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Akal / Hipecu / 19

Carlos García Gual

El redescubrimiento de la sensibilidad en el siglo xii: el amor cortés y el ciclo artúrico

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En la Europa del siglo xii renacen, en lenguas vulgares, la lírica y la novela. Primero en lengua francesa, pero pronto en otros idiomas, se configuran y expresan los ideales poéticos de la cortesía y los anhelos caballerescos. Es la eclosión del mundo literario del amor cortés y de las aventuras caballerescas que pronto se difundirán por Europa occidental. Mientras la realidad histórica –con el desarrollo progresivo de los poderes de los monarcas y de las ciudades y la burguesía– va amenazando el porvenir de la caballería, la literatura idealiza las aventuras de los paladines caballerescos. Mientras la Iglesia institucionaliza el matrimonio como sacramento y se adjudica el poder de unir y desunir el vínculo matrimonial, el amor cortés exalta la pasión y las formas poéticas y refinadas del erotismo, postulando la soberanía y libertad para el amor. Son productos de este tiempo algunos grandes relatos de amor, como la trágica pasión de Tristán e Isolda, el adulterio cortés de Lanzarote y Ginebra, o la trágica y real historia de amor de Abelardo y Eloísa. Erotismo y aventuras se combinan en empresas quiméricas como las de los caballeros errantes, que en ciclo novelesco concluyen en una catástrofe trascendente, la Búsqueda del Santo Grial. El magnífico reino del rey de la Tabla Redonda tiene, a su vez, un final de épica resonancia relatado en una gran novela de tonos trágicos, La muerte de Arturo. De estos temas, su trasfondo mítico y su expresión poética, de largos ecos en la cultura europa, trata el presente ensayo.

Carlos García Gual es Catedrático de Filología Griega y escritor. De temas medievales afines tratan sus libros Primeras novelas europeas (1974), Historia del Rey Arturo y los nobles y errantes caballeros de la Tabla Redonda (1983) y Lecturas y fantasías medievales (1990). De otros mitos sus libros Prometeo: mito y tragedia. Mitos, viajes, héroes, y el más amplio de Introducción a la mitología griega. De filosofía antigua su Epicuro, La secta del perro, Los siete sabios (y tres más). Y de literatura comparada los dos más recientes El zorro y el cuervo y La Antigüedad novelada (1995).

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Sergio Ramírez

Director de la colección

Félix Duque

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© Ediciones Akal, S. A., 1997

Sector Foresta, 1

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Fax: 918 044 028

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ISBN: 978-84-460-4066-8

 

 

«La Edad Media es la época de las grandes pasiones. Ni la Antigüedad ni nuestro tiempo poseen su extensión de alma. No hubo capacidad tan grande ni por tan grande escala medida como la suya. La estructura física de aquellos bárbaros salidos de las selvas, sus ojos de una espiritualidad enfermiza, alucinados y relucientes, propios de los iniciados en los misterios cristianos, su continente infantil y juvenil, así como su excesiva madurez y senilidad, la brutalidad de bestia feroz y el exceso de delicadeza y refinamiento propios del alma decadente de la Antigüedad, todo eso podía darse frecuentemente reunido en una sola persona. Por eso, cuando alguien se sentía acometido por la pasión, sus saltos sentimentales eran más formidables, el torbellino más embrollado, la caída más profunda que nunca. Nosotros los modernos podemos estar contentos del retroceso que en este punto significamos.»

F. Nietzsche.

 

A modo de proemio

La expresión que sentencia «el amor es un invento del siglo xii» ( atribuida al historiador francés Charles de Seignobos) puede al pronto parecer algo exagerada. Pero tiene su pleno sentido cuando se matiza y precisa: se trata de ese tipo de amor cortés, de esa pasión que glorifica toda una literatura a partir de la poesía trovadoresca y que agudamente analiza y elogia Stendhal. Es ese «amor» que se acredita con su nombre francés, l’amour, con una forma que indica su origen dialectal occitano (ya que en francés los nombres abstractos acaban en -eur, como douleur, chaleur, etc.) y se difunde por todo el occidente europeo con la cortesía y el romanticismo medieval. El apasionado amor, que puede ajustarse a las normas corteses o bien desbordarse en arrebatos de locura, ese amour courtois que amenaza a veces derivar en amour fou, es un sentimiento que irrumpe con fuerza arrolladora en la lírica y en la novela francesas del siglo xii. Amour courtois es un término moderno (inventado por un estudioso del siglo pasado), los trovadores preferían llamarlo fine amor, para subrayar mejor su aspecto refinado y gentil. Ninguna otra pasión ha conocido tal éxito literario, una propaganda secular con tan variados matices y con tantos paradigmas míticos. La cultura viene a perfeccionar el instinto natural hasta el punto de que el propio sujeto pronto olvida cuánto de arte tiene el sentir apasionado. Y lo que comenzó siendo moda se hace pasión, y viceversa.

