MÍA

Los hechos narrados son imaginarios. Cualquier referencia a hechos y lugares reales o a personas que existen o han existido es puramente casual.


V.1.3: septiembre, 2016

Título original: Mine

© Katy Evans, 2013

© de la traducción, Lidia Pelayo, 2015

© de esta edición, Futurbox Project S.L., 2016

Todos los derechos reservados.


Diseño de cubierta: Cris Martín


Los derechos de traducción de esta obra han sido cedidos por la agencia literaria Jane Rotrosen y gestionados para España por International Editors Co. Todos los derechos reservados.


Publicado por Principal de los Libros

C/ Mallorca, 303, 2º 1ª

08037 Barcelona

info@principaldeloslibros.com

www.principaldeloslibros.com


ISBN: 978-84-16223-51-0

IBIC: FP

Conversión a ebook: Taller de los Libros


Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

MÍA

Katy Evans


Traducción de Lidia Pelayo




1


Dedico este libro a aquellos que sintieron lo mismo que yo y quisieron un poco más.


CANCIONES DE MÍA

Estas son algunas de las canciones que estuve escuchando mientras escribía Mía. ¡Espero que las disfrutéis al mismo tiempo que Remington y Brooke!


Iris de Goo Goo Dolls

Dark Side de Kelly Clarkson

I Choose You de Sara Bareilles

Beneath Your Beautiful de Labrinth y Emeli Sandé

First Time de Lifehouse

Stay With You de Goo Goo Dolls

Between the Raindrops de Lifehouse

Breathless de The Corrs

According to You de Orianthi

Here Without You de 3 Doors Down

When You’re Gone de Avril Lavigne

Far Away de Nickelback

Hold Me Now de Red

Uprising de Muse

Demons de Imagine Dragons

Kiss Me de Ed Sheeran

From This Moment On de Shania Twain y Bryan White

3. Volando a Arizona

El avión privado es el mayor juguete de Remington. El equipo siempre se sienta en la primera sección de asientos al principio del avión, mientras que Remington y yo nos colocamos en el sofá de detrás, que está más cerca de la enorme barra de madera y de la televisión de pantalla plana, aunque apenas usamos ninguna de las dos. Hoy al embarcar se perciben los nervios en el aire. La temporada ha comenzado de forma oficial y después del combate de anoche de Remington, el equipo está animado. Pete y Riley incluso han chocado los puños con los pilotos en cuanto hemos bajado del coche.

—Todo es mucho mejor contigo aquí —me dice Diane mientras se instala en el asiento. Son de lujo, mejor que si volásemos en primera clase—. Estoy muy contenta de volver a veros juntos.

—Tengo que decir —interviene el entrenador Lupe y, sinceramente, como siempre es un gruñón, resulta raro verle sonriendo— que motivas a mi chico más que cualquier otra cosa hasta ahora. No solo me alegro de que hayas vuelto; ¡estuve rezando por ello! Y eso que soy un malvado ateo.

Me río y sacudo la cabeza mientras avanzo por el pasillo, pero antes de llegar al final, Pete me llama.

—Brooke, ¿has visto nuestros nuevos trajes de Boss? —pregunta.

Frunzo el ceño mientras me giro para mirarle y veo que Riley también está en el avión. Pete me sonríe y recorre con la mano su corbata negra mientras observo su aspecto. Riley sonríe y extiende los brazos para que lo vea bien. No tenía ni idea de que los trajes eran nuevos.

Básicamente son la única ropa que llevan y hoy, como todos los días, parecen estar preparados para salir en Los hombres de negro XII, o el número por el que vayan ahora.

Pete, con el pelo rizado y ojos castaños, sería una especie de bicho raro muy inteligente. Riley, con el cabello rubio y ese aspecto de surfista, sería el que mata demonios por casualidad mientras abre la puerta de un coche o algo así.

—¿Qué te parece? —pregunta.

Me aseguro de que mi cara tenga una expresión de asombro cuando contesto.

—¡Estáis muy guapos!

Doy un chillido cuando alguien me pellizca el culo. Remington me arrastra, agarrándome sin contemplaciones por la cintura, por el resto del pasillo del avión hasta nuestros asientos.

Me sienta y se deja caer a mi lado. Tiene las cejas fruncidas, como si estuviera enfadado, pero sus ojos resplandecen.

—Vuelve a decir eso de otro tío.

—¿Por qué?

—Ponme a prueba.

—Pete y Riley están taaaaaan…

Saca las manos y me hace cosquillas bajo las axilas.

—¿Quieres volver a intentarlo? —me provoca.

—Oh, Dios, tus hombres de negro están tan…

Me hace más cosquillas.

—¡Ni siquiera me dejas decir «sexy»! —grito y se para.

Sus ojos azules brillan, los labios de Remy forman la sonrisa más seductora que he visto jamás, y todo eso, unido a la barba de tres días y los hoyuelos, hace que me derrita. Los dedos de mis pies se doblan deliciosamente.

—¿Quieres probar otra vez, Brooke Dumas? —me pregunta con voz ronca.

—¡Sí! ¡Me encantaría! Creo que Pete y Riley están increíblemente…

Me hace cosquillas tan fuerte que me sacudo y doy patadas, y luego jadeo para coger aire y, de alguna forma, acabo medio sentada y medio tirada en el asiento. Mis pechos se aprietan contra sus pectorales con cada inspiración agitada. Nuestras sonrisas se desvanecen cuando una deliciosa tensión sexual empieza a arder y nos miramos fijamente. 

De repente estira el brazo y emplea el pulgar para recolocarme un mechón suelto de pelo detrás de la oreja. Su voz se endurece mientras un hoyuelo desaparece de su cara antes que el otro.

—Dilo cuando digas mi nombre —pide, y un escalofrío me recorre mientras él pasa el revés de un dedo por mi mandíbula.

—¿Acaso tu ego no es lo suficientemente grande? —susurro apenas sin respiración mientras memorizo su cara. La mandíbula cuadrada, el pelo de punta, las cejas lisas y oscuras sobre esos penetrantes ojos azules que me miran con un toque de malicia y esos celos furibundos que hacen que mi sexo se contraiga.

—Podríamos decir que ha disminuido considerablemente cuando mi novia ha empezado a devorar con los ojos a esos dos idiotas.

Se levanta para dejar que me siente y, cuando lo hago, se echa hacia atrás para ponerse cómodo, como se sientan los hombres atractivos: con las piernas estiradas y sus largos y esculpidos brazos cruzados en el respaldo del asiento mientras me observa con el ceño medio fruncido.

