Unanocheynadamas_cubierta.jpg

Índice

Primera parte
Primera parte. Prólogo
Primera parte. Capítulo 1
Primera parte. Capítulo 2
Primera parte. Capítulo 3
Primera parte. Capítulo 4
Primera parte. Capítulo 5
Primera parte. Capítulo 6
Segunda parte
Segunda parte. Prólogo
Segunda parte. Capítulo 1
Segunda parte. Capítulo 2
Segunda parte. Capítulo 3
Segunda parte. Capítulo 4
Segunda parte. Capítulo 5
Segunda parte. Capítulo 6
Segunda parte. Capítulo 7
Tercera parte
Tercera parte. Prólogo
Tercera parte. Capítulo 1
Tercera parte. Capítulo 2
Tercera parte. Capítulo 3
Tercera parte. Capítulo 4
Tercera parte. Capítulo 5
Tercera parte. Capítulo 6
Tercera parte. Capítulo 7
Tercera parte. Capítulo 8
Tercera parte. Capítulo 9
Tercera parte. Capítulo 10
Tercera parte. Capítulo 11
Tercera parte. Capítulo 12
Tercera parte. Capítulo 13
Tercera parte. Capítulo 14
Tercera parte. Capítulo 15
Tercera parte. Capítulo 16
Tercera parte. Capítulo 17
Epílogo

Unanocheynadamas_dibujo_autorUnanocheynadamas_dibujo_titulo


Traducción de Mª José Losada Rey


Logo_Phoebe_150x259


Título original: Reasonable Doubt



Primera edición: mayo de 2017



Copyright © 2015 by Whitney G.



© de la traducción: Mª José Losada Rey, 2017



© de esta edición: 2017, Ediciones Pàmies, S. L.
C/ Mesena,18
28033 Madrid
phoebe@phoebe.es



ISBN: 978-84-16970-11-7

BIC: FRD



Diseño de la colección y maquetación de cubierta: Javier Perea Unceta

Fotografía: Shutterstock

Diseño de portada: Mia Sheridan

Maquetación y rótulos de portada: Calderón Studio



Quedan rigurosamente prohibidos, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.





Para mi mejor amiga, lectora cero, ayudante, paño de lágrimas cuando me vuelvo loca.
«Persona», como dicen los de Anatomía de Grey… Tamisha Draper.
Sin ti, mis libros serían una mierda…
Para Tiffany Neal. Gracias por ser la armonía. Siempre serás el equilibrio perfecto.
Para Natasha Gentile…, ¿cómo empezamos a ser amigas? (Risas).
Y para la gente de fly: Os quiero más de lo que podáis imaginar.










Primera parte



Prólogo



Andrew


Nueva York no es más que un sombrío erial lleno de mierda, un vertedero donde los fracasados se ven obligados a abandonar sus sueños rotos y dejarlos atrás. Las centellantes luces que lo iluminaban todo han perdido su brillo, y la fresca sensación que un día impregnaba el aire de esperanza ha desaparecido.

Todas las personas que consideraba mis amigos son ahora enemigos, y he arrancado la palabra «confianza» de mi vocabulario. La prensa ha arrastrado por el fango mi nombre y mi reputación, y esta mañana, después de leer el titular que ha publicado The New York Times, he decidido que esta va a ser la última noche que pase aquí.

No soporto los sudores fríos y las pesadillas que me asaltan en sueños, y por mucho que intente fingir que no han destruido mi corazón, dudo que el agonizante dolor que me oprime el pecho llegue a desaparecer algún día.

Para despedirme a lo grande, he pedido los mejores platos de mis restaurantes favoritos, he ido a Broadway a ver La muerte de un viajante y me he fumado un habano en el puente de Brooklyn. También he reservado la suite del ático en el Waldorf Astoria, donde ahora estoy tendido en la cama, con los dedos enredados en el pelo de la mujer que me devora la polla entre gemidos.

—¿Te gusta esto? —susurra mientras juguetea con la lengua, trazando círculos alrededor del glande.

Me mira expectante.

No respondo. Le empujo la cabeza hacia abajo y suspiro mientras la obligo a presionar los labios contra mis testículos. Me cubre la polla con las manos y las mueve hacia arriba y hacia abajo.

En las últimas dos horas, me la he tirado contra la pared, la he obligado a inclinarse sobre una silla y le he separado las piernas encima de la cama para devorar su coño.

Ha sido jodidamente divertido, satisfactorio, pero sé que esta sensación no durará, nunca lo hace. Dentro de una semana tendré que buscar a otra.

