NOTAS

[1]. «Revisita así los fulgores de la luna» (N. del T.)

[2]. «¡Solo, solo, sin nadie por compañía!» (N. del T.)

[3]. «¡Solo, sin compañía ninguna!» (N. del T.)

[4]. «Cuando abril con sus dulces aguas». Corresponde la expresión al refrán español «abril, aguas mil». (N. del T.)

2-CHAUCER.jpg

G. K. Chesterton


CHAUCER


Traducción de Vicente Corbi


ESPUELA DE PLATA - SEVILLA MMX


Traducción revisada por Victoria León


Diseño de cubierta: Equipo Renacimiento


1ª ed. inglesa: Faber & Faber, 1932

1ª ed. española (parcial): Poblet, 1933

1ª ed. española completa: Espuela de Plata, 2010


© 2010. Ediciones Espuela de Plata

ISBN: 978-84-96956-74-2

INTRODUCCIÓN

Si yo escribiese estas líneas en francés, como lo haría si Chaucer no hubiera decidido escribir en inglés, encabezaría la presente nota preliminar con algo parecido a un Avis au lecteur; lo cual, con un fino matiz francés, sugeriría sin exageración una nota de alerta. Pero, tal y como están las cosas, creo que sería mejor escribir: «¡Atención!», o cualquier melodramática expresión por el estilo, y colocarla al frente de este libro en grandes letras. Pues realmente deseo advertir al lector, o al crítico, de algunos posibles errores que puede contener u originar este libro: sobre su verdadero propósito y sus inevitables escollos.

Quizá sea una ingenuidad demasiado optimista decir que este libro tiene la pretensión de ser popular; pero, al menos, tiene la pretensión de ser sencillo. Describe únicamente el efecto que tiene un poeta determinado sobre determinada persona; pero expresa también la convicción personal de que ese poeta pudo ser un poeta extremadamente popular; esto es, pudo producir el mismo efecto en otras muchas personas normales o carentes de afectación. No reclama carácter especialista de ningún tipo en el campo de la erudición chauceriana. Está escrito para gentes que saben de Chaucer aún menos que yo. En ninguno de los aspectos que discute trata de imponerse a quienes saben mucho más sobre Chaucer. Se ocupa esencialmente del hecho de que Chaucer fue un poeta. O, dicho de otro modo, que es posible conocerlo sin saber nada de él. Un distinguido crítico francés dijo de cierto boceto mío sobre un novelista inglés que bien pudiera llevar el sencillo título de «En elogio de Dickens». Quedaría yo absolutamente satisfecho si este tributo se titulara simplemente «En elogio de Chaucer». La cuestión primordial es, por lo que a mí respecta, que resulta tan fácil que un inglés corriente disfrute de Dickens como que disfrute de Chaucer. Los dickensianos citan siempre a Dickens, de lo que se sigue que a menudo citen equivocadamente a Dickens. Tanto tiempo hace que dependo de la memoria, que también yo podría equivocarme en las citas; pero temo haber caído en algo que quizá parezca cosa más chocante todavía: en una especie de irregular traducción popular. Me inclino a pensar que es necesario tomarse ese tipo de libertades al exponer por primera vez a Chaucer a la atención de nuevos y ocasionales lectores. Con todo, esta parte de la explicación es relativamente fácil, y la intención del libro parece bastante clara.