Pero el siglo xii, esa estupenda época en que renace, después de siglos oscuros, la cultura europea en las lenguas vulgares, en una Europa feudal cada vez más pujante –dividida políticamente, pero muy unida en pautas religiosas y culturales–, es también el siglo de los caballeros y la caballería. Que no sólo es importante como institución real e histórica, sino también como ideología. Su imagen resulta mucho más perdurable que la misma entidad histórica que le dio origen, que utiliza la literatura cortés para dar una embellecida estampa de sí, de acuerdo con sus intereses de clase social y con sus nostalgias luego –cuando la caballería quede desplazada en el decurso histórico por el progreso urbano y la ascendente burguesía–, para acabar por creerse, al fin, su propia propaganda e identificarse con la imagen idealizada que se refleja en la literatura caballeresca. El espejo maravilloso mejora la figura del retratado, conservándolo joven y brioso cuando ya está decrépito y arruinado, gracias a la fantasía novelesca. En el otoño de la Edad Media los gestos caballerescos serán más estilizados que nunca y las estampas exagerarán la retórica cortés de la caballería. En la formación de esos ideales han contribuido decisivamente los escritores en lengua vulgar, poetas y novelistas, desde el siglo xii. Los escritores que ya no están al servicio de la Iglesia en sus relatos de ficción en verso y prosa expresan un nuevo modo de sentir y un nuevo imaginario, novelesco, romántico, caballeresco.

Todavía cuatro siglos después un vetusto y avellanado hidalgo manchego enloquecerá con esas lecturas fantasiosas y saldrá a remedar las desaforadas hazañas y gestos de los caballeros andantes por las áridas tierras de la Mancha castellana, y así cobrará una irónica fama inmortal buscando en su locura libresca aventuras y amores como los de los héroes de sus novelas. Toda una exitosa balumba de repetidos y disparatados libros de caballerías ofrecía, en la Castilla imperial y conquistadora del siglo xvi, los ecos de esa imagen caballeresca que tuvo sus orígenes en la Francia del xii. Tan largamente resonaron esas ficciones de amor y aventuras. También aquí tenemos una palabra mágica, que cobra múltiples connotaciones poéticas: la aventura. Que es, por esencia, la aventura caballeresca. Está claro el origen latino del término: ad ventura, “a lo que venga y salga al paso” van los caballeros andantes por esos mundos de Dios y del diablo, encomendados a su propio arrojo y a un destino misterioso. Esos héroes son caballeros, chevaliers errants, caballeros andantes, una denominación que tiene más sentido poético que histórico, desde luego.

De cómo se fue formando esta imagen del amor-pasión y de la aventura caballeresca, dos inventos que marcaron la tradición literaria europea con sus largos ecos y reflejos, conversaremos en estas páginas. (No serán acaso muy originales, porque es tanto lo que se ha escrito sobre ello y tan a fondo, que pretender ser novedosos al respecto sería vano y disparatado). Volveré sobre algunos textos que redacté hace años, comentaré viejas y nuevas lecturas, intentando explicar cómo se han formulado, difundido, perdurado y sublimado –en famosos textos de gran influencia poética y sentimental– sus más claros mitos, como fantasmas del Alto Medievo, que calaron muy hondo en el espíritu de la vieja Europa.

En la retórica y en la cortesía no sólo nobles, sino también luego burguesas, quedaron huellas y reflejos claros de esa forma de expresar y sentir, de actuar y de fantasear la realidad. Tal vez porque, aunque surgidos en un momento preciso de la cultura medieval, ese amor y ese afán de aventuras expresan –para el individuo– algo tan valioso como perdurable, configurado, confirmado y recogido por la literatura como en un raro código o un espejo fantasmal. Nuestro imaginario atesora una memoria poética e histórica de muchos fantasmas medievales.