Al sentir que me introduce más profundamente en su boca, comienzo a tensarme mientras ella sube y baja la cabeza. El placer empieza a atravesarme, los músculos de mis piernas se ponen rígidos y me obligo a soltarla, dejando que se aleje.

Me ignora.

Me sujeta las rodillas y me succiona con más rapidez, permitiéndome llegar al fondo de su garganta. Le doy una última oportunidad para alejarse, pero, dado que mantiene los labios alrededor de mí, no me deja otra opción que correrme en su boca.

Y ver cómo traga… hasta… la… última… gota.

¡Impresionante!

Por fin se aleja, se relame los labios y se echa hacia atrás, sentándose en los talones.

—Es la primera vez que me lo trago —confiesa—. Y lo he hecho por ti.

—Pues no deberías haberlo hecho. —Me levanto y me subo la cremallera de los pantalones—. Deberías haberte reservado para otra persona.

—Bueno… Esto… ¿Quieres que pidamos algo para cenar? Quizá podríamos ver algo en hbo y hacerlo otra vez más tarde.

Arqueo una ceja, molesto.

Esta es siempre la parte más irritante. Cuando la mujer a la que previamente advertí «Una cena. Una noche. Sin repeticiones» desea establecer algún tipo de vínculo imaginario. Por alguna razón, sienten que es necesario algún tipo de conversación para pasar página, cierta seguridad que confirme que lo que acaba de ocurrir es «algo más que sexo» y «vamos a ser amigos».

Pero es solo sexo, y no tengo ninguna necesidad de tener amigos. Ni ahora ni nunca.

—No, gracias. —Me acerco al espejo que hay en el otro lado de la habitación—. Tengo un compromiso.

—¿A las tres de la madrugada? Es decir, si quieres que nos saltemos lo de hbo y disfrutar de otra ronda, puedo…

Me evado de su voz irritante y empiezo a abrocharme la camisa. Jamás he pasado la noche con uno de mis ligues online, y este no va a ser el primero.

Mientras me ajusto la corbata, bajo la vista y veo en el tocador una billetera de color rosa bastante gastada. La cojo y la abro. Paso los dedos por el nombre que aparece impreso en el carnet de conducir: Sarah Tate.

A pesar de que conozco a esta mujer desde hace una semana, ella siempre me ha dicho que se llama Samantha. También me ha comentado —en múltiples ocasiones— que trabaja como enfermera en el Grace Hospital, y a juzgar por la tarjeta de empleada del Wal-Mart que hay oculta detrás del carnet de conducir, estoy seguro de que esa parte tampoco es cierta.

Echo un vistazo por encima del hombro a la cama, donde ella está ahora tendida sobre las sábanas de seda. Su piel es suave y de un color crema impoluto; tiene los labios ligeramente hinchados y más rojos que nunca.

Cuando sus ojos color verde se encuentran con los míos, se incorpora un poco y separa las piernas.

—Sabes que quieres quedarte —susurra—. Ven aquí…

Mi polla comienza a reaccionar, preparándose para otra ronda. Pero conocer su nombre real lo ha arruinado todo. No soporto estar cerca de alguien que me ha mentido, incluso aunque tenga unas tetas de infarto y una boca tan habilidosa como esa.

Le lanzo la cartera.

—Me has dicho que te llamas Samantha.

—Sí. ¿Y?

—Que tu nombre es Sarah.

—¿Y qué pasa? —Se encoge de hombros y me hace una seña con la mano—. Jamás les doy mi nombre real a los hombres que conozco a través de Internet.

—¿Solo a los que te follan en la suite de un hotel de cinco estrellas?

—¿Por qué te preocupa tanto de repente mi nombre real?

—No me preocupa. —Miro el reloj—. ¿Vas a pasar aquí la noche o te pago el taxi para ir a casa?

—¿Qué?

—¿No está clara la pregunta?

—Guau… Solo eso, guau… —La veo sacudir la cabeza—. ¿Cuánto tiempo más crees que vas a ser capaz de seguir haciendo esto?

—¿Seguir haciendo qué?

—Trabajarte a una tía durante una semana, follártela y pasar a la siguiente. ¿Cuánto tiempo más?

—Hasta que la polla no me funcione. —Me pongo la chaqueta—. ¿Quieres que te pague el taxi o te quedas aquí? La suite está disponible hasta el mediodía.

—¿Sabes que los tipos como tú, que huyen de las relaciones como de la peste, son los que al final caen con todo el equipo?