—¿Qué se suponía que tenía que decir? —me burlo con una sonrisa—. ¿Que no les quedan bien los trajes nuevos? Son como mis hermanos.

—No, son como mis hermanos.

—¿Lo ves? Y yo soy tuya, así que es lo mismo. —Me encojo de hombros y me coloco la falda en las rodillas—. Ahora ya sabes cómo me siento cuando mil mujeres gritan, babeando, que quieren un hijo tuyo —añado con aires de suficiencia mientras me abrocho el cinturón de seguridad.

Me agarra la barbilla y me gira para mirarlo.

—¿A quién le importa lo que griten si estoy loco por ti?

Pof. Eso es lo que ha hecho mi corazón.

—Pues lo mismo pasa conmigo. No tienes que gruñir cuando los chicos me miran.

Sus ojos se oscurecen, deja caer la mano en su costado y cierra la mandíbula.

—Agradece que tenga algo de autocontrol y no les haya colgado de la farola más cercana. Sé perfectamente lo que te están haciendo en su puta imaginación.

—Que tú lo hagas no significa que los otros también lo hagan.

—Por supuesto que lo hacen. Es imposible evitarlo.

Sonrío porque sé que en su mente me folla miles de veces cuando no podemos hacerlo físicamente. Y, por supuesto, yo hago lo mismo. Me apuesto algo a que incluso una monja lo haría si le viera.

Con algo de maldad, paso los dedos bajo su camiseta y recorro las protuberancias de sus ocho abdominales, deleitándome con su piel bajo las yemas de mis dedos. Adoro cada parte del cuerpo humano. No solo porque soy fisioterapeuta, sino porque durante muchos años fui atleta y me maravilla todo lo que puede hacer nuestro cuerpo, lo que resiste cuando nos esforzamos, cómo despierta todos los mecanismos innatos para reproducirse y sobrevivir… Adoro el cuerpo humano con locura y el cuerpo de Remy es mi templo. Ni siquiera puedo explicar todo lo que me hace sentir.

—Las chicas te desnudan mientras luchas —digo. Mi sonrisa se desvanece porque afloran los celos—. Me hace sentir insegura, porque a mí me conociste así.

—Pero sabía que eras para mí. Única y exclusivamente para mí.

Mi cuerpo se tensa al instante con esas palabras, tan sensuales en combinación con la sonrisa confiada que despliega.

—Lo soy —acepto, mirando a esos bailarines ojos azules—. Y ahora no sé qué quiero besar antes. ¿A ti o tus hoyuelos?

Los hoyuelos desaparecen, al igual que la luz en sus ojos mientras extiende el brazo para acariciar mi labio inferior.

—A mí. Siempre a mí primero. Luego, el resto de mi cuerpo.

Siento calor en mi labio inferior por culpa del delicioso masaje de su pulgar mientras los ayudantes de vuelo terminan de subir el equipaje y cierran la puerta del avión. Soy vagamente consciente de que el equipo está hablando en sus asientos, pero atino a decirle, en tono de advertencia:

—Voy a apagar el móvil para el despegue… Pero me debes un beso de buenos días. Aunque sea mediodía.

Su risa es suave y siento que recorre mi cuerpo.

—Te debo más que eso, pero empezaré por tus labios.

Dios. ¿Remington? Me mata. Y añade, en un tono normal, como si no estuviera diciendo lo más deliciosamente sexy del mundo: 

—Sí, creo que voy a besarte ahora. 

Y mis sistemas dan un salto. Mi sangre se incendia cuando empiezo a pensar en ello y saco rápidamente el móvil del bolso para apagarlo cuando veo un mensaje de Melanie.


Melanie: ¡Mi mejor amiga! Ha pasado mucho tiempo y te echo de menos. ¿Cuándo vuelves a casa?


¡Mel! Me enderezo para usar las dos manos y contestarle. 


Brooke: ¡Yo también te echo de menos! ¡Mucho, mucho, Mel! ¡Pero estoy muy feliz! ¡Soy tan feliz! ¡No es broma! ¡O a lo mejor sí! ¿Lo ves? ¡Parece que estoy borracha! Jajajaja…

Melanie: Quiero un Remy.

Melanie: ¡Y una Brooke! ¡Jajaja!

Brooke: Ahora que ha empezado la temporada buscaré un buen piso para que puedas venir a visitarme. Nora también puede venir.

Melanie: ¿Pero vas a conservar tu piso en Seattle?


Frunzo el ceño durante un momento por la pregunta porque, cuando abandoné mi vida y decidí seguir a mi Dios del sexo hasta el fin de la Tierra mientras él continuaba con su régimen de entrenamientos y se preparaba para esta temporada, ni siquiera había pensado en el alquiler de mi piso.

Respondo a Melanie.


Brooke: Estoy realmente comprometida con él, Mel, así que no creo que renueve el contrato cuando se acabe. Ahora mi casa está aquí. Vamos a despegar, pero te escribo luego. ¡Te quiero, Melly!

Melanie: ¡Y yo a ti!


Apago el teléfono y lo meto en el bolso. Cuando levanto la cabeza, mi sexo se tensa al ver a Remy sosteniendo su iPod plateado. Buf. Este hombre sí que sabe cómo seducirme con música. Lo observo mientras recorre las canciones con su pulgar. Lo hace con un gesto tan lento, tan sensual, que mis muslos empiezan a temblar. 

Me mira con una sonrisa malvada, luego extiende el brazo y me pone los cascos en la cabeza. Estoy muy excitada cuando pulsa PLAY. Comienza la canción y sus penetrantes y curiosos ojos azules se quedan fijos en mí, esperando una reacción.

Que es derretirme en el asiento.

Y sentir cómo mi alma se estremece dentro de mí.

Porque la canción que ha escogido me ha dejado sin respiración.

Aprieta su frente contra la mía mientras me observa escuchar la música y estoy tan conmovida por la canción que me tiemblan las manos cuando le cambio sus cascos por mis auriculares y pongo uno en mi oreja y otro en la suya para que podamos escucharla juntos.

Volvemos a colocar nuestras frentes juntas y yo observo su expresión mientras él contempla la mía… Y los dos escuchamos esta canción increíble. No es cualquier canción. Es su canción.

Iris

De Goo Goo Dolls.

Su mirada se oscurece con las mismas emociones que arden en mi interior y, entonces, pone la mano en mi mejilla. Mi cuerpo se tensa por la anticipación cuando él se acerca. Siento cómo su aliento baña mi cara cuando se reduce la distancia entre nuestras bocas. Para cuando roza sus labios con los míos, yo ya los he abierto y dejo que mis ojos se cierren. Los roza una vez, dos. Con suavidad. Despacio. Un sonido escapa de mi interior, como un gemido que pide que me bese más fuerte, pero en lugar de escucharlo, oigo esto:


When everything’s meant to be broken

I just want you to know who I am.


