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Foca / Investigación / 128

Ignacio Fontes de Garnica

1937: el crimen fue en Guernica

Análisis de una mentira

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RAG

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© Ignacio Fontes de Garnica, 2014

© del prólogo, Jorge M. Reverte, 2014

© Ediciones Akal, S. A., 2014

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Nota previa

Guernica en el corazón

De una u otra forma, Guernica –Gernika, Garnika, Garnica– me ha rondado una y otra vez: serendipities de la vida. En tiempos remotos, el topónimo se convirtió en apellido patronímico de la familia de mi madre, que fue de aquellas vizcaínas que se establecieron en la raya de la vecina Cantabria –¿o de la desaparecida Garnica alavesa que citan fuentes musulmanas medievales?– y, desde allí, por el resto de la piel de toro y el ancho mundo. Hay muchos en el pasado de este país: entre ellos, en páginas de política, hubo un funcionario de la Corona embarcado en la conquista americana, una familia Garnica en los Doce Linajes de Soria, un militar entre los últimos de Filipinas y un tercero, diplomático, en la firma del Tratado de París de 1898, el del desastre; en páginas del dinero, uno en la hacienda de Felipe II y otro en las finanzas de Franco, y, claro, en las de religión, en la cúpula del Opus y, también en el siglo pasado, un jesuita, misionero, o así, en el Japón: en fin, vascos… Y los míos: agricultores establecidos en Madrid y en La Mancha conquense.

No sé si el primero enviaría oro y plata a los suyos; el cura mandaba a la familia fotografías de los escaparates de las fruterías de Tokio, donde el precio del insulso melón cantaloupe rivalizaba con los de las joyerías vecinas: unas siete mil pesetas de los años 90 la pieza...; ignoro por qué, pues ni era de Villaconejos ni de Torre Pacheco, pero de ahí la foto.

Gernika y Garnica/Garnika son ambas voces vascas, la misma, y de etimología difícil, cuando no desconocida, según la Auñamendi Eusko Entziklopedia. Los prefijos ger- y gar- son de origen y sentido desconocido; el lingüista alemán Guillermo de Humboldt aventura que car- o gar- podría significar «altura». En cuanto al abundante sufijo -ika o -ica, ocurre lo mismo: mientras que para el lingüista vasco Pablo Pedro de Astarloa y Aguirre significa «cuesta muy pendiente», Juan Gorostiaga Bilbao piensa que puede ser variante del sufijo céltico -aka, aunque hay numerosos topónimos y apellidos indiscutiblemente euskaros con el sufijo -ika, y el académico de Euslkaltzaindia Luis Villasante Kortabitarte lo identifica como un posesivo latino, más la terminación -a, acompañante de patronímicos; así, de Garnius, «villa de Garnius», Garnika. Caro Baroja recuerda que Ptolomeo cita el topónimo Gabalaika en los lindes caristios, el pueblo prerromano que habitaba al oeste del río Deva.

En todo caso, en 1604, Mateo Alemán utiliza con naturalidad el topónimo Garnica en la Segunda parte de la vida del pícaro Guzmán de Alfarache: «Sabía maravillosamente las historias de su señorío de Vizcaya y los privilegios de los vizcaínos, y la manera de hacer leyes y estatutos en el señorío, que no pueden ser sino debajo del árbol de Garnica en junta general y con acuerdo de los vizcaínos...».

Una reivindicación primitiva y juvenil del Guernica

La magnífica educación franquista de nuestra infancia ocultó Guernica tras montañas nevadas y banderas al viento. Una formidable pantalla, un telón pintado que disimulaba la realidad, la verdad, lo que era y lo que fue. Pero, sin memoria histórica, el presente es una representación con aire de farsa, el sainete dramático de la España de Franco, que todavía algunos pretenden perpetuar...

Por fortuna, mi generación comenzaba a tener acceso a viajes, a lecturas prohibidas, a amistades peligrosas, a experiencias..., que ponían la ruptura al alcance de todos los españoles que querían romper y permitían acceder al conocimiento de las raíces de su historia reciente a todos los españoles que querían conocerlas.

Asomaba el invierno de 1968 en España. El Guernica de Picasso, que había hecho tantos oficios, iluminaba, en su falso papel de Última Cena laica, miles de hogares jóvenes que, sin preciarse necesariamente de ateos o indiferentes, hacían del cuadro un dni civil y doméstico que identificaba el antifranquismo como primer sentido de la vida ciudadana digna.