—¿Eso te lo enseñaron en el Wal-Mart?

—El hecho de que alguien te haya hecho daño en el pasado no significa que todas las mujeres seamos iguales. —Frunce los labios—. Seguramente esa es la razón por la que eres así. Quizá si intentaras conocer a alguien de una forma normal, serías mucho más feliz. Ya sabes, llevarla a cenar y escuchar lo que diga, acompañarla a casa sin esperar que te invite a entrar y no follártela en una suite como despedida.

«¿Dónde cojones he puesto las llaves? Tengo que irme. Ya».

—Ahora lo entiendo… —Parece que no puede callarse—. Algún día vas a querer más que un polvo de quien menos te lo esperas. Y esa mujer te obligará a cambiar.

Saco las llaves de debajo de su arrugado vestido. Suspiro.

—¿Quieres dinero para el taxi o no?

—Tengo mi propio coche, gilipollas. —Pone los ojos en blanco—. ¿De verdad eres incapaz de mantener una conversación normal? ¿Tanto te jode hablar conmigo unos minutos después de haber follado?

—No tenemos nada de qué hablar. —Pongo la llave magnética en la mesilla de noche y camino hacia la puerta—. Ha sido muy agradable conocerte, Samantha… Sarah… Como cojones te llames. Que disfrutes del resto de la noche.

—¡Que te jodan!

—Tres veces ha sido más que suficiente. No, gracias.

—¡Algún día te las harán pagar, capullo! —grita mientras salgo al pasillo—. ¡El Karma es un hijo de puta!

—Lo sé. —Doy un paso atrás—. Me tiré a Karma hace unas dos semanas…



1


Contrato (n.): Pacto o convenio entre dos personas que crea la obligación de hacer o no hacer una acción determinada.



Durham, Carolina del Norte

Seis años después…



Andrew


La mujer que tenía sentada frente a mí era una puta mentirosa.

Iba vestida con un jersey gris horrible y una falda de cuadros rojos. Parecía que se había teñido el pelo con una caja de ceras de colores. No tenía nada en común con la joven que aparecía en la foto que mostraba online, no era la sonriente rubia con buenas tetas, un tatuaje en forma de mariposa y labios rojos y voluptuosos.

Antes de acceder a quedar con ella, le había pedido tres pruebas en forma de fotografías para comprobar que lo que me decía era verdad: en una sostenía un periódico de los últimos días, en otra se mordisqueaba el labio y en la tercera sostenía un letrero con su nombre escrito. Cuando se las pedí, ella se rio y me dijo que era la persona más paranoica que hubiera conocido nunca, pero lo hizo. O eso había pensado. Salvo por el hecho de que no le he dicho mi nombre de verdad —dejé de hacerlo hace bastante tiempo—, había sido completamente sincero con ella, y esperaba lo mismo por su parte.

—Bueno, ahora ya estamos aquí… —Sonrió repentinamente, dejando a la vista unos dientes cubiertos por los alambres y fundas de caucho de una ortodoncia—. Me alegro de conocerte por fin en persona, Thoreau. ¿Cómo estás?

No tenía tiempo para esto.

—¿Quién es la chica que aparece en la foto de tu perfil? —pregunté.

—¿Qué?

—¿Quién es la chica de la foto? —repetí con irritación.

—Ah…, eso… Bueno, no soy yo.

—No me digas… —ironicé, poniendo los ojos en blanco—. ¿Has contratado a una modelo? ¿Has comprado alguna imagen y las has modificado con PhotoShop?

—No exactamente. —Bajó la voz—. Lo cierto es que pensé que era más probable que te fijaras en mí si utilizaba esa foto en vez de una mía.

La estudié de nuevo, percibiendo ahora el extraño tatuaje en forma de unicornio que tenía en los nudillos y la cita «El amor es ciego» que llevaba grabada en la muñeca.

—¿Qué esperabas que ocurriera cuando nos viéramos en persona? —Todo estaba dándome dolor de cabeza—. ¿Qué pensabas que pasaría cuando llegara ese día? ¿Cuando me diera cuenta de que no eres quien me habías dicho que eras?

—Esperaba que tú también me hubieras mentido sobre tu imagen —se disculpó—. No me imaginé que fueras realmente tú, ¿sabes? Es la primera vez que un tipo de Date-Match ha sido sincero. Creo que es una señal.

—No lo es. —Negué con la cabeza—. ¿Y la modelo? ¿Cómo la convenciste para hacer las fotos?