Dios, no puedo escuchar esta canción sin sentir que me devoran por dentro. Necesito acercarme a él todo lo que pueda. Todo lo cerca que pueda, y nunca es suficiente. Le deseo, de la cabeza a los dedos de los pies, cada parte de mí desea cada parte de él. Levanto la cabeza y presiono suavemente sus labios con los míos, deslizando los dedos por su cabello. Susurro: «Oh, Dios, Remy, bésame más».

Me hace esperar un poco y utiliza su mano para girarme la cabeza hasta cierto ángulo y entonces, entonces, sus labios por fin se pegan a los míos. Su lengua recorre el borde de mi boca hasta que la abro y jadeo, electrificada, cuando nuestras lenguas se rozan. No escucho su gemido pero lo siento vibrar en su pecho contra los míos y me estremezco cuando toco su lengua con la mía y relajo la boca por petición suya. Porque no hay nadie en quien confíe más, nadie con el que derribe mis muros, nadie con quien caigan así, excepto con este hombre. Acaricia el lateral de mi cuerpo con una mano y succiona suavemente mi labio inferior. Siento la humedad entre mis piernas. Mi respiración acelerada. Mis pezones duros. La sensación de deseo por mi piel.

No sabía cuánto necesitaba este beso hasta ahora, cuando mi cuerpo vibra bajo su boca. Muevo los labios y empleo mi lengua para que su lengua vuelva a estar dentro de mí.

No sé si Pete, o Riley, o cualquiera está mirando. Iris suena en nuestros oídos y nuestras bocas están húmedas y hambrientas. Introduce los dedos bajo mi camiseta mientras lame, succiona, examina, saborea. Parece imposible, pero cada centímetro de mi cuerpo siente placer solo con lo que su boca le hace a la mía.

Gimo de deseo y le muerdo, y pierde un poco el control.

Me desabrocha el cinturón de seguridad y me echa hacia atrás hasta que quedo tumbada en toda la línea de asientos.

La música se detiene y comienza otra canción, pero él profiere un ruido de frustración cuando el cable se enreda entre nosotros, nos quita los auriculares y los aparta a un lado. Entonces recorre mi cuerpo con la mirada. De repente no oigo nada excepto el latido de mi corazón mientras él vuelve a bajar la cabeza.

—Joder, cuánto te deseo —dice. Y de nuevo, el húmedo sonido de su boca encontrándose de nuevo con la mía. Mis venas derrochan calor cuando vuelve a tomar mi boca. Las lenguas se acarician. Las manos se tocan. Se mezclan las respiraciones.

El interior de mis muslos se empapa. Me retuerzo sin parar bajo su peso y muevo la lengua más rápido y con más deseo, entrelazada con la suya. Siento la forma de sus abdominales bajo su camiseta y mis nervios arden cuando vuelve a introducir las yemas de sus largos y fuertes dedos bajo mi camiseta.

Me está matando. Deseaba este beso, pero ahora quiero más. Cada poro, átomo y célula arde como una supernova. Nuestras bocas se mueven juntas a la perfección. Me siento viva, expandida, amada. Amo, deseo, ansío… A él. Con locura. No creo que nunca llegue a saber lo avergonzada que me siento por haberle dejado, lo mucho que me duele lo que sufrió por mí. Estoy decidida a quedarme con él. Es mi amor REAL. 

Sus dedos encuentran mis pezones bajo el sujetador y están tan sensibles que el mero roce lanza un rayo de placer hasta mis pies.

—Remy, tenemos que parar —jadeo, respirando entrecortadamente, mientras todavía me funcionan un par de neuronas en el cerebro. Pero aunque lo diga, sigo agarrando sus músculos y a la parte de mi cuerpo que sigue caliente como el infierno no le importa si lo hacemos aquí y ahora.

Pero supongo que se enfurecería si alguien me oyese correrme.

Se echa un poco hacia atrás y toma aire durante un momento, ruidosamente. Entonces me mira, sus ojos arden, y vuelve a besarme un poco más fuerte. Gruñe suavemente y para, inclinando la cabeza hacia la mía. Siento su fuerte respiración en mi oreja.

—Ponme una canción —dice con un murmullo áspero, obligándome a sentarme.

Cojo el iPod, muy consciente de la humedad de mi boca, y empiezo a cargar mi lista de reproducción mientras intento ignorar la palpitación de mi entrepierna.

—Primero devuélveme el cerebro.

Se ríe y me da un toque en la nariz.

—Ponme una de tus canciones impertinentes contra el amor.

—Tengo tantas que no sé por dónde empezar —respondo.

Empiezo a buscar cuando pone su pulgar sobre el mío y empieza a guiarme suavemente.

—Tengo una para ti. Una de las que te gustan.

Su voz, tan cercana, provoca pequeños y placenteros escalofríos que recorren mi cuerpo. Pulsa PLAY con una canción insolente de las que me gustan a mí, pero no es un himno femenino para nada.

Es Dark Side, de Kelly Clarkson.

Mi interior se derrite cuando escucho la música. Me encanta Kelly pero, oh, esta canción. Las palabras. Remy quiere saber si estaré con él, que le prometa que no me marcharé. ¿De verdad lo duda? 

Vuelve a mirarme con esa sonrisita arrogante. Pero sus ojos no son tan arrogantes. Sus ojos son interrogantes. Quiere saberlo.

Toma mi mano y entrelaza sus dedos con los míos, lo hace de esa forma tan de novios que nunca falla conmigo. Me acerco a su oreja y le digo: 

—Te lo prometo. Te prometo que tienes mi corazón y me tienes a mí. Siempre me tendrás a tu lado.

No hay ninguna canción en todo el planeta, no hay canciones suficientes para decirle que le amo de verdad. Le amo cuando sus ojos se vuelven oscuros, cuando sus ojos son azules y aunque sé en lo profundo de mi ser que él no cree que vaya a quedarme, un día, prometo que un día haré que me crea. Sonreímos mientras seguimos escuchando la canción y cuando me aprieta la mano, yo aprieto la suya, y me digo que no importa lo que pase. Nunca, nunca, soltaré su mano.


♥ ♥ ♥


Nuestro hotel en Phoenix parece sacado de un cuadro. El edificio anaranjado de veinte plantas se extiende sobre un paisaje desértico, rodeado por cactus con flores tan gigantescas y brillantes que ardo en deseos de ir a tocarlas, solo para asegurarme de que no son artificiales.

