Cubierta

Joe Navarro

El cuerpo
HABLA

Editorial Sirio

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Título original: What Every Body is Saying

Traducido del inglés por Raquel Duato

Diseño de portada: Editorial Sirio, S.A.

Composición ePub por Pablo Barrio

Para mi abuela, Adelina. Sus ajadas manos moldearon con amor a un niño y lo convirtieron en un hombre.

Joe Navarro

Para mi esposa, Edith, que me ha bendecido con su amor y me ha enseñado lo que significa ser un ser humano generoso.

Marvin Karlins

AGRADECIMIENTOS

Cuando empecé a escribir el primer borrador de este libro, me di cuenta de que ya llevaba mucho tiempo pensando en este proyecto. No se inició con mi interés por la lectura sobre la comunicación no verbal, ni con el seguimiento académico de esta materia. Tampoco en el FBI. Más bien todo empezó muchos años atrás, con mi familia.

Fundamentalmente, aprendí a interpretar a los demás a través de las enseñanzas de mis padres, Albert y Mariana López, y de mi abuela, Adelina Paniagua Espino. Cada uno, a su modo, me enseñó algo diferente sobre la importancia y el poder de la comunicación no verbal. De mi madre, aprendí que los gestos no verbales tienen un valor incalculable a la hora de relacionarse con los demás. Ella me enseñó que un comportamiento sutil puede evitar una situación incómoda o hacer que alguien se sienta totalmente a gusto, un arte que ella ha practicado sin esfuerzo durante toda su vida. De mi padre, aprendí el poder de la expresión; con una sola mirada podía comunicarse con exquisita claridad. Es un hombre que, simplemente con su presencia, impone respeto. Y de mi abuela, a quien dedico este libro, aprendí que los pequeños gestos son muy importantes: una sonrisa, una ligera inclinación de cabeza o una tierna caricia en el momento adecuado pueden transmitir mucho. De hecho, incluso pueden ayudar a sanar. Estas cosas, que me enseñaban a diario, me prepararon para observar eficazmente el mundo que me rodea. Sus enseñanzas, al igual que las de muchos otros, están presentes en estas páginas.

Durante mi paso por la Universidad Brigham Young, J. Wesley Sherwood, Richard Townsend y Dean Clive Winn II me enseñaron mucho sobre el trabajo policial y el proceso de observación de delincuentes. Más tarde, en el FBI, personas como Doug Gregory, Tom Riley, Julian «Jay» Koerner, el doctor Richard Ault y David G. Major me enseñaron los sutiles matices del comportamiento en el espionaje y el contraespionaje. A todos ellos agradezco que me ayudaran a pulir mis habilidades a la hora de observar a la gente. Asimismo, tengo que dar las gracias al doctor John Schafer, antiguo agente del FBI y colega miembro del programa de élite de análisis de conducta, que me animó a escribir y me permitió ser coautor con él en múltiples ocasiones. Marc Reeser, que estuvo conmigo en las trincheras atrapando espías durante tanto tiempo, también merece mi reconocimiento. A mis otros colegas, y son muchos, en la División de Seguridad Nacional del FBI, les doy las gracias por todo su apoyo.

A lo largo de los años, el FBI se aseguró de que nos enseñaran los mejores. Gracias a ello, me instruí en la investigación de la comunicación no verbal de la mano de profesores como Joe Kulis, Paul Ekman, Maureen O’Sullivan, Mark Frank, Bella M. DePaulo, Aldert Vrij, Reid Meloy y Judy Burgoon, bien directamente o a través de sus escritos. Entablé amistad con muchas de estas personas, entre ellas David Givens, que dirige el Centro de Estudios no Verbales, en Spokane, Washington, y a cuyos escritos, enseñanzas y amonestaciones he tomado cariño. Su investigación y su obra han enriquecido mi vida y su trabajo está en este libro, al igual que el de otros grandes, como Desmond Morris, Edward Hall y Charles Darwin, quien lo inició todo con su libro pionero La expresión de las emociones en el hombre y en los animales.

Aunque estas personas me proporcionaron el marco académico, otras contribuyeron de otro modo en este proyecto. Mi querida amiga Elizabeth Lee Barron, de la Universidad de Tampa, es una bendición del cielo en lo que a investigación se refiere. También estoy en deuda con el doctor Phil Quinn, de la Universidad de Tampa, y con el profesor Barry Glover, de la Universidad Saint Leo, por sus años de amistad y su buena disposición para adaptarse a mi apretada agenda de viaje.

Este libro no sería lo que es sin las fotografías, y por ello doy las gracias al conocido fotógrafo Mark Wemple por su trabajo. Mi gratitud también para Ashlee B. Castle, mi asistente administrativa, quien, cuando se le preguntó si estaba dispuesta a «poner su cara» para un libro, simplemente dijo: «Claro, ¿por qué no?». Chicos, sois geniales. También quiero dar las gracias al artista de Tampa, David R. Andrade, por sus ilustraciones.

Matthew Benjamin, mi siempre paciente editor en HarperCollins, dio forma a este proyecto y se merece mis elogios por ser un caballero y un consumado profesional. También debo dedicar mis elogios al editor ejecutivo, Toni Sciarra, que trabajó diligentemente para acabar este proyecto. Matthew y Toni contaron con un maravilloso equipo de personas, entre ellos la correctora Paula Koper, a quien estoy muy agradecido. Y de nuevo, quiero dar las gracias al doctor Marvin Karlins por dar forma a mis ideas en este libro y por sus amables palabras en el prólogo.

Mi agradecimiento a mi querida amiga, la doctora Elizabeth A. Murray, una verdadera científica y educadora, que sacó tiempo de su ocupada agenda como docente para corregir los primeros borradores de este manuscrito y compartir conmigo sus amplísimos conocimientos sobre el cuerpo humano.

A mi familia, a todos mis parientes, cercanos y lejanos, os doy las gracias por tolerarme y también por tolerar que escribiera cuando debería haber estado relajándome con vosotros. A Luca, Muito obrigado. A mi hija Stephanie, doy gracias todos los días por tu cariñosa alma.

Todas estas personas han contribuido a este libro de algún modo; con vosotros comparto aquí sus conocimientos y su visión, a pequeña y gran escala. Escribí esta obra consciente de la gran responsabilidad que implica el hecho de que muchos de vosotros vayáis a usar esta información en vuestras vidas cotidianas. Con ese fin, he trabajado tratando de presentar tanto la información empírica como la científica con diligencia y claridad. Si hay algún error, yo y sólo yo soy el responsable.

Hay un viejo dicho en latín, Qui docet, discit (Aquel que enseña aprende). En muchos aspectos, con la escritura sucede lo mismo; es un proceso de aprendizaje y de discernimiento, que al final del día resulta haber sido un placer. Espero que, cuando acabes la lectura, también hayas adquirido un profundo conocimiento sobre cómo nos comunicamos de un modo no verbal, y que tu vida se vea enriquecida, al igual que ha sucedido con la mía, al saber que el cuerpo habla y tú lo entiendes.

Joe Navarro

Tampa, Florida

Agosto de 2007