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ÍNDICE

PARTE I • UNA SARTA DE DESCONOCIDOS

CAPÍTULO I • Niu Xiaoli

CAPÍTULO II • Li Anbang

CAPÍTULO III • Tú conoces a toda la gente

CAPÍTULO IV • Yang Kaituo

CAPÍTULO V • Niu Xiaoli

APÉNDICE I

APÉNDICE II

PARTE II • TÚ YA CONOCES A TODA LA GENTE

PARTE III • EL LAVATORIO

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I
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H
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N
Y
U
N

La era de los embusteros

Nunca confíes en las coincidencias.

(Palabras sabias de mi tío tercero)

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siglo xxi editores

CERRO DEL AGUA 248, ROMERO DE TERREROS, 04310, CIUDAD DE MÉXICO

www.sigloxxieditores.com.mx

siglo xxi editores, argentina

GUATEMALA 4824, C1425BUP, BUENOS AIRES, ARGENTINA

www.sigloxxieditores.com.ar

anthropos editorial

LEPANT 241-243, 08013, BARCELONA, ESPAÑA

www.anthropos-editorial.com

Catalogación en la publicación

Nombres: Liu, Zhenyun, autor. | Arsovska, Liljana, traductor.

Título: La era de los embusteros / Liu Zhenyun ; traducción de Liljana Arsovska

Descripción: Primera edición. | Ciudad de México : Siglo XXI Editores. |

Serie: El país del centro, 2020. Traducción de: Chi gua shidade ernümen

Identificadores: e-ISBN 978-607-03-1061-4

Temas: Novela china – Siglo XXI.

Clasificación: LCC PL2879.C376 C4518 2020 | DDC 895.1352

diseño de portada e interiores:

sehacenlibros.com

primera edición en español, 2020

© siglo xxi editores, s.a. de c.v.

e-isbn 978-607-03-1061-4

primera edición en chino, 2017

© changjiang new century culture and media ltd. pekín, china

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título original: Chi gua shidade ernümen

derechos reservados conforme a la ley

PARTE I • UNA SARTA DE DESCONOCIDOS

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1

Todos los que la habían visto decían que valía la pena. Tenía ojos de raposa, no del todo bien proporcionados, pues el ojo izquierdo era ligeramente más grande; pero si no ponías demasiada atención, ni se notaba. Era de esqueleto voluminoso, pese a que entre las mujeres de las provincias del suroeste de China casi no hay caballunas.

Niu Xiaoshi, el hermano de Niu Xiaoli (cuyo nombre significa “la bella”), la llamó y salieron a la calle. Él medía un metro cincuenta y nueve centímetros, así que se complementaban: una caballuna y el otro chaparro. Song Caixia, por su parte, tenía un defecto: una voz muy ronca, tanto que, al hablar, parecía un hombre. Tal vez por eso se mantenía en silencio; si alguien decía algo chistoso, ella sólo se reía. Si las cosas pueden decirse con pocas palabras, mejor aún, ¿para qué hablar de más?

Pregunta: ¿Cómo te llamas?

Respuesta: Song Caixia.

Pregunta: ¿De dónde eres?

Respuesta: De la provincia X.

Pregunta: Esa provincia es bastante grande. ¿De qué condado vienes?

Respuesta: Qinhan.

Pregunta: ¿Y dónde está el condado Qinhan?

En este caso la interrogadora no sabía que menos es más, así que seguía con el interrogatorio.

Pregunta: ¿Cuántos son en tu casa?

Respuesta: Siete.

Pregunta: ¿Y quiénes son?

Respuesta: Abuelo, abuela, padre, madre, hermano menor, hermana menor y yo.

Pregunta: ¿Y por qué te quieres casar aquí?

Respuesta: Por pobre.

Pregunta: ¿Recorriste tantísimos kilómetros por pobre?

Respuesta: Mi padre enfermó.

La interrogada se quedó con la piel de gallina, las lágrimas a punto de brotar. Dejó de responder. Sin embargo, su interlocutora no se inmutó.

Pregunta: ¿Y extrañas tu casa?

Niu Xiaoli la había traído de la casa del viejo Xin, cuya familia vivía en la aldea Xin. La esposa de éste, quien era originaria de otra provincia, dijo que era su sobrina. La tía comenzó a negociar el precio. La primera oferta: ciento cincuenta mil yuanes. Por supuesto, no se decía que ése era el precio, sino un regalo de boda, para no infringir la ley. Niu Xiaoli se aprovechó de la voz rasposa de Song Caixia y comenzó a regatear: setenta mil.

La esposa de Xin se puso ansiosa y golpeó las palmas de sus manos:

—El tercer hijo de los Gu, de la aldea Gu, hace dos años se casó con una muchacha de otra provincia con labio leporino. Aunque se lo remendaron, lo notabas cuando se reía y cuando lloraba, y él pagó ciento veinte mil. El segundo hijo de los Wu, de la aldea Wu, trajo esposa de otra provincia del suroeste. La mujer estaba divorciada y con un hijo, y el hombre pagó ciento diez mil. Menos de ciento treinta mil no acepto; si pagas eso, te la doy, si no, olvídalo. La venden porque el padre de la muchacha está enfermo de los riñones y cada mes va tres o cuatro veces a diálisis, le urge el dinero. Pero si no la quieren, no pasa nada, el viejo Si la espera. Ofreció ciento cuarenta mil, pero tiene más de cincuenta años y la muchacha apenas veintiuno. Es una lástima dejar que un viejo desflore a un capullo.

Niu Xiaoli puso de pretexto la baja estatura de Song Caixia y siguió negociando. Finalmente, se estacionaron entre los noventa mil y los ciento diez mil. Niu Xiaoli se dio la vuelta dispuesta a partir cuando Song Caixia la tomó de la mano.

—¿Qué edad tiene?

—¿Quién? —Niu Xiaoli se sorprendió.

—Tu hermano —aclaró Song Caixia.

—Treinta y uno.

—¿Y tú?

—Veintidós.

—¿Y tienes novio? —No cesaban las preguntas de Song Caixia.

—El próximo mes me caso.

—¿Quién más vive en la casa?