Dentro del hall de mármol hay dos chicas adolescentes que susurran y señalan a Remy según entra, porque, por supuesto, le han visto. Se le ve igual que a un toro pasando por la recepción del hotel. Sus miradas escanean rápidamente al grupo que va con él y luego me observan a mí.

Levanto una ceja con una sonrisa divertida y parecen creer que seguramente soy su novia, pero no puedo evitar que mi estómago se vuelva loco con sentimientos de posesión mientras lo devoran una vez más con sus pequeños ojos hambrientos.

—¡Mira a esas dos chicas obsesionadas! Siempre está coqueteando —me dice Diane—, ¿no te pone celosa?

—Mucho —digo y arrugo la nariz en señal de disgusto por mis celos.

Remy mira hacia mí y me guiña el ojo mientras Pete y él esperan a que nos den las llaves. Diane me da un codazo y se ríe.

—¡Dios! ¡Este hombre sabe lo atractivo que es! —comenta—. Pero, Brooke, no estés celosa, todo el equipo ve lo mucho que os queréis. Nunca le hemos visto así con nadie. Y a pesar de todas las mujeres que se paseaban por aquí, él siguió yendo a por ti.

—¿Qué quieres decir con eso? —pregunto con el ceño fruncido—. ¿Por dónde se paseaban las mujeres?

—Por nuestro hotel.

—¿Cómo? ¿Hace poco?

Mi estómago da un vuelco, de verdad, un vuelco, cuando Diane abre más los ojos y palidece.

Empieza a sacudir la cabeza y luego… Luego empieza a moverse como si quisiera esconderse en un puto florero.

—Brooke —susurra con tono de disculpa mientras se aleja un paso.

¿Por qué lo hace?

¿Cree que voy a pegarla?

¿Parece que vaya a pegar a alguien?

No quiero pegar a nadie. Apenas puedo mantenerme de pie.

Todo se vuelve borroso cuando me giro para ver la espalda de Remy. Por todo el hall del hotel. Pienso en su forma de moverse cuando hacemos el amor, como un depredador que me toma. En mi mente veo sus ojos, cómo me observa correrme con él. Lo imagino tumbado en la cama de un hotel mientras docenas de mujeres le dan placer y sus ojos azules, mis ojos azules, observan cómo ellas se deshacen también por él.

Y entonces, entonces pienso que sus ojos podrían no estar azules. Podrían haber estado oscuros. Remy en su forma más cruda, intensa y bipolar. Más salvaje de lo que habría estado jamás.

Porque no es una persona normal. Ni siquiera se parece a nada «normal». No solo es el puto Remington «Depredador» Tate, es bipolar y pasa de un estado de ánimo a otro constantemente. Cuando está en su peor fase, a veces no se acuerda de lo que hace. Y el mes que me marché estaba muy, muy mal. Sus ojos, oscuros y misteriosos, mirándome desesperados desde la cama de un hospital…

Mis órganos se agitan, siento los pulmones inundados de dolor mientras recuerdo cómo intentó quitarse la mascarilla de oxígeno y detenerme.

Con el corazón acelerado, veo a Riley en la entrada. Está leyendo algo en su teléfono. Le recuerdo perfectamente, no hace tanto tiempo, guiando a un grupo de preciosas y deslumbrantes mujeres a la habitación de Remington para «alegrarle» cuando tuvo un episodio.

Antes de poder contenerme, me dirijo furiosa hacia él. Me tiemblan los puños.

—Riley, ¿cuántas putas has llevado a la cama de Remington?

—¿Perdona?

Baja el teléfono, completamente confundido.

—Te he preguntado que cuántas putas llevaste a su cama. ¿Era consciente de lo que les hacía?

Riley mira la amplia espalda de Remington y me agarra por el codo y me lleva a la zona de los ascensores.

—Brooke, no tienes derecho a decir nada al respecto. ¿Te acuerdas? ¡Te marchaste! ¡Te fuiste, cuando estaba hecho añicos, físicamente destrozado, en una puta cama de hospital. Pete estaba cuidando de tu hermana, tratando de sacarla de las drogas, y yo apenas podía recoger los pedazos en los que tu carta, tu jodida carta, le rompió! ¡Es algo que nunca, nunca, llegarás a entender! Porque, por si se te había olvidado, Rem tiene un trastorno de personalidad. Teníamos que sacarle de este puto estado…

—Eh. —Remington lo aparta agarrándolo del cuello de la camisa y forma un puño con la mano como si fuera a levantarlo—. ¿Qué coño haces?

Riley se suelta y lo mira mientras se recoloca la corbata en su estúpida americana nueva de Boss.

—Intentaba explicarle a Brooke, aquí, que cuando se marchó nada era tan alegre como ahora.

Remy pone un dedo en el pecho de Riley.

—Basta. Ni una palabra más. ¿Lo has entendido?

Riley aprieta la mandíbula y Remington le clava el dedo en el pecho tan fuerte que le obliga a dar un paso atrás.

—¿Lo has entendido? —insiste.

Riley asiente.

—Sí, lo he entendido.

Sin decir otra palabra, Remington coloca la mano en mi nuca y me acompaña al ascensor.

Pero durante toda el trayecto en el ascensor, mi interior se retuerce de dolor aunque intente razonar conmigo misma. Porque es verdad: no tengo derecho a sentirme así.

Sin ver nada más, contemplo el impresionante apartamento del ático cuando entramos. Es nuestro nuevo hogar. Las habitaciones de los hoteles siempre han sido como un hogar, pero no el mío. El mío está muy lejos. Ahora mi hogar es este hombre. Y tengo que aceptar que amarlo puede destrozarme. Una y otra vez. Amar a Remington va a destrozarme. Cuando esté luchando y reciba más golpes de los que puedo soportar, me destrozará. Cuando sea tierno conmigo y me dé todo el amor que no creo merecer, me destrozará. Cuando tenga un episodio en el que sus ojos se vuelvan oscuros y no recuerde las cosas que ha dicho o hecho… Entonces también me destrozará.

—¿Te gusta la habitación, preciosa? —El calor que emana me rodea cuando viene desde atrás y abraza mi cuerpo con los brazos. Me siento caliente. Protegida—. ¿Quieres salir a correr cuando anochezca?

Sus labios rozan la curva entre mi cuello y mi clavícula, y ese toque de seda envía una pequeña y dolorosa sensación hacia mi corazón. Siento como si me hubiera tragado un jardín entero de cactus mientras me levanto el cuello de la camisa y me giro. Inspiro profundamente antes de preguntarle:

—¿A cuántas mujeres te follaste cuando yo…? ¿Cuando no estaba contigo?