Dos inviernos antes se había celebrado un homenaje a Pablo Picasso en el Aula Magna de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Complutense. En la mesa presidencial, José Camón Aznar, decano a la sazón, y Juan Antonio Gaya Nuño, Enrique Azcoaga, José María Moreno Galván, Juan Genovés, Salvador Victoria, Eusebio Sempere y Lucio Muñoz. Don Juan Antonio Gaya Nuño sorprendió a sus compañeros de mesa de aquel aula un poco decimonónica, al pedir a la asamblea –se decía– que dirigiera «una moción al señor ministro de Educación y Ciencia [¿Quién era? Por si a alguien le importa: Manuel Lora-Tamayo] para que en nombre del Gobierno Español solicite de los Estados Unidos la devolución del cuadro Guernica que se encuentra actualmente en el Museo de Arte Moderno de Nueva York». Era el 28 de noviembre de 1966 y la petición se aprobó por unanimidad, según informó en solitario la agencia Europa Press –allí comienza a divisarse el entusiasmo de José Mario Armero, otro don, presidente de la agencia, por el retorno a España del exiliado por antonomasia, en cuya devolución final fue afortunado mediador–. Pero nada más se supo del destino de la moción universitaria.

Con mi hermano Joaquín y otros compañeros del taller universitario antifranquista, facción esteta (Montserrat Fernández Montes, José Lorenzo Sánchez-Seco, Arturo Marín, José Rafael Cabrera...), editábamos una revista, por nombre Abraxas, inspirados por el romanticismo individualista hessiano que nos anegaba por entonces. Lo cual molestó muchísimo a don Juan Antonio Gaya Nuño. Su mujer, maternal, le hizo ver que no era lo mismo el Dios judeo-cristiano, que tanto y acaso con tanta razón le crispaba, que el de nombre sonoro y exótico que los muchachos habíamos extraído de la lectura acrítica y entusiasta propia de la joven edad (yo tenía veinte años, estudiaba Ciencias Políticas y era tonto útil/compañero de viaje). A regañadientes, terminó por aceptar el razonable argumento, ignorar el título y valorar, en cambio, nuestra condición antifranquista, facción libre como el aire / libre como el viento.

El primer número de Abraxas fue más literario que otra cosa. Habíamos conseguido del Ministerio de Información y Turismo permiso para editar la revista e incluso la exención del obligatorio director periodista, lo que no era nada fácil en aquellos tiempos. Pero en la solicitud habíamos dicho que el «objeto de la publicación» era «el mejor conocimiento del hombre y las circunstancias que lo rodean», tarea orteguiana que a los funcionarios ministeriales quizá les pareció necesaria y adecuada, incluso urgente, porque nos concedieron autorización para editarla y que el director, yo, no fuera periodista. El primer número tuvo que ver con la realidad tanto como el resto: la universidad, el ministerio y el conocer mejor al hombre orteguiano.

Pero el 68, ahora ya lo sabemos, iba a ser un año de desvelos; también de extrema conflictividad universitaria, de modo que el segundo número de la revista tuvo que poner los pies en el suelo. En éste colaboraron los pintores Sempere y Millares, el que luego sería notable cineasta Ricardo Franco con una abandonada vocación de dibujante de humor, el poeta Luis Felipe Vivanco, un primerizo Francisco Umbral, del que acogí un capítulo de su inédito Lorca, poeta maldito…, y nos apoyaron gentes que aún no sabíamos que serían lo que llegaron a ser, como Luis Gómez Llorente, que me había dado inolvidables clases de Historia en Preuniversitario. Como era de esperar, al Ministerio de Información y Turismo no le gustó nada el número, con una ingenua encuesta artesana sobre la sexualidad estudiantil, un editorial que protestaba (¡ya entonces contra el ABC!) «de la creciente ola de insultos y deformaciones informativas que la universidad madrileña está sufriendo últimamente por parte de la prensa», y, sobre todo, porque decidimos retomar la iniciativa de Gaya Nuño y coordinar desde la revista una reivindicación ciudadana del Guernica.

Cuando fuimos a visitarlo a su casa del barrio del Retiro, me di cuenta de qué acogedores son los libros, cómo arde su calor. La biblioteca del respetado crítico de arte, del sólido ensayista, del intelectual antifranquista, comenzaba en el recibidor, forraba ambas paredes de un largo pasillo y extendía sus tentáculos, una hiedra de papel, por todas las habitaciones. En el cálido cuarto de estar, Gaya Nuño, envuelto en una bata escocesa, en pantuflas y hundido en un sillón, buscaba referencias en libros que siempre encontraba a su alcance. Era alto, huesudo, y la cabeza, dibujada por tantos artistas, tallada bajo la piel tirante, era flamígera, ardía en llamas canas. Estaba mayor y algo enfermo, pero con energía para echarnos broncas de mil demonios. Nuestros argumentos no paliaban su malhumor: por el título de la revista, por no saber lo que ignorábamos, por pretender que se adhiriera a una reivindicación que era idea suya...