—No es una modelo. Es mi compañera de piso. —Abrió los ojos como platos cuando vio que me levantaba—. ¡Espera un segundo! Todo lo que te dije por teléfono es cierto. Me interesa la política, me encanta todo lo referente a las leyes y sigo los casos famosos.

—¿A qué facultad de derecho has ido?

—¿Facultad de derecho? —Arqueó una ceja—. No, no me refiero a eso. Me refiero a lo que sale en los episodios de Ley y orden: unidad de víctimas especiales. Además, he leído todos los libros de John Grisham.

Suspiré al tiempo que sacaba unos billetes de la cartera y los dejaba sobre la mesa. Ya había perdido demasiado tiempo con ella.

—Adiós, Charlotte. —Me alejé de allí, ignorando el resto de su disculpa.

En el momento en el que el aparcacoches me trajo el Jaguar, entré y me alejé a toda velocidad.

Era ridículo…

Era la sexta vez que me pasaba en este mes, y no entendía cómo era posible que alguien pudiera usar la foto de otra persona para ligar online. No tenía sentido.

Molesto, compré una botella de whisky en la tienda al otro lado de la calle mientras tomaba nota mental para bloquear el acceso a mi perfil a esta última mentirosa. Estaba empezando a sentirme como si en Durham no hubiera mujeres disponibles para follar. También comenzaba a pensar que quizá tenía que cambiar de ciudad y empezar de nuevo; los sudores fríos que no padecía desde hacía años habían regresado otra vez, y sabía que lo siguiente serían las pesadillas.

En cuanto entré en mi apartamento, me serví una copa y la vacié de golpe. Luego me llené otra vez el vaso.

Miré el móvil y revisé los correos electrónicos del día: citas con mis clientes, más solicitudes para chatear en Date-Match y un mensaje de la rubia sexy con la que pensaba encontrarme el sábado.

En el asunto se podía leer: «La sinceridad es la clave, ¿verdad?».

Me tomé otro trago antes de abrirlo, esperando que fuera una invitación para acudir esta noche.

No lo era. Era un jodido sermón.

Hola, Thoreau.
Sé que se supone que debemos vernos este sábado, y, créeme, espero con ansiedad que llegue ese día, pero necesito saber que estás interesado en mí y no en mi aspecto. He quedado con un montón de tipos decepcionantes a los que solo les gustaba mi foto, y cuando me vieron en persona, solo querían tener sexo. Te puedo asegurar que soy quien digo ser, pero estoy buscando algo un poco más gratificante que un polvo casual. No es necesario que tengamos una relación, ni que nos comprometamos a mantener una aventura intensa, pero al menos podemos ser amigos antes, ¿no te parece? Me muero de ganas de verte, así que dime si sigues interesado en conocerme.
Liz.

Al instante, hice clic en mi perfil y abrí la pestaña «Lo que estoy buscando» para asegurarme de que seguía poniendo lo mismo:

«Solo sexo. Nada más. Nada menos».

Esa línea no estaba allí como decoración, y aparecía en negrita por una razón.

Volví a leer el mensaje de aquella mujer antes de responder:

Ya no estoy interesado en conocerte. Te deseo suerte y que encuentres lo que estás buscando.
Thoreau.

Ella respondió al instante:

¿Lo dices en serio? ¿No podemos ser solo amigos?
Liz.


Joder, no.
Thoreau.

Me despedí y la bloqueé.

Tomé otro largo trago que siguió un ardiente recorrido por mi garganta mientras me desplazaba por los demás mensajes de correo electrónico hasta llegar al que me había enviado la única persona que consideraba mi amiga en esa ciudad: Alyssa. Lo abrí al instante.

Asunto: Polla solitaria.
Bueno, te estoy escribiendo este correo porque no quiero imaginar el dolor que sientes en este momento… Hace mucho tiempo que no echas un polvo, y eso me preocupa. Mucho. Tanto que he llegado a llorar por tu falta de sexo… Lamento mucho que sean tantas las mujeres que te han enviado fotografías falsas y que eso te haga tener las pelotas azules. Te voy a adjuntar algunos enlaces en los que podrás comprar una loción. Deberías invertir tu dinero en ella durante las próximas semanas.
Tu polla estará en mis oraciones.
Alyssa.

Sonreí mientras escribía la respuesta.