Pero, desgraciadamente, este plan de simplificación y popularidad se ve obstaculizado por dos problemas de una difícilmente evitable complejidad mayor. En el segundo capítulo, me sumergí algo temerariamente en los más vastos elementos históricos de la época de Chaucer; y pronto me hallé entre corrientes profundas que bien pudieran haberme llevado muy lejos de mi destino. Aun así, no lamento el rumbo que tomé; pues, mientras escribía ese capítulo, creció en mí una vívida visión que el propio capítulo no acierta a explicar claramente. Y temo que el lector no haga sino pararse a preguntar, con no injustificado fastidio, por qué algunas veces parece que escribo sobre política moderna en lugar de escribir sobre historia medieval. Solamente puedo decir que la experiencia real de intentar exponer las verdades que conozco sobre la cuestión me ha dejado la abrumadora convicción de que es porque nos equivocamos al interpretar la historia medieval que hacemos un desastre de la política moderna. He advertido repentinamente una violenta y deslumbradora relación entre los símbolos sociales que se suceden en el escenario chauceriano y las ideas disolventes de nuestras dudas y especulaciones sociales de ahora. Se apoderó de mí el convencimiento, que a duras penas soy capaz de explicar en estas pocas líneas, de que los grandes tipos, las figuras heroicas o festivas que desfilan por la literatura del pasado, se desvanecen para nosotros en algo informe porque no comprendemos el orden civilizado antiguo que les dio forma y ni siquiera sabemos construir una forma alternativa. La presencia de los Gremios o de los grados de la Caballería, la presencia de los detalles característicos de aquel tiempo no son desde luego necesarios para todos los seres humanos. Pero la ausencia de los Gremios y y los grados de la Caballería y la ausencia de cualquier otro sustituto positivo de los mismos constituyen ahora un gran vacío que no deja de ser un hecho por tratarse de un hecho negativo. Dominado por esta impresión, no puedo por tanto participar de la obstinada actitud oficial de tratar tales cosas como cosas muertas; de hablar de heráldica como de jeroglíficos o referirme a los frailes como si hubieran desaparecido igual que los druidas. Aun así, he de excusarme por lo desproporcionado del capítulo segundo, que echa a perder la sencillez del primero y la intención general del libro. Quizás pudiera colocar una nota de advertencia y precaver al lector para que no lea ese segundo capítulo. Y ahora que lo pienso, podría también avisar al lector para que tampoco leyera ningún otro capítulo del libro; pero en esto tal vez habría algo de incoherencia. Con todo, el libro habrá servido a su propósito si alguien ha aprendido de él, aunque sea sin pasar de esta página, que lo que importa no son los libros sobre Chaucer, sino Chaucer.

Finalmente, sería afectación por mi parte negar que el propio asunto me obliga a enfrentar, o a eludir del mismo modo ostentoso, una cuestión sobre la cual en cierto sentido se espera de mí que me muestre polémico; sobre la que verdaderamente no podría esperarse de mí que no me mostrara polémico. Pero este problema es a todas luces práctico a tenor de la conclusión particular o de la verdad fundamental sobre Chaucer que se me hace más evidente al releer y reconsiderar su obra. Chaucer fue un poeta llegado al finalizar la edad y el orden medievales, que ciertamente encerraron fanatismo, ferocidad, desaforado ascetismo y todo lo demás. Incluso hay quienes afirman que no encerraron más que fanatismo, ferocidad y todo lo demás. Sea como fuere, he tenido que enfrentarme al hecho de que Chaucer fue el fruto tardío y heredero último de aquel orden. Así como al hecho, que me parece muy cierto, de que Chaucer fue mucho más sensato, jovial y normal que la mayoría de los escritores que llegaron después. Fue menos delirante que Shakespeare, menos áspero que Milton, menos fanático que Bunyan, menos amargo que Swift. En cualquier caso, he tenido que construir alguna clase de teoría en relación a este problema y este hecho prácticos. Por eso mismo, aventuro en este libro la tesis general de que, a pesar de todo, hubo una filosofía equilibrada en la época medieval y ha habido varias filosofías muy poco equilibradas en tiempos posteriores.

Lo siento. Habría podido fácilmente terminar de otra manera; hubiera sido mucho más sencillo y sociable tratar a Chaucer como a un compañero encantador y sentarnos con él en la taberna del Tabardo sin preguntarle de dónde ha venido. Pero algo debemos a las convicciones: mi libro estaba obligado a intentar ofrecer una explicación de Chaucer, y esta es la única manera en que yo sé explicarlo.

G. K. C.