Nuestros ojos se encuentran. Un escalofrío de consciencia familiar me recorre mientras le observo. No tengo la menor idea de lo que está pensando.

—Soy consciente de que no tengo derecho a preguntártelo. —Busco en lo profundo de sus ojos azules y él me devuelve la mirada con la misma intensidad—. Rompimos, ¿verdad? Era el final. Pero… ¿lo hiciste?

Espero. Sus ojos empiezan a brillar.

¡Sonríe!

—¿Acaso te importa? —responde con tono arrogante y una ceja levantada—. ¿Te importa que durmiera con alguien?

La ira y los celos hierven en mi interior tan rápido que cojo un cojín del sofá y le golpeo en el pecho mientras exploto.

—¿Tu qué crees, gilipollas?

Agarra el cojín y lo aparta.

—Dime cuánto te importa. 

La chispa de maldad de sus ojos hace que apriete más los dientes y lanzo otro cojín en su dirección.

—¡Dímelo!

—¿Por qué?

Lo esquiva y se acerca mientras yo doy un paso atrás. Su sonrisa rebosa diversión.

—Me dejaste, mi dulce dinamita. Me dejaste con una carta preciosa en la que me decías, de una forma muy bonita, que me jodieran y que tuviese una buena vida.

—¡No! ¡Te dejé con una carta en la que te decía que te quería! Algo que tú no me has dicho desde que volví contigo y que te he rogado que me dijeras.

—Estás adorable así. Ven aquí.

Toma con su mano mi nuca y me acerca hacia él. Necesito toda mi fuerza para soltarme.

—Remington. ¡Te estás riendo de mí! —grito desconsolada.

—He dicho que vengas aquí. 

Me vuelve a atrapar entre sus brazos. Giro la cabeza y me sacudo mientras intento escaparme.

—¡Remy, dímelo! Por favor, dímelo, ¿qué hiciste? —le suplico.

Me apoya en la pared y pega su frente a la mía, su mirada es absolutamente territorial.

—Me gusta que estés celosa. ¿Es porque me quieres? ¿Sientes que te pertenezco?

—Déjame —suelto un bufido, enfadada.

Sube una mano bronceada y grande que me envuelve la cara de forma tan, tan suave, como si fuera de cristal.

—Yo sí. Siento que me perteneces. No voy a dejar que te marches, no volveré a hacerlo.

—Me dijiste que no. —Respiro, ardiendo de dolor por dentro—. Durante meses y meses. Me moría por ti. Me estaba volviendo loca. Me corrí, ¡como una idiota! ¡En tu puta pierna! Te contuviste conmigo hasta que me moría de deseo por ti. ¡Tienes más fuerza de voluntad que Zeus! Pero las primeras mujeres que te traen a la habitación, esas sí, en cuanto me marcho, con las primeras putas que te traen… ¡A ellas no las haces esperar! 

Sigue con la sonrisa en la cara, pero el brillo de sus ojos se ha apagado y ahora su mirada está repleta de violenta intensidad.

—¿Qué habrías hecho si hubieras estado aquí? ¿Las habrías detenido?

—¡Sí!

—¿Pero dónde estabas?

Me quedo sin habla.

Baja la cabeza y mira mis ojos con curiosidad.

—¿Dónde estabas, Brooke?

Una mano grande y cálida se posa alrededor de mi garganta y él acaricia la zona donde retumba mi pulso con el pulgar.

—Estaba rota —grito con una mezcla de ira y dolor—. Tú me destrozaste.

—No. Fuiste tú. Tu carta me destrozó a mí. 

La risa ha desaparecido de su mirada mientras recorre mi garganta con la yema del pulgar; luego la pasa por la curva de mi mandíbula hasta que finalmente acaricia suavemente mis labios.

—¿Qué importa si tuve que besar mil labios para poder olvidar estos?

Llaman a la puerta pero nuestras energías combativas están dirigidas, como misiles, hacia sus objetivos. Él está demasiado ocupado sujetándome con los brazos y mi corazón está rompiéndose en mil pedazos, y odio que sea por culpa mía, soy yo la que empuña el hacha, porque rompimos. Sé que necesita sexo cuando tiene un episodio. Sé que me marché. No tengo derechos ni sobre Remington ni sobre nada de lo que hizo o dijo durante ese tiempo.

Así que me rompí el corazón cuando me marché y ahora la realidad de lo que pasó vuelve para seguir rompiéndomelo. Y aquí estoy, con un nudo en la garganta y respirando tan fuerte como un dragón que escupe fuego.

Se aparta para abrir la puerta y mete en la habitación una de las maletas que sostiene el botones. Cuando intento salir, me agarra la parte de atrás de la camiseta y dice: 

—Ven aquí. Tranquilízate.

Le aparto la mano y no sé si quiero tranquilizarme o no. Soy irracional. Fui yo la que se fue. Le dejé. Con quien estoy enfadada, a quien quiero pegar ahora mismo, es a mí. Mi interior se retuerce de dolor mientras le sostengo la mirada. Se me escapa una lágrima y me dirijo a la puerta abierta mientras Remington sigue metiendo nuestras cosas en la habitación.

Sé que yo he causado todo esto. Porque pensaba que era fuerte e intentaba protegerme a mí misma, así que me hice daño, le hice daño a él y a un montón de gente, porque se suponía que yo era fuerte y que podía protegerle a él y a mi hermana. Y en lugar de eso, lo jodí todo. Pero estoy tan herida por dentro que solo quiero encerrarme en algún sitio y llorar. Me imagino a esa retahíla de hermosas mujeres entrando en esta habitación de hotel cuando ni siquiera era consciente de todo, tocándolas y follándoselas, y sé que voy a vomitar.

—Gracias —le digo al botones—. ¿Puede llevarse esta bolsa junto con esa maleta a la otra habitación?

El chico mueve el carrito de las maletas hacia el ascensor y asiente.

—¿Adónde vas? —pregunta Remington cuando salgo al pasillo.

Tomo aliento y me giro.

—Esta noche quiero dormir con Diane. No me encuentro bien y prefiero que hablemos de esto cuando me haya calmado —digo con la garganta hecha un nudo.

Se ríe.

—No lo dices en serio.

Su risa se desvanece rápidamente cuando me acerco al ascensor y pulso el botón de llamada.

Cuando cojo el ascensor con el botones estoy conteniendo las lágrimas y las náuseas. El chico me sonríe y me pregunta: 

—¿Es su primera vez en este hotel?