—Nuestros padres murieron hace ocho años. —Niu Xiaoli entendió muy bien su pregunta—. En casa no hay quien te moleste.

—¿Tu hermano tiene treinta y uno…?

Niu Xiaoli también comprendió esa pregunta:

—Se casó, se divorció y tiene una hija de cuatro años.

—Claro, había olvidado que tu hermano ya se casó una vez y tiene cola que le pisen —añadió la esposa de Xin y volvió a golpear las palmas.

—Entre tu hermano y tu cuñada, ¿quién jodió a quién? —interrumpió Song Caixia.

—La cuñada salió a trabajar y se largó con otro. —Niu Xiaoli se molestó por la pregunta tan directa, pero dijo la verdad.

—Dales cien mil y me voy contigo. —Niu Xiaoli no imaginó que Song Caixia le iba a jugar chueco.

—Es poco dinero, no te puedes ir. —La detuvo en seco la vieja Xin, pero Song Caixia tenía lista su espada para desenvainar.

—El hogar de Niu Xiaoli vale diez mil más.

—¿Por qué? —cuestionó la vieja Xin.

Song Caixia lo explicó con lujo de detalles. Primero, los padres no están y la hermana se casa al mes siguiente, así que ella, Caixia, sería la jefa de la familia; segundo, al hermano lo jodieron, lo que demuestra que es un hombre tranquilo; tercero, tiene una hija, aún pequeña, por lo que no sería difícil criarla; y cuarto, ella no quería casarse con el viejo Si, el cincuentón de la aldea Si. Cuando Song Caixia terminó de hablar, Niu Xiaoli estaba ya estupefacta, para empezar porque Song Caixia tenía razón, todo lo que había dicho cuadraba, aunque Niu Xiaoli no lo había pensado previamente, y eso demostraba que la muchacha no era tonta. Por otro lado, Song Caixia le había dado vueltas a muchos pormenores de la vida cotidiana, por lo que era una mujer con la cual se podía convivir. El hermano de Niu Xiaoli no tenía mucho carácter y en su hogar justo hacía falta una persona así.

Niu Xiaoli la llevó a casa para presentársela a su hermano. Niu Xiaoshi la examinó, así como todo el pueblo, que se había reunido en el patio. Cuando los curiosos se dispersaron, Niu Xiaoli dejó a Song Caixia en el cuarto del este y llevó a la sala a su hermano para discutir el asunto.

—¿Cómo la ves? —Niu Xiaoli fue directa.

—¿Qué puedo decir después de verla por primera vez?

—Si no le viste ningún defecto, entonces es la elegida.

—Déjame ver a otras, no tengo prisa.

—Me caso el mes que viene, ¿quién los hará de comer a ti y a Banjiu? —Banjiu era la hija de cuatro años de Niu Xiaoshi.

—Abre la boca y parece un hombre —argumentó el novio.

—Las de garganta suave valen ciento cincuenta mil. ¿Los tenemos? —explotó su hermana.

Niu Xiaoshi agachó la cabeza. Habló después de un largo rato:

—Tanto esfuerzo para finalmente comprar una mujer de otra provincia… ¿Qué dirá la gente?

—Entonces no la compramos. ¡Sal a la calle y búscate una!

Niu Xiaoshi volvió a agachar la cabeza y tardó mucho más en responder:

—Aunque acepten, cien mil yuanes no es poco dinero.

El año pasado reconstruyeron la sala de la casa y sólo les quedaron veinte mil yuanes. Eso lo sabían ambos.

—Tú no te preocupes. —La hermana estaba confiada.

Niu Xiaoli regresó a la habitación del este y le contó la decisión a Song Caixia, quien volvió a casa de los Xin para esperar la entrega del dinero. Niu Xiaoli se subió a su bicicleta y fue a la ciudad a buscar a su prometido, Feng Jinhua, quien tenía allí un taller de reparación de motos.

—Préstame ochenta mil yuanes.

Con las manos llenas de aceite, él trabajaba en una moto.

—No es poco dinero, ni el taller vale eso. Reparar una moto son apenas unos cuantos yuanes.

—Ve a pedir prestado —reclamó Niu Xiaoli.

—¿Y para qué los quieres?

—Para comprarle una esposa a mi hermano.

—Si pido prestado, me preguntarán cuándo lo devolveré. —Feng Jinhua estaba claramente sorprendido—. ¿Qué les digo?

—Que lo devolverás cuando tengas dinero.

—¿Y cuándo será eso?

—Aún no los has pedido y ya pones muchos peros. ¿Qué te preocupa? —Niu Xiaoli estaba molesta—. Si tú no los devuelves, los devuelvo yo, ¿te parece? No pienses que son para mi hermano, piensa que son mi regalo de bodas. —Dicho esto, se dio la vuelta y se fue.

Por la tarde, Feng Jinhua fue en moto a la aldea de los Niu y le entregó a su prometida siete mil yuanes.

—Fui a la casa de mi tío y de mis tías, y esto es lo que me dieron. Nadie dispone de tanto dinero en el hogar.

—Tenía que haberme buscado un novio rico —exclamó Niu Xiaoli observando los siete mil yuanes.

Feng Jinhua se sonrojó y se justificó:

—Todo ha sido muy imprevisto…

Niu Xiaoli dejó de discutir, se subió en su bicicleta y regresó a la villa para buscar a Tu Xiaorui, el dueño de un negocio de préstamos ilegal. Niu Xiaoli y Tu Xiaorong, hermana del prestamista, fueron compañeras en la secundaria. En aquella época, cuando visitaba a su amiga, Tu Xiaorui la pretendió y durante más de medio año la acosó sin tregua. Niu Xiaoli llegó a la conclusión de que el hermano era un bandido, por lo que eligió a Feng Jinhua. De éste le gustó su buen carácter, pero ¿quién iba a pensar que el carácter no da de comer?

Tu Xiaorui era un usurero vulgar, cuyo negocio se llamaba Salón de Té Lanting. Niu Xiaoli entró en el local y vio a su dueño balancearse en una mecedora, muerto de aburrimiento.

—Hermano Rui, préstame ochenta mil yuanes —le dijo directamente Niu Xiaoli.

—Mi negocio es hacer dinero y todos los clientes son dioses. ¿Para qué los quieres?

