelo como se había sido en dictadura. Que la libertad del hombre no dañe la libertad del mercado