Asiento y trago saliva.

Me echo a llorar en cuanto llego a la habitación de Diane. Ella mete las maletas dentro y cierra la puerta.

—Brooke, ¡no quería causarte problemas! Creía que lo sabías. Las fans y las mujeres… Siempre ha sido así excepto cuando estás tú. Lo siento mucho.

—Diane, ¡rompí con él! Lo sé perfectamente. Entiendo que es culpa mía. Todo es culpa mía. Incluso que perdiera el campeonato.

—Brooke. —Diane intenta consolarme mientras hace que me siente en la cama—. Ellas iban y venían. No eran…

Me limpio las lágrimas y me sorbo la nariz, pero mi desgracia es como un peso muerto.

—Vivía así antes de que apareciera yo. No sé qué esperaba cuando me marché. Pensaba que le llevaría algo de tiempo volver a las andadas, ¿sabes? Pero sé que Remington no es un hombre que caiga en la depresión o en la tristeza. Él es…

Temerario. Maníaco. Cuando no está creando problemas, está rompiendo cosas. Pero, ¿y si estaba deprimido? Dejé que superase solo sus heridas y que Pete y Riley se encargasen de todo, como siempre han hecho. Frías lágrimas brotan de mis ojos.

—Vamos —me anima Diane. Esbozo una mueca de dolor cuando escucho el teléfono de la habitación—. Sí, Remington —susurra y luego cuelga.

—Viene hacia aquí. Quiere que abra la puerta o la echará abajo.

—No quiero verle así —grito mientras lloro y cojo un pañuelo como si pudiera ocultar el hecho de que estoy llorando como un bebé.

Le oigo acercarse como un tornado cuando Diane abre la puerta.

—Diane —dice en un susurro. Luego cruza la habitación y se dirige directamente a la cama donde yo estoy hecha un ovillo.

Sus ojos son azul oscuro por la emoción.

—Tú —dice mientras extiende la mano—. Ven conmigo.

—No quiero —digo, secándome las lágrimas.

Inspira aire y salta a la vista que tiene problemas para controlarse.

—Eres mía y sé que ahora me necesitas, así que, por favor, ven a nuestra puta habitación.

Agacho la cabeza y me seco más lágrimas. Me sorbo la nariz.

—De acuerdo, ven aquí. —Me abraza y me levanta como si fuera una pluma. Sin mirarla, dice—: Buenas noches, Diane.

Doy una patada y me acerca más a él y me aprieta mientras me dice al oído: 

—Patalea y araña todo lo que quieras. Grita. Pégame. Insúltame si te da la puta gana. Esta noche no vas a dormir en otro sitio que no sea conmigo.

Me lleva al ascensor y luego a la habitación. Cierra la puerta de una patada, me deja en la cama y se quita la camiseta. Sus músculos se flexionan con el gesto y veo cada maravilloso centímetro de esa hermosa piel. La piel que han tocado, besado y lamido otras mujeres: siento un nuevo escalofrío de celos e inseguridad. Grito como una loca y doy patadas cuando él extiende los brazos y comienza a desnudarme.

—¡Idiota, no me toques!

—Eh, eh, escúchame. —Me atrapa con sus brazos y su mirada—. Estoy loco por ti. Pasé un infierno sin ti. Estuve viviendo en el infierno. Deja de hacer tonterías —dice, apretándome la cara—. Te quiero. Te quiero. Ven aquí.

Me atrae hacia su regazo. No esperaba que fuera delicado, sino una pelea con la que poder desahogarme, y en lugar de eso lloro y grito en sus brazos mientras me abraza. Sus labios murmuran tras mi oreja, su voz es suave, pero seria y arrepentida.

—¿Cómo creías que estaría cuando te marchaste? ¿Acaso pensaste que sería fácil para mí? ¿Que no me sentiría solo y traicionado? ¿Que no iba a pensar que me habían mentido? ¿Utilizado? ¿Rechazado? ¿Inutilizado? ¿Matado? ¿Pensabas que no habría días en los que te odiaba más de lo que te quería por hacerme pedazos? ¿Eso pensabas?

—Lo dejé todo por ti —grito, tan herida que tengo los brazos rodeándome a mí misma como si luchara físicamente para mantenerme de una pieza—. Desde que te conocí, todo lo que he querido era ser tuya. Tú dijiste que eras mío, que eras mi… Mi REAL.

Exhala un gruñido suave y me aprieta con fuerza contra él.

—Soy la puta cosa más REAL que tendrás en la vida.

Las lágrimas siguen brotando de mis ojos mientras lo miro. Los suyos son hermosos: azules y delicados, ojos que ven mi interior, ojos que lo saben todo de mí, y que ahora ya no ríen sino que reflejan un poco del dolor que siento. No puedo mirarlo más y me cubro la cara cuando me invaden los nuevos sollozos.

—Todas esas veces que te acostabas con otras mujeres, tendría que haber sido yo —digo—. Debería haber sido solo yo, solo yo.

—Entonces no me digas que me quieres para luego irte, joder. No me pidas que te haga mía y luego salgas corriendo en la primera puta ocasión, joder. Ni siquiera podía moverme, ir a por ti. ¿Te parece justo? Ni siquiera podía ponerme en pie y detenerte.

Sollozo más fuerte.

—Me desperté y solo estaba tu carta. Tú no estabas, pero eras lo único que yo quería ver. Lo único.

Me duele tanto escuchar sus palabras que las lágrimas apenas me dejan hablar.

Me quedo llorando en su regazo hasta dormirme y cuando me despierto en mitad de la noche, me duelen los ojos de llorar. Estoy desnuda. Me doy cuenta de que me ha desnudado, como hace siempre. Su piel está caliente contra la mía, su nariz entre mi cuello y mi hombro. Noto sus brazos rodeándome y me acerco más a él aunque me duela. Somos la causa del dolor del otro y también somos nuestro alivio. Me acerca a él y oigo que respira en mi cuello para olerme como si fuera su último aliento y, antes de darme cuenta, yo hago lo mismo con la misma intensidad.

4. El ave Fénix

Al día siguiente me encuentro fatal, pero de repente oigo a Remington murmurar mientras desayunamos en silencio: 

—¿Quieres venir corriendo al gimnasio conmigo?

Asiento.

Parece que me observa como si no supiera qué hacer, como si estuviera manipulando una bomba a punto de explotar. Yo también trato de reflexionar cómo abordar esta situación. Nunca en mi vida me he sentido tan devorada por los celos y el dolor, por la ira y el odio a mí misma. Tengo tantas náuseas que apenas desayuno, simplemente tomo un poco de zumo de naranja, me pongo los pantalones de correr y las zapatillas y trato de no vomitar mientras me lavo los dientes.