Asunto: re: Polla solitaria.
Gracias por preocuparte por mi polla. Aunque, ahora que lo pienso, tú nunca me has contado nada de los polvos que echas; creo que debes de tener telarañas ahí abajo, y esa es una enfermedad mucho más grave que mis pelotas azules. Sí, es cierto que muchas mujeres me han enviado fotografías, aunque lo más triste de todo es que tú nunca me hayas enviado una, ¿no crees? Estoy más que dispuesto a mandarte la mía, y también a curar tu triste y lamentable dolencia.
Gracias por tener presente mi polla en tus oraciones, aunque preferiría que estuviera en tu boca.
Thoreau.

Y por ensalmo, la noche era ahora diez veces mejor. A pesar de que no conocía a Alyssa en persona y nuestra comunicación se limitaba a llamadas telefónicas, correos electrónicos y mensajes de texto, sentía una fuerte conexión con ella.

Nos habíamos conocido a través de una red social anónima, exclusiva para abogados: LawyerChat. Para pertenecer a ella, no era necesario adjuntar ninguna foto al perfil, y tampoco había muros de noticias, por lo que la comunicación se hacía a través de mensajes. Cada miembro disponía de un pequeño perfil donde podía añadir alguna información básica como el nombre de pila, la edad, el número de años que llevaba ejerciendo, el estatus profesional y un logotipo con el que los usuarios revelaban su sexo.

Todos los usuarios eran abogados en ejercicio y habían sido invitados de forma personal por correo electrónico. Según presumían los programadores de la web, cruzaban las referencias de todos los abogados que ejercían en el estado de Carolina del Norte con las de los que se habían inscrito; de esa manera se aseguraban de que cada miembro hacía un solo registro en el sistema.

Francamente, creía que la web era una mierda, y si no fuera por el hecho de que me había tirado a algunas de las mujeres que había conocido allí, hubiera cancelado mi cuenta el primer mes.

No obstante, cuando vi un mensaje con el título «Necesito consejo» de una tal Alyssa, no pude resistirme a intentar repetir los resultados anteriores. Eché un vistazo a su perfil —veintisiete años, llevaba un año ejerciendo como abogado, amante de los libros— y decidí ir a por ella.

Mi intención era responder a las preguntas profesionales que tuviera y luego desviar la conversación hacia temas más personales. Finalmente, le pediría que se uniera a Date-Match y podría ver su aspecto.

Pero Alyssa resultó no ser como las otras mujeres.

Me envió mensajes de forma constante y siempre se mantuvo dentro de los límites profesionales. Dado que era una abogada joven y sin experiencia, me pedía consejo sobre los temas más sencillos: edición de escritos legales, elaboración de demandas y presentación de pruebas. Después de charlar con ella cinco o seis veces, me cansé de las largas sesiones de tres horas transmitiéndole la información por escrito, y le pedí el número de teléfono.

Se negó a dármelo.

«¿Por qué?», le había preguntado.

—Porque va contra las reglas.
—Nunca he conocido a un abogado que no haya roto al menos una.
—Entonces no eres un buen abogado. Me buscaré a otra persona que me ayude. Gracias.

«Mañana perderás ese caso —escribí antes de que finalizara la sesión—. No tienes ni idea de lo que estás haciendo».

—¿De verdad te molesta tanto que no te dé mi número de teléfono? Pareces un crío de doce años.
—Pues tengo treinta y dos, y me importa una mierda que no me des el puto teléfono. Si te lo he pedido, es para poder llamarte y decirte que el escrito que me has enviado está repleto de errores, por no mencionar que la defensa final parece escrita por una estudiante de primer curso de derecho. Hay demasiados fallos para que te los diga todos por escrito.
—No está tan mal.
—Tampoco está bien.

Antes de que pudiera abandonar el chat, apareció su número en la pantalla seguido de un breve párrafo:

Si vas a llamarme para ayudarme, de acuerdo. Si quieres usarlo para hablar conmigo y pedirme que me una a una web para ligar, puedes ir olvidándote. Me he unido a esta red buscando ayuda para mi carrera, eso es todo.

Miré el mensaje durante un buen rato, sopesando si debía ayudarla, con la esperanza de conseguir algo de ella, pero algo me impulsó a marcar el número de todas formas. Le señalé todos los errores que había cometido, insistiendo en que reescribiera un par de frases, e incluso modificó las conclusiones.

Justo cuando estaba a punto de despedirme y colgar, ocurrió algo extraño.

—¿Qué tal te ha ido hoy el día? —preguntó.

—Esa pregunta no forma parte de tu trabajo —señalé—. Y tú solo quieres hablar de temas profesionales, ¿recuerdas?

—¿Acaso no puedo cambiar de opinión?

