Antón Chéjov

Tío Vania



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Acto I
Acto II
Acto III
Acto IV

Tío Vania

ANTÓN PÁVLOVICH CHÉJOV


Escenas de la vida en el campo en cuatro actos - 1896


Traducción de E. Podgursky

Personajes:


ALEXANDER VLADIMIROVICH SEREBRIAKOV, profesor retirado.

ELENA ANDREEVNA, su mujer, veintisiete años.

SOFÍA ALEXANDROVNA (SONIA), su hija de un primer matrimonio.

MARÍA VASILIEVNA VOINITZKAIA, viuda de un consejero secreto y madre de la primera mujer del profesor.

IVÁN PETROVICH VOINITZKII, su hijo.

MIJAIL LVOVICH ASTROV, médico.

ILIA ILICH TELEGUIN, terrateniente arruinado.

MARINA, vieja nodriza.

Un MOZO.


La acción tiene lugar en la hacienda de Serebriakov.


Acto I

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Contenido

Escena I
Escena II
Escena III
Escena IV
Escena V

La escena representa un jardín y parte de la fachada de la casa ante la que se extiende una terraza. En la alameda, bajo un viejo tilo, esta dispuesta la mesa del té. Sillas, bancos y, sobre uno de ellos, una guitarra. A corta distancia de la mesa, un columpio. Son más de las dos de la tarde. El tiempo es sombrío.

Escena I

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MARINA, viejecita tranquila, hace calceta sentada junto al «samovar»; ASTROV pasea a su lado por la escena.

MARINA. -(Sirviéndole un vaso de té.) Toma, padrecito.

ASTROV. -(Cogiendo con desgana el vaso.) Creo que no me apetece.

MARINA. -Puede que quieras un poco de vodka.

ASTROV. -No... No la bebo todos los días... El aire, además, es sofocante. (Pausa.) ¡Ama!... ¿Cuánto tiempo hace ya que nos conocemos?

MARINA. -(Cavilando.) ¿Cuántos?... ¡Que Dios me dé memoria!... Verás... Tú viniste aquí..., a esta región.... ¿cuándo?... Vera Petrovna, la madre de Sonechka, estaba todavía en vida. Por aquel tiempo, antes que muriera, viniste dos inviernos seguidos..., lo cual quiere decir que hará de esto unos once años. (Después de meditar unos momentos.) Y hasta puede que más.

ASTROV. -¿He cambiado mucho desde entonces?

MARINA. -Mucho. Antes eras joven, guapo..., mientras que ahora has envejecido... ¿Y dónde se te ha ido la belleza? También hay que decir que bebes vodka.

ASTROV. -Sí. En diez años me he vuelto otro hombre... ¿Y por qué causa?... Porque trabajo demasiado, ama... No conozco el descanso, y hasta por la noche, bajo la manta, estoy siempre temiendo que vengan a llamarme para ir a ver a algún enfermo. Desde que nos conocemos no he tenido un día libre, y así..., ¿quién no va a envejecer? Además, la vida de por sí es aburrida, tonta, sucia... Eso también influye mucho. A tu alrededor no ves más que gentes absurdas, y cuando llevas viviendo con ellas dos o tres años, tú mismo, poco a poco y sin darte cuenta, te vas volviendo también absurdo... En un destino inevitable. (Rizándose los largos bigotes.) ¡Qué bigotazo más enorme he echado! ¡Qué bigote más tonto! ¡Me he vuelto absurdo, ama!... Tonto todavía no me he vuelto. ¡Dios es misericordioso! Mis sesos están en su sitio; pero tengo, en cierto modo, atrofiado el sentimiento. No deseo nada, no necesito de nadie y no quiero a nadie. Acaso sólo te quiero a ti. (Le besa la cabeza.) Cuando era niño, tuve también un ama como tú.

MARINA. -Puede que quieras comer algo.

ASTROV. -No. En la tercera semana de Cuaresma, durante la epidemia, tuve que ir a Malitzkoe... Cuando el tifus exantemático... Allí, en las «isbas», se morían las gentes como moscas... ¡Suciedad..., pestilencia..., humo..., terneros por el suelo, junto a los enfermos!... ¡Hasta cerdos había!... Yo no me senté en todo el día, ni probé bocado; pero, eso sí..., cuando llegué a casa, tampoco me dejaron descansar. Me traían al guardagujas de la estación... Le tendí sobre la mesa para operarle, y se me murió bajo el cloroformo... Pues bien.... entonces..., cuando menos falta hacía, el sentimiento despertó dentro de mí. La conciencia me dolía como si le hubiera matado premeditadamente. Me senté, cerré los ojos..., así..., y pensé: aquellos que hayan de sucedernos dentro de cien o doscientos años, y para los que ahora desbrozamos el camino..., ¿tendrán para nosotros una palabra buena?... ¡No la tendrán, ama!

MARINA. -La gente no la tendrá, pero Dios, sí.

ASTROV. -Sí. Gracias... Has hablado muy bien.


Escena II

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Entra VOINITZKII.

VOINITZKII. -(Ha salido de la casa con aspecto de haber estado durmiendo después del almuerzo y, sentándose en el banco, endereza su corbata de petimetre.) Bueno... (Pausa.) Bueno...

ASTROV. -¿Has dormido bien?

VOINITZKII. -Muy bien, sí. (Bosteza.) Desde que viven aquí el profesor y su mujer..., mi vida se ha salido de su carril. No duermo a las horas en que sería propio hacerlo; en el almuerzo y la comida, como cosas que no me convienen; bebo vinos... ¡Nada de esto es sano!... Antes no disponía de un minuto libre. Sonia y yo trabajábamos mucho; pero ahora es ella sola la que trabaja, mientras yo duermo, como, bebo... ¡No está bien, desde luego!