Al final, nos invitó a merendar, nos ayudó a confeccionar un cuestionario para recabar la opinión del resto de aquella mesa-homenaje y nos despidió con cajas más templadas. Repartimos cientos de pliegos de adhesión en salas de arte, librerías, facultades y escuelas técnicas...

La iniciativa no sólo no le iba a gustar al ministerio. Al PCE tampoco le hizo mucha gracia, por lo menos a las células de la universidad. En la Escuela de Arquitectura se negaron a que distribuyéramos los pliegos a través de la Delegación de Alumnos. Según dijeron, tras un largo conciliábulo entre ellos, es como si pidiéramos la devolución de Gibraltar: si el Guernica volvía a España con Franco vivo, le rendiríamos un impagable éxito diplomático. Ya entonces no me convencían los razonamientos ni las tácticas del PCE, aunque no hubiera otro remedio que ser tonto útil/compañero de viaje de ellos. Quizá hubiera sido cosa de discutir las razones de los dirigentes estudiantiles de Arquitectura, porque aquellos años eran tiempos de mucho y fértil debate, pero no tenía sentido; experimenté por primera vez la autonomía que impone la prensa a las noticias, declaraciones, ideas, iniciativas: Abraxas estaba impreso, se vendía y se habían distribuido muchos pliegos, así que no importaban mucho las razones, sin duda razonables, del PCE.

Reunimos miles de peticiones e hicimos copias para enviarlas a dos o tres ministerios y a la embajada norteamericana en Madrid. No supimos nada de las reacciones de los destinatarios. Al final, nos desentendimos porque el número 3 de Abraxas no saldría. Lo impidió la repentina y concienzuda labor de entorpecimiento burocrático-político y las desmesuradas exigencias político-empresariales a que nos sometió el Ministerio de Información y Turismo, este sí okupado por Manuel Fraga, desde constituir un determinado capital social que para nosotros era similar al de los Oriol, March, Fierro y etcéteras de los ricos de Franco, hasta contratar formalmente a un periodista titulado que dirigiera la revista. Acudimos a la Redacción de Cuadernos para el Diálogo en busca de amparo; nos ampararon –¿Pedro Altares, Félix Santos, Vicente Verdú...?– y nos buscaron un director dispuesto a poner su nombre y su carnet. Sin preguntarnos nada, si estábamos afiliados ni quién nos enviaba; les parecía suficiente que siguiera saliendo aquella revista que, aunque ingenua e idealista, era crítica con la pancista sociedad española, contestataria y progre en el ámbito estudiantil, hacía encuestas sobre el universitario y el sexo, y promovía acciones para pedir la vuelta a España del Guernica de Picasso...

Agradecimientos y reflexión

He podido volver a Guernica gracias a la generosidad de Luis Ángel de la Viuda, lo que me permitió desarrollar este trabajo en el marco de diversas investigaciones hemerográficas de la España de Franco que me confió.

Agradecimiento a José Ángel Etxaniz, del Gernikazarra Historia Taldea, el Grupo de Historiadores de Guernica, que leyó el borrador y me aportó aclaraciones e informaciones que mejoraron el original. Su generoso juicio situaba este trabajo en la estela de Herbert Rutledge Southworth, el periodista y escritor estadounidense cuya deslumbrante obra Guernica! Guernica! A Study of Journalism, Propaganda and History estableció las bases de la historiografía moderna sobre el crimen de Guernica e hizo imposible continuar avanzando por el camino de falsedades y manipulaciones que, cuarenta años después, aún sostenían los historiógrafos franquistas1. Poder contribuir en esa tarea me animó a completar el trabajo y confiarlo a los lectores.

Y gratitud por los permisos para reproducir imágenes del fondo fotográfico de Aldaba-Gernikazarra Historia Taldea y de Sustrai erreak 2, Guernica 1937.

Muy especialmente, a Jorge Martínez Reverte, amigo desde los viejos tiempos de la mejor Redacción de Cambio 16, que tanto nos enseñó, a quien, por su admirable, envidiable, manera de hacer historia y de ver y entender este país, pedí, y accedió, que lo iluminara.

También al entusiasmo de los amigos y amigas, vascos y vascas, o no, que echaron un vistazo a alguna de las versiones. Y, desde luego a Jesús Espino, editor de Foca, cuyo minucioso trabajo ha aclarado dudas, dilucidado confusiones y afinado expresiones.

Y para M. C., a quien conocí durante la documentación de las matanzas de Badajoz y que me asistió, con variable comprensión, en el siempre solitario esfuerzo de escribir. Diez se lo abone, incluso con efectos retroactivos.