Hoy en Arizona hace un calor infernal y en el camino que sale de nuestro hotel me pongo la gorra y estiro los cuádriceps intentando concentrarme en lo segundo que más adoro en el mundo después de Remington: correr. Sé que me hará sentir bien. O al menos un poco mejor.

No hemos hablado de ello.

No nos hemos besado.

No nos hemos tocado.

Desde anoche, cuando lloré como una idiota en sus brazos. Cuando me he despertado miraba por la ventana con semblante serio, y cuando se giró, como si se diera cuenta de que lo observaba, tuve que cerrar los ojos porque temo volver a derrumbarme si es dulce conmigo.

Ahora él calienta mientras yo hago estiramientos. Lleva su chaqueta gris y pantalones de chándal. Cada centímetro de su cuerpo es el de un boxeador atlético por el que querrías morir. O matar. O dejar toda tu vida en Seattle atrás.

—Vale —le susurro, asintiendo.

—Vamos allá.

Me golpea suavemente el trasero y empezamos a correr, pero la noche en vela ha hecho estragos: no alcanzo mi ritmo. Remington solo parece un poco cansado, corriendo en silencio a mi lado, mientras agita los puños en el aire.

Sigo esperando que mis endorfinas se activen, pero hoy mi cuerpo no está de mi parte y mis emociones tampoco. Me gustaría quedarme quieta en una esquina tranquila y llorar otra vez hasta decir basta, sin sentir dolor, hasta que ya no esté enfadada conmigo misma, o con él por decir que sí a todo, a cualquier cosa, a cuanta mujer se pusiera a su alcance. Cuando me conoció, se negó a tocarme durante meses.

He dejado de correr y apoyo las manos en las rodillas, respirando para calmarme. Remington baja el ritmo y golpea el aire con los puños mientras da la vuelta. Quiero gruñir: es injusto lo mal que me siento mientras que él está como una rosa. Se detiene cerca de mí y utilizo la gorra para tapar mi cara de idiota.

—Tenemos que llegar hoy al gimnasio, dinamita —susurra divertido. Extiende un brazo y me da un toque en la parte trasera de la gorra. Me muerdo el labio con fuerza mientras me observa, obligándome a sostenerle la mirada.

Me sonríe, aparecen sus hoyuelos. Un poco arrogante, muy sexy: Remington Tate, el hombre de mis sueños. Con esa chaqueta gris. Esos ojos azules mirándome. Es muy aerodinámico cuando corre, desafía la gravedad aunque esté cansado. Sus hombros son pura roca y estiran la tela de su camiseta cuando sus pies golpean la acera.

Por favor, que alguien me mate ahora mismo.

—Creo que iré andando —le digo y me agacho para hacerme otro nudo en los cordones de las zapatillas, así puedo mirar mis Nike en lugar de a él—. Ve sin mí y nos reunimos allí.

Nunca he rechazado correr con él. Suele ser nuestro momento especial, pero hoy me siento débil, mareada y triste.

Se pone de cuclillas para estar al mismo nivel que yo, me quita la gorra y me observa. En su cara ya no hay hoyuelos. 

—Voy andando contigo —me dice tranquilamente. Vuelve a ponerme la gorra mientras se incorpora.

—No tienes por qué hacerlo. El entrenador te está esperando.

Me coge la barbilla y me mira con unos atormentados ojos azules.

—Voy andando contigo, Brooke. Dame la mano y te ayudo a levantarte.

Extiende la mano y la veo, la quiero, está ahí. Pero me levanto sola y echo a andar.

Se ríe suavemente y se pone a mi lado.

—Joder, no me lo puedo creer —murmura.

Se mete las manos en la chaqueta, tiene la cabeza baja mientras mira al suelo y pasea a mi lado. Se le ha caído la capucha cuando se ha agachado a ofrecerme su mano y tiene el pelo despeinado de forma adorable y, Dios, quiero tocarlo, besarlo y fingir que soy igual de fuerte que antes, pero en lugar de eso estoy mareada y me siento tan fuerte como una frágil rama.

—¿Cuántas fueron? ¿Lo sabes? ¿Te acuerdas? —me oigo preguntar.

Suelta un bufido y se pasa la mano por el pelo en un gesto de frustración. 

—Dime qué quieres que haga. ¿Qué quieres que diga? No paras de llorar, no comes nada y te alejas cuando me acerco. ¿Por qué coño dejas que eso importe?

—Porque ni siquiera te acuerdas. No sabes qué les hiciste ni quiénes son. ¡Una de ellas podría estar embarazada de tu puto bebé ahora mismo! Podrían haberte hecho fotos. Podrían… ¡Haberse aprovechado de ti!

Se echa a reír y me mira con ternura y diversión, como si pensara que a él nadie puede hacerle daño, pero sí que pueden. ¡Maldito idiota! ¡Claro que pueden!

Aunque sea el ser humano más fuerte y poderoso que he conocido jamás, cuando está maníaco es temerario y vulnerable al mismo tiempo, y puede hacerse daño y, desde luego, entonces sí es frágil. La idea de que alguien, especialmente unas idiotas superficiales, haya tenido acceso a él cuando estaba vulnerable me pone furiosa. Me seco una lágrima de rabia y sigo andando, entonces él se acerca a mí y roza el revés de su mano con la mía a propósito. Acaricia mi pulgar con el suyo.

—Solo dame la mano, dinamita —me pide con voz suave.

Tomo aire y obligo a mi meñique a moverse. Entrecruza nuestros dedos. Siento el calor subiendo por el brazo y creo que se da cuenta de que no puedo evitar tener un escalofrío. Bromea con esa voz que hace que todo mi cuerpo se derrita: 

—¿Te doy la mano y tú me das un meñique?

—¡Remington, ahora no puedo hacer esto!

Empiezo a correr y me encuentro con él en el gimnasio, bajándose la cremallera de la chaqueta y poniéndose los guantes. Empieza a boxear con los sacos sin mirarme ni una sola vez y dando golpes muy, muy fuertes. Me quedo en los laterales, tensa por la forma en que el aire se rompe entre nosotros, como un circuito eléctrico descontrolado y a punto de explotar. El entrenador lo mira a él y luego a mí. Riley se levanta, igual de preocupado, mientras nos observa a los dos.

Nadie habla con él y nadie habla conmigo.

Voy al baño y empiezo a vomitar.


♥ ♥ ♥


El calor resulta insoportable en el estadio de Phoenix.