—No. Cuelga. —Esperé a oír el pitido, aunque lo único que escuché fue su risa. Si no hubiera sido porque era un sonido ronco y sexy, habría cortado la llamada en ese momento, pero me resultó imposible.

—Lo siento —se disculpó sin dejar de reír—. No ha sido mi intención ofenderte.

—No lo has hecho. Cuelga.

—No quiero. —Por fin dejó de reírse—. Te pido perdón por ese mensaje tan borde que te envié antes… Eres el único chico que he conocido aquí que responde a todas mis preguntas. ¿Estás ocupado? ¿Puedes hablar?

—¿Sobre qué?

—Sobre ti, sobre tu vida… Llevo un montón de días haciéndote aburridas preguntas legales y has sido muy paciente, así que sería de justicia que habláramos sobre algo más divertido por una vez, ya que vamos a ser amigos. ¿Vale?

«¿Amigos?».

Me sentí reacio a responder, sobre todo porque ese «más divertido» no parecía que fuera a implicar sexo, y ella había soltado la palabra «amigos» con suma facilidad. Sin embargo, estaba claro que aquella ya iba a ser una noche sin sexo, por lo que no me importó mantener una conversación normal con ella. Estuvimos charlando hasta las cinco de la madrugada sobre cosas mundanas, sobre nuestras vidas diarias, nuestros libros favoritos, su sueño de convertirse en bailarina profesional.

Unos días después, volvimos a hablar de nuevo, y un mes más tarde, manteníamos conversaciones casi cada día.

Después de tomar otro trago, presioné el botón de rellamada del móvil y esperé hasta escuchar su voz suave.

No respondió. Consideré la opción de enviarle un mensaje de texto, pero luego me di cuenta de que eran las nueve y era miércoles, y supe que no podría hablar con ella.

Los miércoles por la noche lo único que Alyssa practicaba era ballet.



—¿Señor Hamilton? —Mi secretaria entró en mi despacho a la mañana siguiente.

—¿Sí, Jessica?

—Al señor Greenwood y al señor Bach les gustaría saber si desea participar en la próxima ronda de entrevistas a los pasantes.

—No.

—Vale. —Bajó la mirada y escribió algo en su bloc de notas—. Entonces, ¿podría al menos echar un vistazo a los currículos? Hoy tienen que quedar reducidos a quince.

Suspiré y saqué el montón de dosieres que me habían entregado la semana pasada. Había leído todos y cada uno de ellos, y adjuntado algunas notas: «Pasable», «Doblemente pasable» y «No estoy de humor para leer esto». Todos los candidatos eran de la universidad de Duke, y, que yo supiera, el nuestro era el único bufete de la ciudad que aceptaba estudiantes en prácticas y les pagaba.

—No me he sentido demasiado impresionado por ninguna de las solicitudes. —Deslicé los documentos sobre el escritorio—. ¿Son los únicos que están seleccionados?

—No, señor. —Se acercó y puso un montón todavía mayor de papeles frente a mí—. Aquí tiene el resto. ¿Necesita que haga algo más por usted esta mañana?

—¿Además de llenarme la taza de café? —Señalé la taza vacía que tenía sobre el escritorio. Odiaba tener que recordarle siempre que me trajera café. Necesitaba cafeína para poder ponerme en marcha por las mañanas.

—Lo siento mucho. Se lo traeré de inmediato.

Encendí el ordenador y me desplacé por los mensajes de correo electrónico, clasificándolos por orden de importancia. Por supuesto, el último correo de Alyssa lo coloqué en primer lugar.

Asunto: Hazte un favor.
Gracias por la foto infantil de la telaraña que has visto al salir del apartamento esta mañana. Me ha gustado mucho, pero te aseguro que mi vagina no está así. No es que sea asunto tuyo, pero no necesito tener sexo cada dos días para satisfacer mis necesidades. Están bien cuidadas con una amplia variedad de juguetes.
Alyssa.


Asunto: re: Hazte un favor.
Te he enviado dos imágenes. Una de las telarañas y otra de un lago seco con animales muertos. ¿Es más exacta la segunda? El único juguete que necesitas es mi lengua. Está a tu disposición para cuando la desees, y funciona de una amplia variedad de maneras.
Thoreau.

—Aquí tiene, señor Hamilton. —Jessica dejó repentinamente el café sobre mi escritorio—. ¿Puedo preguntarle algo?

—No, no puedes.

—Eso pensaba… —dijo, bajando la voz y mirándome a los ojos—. Sé que esto es muy poco profesional, pero necesito una pareja para que me acompañe a la gala el mes que viene.