—No te importa.

—Las palabras desagradables se dicen al principio: el interés es del treinta por ciento. Comienzas a pagar después de un año.

—Tu hermana es mi compañera… —protestó Niu Xiaoli.

—Bien, puedo perdonarte los intereses, pero hay una condición.

—¿Cuál?

—Juguemos un poco.

—¡Juega con tu hermana, infeliz!

—Otra entonces.

—¿Cuál? —preguntó ella calmándose.

—Te bajo el interés al veinte por ciento por un beso.

Niu Xiaoli le puso la mejilla enfrente. Cuando Tu Xiaorui besaba su piel, éste le sujetó la cabeza y le metió la lengua hasta la garganta. Niu Xiaoli se separó y escupió en el suelo:

—¡Cabrón!

Esa tarde Niu Xiaoli fue a casa de los Xin y, delante de la esposa de Xin, le dio los cien mil yuanes a Song Caixia. Después, las tres fueron al banco. Niu Xiaoli se quedó en la puerta mientras Xin y Song entraron a depositarle el dinero a los padres de Song. Al salir, la vieja Xin volvió a su casa mientras que Niu Xiaoli y Song Caixia regresaron a la aldea de los Niu. Esa noche el hermano y la nueva cuñada pasaron la noche de bodas en la sala. Niu Xiaoli durmió con su sobrina Banjiu.

Al día siguiente, durante el desayuno, Niu Xiaoli vio a su hermano sonreír para sus adentros y suspiró sin jamás imaginar que cinco días después Song Caixia desaparecería sin dejar rastro.

2

Niu Xiaoli tenía la boca y los ojos grandes, nariz respingada y una buena estatura. ¡Qué curioso! Ambos hermanos venían de la misma madre, de un solo vientre, pero él apenas medía uno cincuenta y nueve y ella uno setenta y seis. Sí, era alta a los veintidós años, pero es que también lo era a los seis. En la escuela le pusieron muchos apodos —bocona, ojona, elefanta, caballuna…—, pero la llamaban así a sus espaldas porque de frente no se atrevía nadie. Desde pequeña Niu Xiaoli solía pelear con los compañeros e incluso les vencía. Con una cachetada partía una nariz. Por esta ra­zón, jamás supo quién le puso aquellos apodos.

Su padre murió de cáncer de pulmón cuando ella tenía catorce años. Desde que nació y hasta entonces, sus padres peleaban todo el día, así que cuando él falleció, sintió alivio. En ese entonces, Niu Xiaoli cursaba segundo de secundaria. Dos meses después, en clase de física, mientras escuchaba al maestro hablar sobre Watt, el inventor de la máquina de vapor, a Niu Xiaoli le reapareció la migraña, enfermedad que sufría desde que era niña.

Ese día pidió permiso al profesor para ausentarse. Tomó sus cosas y se fue a casa. Cuando llegó, la puerta tenía llave, así que saltó la tapia para entrar. Al aproximarse al cuarto de su madre la escuchó gritar y luego gemir. Pensó que también tendría migraña, pues la había heredado de ella, pero al acercarse escuchó aullar también a un hombre. Entendió que allí pasaban otras cosas y, sin moverse, se quedó detrás de la puerta diez minutos. Curiosamente, la migraña cesó.

Cuando pararon los gemidos, Niu Xiaoli giró el pomo de la puerta y vio en la cama a un hombre y a una mujer completamente desnudos; el hombre estaba abajo y la mujer, para su sorpresa, lo montaba. El hombre era Zhang Laifu, el cocinero de la ciudad. La mujer, su madre.

Zhang Laifu era padre de Zhang Dajing, su compañera de clase, cuya madre hacía la limpieza en la escuela donde estudiaban. Los encuerados estaban estupefactos y la joven comenzó a gritar. Sus gritos superaron los que habían emitido minutos antes los amantes y éstos se asustaron. Aún montada encima del hombre, muy nerviosa, la madre le chilló:

—¡No grites, Xiaoli!

—¡Lárgate! —gritó aún más fuerte la niña.

Su madre volvió a pedirle que no gritara, pero Niu Xiaoli no le hizo caso.

—¡Mi padre apenas lleva dos meses muerto!

El padre de Zhang Dajing se levantó, se puso la camisa y, con los pantalones en la mano, salió corriendo.

—¡Escúchame, hija! —insistió su madre.

—¡Lárguense!, ¡lárguense!, ¡lárguense!

La madre, paralizada al inicio, comenzó a enfadarse:

—¡Soy tu madre, te voy a pegar!

Niu Xiaoli salió al patio.

—Si no te largas, saldré a gritar a la calle —le espetó. Varias cabezas se asomaban ya por el muro y miraban el circo del patio.

—¡Xiaoli, espera! —volvió a insistir la mujer.

Se vistió, sorteó a su hija y salió corriendo de casa.

—¡No regreses! Si vuelves, ¡te mato! —Niu Xiaoli gritó a sus espaldas.

La madre jamás volvió. No porque temiera a su hija, sino porque la esposa de Zhang Laifu se enteró, enloqueció, sustituyó la escoba por un cuchillo y los buscaba todo el día, todos los días para matarlos. Desde entonces, la madre de Niu Xiaoli y Zhang Laifu desaparecieron durante ocho años enteros sin dejar rastro. Alguien dijo un día que los vio vender sopa picante y empanadas de carne en el mercado nocturno de Xi’an, pero para Niu Xiaoli su padre y su madre estaban muertos.

El padre murió, la madre se fugó y sólo quedaba su hermano mayor. Según la lógica, el hermano tenía que encargarse de la hermanita, pero Niu Xiaoshi era un desperdicio de la naturaleza, aunque esto no era culpa suya. Si desde que naces tus padres pelean siempre, pelean cuando aprendes a hablar, pelean cuando aprendes a caminar…, ese entorno —Niu Xiaoli lo comprendió cuando fue mayor— sólo puede producir dos tipos de personas: una que no le tiene miedo a nada y que, como Niu Xiaoli, piensa que pelearse es normal, y otra que le tiene miedo a todo y que, como Niu Xiaoshi, piensa que pelearse es perder y que perder siempre es normal.