Los asientos están todos apilados, uno tras otro, y unas quinientas personas gritan sin control mientras El Carnicero y Martillo luchan en el cuadrilátero. Y entonces, ¡Paff! ¡Pum! y Martillo acaba en el suelo ensangrentado e inmóvil.

—Vaya, Martillo no ha tenido suerte —dice Pete.

Kirk «El Martillo» Dirkwood ni siquiera se ha movido desde que cayó al suelo.

Pero el Carnicero es un boxeador enorme. Es tan grande que duplica o triplica en tamaño a cualquier contrincante. Sus puños parecen bolas de hierro y sus nudillos, pinchos. Acaban de proclamarlo vencedor y le grita al público: 

—¡Soy el mejor cabrón que ha visto este cuadrilátero! —De repente, el suelo del ring retumba bajo sus pies cuando empieza a andar con furia y arranca a gritar aún más fuerte—: ¡TRAEDME A DEPREDADOR! ¡Dejad que le dé una paliza a ese puto Depredador!

Sacan a Martillo, inconsciente, del cuadrilátero y se me hace un nudo en el estómago cuando veo que el Carnicero se golpea el pecho como un gorila y sigue gritando con esa voz espeluznante y monstruosa.

—¡DEPREDADOR! ¿Me oyes? ¡Sal, cobarde! ¡Ven y enfréntate a mí igual que con Benny!

—Es amigo de ya-sabes-quién —dice Pete mientras pone los ojos en blanco—. Y ahora, gracias a la final del año pasado, cree que también puede derrotar a DEP.

El público no descansa. La furia del Carnicero no ha hecho más que animar al público. Escuchan el nombre y se extiende como el fuego por las gradas, comenzando con murmullos primero y aumentando cada vez más: 

—¡Depredador! ¡Depredador! ¡DEPREDADOR!

Al instante sé, con cada fibra de mi cuerpo, que van a sacarlo. Lo quieren, y no solo el Carnicero: todo el estadio está en ascuas.

—¡Depredador! ¡Depredador! ¡DEPREDADOR! —corean.

Siento como si un puño gigante apretase mi estómago mientras espero verle. Está enfadado conmigo. Está enfadado conmigo porque estoy siendo irracional y odio no poder dejar de ser irracional y entonces me enfado conmigo misma.

—¡Depredador! ¡Depredador! —vocifera el público.

Se forma un revuelo cuando los organizadores fingen escuchar la petición del público y se dan prisa para organizar la salida del nuevo luchador; la espera hace que la muchedumbre grite incluso más alto.

—¡DEPREDADOR! ¡DEPREDADOR!

—¡Traednos al puto Depredador!

Los altavoces vuelven a la vida y el presentador habla, casi sin aliento.

—¡Vosotros lo habéis pedido, damas y caballeros! ¡Lo habéis pedido! ¡Ahora mismo vamos a traer al luchador que todos habéis venido a ver! ¡El único, el inigualable, Deeeeeepredadoooooor!

El público ruge de emoción y mi cuerpo grita en silencio mientras todos mis sistemas se aceleran al máximo. Mi corazón está desbocado, mis pulmones se expanden y me duelen los ojos porque no los aparto del pasillo. Todas mis venas y los poros de mi cuerpo se dilatan para adecuarse al flujo alterado de la sangre y los músculos de mis piernas están listos para salir corriendo. Pero lo único que puedo hacer es retorcerme en el asiento. No consigo convencerme de que Remy no está en peligro. Me cuesta procesar el hecho de que el hombre al que amo haga esto por deporte, como forma de vida. Por su salud mental. Así que estoy aquí sentada mientras mi cuerpo libera las mismas hormonas que si estuviera rodeada por tres osos hambrientos dispuestos a devorarme.

Y entonces lo veo entrar en el recinto. Fuerte, magnífico, bajo control.

Sube rápido al cuadrilátero y se quita la bata mientras el Carnicero sigue golpeándose el pecho cuando el público recibe a Remington con todo su cariño y devoción. Como hacen siempre.

Contengo la respiración y aprieto los puños en mi regazo esperando a que me mire.

No puedo más. Observo, primero con anticipación, luego con temor, después con incredulidad, cómo da una vuelta al cuadrilátero sin sonreír y luego pone los brazos a los lados y se coloca en su lugar. Suena la campana.

Los dos hombres cargan. Hago una mueca de dolor cuando la cabeza de Remy vuela hacia un lado por el impacto.

¡Oh, no! Mi estómago da un vuelco, mis ojos se nublan cuando veo sangre.

Los espantosos sonidos de los huesos rompiéndose contra los músculos continúan, una y otra vez, mientras el Carnicero reparte una serie de golpes, todos en la cara de Remy.

—Oh, Dios, Pete —digo sin aliento y me cubro la cara.

—Joder —responde Pete—, ¿por qué coño no te ha mirado?

—Me odia.

—Vamos, Brooke.

—Nosotros… Él… Tengo problemas con lo de todas esas mujeres, ¿vale?

Pete me mira con una expresión desafiante y su mirada recorre mi perfil, como si quisiera decir algo, pero no pudiera hacerlo.

Remington gruñe enfadado y sube la guardia mientras sacude la cabeza, moviéndose hacia atrás. Tiene sangre en la cara: en la nariz, en los labios, una herida en la ceja y no sé dónde más.

El Carnicero se adelanta otra vez, pero Remy le bloquea e intercambian golpes durante un minuto hasta que se acaba el asalto y cada uno se va a su respectiva esquina. Riley le pone algo en las heridas y el entrenador le grita alguna cosa. Él asiente, sacude los brazos, se estira los dedos y vuelve, ahora enfadado, mientras se enfrenta cara a cara con esa horrible bestia enorme y sus nudillos punzantes.

Se encuentran de nuevo. Moviéndose y golpeándose.

Remington finta a un lado y el Carnicero lanza el puño al lugar donde antes estaba Remy. Remington se la devuelve con un gancho en la cara que golpea tan fuerte que el Carnicero se cae.

Necesita unos segundos para ponerse en pie. Extiende el brazo, pero Remy se inclina y vuelve con un puñetazo en las costillas, en la tripa y en la cara, siempre con la velocidad y precisión perfectas. ¡Pam! ¡Pam! ¡Pam!

El Carnicero vuelve a lanzar un puñetazo directo a la cara de Remy, pero él bloquea el golpe y responde con una serie de puñetazos, golpeando directamente con los nudillos su cara fea y gorda. El Carnicero cae de rodillas.

A mi lado, la emoción de Pete crece sin parar y le escucho murmurar: