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Este libro es un proyecto conjunto de la Asociación para la Educación Teológica Hispana (AETH), y la Universidad Interamericana de Puerto Rico y con la colaboración de:

Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo)
en Puerto Rico

Iglesia Metodista de Puerto Rico

Iglesia del Nazareno en Puerto Rico
Distrito del Este

Iglesia Evangélica Luterana de Puerto Rico
Sínodo del Caribe

Iglesia Pentecostal de Jesucristo M.I.

Iglesias Bautistas de Puerto Rico

Iglesia de Dios Mission Board en Puerto Rico

Iglesia Presbiteriana (EUA)
Presbiterio de San Juan

Sociedad Bíblica de Puerto Rico

Universidad Teológica de Puerto Rico

Mesa Nacional Puerto Rico del Consejo
Latinoamericano de Iglesias
(NPR-CLAI CLAI)

CONTENIDO

PRÓLOGO
Lic. Manuel J. Fernós

Carta abierta a quien se acerca a este libro

CAPÍTULO 1:
Entender la fe

CAPÍTULO 2:
La revelación

CAPÍTULO 3:
El Dios trino y creador

CAPÍTULO 4:
El ser humano

CAPÍTULO 5:
La nueva creación en Jesucristo

CAPÍTULO 6:
La santificación y el Espíritu Santo

CAPÍTULO 7:
La iglesia: comunidad del Espíritu Santo

CAPÍTULO 8:
El culto de la iglesia

CAPÍTULO 9:
El bautismo y la comunión

CAPÍTULO 10:
La esperanza cristiana

CAPÍTULO 11:
La vida cristiana

CARTA ABIERTA

A QUIEN SE ACERCA A ESTE LIBRO

Apreciable lector o lectora:

Rara vez el razonamiento lleva directamente a la fe. Esto se debe a que en fin de cuentas la fe no es obra humana, sino del Espíritu de Dios. Si tienes fe, esto no se debe primeramente a que te hayas convencido mediante argumentos racionales, sino a que el Espíritu Santo ha obrado en ti. Ciertamente, en algunos casos la razón sirve para abrir el camino, derribando obstáculos que de otra manera dificultarían llegar a la fe. Así, por ejemplo, a través de la historia los cristianos han propuesto argumentos contundentes contra el politeísmo, y esos argumentos han ayudado a muchos abriéndoles el camino a la fe. Pero si algún politeísta se convierte, esto se debe ante todo a la obra del Espíritu Santo en su corazón. Por eso, son muchos y frecuentes los testimonios de personas que cuando menos se lo esperaban ni lo buscaban han venido al conocimiento de Jesucristo.

Pero esto no quiere decir que la mente y su entendimiento no tengan lugar en la vida de fe. Al contrario, nuestro propio Señor Jesucristo nos dice que el primero y más grande mandamiento incluye amar a Dios con toda la mente. No es cuestión de que la mente nos lleve a la fe, sino más bien de que la fe nos lleva a emplear nuestra mente según la voluntad de Dios. Posiblemente nadie lo haya dicho con más claridad que nuestro hermano en la fe Anselmo, quien hace casi diez siglos, en una oración al principio de uno de sus libros, dijo: “No pretendo, Señor alcanzar tu sublime altitud, pues mi mente no es nada cuando la comparo con ella. Pero sí quiero en alguna medida entender tu verdad, esa verdad que mi corazón cree y ama. No pretendo entender para creer, sino que creo para entender.” Lo que Anselmo dice es que no hace falta entender para creer, pero que quien verdaderamente cree trata de entender. Veamos esos dos puntos por orden:

En primer lugar, resulta claro que no hace falta entender para creer. Si tu experiencia es como la de millares de creyentes, es probable que hayas llegado a la fe, no porque alguien te presentó argumentos admirables, sino más bien porque el Espíritu Santo te movió. Lo de entender vino después, según ibas penetrando en las cosas del Señor. Quien se enamora no lo hace porque saca cuentas, o porque llega a la conclusión de que esta sea la mejor persona con quien compartir la vida. En cierta medida, se enamora “porque sí”. Quien alcanza la fe, no lo hace porque una serie de argumentos racionales le prueban algo, sino porque el Espíritu Santo, como en una especie de “porque sí” divino, le lleva a ella.

En segundo lugar, sin embargo, quien verdaderamente cree procura entender. Aparte del mandamiento que nos conmina a hacerlo, queremos entender porque la fe se ha vuelto el centro de nuestra vida, y no podemos sino pensar y meditar en ella. Quien se enamora, aunque lo haga por razones que la mente no alcance a entender, sí tratará de entender a la persona amada. Decir “te quiero mucho, pero no me interesa quién ni cómo eres, ni lo que te gusta, ni entenderte mejor” sería correctamente tildado de hipocresía. Y, además, si no conoce a la persona amada tendrá de ellas expectativas erradas. De igual manera, quien alcanza la fe no puede decirle a Dios: “yo te amo, Señor, pero no me interesa mucho saber quién ni cómo eres, sino que me basta con amarte y creer en ti”. Es por eso que Anselmo dice que “quiero en alguna medida entender tu verdad, esa verdad que mi corazón cree y ama”.

Todo esto sirve para entender el propósito de este libro. No pretendo convencerte para que creas. Eso es obra del Espíritu Santo. Te escribo como a quien comparte la misma fe por la que yo vivo. Te escribo para que conmigo compartas el regocijo de tratar de entender mejor esa verdad que cree y ama el corazón nuestro.

Por otra parte, aunque hasta aquí me he dirigido a ti en singular, la verdad es que la fe cristiana es siempre fe en comunidad. Nuestro hermano Juan Wesley, quien vivió en Inglaterra hace 300 años, declaraba repetidamente que es imposible ser cristiano solitario. Aunque algunas veces algunos hermanos y hermanas nuestros han pensado que la mejor manera de vivir la vida cristiana es apartarse del resto del mundo para buscar la santidad por cuenta propia, tenemos que recordar que el segundo mandamiento que Jesús subraya sobre todos los demás es el de amar al prójimo. Para cumplir ese mandamiento, tenemos que vivir en comunidad, relacionándonos unos con otros, apoyándonos y corrigiéndonos mutuamente. Como veremos más adelante, esto quiere decir que la iglesia, la comunidad de la fe, es parte fundamental e inescapable de la vida cristiana. Pero por lo pronto baste decir que, si de veras quieres sacar provecho de este libro, te invito a que lo hagas junto a otros hermanos y hermanas. Tómales por lo menos con tanta seriedad como tomas este libro mismo —o mejor todavía, con más seriedad. Son esas personas, en el proceso mismo de estudiar juntos, quienes más te ayudarán a entender esa fe que tu corazón cree y ama. Y posiblemente aprenderás más de esos acompañantes en la jornada que de este libro. Es por esa razón que al final de cada capítulo se incluye una serie de preguntas para discusión. Mi esperanza es que esa discusión nos ayude no solo a entender mejor nuestra fe, sino también y sobre todo a vivirla mejor.

Luego, te invito a leer este libro, quizá en la soledad de tu hogar; pero también te invito a luego discutirlo con otros hermanos y hermanas en la fe, y a hacerlo con el mismo espíritu en que aquel antepasado nuestro en la fe a quien ya he citado decía que no buscaba entender para creer, sino más bien creer para entender más plenamente esa fe que cree y ama el corazón nuestro.

Que el Señor te bendiga a ti y a quienes contigo emprenden esta tarea.