A los veintiséis años el hermano se casó con una mujer diminuta y algo lenta, a la que no le gustaba pelear. Al no saber cómo tratarla, Niu Xiaoshi siempre buscaba razones para discutir. Juntos fueron a trabajar a la ciudad y un día, finalmente, pelearon tanto que la mujer se largó con otro sin siquiera llevarse a su hija. Niu Xiaoshi, sin carácter ni personalidad, con la maleta en el hombro y su hija de la mano, regresó al pueblo.

Niu Xiaoli no culpó a su hermano inútil, culpó a su padre fallecido y a su madre “muerta”. El hermano no valía para nada y su sobrina Banjiu aún era muy pequeña, así que todas las cosas de la casa le tocaban a Niu Xiaoli. La hermana menor de repente se convirtió en madre sustituta. Entonces se arrepintió de haber regresado de la escuela a casa aquel día y de haber corrido a su madre después de oír sus gemidos. Lo que debió hacer fue quedarse afuera, no decir ni una palabra y pensar que aquello nunca había sucedido. Al exiliar a su madre, ella misma se puso la soga al cuello. Y, a pesar de todo, comenzó a admirar a quien en ocho años enteros no se comunicó jamás. Claro, si una hija te ve encuerada y montada encima de un hombre, tal vez lo único que deseas es que te dé por muerta. Eso no lo había razonado Niu Xiaoli cuando era joven, pero a partir de su primer novio lo comprendió y desde entonces dejó de pensar en su madre.

Con el tiempo Niu Xiaoli se acostumbró a su nuevo papel de madre. Al mes siguiente se iba a casar y se sentía obligada a encontrarle esposa a su hermano. “Encontrarle esposa” quería decir, en realidad, encontrarle una madre sustituta.

En la noche de bodas, cuando Niu Xiaoshi y Song Caixia se quedaron solos en la sala, Banjiu aún estaba despierta una hora después de haberse acostado junto a su tía Niu Xiaoli.

—Tía…

—¿Qué?

—¿Mañana van a tener un hijo?

—No. —Niu Xiaoli entendió que ella hablaba de los recién juntados—. Para tener uno por lo menos deben pasar diez meses.

—¿Y si la madrastra me trata mal?

—Tienes a tu tía.

—¿Y cuando mi tía se case?

—Si ella te trata mal, te vienes conmigo.

—¿Y si tu marido me trata mal? —insistía la niña.

—¡Quiero ver al cabrón que se atreva! —gritó Niu Xiaoli.

—¡Tía! —Banjiu la abrazó—. De mayor quiero ser como tú.

Un poco más tarde, abrazada a su tía, Banjiu se durmió. Niu Xiaoli puso atención a los movimientos en la sala, pero no escuchó nada: ni gritos ni ruido. Había dormido preocupada, pero se tranquilizó al ver a su hermano sonreír por la mañana; pensó que, finalmente, aquello entre ellos había sucedido, aunque jamás pudo imaginar que Song Caixia iba a huir al quinto día, pues era una estafadora.

Aquella mañana, en la casa de los Xin, cuando Song Caixia preguntaba todas aquellas cosas sobre su casa, Niu Xiaoli pensó que era una mujer de fiar con la cual se podía convivir. Creyó que su nueva cuñada le iba a quitar las cargas de encima. Para juntar el dinero tuvo que aguantar la lengua de Tu Xiaorui en su garganta. Por lo visto, aquel día en la casa de los Xin, esa impostora de voz ronca supo que Niu Xiaoli era una tonta.

—Song Caixia, ¡te voy a matar! —gritó Niu Xiaoli.

3

Niu Xiaoli llegó con su prometido, Feng Jinhua, a la aldea Xin para saldar cuentas con el viejo Xin y su esposa. El afectado era Niu Xiaoshi, por lo que habría sido razonable ir con él pero, por un lado, Niu Xiaoshi era tonto y no hubiera servido de nada y, por otro, el día que Song Caixia huyó, el hermano dijo algo que enfureció a su hermana. En lugar de enojarse con Song Caixia, él culpó a Niu Xiaoli por su desaparición.

—¿Acaso no te dije que no nos precipitáramos? Te adelantaste y mira lo que pasó.

La huida de Song Caixia no la hizo enojar tanto como las palabras de su hermano.

—Sí, te jodí a propósito… —dijo ella.

—Fueron cien mil yuanes, ¡eh! —Niu Xiaoshi siguió despotricando.

—Yo los pedí prestados, así que son mi problema.

El hermano ya no se atrevió a decir otra cosa.

Niu Xiaoli y su prometido llegaron en motocicleta a la casa de los Xin, pero la pareja no estaba. Los vecinos les dijeron que se encontraban fuera de la aldea, habían ido a buscar ladrillos. A la orilla del río había una fábrica donde todos los días se cocían ladrillos con la arena. Después de permanecer cinco días en el horno, los enfriaban con agua y los transportaban a cuestas. (Al cabo de un año, después de sacar tanta arena, el río se hundió y la poca agua que le quedó fluía hacia el este.)

Precisamente, el verano anterior Niu Xiaoshi había comenzado a trabajar en una fábrica de ladrillos. Le pagaban ochenta yuanes al día, pero a los tres días regresó a casa. No huía de las dificultades, simplemente no aguantó la temperatura. Tenía la espalda llena de ampollas, pues los ladrillos a la hora de salir del horno irradiaban un calor de sesenta o setenta grados Celsius. Aunque los bloques que los demás cargaban también tenían la misma temperatura, a ellos no les salían ampollas. Un año antes su hermano había trabajado ahí. Niu Xiaoshi, además de tonto, era delicado. “¡Cuerpo de señorita!”, rezongaba la hermana, pues ella había tenido que traerle zapatos de algodón, incluso en el verano tenía que calzarse, ya que el piso de la fábrica estaba a la misma temperatura, según le había comentado su hermano por teléfono.

Montados en la motocicleta, Niu Xiaoli y Feng Jinhua llegaron al borde del río, pararon delante del horno, estacionaron la motocicleta y esperaron. Finalmente, vieron entre la gente al viejo Xin y a su esposa, que cargaban ladrillos. De las piezas, recién mojadas, salía vapor, y los esposos también humeaban. Mientras los dos viejos se acercaban, él con un palo que usaba de bastón, Feng Jinhua salió a su encuentro:

—¡Dejen la carga!