MARINA. -(Moviendo la cabeza.) ¡Vaya orden de vida!... ¡El «samovar» esperando desde por la mañana temprano, y el profesor levantándose a las doce!... Antes de venir ellos, comíamos, como todo el mundo, a poco de dar las doce; pero, con ellos, a las seis pasadas... Luego, por la noche, el profesor se pone a leer y a escribir, y, de repente..., a eso de las dos, un timbrazo... «¿Qué se le ofrece, padrecito?»... «¡El té!»... Y, por él, tiene una que despertar a la gente..., preparar el «samovar»... ¡Vaya orden de casa!

ASTROV. -¿Piensan quedarse mucho tiempo todavía?

VOINITZKII. -(Silbando.) Cien años... El profesor ha decidido establecerse aquí.

MARINA. -Pues ahora está pasando igual. El «samovar» lleva ya dos horas sobre la mesa, y ellos..., de paseo.

VOINITZKII. -Ahí vienen ya... Ya vienen, no te alteres.

Escena III

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Se oyen primero voces y, después, surgiendo del fondo del jardín, entran en escena, de vuelta del paseo, SEREBRIAKOV, ELENA ANDREEVNA, SONIA y TELEGUIN.

SEREBRIAKOV. -¡Magnífico! ¡Magnífico!... ¡Las vistas son maravillosas!...

TELEGUIN. -¡Maravillosas, excelencia!

SONIA. -Mañana iremos al campo forestal, papá. ¿Quieres?

VOINITZKII. -¡Señores! ¡A tomar el té!

SEREBRIAKOV. -¡Amigos míos! ¡Sean buenos y mándenme el té al despacho! ¡Hoy tengo todavía que hacer!

SONIA. -¡Seguro que te gustará el campo forestal!

(Salen ELENA ANDREEVNA, SEREBRIAKOV y SONIA. TELEGUIN se acerca a la mesa y se sienta al lado de MARINA.)

VOINITZKII. -¡Con el calor que hace y este aire sofocante, nuestro gran sabio lleva abrigo, chanclos, paraguas y guantes!

ASTROV. -Lo que quiere decir que se cuida.

VOINITZKII. -¡Y qué maravillosa es ella!... ¡Qué maravillosa! ¡En toda mi vida no he visto una mujer más bonita!

TELEGUIN. -¡María Timofeevna!... ¡Lo mismo cuando voy por el campo, que cuando me paseo por la fonda de este jardín, o miro a esta mesa..., experimento una inefable beatitud!... ¡El tiempo es maravilloso, los pajarillos cantan y la paz y la concordia reinan entre todos! ¿Qué más se puede desear? (Aceptando un vaso de té.) Se lo agradezco con toda el alma.

VOINITZKII. -(Soñando alto.) ¡Qué ojos! ¡Qué mujer maravillosa!

ASTROV. -Cuéntame algo, Iván Petrovich.

VOINITZKII. -(En tono apático.) ¿Qué quieres que te cuente?...

ASTROV. -¿No ocurre nada nuevo?

VOINITZKII. -Nada... ¡Todo es viejo! Yo..., igual que antes, o quizá peor, porque me he vuelto perezoso, no hago nada y gruño como un viejo caduco... Mi vieja «maman» balbucea todavía algo sobre «la emancipación femenina», y mientras con un ojo mira a la tumba, con el otro busca, en sus libros doctos, «la aurora de una nueva vida»...

ASTROV. -¿Y el profesor?

VOINITZKII. -El profesor, como siempre, se pasa el día, de la mañana a la noche, sentado, escribe que te escribe... «¡Con la frente fruncida y la mente tersa, escribimos y escribimos odas, sin que para ellas ni para nosotras oigamos alabanzas!»... ¡Pobre papel! ¡Mejor haría en escribir su autobiografía!... ¡Sería un argumento magnífico!... «Un profesor retirado, vicio mendrugo, enfermo de gota, de reumatismo, de jaqueca y con el hígado inflamado por los celos y la envidia... Este pescado seco reside, a pesar suyo, en la hacienda de su primera mujer -porque su bolsillo no le permite vivir en la ciudad- y se lamenta constantemente de sus desdichas, aunque la realidad sea que es extraordinariamente feliz». ¡Hazte cargo de la cantidad de suerte que tiene!... (Nervioso.) Hijo de un simple sacristán, ha subido por los grados de la ciencia y ha alcanzado una cátedra. Es excelencia, ha tenido por suegro un senador, etcétera... No es que importe mucho nada de eso, dicho sea de paso, pero ten en cuenta lo siguiente: este hombre, durante exactamente veinticinco años, escribe sobre arte sin comprender absolutamente nada de arte... Durante veinticinco años exactamente, mastica las ideas ajenas sobre realismo, naturalismo y toda otra serie de tonterías... Durante veinticinco años lee y escribe sobre lo que para la gente instruida hace tiempo es conocido y para los necios no ofrece ningún interés... Lo cual quiere decir que su trabajo ha sido vano... No obstante..., ¡qué vanidad!, ¡qué pretensiones!... Retirado, no hay alma viviente que le conozca. Se le ignora completamente. Lo cual quiere decir que durante veinticinco años ha estado ocupando un lugar que no le correspondía... Y fíjate..., cuando anda, su paso es el de un semidiós.

ASTROV. -Parece enteramente que tienes envidia.