En fin, el historiador norteamericano Jonathan Sperber define su trabajo como el de una persona «comprometida con la comprensión del pasado en sus propias circunstancias y pudorosa para juzgarlo con las ideas del presente»2. A esa buena intención me encomiendo…, pero sin renunciar, nunca, a la pasión de Southworth.

Ignacio Fontes de Garnica

Madrid, marzo de 2014

1 Berkeley, University of California Press, 1977. Edición en castellano: La destrucción de Guernica. Periodismo, diplomacia, propaganda e historia, París, Ruedo Ibérico, 1977.

2 «[...] someone committed to understanding the past on its own terms, and reserved about judging it by present conceptions», en Jonathan Sperber, Karl Marx: A nineteenth-century life. Introduction, Nueva York, Liveright Publishing, 2013.

Prólogo

Las manipulaciones de la Historia

A menudo los tópicos, las manipulaciones de la Historia que han sido fabricadas para contentar a clientes políticos o para manipular las conciencias, sobreviven a la verdad con mucha potencia. Hay muchos ejemplos de ello.

Ignacio Fontes ha abordado uno de esos asuntos que, durante años, ha estado envuelto en la polémica: el bombardeo de Guernica en abril de 1937 por aviones alemanes e italianos con el apoyo de la fuerza aérea franquista.

Hay dos aspectos fundamentales en este asunto.

El primero, por supuesto, el de la aclaración de la autoría y sus motivos. El misterio fundamental había sido resuelto hace mucho tiempo. Y sobre ello no había dudas en el seno de ninguna comunidad científica ni política decente. Ya en 1937, sin necesidad de que se hicieran investigaciones profundas, nadie con dos dedos de frente y uno de responsabilidad podía manifestar discrepancias con la verdad más evidente: esos aviones habían arrasado de forma sistemática la villa vizcaína utilizando bombas convencionales y artefactos incendiarios.

El aparato de Propaganda de Franco intentó entonces, aunque con poco y efímero éxito, culpar a los dinamiteros republicanos en retirada del atroz hecho. Poco a poco, y a lo largo de años, se han ido conociendo, gracias a la pertinacia de muchos investigadores, las razones del crimen y sus más perversas intenciones. Fue un ensayo concienzudo destinado a comprobar la eficacia de un cierto tipo de bombardeo en dos terrenos: el de la capacidad de matar y destruir, y el de la capacidad de provocar el desaliento en toda una población a través del terror que provoca una fuerza devastadora.

No fue el primer bombardeo, ni el más mortífero, de la Historia. El arma aérea ya se había estrenado con otras acciones gloriosas. Y España había sido precursora en ese terreno con la utilización en la guerra de África de gases mortales fabricados en Getafe con licencia alemana. Antes, también se habían producido los bombardeos republicanos sobre algunas villas andaluzas. E igualmente unos meses antes Madrid había sufrido bombardeos que causaron muchos muertos civiles en el otoño de 1936 (esos bombardeos los continuó la artillería hasta 1939). Antes, unos días antes, Durango sufrió ataques masivos. Y después Barcelona, a partir de 1938. En el extranjero, la capacidad de la aviación japonesa se había hecho patente en China, con acciones mucho más mortales que las de cualquier ejemplo español.

Pero Guernica tenía un sentido especial. Allí estaba la capital espiritual de los nacionalistas vascos, que aún resistían (junto con los no nacionalistas) los ataques de las tropas de Franco. Al experimento de la eficacia de las nuevas armas se unió el experimento psicológico.

El trabajo de periodistas procedentes de países democráticos, como el Reino Unido o Estados Unidos, ayudó a despejar las primeras dudas; el trabajo posterior de los historiadores, a eliminarlas por completo.

Ignacio Fontes hace en este libro una precisa descripción de todo el proceso de indagación. Y una reconstrucción exacta, con las armas del periodista y del historiador, de cómo se intentó manipular la historia y de cómo se consiguió que aflorara en su completitud. Y ésa es la faceta más apasionante de este trabajo. Porque, sobre este asunto, Fontes ha cerrado, yo creo que definitivamente, el relato: la cadena de mando, las intenciones, los medios, el número de víctimas, las formas de la manipulación… Es en buena medida una indagación ejemplar en los dos terrenos, el histórico y el periodístico.

Un trabajo que contribuirá (seguro) a impedir que nadie más intente manipular el sentido de una historia tan sensible. Sólo los siniestros y estúpidos apologetas del franquismo pueden insistir en sus interpretaciones dignas del basurero. Sólo los siniestros intérpretes del nacionalismo más chato pueden sostener las suyas.

Ambos tipos serán incapaces de afrontar el estupendo bagaje de documentación y de orden que nos aporta Ignacio Fontes.

Jorge M. Reverte

Madrid, febrero de 2014