—¿Qué pasa? —se detuvo el viejo Xin dejando escapar un hondo suspiro.

—Un tremendo lío.

—¿Qué pasa, hombre?

—Song Caixia escapó —dijo por fin Niu Xiaoli.

La esposa de Xin se cayó de nalgas con todos los ladrillos.

A continuación, los cuatro se alejaron del horno y caminaron hasta un sauce a la orilla del río.

—¿Cuándo pasó eso?

—Ayer por la mañana.

—¿No será que fue al mercado?

—¿Durante todo el día y toda la noche? La buscamos en la villa y en la capital del condado, y ni rastro de ella —añadió Niu Xiaoli.

—¿Y ahora qué hacemos?

—Es fácil. Ella es su sobrina, así que tráiganla de vuelta —dijo Feng Jinhua.

El viejo Xin, sin decir otra palabra, se acuclilló y se puso a fumar en la orilla del río.

—Ella no es nuestra sobrina —dijo la esposa, sollozando.

—¿Y quién es entonces? —La joven estaba estupefacta.

—No la conocemos.

—¿Y cómo es que llegó a su casa? —preguntó Niu Xiaoli ya visiblemente preocupada.

—Se enteró que yo también soy del distrito Qinhan. Vino a conocer a una paisana. Dijo que desconocía este lugar y que, si nosotros la tomábamos por sobrina, podríamos ayudarla a casarse.

La cabeza de Niu Xiaoli, ¡bang!, explotó. Song Caixia puede que también engañara a los ancianos, pero ella comenzó a dudar de las palabras de la vieja.

—La llevamos de tu casa, sea o no tu sobrina debes regresárnosla. Si no, nos devolverás los cien mil yuanes.

—No son cien mil —agregó Feng Jinhua—, ya que los tomamos prestados con altos intereses; al año debemos devolver ciento treinta y seis mil yuanes.

—Ni aunque me vendas a mí conseguirás tanto dinero. —La vieja se puso a llorar.

—Las cosas no son así. —El viejo Xin por fin había terminado el cigarro y se enderezó para hablar—. No importa si la sacaste o no de mi casa. Te la dimos viva, ¿no es cierto? En tu casa pasó cinco días, ¿no es cierto?

—Sí, pasó cinco días en casa.

—Una vez en la casa, ya es suya. La responsabilidad recae en la casa de donde huyó. Si se trata de reclamar, somos nosotros quienes debemos reclamársela. ¿Cómo, de pronto, nos piden que se la devolvamos?

Niu Xiaoli y Feng Jinhua miraban sorprendidos a aquel chaparro de cerebro retorcido. Feng Jinhua se le acercó y lo agarró fuerte del cuello:

—Ella es una embustera y ustedes, sus cómplices. Si sigues diciendo disparates, te lanzaré al río para que engañes a tu difunta madre. Todos los días te dedicas a cargar ladrillos, seguramente no dejarás que una desconocida se quede en tu casa sin sacarle provecho. Tu mujer, además, se dedicó a negociar el precio. ¿Con cuánto se quedaron ustedes?

Feng Jinhua medía uno ochenta y cinco y el viejo Xin apenas uno cincuenta y cinco. Si Xin hubiera sido grandote y no se hubiera dedicado toda su vida a cargar ladrillos, ¿acaso se habría casado con una forastera? Feng Jinhua lo levantó, cual pollo indefenso, y lo sacudió mientras la esposa trataba de defenderlo.

—Hermano, sólo la reconocimos como sobrina, no sacamos ningún provecho de ella —insistía la vieja Xin.

Feng Jinhua pateó a la mujer, levantó a Xin aún más alto, lo sacudió y lo lanzó al río:

—Si sigues mintiendo…

Era primavera y el agua, además de profunda, estaba fría.

El viejo Xin, como una gallina ahogándose, chapoteó dos veces y se hundió. Después de un buen rato, asomó la cabeza y, mientras tosía, trató de llegar a la orilla. Cuando la alcanzó, Feng Jinhua tomó aquel palo de dátil que Xin usaba para caminar mientras cargaba los ladrillos y comenzó a golpear el cuerpo mojado del anciano, quien, sin más escapatoria que el agua, volvió a sumergirse.

Seis días atrás, cuando Niu Xiaoli fue a pedir prestado para comprarle una esposa a su hermano, Feng Jinhua no pudo juntar el dinero y ella lo insultó diciéndole que era un inútil. Ahora que llegaron a saldar cuentas con los Xin, tal vez por no poder juntar el dinero, se armó de valor, pues cien mil yuanes tirados a la basura no era poca cosa.

—Diré la verdad: nos quedamos con tres mil yuanes. Vamos a casa y te los doy —confesó la esposa mientras tiraba de las piernas de Feng Jinhua. Éste la pateó para quitársela de encima y continuó azotando al viejo.

—¿Crees que soy tonto para aceptar tres mil yuanes? Los verdaderos tontos son ustedes, pues de un negocio de cien mil sólo se quedaron con tres mil.

—Era simbólico, hermano. Si te miento, que me parta un rayo —dijo la vieja.

—Está bien tres mil yuanes —intervino Niu Xiaoli.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Feng Jinhua con el palo en el aire.

—La mujer reconoce que eran cómplices —dijo Niu Xiaoli y tomó a la vieja por el pecho—. Song Caixia es tu paisana, ¿verdad?

La mujer asintió con la cabeza.

—Entonces, ¿a dónde huyó?

—Al parecer, regresó a nuestra tierra… —La vieja apenas pudo balbucear esas palabras.

—Muy bien, entonces tres mil yuanes nos alcanzarán para que vayamos a buscarla a tu tierra.

La mujer se quedó paralizada; su esposo, que seguía en el agua, también se quedó estupefacto, al punto que dejó de chapotear.