—Entonces, búscate una pareja para la gala. Tienes un mes para encontrarla.

—Estoy pidiéndole que me acompañe usted…

Parpadeé. Tenía que encontrar una manera de rechazarla que no fuera «Joder, ni de coña».

Jessica acababa de terminar en la universidad y era demasiado joven para mí. Trabajaba en el bufete porque su abuelo era uno de los fundadores de la firma, y buscaba mucho más de lo que yo estaba dispuesto a darle. Le había oído comentar varias veces a la hora de la comida que quería casarse antes de cumplir los veinticinco. Al parecer, también quería ser ama de casa, tener seis hijos y vivir en una urbanización en las afueras.

En otras palabras, estaba completamente loca.

—Y bien, ¿qué me dice? —preguntó con una sonrisa.

Traté de no poner los ojos en blanco.

—Jessica…

—¿Qué? —Su mirada estaba llena de esperanza.

—Mira, cielo. No solo sería muy inadecuado que nosotros entabláramos una relación fuera del bufete, además te aseguro que no soy el hombre que estás buscando. No lo soy en absoluto. Créeme.

—¿Ni siquiera para una noche?

—Las palabras «una noche» contienen ciertas expectativas que no podrías cumplir. Por lo tanto, no. Venga, vete a trabajar.

—¿«Una noche» es un código sexual?

—¿Por qué cojones sigues en mi despacho?

—No le diría a nadie que hemos tenido sexo —susurró—. De hecho, he tenido fantasías al respecto desde que lo conocí. Y puesto que no tiene novia, asumo que está disponible.

—No lo estoy.

—Entré una vez en el cuarto de baño mientras usted estaba… Le mide al menos dieciocho centímetros, creo.

—¿Qué coño…?

Debería grabar cinco segundos de conversación con el teléfono y enviárselo por correo electrónico a su abuelo.

—Se me dan de vicio las felaciones —informó—. Las hago desde el instituto. Todos los chicos a los que se la he chupado dicen que tengo una boca increíble. —Se mordió el labio.

—¿Es que ha caído pegamento en el suelo? ¿Es por eso que sigues ahí?

—Si fuera conmigo a la gala y tuviéramos como colofón un buen momento, sería el primer hombre con el que hubiera recorrido todo el camino —me soltó, ruborizada—. Todavía soy virgen por ahí abajo.

—Entonces, definitivamente no soy el hombre adecuado para ti. —Puse los ojos en blanco—. Ahora lárgate de aquí antes de que llame al señor Greenwood y le diga que su preciosa nieta se está ofreciendo para hacerme una mamada después de haberme traído el café.

Con las mejillas rojas y bastante sorprendida, Jessica se acercó con rapidez a la puerta. Luego me miró por encima del hombro y me guiñó un ojo —¡Me guiñó un ojo!— antes de salir.

Escribí una nota en mi agenda: «Buscar otra secretaria que sea más vieja… Y que esté casada».

Antes de que pudiera terminar de organizar la bandeja de entrada del correo, comenzó a sonar mi móvil. Era Alyssa.

—Estoy ocupado —respondí.

—Entonces, ¿por qué me lo coges?

—Porque el sonido de mi voz hace que mojes las bragas.

—Muy gracioso. —Se rio—. ¿Qué tal va el día?

—Como siempre. Mi secretaria se me ha insinuado por tercera vez en lo que va de mes.

—¿Te ha vuelto a enviar otra nota de «Tú y yo juntos» acompañada de bombones?

—No, esta vez se ha ofrecido a hacerme una mamada.

—¿Qué? —Contuvo el aliento—. ¡Estás tomándome el pelo!

—Por desgracia, no. Después ha añadido que estaba dispuesta a perder su virginidad. No es necesario que te diga que voy a publicar un anuncio para sustituirla. ¿Alguna persona de tu bufete querrá cambiar a una firma mejor? Le doblo el sueldo.

—¿Y cómo sabes que mi bufete no es mejor que el tuyo?

—Porque tú me llamas y me pides que te asesore en todos los casos. Si tu firma fuera mejor, no tendrías que preguntarme nada.

—Lo que tú digas —gimió—. ¿Todavía no has reventado el vagón de ligues online?

—¿Reventado? ¿Vagón? —Nunca comprendía las metáforas de los sureños—. ¿Qué coño significa eso?

—Uf, Dios… —Suspiró—. Significa que como no me pusiste anoche al corriente de cómo te fue con tu ligue, he supuesto que fue un fracaso, lo que significa que llevas un mes sin follar con nadie. Tiene que ser todo un récord para ti.