4

Niu Xiaoli trabajaba en la fábrica textil del condado. Era una de las cuatrocientas obreras que se repartían en dos turnos, de doce horas cada uno. La gente descansaba, pero las máquinas no. Al mes, Niu Xiaoli ganaba mil ochocientos yuanes. De camino a la fábrica para pedir vacaciones, hizo las cuentas. Trabajando de día y de noche, al año apenas ganaba veintiún mil seiscientos yuanes. Song Caixia le robó cien mil, de los cuales veinte mil eran de ella. Los ochenta mil se los pidió a Tu Xiaorui con treinta por ciento de interés anual, que en realidad se redujo al veinte por ciento, pero ella prefirió ocultar esa información a su novio. Los ochenta mil con los intereses sumaban noventa y nueve mil doscientos yuanes, y más sus veinte mil daba un total de ciento diecinueve mil doscientos yuanes. Para ganar ese dinero, Niu Xiaoli debería trabajar cinco años y cinco meses sin comer ni vestir.

Después de hacer las cuentas, se enfureció:

—Song Caixia, ¡hija de puta! ¡Aunque te escondas en el fin del mundo, te encontraré!, ¡cabrona!, ¡infeliz!, ¡malnacida!

Al salir de la fábrica, se topó con Tu Xiaorui. Al costado derecho del edificio había un spa lleno de señoritas del noreste que, cual moscas, atendían a sus clientes. Enfrente había un estacionamiento. Tu Xiaorui estaba justo cerrando la puerta de su carro y no la vio, pero ella sí y recordó que cuando fue a pedirle prestado, para bajar los intereses al veinte por ciento, aquél le ensartó la lengua en la garganta:

—¡Hermano Xiaorui!

Al verla, el hombre salió del carro, miró la fábrica, la miró a ella y dijo:

—¿Entras o sales de trabajar?

—Quiero preguntarte algo.

—Pregunta.

—Cuando fui a pedirte dinero, dijiste algo, ¿lo recuerdas?

—¿Exactamente qué?

—Dijiste que querías jugar conmigo.

Tu Xiaorui la miró de arriba abajo y asintió con la cabeza.

—Si nos revolcamos, ¿me perdonarás los ochenta mil yuanes?

Tu Xiaorui la miró sorprendido. Ella estiró el cuello para permitirle verla mejor. Tu Xiaorui la observó en su totalidad nuevamen­te, después le hizo toc-toc en la cabeza y le preguntó:

—¿Estás enferma?

—¿Qué quieres decir?

—Aquella vez dije que, si cogíamos, te perdonaría los intereses, pero no el capital.

—¿Y si te dejo diez veces?

—Una señorita de Harbin —dijo señalando el spa—, con apenas dieciocho años cumplidos, cobra doscientos yuanes. Haz cuentas, ochenta mil yuanes más los intereses, ¿cuántos acostones son?

—Yo soy una mujer decente, ella es puta.

—¡Qué mujer decente ni qué nada! En la cama todas son iguales. —Pero recapacitó e hizo otra oferta—: Si eres virgen, tal vez me puede salir a cuenta hacértelo diez veces seguidas.

Niu Xiaoli se quedó sin palabras. Desde la secundaria andaba con Feng Jinhua y a los dieciséis se acostaron, ¿cómo iba a ser virgen? Tal vez Tu Xiaorui sabía eso y adrede se burlaba de ella. Al verla parada allí, muda, Tu Xiaorui subió al carro, lo arrancó, pisó el acelerador y salió volando.

—¡Vete a la mierda, Tu Xiaorui! —le gritó mientras él se iba.

Luego, siguiendo la lógica del prestamista, hizo cuentas. Las señoritas del spa cobraban doscientos yuanes. Ella debía noventa y nueve mil doscientos yuanes, lo cual representaba cuatrocientos noventa y seis acostones o cuatrocientos noventa y seis diferentes señoritas. Si dejase que Tu Xiaorui la penetrara diez veces, aquél le pagaría nueve mil novecientos veinte yuanes por acostón. Considerando el precio del mercado, Tu Xiaorui tenía razón, aquello no era muy rentable. Luego se lamentó de no ser virgen. De haberlo sido, aceptaría el trato de diez acostones con tal de liberarse de la deuda y no tener que ir a aquella maldita provincia. Enfurecida y sin pensarlo mucho, juró nuevamente ir a buscar a Song Caixia al fin del mundo. No obstante, después de reflexionarlo un poco se dio cuenta de que ir a buscarla no tenía mucho sentido. Pero tal y como estaban las cosas, no tenía más remedio que darse a la búsqueda de la estafadora.

Se puso a arreglar su maleta mientras Feng Jinhua, Niu Xiaoshi y Banjiu la miraban:

—No vayas, hermana.

—Entonces tú le regresas a Tu Xiaorui cien mil ochocientos ochenta yuanes, ¿te parece?

Delante de Feng Jinhua ella reportó el treinta por ciento de intereses, y su hermano, como siempre, se quedó sin palabras.

—No vayas, mujer, pensaremos en otra manera para devolver el dinero —insistió su novio.

—Si hubieras pensado de otra manera cuando te lo pedí, no estaríamos endeudados con los intereses. —Feng Jinhua ya no dijo nada. Así que Niu Xiaoli continuó—: No sólo voy a buscar a Song Caixia por el dinero… Quiero preguntarle algo en su cara.

—¿Qué?

—Cuando apenas la conocí pensé que era una persona decente. ¿Cómo se dio cuenta de que yo era tonta? —Y completó su razonamiento—: Por parecerle decente, logró engañarme. Si no soy tonta, entonces, ¿qué soy? —les preguntó y comenzó a llorar.

—Pero, mujer, el mes que viene nos casamos —Feng Jinhua estaba perplejo—; ya decidimos la fecha, no podemos posponer nuestra boda por buscar a Song Caixia.

—Hasta que no resuelva esto que me parte en mil pedazos el corazón, no me casaré —sentenció Niu Xiaoli enojada. Y agregó—: Además, con esta cosa en la mente, por más que quiera estar contenta, no puedo.

—Quiero ir con mi tía a esa provincia. —Banjiu se metió a la conversación.

—¿Y por qué quieres ir? —le preguntó ella.

—Nunca he viajado en tren, por favor, quiero viajar en uno contigo —concluyó la niña.

—Voy a buscar a una embustera, no de paseo. Después te llevaré a viajar en tren —le dijo sonriendo la tía.

—Yo iré contigo. Cuando encontremos a Song Caixia, podré ayudarte —dijo Feng Jinhua.

—Con la vieja Xin me basta. A ti te necesito aquí.

—¿Por qué?

—Aquel sitio es la tierra de la anciana, allí yo tentaré a ciegas. Si la mujer se quiere pasar de lista, de inmediato te hablaré por teléfono y tú te encargarás de tirar a su marido al río. —Niu Xiaoli tenía todo planeado.

5

Niu Xiaoli acordó con la vieja Xin que se reunirían a las ocho de la mañana del día siguiente en la estación de autobuses de la aldea Xin para ir a buscar a Song Caixia a su provincia natal. El día anterior, cuando el viejo Xin por fin logró salir del río, los cuatro fueron a su casa para recoger los tres mil yuanes que ganaron con el trato del casorio y que servirían para el viaje. No obstante, cuando entraron a su hogar, el viejo les dijo que el dinero no estaba en casa porque unos días antes lo había llevado al banco y había abierto un pagaré a plazo fijo, que no podía sacarlo anticipadamente. Así que su solución era pedir prestado entre sus familiares y, de paso, dijo:

—Ya que son para el viaje, te los puedo dar mañana.

Feng Jinhua pensó que el viejo de nuevo trataba de pasarse de listo y estaba a punto de golpearlo cuando Niu Xiaoli lo detuvo.

—Si mañana no trae el dinero, los golpes no bastarán; vendremos a demoler su casa.

—Esta misma tarde iré a pedir prestado.

Niu Xiaoli aprovechó para indagar más sobre la embustera. La vieja Xin le dijo que antes de pasar a la casa de los Niu, Song Caixia vivió tres días en su casa. La primera noche los Xin se pusieron a interrogarla y aquélla dijo ser de la aldea Youtang, pueblo Weijin, condado Qinhan. En la identificación oficial de Song Caixia, Niu Xiaoli corroboró los mismos datos. La esposa de Xin venía de la aldea Mingchao, pueblo Songdai, condado Qinhan, y a las dos aldeas apenas las separaban unos veinte kilómetros, por lo que sí eran paisanas. Niu Xiaoli, Feng Jinhua y los Xin se pusieron a especular sobre adónde podría haber ido la embustera después de robar cien mil yuanes o, mejor dicho, noventa y siete mil, porque había que descontar los tres mil que entregó a la casamentera.

Llegaron a la misma conclusión que expuso la vieja Xin aquel día a la orilla del río: seguro que regresó a su tierra natal. Y en caso de que no lo hubiese hecho, su tierra natal seguiría allí y sus familiares también, quienes podrían encontrarla y, si acaso no lo lograban, tendrían una casa que al menos valdría cien mil yuanes.

Niu Xiaoli y la vieja Xin acordaron tomar un suburbano desde la villa hasta la capital del condado, de allí un autobús a la ciudad, luego un tren hasta la capital de aquella provincia, un autobús con dirección a la capital del condado Qinhan y, finalmente, un suburbano hasta la aldea Mingchao del poblado Songdai.

A las siete y media de la mañana Niu Xiaoli ya estaba en la estación de la villa. Cuando a las ocho no vio llegar a la vieja Xin, se preocupó un poco. A las ocho y cuarto salió el suburbano hacia la capital del condado, y de la vieja, ni sus luces. Eran las nueve de la mañana y la mujer no aparecía, entonces Niu Xiaoli tomó el teléfono y le marcó a Feng Jinhua para pedirle ir en su motocicleta hasta la casa de los Xin, demolerla y tirar a aquellos dos al río. Cuando la llamada entró, de repente vio a lo lejos a la vieja Xin tambalearse con un morral al hombro y una bolsa en las manos.

“No pasa nada”, se dijo la joven.

—¿Se nos fue el camión? —preguntó la vieja con la respiración agitada.

—Sí, ¡se fueron varios! Al próximo debemos esperarlo un buen rato —respondió Niu Xiaoli molesta.

De repente, vio correr detrás de la vieja Xin a un niño peludo, nadando en sudor. Iba con la nariz llena de mocos, en la mano izquierda sostenía un rehilete y con la derecha sujetaba la ropa de la mujer mientras barría a Niu Xiaoli con la mirada.

—¿Quién es?

—Es mi hijo. Ya que vamos a mi pueblo, lo llevo para que vea a sus abuelos, a los que no hemos visitado por más de tres años —contó la vieja Xin.

—Vamos a buscar a una persona, no vamos de turistas. —Niu Xiaoli no sabía si reír o llorar—. ¿Cómo podemos llevar a un niño?

—Una cosa no interfiere con la otra —dijo la vieja Xin, y antes de dejar a Niu Xiaoli decir otra cosa, añadió—: Aún no llega al metro veinte, por lo que no pagará boleto de tren, así no mermará nuestro presupuesto.

Niu Xiaoli seguía sin saber cómo reaccionar. Y aunque no les costara su viaje, ellas iban tras una embustera y moverse con un niño a cuestas no iba a facilitar las cosas. En el momento clave, si algo malo sucediera, ¿cómo podrían cuidar al niño? Su sobrina Banjiu quería acompañarla para subirse por primera vez a un tren y ella no lo permitió, pero la vieja Xin sí trajo a su hijo. Además, aunque no pagara el tren, el niño en el camino comería, y ese dinero seguramente saldría de los tres mil yuanes. Originalmente, ese dinero era la comisión de los Xin por la intermediación en el negocio, pero ahora era de Niu Xiaoli. Como si adivinara sus pensamientos, Xin abrió el bolso y le enseñó un montón de panecillos blancos:

—Hice las cuentas: de aquí a Qinhan tomaremos seis transportes y eso nos llevará unos cinco días. Esos panes justo alcanzarán para nosotros tres. —Le ofreció uno a Niu Xiaoli—: Pruébalo.

La harina, algo dulce, llevaba trozos de cebolla y sal de sésamo.

—¿Te gustó?

—Está sabroso. ¿Tú los hiciste? —Desconcertada y sin remedio, Niu Xiaoli se metió el resto del panecillo a la boca.