—Lo es.

—¿Aceptas un consejo?

—No. A menos que vengas a mi despacho y me lo digas en persona.

—No, gracias. Hablando de consejos, voy a necesitar tu ayuda el viernes por la noche.

—¿Con qué?

—Acaba de entrarme un caso bastante importante. Todavía no he leído todos los datos, pero ya lo tengo en la cabeza.

Me recosté en el sillón.

—Si es un caso tan importante, podrías llevar la documentación a mi apartamento esta noche. Estaría encantado de ayudarte a clasificarla. Es una de mis especialidades.

—¡Ja! Buen intento, pero no. —Continuó hablando de su caso, aunque yo solo la escuchaba a medias. Me seguía pareciendo extraño que no quisiera encontrarse conmigo cara a cara, pero siempre que se lo proponía rechazaba la idea.

—Además… —seguía divagando—, es probable tenga que hacer una investigación sobre esos cambios. No estoy segura de si…

—Explícame la verdadera razón de que no podemos vernos en persona —la interrumpí.

—¿Qué?

—Nos conocemos desde hace seis meses. ¿Por qué no quieres verme?

Silencio.

—¿Es que tengo que repetirte la pregunta? —Me levanté y me acerqué a la puerta para bloquearla—. ¿O es que no me has entendido?

—Va contra las reglas del LawyerChat…

—¡A la mierda el LawyerChat! —Cerré los ojos—. También va contra las reglas que hayamos intercambiado los móviles, o que actuemos como putos adolescentes, poniéndonos cachondos por teléfono el uno al otro cada noche, y, sin embargo, no te has quejado nunca.

—Nunca me he puesto cachon…

—No me mientas.

—No lo hago.

—¿Estás diciéndome que la semana pasada, cuando te dije que quería que te montaras sobre mi boca para devorarte el coño hasta que te corrieras, fingías tener la respiración acelerada?

Ella contuvo el aliento.

—No, pero…

—Eso imaginaba. ¿Por qué no podemos conocernos en persona?

—Porque arruinaríamos nuestra amistad, y lo sabes.

—Yo no sé nada.

—Me has confesado que nunca te acuestas dos veces con la misma mujer, que después de meterte en la cama con una chica, has terminado con ella.

—Jamás he follado con una amiga.

—Eso es porque soy tu única amiga.

—Ya lo sé, pero… —Me interrumpí. No tenía manera de contrarrestar eso.

La línea quedó en silencio mientras trataba de buscar una respuesta.

Fue ella la que habló primero.

—Sinceramente, no quiero arruinar nuestra amistad por un polvo sin sentido.

—Te garantizo que sería más de un polvo sin sentido.

Su ligera risa inundó el teléfono y suspiré, tratando de imaginar cómo sería. No estaba seguro de por qué, pero durante las últimas semanas, había deseado verla reírse.

—¿Sabes? —continuó—, para ser uno de los abogados más elitistas de la ciudad, eres muy mal hablado.

—Te sorprenderían las guarradas que puedo llegar a decir.

—¿Puedes ser todavía más guarro?

—Mucho más. —Habíamos estado navegando en esas aguas desde que surgió nuestra amistad, y no había abandonado la esperanza de que nos conociéramos en persona algún día. Sin embargo, como todavía no nos habíamos visto, no mostraba ninguna contención—. Creo que vas a poder comprobarlo esta noche.

—No, porque vas a encontrar otro ligue antes. Sé que vas a ponerte a buscarlo.

—Por supuesto —me burlé—. ¿Es Alyssa tu verdadero nombre?

—Sí, pero estoy segura de que Thoreau no es el tuyo. ¿Por qué no me dices cuál es?

—Te lo diré cuando te muestres razonable, recuperes la razón y permitas que nos veamos.

—No vas a dejar de intentarlo, ¿verdad? —Se rio de nuevo—. ¿Y qué pasa si la verdadera razón por la que no quiero conocerte es porque soy fea?

—Tengo el presentimiento de que no lo eres.

—Pero ¿y si lo fuera?

—Te follaría con la luz apagada.

—Me gusta más con ella encendida.

—Entonces, te taparía la cabeza con una bolsa de papel.

—¿Qué? —Se echó a reír—. Mira que eres ridículo. Uf…, acaba de llegar un cliente. Tengo que marcharme. ¿Puedo llamarte más tarde?

—Siempre. —Colgué sonriendo. Hasta que me di cuenta.

Alyssa siempre encontraba la manera de evitar esas preguntas…