—Sí, me levanté de madrugada —dijo mostrándole su morral tejido, y añadió—: Adentro llevo también muchos cebollines.

Al escuchar esto, Niu Xiaoli supo que Xin, aunque chaparra, era una mujer fuerte y hacendosa y, además, muy organizada. Mientras charlaban las dos mujeres, el niño, aspirando los mocos, se puso a corretear por toda la estación al grito de “run, run”; parecía que montaba una motocicleta.

—Muchas veces he ido a tu casa, ¿cómo es que no había visto a tu hijo? —la interrogó Niu Xiaoli.

—Nunca se está quieto en ella. Siempre va a la orilla del pueblo a escalar árboles y a buscar nidos de pájaros.

Como si recordara algo, Niu Xiaoli preguntó:

—Por cierto, ¿cómo te llamas?

—Todos me dicen Xin, esposa del viejo Xin.

—¿Y no tienes nombre?

—Me llamo Zhu Juhua —respondió ella notoriamente avergonzada.

—Y él, ¿cómo se llama?

—Su padre le puso Xuewen, pero todos lo llaman Changuito.

Al mirar al niño correr por la estación, Niu Xiaoli pensó que realmente parecía un chango y sonrió.

—¿Trajiste el dinero?

Zhu Juhua dejó el bolso tejido y tranquilamente se metió las manos en los calzones.

—¿Qué haces, mujer?

—Tres mil yuanes no es poco dinero, cosí un bolso en mis calzones y los guardé adentro.

A Niu Xiaoli se le volvió a cruzar por la cabeza que Xin era una mujer bien organizada.

—Ya que los guardaste allí, déjalos, mujer; conforme necesitemos vamos sacando de poco a poco —le dijo sonriendo.

—¿Confías en mí? —le preguntó Zhu Juhua sorprendida, aún con la mano en los calzones.

—¿A dónde vas a escapar? Y aunque huyas, detrás dejarías a tu marido. Primero lo tiramos al río y luego demolemos tu casa.

—¡Qué lista eres, hermanita! —Zhu Juhua la señaló con el pulgar sonriendo.

—¿Qué quieres decir?

—Quien carga el dinero lleva toda la responsabilidad.

Convencida de que Xin era muy metódica, Niu Xiaoli volvió a sonreír. Sentadas en el autobús suburbano camino a la capital del condado y mirando la fábrica de ropa y los baños públicos quedarse atrás, Niu Xiaoli se alebrestó de nuevo en contra de Song Caixia. Jamás había ido a la capital del condado en toda su vida y ahora iba a cruzar más de dos mil kilómetros y varias provincias. Pero eso no era lo peor, lo que le producía temor era ir a tierras extrañas, donde no conocía a nadie, a buscar a una embustera. No sabía qué iba a pasar ni tampoco cómo iba a resultar esa exploración, por lo que sintió mucha rabia. Niu Xiaoli comenzó a despotricar en contra de su amarga vida: su padre había muerto cuando ella era apenas una niña, su madre se había fugado con otro hombre y su hermano mayor era un perdedor, así que ella tenía que encargarse de toda la casa…

—Hermanita, tengo que darte las gracias. —La vieja estiró el cuello hacia ella.

—¿Y eso? —preguntó ella sorprendida.

—Gracias a este asunto, puedo alejarme unos días de casa.

—¿No quieres al viejo Xin? —Aún más sorprendida, Niu Xiaoli olvidó sus penas por un instante y se interesó en la mujer. Zhu Juhua asintió con la cabeza, y Niu Xiaoli añadió—: Ayer los vi en armonía cargando ladrillos.

—Lo odio desde el fondo de mi corazón —remató Zhu Juhua.

—¿Y por qué?

—Pues porque es muy chaparro, parece Wu Dalang,1 apenas llega a la altura de un clavo. Si no fuera así, ¿crees que buscaría mujer de afuera?

—Es trabajador, mujer. —Niu Xiaoli estuvo a punto de reírse, pero luego sintió pena.

—Además, no confía en mí. Acapara todo el dinero de la casa. Al mes, a mi hijo y a mí nos da veinte yuanes. ¿Para qué alcanzan veinte? Ni siquiera para el papel de baño; nos trata como animales.

—No imaginé que, además de chaparro, fuera un miserable.

—¿Sabes por qué es tan miserable? —Con su hijo roncando en su regazo, quien, tras correr tanto rato en la estación, en cuanto se sentó se quedó dormido, Zhu Juhua se pegó al oído de Niu Xiaoli y le confesó—: Sé que tienes novio y por eso te lo voy a decir.

—¿Qué quieres decir, mujer?

—En las noches no le sirve.

—¿A qué te refieres? —Estaba notoriamente confundida.

—Cuando los hombres no la hacen de noche, en el día están muy irritables.

Niu Xiaoli se quedó pasmada. Primero pensó que esa mujer contaba cosas íntimas a cualquier extraño; luego decidió que en poco tiempo Xin la había tomado por amiga y entonces se atrevió a preguntar:

—Si no le sirve, ¿cómo tuviste al niño?

—A él de plano no le sirve. Llegué con el niño a su casa.

—¿Y por qué cuando se estaba ahogando en el río tú hiciste todo por salvarlo? —Niu Xiaoli seguía sorprendida.

—Si ayer yo no hubiera mostrado carácter, y si ustedes se hubieran ido, él me habría tirado al río —concluyó Zhu Juhua mientras golpeaba las palmas de sus manos.

—No me lo imaginaba —dijo Niu Xiaoli suspirando y pensando que todo el mundo tiene problemas.

—Caras vemos, corazones no sabemos —remató Zhu Juhua pensando en su marido.

—Pero hay un asunto que no comprendo. El día del negocio dijiste que el viejo Si de la aldea Si ofrecía ciento cuarenta mil. ¿Por qué Song Caixia no fue a engañarlo a él y sí vino con nosotros?

—El viejo Si ofreció ciento cuarenta mil, pero en plazos, y Song Caixia no estuvo de acuerdo.

Niu Xiaoli pensó que aquella embustera era muy lista.

1Personaje de la novela clásica A la orilla del río, que es asesinado por su esposa Pan Jinlian. Todas las notas al pie son de la traductora.

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